7
Tasha Yar había sido entrenada por Seguridad de la Flota Estelar. Una vez que se convenció de que nadie iba a atacarla durante la noche, y de que la puerta estaba de verdad barrada, no cerrada con llave de alguna forma que ella pudiera abrir mediante algún utensilio, recorrió la desnuda pero aceptable habitación en la que la había encerrado Darryl Adin, sólo durante el tiempo suficiente para asegurarse de que no tenía forma de escapar.
Las paredes eran de piedra, el suelo de parquet, de listones de parquet. Sin un tricórder, no podía estar segura de que no hubiese sensores ocultos, pero no conseguía imaginarse dónde podrían estar instalados a menos que una parte de las paredes fueran falsas. Al tacto eran de piedra, y le devolvieron un sonido sordo y nada hueco cuando las golpeó. Los marcos de madera de las puertas tenían la pátina del tiempo, y no pudo detectar que nadie los hubiera manipulado.
No había ventanas y las únicas puertas eran la que se abría al pasillo y otra que conducía a un cuarto de baño primitivo pero funcional. El único espejo que había, pequeño pero limpio, estaba colgado encima del lavabo, pero no estaba colocado de forma que abarcara el dormitorio, lo que lo convertía en un candidato improbable para un dispositivo espía.
La cama consistía en un colchón grueso colocado sobre una estructura de madera y cubierto con sábanas suaves. Ella lo quitó todo, palpó cada centímetro del colchón, y luego volvió a hacer la cama. No había ningún aparato en la parte de abajo.
Y en cualquier caso, ¿qué podían esperar descubrir, espiándola a ella? Dare tenía su insignia-comunicador. Ella no podía ponerse en contacto con Data. Dare esperaría que hiciera exactamente lo que estaba haciendo y que luego, cuando le resultara evidente que no podía escapar, que descansara con el fin de poder enfrentarse con cualquier cosa que fuera a suceder por la mañana.
No había armario, sino sólo un colgador para ropa. De él pendía una sedosa bata azul y en el suelo un par de cómodas zapatillas. Yar decidió aceptar la invitación; su uniforme de gala ya había pasado por bastantes cosas esa noche, no había necesidad de que durmiera con él.
En el cuarto de baño había un armarito; sobre un estante de madera encontró un peine, un cepillo de pelo, otro de dientes, dentífrico, jabón, toallas y un botellín de champú. Reconoció este último objeto: una preferencia personal de Dare, hecho con hierbas de Rigel Siete. Aún ahora impregnaba su masculino olor; al abrirlo, la recorrió un hormigueo de nostalgia.
No podía permitir que la turbara el ayer. Darryl Adin era un traidor y un asesino y ahora, admitido por él mismo, un mercenario. No se podía confiar en él más que en la presidente Nalavia… y Yar temía que ella y Data hubieran sido arrojados a una de esas situaciones confusas en las que nadie estaba del lado de lo justo y cierto.
No obstante, puesto que no había nada que hacer hasta la mañana, ella apartó todo eso de su mente y durmió.
Los oficiales de la Flota Estelar —los viajeros estelares en general—, no permitían que sus cuerpos se establecieran en un ritmo biológico fijo y completo debido a que cada planeta que visitaban tenía días y noches diferentes y ellos podían transportarse a una superficie en cualquier momento. Yar durmió cinco horas, se levantó e hizo ejercicio, se duchó y vistió, y se dispuso a esperar a que alguien fuera a buscarla.
No pasó mucho antes de que Poeta apareciera, todo zalamera galantería, para escoltarla a desayunar. Esa mañana no llevaba ropa de camuflaje, sino que lucía una blusa amarilla con pantalones negros, y un ancho cinturón negro que le definía la cintura. No parecía ir armado… y ahora que lo pensaba, no había visto que llevaran arma alguna la noche anterior. Sin embargo, sí que había apreciado que sus ropas eran muy holgadas. Los uniformes de la Flota Estelar hacían que resultara prácticamente imposible esconder armas; las blusas anchas, las camisas y las chaquetas que veía aquí podían ocultar cualquier tipo de arma fásica, explosiva, cuchillos, armas recortadas… El entrenamiento de seguridad de la Flota Estelar había convertido a Dare, al igual que a ella misma, en un experto en prácticamente todas las armas conocidas, y ella tenía pocas dudas de que los secuaces escogidos por él eran igual de duchos.
¿Debía emprender alguna acción para liberarse? Ya sabía que Poeta era más fuerte y diestro de lo que aparentaba, y ella no sabía cómo moverse por este… lugar. ¿Qué era…, un castillo? Decidió preguntárselo a Poeta.
—Correcto —contestó él—. Es el castillo de Rikan, el centro del movimiento de resistencia contra Nalavia. Alguien la llevará a recorrerlo más tarde. —Él se detuvo, haciendo que ella se parase también de forma refleja y se volviera a mirarlo. La luz se reflejaba en sus lentes y hacía que sus ojos fueran imposibles de interpretar. Ella se preguntó si sería por eso que las llevaba—. Usted es la mujer, ¿verdad? —preguntó en tono suspicaz.
—¿La… mujer?
—La mujer que toca. Una más de ésas a las que él les da palique, una de esas rubias menudas y huesudas a las que deja frustradas… o regresa a la mañana siguiente frustrado él mismo como todos los diablos. ¡Una oficial de la Flota Estelar! Siempre he dicho que Dare tenía un ansia insaciable de castigo.
Ante la mirada atónita de ella, él agregó:
—Sí, todos sabemos que Dare estuvo en la Flota Estelar… y cómo lo jodieron. Como usted… —Los ojos de él la recorrieron con obvia aversión—. «Las mujeres descubren más placer burlando a los hombres que conservando amantes».
«Así que Dare aún me culpa a mí».
Recorrieron el resto del camino en silencio.
