25. La Roca

¡Y no poder hacer nada, no poder hacer nada! ¡Nada!… Es peor que una cárcel esta roca. No hay guardias que burlar ni rejas que romper. Nada. Me golpeo la cabeza pensándolo. Peor que una cárcel.

Aunque esta cárcel me ha salvado. No, primero me salvó el delfín. A veces no parecía un delfín sino una voluntad, en aquel torbellino de agua y noche revueltas. Cuando nada me importaba sino respirar. Respirar y flotar, flotar y respirar. Pero a veces un empujón cuando me hundía… El delfín, sí, el delfín…

¡Sobrevivir, he de sobrevivir! Ellos se alarmarán, me buscarán, me encontrarán. Los amigos… Y los traidores también. Sobreviviré hasta sin nada. Menos mal que no es llano este islote: ese picacho me salva de quemarme al sol. Dándole la vuelta en torno sigo a la sombra. Pegado a él a mediodía. ¡Estaría ya achicharrado si hubiera soportado los rayos a todas horas!

Estaría muerto. Pero sobrevivo, gracias a las tormentas de esta época, como la que a poco me aniquila. Llenan de agua dulce las oquedades de la roca. Benditos nubarrones, no hubiese aguantado estos días sin beber. Conozco la sed. Aquel año, persiguiendo con Bashir a los kashires por el desierto de Thanuit. ¡Nuestras lenguas hinchadas, nuestra piel reseca!, pero nos rascábamos y nos reíamos. Orinábamos a la vez, para ver quién soltaba unas gotas más. Nos reíamos. Y los cogimos, a los bandidos. Recuperamos lo nuestro y nos quedamos con lo suyo.

Dos semanas ya… ¡Si me parece un mismo día! Pero están contadas, ahí en la piedra, a raya por fecha. Más el tiempo que estuviera sin sentido. La gaviota me creyó muerto y su picotazo me despertó, me puso en marcha. Pero tampoco estoy vivo: no hacer nada es estar muerto.

¡No! ¡Estás vivo, Ahram! Te veo, te oigo, me hablas… Nunca hablé tanto como aquí, yo solo. No es bueno, los locos hablan solos. Pero también son elegidos por los dioses, o por los demonios. Otros se vuelven mudos; no dicen una palabra en años. ¡Cuidado Ahram!, no puedes volverte loco. Has de ser más astuto que nunca. Ahora, sobrevivir. Luego, los traidores. Todos, los de fuera y los de dentro. ¡Los de dentro…! Mis dos luceros, quizás ahora jodiendo juntos en mi propia casa… Me rompo la cabeza… ¿Cómo no los maté cuando me lo dijo ese maricón de muelle? A él y a esa víbora calentada en mi hogar. ¿Cómo pude estar tan ciego, dejarme engañar así? Si he de abatir a Roma, he de ser más astuto. Y abatiré a Roma; ésta es otra de las ocasiones en que otros sucumben, pero Ahram no. Mis dos luceros no son ellos. No están en Alejandría sino ahí, en lo alto. Protegiéndome.

¿Y si no me engañaron? Krito, con su palabra, es capaz de cambiarlo todo. Y él sí que está loco; siempre lo estuvo. Está loco: no sabe vivir, ni aprovechar la vida como todos los hombres… ¿Hombre? ¡Un escupitajo! Y ella, si no mintió Krito, ¿puedo creer ya nada? ¿Fue siquiera sirena? ¿O es eso por lo que me castiga ahora la diosa: por poseer una sirena? Sus hombres anteriores fueron aniquilados: el de Psyra, el bárbaro, el cristiano… ¡Pero no eran Ahram! ¡No eran Ahram! Y mi diosa no me castiga: impidió que me quitasen mi amuleto. Éste, lo toco, sobreviviré.

