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El teléfono sonó varias veces antes de que lo descolgara.

—¿Crespo? —oyó que preguntaban al otro lado de la línea. Reconoció la voz.

—Sí. Dime, Daniel.

—¿Has leído ya el informe?

—¿Te refieres al Sevillano? Aún no. Lo tengo delante de mí y en este momento iba…

—Entonces, dentro de un rato subo y hablamos. Hay drogas por medio. Claro que eso hoy no quiere decir nada. Pero tengo que apurar todas las vías. No tenemos claro el móvil en este caso. ¿Lo conocías?

—Sí, pero no ha estado nunca detenido por drogas.

—En cinco minutos subo.

Colgó el receptor y se dispuso a leer el informe.

Inclinado sobre la mesa, arrugó la frente, concentrado en el escrito. Su cabello castaño empezaba a clarear y alrededor de sus ojos apuntaba una débil sombra.

«Nota informativa.

»Asunto: muerte de Manuel Durante Gómez.

»En relación con la muerte violenta de Manuel Durante Gómez se participa que las gestiones practicadas por este Grupo de Homicidios, de la Brigada Regional de Policía Judicial, han dado el siguiente resultado:

»En la Inspección Ocular realizada, se observó el cuerpo de un hombre sin vida en posición decúbito lateral izquierdo, con la cabeza en la acera y el cuerpo y los pies en la calzada, junto a un coche allí estacionado; tratándose de un hombre joven que presentaba una herida en la frente y alrededor de la cabeza un charco de sangre; otra herida en región pectoral derecha y otras sin determinar, en el vientre, por las que perdió gran cantidad de sangre. Todas las heridas lo son, al parecer, por arma de fuego.

»Vestía cazadora azul oscura, prenda clara debajo de la misma y pantalón vaquero, calzando zapatillas deportivas. En los alrededores no se apreció la existencia de objeto alguno, así como huellas de cualquier tipo que pudieran conducir a la identificación del autor o autores. Diez metros más abajo, según el sentido de circulación de la calle, en la calzada, alrededor de una moto allí estacionada, se observaron colillas de cigarrillos, en número de ocho, al parecer todas de la marca Winston.

»A las cinco horas el señor Juez de Instrucción de Guardia, ordenó el levantamiento del cadáver, siendo trasladado al Hospital Clínico de esta ciudad a fin de practicarle la autopsia.

»En un principio y vistas las circunstancias en que apareció el cadáver, se pensó que el hombre habría sido objeto de robo con intimidación o de agresión por causas ignoradas. Se estima que la segunda hipótesis es más probable, desechándose el primer supuesto al no faltarle pertenencia alguna así como por la cantidad de impactos. El cadáver apareció casi frente a su domicilio, en la acera opuesta. No hay rastros de sangre que indiquen que se desplazara del lugar, una vez herido, ni tras su fallecimiento que haya sido movido del lugar. Tampoco presenta su cuerpo señales de violencia distintas a las heridas mencionadas, por lo que se descarta, en principio, la posibilidad de lucha o resistencia.

»Al parecer, el autor o autores, esperaron su llegada al domicilio y dispararon a muy corta distancia. A la altura del vientre, en el pantalón cubierto de sangre, se aprecian manchas oscuras, casi con toda probabilidad provocadas por el fogonazo de la pólvora al ser disparada el arma a bocajarro. No se han encontrado casquillos, por lo que se sospecha que el arma pudiera ser un revólver. Los disparos que se aprecian en el bajo vientre inducen a pensar que se trata de una venganza de tipo sexual.

»La investigación se centró, a partir de este momento, en el finado y en las circunstancias de todo tipo que le rodeaban, así como la forma en que ocupó su tiempo el día de los hechos y cualesquiera otras que pudieran incidir en el desarrollo de los mismos.»

El comisario pasó por alto todas las consideraciones relativas a sus circunstancias familiares, personales y ambientales, que le eran de sobra conocidas.

«Continuando con la investigación, no se ha podido determinar con exactitud cómo empleó su tiempo el fallecido el día de su muerte. Solamente se sabe que fue visto deambulando solo, a la hora de cierre de los bares del Barrio Chino de esta ciudad.

»Según estimación del médico forense, la muerte tuvo lugar alrededor de las tres horas de la madrugada. La autopsia ha establecido que la muerte fue causada por cinco proyectiles de plomo, al parecer de revólver, calibre 38: uno, alojado en la cabeza, otro en el pecho y tres en el vientre. No se aprecian otras lesiones ante ni posmortem.

»Se ha llevado a cabo un minucioso estudio de las características del lugar donde fue hallado el cadáver, realizándose varias fotografías que se adjuntan, de manera expositiva.»

Levantó la vista del escrito al abrirse la puerta. Daniel Calzada miró y tomó asiento frente a él.

