4
—¿Tasha? —El teniente Data estaba preocupado. Su compañera había permanecido sentada, mirando las estrellas del exterior, durante demasiado tiempo. Pero cuando Tasha se volvió, había un resto de sonrisa en sus labios. Fueran cuales fueren sus pensamientos, tenían que haber sido placenteros. Se alegraba de que su «fisgoneo» no hubiera traído sólo malos recuerdos.
—Estoy bien, Data —le dijo ella—. El tiempo cura todas las heridas.
—Eso suena como…
—Un aforismo. Sí. Pero los comentarios se convierten en aforismos a fuerza de ser repetidos, y eso sucede por la carga de verdad que llevan. Nunca podré perdonar a Darryl Adin que traicionara la Flota Estelar… pero no era del todo malo, Data. Nadie lo es, ¿sabe? Ahora puedo recordarlo como era cuando lo conocí por primera vez, fuerte, valiente e inteligente.
—¿Y atractivo? —preguntó Data—. ¿Era el príncipe azul?
Ella se echó a reír.
—Difícilmente. De hecho, se parecía bastante a usted. ¡Oh! ¡No lo he expresado como es debido!
Data estaba perplejo por la reacción de ella.
—Hasta donde soy capaz de determinar, mi apariencia es una aproximación de la forma masculina; estatura, estructura facial, coloración del pelo, un compuesto de muchas razas humanas. En los seres puramente orgánicos, por supuesto, nadie cumple con todas esas normas. Y es obvio que no fui diseñado para hacerle creer a nadie que soy humano: el color de mis pies es sencillamente el más eficiente para la absorción de energía, y mis ojos son claramente… —Se detuvo—. Perdóneme. Estoy hablando en exceso.
Pero Tasha le sonreía.
—No es usted tanto un hombre medio como ideal —dijo—. O quizá yo sólo lo siento así porque se parece un poco al… primer hombre al que amé. El primer amor no se olvida nunca, Data.
Él tuvo la impresión de que ella al principio iba a decir «único» en lugar de «primero». Pero ése era un tema tan cercano que él no se atrevía a volver a abrirlo. Así que dijo:
—Yo no soy atractivo.
—¿En sentido convencional? No…, pero eso no le molesta a usted en lo más mínimo, ¿verdad?
—Bien está lo que bien parece —replicó él—. La belleza sólo está en el exterior. La belleza está en el ojo del…
Se detuvo cuando, como esperaba, Tasha rió entre dientes. Cuando descubrió por primera vez que el acceder a sus bancos de memoria en busca de un listado de definiciones o ejemplos provocaba la risa en los seres humanos —a menos que la situación fuera tensa, en cuyo caso suscitaba cierta irritación—, se había puesto a realizar estudios sobre el humor y por una vez encontró un análisis que pudo comprender: las repeticiones de una pauta pronto se convertían en graciosas para los humanos, la familiaridad causaba tranquilidad y relajación. Una vez que Data entendió eso, utilizó la técnica a menudo para distender una situación incómoda.
Esta vez, sin embargo, no distrajo a Tasha. Ella continuó con el mismo tema.
—¿Por qué iba a molestarle no estar diseñado como un cartel de reclutamiento de la Flota Estelar, cuando se arrojan a sus brazos más mujeres que a los de Will Riker?
—Las mujeres no…
—¡Vamos Data…, no finja que no se da cuenta!
No sabiendo cómo manejar este giro de la conversación, él dijo:
—No creo que las mujeres juzguen a los hombres por su apariencia tanto como lo hacen los hombres con ellas.
—Como de costumbre —dijo Tasha—, sus observaciones son bastante fieles a la realidad…, al menos por lo que hace a los humanos. ¿Recuerda lo que me dijo sobre cómo al asociar determinados sabores con ocasiones agradables hace que a usted le gusten esos sabores cuando vuelve a encontrarlos?
—Sí —contestó Data con incertidumbre al tiempo que intentaba establecer conexiones, comida/afrodisíacos/belleza, que no parecían lógicas. Luego Tasha continuó, y él se dio cuenta de que estaba refiriéndose a algo muy diferente.
—Eso se parece un poco a cómo las mujeres vemos a los hombres. Nosotras pensamos que son atractivos los que se parecen a los hombres a quienes hemos amado. Los psicólogos dicen que a la mayoría de las mujeres les gustan los hombres que se parecen a su padre. Bueno, pues yo no tuve padre, así que supongo que siempre encontraré atractivo a cualquiera que se parezca al primer hombre que fue bueno conmigo. —Le dedicó una sonrisa traviesa—. Me temo que va a tener que resignarse a que yo piense que es usted atractivo, Data.
—Lo… lo consideraré como un elogio —repuso él, y aprovechó la oportunidad para hablar de su actual tema de estudios—. Entre los humanos, existe un acuerdo más general respecto a la belleza femenina que a la masculina.
—Es verdad —contestó ella.
—Usted es hermosa —dijo él.
Ella pareció asombrada.
—Algunos creen que sí.
—Es una opinión generalizada entre los tripulantes del puente. Sin embargo, su aspecto es bastante diferente del de la consejera Troi, la cual también es universalmente admirada. El capitán Picard piensa que la doctora Crusher es hermosa, mientras que al hijo de ella ese hecho le resulta tan incomprensible como molesto.
—Data… ¿qué ha estado haciendo? —preguntó Tasha, consternada—. ¿Una encuesta?
—Sí —contestó él con sinceridad—. Deseo comprender los ideales humanos de la belleza.
—Usted cree de verdad en eso de desear cosas imposibles, ¿no es cierto?
Él ladeó la cabeza.
—¿Es imposible? Me doy cuenta de que nunca podrá existir un acuerdo total sobre asuntos de juicio ético, pero sin duda existe una fórmula mediante la cual se pueda determinar que la mayoría de los humanos, digamos, considerarían hermosa a una persona en particular. Encuentro que Riker es un barómetro de lo más útil en lo relativo a la belleza femenina; hasta ahora no me he encontrado en ninguna ocasión con que la mayoría, ni siquiera una minoría significativa, esté en desacuerdo con las valoraciones de él. Por desgracia, no tuve tiempo de preguntarle sobre la presidente Nalavia.
