8
Tasha Yar no había tenido ni idea de qué estaba haciendo Data durante el día de su cautividad, pero sabía que Nalavia no podría mantenerlo en la ignorancia respecto a su desaparición. Decidió valorar la situación en que se encontraba antes de determinar su movimiento siguiente.
Tras un incómodo desayuno, Rikan se había ofrecido a enseñarle su hogar mientras le explicaba a Yar, a medida que iban de una sala a otra, cómo había cambiado Treva desde que él había nacido en este mismo castillo.
—Una vez establecimos contacto con otros planetas, si queríamos los avances médicos, la tecnología y las comodidades físicas que nos ofrecían, teníamos que darles algo a cambio. No sabíamos que eso cambiaría todo nuestro estilo de vida.
Describió el modelo que Yar había aprendido en sus obligatorios estudios de historia y sociología, repetido una y otra vez por toda la galaxia. Algunos gobiernos eran lo bastante inteligentes, como el consejo de los señores de la guerra de Treva, para reconocer que el dar a cambio los recursos naturales era un suicidio. La única otra alternativa residía en la industrialización.
Pero a medida que el nivel tecnológico de un planeta aumentaba, la educación de sus trabajadores tenía que seguirlo o no habría nadie capaz de diseñar la maquinaria ni realizar el trabajo. Con la educación, pronto llegaba el descontento…, una insistencia en participar de las riquezas creadas.
Una vez que el pueblo adquiría poder económico, lo seguía rápidamente el poder político. Los gobiernos cambiaban de tiranías, monarquías, oligarquías, a las muchas variantes del gobierno ejercido por el pueblo.
En Treva, comentó Rikan, aturdido:
—Las familias gobernantes nos encontramos, para nuestro asombro, con que nuestra situación en la sociedad no se veía disminuida. Al menos para aquellos de nosotros que aceptábamos lo inevitable. Mi padre ya no llegó a gobernar por derecho de nacimiento, pero fue elegido para el nuevo consejo legislativo, y cuando él murió yo lo substituí. Lo mismo sucedía en el caso de todas las grandes familias. El poder de la espada fue reemplazado por el poder del voto…, pero continuaba siendo poder.
Su rostro se puso triste al continuar.
—Había algunos que no querían renunciar a las viejas costumbres. De hecho hicieron lo mismo de lo que Nalavia me acusa a mí: reunieron ejércitos e intentaron vencer por la fuerza a los que acogían de buena gana el nuevo sistema. —Suspiró—. Mi padre dijo: «No se puede luchar contra el futuro». Se vio obligado a tomar las armas contra algunos de sus viejos amigos. Lo llamaron cobarde y traidor, pero estaban equivocados.
A esas alturas se encontraban de pie en el balcón que dominaba el precipicio que constituía una defensa natural del castillo.
—Estaban equivocados —repitió Rikan… pero Yar detectó algo en su voz…
—¿Lo duda usted? —le preguntó.
—Ellos decían que no podía confiarse en la gente del pueblo, que eran débiles, haraganes y estúpidos. Los señores de la guerra murieron luchando, como hombres… y maldiciendo a aquellos como mi padre que, según decían ellos, se volvían contra los de su propia clase. —La boca se le tensó hasta convertirse en apenas una línea—. Nosotros éramos cuatro, cuatro que mirábamos hacia el futuro y confiábamos en nuestro pueblo. Ahora, todos los demás han desaparecido.
Yar recordó de pronto.
—Tres miembros del consejo legislativo fueron asesinados. ¿No…?
Rikan asintió con la cabeza.
—Sí… los otros señores de la guerra. Todas las sospechas fueron arrojadas sobre mí aunque, por supuesto, no había ninguna prueba. Yo soy el último, y no tengo hijos. Cuando yo muera, ya no quedarán señores de la guerra de Treva… y yo he sobrevivido lo bastante como para ver cumplirse la profecía: el pueblo votó a Nalavia, ¡y ahora que ella les ha arrebatado su poder para ejercerlo despóticamente, a ellos no parece importarles! Mientras tengan cubiertas las necesidades vitales, entretenimientos y drogas, no piensan en el futuro. Débiles, haraganes y estúpidos.
—Entonces, ¿por qué lucha usted? —preguntó Yar.
—Hay días en los que yo mismo me lo pregunto —repuso Rikan—, y no puedo hallar una respuesta. Pero luego voy a ver a mi propia gente, aquí, en el campo. Ellos trabajan con entusiasmo, se lo juegan todo, saben vivir… ¡Y entonces pienso: no, Nalavia no convertirá a esta gente en sus esclavos! No mientras yo tenga aliento y fuerzas, o los medios para luchar.
—Así que contrató a Dare.
—Su reputación dice que puede organizar a un número reducido de gente para que sea tan eficiente como un ejército.
Oh, sí… el entrenamiento de Seguridad de la Flota Estelar sin duda le he enseñado eso.
—¿Y lo ha hecho?
—Sí. Su gente nos dio entrenamiento e instrucción… y luego comenzaron esos llamados ataques terroristas y me culparon a mí de ellos. Eso me costó un gran número de partidarios. —Volvió sus abiertos y jóvenes ojos de color avellana, tan incongruentes en un hombre viejo de rostro arrugado, hacia Yar—. Natasha…, esos ataques no son obra de Adrián ni mía. Nosotros creemos que podrían estar preparados por la propia Nalavia, para despertar el odio del pueblo hacia mí, pero no tenemos pruebas.
—Si es así —respondió Yar—, Data lo descubrirá.
—¿Data? ¿El androide tiene unos poderes semejantes?
Ella le habló de su amigo y colega. Resultaba fácil hablar con Rikan… pero Dare, como era ahora, la hacía sentir extremadamente incómoda. Se mantuvo alejado de ella durante toda la mañana, y Yar comenzó a planear su fuga una vez hubo conocido el trazado general del castillo.