El pescador que me recoja aquí hará su fortuna. Alguno navegará por estas aguas. Volveré, averiguaré, me vengaré. De todos los traidores, también los de fuera, los falsos aliados. Porque ya no tengo dudas; al menos descubrí la trampa. La mano palmirena actuaba en mi Campo. Pero ¿qué persiguen con eso Odenato y Zenobia? ¿Les habrá comprado Roma? ¡Si con el César no pasarán de esclavos coronados y yo les daba todo el poder sobre la tierra! No puedo comprenderlo, se me va la cabeza…

… Ni siquiera mi daga, ¡ladrones! ¿Por qué no me quitarían también la medalla?… Para identificarme; tenían orden de entregarme. Hice bien en saltar al agua cuando el barco capeaba el temporal y no me vigilaban. Más mía la muerte en la mar que la humillación antes del asesinato. Y ahora es la vida aunque sin daga siquiera. Cortar el pez con el filo del mejillón, su concha gigante mi cuchillo. Y no poder hacer nada, bajo el sol dando vueltas. Como mi cabeza: otra vez hablando solo. ¡Qué inmóvil la mar, aunque siempre agitada! Mi carcelera. Quería tragarme aquella noche. ¡Pero si soy su amigo! ¡Si me hice hombre de mar! Creí poder nadar bien con las manos atadas. Ya lo hice otra vez, en Rodas, pero la mar estaba tranquila. En la tempestad yo era un trozo de tabla. ¡Qué impotencia, zarandeado por las olas! De pronto el aire estaba debajo y la mar encima; abría la boca para respirar y entraba sal mojada… Gracias al delfín. ¡Y yo que nunca había creído las leyendas marineras! Su lomo a veces me levantaba. Un delfín mandado por Ittara, seguro… Entonces, ¿por qué sólo me trajo a este islote perdido? No cacé a la gaviota picándome, pero encontré su nido. Los huevos me salvaron, mi primera comida. Y los otros, después. Pero he acabado con todos, ya sólo moluscos. Y peces, si la tormenta deja alguno boqueando en un cuenco de la roca…

… El espía que seguí era un cebo, atrayéndome a la tierra del incienso para acabar conmigo allí donde los palmirenos infiltrados. Porque eran palmirenos; y el que mandaba después el barco, cuando me capturaron la segunda vez, también; los otros a sueldo. Compraron al jefe del Campo, no lo comprendo. ¿Qué necesidad tenía de venderse a Palmira? Podía robarme de cada envío unas cuantas esmeraldas y acabar rico. Pero la gente quiere más que la riqueza. Y los tontos científicos: ¡tanta sabiduría e incapaces de defenderse! Sólo sirven para ser utilizados, con sus ideas y sus máquinas. Rodeado de traidores, y también dentro. Menos Bashir, mi hermano. Pero Bashir murió, no me acordaba. Y Malki. No estará ya pensando en heredarme: ése es de mi raza. Aunque quiere mucho a Glauka, a ésa, y ya es un hombre. No, Malki es mío. Al pescador que me saque de aquí le haré rico. ¡Caeré en Alejandría como el rayo! No es posible, seguro vendrán a buscarme. Ellos: Soferis, que fue mío, Artabo, que me debe la vida… ¡No todos pueden ser traidores!…

… Estas algas no son las otras, las de ayer, ¿o anteayer?, ¿o más atrás?, las finas y largas que me hicieron daño. Qué horas pasé, el vientre se me iba en agua. Siempre es un riesgo, pero los cangrejos me huyen. Han aprendido mucho en pocos días. Y sin tormenta no hay pez dejado en seco. Las comía aquel extraño remero amarillo de ojos rasgados que nos trajo la mala suerte en la expedición a Trítera… ¡Cuántos años hace! No tan mala suerte, al menos para mí; fui el único en salvarme. Era entonces el lucero de mi madre. Había perdido a Bashir, aún no había vuelto a encontrarle. Si Bashir viviera ya estaba llegando en mi busca. No soltaba la presa nunca. ¡Y cómo seguía las pistas! Pero eso era en la tierra, en su desierto…

