CAPÍTULO 09
A pesar del evidente agotamiento de Lizzie, tuvieron una discusión sobre quién dormiría en la cama, y al final, Jack se había impacientado tanto que había acabado cogiéndola en brazos y tirándola sobre el lecho, con la advertencia de que si se levantaba, se pondría realmente serio.
Lo cierto fue que estuvo a muy poco de ponerse realmente serio. Tuvo que obligarse a alejarse de ella.
Por suerte, su amenaza bastó para convencer a Lizzie de que debía quedarse con la cama, y se durmió rápidamente. Jack lo notaba por sus suaves ronquidos esporádicos.
El, por su parte, se sentó a la mesa y se acabó el vino, con la esperanza de librarse de los libidinosos pensamientos que le rondaban por la cabeza. Necesitaba marcharse de Castle Beal tanto o incluso más de lo que lo necesitaba Lizzie, porque no soportaba seguir encerrado en aquella pequeña alcoba con ella sin poder tocarla.
Lo había asustado la reacción de su cuerpo al verla vestida con su ropa. A pesar de que le quedaba demasiado grande, había podido distinguir su silueta de una forma más clara que con los vestidos, y la abertura del cuello de la camisa le había permitido captar su pálida piel y el inicio de la elevación de los pechos. Pechos del tamaño de naranjas de zumo... Las palmas de la mano le habían hormigueado de ganas de tocarlos.
Sí, tendría que pensar en algo para irse de allí, como le había prometido. Y si la mirada de gratitud y esperanza de la joven hubiera sido dinero, Jack habría salido de Castle Beal convertido en un hombre rico.
Esa noche, se las arregló con la silla, pero descansó mal, mientras que Lizzie dormía como un tronco. El canto de los primeros pájaros lo convenció de que de nada servía seguir intentando dormir. Se levantó de la silla, estiró la dolorida espalda y fue hacia el lavamanos.
Estaba a medio afeitar cuando la oyó moverse, y echó una mirada hacia atrás. Lizzie estaba incorporada sobre los codos, mirándolo como si no fuera capaz de situarlo.
—Buenos días —la saludó él—. Estás que das miedo.
Ella lo reconoció; se dejó caer sobre las almohadas y se puso de lado.
—¡Qué amable por tu parte comentarlo!
Jack sonrió mientras enjuagaba la navaja en el lavamanos.
—Aún es temprano. Vuélvete a dormir. Veré si puedo engatusar a Dougal para que le traiga algo de comer a la bella durmiente, ¿te parece bien?
—Sí —contestó Lizzie con los ojos cerrados y media dormida.
Una media hora más tarde, después de haber convencido a un reacio Dougal para que lo acompañara abajo a ver al laird, Jack fue conducido a un pequeño comedor. Había supuesto que Carson Beal tendría por costumbre levantarse temprano, y no se había equivocado. El tío de Lizzie estaba desayunando solo.
Casi ni miró a Jack cuando éste entró en la sala.
—Un poco temprano para usted, ¿no es así, milord? —preguntó antes de llenarse la boca de morcilla.
—Si estuviera en Londres, disfrutando de los placeres de la noche, a estas horas estaría llegando a mi cama. Pero como la vida social aquí parece girar en torno a unos cuantos juegos en el patio, me acosté muy temprano.
—Y supongo que ahora me veré obligado a soportar el dudoso placer de su compañía, ¿no es así? —preguntó el laird mientras mojaba el pan en la grasa de la morcilla.
—No pretendo importunarlo —respondió él, pero de todas formas se sentó.
Beal lo miró con ojos entrecerrados, luego hizo un gesto con la cabeza a una jovencita que había aparecido de repente. La chica sirvió una taza de café y la colocó frente a Jack, luego fue al aparador y comenzó a ponerle comida en un plato.
—No será necesario —dijo él, moviendo la cabeza en su dirección—. No voy a quedarme mucho rato.
—Habla como si controlara la situación —replicó el laird con una mueca de complacencia.