Poeta se reunió con ella y Rikan durante un rato, luego Barb… y Yar se dio cuenta de que una vez hubo aprendido a moverse por el castillo, ya no la dejaron a solas con el anciano. Maldición… Dare sabía que ella tenía que tratar de escaparse, y a pesar de que Rikan eran sin duda un hombre robusto y vigoroso para su edad, con su destreza ella podía vencerlo fácilmente. Lo que su captor no podía saber era que hasta el momento en que la gente de Dare había comenzado a no abandonarlo ni se le había pasado por la cabeza atacar al anciano señor de la guerra…, aunque ahora comprendía que así había perdido su mejor oportunidad de fugarse.
No debía perder otra… aunque eso significara atacar a Rikan. Su entrenamiento incluía métodos para dejar a alguien inconsciente sin causarle graves daños.
A diferencia del uniforme de diario, el de gala llevaba bolsillos en los pantalones, cubiertos por una chaqueta con faldones…, un lugar en el que llevar un peine o una tarjeta de crédito. Sabía lo bastante como para no intentar nada cuando Poeta estaba con ellos, pero ni Barb ni Rikan advirtieron cuándo deslizó una escultura de piedra, pequeña pero pesada, primero en la mano y luego en uno de los bolsillos. El peso de la misma resultaba tranquilizador: no tenía bordes afilados que pudieran causar daños serios, pero si se dirigía el golpe certeramente se convertiría en una cachiporra muy eficaz.
No obstante, si quería salir del castillo tendría que aguardar hasta que quedara a solas con una persona.
Justo antes del mediodía, Rikan y Barb la dejaron con Dare. Él la llevó a la habitación en la que se habían encontrado por primera vez la noche anterior. La mesa estaba como entonces, desnuda y resplandeciente. Ahora, sin embargo, Yar advirtió los armarios que cubrían las paredes, y dos superficies brillantes que podían ser pantallas, aunque semejante tecnología parecía estar fuera de lugar en el antiguo castillo.
—Ésta es nuestra sala de estado mayor —dijo Dare—. Ojalá pudiera confiar en ti lo bastante como para mostrártelo todo, Tasha… ¿pero cómo podría hacerlo?
—¿Tu desearías poder confiar en mí? —preguntó ella en tono sarcástico.
—¡Mírate! —replicó él; un estallido de furia escapó por un momento antes de que él lo controlara reduciéndolo a una amarga calma—. Jefa de seguridad de una nave estelar de clase, a tu edad. Me sorprende que no seas segundo oficial.
—Todavía no cuento con la antigüedad exigida —replicó ella de forma refleja, lo que provocó en él un bufido de risa cáustica.
—De todas maneras, has tenido éxito —dijo él—. Siempre supe que lo tendrías.
—Tú me alentaste —recordó ella.
—Oh, sí, yo te alenté, ¿verdad? Mira adonde me ha llevado: cuando llegaron las dificultades, escogiste tu carrera antes que a mí.
—¡Dare! —exclamó ella con voz ahogada.
—Puedes dejar de estar indignada —dijo él—. Al menos eres consecuente… puedo confiar en eso, ¿verdad? Tasha Yar siempre hará lo mejor por su carrera. Incluso traicionar a alguien a quien dice amar.
Ella le volvió la espalda.
—Todavía piensas que te traicioné.
—Y tú todavía crees que no voy a dispararte ni apuñalarte por la espalda —replicó él—. Si he traicionado todo aquello en lo que creía, ¿cómo puedes fiarte de que no vaya a… —se le acercó por detrás y le rodeó el cuello con las manos—, romperte el cuello?
Yar conocía una media docena de formas de librarse de sus manos, pero no utilizó ninguna, pues sus arraigadas defensas se vieron vencidas por lo que el contacto de Dare solía significar para ella, su olor, su respiración cuando se inclinó por encima del hombro para mirarle la expresión del rostro.
—Creo que sabes que sólo dije la verdad en el banquillo de los testigos —expuso ella con calma.
Las manos se apartaron de Yar paulatinamente.
—Por desgracia, lo creo —dijo—. Más estúpido soy por ello.
—Es la verdad —insistió ella al tiempo que se daba la vuelta y veía que Dare estaba ahora a más de dos metros de la puerta, dándole la espalda.
Era su oportunidad para escapar…, pero resultaba demasiado obvia. Él la atraparía antes de que llegara a la puerta.
En cambio se le acercó, deseando que continuara en esa posición mientras cogía la escultura de piedra del bolsillo, la sujetaba con la mano y decía:
—Yo te amaba, pero tenía un deber más alto, uno que tú mismo me habías enseñado. No con mi propio éxito, sino con la Flota Estelar.
Cuando él se volvió, ella estaba tan cerca que bajó los ojos hasta su cara, no hasta la mano que ella mantenía cuidadosamente oculta.
—Hubo una época —continuó ella, reteniendo su mirada—, en que, para mí, Flota Estelar significaba Darryl Adin. Cuando tú traicionaste a la Flota Estelar, ¿qué esperabas que hiciera… huir contigo y convertirme en una forajida? ¿O que languideciera y muriese de amor como una heroína de ópera?
Al pronunciar la última palabra de su discurso ella desplazó el cuerpo hacia un lado. Él no lo esperaba…, no como remate de ese diálogo. Ni siquiera los reflejos de Dare eran lo bastante veloces como para bloquear un golpe tan inesperado.
Los años de experiencia le habían enseñado cómo dejarlo inconsciente sin dañarle seriamente.
Antes de que su cuerpo golpeara contra el suelo ella había desaparecido.
Yar se precipitó a la carrera a lo largo del corredor por donde habían llegado, en dirección a la parte trasera de la fortaleza. No había forma de escapar por el precipicio del frente…, no sin un equipo para escalar montañas.
No oyó ninguna alarma, no oyó pasos a sus espaldas.
Ella no se cuestionó su suerte, sino que dejó atrás a la carrera la zona de las cocinas de las cuales salían aromas deliciosos, luego subió por la rampa que describía varias curvas en un ángulo poco pronunciado, al parecer el camino por el que bajaban a las cocinas los pesados carros de provisiones. Aquello parecía prometer que iría a desembocar al patio.
Para cuando llegó a lo alto de la rampa, Yar estaba jadeando. Las gruesas puertas dobles estaban cerradas desde el interior con un tablón. Yar deseó tener la fuerza de Data mientras empujaba el pesado tablón, se magullaba los hombros haciendo palanca contra el marco de la puerta hasta que por fin la deslizó fuera de su sitio.