Tasha se echó a reír.
—Yo puedo decirle lo que diría de ella, Data… ¡y si lo comprueba usted con todo el personal de la Enterprise, se encontrará con que hay una minoría significativa que en realidad está en desacuerdo con él!
—No le entiendo —dijo Data.
—Todos los hombres de a bordo dirán que es hermosa, y todas las mujeres dirán que no lo es. ¡Las mujeres estarán mintiéndole!
—Tasha, está usted confundiéndome —objetó Data.
—Nalavia es el tipo de mujer —explicó Tasha—, que por naturaleza atrae la atención de los varones humanos. Es… prácticamente una figura arquetípica de madre terrícola, pero joven y no marcada por los afanes ni las preocupaciones. Y ella lo explota. Ésa es la diferencia que existe entre Nalavia y Deanna, la cual tiene una belleza física similar. Deanna combina la actitud seria de una oficial de la Flota Estelar con el sentimiento maternal que forma parte de su trabajo como consejera. Las dos cosas juntas difuminan la amenaza que representa su belleza física.
—¿Amenaza? —inquirió Data.
—Deanna es casi demasiado hermosa —explicó Tasha—. Eso podría hacer que los hombres tuviesen miedo de acercársele. Ella lo maneja por el sistema de ser amistosa y eficiente. Por eso a las mujeres de a bordo les cae tan bien como a los hombres, y confían en Troi tanto como los hombres. Nalavia, en cambio…, a través de la pantalla misma estaba haciéndoles llegar una invitación a todos los varones humanos del puente de la Enterprise.
Data volvió a pasar la escena en su mente. Sí…, los varones humanos habían entrado todos en una especie de atención aturdida.
—Sin embargo, nadie la aceptó —señaló él.
—La Flota Estelar entrena a sus oficiales, varones o mujeres, para que no piensen nunca en sus hormonas. Pero ¿ha visto usted alguna vez que Wesley Crusher estuviera tan aturdido en una situación que no era crítica? Pobre chico…, él no tiene experiencia ni está advertido, y está en medio de la pubertad. No tiene ni la más mínima posibilidad.
—Ah —dijo Data, intrigado—. Ahora lo entiendo. Nunca había visto que Wesley hiciera una suposición tan improbable como ésa de que el capitán lo enviaría en un grupo de expedición con destino a un planeta desconocido.
—Wesley quería ir —dijo Tasha—. Simplemente no sabía por qué…, pero todos los otros hombres del puente sí lo sabían, y la verdad es que el capitán Picard no tendría que haber sido tan duro con él. Wesley será un hombre de primera algún día…, con que sólo consiga sobrevivir.
Data se contuvo antes de protestar diciendo que el capitán Picard nunca enviaría al alférez interino de la nave a una situación peligrosa, pues reconoció que Tasha hablaba en broma. Se tomó tiempo para analizarlo, saboreando la oportunidad de hablar de los sentimientos humanos con una mujer.
—Usted quiere decir que su combinación de juventud e inteligencia es algo que fastidia a los demás, y que por lo tanto alguna persona o personas de a bordo podrían considerar el deshacerse de él. No obstante, hace la sugerencia en broma.
—Exactamente, Data —dijo ella—, pero el analizarlo estropea el chiste, que ya no era muy gracioso para empezar.
Él movió la cabeza afirmativamente.
—El humor ya es bastante difícil, sin intentar distinguir los grados de gracia.
Tasha sonrió.
—Lo aprenderá, Data —le dijo—. A través de la experiencia, como cualquier otro. Veamos, ¿con cuanta antelación podemos recibir las transmisiones de Treva?
—Con unas dieciocho horas, a menos que nos envíen un mensaje subespacial. —Data frunció el ceño—. ¿Qué sospecha usted, Tasha?
—Nada en concreto. Llámelo intuición. No creo que Nalavia nos haya contado toda la verdad.
—No podía hacerlo en un mensaje tan corto.
—No… No me refería a esto. Yo lo llamaría intuición femenina, de no ser porque el capitán Picard también se dio cuenta. Hay algo en Nalavia que inspira desconfianza.
—¿Puede concretar? —preguntó Data.
—Espera que la Flota Estelar cumpla con sus órdenes sin una investigación a fondo, para empezar.
—La cultura trevana es bastante primitiva —comentó Data—. Los señores de la guerra son enemigos de una forma de gobierno representativo. Incluso un político experimentado de un planeta semejante podría estar poco avezado según nuestras pautas. O es posible que se nos esté escapando algún dato… Existen culturas en las que un grito de socorro por parte de los débiles impele a los fuertes a protegerlos.
—Camelot —dijo Tasha al tiempo que asentía con la cabeza, refiriéndose a un planeta fundado sobre los ideales de una caballería que, según los datos históricos más fiables, nunca habían sido practicados de forma amplia fuera de la leyenda—. Sí, podría suceder que no fuéramos conscientes de alguna suposición trevana, pero si usted no la encontró en los informes del grupo de reconocimiento de la Federación, Data, no puedo imaginar de qué podría tratarse.
Incapaz de averiguar nada más en las próximas dieciocho horas, Tasha hizo ejercicio, durmió y tomó otra comida. Data no tuvo necesidad de más nutrientes orgánicos. A veces hablaban, y a veces mantenían un silencio amistoso. La lanzadera prosiguió su camino. Cada doce horas, Data enviaba el mensaje de rutina: «Continuamos según lo previsto» a la Enterprise.
Por fin llegaron a la periferia del radio en el que Data podía recibir las transmisiones de Treva. Dichas transmisiones eran la tecnología habitual allí. Lo que resultaba nuevo era la transmisión de imagen junto con el sonido, y cuando Data probó frecuencias y configuraciones descubrió de inmediato algo de interés.
—¡Están utilizando la técnica de emisión de los ferengi!
—Los ferengi comercian por todas partes —le recordó Tasha—. Hasta que hayan ingresado en la Federación, no existe razón alguna para que los trevanos no hagan negocios con ellos.