Luceros… Ahora engañándome. Hasta a Bashir engañó Glauka. ¡Cómo hablaba de ella! Enamorado claro. Pero no me la hubiera tratado de quitar. ¿Qué ha podido ver ella en ese desgraciado sin cojones? No puede darle nada, no tiene nada: ni riquezas, ni poder, ni hombría… Está vivo gracias a mí. En cambio Bashir en la isla al pie de la palmera. Ella le engañó. «La mujer que necesitas», me repetía. Claro, enamorado, ciego. Como yo también ciego. Tuve que haberlo sospechado antes, cuando aquel brazalete que le obligué a tirar a la mar. Me advirtió mi olfato, como me avisa frente a los enemigos, pero no quise oírle: ella me arrebataba. Me arrebataba, capaz de enamorar a cualquiera: ésas son las peores. ¡Como Zenobia, otra igual! Ha tenido que ser ella, más que Odenato. Sólo deberíamos tenerlas para la cama. Para gozarlas, para servirnos. Creí que Glauka era distinta, como lo era Ittara. ¡Qué diferencia Ittara, perdiendo su vida por mi amor, el de un chiquillo entonces! ¿Cómo pude caer en la trampa de Glauka? Y ahora en la de Zenobia. ¿Acaso ellos no están contra Roma como yo? ¿Quieren excluirme, creyendo que ya no me necesitan? ¿Creen que con la tierra les basta y no precisan mis naves? Aunque no es Zenobia, ella es diferente, piensa como un hombre aunque sea tan mujer. Me ha traicionado Odenato, es más torpe; seguro que la reina ni sabe que él me había mandado capturar. ¡Tendría celos! ¿Sospechó algo de mis intenciones cuando pasaron por Alejandría? ¡Podía habérmelo dicho como hombre, cara a cara, sin estas traiciones!…

… ¡Qué sabrosas las lapas, al principio! Ahora me repugnan. Cuando con la piedra las machaco, ¡qué asco! Se remueven, blancuzcas, amarillentas, terrosas… ¿Pensarán algo? ¡Cómo va a pensar una lapa! Lo malo no es hablar solo; es decir locuras. Aplastado no se piensa. Pero yo estoy pensando aunque alguien me ha aplastado. Ha roto mi cáscara, mi coraza, y estoy aquí, sin poder escapar, removiéndome. ¡Maldita gaviota, qué pez ha cogido! No hay manera de agarrar una; ni haciéndome el muerto. Sí, soy una lapa pero pienso… ¿Qué digo? ¡Me voy a volver loco! Imposible, sobreviviré. Es el no hacer nada; eso es lo peor, me trastorna. Tener fuerza, ideas, proyectos y no hacer nada, ¡qué tormento! Lo demás lo soporto bien, como otras veces. El sol, el hambre, el vendaval… Las he pasado peores. Pero ¡no hacer, no hacer! Mis barcos navegando ahora mismo, mis mercancías recibidas en un emporio, mis técnicos en sus trabajos… A lo mejor en este momento mi jardinero se preocupa por un rosal con las hojas mustias… Pero ¡qué hacéis, inútiles! ¡Estoy aquí, en un peñasco del golfo Eritreo! ¡Yo, vuestro amo el Navegante! Metido en una grieta de la roca, esperando el sueño que no llega, ¡ojalá durmiera todo el día! Aquí solo esperando, resistiendo… Ya no tan solo, al menos esa compañía: el medio muñeco que hice con una piedra sobre otra. Con mi chaqueta puesta, moviéndose al aire: si alguien navega cerca creerá ver a un ser humano. Podría yo estar al otro lado del picacho y no ser visto. Entonces mi salvación pasaría de largo. No puede ser, no puede ser. Pero nadie en estas semanas. ¿Dónde estará esta roca? ¿Tan lejos de tierra firme, de poblaciones, de aldeas? ¡Como en otro mundo, en otro mundo! ¿Estaré vivo?…

