2
La teniente de la Flota Estelar, Tasha Yar, jefa de Seguridad de la Enterprise, fue transportada a bordo del planeta Minos experimentando una sensación de profundo alivio. Durante un tiempo, mientras los perseguía de forma implacable un ingenio militar descontrolado, había temido que ella y la gente que estaba bajo su responsabilidad perecerían todos… pero, una vez más, la cooperación de los miembros de un grupo de expedición los había sacado del apuro.
De todos modos, una vez que hubo elaborado su informe y acabó su turno de trabajo, Yar se encontró nerviosa e incapaz de relajarse.
Lo intentó con un libro grabado y música suave, abrigando la esperanza de quedarse dormida…
El timbre de la puerta sonó.
—Adelante —dijo Yar.
Se trataba, cosa nada sorprendente, de su íntima amiga, la consejera de la nave, Deanna Troi.
—Está usted trastornada, Tasha —dijo Troi sin preámbulos.
—¿Ha venido aquí como mi amiga o como mi consejera? —preguntó Yar con cautela.
—Ambas cosas —replicó Troi esbozando una sonrisa serena—. O ninguna de las dos, si desea que me marche.
—No, no…, si estoy emitiendo emociones, supongo que necesito ayuda para enfrentarme a ellas —admitió Yar.
—Y usted detesta pedir ayuda —respondió su amiga con dulzura—. ¿Por qué no hablamos, simplemente? Es probable que en realidad no necesite de mis capacidades.
Yar estudió a su hermosa amiga. Troi, que también estaba fuera de servicio, llevaba puesta una túnica azul clara, verde y violeta, y sus cabellos estaban sueltos en una cascada de bucles. Le conferían un aspecto más joven que el habitual y severo peinado recogido, al igual que el hecho de que la ancha túnica ocultaba su voluptuosa figura, cosa que no hacía su ajustado uniforme.
Yar se dio cuenta de que también Troi reparaba en la vestimenta de ella: un pijama azul liso, chaqueta, pantalón, una bata corta sin adornos de un azul más oscuro.
Oh, maldición.
Al ver que la sonrisa de Troi volvía a aflorar a sus labios, Yar dijo:
—No se ponga tan vanidosa. Sí, ya veo lo que he hecho. Estoy ocultando otra vez mi femineidad, y usted no piensa que eso sea normal, dado que tengo que llevar siempre un uniforme unisex cuando estoy de servicio.
—Tasha, el término «normal» carece de sentido, como usted muy bien sabe. El llevar ropa de dormir sin adornos no es algo que deba preocupar. Sin embargo, el ser incapaz de dormir sí que lo es, en especial después del día que ha pasado.
—Tal vez estoy demasiado cansada.
—Tal vez. O tal vez el hallarse indefensa en el planeta despertó sus peores recuerdos. Ésos que usted intenta mantener ocultos incluso ante sí misma.
¿Se trataba de eso? ¿Tenía miedo de dormir por si volvían a aflorar sus antiguas pesadillas sobre las bandas? Ya lo habían hecho una vez durante esta misión, cuando casi presenció la muerte de Wesley Crusher, que tenía la misma edad que había tenido Yar cuando la rescató la Flota Estelar.
—Sé que detesto perder el control de las situaciones —le dijo a Deanna—. El capitán y la doctora Crusher se encontraban en apuros, y nosotros ni siquiera podíamos encontrarlos. —Notó la tensión de su propia voz, no podía evitarla—. Y esa…, ese ingenio continuaba apareciendo, más fuerte y más rápido cada vez…, yo no podía detenerlo.
—Habla usted como si fuera sólo responsabilidad suya, Tasha. Will Riker estaba al mando del grupo de expedición, y Data era…
—¡La seguridad es mi trabajo! Yo estaba allí para protegerlos a ellos, no al revés. Si no puedo confiar en mí misma…
Troi se limitó a permanecer sentada y en silencio.
Yar se puso de pie y comenzó a pasearse.
—Y volvemos a lo mismo. No puedo confiar en nadie excepto en mí misma. —Sacudió la cabeza—. Pero lo hago, y cada día. Delego responsabilidades. Confío en que los otros miembros de un grupo de expedición me cubran las espaldas como yo les cubro las suyas.
—Sí, lo hace. Por hábito, por práctica. Pero ¿es posible que en su interior persista aún el miedo de que uno de ellos le falle?
—Son humanos. Excepto Data, por supuesto.
—Es interesante que mencione usted a Data —dijo Troi, con un tono que la invitaba a continuar.
—¡Olvídelo! —le espetó Yar—. Eso es un territorio privado que no comento ni siquiera con usted. No tiene nada que ver con mis actuales preocupaciones.