El desayuno fue servido en una de las habitaciones más hermosas que Yar hubiese visto jamás. Era una de las varias que corrían a lo largo de una de las fachadas del edificio, y las ventanas daban sobre un profundo precipicio sembrado de árboles de brillantes colores. En la mesa del comedor cabían al menos veinte servicios, y estaba puesta toda ella aunque sólo tres se encontraban comiendo en ese momento. Yar conocía a uno solo de los presentes: Sdan.
Recios muros, tapices, muebles taraceados, señoriales chimeneas, servicios de mesa de porcelana y oro… El esplendor le quitó el aliento a Yar, rivalizando su atención con la espléndida vista que se veía desde las ventanas. Imagínate vivir aquí, en medio de la hermosura de la naturaleza tan perfectamente armonizada con las más finas obras de artistas y artesanos. Durante un momento no pudo hacer nada excepto dejar que aquel efecto la inundara. Luego, con toda deliberación, recuperó el espíritu de la Flota Estelar y se aproximó a la mesa.
Los dos desconocidos eran una mujer y un hombre. La mujer parecía humana, la piel olivácea y el abundante cabello lacio tan corto como el de Yar y sujeto por un pañuelo en torno a la frente. No era bonita pero transmitía poder incluso sentada, comiendo y charlando entre sus compañeros. Llevaba una camisa sin mangas que dejaba a la vista unos brazos más musculosos que los de la mayoría de los hombres claramente era otro miembro de la banda mercenaria de Dare.
Si la mujer era intrigante, el hombre resultaba imponente. Era humano o trevano y bastante viejo, la cabeza poblada de pelo blanco, piel curtida y claros ojos color avellana. Yar no conocía las pautas de envejecimiento de los trevanos, pero de haber sido un ser humano tendría que haber tenido bastante más de ochenta años. Sin embargo se mantenía erguido, sus ojos estaban alerta, y en el momento en que ella se acercó a la mesa él se puso de pie, con anticuada galantería, tan natural como artificial era la de Poeta.
—Usted tiene que ser Natasha Yar —le dijo—. Yo soy Rikan. Bienvenida al Descanso del Guerrero, señorita Yar.
El traductor escogió el término «señorita», obsoleto ahora incluso dentro de la Flota Estelar —hacía un siglo que había dejado de estar en uso—, para representar el término que el trevano había empleado para dirigirse a ella. El traductor era un aparato extremadamente útil, que incluso sugirió los matices del idiolecto del hombre, en apariencia arcaico incluso entre los trevanos.
—Me alegro de conocerle, señor —respondió Yar, deteniéndose cerca de la mesa y poniéndose firme—, pero me saluda usted como si fuera un huésped. En realidad soy su prisionera.
—Tonterías —replicó el señor de la guerra—. Es usted mi invitada. Por favor, siéntese. Los sirvientes le traerán el desayuno.
Yar permaneció exactamente donde estaba.
—En el lugar del que provengo, lord Rikan, los huéspedes no son encerrados en sus habitaciones.
Él le dedicó una sonrisa encantadora, dejando a la vista unos dientes gastados pero bien cuidados.
—En ese caso deseará usted comer con el fin de reponer sus fuerzas para el caso de que decida intentar escapar.
Yar miró los ancianos ojos sabios y vio que sabía con toda exactitud lo que a ella le estaba pasando por la cabeza. Cedió y le permitió a Poeta que la sentara. La comida olía de forma maravillosa y sabía aún mejor. Pensó que si permanecía mucho tiempo en este planeta, la cocina trevana podría estropear su línea.
Rikan presentó a la otra mujer de la mesa como Bárbara.
—Es Barb —corrigió ella—. Nadie no me llama Bárbara, ¡y en especial nadie no me llama Babs! —Esto último lo dijo lanzándole una mirada de enojo a Poeta.
—¿Qué es un nombre? —replicó él—. Una rosa con cualquier otro nombre continuaría teniendo un aroma igual de dulce.
Barb le enseñó los dientes.
—¡Esta rosa tiene espina!
—Natasha… —dijo Rikan.
Ya que estaban dejando claros los nombres…
—Es Tasha —lo corrigió—. Probablemente proviene de Natasha, y eso es lo que consta en los primeros registros, pero todos, incluida mi madre y la mujer que me crió, me llamaban sólo Tasha.
—No sirve de na’ desírselo a él, Tasha. Yo no sé ni por qué me molesto, cuando no sirve pa’ na’ de na’ —dijo Barb.
Rikan hizo caso omiso de la interrupción y continuó.
—Mi joven amigo Adrián… —Se oyó un bufido por parte de Poeta, que debía conocer el desagrado de Dare cuando lo llamaban por cualquier otra cosa que no fuera el sobrenombre escogido por él. Bueno, pues si Dare no podía con el inverterado formalismo de Rikan, nadie podía—, no creía que usted fuera a visitarme de forma voluntaria, ni siquiera en caso de que hubiera sido posible que una invitación sorteara el sistema de seguridad de Nalavia.
—Estaba equivocado —replicó Yar con firmeza—. Si el supuesto terrorista nos hubiera invitado, le aseguro que Data y yo habríamos realizado todos los esfuerzos posibles para reunimos con usted.
—¿Data…, el androide?
Así que Rikan sabía lo que Data era. Yar estaba segura de que Dare también; lo único que ocurría era que en la actualidad se mostraba desdeñoso hacia cualquier cosa relacionada con la Flota Estelar.
—Sí, Data es un androide, pero eso no hace que sea menos persona.
—¿De verdad? Me gustaría conocerlo.
—Si me retiene aquí durante mucho tiempo, le aseguro que tendrá la oportunidad —replicó ella con aplomo.
Otra voz interrumpió desde detrás de Yar.
—Estoy seguro de que tu computadora ambulante puede averiguar dónde estás, pero eso no le permitirá llegar ni a diez kilómetros de este lugar.
