5

La alférez Yar no podía imaginarse a nadie del universo que fuera tan feliz como ella. Se había graduado con honores en la academia de la Flota Estelar, y su primer crucero de entrenamiento había sido un éxito tal que la Starbound recibió toda una misión de confianza en su viaje de regreso a la Tierra: llevar un cargamento de cristales de dilitio desde la estación de craquelado de Tarba hasta el astillero de la Flota Estelar de Marte. Pero no era sólo el éxito de su nueva carrera lo que hacía que Yar se preguntase si la gravedad artificial no habría dejado de funcionar.

Tras la absoluta infelicidad de sus primeros quince años de vida, apenas había conseguido adaptarse a la idea de un futuro esperanzador cuando el departamento de Inmigración de la Federación amenazó con enviarla de vuelta al abismo infernal del que había escapado. Los historiadores descubrieron en los archivos que en ningún lugar constaba cuándo Nueva París se había separado de la Flota Estelar, lo que hacía ilegal su abandono de la colonia. Sin estar enterado de las guerras y colapsos tecnológicos que tenían lugar en la Tierra, el gobierno de Nueva París se separó, en fecha desconocida, con el fin de no estar ligado a las mismísimas leyes cuyo abandono desembocó en la peor de las guerras terrícolas y el Horror Postatómico. Irónicamente, aunque Nueva París tardó más que su planeta de origen en hundirse en la degradación… el resultado final fue similar y, a diferencia de la Tierra, Nueva París nunca se recobró.

Pero Dare consiguió que el consejo legal de la Flota Estelar presentara el caso de Yar. Al final, sin embargo, no fueron ni las habilidades del consejo legal ni la elocuente descripción hecha por Dare de la vida de la «niña» que él había rescatado, lo que le otorgó el derecho de permanecer en la Tierra: los más poderosos señores de la droga de Nueva París, a los que la Federación tuvo que reconocer a la fuerza como portavoces del planeta, ¡sencillamente no la querían!

—¿Qué es otra niña muerta de hambre? Ustedes la quieren, pues quédense con ella…, de hecho, ¡llévense a cualquiera de los otros parásitos que quieran marcharse con ustedes!

Sólo después de estar por fin segura en su nueva vida, pudo Yar comenzar a civilizarse y realizar su sueño de asistir a la academia de la Flota Estelar. La lucha por la mera supervivencia había concluido. Ante ella se abrían perspectivas completamente nuevas.

Al fin, por lo que parecía, el destino había vuelto un rostro amable hacia la joven a la que hasta entonces había despreciado. Cuando Darryl Adin regresó a la academia para hacer el curso de actualización en las últimas técnicas en seguridad, justo en el momento en que su preparación colocaba a Tasha en los mismos cursos, se habían redescubierto el uno al otro. La diferencia de edades entre ellos, tan importante cuando él era un oficial de la Flota Estelar y ella una adolescente aterrorizada, era insignificante ahora que Yar tenía casi veintitrés años. De forma inevitable, se habían enamorado.

Tampoco podrían haber escogido un momento mejor para hacerlo. En el pasado, los matrimonios dentro de la Flota Estelar eran arriesgados, a menudo condenados en el intento de hallar el equilibrio para dos carreras, obligando a la elección entre el rechazo de ascensos o las largas separaciones. En cualquiera de los casos, la presión doméstica sumada a un estilo de vida de por sí arriesgado, desembocaba en un índice desmedidamente alto de matrimonios rotos.

Pero ahora, en reconocimiento de la necesidad humana de tener una familia, la Flota Estelar estaba construyendo una nueva clase «Galáctica» de naves estelares, diseñadas para largos viajes de exploración en las que familias enteras viajarían juntas. Darryl Adin y Tasha Yar habían presentado ambos su solicitud, tanto de permiso para casarse como para que los destinaran juntos a una nave de este tipo. La primera solicitud ya les había sido concedida: se casarían en la capilla de la academia en cuanto regresaran a la Tierra. Era aún demasiado pronto como para anunciar algo respecto a la segunda, pero los amigos que Dare tenía en el alto mando de la Flota Estelar le habían asegurado que mientras la competencia por otros puestos era la más feroz que jamás hubiesen visto, los solicitantes para cargos de seguridad eran pocos. Para las personas que eran lo bastante aventureras como para escoger una carrera en el cuerpo de seguridad de la Flota Estelar, una nave lo bastante segura como para llevar niños tenía poco atractivo.

Así que Yar no sólo abrigaba grandes esperanzas respecto a que ella y Dare podrían servir juntos, sino además formar una familia en la que los hijos tendrían cerca a ambos progenitores, todo dentro de la extensa familia de la Flota Estelar…, la única familia verdadera que ella había conocido.

Como era costumbre en los viajes de entrenamiento, la tripulación de la Starbound estaba constituida principalmente por cadetes recién graduados de la Flota Estelar, acompañados solamente por unos pocos oficiales veteranos. La misión que tenían era bastante importante: llevar suministros a una serie de planetas que se hallaban en las bien concurridas rutas estelares; aunque no era ni peligrosa ni crucial. Soportaron tormentas de iones, aprendieron a ceñirse a unas fechas previstas, y visitaron planetas cuyas condiciones eran muy diferentes de las de los planetas en los que se habían criado. Aprendieron a asumir sus responsabilidades, cuidar de la nave, y trabajar juntos en los grupos de expedición y descenso; esa fue su experiencia diaria. Cuando acabara el viaje de entrenamiento, serían enviados a sus primeros destinos en naves o estaciones estelares, cualificados ya como estarían para trabajar hombro con hombro con personal experimentado de la Flota Estelar.

Dare era uno de los oficiales veteranos de la Starbound, y desempeñaba el cargo de jefe de seguridad. Algunas de las amigas de Yar le habían advertido que el tener a su prometido como superior no daría buen resultado…, pero era mejor averiguarlo ahora que cuando ya estuvieran casados. Cuando la calamitosa predicción no se transformó en realidad, ella atribuyó los comentarios a celos. Ahora que ya había pasado más de la mitad del viaje de seis meses, habían cargado secretamente los cristales de dilitio en la Base Estelar 36 y puesto rumbo a la Tierra con su precioso cargamento y una embriagadora sensación de éxito.

Un día, Yar estaba en la sala de tiro intentando igualar la puntería de Dare con una pistola de un sólo disparo. Un arma fásica u otra arma de disparo continuo no era una verdadera prueba de destreza. El practicar con armas semejantes conducía al descuido en el disparo y al hábito de malgastar la carga del arma…, algo peligroso si uno no podía recargarla.

Así que el personal de seguridad practicaba con armas que disparaban breves destellos de luz hacia blancos fotosensibles. Yar era la mejor de su clase…, pero la puntería de Dare era legendaria. Había sido el campeón de la Flota Estelar durante los últimos nueve años, y nadie se le había ni siquiera aproximado.

La pistola de luz producía una leve detonación y el blanco emitía varias notas, dependiendo de dónde se le acertaba. Los disparos de Yar provocaban un monótono «boink» repetido al hacer ella blanco de forma constante dentro del círculo central de diez centímetros de diámetro que se encontraba a una distancia de treinta metros.

A esa distancia no podía ver el objetivo lo bastante bien como para discernir los impactos hechos por sus aciertos, excepto que parecían repartidos otra vez. Retrocedió y miró el monitor que tenía por encima de la cabeza. En efecto, sus disparos estaban dispersos por la superficie del círculo central. Se sabía que Dare había llegado a acertar hasta quince disparos en el centro mismo, uno encima del otro, de forma que parecía que sólo había hecho blanco una vez.

Yar respiró profundamente, estiró los dedos y volvió a intentarlo. Seis disparos hicieron sonar la misma nota, pero el séptimo produjo un sonido más grave.

—Maldición —murmuró ella. Estaba empeorando.

—Es la tensión, amor.

Ella cerró los ojos, apretó las manos y la mandíbula, y con los dientes rechinando, dijo:

—Márchate, Dare. Sabes que detesto que te deslices a mis espaldas para espiarme.

—¿Por qué he podido hacerlo? —contraatacó él.

—Porque ésta no es una práctica de supervivencia en el simulador. Ésta es una práctica de puntería, estoy intentando concentrarme. Tienen que existir algunos lugares en los que una persona no tenga que preocuparse de ser atacada.

—¿Qué te parece mi camarote, cuando acabes tu siguiente turno?

—Eso está hecho. Ahora márchate y déjame trabajar.

—¿Es trabajo esto, Tasha? —Se le acercó por detrás, le puso sus fuertes manos sobre los hombros y dándole un masaje la relajó—. Estás trabajando demasiado. Relájate. La pistola es una extensión de tu mano. Apunta con ella como si fuera un dedo. Las prácticas de tiro son sólo un juego…

—¿Sólo un juego? ¿Eso me lo dice el hombre que anduvo alicaído durante tres días porque la computadora de la nave le ganó al ajedrez?

—Alguien de la tripulación anterior la programó para que hiciera trampa —le aseguró él con firmeza—. Sestok tuvo que reprogramarla. Y no me cambies de tema. No necesitas este tipo de precisión para derribar a un enemigo…, aquí sólo estás afinando tu destreza.

—Mmmm. No quieres que sea lo bastante buena como para vencerte. —Lo dijo con ligereza, pero había ocasiones en que Yar se tomaba a mal la naturaleza competitiva de Dare, especialmente cuando topaba con la suya propia. No conseguía hacerle entender la diferencia existente entre ellos dos: Dare jugaba para ganar. Yar trabajaba para sobrevivir.

Pero su prometido comprendió los deseos de ella, si bien no sus motivaciones. Las manos de Dare aún descansaban, cariñosas, sobre sus hombros. Ahora la volvió para encararla consigo.

—Tasha —dijo—, quiero de verdad que seas tan buena como yo.

—¿No mejor?

La sonrisa de él era de burla para consigo mismo.

—¿Mejor que perfecta?

Ella rió entre dientes.

—Nadie es perfecto.

—No, no en todo. Pero hay algunas cosas… Tasha, ¿por qué crees que te espoleo? Yo quiero que seas feliz, y para ti eso significa perfeccionar tus habilidades como oficial de seguridad.

—No del todo. El tenerte a ti… —Dejó que la frase languideciera.

La sonrisa de Dare era dulce y abierta esta vez, y la besó. Ella se derritió en los brazos de él.

Cuando se separaron, él susurró:

—¿Estás relajada ahora? ¿Te sientes feliz?

—Mmmm.

—Vuelve a probar tu puntería.

—¡Dare! —Ella se puso rígida, se sentía ofendida.

—Vamos —la instó él—. Es una orden, alférez.

