10
Data comprobó que Pris Shenkley estaba en lo cierto.
—¿Dónde nos necesitan? —preguntó.
—Reúnanse con Dare en las murallas superiores —ordenó ella—. Esas armas pueden derribar una aeronave militar… siempre y cuando no les acierte primero a ustedes.
—¿El efecto que anula los instrumentos afecta a todas las zonas de las defensas exteriores? —preguntó Tasha.
—Sí. Nuestra computadora está protegida, por supuesto; y nuestras instalaciones antiaéreas deberían librarnos de la mayor parte de las aeronaves…
—¡Pris! —la llamó Sdan.
Todos se volvieron a mirar la pantalla… que mostraba una cosa que decididamente no era una aeronave, pasando a toda velocidad por las defensas exteriores.
—¡Un misil! —exclamó Pris—. ¡Lanza uno de contraataque!
—Lanzado —afirmó Sdan cuando otro punto de luz salió disparado del precipicio que estaba debajo del castillo; se encontró con el misil entrante… segundos antes de que la pantalla mostrara la explosión que se produjo al encontrarse ambos. El castillo se sacudió con el sonido de la detonación.
—Nalavia nos ha engañado —dijo Poeta—. Los planes mejor trazados…
—¿No tomaron en consideración la posibilidad de un ataque? —lo interrumpió Data.
—Un ataque, sí —contestó Pris—. Pero si está usando misiles, es que no le importa si mata a todos los que estamos dentro del castillo. Eso incluye a los miembros de la Flota Estelar.
Aurora se reunió con ellos.
—¡Misiles! Nalavia está loca. ¿Cómo vamos a trazar una estrategia contra una demente?
—Pero ustedes tienen armas de contraataque —señaló Tasha.
—Desde luego; estamos preparados para una guerra a gran escala, pero no nos esperábamos este ataque con ustedes aquí —dijo Aurora—. ¡Nosotros pensábamos que Nalavia intentaría recuperarlos, no matarlos!
—Es debido al mensaje enviado a la Enterprise —comentó Tasha—. Dare dijo que señalaría nuestro paradero… pero resulta obvio que para enviarlo con tanta regularidad teníamos que contar con la cooperación de ustedes. Nalavia debe pensar que nos hemos cambiado de bando. —Los nudillos se le pusieron blancos al aferrar el arma que tenía entre las manos—. ¡Maldición! Tendríamos que haberlo enviado sólo una vez…, podría haber pasado sin que lo advirtieran.
—Ya es demasiado tarde para preocuparse por eso —dijo Sdan—. Cuando los escudos bajen, nos invadirán los soldados de Nalavia.
Así que el campo de fuerza del castillo no resistiría un asalto a gran escala.
—¿Se ha comunicado Nalavia con ustedes? —preguntó Data—. ¿Ha exigido la rendición?
Sdan pulsó el panel de comunicaciones.
—Nada. Pero… ha dejado de bloquear las frecuencias de la Flota Estelar. Claro… necesita toda la potencia para transmitirles los comunicados verbales a sus tropas.
Al oír eso, Tasha saltó. Inclinándose sobre Sdan, programó y entró rápidamente la frecuencia de emergencia de la Flota Estelar. El vulcanoide no hizo intento alguno de impedírselo.
—Aquí la teniente Tasha Yar, desde Treva, a cualquier nave de la Flota Estelar. El teniente Data y yo estamos siendo atacados en estas coordenadas. Emergencia… repito, grupo de expedición de la Flota Estelar bajo ataque. ¡Cualquier nave de la Flota Estelar, por favor, respondan!
No hubo respuesta, pero podían pasar desde minutos hasta horas antes de que el mensaje llegara a la nave de la Flota Estelar más cercana a Treva.
Se produjeron más explosiones cuando los misiles se encontraban entre sí, y luego un destello de luz blanca iluminó la sala de estado mayor en el momento en que uno consiguió pasar y acabó con el escudo.
—Deberíamos subir a las murallas —propuso Data—. Van a necesitar a toda la gente.
—Y si hay una respuesta de la Flota Estelar, ahora no vamos a recibirla —dijo Tasha al tiempo que bajaba el volumen de las detonaciones de electricidad estática cuando el bloqueo volvía a ejercerse en los canales de la Flota Estelar.
Adin, Barb y los tellaritas ya estaban en las murallas, armados con fusiles como los que Pris les había entregado a Data y Tasha. La primera aeronave se acercó con las armas emitiendo destellos intermitentes.
El fuego antiaéreo iluminó el crepúsculo y las primeras fueron derribadas antes de llegar a las últimas defensas.
Luego una las atravesó. Adin apuntó…, un rápido disparo, y la aeronave estalló en llamas y cayó al precipicio.
