CAPÍTULO 32
La mañana siguiente a aquella extraordinaria noche, Lizzie se dio cuenta de que no podía pensar con claridad. Charlotte le preguntó dónde estaban Fingal y Tavish, y ella pensó en sus momentos de locura en los brazos de Jack. La señora Kincade le dijo que les quedaba poca harina, y ella trató de olvidar la desesperación y el desconsuelo de no poder estar siempre en brazos de él.
Más tarde, el señor Kincade la encontró ordeñando una vaca que ya había sido ordeñada, y le dijo que Charlotte le pedía que fuera al salón. Cuando Lizzie entró allí, todavía llevaba el delantal de ordeñar, y sus ojos sólo vieron a Jack.
Alto y apuesto, evitó que sus ojos, los mismos ojos que la habían recorrido palmo a palmo, que la habían contemplado con placer y se habían oscurecido de deseo al llegar ella al éxtasis, la mirasen ahora mientras él exponía tranquilamente su plan.
El señor Gordon, Lizzie y Jack irían a Londres, donde Jack conseguiría una audiencia con el rey y pediría a su majestad que anulara la unión de manos y bendijera el compromiso de Lizzie y el señor Gordon. Una vez hecho esto, le pediría al monarca que confirmara el decreto según el cual ambas hermanas eran las dueñas de Thorntree y su pizarra.
Mientras lo explicaba, todo parecía muy sencillo, y Charlotte casi había levitado de su silla de alegría.
—Ya ves, Lizzie. ¡Después de todo ha demostrado sernos muy útil!
—¿De verdad? —respondió ella, molesta—. ¿Y cómo pasaremos entre los cazadores de recompensas que hay por todos los caminos sin que nos vean?
—Iremos hacia el norte —contestó el señor Gordon—. Por las colinas. Sé cómo hacerlo.
—Entonces, milord, ¿aceptáis que os ahorquen? —preguntó ella mirando a Jack.
—¡Lizzie! —exclamó su hermana.
—¡Eso es justamente lo que está proponiendo, Charlotte! Se entregará al rey por nosotras, y ¡lo colgarán!
—No me colgarán —dijo él sin darle importancia.
—¿Y qué te hace estar tan seguro? —gritó Lizzie.
Jack la miró directamente, sonriendo, pero con una intensa mirada.
—¡Vaya, señorita Beal —soltó, haciendo una burlona reverencia—, va a hacer que crea que me tiene aprecio! —Y se echó a reír de aquella manera despreocupada, altiva y encantadora tan suya.
—No te eches flores —replicó ella, cada vez más enfadada, aunque no estaba segura de por qué—, es sólo que no quiero tener tu muerte sobre mi conciencia.
Se dio la vuelta y salió a toda prisa de la sala.
No vio la aguda mirada del señor Gordon. No la vio hasta que él fue a buscarla y la encontró en la cocina, cortando zanahorias. Gavin se inventó una excusa para alejar a la señora Kincade, se volvió hacia Lizzie y se la quedó mirando fijamente, hasta que ésta dejó el cuchillo.
—¿Qué te pasa? —le preguntó—. Nos ofrece una posible solución a esta catástrofe, y tú no sólo la rechazas, sino que encima lo insultas.
Ella casi ni lo había mirado mientras recogía los trozos de zanahoria y los metía en un cuenco.
—La verdad, señor Gordon, no puede esperar que yo... ¡que coja y me vaya a Londres!
El la sorprendió acercándose de repente. Lizzie soltó un gritito de sorpresa, retrocedió y chocó contra la mesa.
El joven la cogió del hombro.
—Gavin. Di mi nombre, Lizzie.
—¿Perdón? —dijo ella, confundida.
—Gavin —repitió él—. Di «Gavin», Lizzie, no «señor Gordon». A él le llamas Jack, pero casi nunca dices mi nombre, y siempre te refieres a mí como señor Gordon. ¿Por qué?
Ese repentino interés en cómo le llamaba la puso nerviosa.
—¿Qué quieres decir? Es por respeto. —Pudo ver que no aceptaba su explicación—. Gavin, entonces —dijo, y trató de apartarse, pero él la retuvo con fuerza.
—No, no sólo «Gavin, entonces» No, Lizzie. No finjas que no tengo nada de qué preocuparme.
A ella, el corazón se le disparó de culpa.
—He sido lo bastante claro, ¿no? —continuó—. Quiero casarme contigo, pero, la verdad, no estoy muy seguro de que tú quieras casarte conmigo.
—Eso no es cierto. Sabes que sí —contestó ella con cautela, aunque una voz en su interior gritaba «no, no, no».