Se asomó al brillante sol y recorrió el patio con los ojos… y no vio a nadie.
Aún no se había oído ninguna alarma. Ella conocía bien su trabajo. Dare tendría que haber estado inconsciente no más de treinta segundos, aturdido tal vez un minuto después de despertar. Para ese momento tendría que haber gente buscándola.
Sintió la tentación de regresar a ver si le había hecho más daño del que había pretendido. O si él se había lastimado al hacer impacto contra el suelo de piedra…
Pero su deber era escapar; ¡la Flota Estelar no la había enviado a Treva para que se dejara capturar por proscritos! Data ya debía sentir sospechas por su ausencia, a estas alturas, y era probable que una buena parte del ejército de Nalavia estuviera buscándola.
Manteniéndose en las sombras, ella avanzó por el patio. Nadie, absolutamente nadie estaba allí.
Un escalofrío le recorrió la columna vertebral. Algo no iba bien.
No había nada que hacer excepto continuar adelante hasta que se encontrara con la trampa que sin duda le habían preparado, y abrigar la esperanza de poder escapar de ella.
Pasó de la sombra de un edificio exterior a la de otro hasta llegar a uno que tenía huellas de ruedas ante la puerta. Vehículos de tierra…, tal vez aeronaves. Sin duda dispararía una alarma si intentaba robar un vehículo, tal vez con que sólo abriese la puerta. Se precisaba rapidez.
La cerradura de la puerta era tan sencilla que cualquier aprendiz de seguridad podría abrirla. Yar la hizo saltar, se precipitó al interior…
Había tres vehículos: un vehículo de superficie, una aeronave… ¡y la lanzadera de la Flota Estelar en la que ella y Data habían llegado a Treva!
Dare siempre había sido un tipo con clase. Sus hombres no sólo la habían secuestrado, sino que se la habían llevado en su propia lanzadera.
No se detuvo a considerar la trascendencia de aquello. La puerta se abrió al pulsar su código de identidad, ella entró y las luces se encendieron.
—¿Qué te ha demorado tanto, Tasha?
En el asiento del piloto se encontraba Darryl Adin.
Amargamente furiosa consigo misma para contestar, ella se sentó en el asiento del copiloto y lo hizo girar hacia él mientras intentaba recobrarse.
Él le dedicó aquella mueca sardónica de sus labios que había reemplazado a la una vez dulce sonrisa.
—Ya no tienes ventaja sobre mí, gatita.
—¿Qué?
—Has olvidado lo que es el no tener a nadie en quien confiar excepto tú misma, mientras el peligro acecha por todas partes. A no fiarte de nadie.
—Dare…
—No te disculpes.
—No iba a hacerlo. Es mi deber escapar, Dare.
—Y lo sé. Por eso tenía que demostrarte que es imposible.
—¡Me tendiste una trampa!
Él inclinó la cabeza como si acusara recibo de un elogio.
—Por el mérito que tiene, te diré que me pillaste con la guardia baja… yo planeaba tenderte la trampa para unos momentos más tarde. Nadie te vio coger la escultura, pero no me has causado ningún daño grave. —Volvió a dedicarle la sonrisa carente de humor—. Si tuvieras que volver a hacerlo, tal vez reconsiderarías esto último.
—Hubo una época —dijo ella—, en la que tú me habrías abierto un expediente por una maniobra tan estúpida como la de intentar la captura de un prisionero prófugo en solitario, sin apoyo.
Como si fuera una respuesta se oyó un suave silbido y Dare pulsó la insignia de paladín de su chaqueta. Yar se dio cuenta de que era un comunicador. La voz de Poeta se oyó clara y empequeñecida a través del diminuto altavoz.
—¿Dare? ¿Estás bien? ¿La has encontrado?
—Exactamente donde esperaba, Poeta. Todo está bajo control. Puedes suspender la búsqueda.
Yar rechinó los dientes.
—Ahora que ya me has hecho sentir como una absoluta idiota, ¿qué vas a hacer conmigo?
—Intentar persuadirte de que esperes, averigües la verdad, e informes de la misma a la Flota Estelar. Cosa que no puedes hacer sin la radio subespacial de la lanzadera, por cierto… Sdan ha pasado toda la mañana intentando atravesar el bloqueo. Si él no lo consigue es que no puede hacerse.
—Todo lo que tengo que hacer —dijo Yar—, es poner la lanzadera en órbita, fuera del bloqueo de Nalavia.
—Y continuar adelante a partir de allí —continuó él—, obligándome a abandonar el trabajo que tengo en este planeta antes de que llegue un escuadrón de seguridad de la Flota Estelar. No, Tasha, no puedo permitir que te lleves la lanzadera.
—No puedo abandonar a Data —protestó ella.
—Un instrumento costoso pero reemplazable.
—Ya te lo he dicho antes —dijo ella, exasperada—, es un amigo y un colega, tan imprescindible como cualquier otro miembro de cualquier otro grupo de expedición, y desde luego no es reemplazable. Si alguna vez volvemos a aplicar la tecnología para crear androides como Data, cada uno tendrá una personalidad única, nacida de su experiencia vital individual. Exactamente como en el caso de un ser humano, Dare. Data es más humano que una buena cantidad de personas de carne y hueso que yo he conocido.
Ella vio la furia contenida en los ojos de él al decir:
—Hay algunas cosas que pueden hacer los seres de carne y hueso que ninguna máquina aprenderá jamás. —Se inclinó hacia delante, la tomó por los brazos para atraerla hacia sí, y la besó.
No fue un beso agradable; era más una demostración de poder que un gesto de afecto. Yar no luchó, pero tampoco le respondió. Cuando Dare la soltó, ella se enjugó la boca con gesto deliberado y dijo en tono encendido:
—¡No estés tan seguro!
Los labios de él se separaron de asombro…, una expresión que sólo Dare y Data, de todos los hombres que ella conocía, tenían en común. Luego su boca se contorsionó en una mueca de desprecio como Data jamás haría, y dijo con desdén:
—Tendría que haberlo sabido. Supongo que ningún hombre será jamás lo bastante bueno para ti.