—Maldito seas —masculló ella entre dientes…, pero con la voz lo bastante alta como para que pudiera oírla su oficial superior, a pesar de ser Dare… Dio media vuelta, y acertó quince disparos seguidos en el centro del blanco.

Dare estaba contemplando el monitor cuando ella se volvió a mirarlo. Él le sonrió.

—Tu mejor marca.

Ella alzó los ojos. Ciertamente, todos los disparos estaban dentro de un radio de cinco centímetros. Cuando miró a Dare, tan vanidoso y satisfecho de sí mismo, la furia contra él y la alegría por su propia actuación se combinaron para impedirle hablar.

—Ahora —dijo Dare—, dime que no te imaginabas que era yo a quien le estabas disparando.

Yar boqueó.

—¡Por supuesto que no! Y no es que no te lo hubieras merecido si lo hubiese hecho.

—Ésta es mi chica lista —aprobó Dare—. Utiliza tus sentimientos…, no permitas que ellos te utilicen a ti. Nos veremos después de la guardia.

Y la dejó allí, medio indignada, medio excitada, medio deleitada, medio confundida… y sin siquiera pensar en cuántas mitades sumaba eso puesto que de todas maneras ya tenía bastantes emociones agitándose en su interior.

Más tarde, cuando ambos habían acabado sus turnos de trabajo y estaban relajándose en el camarote de Dare, ella le preguntó:

—¿Utilizas con todos los cadetes en entrenamiento la misma técnica que empleaste hoy conmigo?

Él se echó a reír.

—No creo que fuera a funcionar muy bien con Henderson, ¿no te parece?

Jack Henderson era más de una cabeza más alto que Dare y tenía la constitución de un cargador de muelle. Lo que le faltaba en agilidad lo compensaba con su peso y masa muscular. Cuando tenía posibilidad de plantarse con firmeza sobre los pies, ninguno de los miembros del personal de seguridad de a bordo de la Starbound era capaz de derribarlo, ni siquiera Darryl Adin.

—¿Todas las cadetes femeninas, entonces?

—Sufrí un pinzamiento nervioso estando de servicio, Tasha; no me gustaría provocarlo por descuido —contestó él.

—Ah, sí… T’Seya.

—Además —continuó Dare—, el enseñar los procedimientos de seguridad es como estar en el campo de batalla: uno utiliza lo que hay y lo adapta a su objetivo.

—Ah… ¿así que estás pensando en mí como en un objetivo?

Él no respondió de inmediato, sino que la estudió durante un momento. Llevaba puesta una túnica de meditación, y estaba sentado sobre su litera con las piernas cruzadas. La Starbound era una nave pequeña, y a pesar de que el jefe de seguridad tenía un camarote privado, éste no era ni grande ni lujoso. Había sólo dos asientos, un cómodo sillón en el que estaba sentada Yar, y la silla del escritorio, de respaldo recto.

Yar aún llevaba puesto el uniforme porque había acudido allí directamente al acabar su guardia, la cual había pasado por la aburrida pero necesaria tarea de hacer un inventario de las armas. Sorprendentemente, encontró siete pistolas fásicas que no funcionaban y las envió a mantenimiento.

Dare la contempló durante unos momentos, con sus ojos oscuros e imposibles de interpretar en la tenue luz del camarote. Su pelo castaño dorado tenía el aspecto suave y suelto de haber sido lavado recientemente. Peinado sin raya, le caía sobre la frente como el de un niño, suavizando sus duras facciones. Lo que Yar quería hacer de verdad era sentarse junto a él y pasarle los dedos entre el cabello, y luego dejar que Dare la hiciera olvidar todo, excepto a ellos dos. Pero algo la retuvo en el sillón…, tal vez la penetrante mirada de él.

Al final, Dare preguntó:

—¿Estás enfadada conmigo, Tasha?

—No lo sé.

—Eso parece una respuesta sincera. Pero sí que estás enfadada.

—No juegues a consejero de la nave, Dare. No estás más cualificado que yo para eso.

Los ojos de él se abrieron de par en par, y en su boca apareció una sonrisa de disculpa. En momentos así ella le parecía más hermosa, cuando los rasgos se le suavizaban.

—Así que es eso. Lo siento, Tasha. Pensaste que esta tarde estaba jugando con tus sentimientos.

—¿Y no lo estabas haciendo?

—No. Y sí.

—Eso sí que no parece una respuesta sincera.

—Sí, en la medida en que quería romper tu tensión nerviosa y despertar tu espíritu competitivo… como lo intentaría con cualquier otro en esa situación. No, en la medida en que jamás pensé en utilizar mi derecho a tocarte… —volvió a sonreír—, mi deseo de tocarte… fue algo personalizado sin ser personal.

—¿Qué?

—Te alenté a utilizar técnicas que tú ya dominas. Tasha, no es de extrañar que te enfades con facilidad, considerando la primera época de tu vida. Pero tú has aprendido a darle un uso positivo a ese enfado… y yo no he tenido participación ninguna en eso. Cuando te dejé en la Tierra, eras como un cohete cargado, a punto de salir en cualquier dirección, con cualquier excusa. Cuando volví, me encontré con una mujer joven, fuerte y hermosa en la que puede confiarse para que actúe con prudencia.

—No era eso lo que decían mis instructores —señaló ella.

—Estilo, Tasha, eso es todo. Tu estilo es el actuar con rapidez. También lo es el mío. Los dos somos supervivientes, amor. Por eso formamos un equipo tan bueno.

—Yo pensaba que se suponía que los polos opuestos se atraían.

—Bueno, pues… creo que tenemos bastantes diferencias como para hacer que la vida resulte interesante —replicó él con su voz más insinuante.

Yar no pudo evitar echarse a reír. Dare siempre podía atravesarle las defensas. ¡No era de extrañar que pudiese amarle! Ella abandonó el sillón por la calidez de los expectantes brazos de él.

Puede que Darryl Adin fuera competitivo en todas las otras áreas de la existencia, pero era tremendamente generoso en la intimidad con ella y le daba a Yar la ternura y atenciones que ella necesitaba de forma tan desesperada. Él era su primer amor y primer amante, porque a pesar de que los años de terapia que había recibido gracias a la Flota Estelar la libraron del miedo y la desconfianza de los hombres que se había llevado de su vida en Nueva París, ella nunca había ido más allá de la amistad con ningún hombre hasta la reaparición de Dare en su existencia.

Ahora le resultaba increíble pensar que cuando él la rescató, la triste y sórdida expectativa de ella era que él la usase. Se había sentido tanto atraída como aterrorizada por él, y sus aprensiones aumentaban a medida que avanzaba el viaje y la aseaban, le daban una nutrición adecuada y le arreglaban la dentadura. Temía que para el momento en que estuviera a la altura de las exigencias de Dare, iba a deberle lo que fuera que él deseara porque lo había aceptado todo, incluida su constante atención.

Finalmente, incapaz de soportar el suspenso por más tiempo, cuando él la despidió después de la clase de aritmética, ella había estallado.

—¿Cuándo lo vas a hacer? ¿Cuándo empezaré a pagar por la ropa, los medicamentos, las clases? ¿Todavía no soy lo bastante buena para ti, lo bastante limpia, lo bastante inteligente?

Y él la había mirado con un desconcierto tal, sus expresivos ojos tan claramente perplejos, que por primera vez Tasha supo, creyó de verdad, que él no esperaba ningún pago en absoluto.

Mientras ella aún estaba asimilando eso, Dare se dio cuenta de qué quería decir, qué miedos había estado ocultando, y su boca se abrió con horror y lástima.

—Oh, Tasha —murmuró—. ¡Oh, niña… no! Nadie va a hacerte ningún daño, nunca más. Pensaba que lo entendías. Nosotros no somos así.

Él comenzó a alargar una mano hacia ella, se dio cuenta de que podía malinterpretar el gesto, y se apartó…, pero no antes de que ella viera el dolor que le había causado con la inmerecida acusación.

Y se había sentido igual de desconcertada que él, y la incomprensible sensación de rechazo no era la menor de las causas de ese desconcierto.

Fue sólo años más tarde, cuando volvieron a encontrarse como adultos, que ella se dio cuenta de lo infundadas que habían sido sus sospechas… y cómo habían actuado a través de los años incluso cuando volvieron a reunirse, evitando que él reconociera sus propios sentimientos hasta que ella tomó la iniciativa. Claro que si había una cualidad que Tasha Yar tenía en abundancia, era la iniciativa.

Otra era su sentido de la responsabilidad. Por eso, aquella noche en particular, cuando estaban en la Starbound, a pesar de que le habría encantado pasar toda la convencional noche con Dare, se marchó temprano porque al día siguiente había un cambio rutinario de programa que la ponía en la primera guardia. Mientras se preparaba para marcharse, comentó:

—Mañana tenemos más inventarios. Todos detestan los inventarios, pero al menos hoy estuvo justificado.

—¿Qué? —preguntó Dare, evidentemente más interesado en mirarla a ella que en lo que estaba diciendo.

Ella le habló de las siete armas fásicas defectuosas… y de forma repentina él fijó toda su atención en sus palabras.

—¡¡Siete!! Tasha, eso es un número demasiado alto como para que pueda tratarse de una coincidencia. Alguien está utilizándolas mal.

—¿Cómo? La mayoría de ellas no han sido utilizadas en absoluto.

—Entonces, están mal guardadas.

—No lo están, Dare. Estaban guardadas correctamente en las unidades de carga. —Ella parpadeó—. ¿Podrían ser las unidades las defectuosas? No se me ocurrió adelantarme en la lista de comprobaciones prevista. Para serte sincera, no se me pasó por la cabeza que hubiera nada fuera de lo corriente en encontrar siete pistolas fásicas defectuosas en un total de cincuenta. Quiero decir que… el encontrarlas y repararlas es la finalidad del inventario, ¿verdad?

—Verdad…, pero sólo puede saberse por experiencia que una o dos ya constituyen algo bastante insólito, cuando llevamos sólo cuatro meses fuera de la Tierra. Por eso estoy yo aquí, Tasha. Dentro de dos días, los informes de inventario estarían completos y me los entregarían a mí, y entonces yo habría detectado la anomalía. Dado que tú me lo has contado, mañana inspeccionaré la armería en persona.

A la mañana siguiente, Dare se reunió con Yar y los otros dos cadetes de seguridad que realizaban el inventario. Para cuando hubieron acabado, él estaba pálido y tenía los labios apretados. La furia apenas contenida convirtió su rostro en una máscara amenazadora tal que los otros dos cadetes estaban temblando. Pero Yar sabía que esa furia no estaba dirigida contra ellos… sino contra la aún desconocida fuente de la anomalía hallada en la armería.