Lo había traicionado de una forma horrible, había traicionado incluso a su propio corazón. ¿Qué debía hacer? ¿Tratar de llenarlo ahora con un amor que no sentía?
—Entonces, di: «Sí, Gavin, quiero casarme contigo por encima de todos».
—Sí, Gavin —dijo Lizzie—, quiero casarme contigo por encima de todos.
Sus labios se movían, pero el corazón se le estaba rompiendo. ¿Cómo podía sentirse tan confusa?
—¿De verdad? Porque no podremos hacerlo hasta que el asunto de tu maldita unión de manos se haya solucionado.
—Sí —contestó ella de mala gana, deseando estar en cualquier otro sitio. No podía pensar. Miró hacia las zanahorias por encima del hombro de Gavin.
—Entonces, Lizzie, debemos hacer lo que sugiere Lambourne, ¿no lo entiendes? Si tienes intención de ser mi esposa, debemos hacer lo que él dice, y si no quieres hacerlo, entonces nunca estaremos juntos y ¡creeré que lo prefieres así! Hazme el honor de contestarme la verdad: ¿has llegado a amarlo?
La culpa y la mentira la hicieron farfullar.
—¡Gavin! ¡No, no, claro que no! ¿Amarlo? —Exclamó, negando enfáticamente con la cabeza mientras lo cogía por el brazo, que, en medio de su locura, notó que no era tan musculoso como el de Jack—. ¿De verdad puedes creer que llegaría a amar a... un vividor? ¿A un hombre buscado? ¿Un canalla? —Pero sí había llegado a hacerlo, a amarlo profundamente—. ¡Claro que no! ¿Cómo puedes preguntarme algo así?
—Porque debo saberlo —contestó él con firmeza—. Es un mago, sí, y me parece que te ha encantado...
—Mi Diah! ¡No me ha encantado! —gritó ella, y trató de soltarse, pero Gavin la sujetó con fuerza y la obligó a mirarlo.
—Entonces, ¿aún quieres casarte conmigo? —insistió—. Porque Dios sabe que yo sí quiero casarme contigo, Lizzie. Te aprecio desde que nos conocimos. He estado a tu lado en este escándalo y estaré a tu lado para siempre, pero no permitiré que se me deje en ridículo.
Su corazón la advirtió, le rogó que no mintiera, pero Lizzie no podía mirar al hombre con quien se había comprometido, que, a pesar del peor de los escándalos se había comprometido con ella, y decirle otra cosa. No podía pasar por alto que, sintiera lo que sintiese por Jack, aquellas emociones tan intensas que le producían vértigo, Gavin era su futuro. Este sería fiel, y las mantendría seguras a ella y a Charlotte. Estaría a su lado, en Escocia. Sería leal y sincero.
Y aunque Jack le hacía arder la sangre como ningún otro hombre, nunca se quedaría en Thorntree o querría llevar a una muchacha provinciana a Londres. Tenía tantas ganas de marcharse que estaba dispuesto incluso a sacrificar su libertad, quizá hasta su vida. ¿Cómo iba a esperar que cambiara de repente su perspectiva de la vida y se conformara con una existencia bucólica lejos del glamour de la corte del rey?
—¿Lizzie? —dijo Gavin, un poco inquieto.
—Sí —respondió ella, y se obligó a sonreír—. Lo diré otra vez. Lo que más deseo es casarme contigo.
El la miró fijamente durante un largo instante, pero finalmente, una lenta sonrisa se dibujó en sus labios. La besó. Y no fue el beso tierno de hacía unos días, sino uno que dejó muy claro su deseo. Finalmente, levantó la cabeza y le acarició la mejilla con el dorso de la mano.
—Debes enfrentarte a la realidad, Lizzie. No puedes desaprovechar esta oportunidad; para que estemos juntos y sin deudas de ningún tipo con Carson Beal, debemos hacer lo que propone el conde.
—Pero ¿y Charlotte? —dijo entonces ella—. ¡No puedo irme y dejarla!
—Newton dice que se quedará y le echará un ojo.
—¡Newton!
—Y el señor y la señora Kincade, claro.
—Sí, ¿y qué pasa conmigo? ¿Voy a viajar a Londres con dos caballeros como compañía?
—Lizzie... leannan... estás unida de manos al conde. Es totalmente aceptable. Y piénsalo, muchacha —añadió, mientras los ojos le comenzaban a brillar—, es Londres. Es una oportunidad que quizá no volvamos a tener, ¿no crees?
Lizzie miró a los ojos castaños de Gavin y advirtió un afecto sincero por ella, y también la ilusión de ver la ciudad más animada del mundo. Así pues, hizo lo único que podía hacer después de cómo Gavin se había portado. Asintió.