—¿Está segura? —inquirió Troi.
—Del todo.
—¿A pesar de que Data es todo lo que usted desearía ser?
—¿Qué? —preguntó Tasha, completamente perpleja. Había pensado que se refería a la vez que ella había seducido al androide… cosa que, dado que había sucedido en la intimidad del camarote de ella, y puesto que Data había mantenido de forma tan escrupulosa como ella la instrucción que le dio de que «esto nunca ha pasado», era por todos ignorado. Ni siquiera la consejera de la nave lo sabía. «Oh, maldición. Acabo de decirle, por la forma en que he reaccionado, que hay algo sin resolver entre Data y yo».
Pero Troi estaba siguiendo una línea diferente de pensamientos.
—Tasha, usted se ha recuperado con un éxito increíble de los terribles traumas de su infancia. No es nada extraño que tenga problemas para confiar en otras personas, que espere demasiado de sí misma. ¿Envidia a Data su fuerza, su rapidez, sus conocimientos?
—¿No se los envidia todo el mundo? —preguntó Yar—. Si no estuviera programado para ser humilde, sería tan molesto como un grano en el…
—No está programado para ser humilde, Tasha —dijo Troi—. Data nos envidia a nosotros.
—Eso es ridículo. Él tiene todo lo que tenemos todos los seres humanos, incluso más. ¿Qué podría envidiarnos?
—No estoy revelando una confidencia, porque él lo ha dicho abiertamente. Usted lo ha oído: él desearía ser humano.
Yar frunció el entrecejo. Nunca había pensado mucho en ese reprensible anhelo de su colega androide.
—¿Acude Data a usted en busca de consejo?
—Es un miembro de la tripulación. Tiene los mismos derechos que el resto de ustedes.
—Pero él es una máquina —protestó Yar—. Realmente no puede tener… ¿sentimientos?
—Puede y los tiene. Repase el historial de su examen de entrada en la academia de la Flota Estelar. No había problema respecto de su inteligencia, por supuesto, ni de su vigor, pero uno de los requerimientos de entrada es que uno sea un ser sensible, no sólo sapiente, sino sensible, Tasha. Con conciencia de identidad. Eso implica sentimientos. Las computadoras y los robots no son admitidos en la academia de la Flota Estelar. Data lo fue.
«¿Está captando ahora algún sentimiento de culpa en mí? —se preguntó Yar—. Esto significa que le hice daño… por lo menos lo dejé confuso. Y ha pasado ya tanto tiempo… ¿Cómo le pido disculpas?»
Los grandes ojos oscuros de Troi estudiaron a Yar.
—Esta noche dormirá sin problemas, según creo.
—¿De verdad? —preguntó Yar, sorprendida—. ¿Por qué? Sólo he descubierto otro problema.
—Sí…, pero tiene que ver con otra persona, no con usted misma. Y a usted se le da bien ocuparse de los demás, Tasha. Sus problemas aparecen cuando exige demasiado de sí misma. Ahora le daré las buenas noches. Pero antes, una cosa más.
—¿Sí?
—Hable con Data. —Antes de que Yar pudiese protestar por la aparente invasión de su intimidad, Troi continuó—. Será bueno para los dos. Tasha, usted quiere ser la mujer de hierro, capaz de derrotar a todos sus enemigos con cualquier arma o con las manos desnudas, con todos los conocimientos pertinentes al alcance de su mano. Data tiene la fuerza física y los amplios conocimientos que usted le envidia, y sin embargo él renunciaría a todo eso con tal de ser humano. Hable con él; creo que aprenderán muchísimo el uno del otro.
—¿Es una prescripción, consejera?
—Es una sugerencia, amiga mía.
Y después de que Troi se hubo marchado, Yar descubrió —a la mañana siguiente, cuando sonó su despertador— que en verdad había dormido bien, sin que la perturbaran sueños inquietantes.
El teniente Data estaba en su puesto habitual del puente cuando llegó el mensaje de Treva. De forma instantánea, accedió a toda la información que había disponible sobre el planeta: clase M, cultura humanoide de origen indeterminado, nivel tecnológico comparable al preatómico de mediados del siglo veinte de la Tierra, y no conocían el viaje intergaláctico pero mantenían comercio con culturas no pertenecientes a la Federación antes de entrar en contacto con ésta. Petición preliminar de ingreso en la Federación presentada ante el Consejo de la Federación alrededor de quince años estándar antes. El informe de un equipo de reconocimiento de la Flota Estelar había aprobado una investigación a plena escala que podría desembocar en un eventual ingreso, previa aprobación de los ciudadanos. Pero Treva nunca había cursado la solicitud formal para que se llevara a cabo dicha investigación, por lo que el ingreso en la Federación continuaba en suspenso.
