VII ANUNCIO
EL autor sospecha que en esta trilogía de potencias que en toda obra literaria se establece, entre los actores del drama, el lector y el autor mismo, existe siempre una sorda pugna, en la que infaliblemente corresponde a este último la peor parte. Para explayar la tesis —por lo demás, inofensiva— serían precisos anchos volúmenes de apretada prosa que, por esta vez, vamos a ahorrarnos, limitando la cuestión a las escuetas líneas de un simple anuncio.
Su carácter es doble: de una parte, cumple la finalidad de advertir a los actores —desde mademoiselle Renard, que como una corza (¡Dios nos libre de hacer juegos de palabras con los apellidos!) se ha refugiado en su hogar, hasta el también inasequible Gastón, pasando por aquellos que todavía no se han dignado hacer acto de presencia— que nuestro propósito de descubrirles es tan firme y nuestra constancia tal, que de poco les valdrá pretender utilizar en su beneficio nuestra innata falta de memoria y las escasas dotes deductivas con que al mundo hemos venido. Pues para suplir tan lamentables tareas y ayudarnos en la ingrata labor que nos hemos propuesto, ya se encuentra en camino el avezado inspector Flandin, a quien habrá de auxiliar el novel agente Reynolds.
Y, por otra parte, al lector siempre ávido de esos insulsos diálogos y las no menos insulsas descripciones que esmaltan de consuno las novelas, nos complacemos en anunciar que ya no está lejano el instante en que ambos elementos disolventes hagan aquí su aparición, siquiera sea para satisfacer el anhelo de ese sector de la opinión pública.
Huelgan, pues, tanto la resistencia más o menos violenta de la primera potencia a mostrar sus desnudeces, como esa crítica mental, o acaso hablada, de la segunda, basada en la escasez de diálogo hasta aquí imperante o en la carencia de datos concretos que le permitan adivinar la faz de los actores. Todo vendrá a su debido tiempo, pero era justo que alguna vez el autor considerase más apremiante la visión de un desgraciado pie hombruno que la de un hermoso rostro femenino.