Yar se volvió y observó a Dare, que entraba y ocupaba su silla en frente de ella, mientras decía:
—Lo hará si decide que es la mejor línea de acción que puede emprender.
No continuó porque su atención se desvió hacia otra parte. Dare no había entrado solo; a su lado caminaba una mujer como si ése fuera su sitio, y Dare la hizo sentar a su lado como si estuviera de acuerdo con eso.
—Aurora —le dijo a la mujer—, permíteme que te presente a la teniente Tasha Yar; mi asesora táctica, Aurora.
Aurora era una mujer imponente que aparentaba ser apenas mayor que Yar pero hacía que la oficial de la Flota Estelar se sintiera desmañada e infantil comparada con la calma y confiada seguridad de esta mujer. Cuando se la miraba bien, uno veía que no era hermosa, apenas bonita, pero tenía la actitud regia de los nacidos nobles.
Su pelo era castaño oscuro, con reflejos rojos provocados por la misma exposición al sol que había salpicado de pecas su complexión blanca. Tenía los ojos de color marrón cálido, casi vulcanianos en su profundidad. Por lo demás, tomada por partes, era bastante corriente: las mejillas un poco demasiado redondas, la mandíbula un tanto cuadrada, la silueta en absoluto gorda pero tampoco lo bastante delgada como para llamarla esbelta, ni lo bastante llena para llamarla voluptuosa. Sin embargo, exquisitamente vestida con una chaqueta rojo cereza sobre una blusa blanca de satén y pantalones negros holgados, hacía que Yar se sintiera incómoda —podía imaginar a Data encontrando la palabra «desaliñada» en sus bancos de memoria— incluso a pesar de que llevaba su uniforme de gala. Especialmente por llevar el uniforme de gala, que era del todo inapropiado a la hora del desayuno. Aurora le dirigió a Yar una mirada, que a la par que la medía, decía:
—Me alegro de conocerte, Tasha. Dare me ha dicho que eres muy diestra en el combate. Espero que podamos persuadirte para que nos ayudes.
Ése era el último comentario que Yar esperaba. Frunció el entrecejo, miró a Dare y luego a Rikan.
—¿Ayudarles a ustedes?
Rikan dijo:
—Sé lo que le ha contado Nalavia. También nosotros hemos visto esas terribles imágenes de personas inocentes atacadas, niños pequeños asesinados… De todo esto me culpa a mí y a los que luchan contra su tiranía.
—Data y yo ya sabemos que esos ataques eran una farsa —dijo Yar—, o al menos representaciones para las cámaras, o montajes, de la misma forma que hizo un montaje tendencioso con la información referente a Data y a mí, y a la propia Flota Estelar. Confío en que Dare les haya dicho que no es una flota de guerra.
Ella volvió los ojos hacia su antiguo amor que, repantigado en la silla, presentaba la mueca desdeñosa con la que respondía a cualquier mención de la Flota Estelar. Esta mañana iba vestido con un atuendo similar al de la noche anterior, pero la camisa de hoy era de una tela negra sedosa con un dibujo de plata entretejido. En el bolsillo del pecho de una chaqueta de corte más severo, había un símbolo en plata. Se trataba de un casco estilizado, según advirtió Yar, del tipo que habían llevado los caballeros medievales de la Tierra. El Paladín de Plata.
Rikan respondió a la pregunta de Yar.
—Él me dijo que la Flota Estelar no iba a hacer lo que yo temía: aceptar la palabra de Nalavia y venir aquí para destruir nuestra resistencia y luego volverse contra ella también para hacerse con el control del planeta para la Federación.
—¡Oh, no…, sin duda tiene usted que saber que eso está en contra tanto de las reglas de la Flota Estelar como de las leyes de la Federación!
El anciano asintió.
—Así lo pensaba, desde la investigación que llevamos a cabo hace muchos años. Yo era miembro del consejo cuando Treva solicitó ingresar en la Federación. Pero desde que Nalavia subió al poder, ha contradicho todo lo que nosotros averiguamos entonces. Las pruebas presentadas por ella sugieren que la Federación engulle planetas por el sistema de convertirlos en protectorados de la Federación, atrayéndolos con una supuesta seguridad, luego anexionándolos y explotando sus productos y recursos naturales. Después, cuando ya no pueden producir lo bastante para satisfacer la voracidad de la Federación, despojados de sus recursos, los dejan morir por inanición.
Yar estaba horrorizada.
—Dare…
—Ya le he dicho que eso no es verdad —replicó él—. La Federación tiene sin duda sus fallos, pero en todo caso están en la dirección opuesta: hay tanto de todo para todos que la gente se hace débil, se abandona. Ya nadie tiene que luchar para sobrevivir…, y sin lucha no hay fortaleza.
—Dare —dijo Tasha—, tu propia fortaleza desmiente esa afirmación.
Rikan dijo:
—Sus afirmaciones se corresponden más con lo que yo vi cuando visité la Federación hace años…, pero como yo visité solo cuatro planetas, podrían haberme engañado.
Sdan habló por primera vez.
—Ella dice la verdad. La Federación no es ningún mal; sólo tiene problemas con la gente que no encaja en los esquemas convenientes.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Tasha—. Existen tantos mundos diferentes, tantas culturas distintas… ¿cómo puede ser alguien tan diferente como para no encontrar un hogar en alguna parte?
Barb profirió un bufido de mofa.
Sdan sonrió sardónicamente.
—¡Intente ser una mezcla de vulcaniano, humano, romulaño y orión, y tal vez un toque de molusco de Aldebarán por lo testarudo! —replicó—. Luego agréguele además el ser la oveja negra de la familia, y puede que tenga algún problema para encajar.
Bueno, ahora sabía por qué no actuaba como el vulcaniano que parecía ser.
—¿Transgredió usted las leyes de la Federación, Sdan?