Pero llegaron más, oleada tras oleada, localizando las armas del precipicio por los destellos de luz, bombardeándolas y disparándolas. Cada oleada llevaba a más aeronaves a menos distancia del castillo.
¡Un transporte de tropas apareció de pronto en medio de una nube de aeronaves, con las armas disparando mientras de la parte baja los soldados saltaban sobre las murallas inferiores!
—Nos superan en número —dijo Data, a pesar de que no cesó de disparar y derribó a dos soldados mientras hablaba.
—¡No cuando se movilice la gente de la localidad! —le contestó Barb, acabando con otros tres con igual eficiencia.
Adin pulsó su comunicador.
—¡Tocad a retirada! Regresad al interior hasta…
—¡Dare! —chilló Barb.
Él rodó justo a tiempo de unir sus disparos con los de Barb contra la silenciosa aeronave antigravedad que había descrito un círculo mientras estaban ocupados con las tropas. Navegaba hacia ellos sin cesar de disparar sus armas.
Las seis armas abrieron fuego contra la amenazadora sombra… ¡y ésta escupió haces de chispas pero continuó en dirección a ellos!
—¡Corred! —gritó Barb.
Habían destruido los controles de dirección de la aeronave.
¡Data pudo ver la expresión de pánico del rostro del piloto a través de la ventanilla, mientras la nave evolucionaba descontrolada, en línea de colisión con las murallas del castillo!
Los tellaritas gatearon hacia las estrechas escaleras. Data aferró a Tasha, que no se puso a discutir sino que le permitió que la cogiera para ejecutar un perfecto aterrizaje, en lo alto de la escalera.
Data se volvió justo cuando Adin dejaba caer su arma, rodeaba a Barb por la cintura y arrojaba su cuerpo fuera de la línea de fuego del artillero de babor de la nave que continuaba disparando impasible mientras iba camino de la muerte.
Pero por debajo del sonido de esas armas…
¡Data giró rápidamente al tiempo que abría fuego contra una segunda aeronave que disparaba en vuelo bajo contra la gente que quedaba en las murallas!
Luego saltó a un lado, giró en medio del aire, y se lanzó hacia los otros dos volando por el aire para apartarlos de los impactos de muerte que repiqueteaban en el tejado.
Al golpear a Adin con todo su peso, dejó al hombre sin aliento… pero no había tiempo para finezas. La caída de Adin derribó a Barb. Ella rodó y se levantó disparando…
Y la aeronave inutilizada se estrelló, detrás de ella.
El mundo estalló. Data lanzó al medio inconsciente Adin hacia la escalera y se volvió a buscar a Barb…
La cual fue arrojada literalmente en sus brazos; su sangre lo salpicó cuando los restos de la aeronave destrozada la hacían pedazos…
Las murallas estaban derrumbándose como consecuencia del impacto de la aeronave estrellada.
Data dio media vuelta, vio que Adin se ponía trabajosamente en pie y Tasha salía tras de la escalera donde estaba para ayudarlo.
—¡Tasha! ¡Regrese adentro! —gritó Data, al tiempo que dejaba caer el cadáver de Barb y aferraba a Adin por un brazo mientras corría en dirección a las escaleras, obligando al hombre a volverse para seguirlo. Lo empujó hacia Tasha, quien tiró de él por el otro brazo mientras los tres huían por las estrechas escaleras de caracol, y el ruido de la aeronave que estallaba los perseguía.
Las escaleras se sacudieron. Sobre ellos cayeron polvo y escombros. Los dos humanos estaban tosiendo y ahogándose para cuando salieron al corredor de piedra. Tuuk y Gerva los aguardaban.
—¿Dónde está Barb? —preguntó Gerva.
—Muerta —contestó Tasha—. ¡De prisa, el tejado está derrumbándose!
Con la señal de retirada sonándoles en los oídos, encontraron más escaleras que descendían…, con cinco de los soldados de Nalavia al pie. Sólo los tellaritas llevaban armas, pero no necesitaban ayuda ninguna. Las armas diseñadas para atravesar el casco de una aeronave cortaban las corazas de los soldados como si fueran pan. Incidentalmente, también destruyeron una pesada mesa que había detrás de la tropa y abrieron un agujero en la pared. Por fortuna, no dañaron ningún soporte estructural.
Data y Tasha siguieron a los tellaritas, pues los miembros de la Flota Estelar no sabían cuál era el área designada para retirarse dentro del castillo de Rikan. Darryl Adin no dijo nada; se limitó a avanzar con Tasha, dejando la retaguardia a cargo de Data.
En la sala de estado mayor, sin embargo, Adin se encaminó directamente hacia la pantalla donde Aurora estaba estudiando el plano del castillo.
—Informa —le pidió.
Pris se acercó desde otra dirección, le echó una mirada a Data y palideció.
—¡Está herido!
