EPÍLOGO
Hubo muchos en Glenalmond que, cuando se descubrió que Carson Beal estaba robando pizarra de la mina de Thorntree, predijeron que no se entregaría voluntariamente a las autoridades. Newton fue quien lo descubrió y él fue quien lo convenció de que debía rendirse.
El highlander era un hombre leal, pero su lealtad mayor en aquellos momentos era hacia su esposa, Charlotte, y hacia el bebé que ella llevaba en el vientre.
En un curioso giro de la fortuna, el clan Beal escogió a Newton como su nuevo laird y le entregó a Carson el trozo de tierra fértil que el highlander había cultivado durante varios años.
Pero ni Charlotte ni Newton tenían interés en vivir en Castle Beal, y se lo cedieron al clan. Las visitas al castillo aportaron unos ingresos muy necesarios para las arcas de la familia Lizzie cedió Thorntree a Charlotte y a Newton sin ninguna carga, después de casarse con Jack. Ellos dos decidieron vivir en el abandonado Lambourne Castle, lo que encantó al pequeño clan de los Haine, a quienes Jack nunca había llegado realmente a conocer, pero en los que encontró una nueva vida social y a los que dirigió con la misma vitalidad que había mostrado en Londres.
Se mantenía en contacto con sus viejos amigos y, de vez en cuando, alguno de ellos lo visitaba en Escocia. El último verano, Lindsey y su esposa, Evelyn, junto con su hijita, habían pasado quince días con ellos.
Jack estuvo encantado de presentar a su hijo a los Lindsey. Lizzie y él lo habían llamado James, en honor de Newton, quien, como descubrieron, tenía un nombre de pila.
En Lambourne, Lizzie estaba decidida a borrar los penosos recuerdos de infancia de Jack del imponente castillo, y con el beneplácito de su esposo, pidió ayuda a Fiona para redecorar todas las habitaciones. Eso significó que ésta y Duncan, su marido, estaban mucho en el castillo, y Jack, por su parte, acabó admirando a regañadientes a Buchanan, su antiguo rival. Les gustaba cazar juntos, aunque ninguno quería admitir que el otro era buen cazador.
Poco a poco, Lambourne Castle se convirtió en un lugar diferente del que había sido cuando Jack y Fiona eran pequeños. Por fin era un lugar feliz.
Sin embargo, ese verano, Jack y Lizzie volvieron a Thorntree, porque Charlotte temía enfrentarse sola a su primer parto. Una lenta tarde de domingo, se hallaban sentados en la nueva terraza que Newton había construido. Dougal, que había decidido que le gustaba trabajar al servicio del laird de Lambourne, hacía de niñera de James, y lo llevaba sobre un poni de madera que al pequeño le gustaba montar.
Lizzie sirvió a su marido un vasito de whisky y se lo dio mientras contemplaba a James en su poni. Jack cogió el whisky con el cejo fruncido y no prestó atención al resto de los ocupantes de la terraza, sino que se dedicó a mirar hacia los jardines, que estaban mucho más limpios y lucidos de lo que él recordaba. Había oído que el señor Kincade tenía un ayudante. El muchacho Lachlan, de Castle Beal, estaba aprendiendo el arte de la jardinería bajo la supervisión del anciano.
—¿Sigues enfadado? —le preguntó Lizzie; poniéndole la mano en el hombro y apretándoselo suavemente.
—No me insistas, leannan —contestó Jack.
—Tan petulante como un niño —suspiró Charlotte.
—No es cierto —protestó él—. Pero debes admitir que mis tiros han sido tan buenos como los de ella. ¡No puedo impedir que se levante viento!
—Había una ligera brisa —precisó Newton—. No lo bastante fuerte para desviar una flecha de su curso.
Lizzie se rió con ganas.
—¡Admítelo! ¡No soportas que una mujer te gane tirando con arco!
—O cabalgando —añadió Dougal, solícito—. También es mejor jinete que usted, milord.
—Gracias, Dougal, por recordármelo —contestó él secamente—. Y supongo que todos pensáis que también pesca mejor que yo, ¿no?
Charlotte resopló. Dougal intercambió una mirada con Lizzie y luego se encogió de hombros.
—Vamos, jovencito —le dijo a James—. Vamos a caminar entre las flores que tu tío Newton ha decidido revivir. —Cogió al pequeño con un ancho brazo, y bajó por los escalones de piedra hacia el jardín.
—La verdad, Jack, no es raro que una highlander sea buena en cosas como el tiro con arco, la pesca y las carreras de caballos —explicó Lizzie—. Vivimos de la tierra.
—Lizzie, amor mío, no lo estás arreglando en absoluto —gruñó él.
—Míralo de esta manera —sugirió Charlotte—. Tú eres muy bueno cocinando. La señora Kincade aún habla del día en que le dolía la espalda y tú preparaste el pan siguiendo sus instrucciones.
Jack fulminó a su cuñada con la mirada.
—Pensaba que todos estábamos de acuerdo en que eso había sido una emergencia. Una hogaza de pan no me hace cocinero.
—Ya, pero sin duda tienes talento para ello.
—Y para encender el fuego —añadió Newton—. Te manejas muy bien cuando hay que encender turba.
—¿Eso es todo? —gruñó Jack.
—Bordar —añadió su esposa.
Él soltó un rugido y saltó sobre ella, pero Lizzie se apartó, se recogió la falda y echó a correr.
—¡Más te vale correr, lady Lambourne! —gritó Jack detrás de ella.
A Lizzie le encantaba cómo sonaba «lady Lambourne». Miró hacia atrás y entró corriendo por un ventanal abierto, pero Jack la agarró por la cintura y tiró de ella hacia sí.
Ahora sí que la has armado buena, muchacha, ¿no crees? Y te castigaré por ello.
Ella rompió a reír, se revolvió entre sus brazos y echó la cabeza hacia atrás para mirarlo directamente.
—Sí, castígame, Jack. Hazme llorar.
Él la besó con fuerza en la boca, luego la miró y le apartó de la cara los rebeldes rizos.
—Si pudiera hacerte llorar de felicidad, como hago yo todos los días...
Oh, pero Lizzie sí lloraba. Y sus lágrimas eran gotas de pura alegría.
Jack le rodeó la cintura con el brazo y volvió la cabeza para mirar atrás.
—Vamos, busquemos unos minutos de intimidad antes de que Newton decida que es momento de que encienda un trozo de turba —dijo—. Ese hombre se comporta como si fuera el maldito laird de este lugar.
Lizzie se echó a reír. Jack la besó, luego la agarró con fuerza y ambos corrieron para compartir unos momentos de felicidad antes de las tareas de la tarde.
FIN.