—¿Qué opinas? —le preguntó, sin preámbulos.

—Lo mismo que tú —respondió el comisario Crespo—. Han ido a por él.

—No hay forma de dar con el móvil. Está muy claro que ha sido una venganza a sangre fría. El que sea ha aguardado pacientemente frente a su casa. Hasta ahí, todo bien. Pero no tengo ningún sospechoso aún. Esta gente se relacionan con chorizos y macarras y no hay manera de estrechar el círculo en algo concreto. Nadie sabe nada.

Daniel Calzada movió la cabeza, con gesto enojado. Próximo a los cuarenta años, era el jefe del Grupo de Homicidios. Alto, de complexión fuerte, y rostro de tez cetrina. Tenía el cabello negro y sus ojos oscuros, de movimientos lentos, estaban habituados a leer en los detalles más pequeños. Usaba gafas metálicas, ribeteadas de una córnea traslúcida con incrustaciones marrones. Era un hombre perfectamente identificado con su vocación policial.

—A simple vista, se aprecia que efectivamente se trata de una venganza —apuntó el comisario Crespo—. Pero de tipo sexual.

—Sí. Eso es evidente. Los disparos en el bajo vientre fueron hechos a quemarropa.

El comisario consultó la nota informativa. El fogonazo de la pólvora era patente en el pantalón.

—Eso es. Tres impactos de bala en el vientre —comentó—. ¿Tenía alguna mujer?

—¿Si macarroneaba a alguna? Parece que no. Desde que salió de la cárcel ha vivido solo. Alquiló el piso hace un mes, y según los vecinos, no se le veía de día por allí. Nada de escándalos, ni visitantes, ni nada de nada. Se ha hablado con el vecindario, y todo negativo.

Daniel cambió de posición en la silla y miró a su alrededor. El despacho tenía ese aire inhóspito y frío que caracteriza a las dependencias policiales. Las paredes, de pintura ajada por el tiempo, estaban desnudas, a excepción de una lámina colorista relativa a la nocividad de las drogas: un dragón con busto humano, sonrisa insinuante y aterciopelada, provisto de múltiples tentáculos, que aprisionaban a sus víctimas. Cinco sillas, forradas de skay marrón y dos archivadores adosados uno a cada lado del extremo de la habitación, constituían todo el mobiliario.

—Estoy en un punto muerto —explicó Daniel—. Hemos hecho gestiones por varios lados y por ahora, nada. Parece que el autor de la muerte fue un individuo que iba solo. Un vecino que padece insomnio, al oír los disparos, se asomó a la ventana. Según él, un individuo corrió hasta un coche que estaba aparcado en la esquina, al final de la calle, se metió en él y abandonó el lugar con las luces apagadas.

—¿Da señas del individuo?

—Ninguna. Cree que era joven, pero lo vio de espaldas y a mucha distancia.

—Ya sabemos algo. El autor era un hombre.

El comisario rechazó con un gesto la invitación a fumar que le hacía su colega, y le preguntó:

—¿Homosexualidad?

—Hasta donde sabemos, nada.

—En ese caso, hay que buscar por otro lado.

—Desde que salió de la cárcel ha vivido solo. Antes tenía una mujer, pero cuando él entró en el talego, le abandonó. Ella ha estado todo este tiempo en Ibiza. Estamos pendientes de los compañeros de allí, que la tienen localizada. Pero no le veo color por ese camino —fumaba apaciblemente, saboreando cada bocanada de humo—. Por cierto, ¿qué opinas de las drogas que llevaba encima el Sevillano?

—Caballo y hachís. Algo normal a estas alturas, ¿no te parece?

—¿Lo conocías como traficante?

Crespo sacó un pequeño fichero de un cajón de la mesa. Tomó una ficha y se la mostró.

—Anotamos aquí todas las confidencias que recibimos y los datos que obtenemos de gestiones hechas por nosotros —explicó—. Hace unos quince días nos hablaron de un tipo apodado el «Cara Cortada», que estaba tocando polvos y chocolate. Pero no lo teníamos identificado. Según el informante, pasaba los polvos por el Barrio Chino. No es mucho, ¿no te parece?

Daniel restregó el cigarrillo en el cenicero, hasta apagarlo, y se levantó.

—¿Crees probable una venganza por drogas? —preguntó.

—Me parece que no. No se puede descartar, pero yo diría que no va por ahí la cosa.

—Te avisaré cuando sepa algo.

Ya estaba en la puerta, cuando el comisario Crespo le llamó.

—¿Has tocado algún confite?

—En eso estamos —respondió Daniel—. Pero ya sabes cómo es esa gente. Mienten igual que hablan, sobre todo si necesitan pedir árnica.

El comisario sonrió, mientras el otro cerraba la puerta a sus espaldas.