No sólo había dañadas otras cinco armas fásicas de mano, sino que todos sus depósitos estaban completamente descargados…, inservibles. Dare realizó él mismo las comprobaciones, mientras su voz se volvía más tensa con cada descubrimiento. El factor desconcertante era que todo funcionaba ahora a la perfección.

—Tasha —ordenó—, inspeccione la lista de operarios y busque a todos los que han trabajado aquí desde que se realizó el último inventario. Reúnalos a todos en la sala principal de juntas a las nueve de mañana por la mañana. En el entretanto, tenemos que recargar tantas unidades como nos sea posible. Llame a Bosinney de ingeniería. ¡Quiero saber qué provocó que se fundieran piezas y se produjeran estas fugas de energía! No servirá de nada recargar las unidades si vuelven a descargarse solas.

—Responsable de seguridad… —dijo Yar, vacilante.

Ante aquel uso formal, la cabeza de Dare se levantó de forma brusca.

—¿Quiere decir que lo haga después de informar a la capitán? —inquirió Yar.

Durante un momento su furia se volvió contra ella…, pero Dare tenía muchos años de experiencia en el control de su temperamento, y casi de inmediato, dijo:

—Sí, podría tratarse de una transgresión de seguridad, alférez. Informe usted a la capitán Jarvis. Yo llamaré a ingeniería.

Yar no se sorprendió de que Dare solicitara la presencia del joven alférez, Bosinney, en lugar de la del jefe de ingenieros Nichols; el viaje de entrenamiento era una forma de facilitar las cosas a un hombre que estaba perdiendo su eficiencia de otra época, durante los últimos meses que le faltaban para retirarse con la pensión completa. Bosinney era un genio en mecánica y electrónica, y dado que nadie del departamento de ingeniería formaba parte de la estructura de mando, no existía ningún peligro para la nave en esta deferencia de la Flota Estelar.

Cuando Yar informó a la capitán Enid Jarvis del desastre acaecido con el armamento, ella insistió en acompañar a la alférez a la armería. Para entonces, George Bosinney ya se encontraba allí, desmontando una de las unidades de carga y realizando una comprobación. Bosinney era uno de esos jóvenes malditos tocados no sólo con el genio sino con una apariencia más joven de la correspondiente a su edad. Con apenas veinte años, era el graduado más joven de su clase, pero cualquiera que lo viese sin uniforme pensaría que tenía dieciséis años en el mejor de los casos. Era desgarbado y flaco, con la piel aún sonrojada y una voz que todavía no había cambiado del todo, pero las manos que trabajaban sobre paneles y conectores eran seguras y fuertes.

—¿Qué ha sucedido? —le preguntó la capitán a Dare.

—Eso es lo que estamos intentando averiguar.

—¡Adin! —La voz de Bosinney tenía un tono aún más agudo del habitual a causa de la emoción—. ¡Mire este interruptor automático!

Dare lo miró de hito en hito, perplejo. Tampoco Yar pudo ver nada extraño en la pieza que el muchacho había extraído.

Fue Jarvis quien exigió saber:

—Y bien…, ¿qué le sucede?

Bosinney se atragantó, pero se mantuvo firme.

—El nivel de energía es incorrecto…, demasiado bajo para esta conexión.

—Eso sólo significa que explotaría y tiene que ser reajustado —dijo Jarvis.

—Pero en este viaje —observó Dare—, el personal de la armería ha cambiado casi a diario.

—¡Es verdad! —exclamó Yar—. Yo estuve destinada a dos guardias aquí, y luego en la sección de energía auxiliar.

—¿Con qué frecuencia se dispararía ese interruptor automático? —preguntó Jarvis.

—Cada vez que se produjera una sobrecarga —contestó Bosinney—. Estará en el diario de a bordo… —Se encaminó hacia el terminal de la computadora y puso en pantalla cartas y gráficos que pasaban demasiado deprisa como para que Yar pudiera extraer sentido a lo que no era su especialidad.

—Por término medio —dijo Bosinney—, el interruptor fue reajustado cada dos coma seis días. De hecho, presenta una pauta aleatoria que va desde cero coma ocho a cinco coma cuatro. Y aquí —señaló con una mano un punto bajo de un descenso en forma de cuña de uno de los gráficos, y con la otra, las entradas del diario de la armería—, donde se fundió dos veces en un mismo día; no sucedió estando de servicio la misma persona.

—Pero ¿cómo pudo dañar tantas armas una pérdida de energía que tuvo lugar sólo cada dos días? —preguntó Yar—. Todas poseen circuitos de emergencia.

—Creo que ya lo sé —dijo Bosinney, y puso más gráficos en pantalla—. Sí…, eso es. Las fluctuaciones de energía reducen la vida de los acumuladores. Quedaron parcialmente descargados hasta que alguien se dio cuenta y reajustó los interruptores, pero no llegaron a ser descargados del todo y luego recargados. Una o dos veces no causaría problemas, pero esta pauta de pequeñas descargas y recargas se dio con frecuencia. Finalmente dañó a los acumuladores y eso permitió que los depósitos se descargaran.

—Reemplace los condensadores dañados —dijo Jarvis—. Adin, ¿cuánto se tardará en recargar los depósitos?

—No más de…

Se vio interrumpido por las luces de alerta que comenzaron a parpadear.

El intercomunicador se encendió con un chasquido.

—Alerta amarilla. Se aproxima nave no identificada…, no responde a las frecuencias de llamada. Capitán al puente, por favor. ¡Alerta amarilla! —La voz era joven y femenina, agudizada por la tensión.

Darryl Adin y Enid Jarvis, veteranos oficiales al mando, se miraron entre sí durante un momento. El entrecejo fruncido de Dare resultaba inquietante.

—Yo no creo en las coincidencias. Aconseje una inspección de todo el armamento.

Jarvis se encaminó hacia el intercomunicador.

—Aquí Jarvis. Pasen a alerta roja, activen escudos. Realicen una inspección de todos los sistemas de armamento. Voy hacia allí.

Antes de que la puerta de la armería se abriese al acercársele la capitán, la sirena comenzó a sonar y las luces intermitentes cambiaron a rojo. La voz que hablaba por el intercomunicador era ahora temblorosa, pero transmitió el mensaje.

—Alerta roja. Todo el personal a sus puestos de batalla. Esto no es un simulacro. Alerta roja.

Luego Dare se acercó al intercomunicador.

—Personal de seguridad, acudan a la armería. —Se volvió a mirar a Yar—. Alférez…, ocupe el puesto de seguridad del puente. Yo tengo que decidir a quién darles las armas que tengamos en condiciones de funcionamiento. ¿Quién está ahora allí arriba?

Yar miró la lista de guardia.

—Henderson.

Dare le entregó dos armas fásicas.

—No es nuestro mejor tirador, pero es duro y no se deja vencer por el pánico. Manténgalo con usted. Siempre podrá esconderse tras él, si fuera necesario.

—Dare… ¡no creerás que exista peligro de que nos aborden! —exclamó Yar.

—Tenemos que prepararnos para cualquier eventualidad. Ya tiene sus órdenes, alférez.

Lo que sucedió durante la hora siguiente se convertiría para Tasha Yar en una pesadilla, muchísimo más que la ilusión inducida de la prueba de Príamo IV. La Starbound era una pequeña nave de entrenamiento, no de batalla. A pesar de que las sospechas de Dare resultaron ser infundadas, y de que las armas externas funcionaban a la perfección, el armamento de la Starbound estaba destinado a ser un elemento disuasivo para peligros leves. A pesar de una generación de paz y abundancia, las disputas políticas y religiosas continuaban estallando ocasionalmente en forma de guerras o terrorismo…, aunque el itinerario de la Starbound la mantenía bien alejada de los territorios en disputa.

Luego estaban los contrabandistas: se prohibía cualquier cosa en un planeta, y alguien lo traía desde otro. Los «mercaderes independientes», por supuesto, podían encontrarse por todas partes, pero dado que utilizaban naves muy pequeñas y veloces, no podían llevar armamento para atacar a una nave estelar, ni siquiera a una pequeña nave de entrenamiento.

Así pues, en este área del espacio no debería de haber nada hostil para la Starbound. Cuando habían cargado el dilitio un mes antes, seguridad les había informado que nadie podía estar enterado de la existencia del precioso cargamento. Pero, entonces, ¿qué estaba haciendo una nave de espacio profundo en un curso que interceptaba el de ellos, viajando a velocidad hiperespacial, negándose a responder a sus solicitudes de identificación?

Cuando Jarvis y Yar llegaron al puente, los jóvenes tripulantes ya estaban nerviosos. Jarvis ocupó el asiento del mando, para manifiesto alivio del joven aspirante que ocupaba el puesto. Yar se encaminó hacia el terminal de seguridad. Jack Henderson se retiró encantado para dejarle espacio con el fin de que estudiara el panel, al tiempo que decía:

—¿Crees que deberíamos llamar a Adin?

—Está ocupado en la armería —repuso Yar—. Toma…, he traído la tuya.

Él miró el arma.

—¿Dare cree que será necesario…?

—Hay que estar preparados —respondió Yar. El panel que tenía ante sí mostraba la solicitud de identificación emitida hacia la nave que se aproximaba, en todas las frecuencias, con los circuitos traductores encendidos de forma que pudieran interpretarlo en prácticamente cualquier idioma—. No hay respuesta en ninguna frecuencia, capitán —informó.

En otra pantalla, las lecturas de los sensores pertenecientes a la nave que se acercaba eran presentadas en tres dimensiones, y los datos aumentaban a medida que decrecía la distancia entre ellos.

—Podrían tener las comunicaciones cerradas —dijo Jarvis con calma—. Navegación, cambie el curso a cero cero siete punto seis.

—Curso fijado.

—La nave que se aproxima ha cambiado el curso para compensar —informó Yar cuando los datos aparecieron en las pantallas—. Continúa en un curso de intersección.

—¿Puede identificarla? —preguntó la capitán.

—No tiene ninguna señal identificativa —contestó Yar—. Por la forma parece una nave de espacio profundo, de aproximadamente el triple de tamaño de la Starbound. Ninguna característica visible que identifique su origen. Señorita Sethan —le dijo a la diminuta oficial científica hermanita—, ¿puede obtener lecturas de formas de vida?

—Numerosas formas de vida —informó Sethan—. A esta distancia, los instrumentos aún no pueden distinguir…

—¡Están disparándonos!

El grito provenía del navegante.

—Armen torpedos de fotones. Envíe una llamada de socorro a cualquier nave de la Flota Estelar que esté al alcance: «Nave de entrenamiento Starbound bajo ataque de nave no identificada» —dijo la capitán Jarvis.

Yar dijo: «mensaje enviado» justo antes de que los alcanzara el primer disparo.

La nave se zarandeó con el impacto, pero los escudos resistieron… tres descargas.