—Al menos, Data nunca haría lo que tú acabas de hacer. Hubo una ocasión, Dare, en la que tú me protegiste de los abusos.
Él se puso pálido como un muerto… y luego dijo:
—Lo siento. —Durante un momento volvió a ser el hombre que ella había conocido, angustiado al descubrir el lado indeseable de la persona en que se había convertido. Pero Adrián Dareau no podía exponerse a ninguna forma de vulnerabilidad. La máscara se cerró una vez más—. Sigo sin poder permitir que te lleves la lanzadera.
—Tú podrías acompañarme para asegurarte de que regresaré.
—No. Todas las defensas de Nalavia estarán buscando esta lanzadera. Ya sería bastante peligroso utilizarla como aeronave…, pero si intentas entrar en órbita, te derribarán.
—Puede que tengas razón —concedió ella—. ¿Por qué no dijiste eso en primer lugar?
—Puede que fuese posible escapar en un ascenso recto. En órbita serías un blanco inmóvil.
—Entonces… ¿cómo puedo enviar un mensaje? Si Data y yo no informamos, dentro de pocos días la Flota Estelar iniciará una investigación. Podrían enviar otra lanzadera, o posiblemente una nave. Pero si el capitán Picard queda satisfecho, si cree que yo puedo manejar las cosas aquí, no enviarán la caballería.
—En ese caso, el tema es ganar tiempo —dijo Dare—. De una u otra forma, la Flota Estelar enviará personal a Treva. Lo mejor que puedo hacer es acabar con lo que se me ha encomendado y haber partido ya cuando ellos lleguen. Muy bien, Tasha. Si tú puedes calcular el emplazamiento de la Enterprise cuando la señal le llegue, nosotros enviaremos tu mensaje por una frecuencia que no sea de la Flota Estelar. Los canales de comunicaciones de Nalavia no están bloqueados.
—Data puede calcularlo —dijo Yar—. Yo no.
—Podrías preguntárselo a Sdan.
—¿Darle información reservada sobre la ruta de una nave de la Flota Estelar? Vamos, Dare.
Él sonrió.
—¡Yo soy bueno, pero no tanto! Ni siquiera El Paladín de Plata podría apoderarse de una nave estelar clase «Galaxia» utilizando sólo nueve personas y cuatro naves, la mejor de las cuales puede conseguir un factor hiperespacial 3,7 cuando tiene un buen día. Además, la Enterprise es una nave que llama demasiado la atención como para que sirva a mis propósitos.
«No si te llevaras el puente de batalla y abandonaras el platillo», pensó Yar sin poder evitar su instinto de soldado. Pero después de haberse mantenido tan cuidadosamente alejado de la Flota Estelar durante todos estos años, ella dudaba de que fuera a poner a los perros tras su pista con un movimiento tan temerario. Además, si lo que él acababa de decir era verdad…
—¿Nueve personas? ¿Sólo hay nueve de vosotros?
Ella había supuesto que tenía un ejército de varios centenares, por todo lo que en teoría habían llevado a cabo.
—Si los nativos no están dispuestos a hacerse cargo de su propia lucha, yo no acepto el trabajo —respondió él—. Lo que yo les proporciono es liderazgo, planificación, tecnología y técnica.
—¿Algún otro miembro de la banda a recibido entrenamiento de la Flota Estelar?
—Barb…, pero dejó la academia después de dos años porque es una luchadora, no una estudiante. Ella es quien me hizo empezar en este negocio. Barb estaba por casualidad en un bar de Nornius Beta en el que unos ladrones pensaron que yo era un blanco fácil. Cuando los dejé colgados de las lámparas, me invitó a que me uniera a ella para rescatar a la víctima de un secuestro. Yo no tenía nada mejor que hacer… y el resto es historia.
—Dare… todo lo que yo he oído acerca de las obras de El Paladín de Plata es positivo. Si hubiera sabido que eras tú, habría seguido tus pasos con más atención…
—¿Para atraparme?
—Yo soy una oficial de la Flota Estelar, no una cazarrecompensas. No tengo orden de ir en persecución de criminales buscados. —Lo miró a los ojos—. ¿Me permitirás enviar un mensaje a la Enterprise si tu hombre puede calcular adonde enviarlo?
—Sí…, siempre y cuando yo controle lo que transmitas.
—No confías en que no vaya a decirles que tú estás aquí.
—Sería tu deber el hacerlo si tuvieras la oportunidad.
La conocía demasiado bien…, tal vez mejor que antes.
—En ese caso, te daré el plan de vuelo. Tú estuviste en la Flota Estelar el tiempo suficiente como para saber que es raro que una nave estelar permanezca dentro del curso trazado inicial durante más de unos pocos días. Podríamos enviar el mensaje al vacío.
—Pero tienes que intentarlo —dijo él—, lo entiendo. Te permitiré que lo hagas… con dos condiciones.
—No te mencionaré a ti —le aseguró ella—. ¿Cuál es la otra?
—Quiero tu palabra de que no volverás a intentar escaparte.
—Dare…
—Nalavia no podrá darle largas a tu androide durante mucho tiempo más. Una vez que sepa que has desaparecido, esa cosa vendrá en tu busca. Si encuentra este lugar…
—Y lo encontrará.
—… le permitiremos que entre.
—No atraparéis a Data con la misma facilidad con que me atrapasteis a mí si trata de escapar. Él tiene algunos sensores electrónicos incorporados; no podéis arrebatárselo todo con el tricórder.
—Es una información útil —dijo Dare—. Gracias. Ahora, quiero tu palabra. Tasha, te lo prometo, si lo que veas aquí no te convence de que es Rikan y no Nalavia quien representa lo bueno para Treva, te dejaremos marchar.
—No es asunto de la Flota Estelar el decidir quién tiene razón o quien está equivocado en Treva. La Primera Directriz…
—… dejó de ser aplicable cuando Nalavia llamó para pedir ayuda. Aunque la Flota Estelar puede negarse a proporcionársela.
—Dejando libre el campo para que tú ayudes a Rikan.