… Otras veces me perdí, me retrasé, pero no tanto tiempo. ¿Es que la última paloma, la que solté sin mensaje, cuando vi que me cogían, no les inquietó? Tenían que haber salido en mi busca hace ya tiempo. ¡No pueden ser también traidores Soferis y Artabo! Soferis, que fui su padre, su amante. ¿No soy nadie, he muerto para ellos? ¿O era una conspiración total, con los palmirenos, y yo el único ignorante? Siempre se entera uno el último, dicen. ¿Me pasó igual con Glauka? ¿Sabían todos que se entregaba a ese medio hombre? He sido demasiado bueno, pero haré justicia. Tiene que haber alguna diosa de mi parte: la prueba es el delfín. ¿Y si mintió Krito? Esa mente retorcida puede haber querido provocar así la muerte de Glauka a mis manos. Claro, sintiéndose incapaz de gozarla. Aunque muriera también él ¿para qué quiere la vida?… Eso es, ella le rechazó y él decidió vengarse. ¡Qué claras se ven las cosas en la soledad! A fuerza de cavilar; no puedo hacer nada más. Decidió vengarse y era incapaz de matarla. Con su mentira la mataba yo y además me quedaba envenenado su recuerdo. Debí hablar con ella antes de salir; no conformarme con la palabra de Krito: ¡creer en su palabra, cuando es su mejor arma! Pero llegó el maldito mensajero…

¿Y Odenato, por qué lo ha hecho? ¿Y Zenobia, ignora mi suerte? ¿Está podrida toda mi organización? Imposible, es gente que hice yo. Lo sabré todo; éste no es mi final. Me da fuerzas el delfín y quien le mandó; no me quitaron mi amuleto. Cuando se me va la cabeza y creo ver cosas extrañas lo aprieto en mi puño y se me pasa. La medalla de Ittara, el espíritu de Ittara protegiéndome con su diosa. ¡Y pensar que hice otra igual para Glauka! ¿No le quema los pechos? Ésta es una prueba más en mi vida. La decisiva, la última del destino para merecer mi triunfo. Este peñón es mi nueva botadura, mi trampolín para saltar al futuro…

… ¿Qué hubiera hecho Bashir? ¿Hubiese matado a la esposa infiel y al canalla? La ley de su tribu, deshonrado si no mataba. Pero ahora, cavilando… ¿Lo hizo según me lo contó? Entonces, ¿por qué abandonó a su tribu y no volvió nunca? Empiezo a pensar… No hago nada, sólo cavilar, me zumba la cabeza. Debió de amar mucho a aquella mujer, pues no buscó a otra. ¿Por qué rompió con ella y con los suyos? Me lo contó a medias. ¡Y yo pensaba que no teníamos secretos! Todos tenemos secretos; Glauka los tenía conmigo, Krito también… ¡Que los tengan, pero no contra mí! Hay mucho que hacer. Lo haré, se hablará de Ahram con más respeto que nunca. Lo haré: ¡no haciendo nada estoy vivo! ¿Qué mejor prueba? La diosa reserva mi vida para lo que me queda por hacer. No me han matado los traidores, ni la tempestad, ni las algas dañinas ni el hambre. Hasta con Odenato acabaré si hace falta.