—Sólo las de mi familia. Detesto estudiar, ¿sabe?… No soporto estar encerrado todo el día viendo pasar la vida a través de una pantalla de computadora. Desciendo de una familia de matemáticos, científicos, médicos, investigadores…, pero al parecer yo soy una especie de reencarnación de mi bisabuelo. Era un mercader independiente, humano, casado con una mujer orión, y así comenzó toda la cadena. —Rió entre dientes—. Una gran cadena, por lo que parece. Me dio tres hermanos y cinco hermanas, y el Gran Pájaro sabe cuántos primos andan corriendo por ahí. Todos y cada uno de ellos son el erudito descendiente de un erudito. ¡Yo no! Yo necesito aventura, o me marchitaría y moriría.
—La quietud es un infierno para los corazones inquietos —acotó Poeta.
—¿No consideró ingresar en la Flota Estelar? —le preguntó Yar a Sdan.
—Demasiadas reglas —contestó él—. Las reglas han sido hechas para romperlas… pero la Flota Estelar no piensa de ese modo.
—Así que usted se ha unido a Dare en una carrera destinada a romper la más importante de todas las reglas. —Tasha estaba mirando a su antiguo amante mientras hablaba.
Dare estaba haciendo grandes esfuerzos para mantener su concentración en pelar una pieza de fruta, pero al oír aquello la dejó en el plato y miró a Yar directamente desde el otro lado de la mesa.
—Por lo que ves, yo nunca he quebrantado la Primera Directriz. Todos nuestros trabajos han sido por estricta invitación, y ninguno ha tenido lugar en planetas primitivos en los que nuestra presencia pudiera desbaratar la evolución de la cultura nativa.
—Lo que quieres decir es que ninguna cultura primitiva tiene los medios para pagar tu precio —dijo Yar con desdén.
Algo había sucedido con el temperamento vivo de Dare.
Ahora parecía arder sin fuego en lugar de estallar en llamas, pero su concentración podía producir más ardor.
En lugar de encolerizarse, sonrió… pero la sonrisa no le llegó hasta los ojos.
—Eso es cierto. Me pagan muy, muy bien… y valgo cada uno de esos pagos. Pero existen ciertas cosas que no haría, por muy alto que fuese el precio. —La sonrisa se convirtió en una mueca vanidosa—. Piénsalo, Tasha: ¿Quién podría ofrecerme el pago más alto en Treva? ¿Rikan o Nalavia?
—¿Cuál de los dos te hizo la oferta? —contestó ella.
Él profirió una risa que semejaba un ladrido, pero ahora en su humor había algo tan artificial como en el de Data.
—Rikan —admitió.
Entonces habló Aurora.
—Podríamos habernos puesto en contacto con Nalavia para ver cuál era su contraoferta. O podríamos haber rechazado la de Rikan puesto que tenemos docenas de otras desde que estamos con Dare. Sin embargo, una vez que investigamos la situación que había aquí, quedó claro que Nalavia es una tirana despiadada a la que hay que detener mientras todavía se esté a tiempo.
Rikan sacudió la cabeza con aire triste.
—Puede que el tiempo ya se haya acabado. No sé qué ha sucedido con el espíritu del pueblo de Treva. La gente del campo aún lo tiene… pero a los que han sucumbido a la seducción de la vida cómoda de las ciudades parece no importarles nada que no sea la buena comida, los lechos blandos, la cerveza fuerte y los entretenimientos. —Frunció el ceño—. Nalavia hace que las drogas sean asequibles y baratas, y la gente pasa el tiempo que no trabaja en un estado de estupor. Nadie hace deporte excepto los atletas profesionales. La gente ni siquiera va a los estadios a ver partidos o reuniones atléticas…, lo ven todo por vídeo. Natasha, este cambio ha tenido lugar en sólo tres años, después de que Nalavia se estableciera en el poder. Cuando suspendió los derechos civiles, así como las elecciones libres, yo pensé que la gente se levantaría contra ella…, pero sólo parecía importarles a los que estaban fuera de las ciudades. Así que… envié a buscar ayuda.
—¿Por qué no se la pidió a la Federación? —inquirió Yar.
—Yo ya no represento al gobierno trevano. En las últimas elecciones me dejaron fuera del cargo, junto con todos y cada uno de los otros legisladores que se oponían a los planes de Nalavia. Mis esfuerzos destinados a contactar con los funcionarios de la Federación tropezaron con atascos burocráticos, y finalmente con negativas. Cuando regresé a casa me encontré con que estaba acusado de interferir en las acciones del gobierno electo legítimamente, y con que me habían retirado el pasaporte.
Se produjo una pausa. Luego, Barb dijo:
—Lo qu’ él no va a desirte e’ que pasó do mese’ en una’ e la’ prisione’ e Nalavia. S’ habría muerto ahí si su’ gente’ no lo hubieran saca’ o por la fuersa. Yo he esta’ o en lugare’ asila’ rata’ viven mejo’ . Ese día pusimo’ en liberta’ a un puña’ o’ e preso’ político’ , y to’ o’ eyo’ están trabajando ahora con nosotro’ .
—¿Nosotros? —preguntó Yar—. ¿Es usted trevana? Yo pensaba que usted pertenecía a la… gente de Dare.
—Oh, Barb es una de mi… banda. —Dare dijo la palabra que Yar había evitado por diplomacia—. Se tomó como una cosa personal al entrar en la prisión mientras nosotros estábamos entre dos misiones. De todos nosotros, Barb es la que menos tolera la inactividad. A mí no me importa qué trabajos extra realice siempre que sean breves y ni la maten ni acarreen represalias para el resto de nosotros. Ella regresó con la invitación de Rikan, y con un informe de lo que había visto en Treva. Así que aquí estamos.
Yar no confiaba ya en sus instintos respecto de Darryl Adin, pero Rikan parecía sincero, y ella había visto la emisión de vídeo y los anuncios de drogas. Su instinto desde luego le decía que desconfiara de Nalavia.