Para su decepción, el capitán Jean-Luc Picard no le había pedido información sobre Treva. La frustración era una experiencia humana con la que el androide estaba excesivamente familiarizado: diseñado para operar como un sistema perfecto para almacenar información, una y otra vez se le negaba la oportunidad de ejercer plenamente esa función. En cambio, el capitán había hecho proyectar el mensaje en la pantalla. Mostraba a una mujer que se identificó como Nalavia, presidente de Treva. Tras realizar una comprobación, Data verificó la identidad durante su discurso.
No tuvo ningún problema para registrar lo que ella estaba diciendo al tiempo que estudiaba la imagen con la intención de preguntarle al comandante Riker, en algún momento posterior, si pensaba que la mujer era hermosa. Para Data, todos los humanos —todos los seres vivos— eran hermosos, cada uno de una forma diferente. Sólo últimamente se había sentido intrigado por las pautas de la belleza, tras descubrir que mientras existía un acuerdo casi universal acerca de las vistas marinas, las puestas de sol o los campos de estrellas, había una amplia variedad de opiniones sobre qué constituía la belleza en los seres sapientes. Al darse cuenta de que era vano el comparar las preferencias estéticas de humanos, vulcanianos, klingons o andorianos, de momento estaba intentando comprender la belleza en la forma humana…, a imagen de la cual él mismo había sido creado.
Data no reconocía nada en Nalavia que hiciese que los humanos la consideraran no hermosa. Aunque la estatura resultaba imposible de determinar en la pantalla, podía ver que no era ni delgada ni gorda, y que su cuerpo era proporcionado dentro de la escala generalmente considerada agradable. No tenía cicatrices, no era bizca, no se veían arrugas en su frente que pudieran desmerecerla, ni parecía tener esa edad después de la cual, por razones que Data no conseguía entender, los varones humanos determinaban que a las mujeres debía concedérseles respeto intelectual en lugar de admiración física.
Juzgando por todos los criterios conocidos, Data habría dicho que Nalavia era hermosa, aunque había descubierto que los humanos percibían cosas que él no percibía, y se contradecían unos a otros e incluso a sí mismos con tanta frecuencia que todavía no había podido descubrir qué factores definían la belleza de forma incuestionable.
La mujer de la pantalla tenía cabello negro y piel pálida. Su rasgo más distinguible era un par de grandes ojos almendrados de un extraño color verde… pero, por otra parte, Data no podía estar seguro de que lo extraño de ese color no fuera resultado de la transmisión. Había visto antes ojos verdes en los seres humanos, y no podía identificar qué hacía que este verde en particular pareciese… innatural.
Tras decidirse a consultar más tarde a Riker, Data centró su atención en lo que estaba diciendo la mujer.
—El planeta Treva espera que surjan graves problemas políticos. El gobierno democrático legítimamente electo se ve amenazado por señores de la guerra que buscan destruir el gobierno del pueblo y reimplantar la antigua ley de la espada. Han matado a tres miembros del consejo legislativo, y nos amenazan a todos nosotros. Como presidente de Treva, solicito ayuda militar de la Federación de Planetas Unidos. El consejo legislativo desea el ingreso como miembros de la Federación…, pero nuestros esfuerzos se encuentran impedidos por este ataque. En nombre del gobierno legítimamente electo de Treva, solicito que envíen una nave estelar para sofocar esta insurrección a fin de que Treva pueda ocupar su lugar dentro de la Federación.
—Fin del mensaje —informó Data.
—Resulta obvio que en Treva tienen muy poca idea dé qué es la Federación —dijo el capitán Picard—. Teniente Yar, envíele un mensaje a la presidente Nalavia, acusando recibo de la solicitud e informándole que ha sido enviada tanto al alto mando de la Flota Estelar como al Consejo de la Federación. Luego, hágalo así.
—Sí, capitán —repuso la jefa de seguridad con su eficiencia habitual, y Data leyó el mensaje saliente pero sin prestar toda su atención, como lo hacía con todos los datos generados en el puente de la Enterprise. Su interés, sin embargo, estaba centrado en la reacción del capitán.
Data se volvió para poder ver a su oficial superior que, como de costumbre, había avanzado desde el centro de mando para ver el mensaje en la pantalla. Era uno de esos comportamientos humanos que él había advertido y que no llegaba a entender: el capitán no tenía ningún problema de vista ni de oído, y el acercarse a la pantalla no le revestía de ninguna dignidad. Y Nalavia no llegaría a verlo; recibiría un mensaje de audio de Tasha Yar.