La Starbound respondió al ataque, pero los torpedos de fotones detonaron fútilmente contra los escudos de los atacantes.

—¡Capitán —informó Yar—, han anulado la radio subespacial!

—Continúe enviando el mensaje, alférez —fue la tranquila respuesta de Jarvis.

Yar dejó la señal en automático.

—Escudos frontales de estribor funcionando sólo a un treinta y cinco por ciento —advirtió.

—Cambie de curso —ordenó la capitán—. Uno cero tres punto diecisiete, factor hiperespacial tres. Veamos si podemos superarlos en velocidad.

La maniobra colocó los intactos escudos de popa entre la Starbound y su atacante. Sin embargo, la nave enemiga los persiguió, igualando fácilmente su velocidad, factor hiperespacial, cuatro…, cinco…, cinco coma ocho…

—¡Motores hiperespaciales sobrecargados! —fue la advertencia que llegó de Nichols en ingeniería—. Bosinney, ¿qué demonios estás…?

—Bosinney está en la armería —lo interrumpió Yar.

—¡Maldición! ¡Envíalo abajo para que cuide esos motores! Si alguien puede sacarles un factor hiperespacial seis, es él.

Para cuando Yar se volvió, la capitán estaba mirándola.

—Hágalo.

La nave se sacudió a causa de otro impacto.

—Sólo nos quedan tres torpedos —informó el navegante con voz asustada en el momento en que Yar transmitía el mensaje para enviar a Bosinney a ingeniería.

—¡Vaya, muchacho! —oyó que Dare le decía a Bosinney; y luego, su voz un poco más clara cuando se volvió hacia el intercomunicador—. Personal de seguridad armado y desplegado en transportador y cubierta de lanzaderas, y al menos un arma fásica enviada a cada departamento. Yo voy de camino al puente con armas para todos ustedes.

La Starbound era demasiado pequeña como para tener un turboascensor. Para cuando Dare llegó al puente, Jarvis había lanzado el último de los torpedos y sólo los escudos se interponían entre ellos y el enemigo.

Una de las pantallas de Yar se puso blanca a causa de la sobrecarga. Cuando quedó oscura, ella informó:

—Escudo de popa desactivado, capitán.

—Capitán —informó Sethan, que había estado trabajando en sus controles durante todo este tiempo—. Tengo la identificación de las formas de vida de la nave hostil. Sangre con base de cobre. Por el tamaño, la temperatura corporal, la atmósfera de la nave y la configuración de ataque… —Hizo girar su asiento en una actitud que ya anunciaba el destino de todos ellos—, sólo pueden ser oriones.

«Esto no está sucediendo —pensó Yar—. Es otra prueba… ¡tiene que serlo! Los oriones nunca se adentran tanto en el territorio de la Federación».

Pero mientras el interior de su mente intentaba negarlo, la conciencia se esforzaba por mantenerse al máximo nivel de eficiencia.

—Ingeniería informa de daños en el motor hiperespacial de babor a causa de este último disparo, capitán. Estamos perdiendo energía.

—Perdemos velocidad —informó el navegante—. Factor hiperespacial cuatro coma seis. Factor cuatro. Factor tres coma cinco…, nos mantenemos.

—¡La nave enemiga se nos acerca! —dijo Yar.

—Nos rendimos —dijo la capitán Jarvis.

—¿Capitán? —Yar habló sin pensar.

Jarvis hizo girar su asiento para encararse con Yar.

—¡Nos rendimos, alférez! No nos quedan armas, nuestros motores están dañados, y nuestra señal de socorro está bloqueada. Si los oriones nos atrapan con vida, la Flota Estelar tendrá una posibilidad de rescatarnos.

Yar contuvo la respuesta inmediata: «Si pueden encontrarnos».

—Es mejor estar vivo —dijo Dare, pero su atormentado rostro mostraba cuánto detestaba él reconocer la derrota—. Siempre es mejor estar vivo.

Tenía razón, por supuesto. Existía una sola razón para que los oriones corrieran un riesgo como éste: tenían que estar enterados de que llevaban el cargamento de dilitio. Los esclavos no valían la pena de una incursión tan profunda en el territorio de la Federación…, lo que significaba que las personas eran prescindibles. Si no se rendían, los oriones se limitarían a reducir la maltrecha Starbound a chatarra y luego extraerían de sus restos los indestructibles cristales de dilitio.

Antes de haber concluido de pensar todo esto, la reticente mano de Yar había activado la emisión de la señal de rendición.

Lo que siguió fue…

—¡No hay respuesta! —informó, atónita—. Capitán… ¡no acusan recibo de nuestra rendición!

—¿Qué demonios? —exigió saber Dare al tiempo que apartaba de un empujón a Yar de la consola de seguridad. Volvió a comprobar la señal—. Está transmitiendo, y la señal luminosa está activada en caso de que su bloqueo no les permita captar nuestra señal de radio. ¿Qué pueden querer?

Lo que querían los oriones, al parecer, era inutilizar del todo a la Starbound. Lanzaron otra andanada de torpedos contra la indefensa nave de entrenamiento, luego se colocaron junto a ella y la abordaron a través de un tubo de atraque conectado a la escotilla de la cubierta de lanzaderas. Puesto que la rendición no había sido aceptada, seguridad y otros tripulantes armados los recibieron allí. Con sólo armas fásicas de mano operativas, tenían pocas posibilidades contra las armas fásicas explosivas de los oriones.

—Dare —objetó Yar mientras observaban la carnicería a través del monitor de la nave—, ¿no deberíamos enviar al personal del transportador ahora que…?

—¡Eso es lo que ellos esperaban que hiciéramos, alférez! —la interrumpió él—. ¡Ahí llegan!

En efecto, los oriones estaban ahora transportándose a bordo… y los aspirantes de seguridad que Dare había colocado allí les dispararon antes de que tuvieran tiempo de materializarse.

—¡Buen trabajo! —les dijo él a través del intercomunicador—. Permanezcan allí durante un momento…

—¡Dare! —exclamó Yar con voz ahogada, al tiempo que dirigía la atención de él hacia la pantalla que mostraba el caos en que se había transformado ingeniería. Los oriones estaban transportándose directamente allí; era obvio que habían sondeado con minuciosidad la Starbound, puesto que tenía los escudos bajos, y no les hacía falta dirigirse a la plataforma del transportador.

—¡Formen un círculo! —ordenó Dare de inmediato.

Ni siquiera la capitán Jarvis cuestionó la orden, y todos se encontraban en el perímetro del puente cuando un grupo de oriones apareció en el centro. Con una fría sonrisa, Dare fue el primero en disparar, pero el resto de la tripulación del puente no tardó en imitarlo y el grupo de abordaje cayó tan pronto se hubo materializado.

Durante unos instantes gloriosos, Yar pensó que la tripulación de la Starbound aún podría alejar a los piratas.

Pero ahora los oriones estaban materializándose por todas partes y continuaban entrando de forma constante a través de la cubierta de lanzaderas. Y donde entraban, mataban.

En los monitores, la tripulación del puente siguió el avance de un contingente de oriones hacia ellos. Al acercarse los enemigos, los miembros de la Flota Estelar se prepararon. Habían bloqueado las puertas del corredor, por supuesto, pero bastó una descarga explosiva para fundirlas. Los oriones irrumpieron en el puente.

Parapetados detrás de las consolas centrales, los tripulantes dieron buena cuenta de los intrusos, pero sin un armamento completo no tenían ninguna posibilidad. Henderson cayó, luego la capitán Jarvis. El jefe de ingenieros Nichols profirió una sonora imprecación al atravesar a uno de los oriones de lleno en el centro del peto… pero su voz se cortó en seco cuando el disparo de otro le voló un lado de la cabeza, y la sangre y los sesos salpicaron a Yar y Sethan.

Dare disparaba con serenidad, haciendo blanco a cada disparo… pero ¿para qué?

La pistola fásica de Yar estaba descargada. Ella la dejó caer, se escabulló por detrás del cuerpo de la capitán para buscar la que esta había dejado caer… y gritó:

—¡Dare, cuidado! —cuando uno de los oriones caído en el centro del puente se movió, apuntando hacia el jefe de seguridad.

Dare se volvió, acertó a ese orión, pero quedó expuesto a uno de los que estaba en la puerta, quien le acertó en la espalda.

Al caer su prometido, Yar sintió que algo en ella se helaba. Se puso de rodillas, apuntó al que había disparado a Dare, y le atravesó la frente. Y continuó disparando hasta que esa pistola fásica quedó descargada, y ella fue la última de los tripulantes del puente que cayó, al recibir un golpe de revés del orión que finalmente la capturó. Se golpeó contra la pared, y se apoderó de ella una bendita inconsciencia.

Tasha Yar recobró el conocimiento en la enfermería de la Starbound, con el peor dolor de cabeza de su vida. Tenía una conmoción, le informó el doctor Trent, y le aplicó un instrumento detrás de la oreja, el cual acabó rápidamente con el dolor de cabeza.

Pero no con el de su corazón.

—Doctor… ¿qué ha sucedido? —exigió saber.

—Los oriones se han marchado —le informó el médico con rabia—. Se llevaron los cristales de dilitio. Resulta que llevábamos un cargamento que el alto mando de la Flota Estelar pensaba que estaría a salvo a bordo porque nadie esperaría que estuviese aquí… ¡malditos sean sus diminutos corazones de bronce!

—Pero… ¿nos han dejado aquí?

—El personal de la Flota Estelar no sirve para la esclavitud —explicó el médico con amargura—. Demasiado decidido y con una voluntad de hierro.

—¿Cuántos han sobrevivido? —preguntó Yar, mientras las escenas de la carnicería volvían a su renuente memoria.

—La mayoría de los aspirantes.

—Estamos vivos —dijo Yar al tiempo que apartaba de su mente el hecho de que Dare no lo estaba—. Todavía podemos regresar a la Tierra. —Se sentó—. ¿Quién está al mando? ¿La capitán…?

—Muerta. Han matado a todos los oficiales veteranos excepto a Adin y a mí, y dado que él está inconsciente, supongo que eso me deja al mando a mí.

Tasha Yar oyó sólo una cosa de la frase del doctor Trent.

—¿Adin está vivo? ¿Dónde se encuentra?

—¡Eh… no debería levantarse aún! —comenzó a decir el médico. Luego—: Qué demonios…, de todas formas estaremos todos muertos dentro de pocos días. Adin está…

Yar encontró a Dare en una de los bancos de asistencia vital de la enfermería, pálido como la cera y respirando apenas. Una enfermera le explicó:

—La programación que utilizan los oriones mata al instante si apuntan al cerebro. Pero si disparan en otra zona del cuerpo, la persona puede ser revivida con asistencia vital… en algunos casos. —Desvió su triste mirada de Dare hacia los demás pacientes en el mismo estado—. Mentalidad de esclavistas, supongo. Después de veinte o treinta minutos, el cerebro de la víctima muere. —Una lágrima escapó a su control—. ¡Hemos perdido al menos a diez personas porque no teníamos bastantes bancos de asistencia vital, ni personal para salvarlas!