—Sí —reconoció él, de cuya voz había desaparecido el cinismo—. Rikan representa lo que es mejor para Treva. Tú podrías decirme que no tengo ningún derecho a juzgar, pero eso es lo que Nalavia está pidiéndoos a vosotros que hagáis. Por favor, prométeme que te quedarás el tiempo suficiente para comparar a la gente de Rikan con la de Nalavia.
Él parecía tan franco y honrado en ese momento que ella casi olvidó los crímenes por los que había sido condenado. Como prisionera de él, difícilmente podría arrestarlo. Si hubiera escapado, también habría huido de ese deber. Cuanto más tiempo permaneciera con Dare, más posibilidades habría de que llegara un momento en el que se viera obligada a aprehenderlo.
No quería que eso sucediese. Cada vez que a través de la armadura captaba un atisbo del hombre al que una vez había amado, su temor a ese deber se hacía más fuerte.
Si le daba su palabra, tendría que cumplirla. Si no lo hacía, a él no le quedaría otra elección que la de volver a encerrarla. Si le daba su palabra le permitiría enviar un mensaje a la Enterprise. Su deber…
—Te doy mi palabra —dijo, al tiempo que insensibilizaba su corazón ante el dolor que sentía.
Dare sonrió…, una sonrisa muy pequeña y reposada, pero mostró por primera vez la hermosura que acechaba detrás de la severidad de las líneas de su rostro. Luego él se sacó del bolsillo la insignia-comunicador de Tasha.
—Continuará sin transmitir por los canales de la Flota Estelar, pero si decides trabajar con nosotros, lo ajustaremos a las frecuencias que utilizamos. Ahora vayamos a buscar a Sdan, y veamos si él puede calcular la posición de la Enterprise.
En la sala de estado mayor, Sdan había abierto uno de los armarios y dejado a la vista un terminal de computadora mucho más moderno que cualquier cosa que Yar hubiese visto en el palacio de Nalavia. Al igual que los de a bordo de las naves, no tenía botones ni interruptores sino que reaccionaba a la voz o al mero contacto.
Sdan podía afirmar que no era un especialista, pero sin duda conocía las matemáticas del espacio-tiempo, la forma de calcular las probabilidades del emplazamiento de una nave, y cómo establecer un punto de convergencia con el rayo de una radio subespacial que viajara a una velocidad constante.
La Enterprise controlaría por rutina todos los mensajes de todas las frecuencias de la Flota Estelar, pero la computadora pasaría por alto otras frecuencias a menos que hubiese algo insólito en un mensaje…, como por ejemplo, que fuera dirigido directamente hacia la nave.
Dare dejó a Sdan con sus cálculos y le enseñó a Yar con detalle toda la sala de estado mayor. Estaba toda computerizada, e incluía un esquema completo del castillo con la posición de cada persona dentro de él. La boca de Yar se contrajo al darse cuenta.
—Podíais seguir todos mis movimientos sin salir de esta sala.
—De hecho —dijo Dare—, Sdan controlaba las pantallas, Barb te seguía, Poeta estaba en el lado del precipicio, y yo me encaminé hacia la lanzadera por la ruta más corta… que habíamos tenido buen cuidado de no enseñarte antes. —Le señaló en el mapa que si ella hubiese regresado escaleras arriba, había allí un corredor que llevaba directamente al patio. Por el camino que había seguido, bajó hasta el nivel de las cocinas, luego subió por la rampa y llegó al patio bastante después que Dare, a pesar de que él se había puesto en camino un minuto más tarde que ella. De pronto, Yar advirtió otra cosa.
—¡Olvidé preguntarte si te había hecho mucho daño!
—Hiciste exactamente lo que tenías intención de hacer. Me desmayé…, pero Sdan se encontraba aquí para reanimarme, así que estaba en camino hacia la lanzadera antes de lo que tú esperabas.
—¿Tomaste un estimulante? ¿Después de un golpe en la cabeza? Dare…
—No. Sólo un analgésico. No es nada, Tasha…, los gajes de nuestra profesión.
Ella consiguió morderse la lengua antes de que se le escapara la respuesta automática de que ya no estaban en la misma profesión.
Volvieron a reunirse con Rikan para tomar un almuerzo ligero tras el cual, Aurora llevó a Yar de vuelta a la sala de estado mayor. Allí le mostró lo que sabían de las actividades de Nalavia, la posición de su ejército, sus sistemas de armamento y tácticas de despliegue.
Sdan estaba de vuelta ante su consola, calculando probabilidades e imprecando en voz baja cuando no obtenía lo que él quería.
Las dos mujeres trabajaban ante una de las pantallas grandes; Yar se sentía fascinada, apreciaba las habilidades de Aurora y olvidó por el momento que esta mujer había aparentemente ocupado el lugar de ella junto a Dare. «Ya no es mi lugar —se recordó a sí misma cuando el pensamiento le pasó por la cabeza—. Yo abandoné el terreno hace años». Atrapada en la estrategia como si fuera un juego, Yar sugirió posiciones para las tropas que Rikan pudiera reunir, si querían tomar el palacio de Nalavia.
—Apodérate de la reina —dijo Aurora—, y el juego habrá terminado.
—Así es en apariencia —asintió Yar—. Nalavia parece ser una operación de una sola persona. Es tanto la tirana de la clase más peligrosa, como la más vulnerable.
—Tienes razón —afirmó Aurora—. No ha creado en su gente ningún interés para que quieran mantenerla a ella en el poder, sino sólo en las cosas en las que están asociados con ella. El consejo, sin embargo, es otro asunto.
—No son tan importantes —comentó Yar—. Se trata de una estrategia muy antigua, pero siempre funciona. Ellos votan lo que Nalavia quiere, y ella les proporciona riquezas y poder.
—La gente como ésa no tiene ninguna lealtad verdadera —dijo Aurora—. Hemos considerado la posibilidad de infiltrarnos de alguna forma en el consejo, persuadir a un consejero de que él tendría que ser el presidente, o al menos no fiarse de la actual.
—Buena idea pero ¿cómo lo llevaréis a la práctica? —preguntó Yar.