Pero el androide no meditó ahora sobre el hábito del capitán; simplemente se acercó a Picard a fin de preguntarle:
—¿Enviará la Federación ayuda a Treva?
—¿Lo haría usted, teniente? —respondió Picard. El uso de la graduación en lugar del nombre le indicó que el capitán veía esto como una experiencia de aprendizaje para él. El repentino cambio de oficial al mando a maestro podía estar dirigido a cualquiera de los del puente, desde Will Riker a Wesley Crusher. A Data nunca le importaba, aunque sabía que en ocasiones a algunos de los otros les molestaba.
Le llevó menos tiempo del que necesitó para ladear la cabeza el darse cuenta de que:
—La información que hay es insuficiente como para basar en ella una decisión semejante.
—Y por la información de que disponemos, ¿qué piensa usted que sucederá? —propuso el capitán.
—No puede hacerse caso omiso de una solicitud de ayuda. El Consejo querrá más información, y la Flota Estelar enviará a alguien para que investigue. Dado que la Enterprise es la nave estelar más cercana a Treva, deberíamos estar preparados para desviarnos de nuestra misión actual. Sin embargo —agregó—, nuestra misión es la de llevar una carga de trigo drogheniano a Brentis VI. El trigo drogheniano es resistente al moho fulgiano que destruyó sus cosechas durante dos años consecutivos, pero debe ser sembrado dentro de los próximos siete coma tres días. Tenemos previsto llegar dentro de cinco coma dos días. La desviación hacia Treva reducirá peligrosamente el tiempo disponible para la siembra de las semillas una vez que hayan llegado. La Enterprise no puede desviarse hasta después de haber dejado nuestra carga en Brentis VI.
—Correcto —dijo Picard en tono de aprobación—. No obstante… —prosiguió animándole a que continuara.
—… si lo que dice la presidente Nalavia es verdad —continuó Data—, estos «señores de la guerra» están asesinando a personas inocentes. Los registros de la Flota Estelar no dan información ninguna sobre la policía o el ejército propios de Treva; no sabemos por qué no pueden contener la insurrección sin la ayuda de la Federación.
Entonces, Picard se volvió hacia otro tripulante.
—Teniente Worf, ¿qué debería hacer la Flota Estelar?
—Enviar una nave en misión de exploración —repuso el oficial klingon—. Teniente Data, ¿hay alguna nave de la Flota Estelar que esté tan cerca de Treva como la Enterprise?
—Negativo —fue la respuesta de Data.
—En ese caso —prosiguió Worf—, mi predicción es que la Flota Estelar ordenará que la Enterprise envíe un grupo de expedición para que investigue la situación de Treva y determine si constituye una verdadera emergencia.
La teniente Yar miró a Worf con una sonrisa de felicitación y luego dijo:
—Mensaje de la Flota Estelar, capitán. Tenemos que enviar una lanzadera para investigar los acontecimientos de Treva y notificar de inmediato a la Flota Estelar si la situación justifica que emprendamos algún tipo de acción.
—Dígales que así lo haremos de inmediato —le contestó el capitán. Pero el capitán no había concluido con la clase—. Alférez interino Crusher.
—¿Quiere que vaya, señor?
—No, alférez. —Data vio que el capitán contenía una vez más cierto fastidio por las salidas del chico—. Quiero que me diga cómo se aplica en esta situación la Primera Directriz.
Wesley se sonrojó. Había «metido la pata», como lo expresaba el peculiar dicho humano.
—Eh… no lo sé, capitán. ¿Cuál es la situación de Treva? —Nervioso miró a Data, pero no preguntó de forma directa como había hecho Worf.
Cuando el silencio amenazó con poder cortarse con un cuchillo, Data habló voluntariamente.
—Treva ha solicitado el ingreso en la Federación, pero sólo se ha llevado a término el reconocimiento preliminar.
—Hum…, si el informe no fue negativo —dijo Wesley buscando a tientas una respuesta—, entonces, por solicitud del gobierno legítimamente electo nosotros podemos proporcionarles la ayuda adecuada.
—Muy bien —dijo el capitán, complacido—. Y la próxima vez, alférez, no vacile en solicitar información al teniente Data o a la computadora. La computadora nunca se la dará de forma voluntaria y tampoco debe esperar que los compañeros de tripulación lo hagan. De haber estado en una situación crítica, el retraso ocasionado por usted podría haber sido dramático.
—Sí, señor —contestó el chico, atrapado entre el placer por haber dado la respuesta correcta y la incomodidad por no haberla conseguido por los canales adecuados.