Pero las pérdidas inmediatas no eran lo peor del asunto. Una vez que le aseguraron que Dare aún tardaría horas en recobrar el conocimiento a pesar de que sobreviviría sin secuelas, Yar se dispuso a comprobar la situación de la nave. Las pocas personas que se movían por ella habían estado conscientes hasta el final… y sus informes eran horripilantes.

Los oriones habían dejado ileso a la mayoría del personal médico, pero se trataba de una falsa consideración. Se habían llevado no sólo los cristales de dilitio de la bodega, sino también los que había en los propios motores hiperespaciales de la Starbound… y luego destrozaron metódicamente los motores de impulso, la única lanzadera, y las cápsulas de salvamento. También se habían llevado componentes irremplazables de la radio subespacial para que la nave no pudiese solicitar ayuda. Finalmente, habían examinado a todas las víctimas gravemente heridas y dispararon a casi todos los oficiales en la cabeza… excepto a Adin, al oficial jefe médico y a dos enfermeras experimentadas.

Cuando los piratas se marcharon, los médicos trabajaron con toda el alma para salvar tantas vidas como les fuese posible… sólo para enterarse de que los habían condenado a una muerte prolongada. Sin tener en funcionamiento ni los motores hiperespaciales ni los de impulso, el sistema de soporte vital iba a fallar al cabo de seis días… y para cuando la Flota Estelar empezara a preguntarse por qué la Starbound llegaba tarde a su siguiente planeta de destino, todos los de a bordo llevarían varios días muertos.

Yar deambulaba por los corredores, angustiada, buscando a alguien —a cualquiera— que tuviese una idea que pudiera salvarlos. Pero los aspirantes estaban demasiado aturdidos como para pensar, y no quedaba ningún veterano para orientarlos.

Excepto Dare.

¿Cómo había sobrevivido? Todo lo que Yar podía recordar era que le habían disparado en la espalda. Él había caído hacia adelante, encima de otros miembros de la tripulación del puente. Quizá los oriones no le habían dado la vuelta para mirarle la cara o la insignia. Comoquiera que hubiese sucedido, Yar susurró una oración de agradecimiento a cualquier dios que pudiese haber intervenido en su salvación. Aunque sólo fuera para que ella y él pudieran morir juntos.

Pero Darryl Adin no era un hombre que aceptara la muerte sin luchar. Una y otra vez, Dare les había repetido a los aspirantes:

—Aprendan a sobrevivir. Su trabajo es el proteger a otras personas… ¿Cuánta protección puede proporcionar un guardia de seguridad muerto?

Yar se encontraba sentada junto a la cama de Dare cuando él recobró el conocimiento…, y a pesar de las advertencias del doctor Trent de que necesitaba descansar, pronto les sacó la información referente al estado en que los oriones habían dejado a la Starbound.

—¿Quién está al mando? —exigió saber de inmediato.

—Supongo que usted —le contestó el doctor Trent.

—Pero ¿quién está a cargo del mando efectivo?

—Nadie, en realidad —le dijo Yar—. Karin Orlov y Brian Hayakawa se encuentran en el puente intentando montar alguna clase de transmisor pero, sin la tecnología subespacial, la posibilidad de que una señal llegue hasta otra nave antes de que…

—¡Cualquier posibilidad es mejor que ninguna! —la interrumpió Dare—. ¿Quién más ha emprendido la acción?

—Eh… ¿quién más ha qué…?

Dare se sentó y bajó las piernas por el borde de la cama.

—¡No está usted en condiciones de levantarse! —protestó el doctor Trent cuando Dare profirió un brusco gemido.

Dare abrió los ojos e inmovilizó al médico con su torva mirada.

—Si no lo hago yo, ¿quién lo hará? A usted lo necesitan aquí, y los aspirantes carecen de experiencia. ¿Quién ha sobrevivido de ingeniería?

—T’Irnya, Zkun, Donal y Bosinney, pero…

—¿Dónde está Bosinney?

—Señor Adin —intervino el doctor Trent—, el alférez Bosinney está herido. No podrá trabajar en los motores, si tenía usted eso en mente.

—¿Por qué no? ¿Está inconsciente?

—No, pero tuve que sedarlo. Cuando los oriones irrumpieron en ingeniería y la tripulación agotó sus armas fásicas, utilizaron sus herramientas como armas. Bosinney tenía un soldador, uno de los oriones intentó arrebatárselo con un disparo y destruyó la mano derecha de Bosinney.

—Oh, Dios —dijo Dare al tiempo que bajaba la mirada hasta sus propias manos que descansaban sobre el regazo—. Si no puede hacer el trabajo… al menos podrá dirigirlo. No le pasa nada a su cerebro, según deduzco.

—Sufre un shock grave —dijo Trent demostrando enfado.

—Bueno, pues la mejor forma de sacarlo de él —dijo Dare—, es hacerlo volver al trabajo. ¿Puede desplazarse?

—¡Señor Adin! —objetó el médico.

Dare se puso en pie, tambaleante pero decidido.

—Si existe una posibilidad de restaurar la energía de impulso, George Bosinney es el único que puede hacerlo. Lo siento si ofendí su sensibilidad, doctor, pero si no podemos restaurar la energía de impulso, estaremos todos muertos en breve. Ahora, déjeme hablar con Bosinney.

El joven ingeniero yacía, ido, en uno de los bancos de tratamiento, con dos redondos parches tranquilizantes pegados a la frente. Al igual que Dare, estaba vestido con la bata azul de enfermería. El brazo derecho de Bosinney desaparecía a partir del codo en una unidad de curación. Tenía los ojos abiertos y miraba sin expresión a la nada.

Sin aguardar el permiso del médico, Dare le quitó uno de los parches tranquilizantes. Bosinney parpadeó e intentó centrar la vista.

—Señor Adin —dijo con una voz algo espesa—. Me alegro… de que haya sobrevivido, señor.

—Y todos nos alegramos de que lo hayas hecho tú, hijo. —Era la primera vez que Yar lo oía dirigirse con tanta familiaridad a un aspirante… exceptuándola a ella, por supuesto, y sólo en privado—. Necesitamos tu ayuda, George. Si no podemos poner en funcionamiento los motores de impulso, moriremos todos.

—Ojalá yo… pudiera ayudarlo, señor. Pero… mi mano…

—George —dijo Dare—, no puedes pensar con claridad estando sedado. Si te quito el otro parche, tendrás que enfrentarte con lo que te ha ocurrido. ¿Puedes soportarlo… por el bien de tus compañeros de tripulación?

La mirada borrosa no les dijo nada, pero al parecer a Bosinney le llevó más tiempo de lo normal el reunir sus pensamientos bajo los efectos del tranquilizante, porque justo cuando Yar decidió que se había desconectado de su presencia, el muchacho dijo:

—Por… mis compañeros de tripulación, lo… intentaré, señor.

—Buen trabajo —lo alentó Dare, y le quitó el otro parche.

La vista de Bosinney se aclaró de inmediato y parpadeó. Se miró el brazo derecho.

—Puedo sentir la mano —dijo—. Me pica.

—Eso se debe a la curación —le explicó el doctor Trent—. Si quiere… —Hizo un gesto hacia los parches que Dare había dejado sobre la mesa de noche.

—¡No! —Los ojos de Bosinney miraron otra vez a Dare—. Usted ha dicho que todos vamos a morir.

—Si conseguimos hacer funcionar los motores de impulso, no.

—¿Cómo puedo ayudarle? —Exigió saber Bosinney con voz chillona a causa de la angustia. Las lágrimas le resbalaban por las mejillas.

—¡Es tu mente la que constituye tu punto fuerte, Bosinney, no tus manos! —le respondió Dare—. Estoy seguro de que el doctor Trent te ha recordado los numerosos miembros de la Flota Estelar que llevan prótesis. Tendrás una mano nueva que funcionará igual de bien que la original… pero sólo si llevamos a la Starbound a la Base Estelar 18. Hay treinta y cinco días de viaje desde aquí a velocidad de impulso… y tendremos soporte vital en cuanto los motores comiencen a funcionar.

—Pero ¿cómo?

—Tú vas a quedarte sentado y darás las órdenes, hijo. Como capitán interino de la USS Starbound, te nombro ingeniero jefe interino. Conoces a los otros aspirantes. ¿Cuáles son los más diestros en esta clase de trabajo?

—No lo sabré hasta que no haya hecho una valoración de los daños —respondió Bosinney.

—Muy bien. —Dare se volvió a mirar a Trent—. ¿Cuándo podrá empezar a trabajar, doctor?

—Dentro de unas horas…

—¿Puedo causarme alguna herida que luego impida que me pongan la mano protésica si me levanto ahora mismo? —preguntó Bosinney.

—Aún tiene dolor, picor… y la posibilidad de sufrir un shock…

—No es eso lo que le he preguntado —dijo el muchacho, que de pronto hablaba de forma muy parecida a la de un hombre.

El médico le echó a Dare una mirada de irritación.

—No —respondió—, ya no puede hacerle más daño a menos que se caiga encima del brazo.

—En ese caso, por favor, quíteme la unidad de curación, doctor.

Durante las horas siguientes, Yar observó cómo el hombre al que amaba volvía a imponer a los aspirantes aterrorizados y desamparados la disciplina de la Flota Estelar. Se hizo una nueva lista de destinos y todos los departamentos contaron con operarios, si bien eran menos de los habituales.

Lo único que en realidad hizo Dare fue proceder de acuerdo con las ordenanzas de la Flota Estelar, pero el conseguir mediante órdenes, amenazas, halagos y manipulación que los aspirantes y el renuente personal médico siguiera esos procedimientos, requirió un esfuerzo tremendo. El primer día, Orlov y Hayakawa consiguieron hacer funcionar la señal de socorro, pero sólo podía enviarse mediante transmisión prehiperespacial. Pasarían meses antes de que la señal llegara a la Base Estelar 18. La única esperanza que ofrecía era que una nave pasase lo bastante cerca como para recibirla, antes de que la Starbound se quedara sin energía.

De todas formas, la noticia de que la señal estaba emitiendo fue el primer rayo de esperanza.

Después de esa noticia, se procedió al funeral colectivo por los tripulantes caídos en la matanza llevada a cabo por los oriones.