—No resulta fácil en una sociedad tan cerrada como ésta. Traté de representar el papel de comerciante independiente adinerada y aplicar un poco de discreto coqueteo. Por desgracia, como ésa es la moneda de comercio propia de Nalavia, me limitó tanto que me fue imposible el comerciar con provecho en Treva. Tuve que retirarme con el fin de mantener intacta mi cobertura.
Yar frunció el entrecejo.
—¿Dare te dejó…?
—Oh, no era nada particularmente peligroso. Pero se niega a hacer lo que de verdad funcionaría.
—¿Y qué es? —inquirió Yar.
—Que entre en escena él mismo. Puede ser increíblemente seductor cuando… —Se interrumpió. Luego—: Por supuesto, ya lo sabes —dijo en voz baja—. Pero no quiere utilizar ese poder, por cínico que pueda ser en todo lo demás.
—Aurora —dijo Yar—, ¿estás diciéndome que tú le sugeriste a Dare…?
—Que él entrara en escena bajo una tapadera y, por decirlo así, utilizara sus encantos con Nalavia y las dos mujeres más poderosos del consejo… y que luego dejara que se enterasen las unas de lo sucedido con las otras, después de que Dare estuviese a salvo fuera del planeta, por supuesto. ¡Considerando el tipo de persona que es Nalavia, la pelea de gatas se habría escuchado desde la mismísima Tierra! Dividir y reinar entre los aliados de Nalavia, y hacer que la señora presidente quedara más que en ridículo. Pero ya conoces a Dare.
«¿Lo conozco? ¿Conozco cómo es a estas alturas?»
Yar miró a Aurora de hito en hito.
—No lo entiendo. ¿Cómo pudiste sugerir algo semejante cuando tú y Dare…?
—¿Dare y yo? —Aurora se echó a reír—. Oh, no, Tasha… ¡Yo no puedo con los tipos melancólicos y caprichosos! Quiero a Dare como amigo y colega, pero su idea del amor romántico es demasiado solemne para mí. Cualquier día de estos le echaré mano a Poeta…, él sabe cómo hacerme reír y disfrutar.
—Oh —dijo Yar al tiempo que intentaba ocultar su sorpresa. Sus recuerdos del amor de Darryl Adin eran plenos de regocijo y risas.
Finalmente, Sdan informó:
—Si la Enterprise ha permanecido en el rumbo que nos ha dado, debería estar llegando a su destino justo cuando un mensaje enviado dentro de treinta y siete minutos intercepte su paso. ¿Durante cuánto tiempo estarán en órbita alrededor de Brentis VI?
—Es probable que un día, al menos.
—En ese caso, sugiero que grabemos su mensaje ahora y lo transmitamos cada dos horas durante el próximo día.
—Nalavia interceptará la transmisión —les recordó Aurora.
—Sin mi tricórder —comentó Yar—, no puedo codificarlo.
—Eso carecería de importancia —repuso Sdan—. Codificado o no, un mensaje enviado por subespacio desde aquí significa que aquí es donde usted tiene que estar.
—A pesar de eso, si pudiera codificarlo de alguna manera, Nalavia no sabría con exactitud qué envío. —Pensó durante un momento y de pronto recordó algo que podía utilizar—. Sdan… ¿puede hacer que la computadora traduzca el mensaje a código binario?
—Bueno… claro, pero eso es bastante fácil de leer con cualquier computadora.
—Si uno sabe de qué se trata. El capitán Picard y el primer oficial Riker lo reconocerán de inmediato…, recientemente tuvieron una razón para aprender de una forma muy memorable cómo suena.
—Bueno —dijo Sdan—. Lo enviaremos a máxima velocidad. Es probable que Nalavia nunca haya oído nada así. Podemos esperar que sus expertos en cifrado tarden un tiempo en averiguar qué es.
Así pues, Yar compuso el mensaje: «Llegamos a Treva. Informes de Nalavia no fiables. Frecuencias subespaciales estándar bloqueadas. Valorando situación. Seguirán más informes. Yar».
—¿No vas a pedir ayuda? —preguntó Aurora.
—Uno no desvía una nave estelar a menos que tenga la total seguridad de que es necesario —respondió Yar—. Posiblemente Data y yo podamos arreglar las cosas aquí y reunimos con la Enterprise según el plan original.
—Para ser una oficial de la Flota Estelar con experiencia —comentó Aurora—, eres inopinadamente optimista.
Pero Yar vio comprensión en los ojos de la mujer y advirtió, ruborizada, que en el fondo ella abrigaba la esperanza de que pudieran de verdad resolver las cosas en el planeta y permitir que Dare escapase.
Antes de la cena, Aurora llevó a Tasha a sus habitaciones y le prestó ropa. Al igual que los hombres, Aurora llevaba prendas holgadas; como era más alta que Yar, a ésta todo le quedaba demasiado grande. No obstante, con unos pliegues y un cinturón, Yar comenzó a parecerse menos a una niña con la ropa de su madre y más a una turbadora mujer.
Pero cuando ella acudió a la cena con el vestido dorado y vio la admiración en los ojos de Dare, sintió un peligroso hormigueo en su interior. «No debo permitir que los sentimientos afecten mi juicio —se recordó a sí misma—. Continuó siendo la prisionera de Dare, aunque yo haya prometido no escapar».
La cena fue excelente y la conversación fascinante; después Dare y Yar se reunieron con Rikan en uno de los salones. Sólo para que las alarmas se pusieran a sonar casi de inmediato.
Dare pulsó su comunicador.
—¿Qué sucede?
—Se aproxima una aeronave sin señal de reconocimiento —replicó la voz de Barb—. Ha superado las defensas exteriores sin dispararlas.
—Data —dijo Yar—. Tiene que ser él.
Dare le dedicó una sonrisa lobuna y luego volvió a hablar por el comunicador.
—Es el androide. Apagad la vigilancia electrónica y seguid la táctica que comentamos esta tarde.
—¡Bien!
—¿Qué estáis haciendo? —preguntó Yar mientras Dare se volvía a mirar hacia el fuego como si no tuviera una sola preocupación en el mundo.
—Tu androide se vale de aparatos electrónicos, así que vamos a atraparlo con métodos que no implican electrónica.