Entretanto, el capitán Picard estaba diciendo:
—Teniente Data, teniente Yar, cojan la lanzadera 11 y diríjanse a Treva. El mensaje de Nalavia era notable sobre todo por su falta de información útil. Averigüen qué demonios está sucediendo realmente allí.
Tasha Yar consideró que varios días a solas con Data dentro de los confines de una lanzadera le proporcionarían la oportunidad de hablar con él como le había sugerido Deanna Troi. Había pasado un tiempo considerablemente largo. Si le había causado dolor a Data, la actitud de él sugería que a esas alturas lo tenía superado. De hecho, la falta de reacción por parte de él, incluso poco después de lo ocurrido, la llevó a preguntarse si su instrucción, «esto nunca ha pasado», no habría borrado el incidente de los bancos de memoria del androide.
Esa posibilidad era peor que la idea de que ella lo había herido. Sin embargo, a pesar de que deseaba saberlo con toda su alma, Yar no estaba segura de que su curiosidad pudiera ser bien recibida, habida cuenta que desde que habían descubierto a Lore… Data sabía que no era único, y que de hecho había sido creado deliberadamente menos humano que su prototipo.
Aun así, el destino —y las órdenes del capitán Picard— los había colocado juntos sin otra cosa que hacer que no fuera mirar las estrellas una vez que la Enterprise desapareció en el espacio a velocidad hiperespacial. Capacitada para velocidades no superiores al factor hiperespacial uno, el movimiento de la lanzadera era perceptible sólo a lapsos de un minuto a menos que se hallaran dentro de un sistema solar. Yar le echó una mirada a la consola de control.
—Alcanzaremos pleno impulso dentro de siete minutos —dijo Data sin levantar los ojos.
—¿Ha agregado usted la telepatía a sus habilidades? —preguntó Yar.
Eso provocó una mirada de sorpresa en los dorados ojos de Data.
—Era… una suposición lógica el que deseara saberlo, teniente —respondió—. Por supuesto que usted podría haberlo deducido por sí misma a través de la información de la pantalla.
—Aunque no tan rápido —dijo ella—. Ha comenzado usted a ofrecer con frecuencia información sin necesidad de que se la soliciten, Data.
—Sí. Debo aprender cuándo es apropiado hacerlo y cuándo no lo es. No tendría que haberlo hecho con Wesley en el puente.
—Él la pidió.
—No directamente. Había comprendido que le estaban poniendo a prueba y debería haber esperado, dándole a él la oportunidad de actuar de la forma adecuada en un oficial de la Flota Estelar cuando se le somete a examen.
—Yo, por otra parte —continuó Yar—, aprendí esa lección hace años. Además, en este puente está usted al mando.
Data le dedicó su agradable sonrisa, al tiempo que decía:
—Usted es una oficial que nunca ha puesto en tela de juicio mi rango.
—¿Por qué iba a hacerlo? Se lo ha ganado, o no lo tendría. La Flota Estelar no es generosa con los ascensos.
—Hay muchos que piensan que lo fue con el mío —replicó el androide. Al ver el fruncimiento interrogativo del ceño de ella, agregó—: Es una cuestión de historial. La cuestión de si debían ascenderme fue presentada ante una reunión del alto mando de la Flota Estelar. Tampoco la decisión fue unánime. Hay quienes creen que un androide no tiene nada que hacer como segundo oficial al cargo en funciones, pues a menudo queda al mando de una nave y entra dentro de lo posible que comande una algún día.
—¿Es eso lo que usted espera hacer, finalmente? —preguntó Yar, fascinada por el giro que había tomado la conversación.
—No —replicó Data—. Ése es el sueño de Riker, no el mío. No fui diseñado para dirigir a seres humanos. —Se repantigó en el asiento, con el característico movimiento levemente mecánico de su cabeza que, paradójicamente, indicaba que se sentía tan confuso como cualquier humano—. Yo no comprendo el deseo de poder, Tasha. Durante toda mi vida, desde que adquirí conciencia, he aceptado y dado por bueno que un androide no podía experimentar dicho impulso: estamos diseñados para servir, no para mandar. Y luego…, encontramos a Lore.
—Lore fue un error —dijo Yar—. Usted es una versión mejorada de él, Data.
—Tal vez. Pero ¿qué pasaría si mis defectos de diseño no se muestran tan pronto como en su caso?
—En ese caso, usted será igual que el resto de nosotros —contestó Yar—, luchará para superar nuestros defectos y convertirnos en algo mejor. —Ante la mirada de sorpresa de él, Yar se echó a reír—. Ya sé que usted quiere ser humano, Data…
—No —dijo él.