Eso también estaba regulado por las ordenanzas de la Flota Estelar, pero Yar se sintió horrorizada cuando Dare reunió a todo el personal fuera de servicio para celebrar la ceremonia estipulada por la Flota Estelar y lo radió por toda la nave para aquellos que no podían asistir. Cuando se ponía a ello, Dare podía leer en voz alta de forma hermosa y conmovedora, y al oír los jóvenes tripulantes las palabras de esperanza y consuelo destinadas a los cuerpos de sus amigos caídos en el cumplimiento de su deber, lloraron sin vergüenza.

Los cuerpos fueron luego entregados a la vastedad del espacio, cuya exploración era el propósito al que habían dedicado sus vidas. No había ningún cadáver orión del que deshacerse; los piratas se habían llevado a sus propios muertos, un acto sorprendente entre una gente que era famosa por carecer de honor y lealtad.

Tan sorprendente como el hecho de que dejaran a alguien vivo a bordo de la Starbound.

Fue sólo cuando la ceremonia fúnebre hubo concluido, y Yar se encontró con que se enjugaba las lágrimas mientras caminaba hacia su turno de guardia en el puente, que se dio cuenta de que Dare estaba en lo correcto, de que las ordenanzas de la Flota Estelar eran oportunas. En lugar de aumentar la depresión de todos, el funeral les había provocado una catarsis.

Durante los tres días siguientes, Yar dudó de que Dare durmiese en algún momento. Visitaba todas las áreas de la nave, inspeccionaba las reparaciones, fomentaba la esperanza, le ordenaba a la gente que comiera y descansara con la misma frecuencia con que se les ordenaba que trabajasen. Y cuando no iba de aquí para allí por los corredores, se encontraba en ingeniería, dándole su apoyo a George Bosinney, que hervía de frustración por no ser capaz de hacer el trabajo con sus propias manos. Luego se le ocurrió la idea de atarse un instrumento a la muñeca derecha con el fin de llevar a cabo alguna delicada maniobra que ni siquiera T’Irnya era capaz de realizar a su entera satisfacción.

Lo que hizo, según explicó, fue construir un motor de impulso funcional con las ruinas de tres. No les proporcionaría mucha energía más allá de los mínimos de soporte vital y movimiento… pero si los llevaba hasta la Base Estelar 18 les salvaría la vida. Y el día en que lo pusieron a prueba, comenzó a funcionar y los corredores de la Starbound resonaron con vítores.

Una vez que estuvieron en camino y se hizo evidente que ese motor resistiría, el viaje hasta la Base Estelar 18 se transformó en una rutina. A dos días de la base, la señal de radio obtuvo una respuesta repentina. Enviaron una nave estelar para que remolcara a la maltrecha nave de entrenamiento, mientras la regocijada tripulación era llevada a bordo, se la recibía con todo cuidado y simpatía… y se la interrogaba. Se habló de medallas y menciones, y Yar resplandecía de orgullo por sus jóvenes compañeros de tripulación, y en particular por el hombre al que amaba.

Pocas horas más tarde pudieron transportarse a la Base Estelar. Yar, que había estado actuando más o menos como segunda de a bordo, se colocó a la derecha de Dare, George Bosinney a su izquierda, en el último grupo que fue transportado. Al materializarse en la plataforma, Yar se sorprendió de ver que ninguno de sus compañeros de tripulación se había quedado a esperarles, y que no estaba presente ningún almirante, ni siquiera un comodoro que aguardara para recibir a los héroes.

En cambio, un contingente de seguridad de la Flota Estelar avanzó hacia ellos, y su responsable se encaró con Dare.

—Darryl Adin —anunció—, lo arresto en nombre del alto mando de la Flota Estelar. Queda a partir de este momento relevado de sus responsabilidades, despojado de rango y destinado a un área de detención hasta que una comisión investigadora determine si hay bases para someterlo a consejo de guerra por los cargos de conspiración, traición y asesinato.

A Tasha Yar y los otros supervivientes de la Starbound se les mantuvo apartados de Darryl Adin durante varios días hasta que la comisión investigadora concluyó su trabajo. Para horror de todos ellos, dicha comisión encontró las pruebas suficientes para someter a consejo de guerra al hombre que les había proporcionado la fuerza, el valor y la dirección que les permitió sobrevivir después de que los oriones les dejaran en unas condiciones que los condenaban a muerte.

Una vez que eso quedó determinado, sin embargo, Yar se negó a responder a las preguntas del abogado de la defensa hasta que el hombre consiguió que ella pudiera ver a Dare.

Para entonces ella sabía de qué lo acusaban: conspiración con los oriones para robar los cristales de dilitio, a cambio de una fortuna en cuentas bancarias numeradas en Oriana. El alto mando de la Flota Estelar había descubierto que la violación de la confidencialidad del envío procedía de la Base Estelar 36, donde habían cargado los cristales. La complicidad de Adin explicaba el hecho de que lo dejaran con vida cuando los oriones mataron a los demás oficiales.

Yar quería que George Bosinney hablara también con Dare, pero el muchacho se había negado. Al principio se había mostrado igual de firme que Yar en la defensa de Dare… hasta que le recordaron el incidente de los depósitos descargados de las armas fásicas que descubrieron justo antes del ataque. El joven ingeniero le habló a la comisión investigadora del interruptor automático incorrectamente ajustado en las unidades de carga. Por supuesto, Dare había colocado el correcto cuando restablecieron la energía, y dejó constancia en el diario de a bordo de haberlo hecho así. Lo que los investigadores descubrieron, sin embargo, fue que, según el diario de la nave, el interruptor correcto había sido instalado al principio del viaje, y no había constancia de que nadie lo hubiese cambiado.

El jefe de seguridad tenía acceso a la armería en cualquier momento. Y… era quien componía las listas de destino y rotación de turnos.

—Aplazó el inventario de rutina de la armería todo lo que le permitían las regulaciones después de que saliéramos de la Base Estelar 36 —le recordó Bosinney a Yar—. Y, yo no soy de seguridad, pero uno se entera de quién es la gente más inteligente y consciente de cada departamento. Te puso última en la lista para hacer el inventario, Tasha…, porque tú eras la que con más probabilidad descubriría el sabotaje. Según mis conjeturas, los oriones llegaron con retraso. Si se hubieran detectado tan sólo doce horas antes, nadie excepto Adin se habría enterado de lo que sucedía con el interruptor, y en el caos posterior a la batalla él podría haberlo reemplazado sin que nadie se enterara.

—¡Cómo te atreves! —exclamó Yar con voz ahogada—. Después de que nos ha salvado la vida, ¿tú crees de verdad que Dare es capaz de una traición?

Bosinney levantó el muñón donde antes estaba su mano derecha.

—Si hizo lo que dicen, es responsable de esto. Me las arreglaré, pero una prótesis no será lo mismo, digan lo que digan los médicos. Y yo soy uno de los afortunados, Tasha. Catorce compañeros de clase y siete buenos oficiales de la Flota Estelar están muertos. ¡Si Darryl Adin nos traicionó, merece morir! Una colonia de rehabilitación es demasiado buena para un hombre capaz de traicionar a sus compañeros de tripulación.

—¡Él no lo hizo! —insistió Yar—. ¡George…, ayúdame a demostrar que no lo hizo! Al menos habla con él.

—¿De qué serviría eso? —preguntó él—. Si es culpable, mentirá. Piensa como una oficial de la Flota Estelar, en lugar de como una adolescente enferma de amor, Tasha. Espero, por el cariño que te tengo, que Adin resulte ser inocente, pero hasta ahora no he visto muchas probabilidades de que lo sea. Una vez que se descubran todos los hechos, la verdad saldrá a la luz.

De forma bastante extraña, cuando consiguió hablar con Dare, él le dijo lo mismo…, aunque estaba confiado en que lo exculparían. Tenía un aspecto pálido y algo crispado, y estaba ojeroso. Con una bata informe de color tostado, parecía más menudo de lo que ella recordaba; Yar quería tomarlo entre sus brazos, protegerlo de quienquiera que le estuviese haciendo esto tan terrible, pero se encontraban separados por un campo de fuerza.

—¿Qué debo hacer? —le preguntó ella—. Dare, yo fui testigo de lo ocurrido. Estaba presente cuando George encontró el interruptor. Y ellos no dejan de interrogarme acerca de nuestras conversaciones privadas. ¿Qué debo hacer, Dare?

—¡Di la verdad! —la instó él—. Tasha, yo no lo hice. La verdad sólo puede demostrar que soy inocente. No tengas miedo, amor. Confía en los investigadores de la Flota Estelar…, son los mejores que existen. Puede que tú hayas advertido alguna pista importante que yo no vi. Cuéntales todo lo que sabes. Ésa es la única forma de ponerme en libertad.

Pero en el consejo de guerra, la verdad sólo condenó a su amor. Había mensajes sospechosos registrados en la Base Estelar 36, transmitidos por los comunicadores públicos del hotel en el que la tripulación de la Starbound se había alojado durante los pocos días de permiso. En los vales con que se pagaron dichas llamadas, el código de crédito de Dare figuraba en ellos.

Esto salió a la luz al principio del proceso, y Dare continuaba estando plenamente confiado. Cuando la acusación le preguntó por los vales, él replicó:

—Yo no los adquirí. Si hubiera estado cometiendo un acto de traición, ¿sería tan estúpido como para utilizar mi propio código de crédito? Habría depositado monedas.

—Los vales fueron adquiridos en el otro extremo de la base, lejos del hotel —le dijo el fiscal.

—Y, por supuesto, ningún oficial de la Flota Estelar sabe con qué facilidad se les sigue la pista a esos registros —replicó Dare con sarcasmo—. Alguna otra persona utilizó mi código para adquirir vales de comunicaciones. Por una cantidad tan pequeña no se requiere identificación ninguna. Lo que usted está demostrando, señor, es que alguien orquestó un complot para que yo cargara con la culpa del ataque sufrido por la Starbound.

—Sí, señor Adin —replicó el fiscal—, nosotros demostraremos que eso es lo que sucedió.

Lentamente pero de modo implacable, la acusación defendió el argumento de que los oriones habían escogido a Darryl Adin como objeto de su ataque después de que él hubiese liderado el grupo de Seguridad de la Flota Estelar que los derrotó en Conquiidor. En lugar de matarlo, decidieron desacreditarlo. De acuerdo con esta hipótesis, lo habían abordado en un momento sin determinar para ofrecerle dinero. Se sabía que era jugador; probablemente les debía dinero a asociados clandestinos de los oriones.

A pesar de que el abogado de Dare protestó vehemente, el fiscal continuó sugiriendo que los oriones habían descubierto esa debilidad de Dare y la habían utilizado contra él. Pero no podrían haberla llevado a cabo sin su cooperación. Se suponía que él les había proporcionado la información acerca del cargamento de dilitio y el plan para apoderarse de la Starbound, con la creencia de que dejarían ilesa a la tripulación y él estaría a salvo, porque un informador dentro de la Flota Estelar continuaría siendo valioso.