—Estoy comenzando a creerles —dijo—. Déjenme regresar al palacio de Nalavia… está bastante al oeste de aquí, ¿verdad? Devuélvanme mi insignia-comunicador para contactar con Data, y posiblemente pueda ingeniármelas para regresar. ¡Ah! El guardia dormido…
—No estaba dormido —aclaró Sdan—. Le había hecho un pinzamiento nervioso.
—No importa. Afirmaré que quienquiera que estuviese de guardia esta mañana, se encontraba dormido cuando yo salí a correr. Si uno de ustedes puede prestarme ropa que pueda pasar por atuendo deportivo, podré atravesar las defensas del perímetro mientras Data crea una distracción. Pero debemos darnos prisa, o será demasiado tarde para que pueda decir que he salido a correr. Data y yo entraremos en la computadora de Nalavia si él no lo ha hecho ya, y averiguaremos qué está sucediendo en realidad. Si pueden darme una frecuencia en la que pueda contactar con ustedes… —dijo mientras retiraba la silla de la mesa.
—Siéntate, Tasha —le pidió Dare sin rodeos.
—Pero no hay tiempo…
—Siéntate. No vas a ir a ninguna parte, y no vas a contactar con el androide.
—De todas formas no podría —agregó Sdan—. No le sucede nada malo a su insignia-comunicador; hay un bloqueo en todas las frecuencias de la Flota Estelar.
—Si es cierto —dijo Yar—, Data lo verificará. Eso hace que sea aún más importante que yo regrese…
—No vas a regresar —dijo Dare—. Tengo un trabajo que hacer aquí, y no lo abandonaré porque tú o tu androide informéis a la Flota Estelar de mi paradero. No vas a ir a ninguna parte, Tasha, hasta que o bien creas lo que te digo y te sumes a ayudar a Rikan… o yo haya acabado con el trabajo sin tu ayuda y me haya largado de Treva y de la jurisdicción de la Flota Estelar.
El teniente Data ajustó una vez más la frecuencia de su insignia-comunicador. Electricidad estática. A pesar de que estaba prácticamente seguro de que Nalavia había establecido un bloqueo en las frecuencias de la Flota Estelar, podía deberse a una inconveniente tormenta de iones en las proximidades de Treva.
Fuera cual fuese la razón, no podía ponerse en contacto con Yar ni podía acceder a la radio de la lanzadera, más potente, para enviar un mensaje a la Enterprise.
Así pues, Nalavia consideraba a Data y Tasha como rehenes… y había perdido la pista de Tasha. Eso era lo último que Data había esperado; había pensado que Nalavia tenía encarcelada a Tasha. Mientras trabajaba con la insignia-comunicador, Data mantenía los circuitos del tricórder abiertos al centro de comunicaciones de Nalavia, con la esperanza de recoger alguna pista de lo sucedido a Tasha. Había mucha preocupación, y miedo a las represalias de Nalavia, aunque ni rastro del paradero de la teniente de la Flota Estelar.
Pero ¿adonde iría Tasha? ¿Y por qué no había dejado ningún mensaje para Data? O… ¿lo había dejado?
Atravesó el pasillo para llamar a la puerta de Tasha, con el fin de que lo viera el guardia.
—Aún no ha regresado —dijo el hombre.
—Es extraño —comentó Data—. Vamos a cenar con los miembros del gabinete dentro de una hora.
—Puede que el vehículo de tierra haya tenido una avería —sugirió el guardia.
Diferente turno, guardia diferente. Data esperó que éste no fuera a encontrar nada sospechoso en el hecho de que él entrase en la habitación, no sin antes decir:
—Tengo que coger algo prestado; a la teniente Yar no le importará.
El tricórder de Tasha había desaparecido. Por supuesto; la gente de Nalavia había registrado la habitación mientras Nalavia mantenía ocupado a Data. Si le había dejado a él un mensaje en un sitio tan obvio, estaría codificado de forma que nadie podría leerlo…, pero tampoco podía hacerlo él sin el instrumento.
Sin embargo, se encontraba allí por la mañana. Él había estado en la habitación antes de que la registraran, aunque después de que otra persona hubiese descubierto la desaparición de Tasha. Hubiera las pistas que hubiere aquella mañana, estaban ahora borradas, alteradas, embrolladas por quienes habían llevado a cabo el registro a pesar de que pusieran buen cuidado en dejarlo todo de vuelta en su sitio, excepto el tricórder.
No obstante, Data tenía en su memoria una grabación perfecta del aspecto que presentaba la habitación por la mañana. Al recordar que le había dicho al guardia que entraba a buscar algo, recogió el lustrador de zapatos de Tasha y regresó a su propia habitación, asegurándose de que el guardia alzaba la vista y lo veía entrar… porque no pensaba quedarse allí durante mucho tiempo.
Recorrió con rapidez las imágenes de la habitación de Tasha, grabadas aquella mañana. Nada en enfoque ordinario. Espera… La silla que se encontraba junto a la puerta en un ángulo extraño. Acercó el foco de la moqueta y pudo ver las impresiones que las patas de la misma habían dejado donde se apoyaban habitualmente —donde había vuelto a encontrarla esta noche— junto con una marca de raspado donde la habían apartado del sitio de un empujón.
Un ser humano habría tenido que agacharse y examinar la moqueta con aparatos especiales. Data era capaz de aumentar y acercarse a cada centímetro cuadrado de lo que había captado incluso con visión periférica. Había huellas de tres juegos de suelas diferentes: las botas de Tasha, suministradas por la Flota Estelar, un juego perteneciente a un humanoide varón de tamaño medio o una mujer más bien grande que había dado vueltas por toda la habitación, y otras pertenecientes a alguien muy pesado para el tamaño de sus pies, que había permanecido de pie junto a la puerta, con la espalda apoyada contra la pared, durante un buen rato.