—¿No? Pero si yo creía que usted había dicho…
—Riker lo expresó de esa forma, y en aquel momento no resultaba apropiado corregirle. Yo desearía ser humano —corrigió Data—. El querer lo imposible es una actitud derrotista y sólo puede acabar en frustración. El desear una meta inasequible, sin embargo, puede significar la consecución de unas asequibles que de otra forma uno quizá no tomaría en consideración.
Yar asintió.
—Eso me gusta…, lo recordare, Data, porque usted ha manifestado algo que yo he aprendido por mí misma, aunque nunca pude expresarlo. A veces he puesto en tela de juicio mi meta de convertirme en… la oficial ideal de la Flota Estelar. Perfecta. Nunca una decisión errónea ni una transgresión del honor. No existe nada semejante, pero en otra época yo pensaba que sí.
Data volvió a dedicarle una de sus sonrisas.
—Nadie es… ¿perfecto?
—No, ni siquiera usted —dijo ella con una carcajada. Él no rió; el humor ligero, en especial la ironía e incluso cierta extravagancia, estaban dentro de la gama de emociones del androide; pero el humor indefinible que hacía reír a la gente continuaba fuera de sus dominios. Sin embargo, Yar no tenía ninguna duda de que un día la experiencia le traería a Data el regalo de la risa… y entonces sería más humano que muchos que ella conocía.
Data apreciaba contar con la compañía de Tasha Yar. Durante un tiempo considerable —desde el acontecimiento que «nunca ha pasado»— se había preguntado si ella estaba evitando su compañía deliberadamente. Entendía que los humanos a veces experimentaban una sensación desagradable denominada «turbación» con respecto a la actividad sexual, pero se trataba de otra de esas emociones que él sólo podía observar sin participar ni comprender.
Sin embargo, Tasha ahora parecía sentirse cómoda en su compañía, así que decidió que la falta de conversaciones interesantes entre ellos antes de ahora era simplemente debida a que sus variadas ocupaciones los habían mantenido apartados del camino del otro, excepto en el puente y en algunas atareadas expediciones.
Pasado un rato Tasha sintió hambre y tecleó los controles para pedir un menú de lo que había disponible en la consola de provisiones de la lanzadera.
—¿Qué es esto? —exigió saber—. ¿Vino de Aldebarán? ¿Ramekins[1] quetzi? ¿Ostras?
Data se preocupó al reconocer enojo en la voz de ella. Se volvió al tiempo que explicaba:
—También están todos los programas estándar. Sólo agregué esos porque sé que son comidas que a usted le gustan.
Ella lo miró de hito en hito durante un momento mientras intentaba controlar su enojo entreverado de asombro. Luego, de forma repentina, el sentido del humor venció a ambos y Yar se echó a reír.
—Por supuesto, Data…, usted no podía conocer lo que implican esos alimentos.
—¿Lo que implican? —inquirió Data, visiblemente desconcertado.
Tasha se ruborizó pero se lanzó a la explicación.
—Usted ha instalado los programas de los alimentos que vio en mi habitación la vez que yo… lo invité a cenar. No tenía forma de saber que todos ellos tienen reputación de ser… afrodisíacos.
Si Data hubiera podido sonrojarse a su vez, lo habría hecho.
—Lo… lo siento —tartamudeó.
—No se preocupe —le dijo Tasha—. ¿Le gusta a usted algo de esto?
—No lo sé. Nunca he tenido la oportunidad… —Data volvió a callar, consternado. Esto, se dio cuenta de pronto, era la turbación. Quizá más tarde sentiría placer por haber comprendido otro rasgo humano. Por el momento, no tenía absolutamente ninguna programación que le sirviera para enfrentarse con una sensación que resultaba de veras desagradable. Lo único que se le ocurrió hacer fue repetir lo que una vez le había oído decir a William Riker, para sí mismo más que para la mujer en cuestión, en una situación algo similar.
—Oh, maldición.
Tasha lo miró fijamente durante un momento y luego estalló en carcajadas. Sin embargo, se obligó a ponerse seria y lo tranquilizó.
—No se preocupe. Es todo culpa mía. —Inspiró hondo—. ¿Qué quiere que teclee para usted?
—Cualquier combinación de proteínas, carbohidratos y electrólitos adecuados para los humanos puede servir para mi nutrición.
—Pero ¿no tiene una preferencia? —insistió Tasha.
—Un bocadillo de pollo, una manzana y un vaso de leche —contestó él, recurriendo a la combinación que había aprendido a pedir años antes en la academia de la Flota Estelar con el fin de no atraer las miradas ni los comentarios de sus compañeros estudiantes.