Él bajó la mirada y vio el dorado verdoso de su uniforme manchado con el borgoña de la sangre humana.
—No —replicó, y recordó que la gente de Adin tenía al menos una relación tan estrecha como la tripulación del puente de la Enterprise—. Lo lamento…, es la sangre de Barb. La mataron en las murallas.
Adin apartó la mirada de la pantalla.
—También habría muerto yo, de no haber sido por usted, Data. —Y agregó—: Barb murió luchando; ella no habría pedido más. Ahora, asegurémonos de que no haya muerto en vano. ¿Dónde está Rikan?
—Aquí —llegó la voz del señor de la guerra.
Al igual que todos los demás, el ataque lo había sorprendido cuando estaba vistiéndose para la cena. Llevaba una elegante camisa con bordes de puntilla y unos pantalones de corte perfecto, pero sin chaqueta. Tenía un hombro de la camisa desgarrado, las gotas de sangre salpicaban su prístina blancura, y una contusión oscurecía una de las mejillas del señor de la guerra. Pero, al igual que Data, estaba manchado con la sangre de otra persona. El cuchillo que llevaba a la cintura, por el que había pasado un paño, aunque no estuviera del todo limpio, daba fe de cómo la sangre había llegado hasta su camisa.
—¿Jevsithian? —inquirió Adin.
—Estoy aquí.
El profeta estaba sentado en un rincón apartado, intacto por la actividad.
—¿Poeta?
—Ensangrentado pero intacto el ardor guerrero. —El hombre se hallaba sentado en el borde la mesa, limpiándose las gafas mientras alguien le curaba el corte que tenía en la frente.
Una vez dada cuenta de su gente y sus actividades, Adin le solicitó a Rikan que inspeccionara a los suyos y se volvió hacia la pantalla.
De pronto, Sdan dijo:
—¡Aquí vienen!
Todos avanzaron hacia la pantalla mientras el plano del castillo se hacía más pequeño para incluir la campiña circundante.
Desde todas las direcciones avanzaba la gente de Rikan, a pie, en vehículos de tierra y en aeronaves. Puede que vivieran en el campo, pero no eran un grupo de campesinos primitivos armados con horcas y podaderas. El suave resplandor indicaba las pilas energéticas de armas fásicas y disruptoras.
—¿De dónde han sacado todas esas armas? —preguntó Tasha.
—Más bien debería decirse que consiguieron conservarlas —aclaró Rikan—. Nalavia intentó desarmar a los ciudadanos de Treva, pero la gente del campo no lo aceptó. La razón de su demora es que, para evitar que los soldados de ella las encontraran, conservaron las armas desmontadas, las piezas separadas y mezcladas con herramientas y maquinaria.
—¿Fue idea tuya, Dare? —inquirió Yar.
—Ésa, no —contestó Adin—. Una de las razones por las que estuve dispuesto a aceptar este trabajo, es que esta gente está dispuesta a librar sus propias batallas…, lo único que necesitan es un poco de experto asesoramiento.
—Y no es que podamos proporcionarles mucho en este momento —dijo Aurora.
Data captó la frustración de la voz de la mujer.
—Podemos proporcionarles un liderazgo —declaró Rikan, y se puso a caminar hacia la puerta.
—¿Adonde cree que va a ir? —exigió saber Adin—. Nos ha contratado para que lo protejamos.
El señor de la guerra se detuvo, dio media vuelta y bajó la mirada hacia el hombre desde su imponente estatura.
—No, señor, no lo he hecho. Yo los contraté para que me ayudaran a luchar contra Nalavia. —Puede que Rikan fuera viejo, pero no había perdido nada de su porte noble—. Un señor de la guerra trevano no se esconde mientras su gente libra sus batallas.
—Y si Nalavia consigue matarlo… ¿quién será el aglutinador de aquellos que se oponen a ella? —fue la respuesta que le lanzó Adin.
—Un cobarde, no; de eso puede estar seguro —repuso Rikan con dignidad.
—Rikan tiene razón —dijo Jevsithian, de pronto—. Él es el último de los señores de la guerra… y su cimera será adoptado como el símbolo de la verdadera libertad de Treva.
El hombre de Rikan, Trell, se volvió a mirar al profeta.
—¿Qué está diciendo? ¿Que mi señor ganará? ¿O que será convertido en un mártir?
Pero el grokariano sólo respondió:
—Yo veo lo que veo: la cimera de Rikan como emblema de libertad, lado a lado con el símbolo de El Paladín de Plata. Rikan posó una mano sobre el hombro de Trell.
—Tengo que conducir a mi gente. Trell, si muero, será porque ha llegado mi hora. En mi juventud luché en el campo de batalla, pero en los años recientes sólo lo hice en los pasillos de la política. ¡Ésta es mi última batalla…, lo siento en la sangre!