—Pero si comercian tanto con la Federación como con los ferengi, ¿qué pasaría si les hubiesen pedido ayuda a ambos? —insistió el androide.
Data vio que Tasha apretaba las mandíbulas.
—Nos enfrentaremos con la situación cuando se nos plantee. Probablemente los ferengi no vean ningún provecho en ayudar a los trevanos en sus asuntos internos. Si los impedimentos para comerciar con los ferengi y otras culturas no pertenecientes a la Federación eran el motivo de que Treva vacilara respecto a llevar adelante su solicitud de ingreso, puede que se muestren más dispuestos si los ayudamos a solventar sus problemas.
—La diplomacia no es una de mis áreas fuertes de programación —dijo Data.
—Decididamente tampoco es una de las mías —contestó Tasha—. Cuando uno lo piensa bien, somos un grupo de expedición bastante raro para esta misión.
—Nunca he visto que el capitán Picard no escogiera con sensatez —observó Data.
—Ni yo. Echemos una mirada a esas transmisiones. Tal vez nos proporcionen alguna pista sobre lo que está pasando.
Así fue, en efecto.
Los ocupantes de la lanzadera pasaron las dos siguientes horas haciendo caso omiso de la maravilla del campo de estrellas que los rodeaba, con los ojos fijos en la imagen que aparecía en la pantalla central de la lanzadera y que mejoraba de forma regular.
Al principio no hubo más que emisiones de entretenimiento: una actuación de danza, un acontecimiento atlético, y algunos dramas que tenían poco sentido tomados en breves imágenes fuera de contexto. Todos eran interrumpidos de vez en cuando por presentadores que instaban a los espectadores a comprar diversos productos. Data reconoció el sistema de libre mercado mediante el cual la empresa que anunciaba sus productos patrocinaba la programación, pagando el coste de la preparación y emisión de la misma a cambio del derecho de salpicarla con anuncios de sus mercancías en venta.
—Es algo como la transmisión de Minos… —comenzó a explicar Data.
Tasha asintió, interrumpiéndolo con impaciencia.
—Probablemente lo obtuvieron de los ferengi junto con el equipo de transmisión —dijo.
Data probó varias frecuencias, pero sólo encontró más de lo mismo hasta que finalizó la competición atlética. En ese momento hubo una cantidad interminable de anuncios de drogas, armas, cosméticos, ropa y transportes privados. Luego más drogas: brebajes, inhalables, tabletas, todo lo cual prometía felicidad instantánea. Data reparó en el repentino silencio de Tasha, y cuando se volvió a mirarla vio que tenía el entrecejo fruncido.
—¿Le trastorna esto?
Ella apartó la atención de la pantalla.
—¿Tan mala es la vida aquí? Data, yo sé qué es eso. Mi propia madre tomaba drogas porque su vida era demasiado dura y desesperanzada. Esta gente, sin embargo…, tiene un trabajo honrado, comida suficiente, hogares y familias. Las drogas sólo pueden arruinar todas esas cosas.
—La dependencia química extendida no constaba en el informe del grupo de reconocimiento de la Federación —señaló Data al tiempo que conectaba el comentario de Tasha sobre su madre con el hecho de que hubiera sido abandonada a los cinco años.
Pero estaba claro que Tasha no quería discutir sobre su propio pasado.
—Aquí llega una nueva emisión, por fin —dijo, y volvió su atención hacia la pantalla una vez más.
El rasgo más destacado del programa era la llegada al día siguiente de los representantes de la Federación, que ayudarían a sofocar la insurrección rebelde.
—¿Insurrección rebelde? —preguntó Data.
—¿Qué ha pasado con los señores de la guerra? —inquirió Tasha.
En la emisión no se hacía mención alguna de los señores de la guerra…, pero había algunas escenas que mostraban la «Flota Estelar en acción»: una nave estelar de la vieja clase «Constitución» haciendo volar un planeta, personal con uniformes de un siglo antes, utilizando armamento de tierra contra los klingon, una filmación antigua de la primera guerra con los romulanos, donde se veía un crucero de batalla de la Federación disparando contra un «Ave de Presa» y haciéndola desaparecer.
—Están haciendo que parezcamos agresivos —exclamó Tasha—. Matones… Asesinos.
—Todo eso es completamente real —le aseguró Data—, pero muy anticuado. Además lo han montado de manera que la Flota Estelar parezca una flota de guerra.
La voz del presentador continuó:
—Éste es el poder que acudirá en nuestro auxilio si persuadimos a sus representantes de que somos valiosos. Los instamos a que les dispensen una buena acogida. Los principales representantes de su delegación son el teniente de la Flota Estelar, Data, y la máxima responsable de seguridad, Tasha Yar.
—Nosotros somos los únicos representantes —murmuró Tasha—. ¿Y ha oído usted cómo han dado a conocer nuestros rangos, Data? Suena como si nosotros formásemos parte del alto mando de la Flota Estelar. —De pronto profirió una exclamación ahogada—. ¿De dónde han sacado eso?
En la pantalla, una versión más joven de Tasha Yar aparecía en el puente de una nave, pistola fásica en mano, manteniendo a distancia a un atacante que estaba demasiado cerca de la cámara como para que pudiese vérsele con claridad.
—Eso era la Starbound —susurró Tasha—. Mi viaje de entrenamiento. Buen Dios, ¿de dónde han sacado esa escena?
—Para la joven Tasha Yar —estaba diciendo la voz del presentador—, su primerísimo destino se convirtió en una oportunidad para demostrar su heroísmo al salvar a sus compañeros de tripulación cuando su nave fue atacada y abordada por un implacable enemigo.
Los disparos fásicos explotaron en torno a ella, pero Tasha se mantuvo firme, sin un sólo atisbo de miedo en sus jóvenes ojos. El atacante se lanzó hacia ella, Tasha disparó, y la escena acabó en un destello de sobrecarga.
—No enseñan al resto de la tripulación del puente de la Starbound cayendo a mi alrededor —dijo Tasha más que enfadada—. Y fue Dare quien…
Ella se detuvo de pronto, y Data almacenó el comentario para futura consideración mientras dejaba su atención fija en la emisión trevana.