Inmediatamente en frente de la puerta, las propias pisadas de Data, pequeñas pero profundas, atravesaban en línea recta por entre los rastros de una pelea: muchas huellas en ángulos diferentes, otras marcas causadas por otras partes del cuerpo al chocar contra el suelo.
El enmoquetado retenía mejor las huellas, pero ahora que sabía qué estaba buscando, Data encontró roces en la puerta y paredes. Tasha había luchado contra dos oponentes que estaban escondidos en la habitación, esperándola. ¿Por qué no lo había oído el guardia?
¿Porque él era parte del plan? No, Nalavia no tenía a Tasha.
¿Porque lo sobornaron? Era improbable…, no parecía que mereciese la pena arriesgarse a provocar el castigo de Nalavia.
Entonces, porque estaba o bien fuera de su puesto o inconsciente.
Data volvió a pasar la grabación de su propio regreso de la noche anterior. Le había parecido que el guardia estaba despertándose en ese mismo momento, frotándose el cuello…
Si lo hubieran drogado, probablemente habría continuado estando inconsciente. Si le hubiesen golpeado la cabeza habría estado dolorido. Pero un calambre en el cuello, en el punto en que se unía con el hombro…
Entonces, lo habían dejado sin conocimiento con un pinzamiento vulcaniano, lo cual explicaba la presencia en la habitación de Tasha de esa persona más pesada que un ser humano. Pero… ¿un vulcaniano? ¿En Treva, sin conocimiento de la Federación? ¡Oh, no… no un romulano, por favor!
Éste no era momento para especulaciones infructuosas. Una persona de raza vulcanoide y probablemente una humana habían secuestrado a Tasha. No eran gente de Nalavia, lo cual significaba que no se encontraba en las dependencias del palacio. O bien la habían ocultado en la ciudad, o se la habían llevado a otra parte. Eso dependía de quién se la hubiera llevado.
Sólo había una perspectiva probable: el enemigo de Nalavia, el señor de la guerra, Rikan. Él tenía una plaza fuerte en alguna parte al este de allí. Data accedió a la información sobre Rikan que había recogido de la computadora de Nalavia. Estaba demasiado lejos para que sus captores se la hubieran llevado a pie. En ese caso, un vehículo de tierra o una aeronave.
Data no tenía un vehículo de tierra, pero sí tenía una lanzadera…, en el hangar del campo de aterrizaje de la ciudad.
Incluso en el caso de que estuviera equivocado respecto a quién se había llevado a Tasha, necesitaba la radio de la lanzadera para informar a la Enterprise de los acontecimientos del presente día. No sería un viaje desperdiciado ni siquiera en el caso de que una vez allí, donde también podía acceder a las grabaciones de control de vuelos aéreos, no descubriera nada que indicase un viaje en la dirección correcta.
Todo esto le llevó menos de cinco minutos. Dentro de cuarenta y siete minutos esperaban a Data para cenar. Poco después de eso Nalavia enviaría a alguien a buscarlo…, pero para ese momento él tenía planeado hallarse lejos del palacio presidencial, ya sobre la pista de Tasha Yar.
Tras recoger tanto la pistola fásica como el tricórder, Data salió una vez más a través del suelo del cuarto de baño, poniendo buen cuidado en volver a encajarlo por encima de sí para que el método de fuga permaneciera en el misterio. Recorrió el camino hasta la parte trasera del palacio, por debajo de la cocina donde, como esperaba, encontró una abertura que iba a dar a los parques. Era la hora del crepúsculo, un momento excelente para los ojos de los humanoides. En pleno día o plena noche, mientras que el uniforme de Data no era un mal camuflaje en medio de los marrones y verdes típicos de la vegetación de los planetas de clase M, su rostro y manos se destacarían mucho más que las de coloración humana, a pesar de que se las había ensuciado deliberadamente con tierra.
Cambiando a visión infrarroja, se puso a atravesar el terreno, escondiéndose tras de una a otra planta ornamental para evitar los espacios abiertos. Las defensas del perímetro eran primitivas para los estándares de la Flota Estelar. Data observó las cámaras hasta que las dos que estaban a su alcance quedaron vueltas hacia otra parte, y luego corrió entre ambas. Se limitó a saltar por encima de la verja sensible al contacto. Luego se puso en camino hacia el campo de aterrizaje a la carrera.
Data no podía correr a mucha mayor velocidad que el ser humano más rápido; la forma de su cuerpo determinaba esa limitación. Su ventaja residía en su subestructura inorgánica, que no podía fatigarse y obligarlo a aminorar la velocidad o descansar. Mantuvo la carrera de un velocista profesional durante todo el recorrido hasta el campo de aterrizaje, avanzando incluso con más rapidez de lo que lo habían hecho en el vehículo de tierra cuando llegaron al planeta. Recorrió calles secundarias para evitar las áreas concurridas, y además el mapa de la ciudad al que había accedido por la computadora de Nalavia le mostró una ruta más corta que la seguida para exhibirlos. Las únicas interrupciones del viaje se produjeron cuando él se ocultó al pasar vehículos.
Tuvo que aminorar la marcha al llegar al campo de aterrizaje, porque había gente en los alrededores. Por desgracia, un androide sucio llamaba tanto la atención entre una multitud como lo haría uno limpio.
Así que se deslizó entre las sombras, con todos los sentidos alerta para detectar alarmas. Al parecer todavía no lo habían echado en falta, porque sin duda la lanzadera sería el primer lugar en que lo buscarían. Encontró el hangar sin guardia. Estaba cerrado con llave, pero no tenía sentido atraer la atención utilizando la pistola fásica; la sencilla cerradura externa se rompió fácilmente bajo la fuerza del androide.
La lanzadera había desaparecido.
Se daban muchos casos en los que Data deseaba ser un humano, pero nunca con mayor fuerza como cuando necesitaba una válvula de escape para la frustración. Por falsa que fuera su risa, los raros intentos de usar imprecaciones lo eran más aún.