Rikan se marchó para armarse mientras Sdan informaba:
—Nuestras aeronaves están trabando combate con las de Nalavia… y su infantería está siendo desviada para luchar contra las tropas de a pie de Rikan. Están alejándose del castillo… ¡ahora es el momento de recuperar nuestro baluarte!
Así pues, la banda de Adin, Data, Tasha y la gente de Rikan comenzaron a subir por el castillo, arrojando de él a los soldados de Nalavia. Alguien había ajustado la insignia-comunicador de Tasha a las frecuencias que utilizaba Adin. Data se detuvo y ajustó la suya para seguir con detalle la batalla que tenía lugar en su proximidad.
Sdan dejó las comunicaciones a cargo de Aurora, y se unió a la lucha para recobrar el castillo. Era una labor lenta, aun con la ayuda del sistema de seguridad, porque una vez que se hubieron dispersado se hizo necesario comprobar quienes eran mediante una lectura de forma de vida antes de atacar, con el fin de no acabar luchando entre sí.
Pero finalmente el castillo quedó asegurado. Una de las torres y parte de la planta superior estaban en ruinas a causa de la aeronave que se había estrellado, pero la mayor parte de la gigantesca estructura continuaba en pie al aparecer el primer resplandor débil y gris del alba.
Cuarenta y tres soldados de Nalavia habían conseguido entrar en el castillo. Dieciséis de ellos estaban ahora muertos —uno por la daga de Rikan al comienzo de la refriega— y el resto encerrados en el tipo de celdas que Data había sospechado que tenía que haber en la fortificación: antiguos habitáculos excavados en la sólida roca del risco, pero ahora protegidos por campos de fuerza que mantendrían encerrado incluso a un androide.
Barb era la única baja de la banda de Adin, pero siete de los hombres de Rikan habían muerto en la lucha, y muchos otros estaban demasiado malheridos para continuar.
No obstante, todos los demás se reunieron en el patio cuando la luz del día se hizo más brillante y Rikan se disponía a marchar a la batalla.
El señor de la guerra estaba resplandeciente con su resistente pero ligera armadura, y llevaba puesto el casco que lucía la cimera. Su gente lo vitoreó al entrar él en la aeronave que lo aguardaba…, un vehículo también decorado con los símbolos de su ancestral linaje. No cabría duda alguna sobre la identidad de quien se encontraba dentro de la bien armada aeronave…, ni para la gente de Rikan ni para la de Nalavia.
Ahora la batalla tenía lugar al otro lado del precipicio, donde las aeronaves y la infantería se hallaban por igual trabadas en una lucha a muerte.
Pero, cómo podían Rikan y Adin abrigar la esperanza de ganar, se preguntaba Data. Nalavia podría arrojarles encima soldados de refresco mucho después de que los de ellos estuviesen agotados.
Nada de lo que había visto en el armamento de Adin era capaz de destruir una ciudad… y no es que se supusiera que semejante clase de armas estaba en manos privadas, pero no le cabía duda alguna de que eran sólo los escrúpulos morales lo que impedía que estos extraños mercenarios las construyeran.
Así pues, no había forma alguna de derrotar a Nalavia por la superioridad numérica ni armamentística; había que hacerlo por la habilidad, la inteligencia y la desesperación de la gente de Rikan que luchaba por sus vidas, sus hogares y sus familias.
Después de que Rikan partiera, Adin y Poeta subieron a una brillante aeronave de batalla, los tellaritas a otra, y Sdan y Pris a una tercera. Data se volvió a mirar a Tasha, que los estaba observando con expresión de anhelo.
Ni que decir tiene que ella estaba de acuerdo con las enseñanzas de la Flota Estelar referentes a que el verse obligado a luchar era en sí mismo una derrota; mas una vez iniciada la batalla, era como una llamada telúrica. Data miró a las aeronaves que volaban hacia el frente de batalla.
—No hay más vehículos.
—Está nuestra lanzadera —dijo Tasha.
—No está diseñada para luchar —le recordó él.
La nave no llevaba armas, y puesto que estaba diseñada para viajar por el espacio profundo, nadie podía abrir las portillas para disparar armas convencionales.
Pero entonces, Data recordó:
—Tenemos la aeronave que yo robé para llegar hasta aquí. Probablemente todavía estará donde la escondí. Tasha lo miró con divertida sorpresa.
—¿Robó una aeronave?
—Estaba demasiado lejos para venir caminando —repuso él con seriedad, y una vez más quedó perplejo cuando algo que él decía con toda la sinceridad y convencimiento hizo que un ser humano estallara en carcajadas.
Pero Tasha no le dio tiempo de meditar sobre las extravagancias del humor.
—¡Vayamos a buscarla! —dijo, pero echó a correr de vuelta al castillo en lugar de por el camino.
—¿Adonde…?
—¡Armas!