A renglón seguido, Tasha fue mostrada en una grabación reciente, dedicada a sus deberes a bordo de la Enterprise.
Luego la escena cambio a Data… en una prueba realizada en la academia de la Flota Estelar. Se le mostraba levantando en peso a tres, cuatro y luego a cinco de sus compañeros de clase, con expresión desconcertada porque no comprendía por qué le solicitaban que hiciera una demostración semejante. Él lo recordaba: en efecto, se había sentido desconcertado ante aquel experimento no científico, puesto que ya había pasado por las pruebas que habían medido su fuerza y resistencia. Más tarde se enteró de que la escena se había convertido en parte de la información que la Flota Estelar destinaba a usos no científicos, en especial a las escuelas. Uno de sus primeros empleos, antes de que fuera destinado a servir a bordo de una nave estelar, había sido como representante de educación de la Flota Estelar por todo el sistema solar.
—Al menos yo sé dónde consiguieron esa información —le dijo a Tasha—. Probablemente la Flota Estelar aún se la envía a todos los que preguntan por mí. También está muy anticuada, y… no estoy seguro de por que el volver a verla ahora… me perturba.
—Porque lo presenta a usted como a un objeto más que como a una persona —respondió Tasha al instante—. Y, por cierto, en la actualidad la Flota Estelar no incluye este material en su expediente. Nunca lo he visto antes; estoy segura de que se encuentra enterrado en los archivos como algo embarazoso que el alto mando de la Flota Estelar preferiría olvidar. Ahora es usted un oficial valorado, no una curiosa máquina que no saben muy bien cómo utilizar.
Pero el resto de la transmisión sobre Data no fue mejor que la referente a Tasha. También a él lo mostraron luchando, disparando…, cada vez con un aspecto más agresivo y peligroso.
—Con la ayuda de la Flota Estelar —continuó el presentador—, libraremos a nuestro pacífico planeta de los rebeldes que se oponen a nuestro estilo de vida e intentan dominarnos a todos. En Tongaruca, apenas hoy, los rebeldes atacaron a los habitantes del pueblo reunidos en el mercado semanal…
La escena mostró una atestada plaza de mercado devastada cuando de forma repentina estallaba una explosión en su centro. La gente huía, gritando, y fueron a parar al centro de un círculo de hombres y mujeres bien armados que parecían complacerse en apalear y apuñalar a los ciudadanos desarmados y efectuar disparos fásicos contra aquellos que eran lo bastante fuertes como para defenderse.
Data frunció el ceño.
—Estos «rebeldes» tienen armas fásicas. ¿Cómo es que Nalavia no tiene una fuerza armada para proteger a su gente de ataques semejantes?
—Es una de las cosas que necesitamos averiguar —contestó Tasha—. Como el porqué de que los señores de la guerra se hayan metamorfoseado en rebeldes. ¿Contra qué cree usted que están rebelándose?
No hubo respuesta a la pregunta de Tasha, pero sí la hubo a la de Data cuando unos soldados bien armados llegaron en vehículos de tierra a la devastada plaza de mercado y alejaron a los rebeldes. Sin embargo, ninguno de los disparos pareció hacer blanco; los primeros atacantes escaparon, y los soldados se pusieron a atender a los supervivientes.
Data apartó la mirada de la emisión.
—Si estas noticias locales están montadas con tanto cuidado como las que hablaban de usted y de mí…
—Los términos que está buscando —dijo Tasha con rabia—, son «sesgado», «tendencioso». Me pregunto si Treva tendrá libertad de prensa.
—Ellos afirman que sí —le respondió Data—. ¿Cree usted que los periodistas están en contra del auxilio de la Flota Estelar y que por eso nos muestran como representantes de una fuerza militar?
—Quizá —dijo Tasha—. Quienquiera que haya preparado esos reportajes busca que los espectadores deseen que venga alguien y aplaste a sus enemigos. —Se encogió de hombros—. Es posible. Sus propios soldados parecen ser notablemente ineficaces.
—Pero sus periodistas son notablemente eficaces —observó Data—. Estaban preparados para grabar el ataque antes de que comenzara.
Los ojos de Tasha se abrieron de par en par.
—¡Tiene razón! Data, sencillamente no tiene ningún sentido…, a menos, por supuesto, que el periodista esté de parte de los rebeldes e intente demostrar que son invencibles…, no. En ese caso no querría mostrarlos como terroristas. Pero mostrarnos a nosotros como poco mejores que ellos sí que tendría sentido. —Suspiró—. No consigo entenderlo.
—Tampoco yo. La información es insuficiente. —Volvió a mirar la pantalla, pero la emisión había pasado a un pronóstico del tiempo, que fue seguido por otro programa de entretenimiento musical. Otras frecuencias contenían poco más o menos lo mismo, con la excepción de una lección de botánica. Data apagó la pantalla—. No creo que vayamos a averiguar mucho más hasta que aterricemos en Treva.
Varias horas después, cuando se aproximaban a Treva, la teniente Tasha Yar volvió a sintonizar las emisiones en la pantalla. Se recogían los mismos programas de entretenimiento; sólo los programas de noticias eran diferentes. Todo estaba preparado para su llegada. Se habían puesto en vigor severas medidas de seguridad, porque los enemigos del pueblo podrían intentar un ataque contra los representantes de la Flota Estelar.
—Eso es interesante —observó Data—. Ni señores de la guerra ni rebeldes. Enemigos del pueblo.
Más aún, cuando fueron pasadas nuevamente las antiguas grabaciones de Data y Yar, en lugar de una secuencia continuada de los dos en batalla, recurrieron a grabaciones recientes de la Base Estelar 74, que mostraban a Yar destacando en entrenamientos de lucha cuerpo a cuerpo.
Data apareció demostrando, con paciencia inhumana, la operación de la computadora educacional de la Enterprise a cuatro de los hijos de las familias de la nave.
—Ahora sí, ese material —comentó Yar—, es lo que la Flota Estelar probablemente les proporcionó sobre nosotros. Da una imagen muy diferente de la que vimos ayer.