Pero, según la teoría del fiscal, el verdadero propósito de los oriones era destruir a Darryl Adin, y al mismo tiempo hacer que la Flota Estelar pusiera en tela de juicio la fiabilidad de todo su personal de seguridad. Y el tema central del argumento de la acusación era que para que los oriones consiguieran su finalidad, Dare había tenido que cooperar.

La respuesta de Dare fue una risa sarcástica, declarando:

—Cualquiera que esté dispuesto a hacer un trato con los oriones tendría que estar loco.

Por desgracia, las pruebas sugirieron que él lo estaba.

Los mensajes de comunicador estaban destinados a los huéspedes de otro hotel de la Base Estelar 36. Pero cuando la Flota Estelar comprobó las identidades de esos huéspedes, resultó que no existían. Sus documentos de identificación eran falsos. Sus cuentas de crédito eran muy reales, pero habían sido abiertas justo antes y cerradas inmediatamente después de que hubieran pagado los gastos de ese viaje a la Base Estelar 36. Más aún, todos los arreglos económicos habían sido llevados a cabo desde un planeta más bien periférico a través de computadoras de acceso sólo por teclado, razón por la que no existían ni imágenes ni voces en los archivos.

Tampoco tenía Dare una coartada para todo el tiempo que había pasado en la Base Estelar 36. Las supuestas reuniones se habían celebrado en momentos en los que él estaba durmiendo —sin compañía— o solo en alguna parte de la base. Yar se sonrojó al pensar que los habían vigilado tan de cerca que quienquiera que lo había inculpado sabía qué noches pasaron juntos, y las dos noches que estuvieron separados, durante el seminario de aspirantes celebrado en un crucero de la Flota Estelar anclado en la base. No ayudó a la causa de Dare el que admitiera libremente haber pasado ambas noches jugando, un pasatiempo en el que Yar nunca participaba.

Luego estaba la tarde en la que ella quiso explorar el famoso museo sensorial junto con los demás aspirantes, y Dare le dijo que se marchaba, que él había estado allí muchas veces y que quería hacer unas compras.

Dare tenía varios regalos para ella cuando volvieron a encontrarse aquella noche… pero a medida que se presentaban pruebas, Yar no pudo evitar el pensamiento de que también había tenido tiempo más que suficiente para encontrarse con alguien y celebrar una breve sesión confabulatoria.

La declaración de ella tuvo lugar cuando el consejo de guerra estaba ya muy avanzado. Para entonces, Dare estaba sentado y su rostro carecía de expresión tanto como el de un vulcaniano cuando escuchaba las pruebas condenatorias contra él. A pesar de eso, consiguió dedicarle una sonrisa alentadora a Yar resultaba evidente que contaba con la declaración de ella para que lo exculparan del cargo de haber saboteado la Starbound.

Pero… ¿qué podía decir ella? Tenía que decir la verdad. Ella se aferró a la insistencia de él de que así lo hiciese… ¡sin duda, la certidumbre de Dare de que la verdad lo liberaría era la mejor prueba que Yar podría obtener de su inocencia!

Sí, le respondió al fiscal, había recibido los máximos honores en su clase de graduación. Sí, Darryl Adin había compuesto las listas de destinos de seguridad a bordo de la Starbound. Sí, el inventario de armamento se había retrasado durante casi el máximo de treinta días después de partir de la Base Estelar 36.

—¿Comenzó usted a descubrir armas defectuosas en cuanto inició el inventario de las pistolas fásicas?

—Sí.

—¿Qué hizo usted al respecto?

—Se lo comenté a Dare… al primer oficial Adin… aquella misma noche.

—¿Es un procedimiento corriente?

—No. Podría haber enviado las armas defectuosas a mantenimiento y no volver a pensar en ello —dijo ella con aire triunfante—. El señor Adin no se habría enterado de que sucedía nada insólito hasta el final del día siguiente, cuando yo entregara el informe completo del inventario. Pero teníamos un… una cita aquella noche. Así pues, el destinarme a mí para la tarea de inventario conllevó que él fuera informado y decidiera repararlas más pronto de lo habitual.

—¿Y lo hizo? —preguntó el fiscal.

—¿Repararlas? Por supuesto. Eso estábamos haciendo cuando atacaron los oriones.

—No, alférez… ¿reparó el señor Adin las armas defectuosas más pronto de lo habitual? Su declaración preliminar indica que a pesar de que usted le informó aquella noche, él no hizo nada hasta el día siguiente.

—Es correcto —admitió ella, mientras sentía los ojos de Dare sobre sí pero era incapaz de mirar en su dirección—. A primera hora de la mañana siguiente estaba en la armería. Las pistolas fásicas defectuosas no eran algo de una importancia crucial; no supimos que había algo serio hasta que descubrimos los depósitos descargados. No puede culpar al señor Adin por no resolver una emergencia cuando él no sabía de su existencia.

El interrogatorio continuó, y Yar se vio obligada a revivir aquellas horas pasadas en la armería, señalando que Dare había actuado de acuerdo con el procedimiento en cada paso, incluyendo el llamar a la persona más cualificada de a bordo para que detectara el problema y efectuara las reparaciones.

—Tengo aquí el diario de la armería —dijo el fiscal—. Permítame que pase la parte en la que ustedes descubrieron el problema que había con los depósitos.

Una vista en picado de la armería de la Starbound apareció en pantalla.

«Yar y Adin descubrían que los depósitos estaban descargados. Adin valoraba la situación, mientras su voz se hacía más tensa con cada nuevo descubrimiento».

—Tasha —ordenó—, inspeccione la lista de turnos y busque a todos los que han trabajado aquí desde que se realizó el último inventario. Reúnalos a todos en la sala principal de juntas a las nueve de mañana por la mañana. En el entretanto, tenemos que recargar tantas unidades como nos sea posible. Llame a Bosinney de ingeniería. ¡Quiero saber qué provocó que se fundieran piezas y los escapes de energía! No servirá de nada recargar las unidades si sencillamente vuelven a descargarse solas.

—Dare… —dijo Yar, vacilante.

La cabeza de él se levantó de forma abrupta. La cámara recogió una visión frontal de su rostro, mostrando sus labios en una mueca de rabia.

Tasha Yar se hallaba detrás de él y no podía verle la cara.

—¿Quiere decir que lo haga después de informar a la capitán? —inquirió Yar.

Adin se volvió de repente hacia ella, con la cólera claramente dibujada en el rostro, cólera que al instante controló.

—Sí —dijo con calma—, podría tratarse de una infracción de las normas de seguridad, alférez. Informe usted a la capitán Jarvis. Yo llamaré a ingeniería.

La pantalla se oscureció.

El fiscal se volvió en redondo para mirar a Yar.

—¿Es el procedimiento de la Flota Estelar, el de informar al oficial al mando de una infracción de las normas de seguridad?

—Por supuesto —respondió ella—. De todas formas, nosotros no sabíamos si se trataba de una infracción o una violación. De hecho, todavía no sabemos si ese fallo de armamento no fue una terrible coincidencia.

—¡Oh, vamos, alférez Yar! —dijo el fiscal—. Conocemos la causa: un interruptor de voltaje inferior al necesario, cuya instalación no fue registrada. Los expertos han declarado que las pérdidas y aumentos del flujo energético debidos a repetidos fallos y reajustes de ese interruptor durante casi treinta días provocan daños en las unidades alimentadoras y una vez que éstas fallaron las armas fásicas comenzaron a deteriorarse. En treinta y cinco días ninguna de las unidades alimentadoras estaría en condiciones de funcionamiento. El primer oficial Adin no programó un inventario de la armería hasta veintisiete días después de la partida de la Base Estelar 36. Usted descubrió algunas armas fásicas defectuosas el día vigésimo octavo, y el resto de los daños en el vigésimo noveno.

—¡E inmediatamente comenzaron las reparaciones! —insistió Yar.

—Que se vieron interrumpidas por la llegada de los oriones. Ahora bien, alférez, varios de los compañeros de tripulación de usted han declarado que después de la batalla los oriones recogieron los cadáveres de sus compañeros muertos y se los llevaron de la Starbound. ¿Es correcto?

—Yo estaba inconsciente —replicó ella—. Todo lo que puedo decir es que no había oriones muertos a bordo cuando me recobré.

—¿Sabe por qué?

Yar no tenía ni idea de adonde iría a parar la pregunta, así que lo único que pudo responder fue:

—No, señor.

—¿Cuántas personas de a bordo de la Starbound estaban enteradas de la existencia del cargamento de cristales de dilitio?

—La capitana, el primer oficial de ruta y el personal de seguridad.

—¿Por qué se lo dijeron a usted, alférez? Usted no era más que una aspirante.

—Exceptuando al primer oficial Adin, todo el personal de seguridad estaba compuesto por aspirantes. Con el fin de realizar nuestro trabajo, teníamos que conocer la existencia del cargamento de cristales de dilitio.

—Mm-hmm. Adin decidió concederle a usted acceso a una información secreta en ese caso, un procedimiento apropiado si se tienen en cuenta las circunstancias. Lo que resulta interesante, sin embargo, es que él no compartió con ustedes otra información de la que se había enterado en la Base Estelar 36. Alférez Yar, si usted esperase encontrarse con oriones hostiles, ¿con qué armas pertrecharía a su equipo?

—Por lo menos con armas fásicas del tipo dos, señor.

—¿Por qué no simplemente con armas fásicas de mano?

—Los oriones son muy difíciles de matar con un arma fásica de mano. Es necesario acertarles en los órganos vitales, o sólo se consigue herirlos. A pesar de que se nos enseña a evitar la batalla siempre que sea posible…, en el caso de los oriones las pistolas fásicas del tipo dos sí serían disuasivas. Si inician una batalla, arriesgan sus vidas ante cualquier impacto directo.

—Así pues…, el reducir el armamento de ustedes a sólo armas fásicas de mano les dio a los oriones una gran ventaja. Pero ¿eran todos los de a bordo de la Starbound tan malos disparando que ni un solo orión recibió un impacto en un órgano vital?

Yar recordaba haber perforado ella misma a varios con toda precisión.

—No señor, no lo creo.

El fiscal le dedicó una sonrisa vanidosa.