Los rifles fásicos ligeros que les habían entregado para registrar el castillo eran, en efecto, inapropiados para el combate aéreo.
Pero los pesados estaban en la fortaleza, limpios y recargados tras la actividad de la noche. Cogieron uno cada uno, así como cargas de repuesto. Nadie les formuló pregunta alguna cuando echaron a andar camino abajo.
Data no podía pedirle a Tasha que descendiera por la pared del risco de la forma en que él había subido, así que tuvieron que recorrer una larga distancia hasta la aeronave escondida. Habían pasado casi dos horas cuando por fin se encumbraron y atravesaron el abismo, hacia la batalla que no daba signos de remitir.
Tasha dejó que Data se encargara de pilotarla, confiando en los sentidos del androide para evitar que chocaran contra árboles, colinas u otras aeronaves mientras se metían debajo de una de las naves militares de forma que ella pudiera disparar contra uno de sus vulnerables motores.
Impactaron en el de la izquierda y la aeronave se puso a girar, enloquecida.
—¡Les he dado! —exclamó Yar mientras Data los hacía subir y se alejaban.
Pasaron a toda velocidad por encima del lento transporte de tropas y se colocaron junto a una brillante nave caza; Data mantenía la torpe nave civil pegada a la cola mientras Yar disparaba contra los dos sorprendidos pilotos y el artillero.
Cuando se alejaban y la fuerza centrífuga la presionaba contra el asiento, Yar reía.
—¡Data… usted ha nacido para esto! Es el único hombre que jamás querría que pilotara mi nave en un combate aéreo[3].
—Pregunta: ¿Pelea de perros?
—Una lucha aérea nave contra nave… ¡nunca pensé que vería algo así fuera del simulador de entrenamiento! ¡Mire! Allí está Rikan… vire a estribor… ¡vamos a derribar a las aeronaves que se dirigen hacia él!
—Tasha… ¿se encuentra bien? —preguntó Data.
—Por supuesto que estoy bien. ¡Está haciéndolo usted maravillosamente! Vayamos por aquel grande de allá… no me gustan esos tubos lanzatorpedos.
—Por favor, apunte a los motores o al timón —dijo el androide—. No hay necesidad de cobrar vidas si…
—¡Maldición, Data, están disparando contra nosotros! —le dijo Yar, irritada.
Hacía mucho tiempo que no entraba en acción, y el hecho de que las fuerzas de Nalavia hubieran atacado primero convertía sus actos en defensivos. La Flota Estelar enseñaba que era una derrota verse obligado a luchar por el motivo que fuese… Bueno, ellos habían intentado dejar que los trevanos decidieran por sí mismos. No era culpa suya si Nalavia había lanzado el ataque antes de que la droga hubiese desaparecido de los cuerpos de la gente.
La aeronave grande estaba apuntando un cohete bomba hacia la de Rikan…, si hacía impacto, sería el fin del señor de la guerra.
Dos de las brillantes aeronaves de Dare avanzaban para interceptar… Yar no podía ver si en una de ellas iba el Paladín de Plata en persona.
Ella y Data viraron a estribor, y un alarido de triunfo salió de la garganta de Yar cuando, bajo la sobrehumana destreza de Data, realizaron la maniobra con tanta pulcritud como lo hubiera hecho una aeronave construida para el combate.
La aeronave no tenía control inercial; Yar fue lanzada contra los cinturones que la sujetaban al asiento al girar la nave, cosa que aumentó su entusiasmo. Hacía mucho tiempo que no sentía la adrenalina tan alta. Le disparó a la aeronave que intentaba derribar a la nave capitana de Rikan.
También Rikan estaba disparando, así como las aeronaves de Dare, dando vueltas en torno y manteniendo al artillero enemigo demasiado ocupado para seguir los movimientos de Rikan. El piloto del señor de la guerra era bueno, según vio Yar en la periferia de su campo visual, y cambiaba de curso a menudo para evitar presentar blanco.
La radio estaba abierta, pero era una confusión de voces tal que Yar le prestó poca atención hasta que, lentamente, una ola de exclamaciones entusiasmadas comenzó a atravesar las órdenes de voz tensa:
—¡Están retirándose!
¿Quién está retirándose?
El pensamiento se perdió en el estallido de un cohete que estuvo a punto de arrancarles la cápsula de las lunetas.
Data ladeó la aeronave con una maniobra brusca en medio de un gemido metálico de protesta, y esquivaron un cohete procedente de otra aeronave poderosamente armada que intentaba derribar a la pequeña caza para apartarla de su hermana con el fin de que ambas pudieran ir tras Rikan.
La radio gritó:
—¡Las tropas de tierra están retirándose!
—¡Los hemos hecho huir!
Pero la atención de Yar estaba centrada en la segunda aeronave.