—Desde luego —replicó Data—. O no esperaban que estuviéramos recibiéndolos ayer…
—… o bien pensaban que no éramos capaces de hacerlo —reflexionó Yar.
—La lanzadera no lo es —confirmó Data—, las señales de Treva son débiles. Pero yo las reforcé. A la distancia presente, sin embargo, ellos esperan que estemos mirando. —Volvió los ojos hacia Tasha con desconcertada inocencia—. ¿Por qué los medios de comunicación presentarían ayer una imagen distorsionada de nosotros, pero una fiel a la realidad, si bien incompleta, en el día de hoy?
—Una prensa libre es probable que no lo hiciera —observó Yar—. Es un indicio, aunque no una prueba absoluta, de que Nalavia controla lo que se emite.
Data hizo uno de sus asentimientos mecánicos para indicar que estaba almacenando información, y volvió a mirar la pantalla. Al mirarlo de perfil, Yar vio una vez más el parecido con su antiguo mentor…, aunque hasta el momento en que se le había escapado el comentario el día anterior, no había sido consciente de ello. Aun en el caso de que la piel de Data fuera de color natural, nadie lo habría confundido con Dare…, pero eran del mismo tipo: estatura media, constitución esbelta, con sorprendentes similitudes en las facciones. Ambos tenían pómulos marcados, párpados pesados, nariz recta y larga y mandíbula firme, aunque el mentón de Data no era tan fuerte como el de Dare. Sus bocas eran completamente distintas. La de Dare era su característica compensadora, su carnosa curva producía una sonrisa tan devastadora que ninguna mujer era capaz de resistir…, pero cuando estaba furioso se transformaba en una mueca que hacía correr a los valientes en busca de refugio.
Data no poseía ninguna de esas expresiones. Sus labios eran pálidos y finos…, a pesar de que Yar sabía por experiencia que podían resultar exquisitamente sensuales cuando entraban en contacto con la piel. Pero el androide nunca sonreía demasiado ni hacía muecas burlonas o de enfado. La experiencia vital aún no le había enseñado los sentimientos que provocaban dichas expresiones. De la misma forma, nunca había visto a Data más que levemente enfadado…, tal vez sólo molesto. Nadie miraría jamás al rostro de Data y lo vería como a alguien atemorizador. La cólera de Darryl Adin lo era, y el recuerdo de esa expresión estaba grabado a fuego en la memoria de Yar, porque era la que tenía la primera vez que lo vio, y la última. En la primera ocasión su cólera había estado dirigida contra aquella banda de Nueva París. En la última, contra ella.
Data se volvió, pareció perplejo, y Yar se dio cuenta de que había estado mirándolo con atención y fijeza. Los grandes ojos dorados de él, con sus enormes pupilas, eran su rasgo menos humano. Ella se preguntaba si, a medida que Data avanzara a tientas hacia la humanidad, esos ojos acabarían por perder su aspecto más bien inexpresivo, y desarrollarían la profundidad de los ojos pardos que en ocasiones aún habitaban sus sueños. ¿Era posible para un androide el desarrollar tales características emocionales, el alcanzar tales alturas y profundidades? Suspiró. Su programación probablemente lo impediría —para evitar que se volviera peligroso, traicionero, tortuoso e indigno de confianza— como su propio «hermano».
Como Darryl Adin.
—¿Tasha?
—¿Sí? ¿Ya ha calculado nuestra hora estimada de llegada?
—Dentro de una hora, diecisiete coma tres minutos. —Data hizo una pausa y luego agregó—: Está preocupada. ¿Deberíamos enviar un mensaje a la Enterprise referente a lo que hemos visto?
—Desde luego —respondió ella, contenta de que él hubiese malinterpretado su introspección.
No tenían que informar a la Enterprise hasta después de haber aterrizado…, pero ahora disponían de tiempo para elaborar un informe detallado. Data incluyó las dos emisiones de noticias, y ambos intentaron explicar sus recelos.
Cuando ambos quedaron satisfechos, Data envió el mensaje. La Enterprise había estado alejándose de ellos a velocidad hiperespacial durante todo este tiempo, así que cada mensaje tardaría más tiempo en alcanzar la nave estelar. Hasta el momento, a ellos dos les habían llegado dos señales de rutina de «mensaje recibido» en respuesta a sus primeros informes de ruta. Probablemente pasarían otras veinticuatro horas terrestres antes de que recibieran la respuesta al que acababan de enviar, y puesto que para entonces no se encontrarían a bordo de la lanzadera, la computadora de vuelo se limitaría a grabarlo hasta que uno de ellos subiera a bordo.
Luego llegó el momento de ponerse en contacto con el puerto espacial de la ciudad capital de Treva, y hacer aterrizar la lanzadera. Ésta fue rápidamente dirigida al interior de un hangar, donde Data y Yar salieron para encontrarse rodeados por hombres y mujeres de uniforme negro con bandas de rojo, azul y dorado verdoso. No eran intentos exactos de copiar los uniformes de la Flota Estelar, pero Yar se dio cuenta de que desde lejos darían la impresión de formar un pelotón de la Flota Estelar. ¿Eran los nativos tan estúpidos como para creer que habían salido todos de una pequeña lanzadera?
Había una multitud, a la que los soldados mantenían a raya, al borde de la pista de aterrizaje. Data y Yar, sin embargo, fueron llevados con prisas y a cierta distancia de la gente reunida, hasta un vehículo de tierra. Pasaron por calles en las que resultaba obvio que el tráfico había sido cortado, seguidos por otros vehículos en los que iba la gente que había recibido a la lanzadera. Detrás de unas barreras se alineaba la gente para contemplar a los visitantes.
El palacio presidencial estaba a poca distancia una vez fuera de la ciudad, emplazado en unos hermosos terrenos ajardinados. El vehículo de tierra en que viajaban pasó a toda velocidad a través del perímetro de seguridad. De forma automática, Yar tomó nota mental de su diseño, conocía una media docena de formas de burlarlo. Para su sorpresa, nadie les pidió que entregaran sus pistolas fásicas, ni allí ni cuando entraron en el palacio.