Están buscándome, por fuerza. Pero ¿cómo, por dónde? Repasaré mi viaje, situarme. El rey Mlango, en Kombo, ¿también me traicionaba? ¿Eran ciertas sus informaciones, leal su hospitalidad o trataba de retenerme? Pero la pista que me dio era verdadera; el espía se había embarcado hacia el país del incienso. ¿Y si me orientaron hacia allí a propósito? Era una trampa, allí me sorprendieron. ¿Qué habrá sido de mi barco, de mi gente? Aniquilados, claro. De lo contrario hubiera llegado alguno a Alejandría, informando a Soferis. A lo mejor ha sido así y van a encontrarme pronto. No quiero hacerme ilusiones; es la manera de derrumbarme. ¿Cuánto pueden tardar? Aquí no hay más recursos y he perdido fuerzas. Claro que me quedan muchas. Se les habrá ocurrido bordear África hasta Kombo. A la vuelta pensarán en acercarse a la costa arábiga. Es donde estoy, seguro. Amarrado en el barco pude darme cuenta de que doblábamos hacia el este el cabo de las Especias, cruzando el estrecho. Claro, camino de Palmira, para desembarcarme en Zaabram o en Yambú y luego por caravana. O en una playa desierta donde nos esperarían. Odenato preferiría que Zenobia no supiera nada… Salvo que ella esté de acuerdo ¡No hacer y encima no saber! ¡Qué tormento! Por primera vez en mi vida no trazo yo los planes, no soy dueño de mí. Los trazará la diosa, sin duda, siempre me ha protegido. Mi madre, Ittara, las estrellas, la diosa del delfín. Glauka sin duda una víctima, engañada, traicionada por Krito… ¿Por dónde andarán buscándome?…

… Anoche las veía, como en el reino de Kombo, el país de los Hombres Oscuros. Las danzas guerreras que hube de contemplar. Las fiestas con que me obsequió el rey, no podía negarme si quería averiguar algo. Las veía como si el islote fuera una piel de tambor y los danzantes redoblaran en ella con sus pies. Y las muchachas negras que me esperaban en mi gran cabaña de huésped. Como en mi primer viaje, hace tantos años. ¿Todo para retenerme o la cortesía ritual? ¿Por qué Mlango no me dijo en seguida la dirección emprendida por el fugitivo? Y en cambio me contó tan tranquilo que mi técnico había sido asesinado allí mismo, ante sus propios ojos. Si me hubiese informado a tiempo, con mi barco hubiese alcanzado el espía antes de que llegara a la costa arábiga. Y en alta mar era mío…

Anoche las veía, las danzas y las muchachas. ¡Qué bien vive el rey Mlango! No manda en Roma, pero donde alcanza su deseo tiene poder absoluto. Si yo hubiese rechazado a la muchacha —y no pensaba más que en seguir al espía— él la hubiera mandado decapitar. Al salir de mi cabaña dos mujeres comprobaron que ya no era virgen y gritaron todas como en una fiesta.

Debí comprender que esta aventura era una prueba. Ya apenas entrados en el Nilo por el canal Tanítico, al tomar en Bubasti el canal Tumilat, que lleva al golfo, el nivel fluvial era demasiado bajo para la estación y el remo timonero de babor se rompió de un modo inexplicable. ¿Y por qué al llegar a Adulis nadie nos aguardaba con camellos? Claro que fue mejor: como no me esperaban en el Campo la sorpresa les impidió disimular. Mi técnico no había huido; había sido secuestrado. Traidores en el Campo. Kutsadis, el hombre de Artabo, había ya descubierto a dos y los había ejecutado. Veo las caras de los otros, desconcertados. Otro más confesó, le hice confesar. Me dio la primera idea de que el golpe venía de Palmira. Pero aún entonces no me lo creía. Tenía que coger al espía fugitivo. En Kombo o donde fuese.

Traidores. También mi agente del incienso en Arabia, comprado por ellos. Pero esa emboscada me acercaba más a mis orígenes, a la tierra de mi padre, a Saba. Se disfrazaron de bandidos para asaltarme los hombres de Palmira, y eso les perdió. Aquel destacamento de amazonas de la reina de Saba no estaba en el paraje por casualidad; era enviado por la diosa. Nos rodearon, nos cogieron, también a ellos. Entonces tuve la prueba, se identificaron como palmirenos, amenazaron incluso a la capitana. No se inmutó; su reina decidiría. ¿Cuál hubiera sido mi suerte? ¿Prisionero para un rescate? ¿Entregado a Odenato por el poder de Palmira sobre Saba? Lo impidió Keturah. Anoche veía a los danzantes y la virgen de Kombo; ahora veo los pechos firmes de Keturah, la amazona que me dejó escapar. ¿Sería cierto que era nativa de mi mismo oasis? ¿Sería sólo el amor? Fue la diosa, mi bendito amuleto.

