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La cabra, que Guste sujetaba por los cuernos y Badabuche por la cola, me observaba llegar con un recelo no exento de curiosidad.
Como me faltaba pintura para cubrirla completamente, me contenté con formar sobre su pelaje largas estrías. Aun así les costó un mes desaparecer.
Soltamos al animal en medio del baile. La Picoune era una mujer morena de tez amarillenta, que tenía el sentido de lo trágico, la función de velar a los muertos y una reputación de echadora de sortilegios.
Al ver a su cabra alzó los brazos implorantes al cielo y con un fondo de cascabeles, acordeón, gaita y caramillo, entre las risas generales invocó a la desgracia.
—¡Que venga ya esa guerra! ¡Que venga pronto para sumergirnos a todos! ¡Que venga con sus aviones y sus bombas, con sus cañones y sus trincheras, que venga con todos sus muertos!
Dirigió hacia nosotros dos dedos tensos a manera de cuernos, el signo maléfico de las echadoras de sortilegios.
—Y que los primeros en recibir el castigo sean los que han pintado a mi cabra...
—La Picoune tiene razón —intervino Étienne, el secretario del Ayuntamiento que no sentía por nosotros la menor simpatía—. Esas cosas no se hacen.
Pero fue él quien murió en la guerra y cayó víctima de la maldición. En 1940, en la región de Burdeos se estrelló con su camión contra un plátano. Su nombre está inscrito en el monumento a los caídos. Se pensó por un momento en hacerlo figurar entre los caídos de la Resistencia, de los que carecíamos, pero hubiese sido preciso grabar una placa nueva que habría costado 7.892 francos...
Nuestra vanidad, Madame, pronto llega a sus límites cuando hay que saldarla con billetes de Banco.
Así que en Marmeize no disponíamos de ningún caído de la Resistencia. Los alemanes jamás vinieron, pero eso no es una razón. Por ejemplo, en Malcaliére, a 8 km de Marmeize, han localizado cuatro nombres de resistentes para poder inscribirlos en su monumento a los caídos.
Eran turistas de París que acudían en verano de vacaciones. Fueron fusilados por los alemanes a raíz de un atentado en el «Metro» con el que no tenían nada que ver. Dos de ellos tenían nombres polacos. El tercero era de la Martinica. En lo que se refiere al cuarto se llamaba Dupont. Puedo aseguraros, Madame, que jamás hubo un solo Dupont en Margeride. Desde la inauguración de su monumento, Malcaliére, que era «de derechas», se cree obligado a votar a las izquierdas. Me han dicho que ha llegado a firmar manifiestos contra la bomba atómica.