Nalavia los estaba esperando en el salón de recepciones, tendiendo una mano a cada uno al estilo humano… ante una batería de cámaras. Yar se dio cuenta de que se trataba de una ceremonia. Buscó en su mente las reglas del protocolo, las cuales nunca habían tenido mucho interés para ella, excepto las propias de la Flota Estelar. Los trevanos se encontraban en una transición entre una especie de tiranía benevolente y una democracia parlamentaria, cambio que se había iniciado dos generaciones antes. En consecuencia, las distinciones de clase estaban desdibujándose, al igual que las costumbres. No existía un conjunto de normas claras por las cuales pudiera interpretarse el comportamiento de Nalavia.
Excepto una: gobernante hereditaria o electa, esta mujer era la cabeza del gobierno. Sin embargo, había estado aguardándolos, en lugar de hacerlos conducir al salón de recepciones y efectuar luego su entrada triunfal. Los recibía como a iguales, cosa que ellos no eran. Eso significaba que quería que su pueblo pensase que sí lo eran.
La presidente de Treva llevaba puesto un traje entallado de color rojo vino al que se le podía atribuir la calidad de uniforme militar pues lucía charreteras y un conjunto de botones de oro en la parte izquierda del talle. El conjunto estaba hecho de dos piezas, la superior ceñida con un cinturón apretado por encima de una falda abierta más arriba de las rodillas. Con este atuendo, Nalavia llevaba botas y finos tacones que la hacían tan alta como Data pero hicieron que Yar se preguntara cómo se las arreglaba para andar y no caerse.
Colgada de una ancha cinta que le rodeaba el cuello, llevaba una insignia de oro, el símbolo de la presidencia…, pero el largo de la cinta hacía que se balanceara precisamente entre sus lozanos pechos, cuyo amplio escote hacía que quedaran bastante a la vista, a lo que ayudaba el que no llevara ni blusa ni camisa.
El color, según advirtió Yar, le sentaba bien a la piel pálida y los cabellos negros de Nalavia, pero no combinaba con sus ojos. Ojos verdes extrañamente inexpresivos, y a pesar de que «ojos de reptil» afloró a su mente como definición, no era la correcta. Tampoco eran ojos gatunos; no se percibía claridad alguna, ni profundidad. Tenían algo que inquietaba a Yar, pero no conseguía decidir qué era.
La reunión fue breve y muy formal. Nalavia tenía un saludo preparado; Data la respuesta. Yar se alegró de que él la superara en rango y tuviera, por tanto, que encargarse de esta parte de los actos; detestaba hablar en público. También le proporcionó la oportunidad de detectar algo en Nalavia que podría ser frustración. ¿Pero qué podía causar…?
Entonces se dio cuenta de qué había hecho el capitán Picard: para encararse con una mujer tan voluptuosa, cuya sensualidad había conseguido disparar las hormonas de todos los varones del puente de la Enterprise a través de un mensaje grabado, ¡había enviado a una mujer y un androide! Yar disimuló una sonrisa debida al reconocimiento por la perspicacia de su capitán.
Cuando la ceremonia pública hubo concluido, Data y Yar fueron conducidos a sus alojamientos. Cada uno disponía de dos habitaciones y un cuarto de baño, en lados opuestos de un ancho corredor que lucía cuadros, estatuas y guardias bien armados.
Yar descubrió que sus efectos personales ya habían sido colocados en los cajones, el ropero y el armario del baño. «Y probablemente registrados». Pero no había nada que encontrar. Llevaba encima su pistola fásica, el tricórder y la insignia-comunicador.
La cena con Nalavia estaba prevista para dentro de una hora y media, así que Yar se bañó, se puso su uniforme de gala, y se tomó el tiempo necesario para maquillarse como deferencia hacia la formalidad de la ocasión. Se alegró de no tener que ponerse un vestido de noche, aunque estaba segura de que Nalavia sí lo haría.
Unos minutos antes de la hora fijada, Data apareció en su puerta para escoltarla hasta el comedor privado donde esperaban averiguar más sobre lo que en realidad estaba sucediendo en Treva. El androide también llevaba puesto su uniforme de gala.
—Supongo que podemos dejar sin peligro nuestras pistolas fásicas en las habitaciones —dijo él.
—Parece usted tan incómodo sin ella como yo —observó Yar—. ¿Ha inspeccionado su habitación en busca de aparatos de escucha?
—No hay ninguno. No obstante, desearía que la consejera Troi estuviese con nosotros —comentó Data—. Incluso yo percibo que no están diciéndonos la verdad… y que tampoco están diciéndosela al pueblo de Treva. ¿Qué percibe usted, Tasha?
—Lo mismo. Y el hecho de que hoy usted le ha causado frustración a Nalavia.
—¿Frustración?
—Usted no reaccionó ante sus encantos. Hmmm. Data, ¿sabe usted flirtear?
—Estoy programado con una amplia variedad de técnicas placenteras. Entre ellas se encuentran 234 formas de flirteo.
—En ese caso, le sugiero que pruebe algunas de ellas con Nalavia. Déle un poco de su propia medicina y vea qué pasa.
—¿Qué pasa? Tasha, si lo hago, ella esperará sin duda que…
—¡No! —replicó ella en tono terminante—. Quiero decir que esta noche no. Si usted le da de inmediato lo que ella quiere, no existirá ninguna razón para que ella le dé lo que usted quiere.
—¿Y qué es?
—La verdad. Lo que realmente está sucediendo en Treva. Entenderá usted que no podemos preguntárselo de forma directa.
—Sí, Tasha —respondió él con una leve sonrisa—. Ni siquiera yo soy tan ingenuo. He vivido entre humanos durante veintiséis años.
Yar no pudo resistirse.
—En efecto, usted no acaba de caerse del árbol, no nació ayer, ya no se chupa el dedo… —Y tuvo el deleite de ver que la sonrisa de Data se ensanchaba.
—Por favor, no me robe la actuación —dijo en voz baja—. Hasta ahora, es la única que tengo.
—Oh, no, no lo es —repuso ella, y le besó en una mejilla.