Comprendo ahora tantas cosas. Las veo hasta en pleno día. Se pone como un vapor sobre la mar y se llena de figuras, de rostros, de gestos. Cierro los ojos y sigo viéndolos. Tengo que tocar la roca, talonear en el suelo para librarme. O echarme a la mar a nadar; ayer casi suicidio, con el tiburón que apareció. Pero ni un momento pensé que podía conmigo. Me alegraba jugarme la vida como en una fiesta. Todo insensato, no debo hacer esas cosas. Pero tampoco puedo dejar que me cieguen las visiones. Si esto dura mucho, si no vienen, sobreviviré pero ¿mi razón? ¿Me voy a volver loco? ¿Yo, Ahram, volverme loco?…

Ayer no le vi en todo el día, ¿le habremos perdido? Suerte que no es la época de celo, se lo hubiese llevado entonces una hembra, pero puede atraerle un buen banco de peces, o cansarse de tanto navegar, los delfines tienen memoria pero éste no siente mi obsesión por llegar y sin delfín, ¡madre Afrodita!, estoy perdida, es mi guía, mi estrella de navegar… ¿Le habremos dejado atrás?… Krito viene hacia mí pero no me pasa el brazo por los hombros, como tantas veces, echo de menos ese abrazo pero comprendo, se coloca sencillamente a mi lado mientras miro angustiada a babor y estribor, a proa y a popa, me reconforta… La mar no está muy picada, aunque a veces salta la espuma, «la espuma y las ondas, lo único que vemos de la mar y no su abismo, su inmensidad vertical», me dice Krito, como si adivinara mi pensamiento, sólo hay marejadilla, y a veces un lomo verdegris hace saltar mi corazón pareciéndome la deseada cabeza, el morro como un pico sobre el labio inferior, el lomo curvado, la vertical aleta, la gracia del salto y la zambullida, una y otra vez me engaño, mi corazón también salta y vuelve a caer vencido, en la monotonía del viaje, siempre el viento en mis cabellos, el chirrido rítmico de las jarcias, el paloteo eventual de las velas al dar bordadas, ahora más frecuente porque el piloto vacila, sin delfín no hay rumbo, sé que todos me miran esperándolo, hasta Dinoh el grumetillo saca la cabeza por la escotilla, todos dependen de mí, todos, incluso Ahram, que no está pero está, que es nuestro centro, presente en todos, hasta en la madera del barco, seguro, pero ¡ay!, yo dependo del delfín, ¿nos habrá abandonado?, me resisto a creerlo, imposible que llegase hasta aquí y ahora nos olvide, no puede fallar, le envió la diosa, lo asegura el brazalete, lo acaricio en mi muñeca para tener buena suerte, Krito me mira y adivina, yo le adivino a él, se pregunta si Ahram recordará esta pulsera cuando la vea, es lo que yo misma me pregunto, será mejor quitármela, no herirle más con ella, pero no hasta encontrarle, no me la quitaré por nada, es mi talismán, recobrarla después de tantos años, no puede ser azar, otro engaño, pero no, vuelve a saltar, no me atrevo a creérmelo, ¿has visto, Krito?, ¡sí!…