—¡Rikan… retroceda! —Era la voz de Dare. Data giró en redondo y regresó al centro del enfrentamiento, pero…
—Estamos perdiendo el control del timón —dijo.
En el mismo momento, una de las aeronaves pesadas lanzó un cohete hacia Rikan… ¡que volaba directamente hacia él!
Yar y Data estaban lo bastante cerca como para ver la ráfaga de los propulsores cuando el piloto trató de maniobrar para apartarse del camino, pero la nave capitana no tenía la velocidad de una de las aeronaves ligeras.
El cohete alcanzó el flanco de babor de la aeronave, abriéndole un boquete en el fuselaje y haciéndola entrar en una espiral descendente.
—¡Han alcanzado a Rikan! —exclamó la voz de Poeta por la radio.
Al instante, las aeronaves convergieron y estalló la confusión: las de Nalavia intentaban asestar el golpe de muerte y las de Rikan trataban de proteger a la nave que caía.
—Tasha —dijo Data con una voz lo bastante alta como para hacerse oír por encima del ruido de la batalla, pero no afectada por la tensión—. He forzado en exceso esta aeronave… quedan dos minutos para que fallen los sistemas.
—¡Siga a Rikan hacia abajo! —le instruyó ella y luego accionó la radio—. Aquí Yar. Data y yo seguiremos a Rikan y lo protegeremos en tierra. Nuestra nave está dañada.
—¿Tasha? —preguntó la voz de Dare.
—Sí. Nosotros no estamos heridos.
Data luchó con los controles mientras la aeronave tremolaba, pero de alguna forma mantuvo a la vista la gigante nave capitana que finalmente chocó contra el suelo, osciló sobre un flanco y atravesó una arboleda para detenerse con un estremecimiento. Data dirigió la aeronave en la que iban hacia el sendero que ésta había abierto, y con su fuerza de androide la mantuvo dentro del curso hasta que se posó, con rudeza pero a salvo.
Él y Tasha soltaron los cinturones de seguridad, cogieron sus armas y corrieron hacia la nave capitana.
Una aeronave militar descendió para dispararles en vuelo bajo.
Yar y Data se echaron al suelo y abrieron fuego; uno de los disparos tuvo que haberle dado al generador energético, porque la aeronave explotó y sobre ellos cayó una lluvia de fragmentos encendidos.
Data se lanzó sobre Yar.
Un trozo llameante se estrelló contra la espalda del androide, empujando todo el peso de él sobre Yar. Por la forma en que Data se movía, Yar olvidaba lo pesado que era hasta los momentos como éste, cuando pensó que sus costillas se romperían… y podría haber ocurrido de no ser porque él se levantó de inmediato lanzando a un lado los restos.
¡El uniforme de él estaba en llamas!
—¡Ruede sobre sí! —le dijo Yar antes de que él mismo se diera cuenta.
Data no le hizo preguntas —para entonces debía de haber sentido que el calor continuaba— y en cuestión de segundos el fuego quedó apagado.
Yar lo tocó. La tela estaba chamuscada pero…
—No ha dañado mi piel —comentó él.
—¿No pondrá ninguna objeción si lo compruebo por mí misma, más tarde?
—No. Pero ahora debemos llegar hasta Rikan.
Por encima de ellos, la batalla aérea continuaba. Yar permitió que Data la ayudara a pasar por encima de los árboles rotos. En el caso de Data, Worf y los vulcanianos con los que había trabajado, la fuerza física de ellos era tan superior a la suya que las objeciones resultaban absurdas. Sus colegas humanos, sin embargo, habían aprendido a no ofrecerle ayuda a menos que lo pidieran.
Para el momento en que alcanzaron la aeronave derribada, dos de sus ocupantes habían salido arrastrándose al exterior… Ninguno de ellos era el señor de la guerra.
—¿Dónde está Rikan? —preguntó Yar.
—Dentro —respondió uno de los hombres—. Está herido, pero no de muerte. Trell puede cuidar de él.
—Entraré —dijo ella.
La nave había aterrizado sobre un flanco; una de las puertas resultaba inaccesible y la otra estaba ahora en la parte superior. Yar trepó por los resbaladizos paneles aerodinámicos no destinados a que se caminara por encima de ellos, y entró en la ladeada cabina.
La iluminación funcionaba, pero la consola de control estaba doblada hacia adentro y apagada.
Rikan yacía en lo que antes había sido el flanco y ahora era el suelo de la aeronave, con Trell inclinado sobre él.
—¿Rikan? —preguntó ella—. ¿Está malherido?
Le habían quitado el casco, y su compañero estaba despojándole de la pernera izquierda de la armadura.
A pesar de estar pálido, el señor de la guerra intentó sonreír.
—Natasha. No es nada, una pierna rota. En una larga vida, ¿cuántos huesos se rompe un guerrero? Se curará.