—Mm-hmm —dijo Tasha—. El camuflaje estándar de los inadaptados de la Flota Estelar.
—¿Qué?
—Cuando uno es tan extraño como usted o como yo, aprende todas las formas posibles de evitar llamar la atención sobre sí —respondió ella.
—Ahora es usted quien está practicando la telepatía —observó él—. Pero —agregó—, usted no es extraña, Tasha.
—Entonces sí lo era —le explicó Yar—. Cuando entré en la academia de la Flota Estelar tenía dieciocho años, pero sólo hacía tres que conocía la civilización. Apenas. Era un barniz muy tenue. Había integrado toda una educación en esos tres años, pero no tuve tiempo para aprender el trato social.
Data parpadeó.
—¿Por qué? —preguntó—. Quiero decir, que he visto su historial, que sé que fue rescatada de Nueva París cuando tenía quince años… pero ¿por qué sentía la necesidad de trabajar con tanto ahínco en su educación?
—Por la Flota Estelar —replicó ella—. Era lo único que yo quería. Estoy segura de que comprende el sentimiento. También usted fue rescatado por la Flota Estelar; tiene que haber querido convertirse en parte de ella tanto como yo.
—La Flota Estelar es el único sitio en el que puedo trabajar a plena capacidad —dijo él.
—Sí —asintió Yar con un movimiento de cabeza, pero Data tuvo la sensación de que ella quería decir algo mucho más profundo que él. Por lo tanto, guardó silencio en espera de otra respuesta.
El dispensador emitió un sonido metálico, y Tasha sacó de él una bandeja cubierta de pequeños envases. No era de extrañar que hubiese tardado tanto en acabar el programa; ¡esto, no era, ni por asomo, un bocadillo de pollo, una manzana y un vaso de leche!
—He decidido probar algunas cosas nuevas —dijo Tasha—. ¿Y usted? —Ella frunció el entrecejo—. Para usted es diferente, ¿no, Data?
—Bueno, puedo distinguir sabores, texturas y aromas —respondió él—, probablemente mejor que usted. Sin embargo, no tengo gustos ni aversiones innatos como usted. Yo sólo busco equilibrar los nutrientes.
—Oh.
Data vio que Tasha se sentía desilusionada pero intentaba disimularlo. Así pues, agregó:
—He descubierto, sin embargo, que a lo largo del tiempo he llegado a asociar ciertos alimentos con determinados hechos. Lecciones estimulantes, problemas, compañías agradables. Cuando más tarde me encuentro con sabores similares, descubro que he desarrollado una preferencia por ellos. —Sonrió—. Espero llegar a desarrollar un gusto por todas estas comidas.
Tasha le dedicó una amplia sonrisa de agradecimiento y comenzó a comer.
Pero para decepción de Data, ella abandonó el tema de sus respectivas decisiones de ingresar en la Flota Estelar para hablar en términos generales del sector del espacio por el que estaban viajando. Allí, era el equivalente de «hablar del tiempo»: un tema neutral de conversación que no despertaría emociones que perturbaran la digestión.
Intrigante. Data dejó que su atención se distrajera mientras mordisqueaba su comida. Necesitaba pocas calorías para mantener los nutrientes orgánicos que le servían como substituto de la sangre, pero sabía que las comidas eran como un rito social.
Data no tenía emociones acentuadas respecto a su elección de la Flota Estelar ni a los años pasados en la academia…, aunque si hubiera sido tan consciente entonces del sarcasmo del que eran capaces los humanos como lo era ahora, puede que hubiera desarrollado alguna. Resultaba obvio que Tasha sí las tenía. Data había pensado que las experiencias de ella eran completamente positivas. Siempre hablaba de que había sido rescatada por la Flota Estelar, y la lealtad de Yar a los ideales de ésta parecía la devoción de un verdadero creyente hacia una religión que le colmara.
La curiosidad era el gran defecto de Data. Cuando tuvo conciencia, no sabía distinguir: los datos de las estadísticas de cuatro siglos de béisbol ejercían sobre él la misma fascinación que la historia de una estrella a punto de convertirse en nova.
Finalmente, sin embargo, había aprendido a establecer prioridades en lo que aprendía, y en fechas recientes, el entender a esas personas a las que llamaba amigos se había convertido en una prioridad personal. Ahora sentía que había algo que nunca había relacionado con Tasha Yar y la Flota Estelar… y al instante quiso saberlo.