A proa, otra vez, inconfundible, verdadero, la mano de Krito se aferra inconsciente a mi brazo, su entusiasmo me oprime, en el acto me suelta como si el gesto pudiera espantar al delfín, «no le pierdas de vista», le ordeno al grumete que no esperó mi demanda, al ver mi alegría se metió bajo cubierta y ya sube a mi encuentro con el cubo de mariscos y peces, los mariscos los tenemos en un balde con agua, vivos hasta abrirlos cada día, he de retenerle, oigo el grito alegre, jubiloso, de Malki, señalando con su dedo al delfín, todos admirándole, parece como si él también nos viese y se alegrase, salta repetidamente, yo me lanzo al agua con la red de su comida, al emerger oigo a Artabo la orden de arriar velas, el delfín ya me ha visto, recibo en mi mente su saludo alegre, claro, él no ha pasado angustias, pero su saludo es más jubiloso que otros días, quizás me ha echado de menos, o bien desea sus golosinas favoritas, ya está junto a mí, ya me roza su lisa piel, a veces la áspera caricia de una aleta me deja una marca rojiza, pero ¡qué alegría!, ¡está con nosotros!, mantiene inmóvil su cabeza fuera, la boca abierta los dientes blanquísimos, los ojos inteligentes, traga el manjar, se hunde y emerge, la mirada más viva cuando le doy el trozo de petrel capturado ayer, la carne de ave será para él desconocida, ¡qué saltos jubilosos!, al fin vacía la red, entonces jugamos como siempre, él a mi alrededor, yo abrazándole, sé que Malki nos mira, pensará en la magia de Glauka, no acaba de creérselo, mis aptitudes marinas, y eso que ignora el secreto, seguro que me envidia, un día le haría bajar conmigo si no fuese por los tiburones aparece uno y se aproxima, con su aleta dorsal cortando el agua, veo su vientre blanquecino al ponerse de lado para morder, ¡qué grito de susto en Malki!, pero el delfín me rodea, el tiburón comprende, aunque más torpe también recibe mi pensamiento, sabe que soy como ellos, me respeta como otros en el pasado, se aleja, me quedo con el delfín, en la mar placentera, a la sombra de la nave que cabecea, él pasa por debajo del casco, yo también soy capaz, aunque no aguantaría mucho más tiempo, se alegra al verme del otro lado, donde el sol cabrillea en las aguas, ¡qué felicidad marina!, ¿por qué me alejé de ella?, ¡como si no lo supiera!, ¡estúpida pregunta!, me la inspira el agua, la luz, la gracia del animal, el placer de mi piel, vuelvo a mi ser, a mi problema, me concentro en hablarle al delfín, en prometerle, en preguntarle adónde vamos, su respuesta: su salto hacia el sur, sin vacilar, se vuelve a mirar al barco, lo mismo un perro a ver si el amo le sigue, trepo a bordo, Artabo manda izar las velas, el timonel sonríe, con un leve respingo del barco embocamos al sur, seguimos al sur, siempre al sur por el mar Eritreo y yo, acezante por el ejercicio, me tumbo en el puente para secar mis ropas bajo el ardiente sol, Krito se acerca y me interroga con la mirada, mi sonrisa le contesta: todo va bien, nos dirige como antes, pasó el susto.

Me acuna el barco, ¿qué seremos nosotros para nuestro guía?, ¿qué será el barco?, un pez gigante, sin duda, otro animal, otro ser como él, que tiene hijos o tentáculos, yo soy uno, le gusta dar vueltas alrededor del casco en marcha, adelantarle y atrasarse, jugar con este pez gigantesco, claro está, las velas son las aletas del animal, los remos timoneros forman la cola, los ojos ahí están, bien pintados en la proa, uno a cada lado, un gigante pez benévolo que le regala golosinas, ¡ay!, se tuercen mis pensamientos, me vuelve la angustia, ¿cuánto nos durará ese guía?, además no lo digo a nadie porque estoy bien segura, pero ¿será Ahram ese náufrago al que nos lleva?, ¿vivirá todavía cuando lleguemos?, desde su partida hasta que embarcamos nueve semanas, casi dos llevamos nosotros de viaje, y todo por mi culpa, para él mi amor a Krito es una traición, no puede comprenderlo, ¡pero si no te quito nada Ahram mío!, ¡es tan diferente!, ¡si eres nuestro dios y ambos te amamos!, pero tú eres el fuego y el fuego nunca comprende, abrasa lo que encuentra, y tú abrasas, aquí me tienes ardorosa siempre, aquí donde no hay sexo el amor llena el barco, no lo comprenderás pero es así, aunque nos mates cuando te encontremos, Krito da por seguro tu puñal y yo tengo la culpa, él nunca hubiera dado el primer paso, fui yo quien le tendió la mano aquella noche, quien quiso hacerle hombre, encender su virilidad, mostrársela, ponerle a mi altura, a nuestra altura, Ahram, pero tú no comprendes, siento que tu viaje se torció porque ibas fuera de ti al recordar la afrenta, olvidaste tu astucia luchadora, rumiar lo que para ti es ofensa, desatadora de sangre, seguro que te engañaron porque pensabas en nosotros, porque no estabas alerta como siempre, por eso te pudieron derrotar, por eso estás ahí, en esa isla —¡así lo espero, lo necesito!— hambriento, dudando de todo, de nosotros tus enamorados, yo tengo la culpa de tus desdichas, pero yo me castigaré si tú no me castigas, cuando al fin te encuentre, cuando te haga volver a ser tú…