Él estaba diseñado para ser agradable al tacto, como ella bien recordaba: cálido, suave, con una fuerza contenida. Hasta ahora, Yar había lamentado la ocasión en que sedujo a Data bajo la influencia del virus desinhibidor. Sin embargo, lo que tal vez debería lamentar era la orden de que «nunca había pasado».
Al fin y al cabo, cuando acabara la misión, habría otro largo viaje en la lanzadera, sólo ellos dos, solos y juntos…
Ella apartó semejantes pensamientos de su mente y se dispuso para la cena con la presidente de Treva. Nalavia los recibió en un salón pequeño donde les ofreció vino y cócteles. Yar aceptó una copa de vino; Data, no. Eso era extraño; el alcohol le causaba poco o ningún efecto.
—Ahora que estamos a solas —comenzó Nalavia—, podemos hablar como amigos. Mi planeta tiene grandes problemas. Estoy segura de que saben que la más triste de todas las guerras es aquella que pone a la gente en contra de sus propios hermanos. Eso está sucediendo en Treva.
—Una guerra civil… —dijo Yar. Ella sabía demasiado bien lo horrorosa que era. Había sido la norma donde ella creció—. La Federación siente pesar al oír que algo semejante está sucediendo entre un pueblo al que esperábamos acoger entre nosotros.
—¡Entonces, seguro que la Federación nos enviará ayuda! —declaró Nalavia—. El pueblo quiere la paz y poder votar a su gobierno…, pero los terroristas están asesinando a los cargos electos por ellos. La cámara se ha visto obligada a suspender sus reuniones, justo en el momento crucial en que la nueva constitución debía votarse.
Se vieron interrumpidos al anunciarse que la cena estaba lista: un suntuoso banquete durante el cual Nalavia representó el papel de anfitriona afable, negándose a hablar del propósito de la visita de ambos hasta que volvieron a hallarse de nuevo en el salón, bebiendo coñac sauriano.
—¿Qué quieren esos terroristas? —preguntó Data.
—El regreso al antiguo sistema, el gobierno de los señores de la guerra en lugar del gobierno del pueblo a través de cargos y diputados legítimamente electos.
—¿Señores de la guerra? —preguntó Yar, suspicaz.
—Ahora se han unido bajo el mando de un solo hombre —le explicó Nalavia—. Rikan. Muchos campesinos se han unido a su ejército, ya sea por miedo al cambio o por añoranza del viejo sistema…, o porque creen que él puede ganar y sienten terror por sus propias vidas y las de sus familiares en caso de que la cólera de ese hombre caiga sobre ellos.
—Pero éste es un asunto interno —señaló Data—. ¿Qué puede hacer la Flota Estelar?
Nalavia se inclinó con vehemencia hacia adelante en su asiento.
—¡Conocemos el emplazamiento de la fortaleza de Rikan! Nuestras fuerzas de tierra han intentado tomarla en varias ocasiones, pero el emplazamiento es inexpugnable para nuestro armamento. Pero para el de ustedes… ¡lo único que tienen que hacer es enviar una sola nave para que vuele esa fortaleza desde el cielo! Él no puede derribar a una nave estelar como lo hace con nuestras pequeñas naves. En minutos pueden liberarnos de su terror… y Treva los bendecirá y se unirá a la Federación con entusiasmo.
—No es así como opera la Flota Estelar —le dijo Yar—. Nosotros creemos en la prevención de la guerra. El verse obligado a utilizar un arma es una forma de derrota.
Nalavia la miró de hito en hito con mal disimulada frustración.
—¿Permitirán que nos dobleguemos como perros, dejarán que gobierne este tirano? —Su pecho palpitaba de emoción—. Aunque, por otra parte, no han visto lo que sus hombres les hacen a las personas inocentes. —Se puso de pie y avanzó hasta una pantalla que había en una pared, pulsó algunos interruptores y las escenas comenzaron a aparecer. Primero, la bomba que estalló en la plaza de mercado y que ellos habían visto en la emisión de noticias—. Esto ocurrió ayer mismo —dijo Nalavia.
—El ejército de ustedes no parece ser muy eficiente —observó Data.
—¿Qué ejército lo es, contra un enemigo que ataca a los civiles? —replicó Nalavia—. Nuestros soldados no pueden estar en todas partes. Si Rikan se enfrentara con nosotros en combate justo, podríamos tener alguna posibilidad. Pero sus métodos son éstos.
Apareció otra imagen, esta vez de lo que parecía ser un ómnibus lleno de gente en una concurrida calle urbana. De dicho ómnibus, de pronto, aparecían hombres armados que disparaban al azar contra los peatones. Más hombres armados asaltaban una escuela, obligando a los niños a salir a punta de arma para luego llevárselos en vehículos de tierra. Un niño intentó escapar de la fila y le dispararon. Otros comenzaron a gritar… y a los que, presas del pánico, intentaron huir, también les dispararon a sangre fría.
Yar apartó la atención de las criminales escenas justo cuando Data estaba preguntando:
—¿Cómo es que las cámaras…?
—¿Cómo es que las filas de su ejército no se han visto desbordadas con voluntarios —inquirió Yar, ahogando la voz de él—, cuando hay un enemigo semejante que ataca a su pueblo?
Data le echó una mirada y asintió. Ahora no continuaría con su pregunta, y Yar sólo podía abrigar la esperanza de que no volviera a intentarlo más tarde. No debían permitir que Nalavia se diera cuenta de que habían advertido que esas «atrocidades» habían sido representadas, si no falsificadas en su totalidad.
Pero la mujer se les adelantó.
—Desde que comenzaron los ataques, hemos puesto cámaras de vigilancia por toda la ciudad con el fin de movilizar lo antes posible nuestras fuerzas contra los atacantes. En cuanto a los voluntarios, los ciudadanos de Treva son libres desde hace menos de una generación: la tradición les dice que dejen que sus líderes cuiden de ellos. Lo estamos intentando, amigos míos, lo estamos intentando desesperadamente…, pero si no queremos sucumbir una vez más a la tiranía de los señores de la guerra y sus guerrillas, tenemos que contar con la ayuda de ustedes. —Nalavia hablaba como si estuviera luchando por contener las lágrimas.