Y Yar no pudo hacer nada más que esperar, sabiendo que Data no esperaría encontrar trampas no electrónicas y esperando que su fuerza y rapidez le permitieran eludirlas.
Pero la gente de Dare era demasiado buena; en menos de media hora condujeron al androide al salón. Y cuando Yar procuró suavizar la tensión haciendo las presentaciones, ¡su a veces increíblemente ingenuo colega avanzó e intentó arrestar a su captor!
Los ojos de Yar fueron de la manchada silueta de Data a la oscura sombra de Darryl Adin. La habitación estaba en penumbra, así que podía apreciarse la oscilante luz de las llamas. A pesar de la tierra con que estaba embadurnado el pálido rostro de Data, resultaba aún lo bastante claro para que Yar pudiera ver el ceño fruncido de perplejidad que apareció en él.
Tuvo que volverse para mirar a Dare, a pesar de que primero había oído su ahogado intento de evitar una carcajada. Para el momento en que ella pudo ver su silueta, él había perdido la batalla y reía abiertamente… el primer estallido de humor genuino que le veía desde su llegada. Le llevó varios segundos recuperar el control. Luego se acercó a Data y caminó en torno a él, sonriendo aún mientras examinaba al androide con la mirada.
Al mismo tiempo, Rikan hizo algo con el posabrazos de su asiento y las luces aumentaron de intensidad con lentitud.
Yar quería salir en defensa de Data, pero la situación ya era lo bastante tensa. Por desgracia, el androide estaba acostumbrado a que lo trataran, en los primeros encuentros, como a una pieza fascinante de ingeniería; permaneció inmóvil, permitiendo que lo sometieran a un estricto examen. Detrás de él, Sdan, Barb y dos de los hombres de Rikan mantenían sus armas apuntadas hacia él. Data hacía caso omiso de ellos.
Dare completó su atenta inspección. Data le devolvió una mirada tranquila, y esperó guiándose por la actitud de Yar. Ella estaba sorprendida de su propia calma. Quizá se debía a que después de las violentas oscilaciones emocionales del día, su sistema nervioso no podía llegar otra vez al nivel de alerta roja.
Dare habló finalmente, pero le dirigió la palabra a Yar, no a Data.
—¿Eso ha sido valentía o mera programación?
—Ha sido temeridad —contestó ella—. Se supone que ése es mi territorio, Data. ¿Con qué frecuencia tengo que recordarle que no es usted indestructible?
—Ni invencible —repuso él con genuina desazón—. He venido a rescatarla, teniente, pero como puede ver… —Inclinó la cabeza hacia un lado, lo cual era su equivalente de un encogimiento de hombros, y le dedicó una pequeña sonrisa de autodesaprobación.
Dare miró fijamente a Data.
—Usted es de verdad más que una máquina —dijo.
—Sí, señor. Una parte de mi estructura es orgánica.
—No, no me refiero a la parte física. Tasha, tú me dijiste que tu colega tenía personalidad… pero no me esperaba que tuviese sentido del humor.
Yar vio que los ojos de Data se abrían de par en par. Dare no podía saber lo que para el androide significaba esa valoración por parte de un extraño.
Dare se volvió a mirar a Data.
—Déme su palabra como oficial de la Flota Estelar de que no intentará escapar… ni volver a arrestarme… y le diré a esta gente que se marche. Tienen cosas mejores que hacer que custodiarlo a usted durante toda la noche.
—¿Tasha?
—Dare tiene mi palabra… hasta que yo disponga de toda la información que él y Rikan puedan proporcionarme. Ellos conocen la otra versión de lo que está sucediendo aquí, Data. Creo que deberíamos escucharlos, comparar sus pruebas con lo que Nalavia nos ha contado y con lo que nosotros mismos hemos descubierto, y luego decidir qué hacer.
—Condicionalmente, entonces —asintió Data—. Tiene mi palabra de que no haré ningún intento de escapar mientras aún estemos investigando. —No dijo nada respecto a no arrestar a Dare, y Yar supo que la omisión no había pasado inadvertida. Más tarde tendría que decirle a Data que ella tampoco había hecho esa promesa.
Al menos ella era lo bastante prudente como para no decirlo de la forma directa en que lo había hecho Data, indefenso y llevado a punta de arma. ¿Y por qué él…?
Por Rikan, por supuesto. Ahora, el señor de la guerra sabía quién era el hombre al que había contratado… pero aquí, fuera del espacio de la Federación, la reputación que Dare se había ganado como El Paladín de Plata contrapesaba con mucho cualquier razón que le hubiese hecho abandonar la Federación. Probablemente, Data no entendería que para un mundo que intentaba derrocar a una tirana despiadada, un criminal igualmente despiadado —siempre y cuando tuviera la reputación que poseía «Adrián Dareau»—, podía ser precisamente el mercenario que necesitaban.
No obstante, el que Data pensara que Rikan tenía que saberlo sugería que el androide había descubierto algo después de que a ella se la llevaran del palacio…, algo que lo hacía confiar en el señor de la guerra. Interesante.
—Muy bien —estaba diciendo Dare—. Acepto su palabra… condicionalmente. ¿Se unirá entonces a nosotros? ¿O tal vez prefiere asearse primero?
Con la luz más potente ahora, Data se asemejaba más a la imagen del desastre, con diferentes clases de barro en la piel y el uniforme, hojas y ramitas en el pelo. Resultaba obvio que había pasado un rato entretenido para llegar hasta allí. Data se miró el uniforme sucio y luego dirigió los ojos a los muebles tapizados en seda.
—Creo que antes debería asearme. Hay muchísimas cosas que contar.
Rikan tomó la palabra.
—Trell, dale una habitación a este hombre y consíguele algo de vestir. —Luego se dirigió a Data—. Por favor, regrese tan pronto le sea posible. Estamos juntando nuestra información para demostrar que Nalavia no les ha contado la verdad.
—Eso ya lo sabíamos —dijo Data—. Tasha, hay todavía más. Me daré prisa porque es muy importante.