Jack se molestó, pero consiguió mantener su sonrisa despreocupada.
—Vamos, vamos, señor. Nunca soñaría con desafiar su autoridad en su propia casa —dijo, dando la sutil impresión de que en otro lugar sí lo haría—. Pero somos caballeros, y como tales, debo pedirle que deje ir a su casa a la muchacha. —Ante el ceño de Beal, continuó—: Ya ha logrado lo que se proponía, ¿no? No hay ni un solo hombre en Glenalmond que se atreva a acercársele. Ya no puede rebajarla más.
—¿Y a usted qué le importa eso? —replicó Carson, despectivo.
Jack se echó hacia adelante mientras apartaba el plato que la chica trataba de colocarle delante.
—No sé por qué le ha hecho esto a alguien de su propia sangre, Beal —dijo—, pero lo hecho, hecho está. Ahora, muestre un mínimo de decencia y deje que se marche.
Con un gesto de la mano, el laird le indicó a la muchacha que saliera de la sala. Se recostó en el asiento y miró a Jack pensativo.
—¿Se ha enamorado de ella?
Él casi se atragantó ante esa ridícula idea.
—No sea absurdo.
—Su preocupación por la humillación de mi sobrina es muy noble, supongo —continuó Carson con tanta despreocupación como podría haber comentado que prefería el pan integral al blanco—. Pero ella no es nada para usted.
Jack estaba comenzando a pensar que Beal sólo era un animal con ropas de caballero.
—Supongo que no me gusta ver cómo humillan a nadie —respondió con frialdad, mientras notaba una tirantez en el pecho—. Especialmente a las mujeres.
El laird se echó a reír. Durante un momento, contempló a Jack con curiosidad, luego se encogió de hombros y volvió a coger el tenedor.
—Muy bien, Lambourne, le concedo su caballeroso deseo. Los enviaré a los dos a Thorntree, donde mi sobrina podrá lamerse las heridas. Pero usted irá con ella y se quedará con ella, y nadie —se inclinó hacia adelante para remarcar sus palabras—, nadie debe pensar que no está totalmente entregado a Lizzie. Nadie le verá apartado, nadie tendrá motivos para pensar que hay algo más que verdadero afecto entre un hombre y una mujer, ¿vale? Los Gordon tienen ojos y oídos por todas partes del valle, y si usted despierta la más ligera duda en cualquiera, yo mismo le entregaré su cabeza al príncipe. ¿Y si trata de escapar? —Clavó el tenedor en la salchicha que tenía en el plato—. No llegará lejos. Los hombres del príncipe han redoblado esfuerzos para encontrarle, milord, y han pagado a los astutos escoceses de las Highlands para que los ayuden. Están subiendo lentamente hacia el norte, atravesando todos los valles e interrogando a todos los hombres. A no ser que conozca muy bien este agreste terreno y sea más listo que un highlander criado en estas montañas, no tiene adonde ir excepto al norte. Y déjeme que le dé una pequeña lección de geografía de esta zona: al norte no hay nada excepto más montañas. Usted perecería antes de llegar a un lugar seguro, y así sucedería, porque yo mismo le daría caza como a un zorro herido, sí lo haría. Hablemos claro: de ahora en adelante, yo soy el hombre del príncipe, y no dudaría en enviárselo y cobrar la generosa recompensa que ha puesto a su cabeza. Incluso asistiría a su ahorcamiento para disfrutar de él.
Jack sonrió con tanta indiferencia como pudo.
—Una generosa recompensa, ¿eh? Trataré de no sentirme demasiado orgulloso de ello.
—Para mí, este asunto no es de risa, Lambourne. Más le vale asegurarse de que tampoco lo sea para usted. Mantenga a mi sobrina apartada de ese maldito Gordon, y ocúpese de que ni una alma crea que usted y ella son otra cosa que dos enamorados; así quizá pueda conservar la vida.