Yar miró a Data y con los labios formó la palabra «ahora». Él pareció perplejo durante un momento, y luego asintió con un movimiento de cabeza.
—Es un argumento muy conmovedor —dijo el androide mientras se acercaba a Nalavia y le tomaba una mano como para darle fuerzas—. La Flota Estelar se sentirá tremendamente interesada en lo que usted nos ha contado, y en lo que descubramos aquí. Pero esta noche no podemos hacer nada. Debe usted apartar de sí estas trágicas imágenes. Nos ha llamado amigos, Nalavia. Espero que pronto seremos buenos amigos.
Yar parpadeó. ¡Dios, qué bien lo hacía! Nalavia le tomó la mano entre las suyas y alzó la mirada hacia él, parpadeando con resolución para hacer desaparecer las lágrimas de sus ojos. Yar reprimió una sonrisa de satisfacción. La presidente de Treva no era tampoco una incompetente en el terreno del coqueteo. Después de haber estado observándolos durante una media hora, Yar se sentía sofocada por tantas ternezas y comenzaba a preocuparse ligeramente. Si duda, Data no se dejaría engañar por los palpitantes senos, las aleteantes pestañas, la actitud de desamparo…
No. Data era una máquina. No podía de ninguna forma permitir que los sentimientos anularan su capacidad de juicio.
Sin embargo, actuaba como si tuviera sentimientos.
«Oh, vamos, Tasha… él tuvo que pedirte tu opinión acerca de si Nalavia era o no era hermosa», se recordó, y pidió que la excusaran después del coñac, alegando el cansancio del día y su hábito, cuando estaba en la superficie de un planeta, de levantarse al alba para hacer ejercicio con las primeras luces.
Nalavia le dio afablemente las buenas noches, pero resultaba demasiado evidente que su atención estaba concentrada en Data. «La verdad es que debería probar yo misma su programa de flirteo», pensó Yar mientras recorría el largo pasillo de vuelta a su habitación. Su mente de oficial de seguridad advirtió, divertida, que el guardia que estaba sentado cerca de su puerta se había quedado dormido en su puesto, pero resistió la tentación de despertarlo. Que su relevo o su oficial superior lo encontrara así.
Abrió la puerta, accionó el interruptor de la luz… y no sucedió nada.
Al instante giró para volver a salir al corredor, sin tomarse siquiera el tiempo de sumar un hecho extraño más otro…
Ya era demasiado tarde.
Unas manos fuertes tiraron de ella y la hicieron regresar al interior de la habitación.
La forma de luchar de Tasha era instintiva. Había dos atacantes, puesto que alguien cerró la puerta tras Yar en el momento en que ella lanzaba una patada contra el que la había cogido, cosechando un satisfactorio quejido cuando golpeó la rodilla a su contrincante.
Las cortinas, que ella había dejado descorridas, estaban ahora echadas; durante unos momentos los atacantes contaron con ventaja mientras los ojos de ella se adaptaban a la oscuridad después de la brillante luz del corredor. Pero había practicado con frecuencia la lucha a ciegas.
Y había sólo dos. Por lo general eso no era un problema, pero éstos se movían como luchadores entrenados, y ambos eran más corpulentos que ella.
Sin embargo, Tasha no se tomó tiempo para pensar; saltó de la patada contra el primero para asestarle un golpe en las costillas al que se encontraba junto a la puerta.
—¡Maldición! —gimió el segundo, y ella sonrió burlonamente en la oscuridad.
La patada siguiente dejó sin resuello al otro contrincante, pero cuando ella aún estaba recobrando el equilibrio el otro hombre le propinó una patada en la pierna que se apoyaba sobre el suelo.
Ella se tambaleó pero consiguió no caer.
Cuando se recobraba, sintió que unas manos la aferraban por los brazos… y antes de que pudiera orientarse para zafarse de la presa, otra mano se cerró sobre el punto en que su cuello se unía con el hombro.
Sólo entonces pensó en gritar…, pero era demasiado tarde. Consiguió proferir un chillido débil y perdió el conocimiento.
Yar despertó en la peor de sus pesadillas. Estaba atada de pies y manos y alguien la llevaba rudamente echada sobre un hombro, con el rostro sofocado por una capucha.
¡Durante un terrible momento estuvo en Nueva París, en las garras de aquella banda!
Luego volvió al momento presente. La habían secuestrado del palacio de Nalavia.
Maldición…, si al menos hubiera intentado despertar al guardia y hubiese descubierto que estaba inconsciente. No. Los «si al menos» no servirían para nada.
¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Se encontraban todavía en los terrenos del palacio?
Al poner a prueba las ataduras alertó al hombre que la llevaba.
—Está despertando.
—Él ya nos advirtió que era dura —dijo la otra voz—. Maldición… ¡voy a cojear durante una semana!
—Sí, bueno, mi’ costiya’ van a tener un buen mora’o, pero no me oye’ quejarme.
—Se burla de las cicatrices quien nunca sintió una herida.
El captor de Yar se echó a reír y la acomodó mejor.
—E’ pesada pa’ ser una cosa tan pequeña.
—¿Quieres que la lleve yo? —El otro hombre no parecía muy ansioso por hacerlo.
—No…, ya hemos llegado.
Al cabo de pocos pasos, Yar sintió que describían un giro cerrado y tuvo la sensación de entrar en una habitación.
—¡La tenemos! —declaró alegremente su captor y la echó sin más sobre el suelo.
—¡Quitadle esa cosa de la cabeza! —estalló una nueva voz, furiosa.
Sólo que no era una voz nueva…
—Vale, vale… no interesaba que viera el camino, ¿no? —protestó el que la había llevado al tiempo que le quitaba a Yar la capucha que le cubría la cabeza.
En lo que parecía un increíble deja vu se encontró ante las narices las puntas de unas lustrosas botas negras; luego consiguió volverse hasta quedar de espaldas y sus ojos siguieron las largas piernas en sentido ascendente, pasando por un torso ataviado de negro y gris hasta un rostro cruel que la contemplaba desde lo alto. La expresión era la misma que tenía grabada a fuego en la memoria desde la última vez que había visto…
… el rostro de Darryl Adin.