Yar permaneció acurrucada en el canapé, sintiéndose muy fuera de lugar sin uniforme. Data había continuado de forma constante con sus deberes mientras que ella…
¿Por qué tenía que sentirse culpable? En realidad, también ella había continuado con sus deberes, poniéndose en una posición favorable para enterarse de todos los planes de Rikan. Había enviado un informe a la Enterprise. La verdad es que no había sido un mal día de trabajo.
Data se reunió con ellos, limpio y vestido con unos pantalones que se le abolsaban al llegar a las botas, y luciendo una de las camisas holgadas que llevaban los hombres de Dare sujeta mediante un cinturón en torno a su esbelta cintura. Tenía el mismo aspecto que si hubiera vuelto a lanzarse a su afición por las actuaciones teatrales… ¡lo único que le faltaba era el pañuelo en la cabeza, el parche en el ojo y el aro de oro en la oreja!
Por suerte la telepatía no formaba parte de la programación de Data. Se sentó y aceptó la copa de vino ofrecida por Rikan, el cual no parecía en lo más mínimo inquieto por ser el anfitrión de un androide. Yar reconoció que tenía ante sí a la verdadera noblesse oblige en acción, una antigua y esmerada cortesía que raras veces se veía en la galaxia en esta época.
Al igual que Rikan era siempre Rikan, Data fue él mismo, oliendo, luego probando el vino y comentando:
—Excelente cosecha… envejecida en madera, decantada…
—¡Data! —lo interrumpió Yar—. Usted tiene información importante para nosotros.
—Sí —contestó él, al tiempo que dejaba la copa sobre la mesa y entraba en materia.
—Un momento —dijo Rikan—. Yo no conozco sus necesidades, señor Data. ¿Necesita usted comida u otras substancias?
—No, gracias, señor. Hoy ya he tomado la nutrición adecuada. Y la teniente Yar tiene razón al decir que tengo información que comunicarles. —Frunció el entrecejo—. Tasha, ¿podemos hablar con entera libertad en este lugar?
—Esta gente está trabajando para derrocar a Nalavia, pero afirman no ser responsables de los ataques terroristas contra el pueblo.
—No lo son —declaró Data—. He copiado todos los datos de la computadora de Nalavia, incluidos los archivos militares. Todos los ataques fueron llevados a cabo por el propio ejército de ella, para desacreditar a Rikan.
Dare pareció aturdido, y luego satisfecho.
—¡Data, a pesar de su infortunada presentación, creo que muy pronto llegará usted a caerme bien! ¿Qué más ha descubierto?
—Muchísimo. De particular significado para nuestra presente situación es el hecho de que el término que Nalavia emplea para designar a sus visitantes de la Flota Estelar es… rehenes. Demostró una considerable agitación cuando se descubrió qué Tasha había desaparecido, y supongo que a estas alturas también sabe que yo ya no me encuentro en el palacio.
—Rehenes —meditó Yar—. Así que ése era su plan: si no podía manipularnos para que consiguiéramos que la Flota Estelar hiciese lo que ella quería, iba a intentar obligarlos amenazándonos a nosotros.
—Eso no serviría —dijo Data.
—Ella no lo sabe —observó Dare—. Desde aquí la Federación parece inofensiva.
Con su característica entonación de media pregunta, Data dijo:
—Es cierto. ¿Piensa usted que Nalavia es inofensiva?
—No, no lo creo —contestó Dare.
—Ha demostrado ser muy hábil —intervino Rikan—. Sus esfuerzos, sin embargo, han estado más dirigidos a afianzar su poder que a beneficiar al pueblo de Treva.
—¿Está usted enterado de cómo ha conseguido eso? —le preguntó Data al señor de la guerra.
—Procura que la gente se vuelva apática —respondió él—. Yo no lo entiendo… debería haber algunos que reconozcan lo que ella está haciendo. Sin embargo, sólo fuera de las ciudades se han producido rebeliones contra ella.
—Supongo que en el campo las principales fuentes de agua potable no reciben tratamiento.
—Son pozos y arroyos en su mayoría. ¿Está sugiriendo que Nalavia droga los suministros de agua de las ciudades? —dedujo Rikan por su cuenta.
—No es una sugerencia. Es un hecho.
Dare frunció el ceño.
—La gente no actúa como si estuviera drogada —dijo—. Toman drogas en su tiempo libre, pero yo no he visto indicios que demuestren un descenso de la producción, un incremento del índice de accidentes laborales…, nada que denote que los trabajadores padecen dependencia de algún producto químico.
—No se trata de ese tipo de droga —dijo Data—. Nalavia está utilizando un compuesto químico que abre la mente de las personas a la sugestión hipnótica. Luego utiliza las emisiones de vídeo para… programarlas. La droga también suprime las emociones negativas fuertes. No disminuye la capacidad de juicio ni la coordinación; de hecho hace que la gente sea más eficiente en su trabajo porque no se ven distraídas por el enojo, el miedo o la tristeza.
—Oh, cielos —murmuró Yar.
Data la miró con un leve ceño fruncido que le dijo que estaba grabando una respuesta que no comprendía para su posterior análisis.
Data prosiguió.
—Las drogas son vendidas pero bajo estricto control gubernamental. Parecen ser utilizadas para proporcionar un substituto de las emociones suprimidas.
—Sí —dijo Yar—. Es muy fácil recurrir a la felicidad química cuando en tu vida no la hay de ninguna otra clase.
Rikan estaba ahora sentado con la espalda muy erguida.
—¿Pero cómo luchamos contra eso? —preguntó—. ¿Cómo lo detenemos? Data, usted nos ha revelado el secreto de Nalavia, por lo que le doy las gracias de corazón. Ahora, ¿cómo podemos detener a Nalavia?
Dare enseñó los dientes mostrando su sonrisa lobuna.
—¡Lo único que tenemos que hacer —dijo—, es substituir el supresor de emociones de Nalavia por algo inocuo! Una vez que los organismos de todos lo hayan eliminado…
Data miraba fijamente a la nada, asintiendo con lentitud y sonriendo levemente mientras accedía a la información necesaria.
—… sufrirán un repentino escape emocional. Todo lo que tendrían que haber sentido durante el tiempo en que sus emociones se vieron suprimidas, los colmará de golpe.
—¡Y entonces —declaró Rikan con firmeza—, es cuando nosotros atacaremos!