¡Tendría que haberlo pensado!
Adondequiera que Nalavia hubiese hecho llevar la lanzadera, estaba seguro de que no se encontraba allí, en el campo de aterrizaje.
¿Qué era más importante: encontrar la lanzadera y enviar un mensaje que la Enterprise no recibiría hasta al cabo de varios días, o localizar a Tasha? Era seguro que su amiga y compañera de tripulación estaba en peligro. Su primer deber era rescatarla.
Excepto por el hecho de que tenía una… ¿era esto lo que los humanos llamaban corazonada?
No, se trataba de una deducción lógica. Nalavia y Rikan eran enemigos. Si Nalavia no tenía a Tasha… las leyes de probabilidad decían que era casi seguro que estuviese en las garras de Rikan.
Data examinó las aeronaves detenidas en las proximidades, escogió una pequeña, rápida y versátil, rompió la cerradura externa, accionó el contacto con un juego de herramientas que encontró en el interior —aunque probablemente el dueño no tenía ni idea de que podía empleárselas con ese propósito—, y accedió a la computadora de a bordo. Al cabo de unos segundos sabía quién se suponía que debía ser… y al cabo de minutos había archivado un plan de vuelo que esta aeronave había volado muchas veces antes, se le concedió el permiso para salir y se le deseó buen viaje mientras él despegaba hacia la creciente oscuridad. Siguió el plan de vuelo hasta que estuvo fuera del alcance de los sensores, y luego aceleró en dirección este.
El sistema de pantallas de la aeronave no le notificó la presencia de los sensores instalados en el perímetro exterior de la fortaleza de Rikan, pero fueron detectados por su tricórder, que él había ajustado para que controlara todas las bandas. Se trataba de un complejo sistema, mucho más evolucionado que el que había en el palacio de Nalavia, pero todos los sistemas de este tipo tenían sus puntos ciegos en torno a los proyectores. Pocos pilotos humanos habrían conseguido maniobrar con una aeronave desconocida a través de la diminuta zona muerta, pero Data pasó con facilidad por ella y continuó rápidamente hacia su meta.
La plaza fuerte de Rikan estaba situada en un risco que dominaba un precipicio profundo. Data buscó acceder a un control computerizado de la pequeña pista de aterrizaje…, ¡pero no lo había! Su visión infrarroja le dijo que en lugar de eso había gente, preparada para luchar contra cualquier aeronave que atravesara las defensas del perímetro, o tal vez para guiar mediante luces a una nave aérea esperada.
¿Cómo podían operar de ese modo? No todas las noches eran tan claras como ésta; esa diminuta pista de aterrizaje resultaría inaccesible para los pilotos la mayoría de las veces sin un sistema de guía. ¿Era posible que hubiera aquí sensores que ni los equipos de la aeronave ni los suyos propios pudieran detectar? La gente permanecía de pie o caminaba descuidadamente por los alrededores, al parecer sin advertir su presencia. Estaban demasiado lejos como para que ni un vulcaniano pudiera oír el suave silbido de las unidades antigravedad de la aeronave, y él había apagado las luces de vuelo en cuanto transpuso las defensas del perímetro.
Se mantuvo a distancia mientras estudiaba la disposición de los edificios y terrenos circundantes… y la lanzadera de la Flota Estelar dentro de un cobertizo de madera, oculta a la visión normal pero no a la infrarroja. Así que Nalavia no había cambiado la lanzadera de sitio; lo habían hecho los captores de Tasha.
Para dar la impresión de que Tasha se había marchado por su cuenta.
O… ¿era sólo una impresión?
No… Data había visto los indicios de la lucha librada por ella, y ella era una oficial demasiado buena como para marcharse sin informarle. La presencia de la lanzadera confirmaba que Data no había emprendido una búsqueda infructuosa.
No obstante, había personal que vigilaba el cielo, y algunas armas antiaéreas de aspecto bastante siniestro en los edificios externos. Data no se atrevía a describir un círculo más estrecho en torno al castillo de Rikan; tendría que dejar la aeronave y acercarse a pie.
Subir a pie.
Data encontró un calvero en el bosque, donde se posó y llevó a la ligera aeronave tan cerca de los árboles como pudo, tras lo cual apiló ramas sobre las partes que aún quedaban expuestas. Si él y Tasha no podían recuperar su lanzadera, dispondrían de un transporte alternativo.
Pero antes tenía que encontrar a Tasha.
La subida hasta el castillo de Rikan era escarpada, difícil para los seres humanos pero no para un androide. Data buscó dispositivos de vigilancia, pero no vio ningún destello infrarrojo que indicara la presencia de cámaras, rayos de luz u otros sistemas sensores. Era probable que Rikan previera ataques por aire; este camino difícilmente sería apropiado para un ataque de infantería.
Data llegó por fin a la cumbre de la meseta y vio el castillo a través de los árboles. Avanzó con cautela, desenfundando la pistola fásica al aproximarse al claro…
Y fue de pronto cogido por todas partes a un tiempo, atrapado en una red y alzado por los aires, ¡con el acompañamiento de un estridente entrechocar metálico!
¡Atrapado en una red!
Data tardó sólo microsegundos en darse cuenta de que la red era de fibras naturales, tenía la misma temperatura del suelo y había estado oculta debajo de una capa de hojas y ramitas. Se disparó cuando él puso los pies sobre ella. Unas campanas atadas a las cuerdas producían aquel horroroso estrépito cuando él se movía.
El peso de Data mantenía doblados a los flexibles árboles, pero de todas formas estaba indefenso mientras el movimiento de éstos lo mecía de un lado a otro.
Enredado e impotente, se dejó caer de espaldas y luchó para que sus manos consiguieran aferrar una sección de la cuerda y la desgarraran. Era de una resistencia sorprendente, pero no podía resistir ante la fuerza del androide.
