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Cuando Myriam me abandonó, Jean-Baptiste invitó a champaña.

Algunos días un par de clochards viejos traían consigo de las Halles restos de flores y decoraban las verjas de la fuente con todos aquellos ramos marchitos que trataban de vender. Se hacían los importantes, hablaban de sus fondos y de su clientela. En la Escuela Politécnica sonaba el clarín y los viejos auxiliares alimentaban sus cirrosis desde por la mañana en los pequeños cafés que bordeaban las salidas de la escuela. A mediodía bebían aperitivos, a los que se acostumbraran en las guarniciones tropicales; el aguardiente de guindas, el tomate, el periquito, el curasao de mandarina, el anisete. Pasteirous bajaba por la tarde desde la rué Descartes para jugar con ellos a las cartas. Los escuchaba hablar de negras, de congolesas y él, que jamás engañara a su mujer, sentía en su compañía los apetitos olvidados.

A veces solía también bajar por la otra vertiente de mi montaña hacia el final de la rué Mouffetard, con sus herboristerías, sus escaparates de volatería, de caza y sus pescaderías. Contemplaba fascinado los crustáceos malva que desplegaban las articulaciones de sus patas en tanto que abandonados sobre el helecho relucían suavemente los peces de mar con sus colores de plata oxidada, rosa viejo, rojo escarlata y verde metálico.

Los jamones, las salchichas y morcillas, las redondas hogazas de pan de centeno, el aceite de nuez en jarras de gres y la miel en panales del «Produits d'Auvergne» me recordaban a Timothée y me hacían soñar con descabelladas abundancias y diversiones que durarían años.

La multitud discurría tranquilamente entre los escaparates semejantes a un río apacible que se abriera ante pequeños islotes; un vendedor de ajo y tomillo, un acordeonista ciego, un árabe que vendía cordones para los zapatos.

Los comerciantes proclamaban alegremente que sus ensaladas eran las más hermosas, que sus naranjas venían de España o de Jaffa y algunos de entre ellos volvían a encontrar de manera espontánea mientras «cantaban» sus productos las olvidadas modulaciones de sus antepasados de la Edad Media.

Ocho días después de su desaparición, Badabuche volvió a emerger a la superficie; sus manos empezaron a agitarse ante mi nariz:

—Jean, siguiendo los consejos de mi editor he decidido introducir profundos cambios en mi libro. Mi sacerdote-obrero será sustituido por un oficial paracaidista a quien mi heroína seguirá hasta Indochina y no a Venezuela. Morirá tratando de salvar a una aldea bajo bombardeo de la aviación francesa. No tengo la menor idea sobre ese tipo de individuo. Me imagino a un oficial como una especie de SS que se encontrara en la parte victoriosa... Tú has vivido mucho tiempo en compañía de esa clase de individuos. Así que háblame de tu guerra.