—Y hace bien en no creerlo, alférez. La información que Adin no compartió con ustedes es que los oriones han desarrollado una nueva clase de armadura. Es de peso ligero, flexible como una tela gruesa… y absorbe y difumina la energía suficiente de un rayo fásico como para que un disparo realizado con arma fásica de mano ajustada para matar y dirigido al corazón, podría dejarlos inconscientes durante unos momentos a lo sumo. Un disparo en cualquier otra parte del cuerpo ni siquiera derribaría al objetivo. Incluso constituye una cierta protección contra las armas fásicas del tipo dos, pero estos piratas oriones se aseguraron de que ninguno de los tripulantes de la Starbound contara con armas fásicas del tipo dos o superiores. En otras palabras, no quedaron cadáveres oriones tras la matanza porque no había ningún orión muerto.

Yar desvió la mirada del fiscal a Dare y de vuelta al primero.

—Y… ¿usted afirma que Adin lo sabía? —preguntó.

—Se enteró de ello en la reunión informativa de seguridad de la Base Estelar 36. ¿Se le ocurre alguna razón por la que no haya compartido esa información con el personal de seguridad de la Starbound?

Dare parecía haber sido alcanzado por un rayo paralizador. Su abogado defensor lo miraba fijamente, con la sorpresa, la aversión y el enojo mezclados en su expresión.

Yar no tenía respuesta ninguna, pero sí una pregunta.

—¿Quiere decir que era inútil? ¿Que no existía forma alguna de que pudiéramos detenerlos?

—Bueno, detuvieron ustedes a algunos… de hecho, a un número asombroso. Los diarios de a bordo muestran disparos muy certeros por parte de los aspirantes. Pero los oriones sólo quedaron inconscientes. Con esas armaduras y los cascos protectores que llevan siempre, a los oriones sólo puede matárseles mediante un disparo directo en los ojos. No es un blanco muy fácil.

—Ah —musitó Yar.

Dare lo había sabido: ellos no podían matar a los oriones pero los oriones podían matarlos a ellos.

—¡Tendríamos que habernos rendido! —soltó ella de forma atropellada. Miró fijamente a Dare, que le devolvió la mirada con los ojos desorbitados y el semblante pálido.

—Oh, Dare… ¿por qué? ¿Por qué nos dejaste luchar? ¡Los oriones no habrían tenido ninguna razón para matar si los hubiésemos dejado abordarnos, si no hubiéramos hecho ningún intento de detenerlos! Tal vez… tal vez habrían matado a los oficiales a pesar de todo, pero no habrían tenido ningún motivo para disparar contra los aspirantes.

Dare negó lentamente con la cabeza.

—No —dijo. Su abogado defensor posó una mano sobre el brazo de Dare, pero éste se lo quitó de encima—. ¡No! —insistió—. No hubo una reunión informativa de seguridad en la Base Estelar 36… o, si la hubo, no se me notificó. ¡Examinen los registros! Si tuvo lugar, yo no estuve en ella. ¡Yo no lo sabía!

Le hizo el juego al fiscal. Los registros fueron presentados. Era una reunión secreta en la que se discutieron temas de información reservada; por lo tanto, no podía presentarse ante un tribunal un acta de la misma. Pero la agenda sí que podía presentarse… y algunas partes aparecían en blanco en la pantalla por razones de seguridad. El tema de las armaduras de los oriones, sin embargo, no estaba clasificado como secreto y se hallaba entre los primeros puntos de la reunión.

También había una lista de asistentes. Cerca del principio, en la «A», estaba el nombre de Darryl Adin.

—Ésta era una reunión de alta seguridad —dijo el fiscal—. La identidad de todos los asistentes fue comprobada por la impresión de la voz, las huellas dactilares y el sondeo de retina. Como pueden ver, Darryl Adin estaba presente.

Se volvió a mirar a los almirantes que componían el jurado.

—Así pues, damas y caballeros, aunque no fuera hallado culpable de conspiración, traición y asesinato, Darryl Adin aún sería culpable de un enorme descuido de sus deberes, primero por no poner en conocimiento de los oficiales y personal de seguridad de la Starbound esa información vital, y segundo por permitir que sus compañeros de tripulación intentaran luchar contra los oriones con sólo armas fásicas de mano, lo que ocasionó heridas y pérdida de vidas innecesarias.

A partir de ese punto, Yar apenas oyó el proceso. La conclusión inevitable era que Dare sería hallado culpable… porque lo era. La única razón por la que podía haberles permitido luchar era para hacer ostentación de que él mismo disparaba… con el arma ajustada para desmayar, por supuesto. ¡Y ella lo había creído un héroe!

Ella había confiado en él, le había confiado su vida… y su corazón.

En algunas ocasiones Yar sintió los ojos de Dare sobre sí… y cuando le dirigía la mirada encontraba la de él, fría, dura, acusadora. Le susurró algo a su abogado, el cual negó con la cabeza pero solicitó un receso. Cuando volvieron, el rostro de Dare era impenetrable, y su abogado tenía los labios apretados y la expresión torva.

La defensa lo intentó, pero las pruebas en contra de Dare eran irrefutables.

El veredicto se decidió pronto, y Dare fue destinado a una colonia de rehabilitación, donde los médicos y los consejeros intentarían averiguar qué había convertido en traidor a un leal oficial de la Flota Estelar. Si podían, lo curarían y devolverían a la sociedad. Si no lo conseguían, quedaría confinado allí durante el resto de su vida.

Dare aceptó el veredicto y la sentencia, aunque la cólera fría afeó sus facciones siempre cambiantes como nunca antes había visto Yar.

Para su sorpresa, el abogado defensor la llamó aquella noche. Dare había pedido verla.

—No tiene obligación de verlo —le dijo—. De hecho, yo le aconsejo que se niegue.

—No —replicó ella—. Quiero verle. Necesito preguntarle por qué lo hizo.

Pero fue Dare quien exigió saber, en el momento en que se hallaron cara a cara:

—¿Por qué, Tasha? ¿Por qué me has traicionado?

—¿Qué? —preguntó ella, confusa.

Él llevaba otra vez puesto el uniforme de presidiario, pero ya no parecía ni pequeño ni vulnerable. La cólera le daba ánimos.

—Tuviste que ser tú —dijo—. ¿Dónde estaba yo cuando llegó el mensaje referente a la reunión informativa de seguridad? ¿En la ducha? ¿Había salido a buscar una botella de vino? Era un mensaje de seguridad de la Flota Estelar que había que destruir una vez leído; los registros del hotel sólo muestran que llegó uno, no lo que decía.

—¡Dare… yo no podría haber tenido acceso a tu mensaje!

—¿Por qué no? Tenías muestras de mi voz en el tricórder, y conocías mi número de identificación. ¿Fue por curiosidad? ¿Por travesura? ¿No me hablaste del mensaje porque estábamos pasándonoslo bien y no querías que nuestro permiso de tierra se interrumpiera una segunda vez?

—Dare… —protestó Tasha, impotente. A pesar de que ella quería con desesperación demostrar que los registros estaban equivocados, no pudo recordar si estaban juntos a la hora de la reunión informativa de seguridad…, lo que significaba que no podía refutar la prueba de que él había asistido a la misma—. Dare, el verificador de la verdad…

—¡Tú sabes cómo engañar un maldito verificador de verdad! —replicó él con voz áspera. Su voz, aunque baja para evitar que los guardias los interrumpieran, tenía esa cualidad a causa de la intensidad de las emociones—. Yo mismo te lo enseñé, maldita seas. Yo creía de verdad que me amabas. ¡Nunca pensé que utilizarías lo que te había enseñado, lo que la Flota Estelar te ha enseñado, para traicionarme! Estábamos juntos a la hora en que tuvo lugar la reunión informativa. ¿Por qué no lo declaraste? Es mi vida contra una reprimenda para ti por haberme hecho perder una reunión.

—Dare… ¿esperabas que mintiera por ti? —jadeó ella. Los ojos de él estaban encendidos.

—¿Cuánto te pagaron, Tasha? ¿Qué podrían pagarte los oriones que pesara más que lo que has encontrado en la Flota Estelar?

Aturdida ante la acusación, ella contraatacó:

—¡Eso es lo que yo he venido a preguntarte a ti!

Él apretó la mandíbula, y luego sus labios se retiraron para dejar a la vista los dientes en una sonrisa que era más bien una mueca feroz.

—Maldita perra de sangre fría. No abandonas tu papel en ningún momento… pero, claro, estamos siendo grabados, ¿no es cierto? Tienes que hacerte la inocente delante de las cámaras.

Pero ella veía en los ojos de él que, mientras podía creerla capaz de la tremenda estupidez de hacerle perder la reunión, no la creía realmente capaz de semejante conspiración.

¿Significaba eso que él era inocente? ¿O sólo que no podía hacer a un lado su deseo de presentarse como inocente…, que la mejor forma de persuadirla de que había sido injustamente condenado era el acusarla a ella?

Dare miró en torno de sí, aunque las cámaras que sin duda estaban allí se hallaban bien escondidas. Luego se echó a reír, un sonido hueco, vacío.

—Te lo diré de todas formas, porque por muy estúpida que la Flota Estelar acabe de demostrar que es, no es tan idiota como para esperar que yo vaya como un cordero al matadero. La Flota Estelar sabe que soy un superviviente…, ellos me enseñaron a sobrevivir pese a todo.

La sonrisa lobuna volvió a relumbrar y él continuó.

—Hay una lección que todavía no has aprendido, desde el lado del captor, a pesar de que cuando nos encontramos por primera vez ya la conocías desde el lado de la víctima. La desesperación, Tasha. En este preciso momento yo soy el hombre más libre de la galaxia. ¿Sabes por qué?

—No —susurró ella, hipnotizada por la mirada fija de él.

—Porque ha desaparecido todo, todo aquello en lo que creía. La Flota Estelar. Tú. No me limita ninguna ley que no sean las mías propias. Lo único que queda soy yo mismo… y eso nunca dejaré que me lo quiten. Nunca me llevarán a una colonia de rehabilitación. ¡Rehabilitación! Lavado cerebral…, eso es lo que hacen en esos abismos infernales, por mucho que intenten disfrazarlo. Los pacientes pueden parecer felices…, pero están drogados o hipnotizados con el fin de que se sometan hasta que sus voluntades queden quebrantadas.

—¡Dare, tú sabes que no hay nada semejante en la Federación! Ellos van a ayudarte —imploró Yar, que al tiempo que odiaba el encolerizado rostro de él, comprendía el dolor que ocultaba. El amor que sentía por él no había muerto en la sala del tribunal. Detestaba las acciones cometidas por él… pero aún le amaba—. Déjalos que te curen, Dare, para que puedas volver conmigo.

—¡Volver! —gruñó él. Luego ladeó la cabeza—. Oh, si… volveré, Tasha. Aguarda a que llegue el día, amor. Escaparé… y entonces, hermosa perra mentirosa, te encontraré otra vez. Cuídate las espaldas, Tasha… porque un día volveremos a encontrarnos.