Trell cortó la pernera del pantalón de Rikan. Yar no vio sangre. Sin embargo, sería difícil sacarlo de allí.
En el exterior detonaron disparos. La sombra de otro atacante pasó por encima de ellos.
Yar se volvió al tiempo que pulsaba su insignia-comunicador.
—¿Data?
—Una aeronave pequeña. No creo que vaya a volver contra cuatro armas… pero habrá otras.
—Tenemos que alejar a Rikan de la nave —dijo ella—. Es un blanco demasiado fácil.
—Yo los ayudaré.
A Data le hizo falta poco esfuerzo para meterse en la aeronave, pero de inmediato vio el problema.
—Yo puedo sacarlo de aquí, señor —le dijo a Rikan—, pero no sin riesgo de complicar esa fractura. La rotura parece limpia. Estoy programado con todas las técnicas de primeros auxilios y tengo la fuerza para reducirla, pero el dolor…
—Puedo soportar el dolor. Hágalo, Data, y luego podrá entablillarla.
Trell y Tasha sujetaron los hombros del anciano. No había forma de reducir el dolor, pero al menos Data podía hacerlo con rapidez. Rikan gimió y se bañó de sudor frío, pero luego quedó tendido, jadeando. El abultamiento innatural había desaparecido y la pierna aparecía perfectamente alineada.
—Buen trabajo, Data —comentó Tasha.
Luego, Trell y Data volvieron a colocar la armadura en torno a la pierna fracturada y la ataron con las correas de los cinturones de seguridad de los asientos.
Rikan era más alto que Data, de manera, que el androide no podía transportarlo sin que la pierna fracturada se balancease, causándole dolor. Trell y Tasha ayudaron a sostenérsela mientras se esforzaban en llevar al señor de la guerra hacia la puerta.
La insignia-comunicador de Tasha emitió un sonido y ella lo pulsó.
—¿Qué está sucediendo ahí abajo? —preguntó la voz de Adin.
—Rikan está herido. Ahora intentan sacarlo fuera —explicó ella.
—Haré aterrizar a una de las aeronaves más grandes. Nosotros la escoltaremos.
Dejó las comunicaciones abiertas y oyeron furibundas exclamaciones cuando más aeronaves de Nalavia convergieron sobre la caída nave de Rikan para rematar el golpe. Pero la gente de Rikan también estaba allí para proteger al líder caído. La batalla bramaba por encima de ellos.
Data dijo:
—Tendré qué subir yo y luego izar a Rikan. ¿Pueden sujetarlo?
Trell asintió, y entre él y Tasha sostuvieron al señor de la guerra mientras Data llegaba arriba, se equilibraba con cuidado sobre el resbaladizo casco, luego tendió los brazos hacia abajo para sujetar al señor de la guerra por las axilas, subirlo y posarlo con suavidad sobre el fuselaje. Luego se volvió para tenderle una mano a Trell mientras Tasha trepaba por sus propios medios.
Otra aeronave se precipitó hacia ellos… Data deslizó a Rikan bajo la leve protección de la puerta abierta mientras Tasha saltaba al suelo, recogía las armas que habían dejado y le lanzaba una a Data. Ella disparó una ráfaga contra la aeronave… ¡pero su fuego de respuesta repicó sobre el suelo en una línea directa hacia ella!
Una de las pequeñas naves aéreas de Adin estaba justo detrás, acribillando al decidido atacante. Dejando tras de sí una estela de humo, continuó su curso, disparando contra el pequeño grupo de la nave capitana.
Tasha saltó sobre la aeronave capitana y Data la atrapó por la mano para atraerla hacia el refugio que había disponible, mientras continuaba disparando contra el kamikaze que se les venía encima. No había forma de detenerlo. Aunque todos sus sistemas estuvieran inutilizados, la inercia lo arrastraría en línea recta hacia la nave capitana.
—¡Tasha! ¡Ponte a cubierto! —les llegó la voz de Adin por los comunicadores de ambos… pero no era propio de Tasha el abandonar al hombre que estaba protegiendo. Ella y Data se mantuvieron entre Rikan y la nave que se acercaba; Trell sacó un arma de mano y se unió a ellos.
La puerta les proporcionó protección durante unos segundos; los disparos entraban en la misma sin atravesarla. Luego la aeronave pasó de largo. El artillero de cola los vio, disparó…
Trell se desplomó, empujando a Tasha contra Data.
Tasha profirió un quejido cuando perdió pie sobre el resbaladizo fuselaje. Data la atrapó antes de que cayera de él.
La aeronave continuó su impotente curso y se estrelló contra los árboles produciendo una terrible explosión.
—¿Tasha? ¡Tasha… voy hacia allí para ayudaros! —exclamó la voz de Adin.
Su aeronave realizó un aterrizaje difícil sobre un sector de árboles derribados mientras Tasha estaba aún diciendo:
—Yo estoy bien. Es Trell.