Así pues, cuando acabaron de comer y mientras estaba recogiendo los estuchados y echándolos en el depósito de desechos, Data dijo:
—A pesar de que era muy sana desde el punto de vista nutritivo, una comida como ésa habría atraído miradas sobre nosotros dos en el comedor de la academia.
—Ahora ya no me molestaría —respondió Tasha, en tono distendido—. Yo era una salvaje cuando me admitieron, Data. Ingresé a prueba, y cuando lo pienso la verdad es que no entiendo cómo me las arreglé para que no me suspendieran ese primer año. Suspendí el curso de ética y de moral…, sencillamente no podía aceptar, ni siquiera como una hipótesis en la que basar una argumentación razonada, la creencia de que: «La vida es sagrada. En todas partes».
Data la miró de hito en hito al tiempo que ladeaba la cabeza.
—También yo suspendí el curso en el primer intento —reconoció—. Me resultaba imposible argumentar contra ese credo, incluso cuando el instructor me nombraba para que ocupara el bando opuesto en el debate.
Tasha frunció el entrecejo.
—¿Y aprendió a refutarlo?
—A refutarlo, sí…, porque cada refutación no hace más que reforzar su verdad. Sólo cuando comprendí eso fui capaz de aprobar el curso.
Tasha asintió con la cabeza.
—Eso también me ocurrió a mí… Pero aprendí a cuestionarme las cosas en vez de darlas por sentadas. Donde yo crecí, la vida no era considerada como algo sagrado. Es difícil renunciar a las creencias inculcadas por las experiencias de la infancia.
—Yo no puedo saberlo. A mí sencillamente me programaron con esa creencia. —Data frunció el entrecejo—. Mi hermano no. Lore pensaba…, eso lo hacía más humano que a mí.
—¡Él estaba equivocado! —declaró Tasha con vehemencia—. Cuando yo fui rescatada de Nueva París, incluso durante mi primer curso en la academia, era menos humana de lo que lo es usted, Data. De no haber sido por Darryl Adin… —Se detuvo, hizo una leve mueca y palideció. Cerró los puños con fuerza—. Todavía no puedo aceptar…
Pero las palabras enmudecieron, y Data se dio cuenta de que no tenía intención de continuar.
De todos modos, había accedido a los historiales de toda la tripulación en el momento en que llegó a bordo de la Enterprise, así que sabía bastantes cosas.
—Darryl Adin, jefe de seguridad de la Cochrane, nave exploradora que descubrió Nueva París, colonia perdida de la Tierra. Él comandaba el grupo de descenso que la rescató a usted. La llevó de vuelta a la Tierra, y dispuso las cosas para que la cuidaran y le dieran una educación mientras él estaba destinado a otras misiones. Usted estaba en su último curso de la academia cuando Adin regresó a la Tierra para hacer un curso sobre las últimas técnicas de seguridad en naves estelares. Usted…
Se detuvo, al adquirir sentido los fríos datos, de forma repentina, una tragedia de amor y traición, que resultaba aún más profundamente triste por el hecho de que su principal protagonista era la que tenía ante sí, una persona a la que consideraba amiga.
En su interior, maldijo a sus siempre prestos bancos de memoria que desenterraban información sin considerar el impacto emocional que tendría la misma. Porque, sin saberlo, había accedido a unos datos que necesariamente tenían que despertar recuerdos dolorosos para Tasha Yar, y los había sacado a la luz.
Cuando ella había cambiado de tema, ¿por qué no había respetado él el obvio deseo de Tasha y dejado el asunto en paz? ¿O al menos guardado silencio hasta que hubiera repasado todo el archivo de la relación de ella con Adin? Entonces se habría dado cuenta de que no debía decir nada.
Ahora ya no podía hacer otra cosa que callarse, con una murmurada disculpa.
Tasha estaba parpadeando, luchando contra las lágrimas.
—La culpa no es de usted, Data. Tendría que haberme dado cuenta de que estaría en posesión de todos los historiales. Ahora ya sabe por qué yo no hablo mucho de los años que pasé en la academia de la Flota Estelar. Fue todo tan maravilloso cuando estaba allí… Mientras aprendía a vivir el ideal que ni había soñado que fuese posible… rompía sin peligro la concha de cinismo y falta de ilusiones que había desarrollado para sobrevivir en Nueva París. Y luego todo llegó a su fin cuando la mismísima persona que me había hecho desear la Flota Estelar, el hombre que para mí significaba la Flota Estelar, traicionó todo aquello en lo que yo había aprendido a creer.
Ella guardó silencio. Data la miró y vio que ella contemplaba las estrellas con ojos fijos…, pero se dio cuenta de que estaba viendo algo más. Algo que pertenecía a un pasado lejano.