—¿Caballos? —preguntó Jack, casi al límite de su paciencia.
—Sí. Envíeme a Dougal cuando haya acabado su desayuno —contestó Beal, y siguió comiendo—. Lo mandaré a los establos.
Jack se apartó de la mesa y se puso en pie.
—Muchas gracias, pero he perdido el apetito. —Al llegar a la puerta, su curiosidad pudo más que su furia, y se volvió hacia el laird—. ¿Por qué? —preguntó—. ¿Por qué toda esta mascarada? ¿No podía, simplemente, haberle prohibido que se casara con ese Gordon?
—Hace dos días que conoce a mi sobrina. ¿Cree que podría prohibirle algo?
No le faltaba razón, pero no era suficiente.
—Resulta algo excesivo... incluso para usted. Carson soltó un bufido.
—Usted tiene un poco de sangre Beal, ¿no es así? —Cuando Jack asintió, el laird añadió—: ¿Le gustaría ver aunque fuera un centímetro de tierra de los Beal en manos de un Gordon?
—Quizá no, pero sin duda debe de haber otras maneras de evitarlo que no sean humillar públicamente a su sobrina.
—Esto no es Londres, milord. Aquí no nos sentamos en los salones a tomar té. Quizá haya olvidado usted las costumbres de las Highlands, ¿eh? Y ahora, váyase, váyase a Thorntree. Dígale a Dougal que venga. —Beal miró su plato. La conversación había terminado.
Jack se alegró de salir del comedor; cuanto menos tuviera que ver a aquel hombre, mejor, porque la furia estaba comenzando a consumirlo por dentro, y no estaba seguro de poder contenerse y no echarle las manos al cuello. No se fiaba ni un ápice de Carson, y estaba absolutamente convencido de que lo entregaría a los sanguinarios cazadores de recompensas en cuanto dejara de serle útil.
El laird le recordaba a su padre, lo que hacía que aún le desagradara más.
Con la ayuda de Dougal, escogió un caballo para él y dos monturas más para Lizzie y el propio Dougal. Cuando se aseguró de que todo estuviera preparado, fue al patio superior con el highlander, de camino hacia la pequeña alcoba de la torrecilla, donde esperaba despertar a Lizzie y darle la buena noticia. Pero alguien menudo que se movía de una forma rara hacia la verja llamó su atención.
Quizá hubiera sido su propia ropa lo que había visto, o su sombrero, que a Lizzie le iba demasiado grande y casi le tapaba los ojos. Jack se detuvo en medio del patio, igual que Dougal. Lizzie no los había visto, pero sí a un par de doncellas con cubos que se dirigían al pozo. La joven torció bruscamente hacia la derecha, con la cabeza baja, y aceleró el paso. Iba directa hacia Jack y Dougal.
No era posible que creyera que nadie se fijaría en ella.
—No debe salir sin escolta —comentó el highlander como para sí, confirmando lo que Jack pensaba.
Con la cabeza gacha y el sombrero sobre los ojos, Lizzie no vio a un hombre que llevaba pollos colgados por las patas de un palo que cargaba al hombro.
—¡Cuidado! —le dijo éste antes de que se fuera directa contra su carga.
—¿Por qué no voy a buscarla mientras tú traes los caballos? —le sugirió Jack a Dougal mientras Lizzie, recuperada de su frustrada colisión con los pollos, se ajustaba el sombrero y seguía su camino.
—Sí, milord —contestó el highlander, y se dirigió a los establos. Jack fue un poco hacia la derecha e interceptó a la joven justo cuando ésta estaba a punto de pasar por su lado.
—Lizzie.
Con un grito de susto, ella se volvió como un criminal cazado, pero entornó los ojos al ver a Jack.
—¡Eres tú, canalla! —susurró rabiosa—. Has tratado de irte y dejarme aquí.
—Eso es absurdo —respondió él sin perder la calma—. No he hecho nada de eso. Si hubiera planeado escapar, no estaría ahora parado en medio del patio.