Al romperse, sin embargo, hizo sólo un pequeño agujero en la red… Le llevaría demasiado tiempo desgarrar las suficientes hebras para hacer un agujero lo bastante grande a fin de deslizarse por él. Tendría que utilizar la pistola fásica.
La pistola fásica estaba caída sobre su pecho, y la flexible red obstaculizaba sus intentos de cogerla. Las campanas entrechocaban y resonaban con cada movimiento. Mientras aún estaba intentando escapar, unas personas convergieron donde estaba, apuntándolo con armas.
Estaba rodeado por seis personas, varones y mujeres armados con pistolas fásicas, disruptoras y otras armas de mano similares. Uno de ellos, de raza vulcanoide, presumiblemente el mismo hombre que había colaborado en la captura de Tasha, avanzó hasta detenerse ante él.
—Ahora voy a coger tu pistola fásica, y que no se te ocurra ninguna idea fantástica, robot. Puede que me des a mí, pero no es probable que vayas a darle a nadie más antes de que mis amigos te den a ti. No sé de qué estás hecho, pero apostaría a que no puedes resistir el impacto de cinco armas.
—No puedo —admitió Data, al tiempo que permitía que el hombre se apoderase de su pistola fásica.
Se sentía intensamente irritado por su ineptitud para eludir la trampa de esta gente… y sin embargo no veía cómo habría podido detectar la red. A la luz del día tal vez lo hubiera conseguido, en caso de haber sabido qué buscar.
Cuatro de sus captores mantenían las armas apuntadas hacia él, mientras dos liberaban a Data de la red. Luego se quedaron para volver a armar la trampa mientras los otros lo escoltaban hasta el castillo. Nadie parecía preocupado por la posibilidad de que pudiera tener un compañero; habían estado esperándolo a él, y sólo a él.
Su deducción se vio confirmada cuando entró en el castillo y una de las mujeres se detuvo ante una gran pantalla apagada. Accionó un interruptor; sensores y detectores despertaron a la vida. Habían estado esperándolo, en efecto… y sabían que era capaz de eludir la vigilancia normal. En su última misión había estado a punto de ser destruido por la más evolucionada arma, capaz de perfeccionarse a sí misma, que jamás se había inventado. A ésa la había eludido y ayudado a destruirla… ¡sólo para demostrar esta noche que era vulnerable a una simple red!
Vaya paradoja. La confusión y el absurdo de la situación acercó a Data aún más a los sentimientos humanos.
Fue llevado al interior del castillo, a través de numerosas salas y corredores, hasta una serie de habitaciones que dominaban el precipicio. En una de ellas crepitaba un fuego en una chimenea. Había tres personas delante de la misma, en apariencia de visita casual.
Una de esas personas era Tasha Yar.
No parecía que la retuviesen como prisionera. Se encontraba sentada sobre un canapé de cara al fuego, las piernas recogidas debajo del cuerpo, contemplando las llamas y bebiendo con aire pensativo una bebida en una pequeña copa redonda y elegante. Llevaba puesto un vestido largo y holgado, de un dorado más tenue que el de su uniforme; la primera vez que Data la veía con faldas desde…
Tasha se volvió al entrar el grupo, y sus ojos se abrieron de par en par con sorpresa.
—¡Data! ¿Se encuentra bien?
—Sí, estoy bien —repuso él al tiempo que se daba cuenta de que la preocupación de ella era debida a su estado de suciedad y desaliño—. Meramente desazonado. He venido a buscarla.
—Sí, bueno, hay algunas dudas sobre si necesito o no que me rescaten —le contestó ella—. Lord Rikan —le dijo a un anciano que se encontraba sentado al otro lado del fuego—, éste es mi colega, el teniente Data.
El hombre se puso de pie; era alto e imponente a pesar de su avanzada edad.
—Estaba muy interesado por conocerle, señor Data. Espero que podamos tener oportunidad de conversar. Nunca antes había conocido a un androide.
—¿Cómo está usted, señor? —respondió Data con cortesía, siguiendo la corriente de lo que había dicho la teniente Tasha Yar.
—Y éste —continuó Tasha mientras se volvía hacia el hombre que se hallaba de pie detrás de ella cerca del fuego, reclinado contra la repisa de la chimenea y con el rostro en sombras—, es Adrián Dareau, más conocido como…
Pero cuando Data enfocó el rostro del hombre, sus pupilas se abrieron de modo automático para permitirle ver con claridad a pesar de la escasa luz. Conocía esa cara por los archivos de Seguridad de la Flota Estelar…, un archivo no confidencial, que manchaba el historial por lo demás perfecto de la Flota Estelar en lo referente a hacer de policía de su propia gente.
Haciendo caso omiso de las cuatro armas que aún lo apuntaban, Data avanzó, interrumpiendo a Tasha y cambiando instantáneamente al registro automático.
—… más conocido como antiguo comandante de la Flota Estelar, Darryl Adin —completó—, el criminal más buscado de la Federación.
Y eso le dio a Data un deber que cumplir, por imposible que pudiera resultar su consecución.
—Como representante autorizado de la Flota Estelar, lo arresto, señor, bajo el cargo de fuga de su lugar de detención, después de haber sido hallado culpable ante un consejo de guerra reunido y conducido de la forma apropiada, de veintiún cargos de asesinato, dos cargos de conspiración, y tres cargos de traición contra la Federación de Planetas Unidos.
—¡Data! —exclamó Tasha con voz ahogada.
Pero Data no le hizo ningún caso, pues su atención estaba fija en el muy peligroso hombre que tenía ante sí.
Darryl Adin se limitó a mirarlo de hito en hito, pasmado durante un momento… y luego su boca se tensó. Sus ojos se arrugaron mientras miraba a Data de arriba abajo; estallidos de su humor escaparon a su control… y finalmente echó la cabeza hacia atrás y rompió en sonoras carcajadas.