En ese preciso momento no había más aeronaves que se les echasen encima, así que Data se volvió… y vio que Trell se había desplomado de través sobre el pecho de Rikan. El anciano buscó el pulso en el cuello de Trell, pero los borbotones de sangre que manaban por donde los proyectiles habían salido en la espalda del sirviente indicaban con toda claridad que no podía haberlo. Con delicadeza, Data apartó el cadáver.
Rikan alzó los ojos hacia él; no era un hombre que llorase, pero tenía la voz enronquecida al decir:
—Trell fue mi hombre durante veinte años, y su padre antes que él. Buenos hombres, leales y fieles. Y ahora tengo que sobrevivirlos a ambos.
Para este momento, Adin y Poeta estaban trepando a lo alto de la aeronave capitana. Por una vez, Poeta no tuvo una cita adecuada; tal vez comprendía que todas las frases hechas acerca de la muerte carecían de significado ante la muerte propiamente dicha.
—¡Dare! —exclamó la voz de Sdan por los comunicadores.
—Estamos bien. Trae aquí abajo una aeronave que sea capaz de trasladar a un hombre herido.
—Una de las de Rikan está intentando posarse… pero el terreno es malo ahí abajo.
—¡Tú limítate a hacerlo!
La aeronave grande apareció a la vista, escoltada por la nave caza. Primero describió círculos, pero luego consiguió aterrizar no lejos del lugar en el que habían descendido Data y Tasha. Data, Adin y Poeta bajaron a Rikan de la nave capitana e iniciaron el tortuoso recorrido por encima de los árboles partidos, intentando no sacudir al anciano.
Tasha y los dos restantes hombres de Rikan los escoltaron, con las armas preparadas, pero…
—¿Qué está sucediendo? —inquirió Tasha con sospecha—. ¿Por qué no vienen más aeronaves tras nosotros? Adin pulsó su comunicador.
—¡Gerva, Tuuk, informad! ¿Qué está sucediendo?
Mientras aún hablaba, varias aeronaves militares pasaron por encima de ellos a gran altura; volaban a máxima velocidad en dirección a la capital.
—¡Nalavia los ha llamado! —le respondió la voz nerviosa de Gerva—. Primero a la infantería, ahora a las aeronaves.
—¡Dare! —dijo Tasha, entusiasmada—. Eso significa que tiene problemas en casa. ¡Nuestro plan ha funcionado… la droga hipnótica se ha acabado y su propio pueblo está rebelándose!
Adin sonrió.
—Tiene que tratarse de eso. ¡Rikan… vamos a ganar! El señor de la guerra le devolvió la sonrisa.
—Creo que tiene razón, Adrián. Por favor, lléveme a casa para…
—¡Yar! ¡Data!
La voz que les llegó por los comunicadores era totalmente familiar pero absolutamente inesperada: pertenecía a Jean-Luc Picard.
—Estamos aquí, capitán, sanos y salvos —respondió Data—. ¿Dónde está, señor?
—En órbita estándar. Prepárense para ser transportados.
—Tenemos a uno de los líderes trevanos herido —intervino Tasha—. No es grave, pero podría curarse mucho más rápido en la enfermería que aquí.
—Acepto su sugerencia, teniente. Transportador… —le pasó la comunicación al operador.
—Tres para ser transportados —dijo Tasha—. Estas co…
—Cuatro para ser transportados —corrigió Data.
Tasha lo miró, perpleja, y luego se puso tan pálida que él creyó que iba a desmayarse.
Pero Tasha Yar no era de las mujeres que se desmayan.
—Oh, Dios mío —murmuró, mirando fijamente a Adin, cuyo rostro perdió toda expresión.
—¿Son tres o cuatro los que hay que transportar? —quiso saber el operador del transportador.
—Espere un momento —dijo Data.
Contempló a Tasha que miraba a Adin… y esperó. Ella era la oficial en jefe de seguridad; el deber era de ella. Pero tenía que saber que si ella no lo cumplía, Data iba a hacerlo. ¿Lo obligaría ella a…?
Tragando saliva, ella volvió hacia Adin el arma que aún tenía entre las manos.
Poeta hizo el gesto de coger su arma de mano, pero Adin lo detuvo con un ademán.
Continuó mirando con serenidad a los ojos de Tasha. Data no tenía pretensiones de ser intuitivo, pero estaba casi seguro de que Adin esperaba que ella lo dejaría marchar.
No obstante, a pesar de que tenía los labios blancos y dos febriles círculos brillaban en sus mejillas, Tasha dijo las palabras con voz ahogada.
—Darryl Adin, por mi autoridad como oficial de seguridad de la Flota Estelar, lo arresto bajo el cargo de fuga para evitar el encarcelamiento por traición y por asesinato.