—¡Oh! —Exclamó ella, y sus cejas se juntaron en un profundo ceño—. Entonces, ¿por qué me has dejado sola?
—Para hablar con...
De repente, Lizzie lanzó un grito ahogado, le agarró de las solapas y tiró de él con fuerza.
—¡Dougal! —dijo animada—. ¡Has conseguido que Dougal nos ayude, como dijiste que harías! —Antes de que él pudiera responder, la mirada esperanzada de la chica se convirtió en una expresión de duda—. No, no, eso no es posible. ¡Dougal nunca desafiaría a su laird! Entonces, ¿sí que tratabas de escapar? Pero pareces demasiado... demasiado fresco —dijo, recorriéndolo con la mirada—. Y estás recién afeitado —añadió, con los ojos clavados en el rostro de Jack—. Y además llevas una camisa y un chaleco limpios. —Inclinó la cabeza hacia un lado, como un pajarito curioso—. ¿Te has entretenido en vestirte bien para huir?
—Yo...
—¡Dios! —lo interrumpió Lizzie, y lo soltó al mismo tiempo que lo empujaba—. No pretendías escapar, porque eres uno de ellos...
—Vale ya, ahora para antes de que tu imaginación salga volando y se te lleve con ella a la luna—le advirtió él.
—¿Eres o no uno de los hombres de Carson? —exigió saber mientras daba un paso atrás.
—¡Por la reina de Escocia, eso es lo más absurdo que has dicho! ¡No soy uno de los hombres de Carson! Por una vez haz por favor lo que te digo y ven conmigo... Nos vamos.
—¿Nos? ¿Cómo? —preguntó Lizzie mientras daba otro paso atrás.
—A caballo.
—¡A caballo! Si no eres uno de ellos, ¿cómo puedes haber conseguido un caballo, eh? ¿Quieres que me crea que mi tío nos permite irnos de aquí cabalgando? —replicó mientras gesticulaba con furia hacia la verja.
—Sí —contestó él escuetamente, y señaló hacia su izquierda.
Lizzie siguió su mirada y vio que entraban las tres monturas en el patio. Dougal llevaba de la rienda a la yegua gris moteada de Jack. El animal echaba la cabeza hacia atrás, ansioso por salir del establo, igual que su amo.
La muchacha miró boquiabierta los caballos.
—¿Cómo lo has conseguido? —Quiso saber—. ¿Cómo diablos has podido hacerlo?
—No me falta capacidad de persuasión —respondió Jack, un poco irritado por su falta de fe en él.
—Pero...
—Lizzie. Sugiero que si tú y yo queremos salir de Castle Beal, aprovechemos la generosidad del laird mientras dure y cabalguemos. Sabes montar, ¿no?
—¡Oh, por el amor de Dios! —replicó ella; fue hacia Dougal y se subió a la silla antes de que nadie pudiera ayudarla, como toda una experta. Hizo dar una vuelta al caballo y miró a Jack—. ¿Y tú, sabes montar?
Por un momento, él olvidó lo exasperado que estaba y admiró la silueta de su bien torneada pierna bajo los pantalones... por no hablar de la atractiva forma que estaba en contacto con la silla. Le dedicó una lenta sonrisa mientras por su mente pasaban una serie de pensamientos licenciosos.
—Oh, muchacha, te aseguro que sé montar. Monto de lo más bien.
Lizzie lo fulminó con la mirada, pero no antes de haberse ruborizado. Apartó su caballo y lo espoleó hacia adelante, cabalgando hacia la verja de un modo temerario.
Jack suspiró e intercambió una mirada con Dougal mientras cogía las riendas de la yegua.
—¿A cuánto queda Thorntree?
—A cinco kilómetros, milord, pero el camino es duro y está lleno de agujeros.
—Bien —respondió él mientras se subía a la yegua y salía tras Lizzie Beal, esperando que ésta se cayera de la silla. Eso le enseñaría a aquella insolente cabezota.