Sí, Krito sabe que navega hacia la muerte, por eso su desasimiento, su apasionada ternura mirándome, siempre por última vez, sin hablar, envolviéndome como nunca en el banco de los delfines, los delfines de mármol anunciaban este delfín de carne, Krito vive un viaje final, saber que va a la muerte ¡qué palabras atroces!, si Ahram no se la impone él la abrazará, ayer le pregunté cuánto puede vivir Ahram sin comida ni agua, sonrió amargamente, «ya lo comprobaré, pero luego no podré decírtelo», piensa quedarse en la isla, ha decidido no volver a Alejandría, lo sé aunque no lo diga, no nublar con su presencia un posible perdón a mí de Ahram ¡Krito adorable!, no pensar en eso, la vida decidirá sólo sé que vamos hacia él, en el fondo no es el delfín quien nos guía, sino el propio Ahram, está tan aquí que lo noto atrayéndonos, el imán que me mostraba el técnico en el Museo, imán atrayendo el barco, su fuerza está en nosotros, no sólo en Krito y en mí la obsesión por hallarle, porque si perece perecemos también, está en Artabo, incluso en el piloto, en los hombres, no digamos en Malki, no dice una palabra, no nos muestra su angustia, pero en esa carne de catorce años la pena es permanente, también ama a Ahram, de otra manera, la otra noche le llamaba en sueños, dormidos ambos en la camareta, es otra presencia de Ahram, se desnuda volviéndome la espalda, ya con pudor de hombre, el mismo cuerpo que su abuelo, suspiro reconociendo esas largas piernas, ese culo apretado y escurrido, él también me mira al acostarme, ya no es un niño, convendría encontrarle una mujer, una que sepa recibirle, quizás aquella Dídima del banquete al prefecto, tenía clase, y me comprenderá, preguntó por mí a Krito mientras yo estaba enferma, aquel tiempo del lagarto, ¡qué lejano parece!, ella estará a la altura, seguro que Malki ya piensa en eso, como Ahram a su edad, Malki nuestro hijo, otra estrella en nuestro cielo, como la de la medalla que llevo, el lucero de la mañana o de la tarde, para Ahram eran Krito y yo, ¿qué pensará de nosotros ahora?, sí, yo he tenido la culpa, se creerá abandonado, Ahram, le oigo respirar por la noche, tendidos en nuestra camareta tras el calor diurno, pero es Malki quien respira, descubrir que no es Ahram me acongoja, me oprime el pecho, mis pechos de Ahram, acabo saliendo a cubierta, un marino al timón, arriba las estrellas, la negra mar fosforece con estallidos de espuma, marejada esta mañana, me gustaría ver al delfín, me calmaría, pero imposible ahora, al menos me siento unida en el mundo marino, yo tampoco duermo, me aletargo, ayer Krito me miraba compasivo, ya lo sé, he adelgazado, él también, superaremos esta prueba, le hallaremos, empezaremos de nuevo, no será volver al pasado, imposible, será aún más hermoso, lo que quieras Ahram, matarme, o volver a ser tu esclava, empezaremos de nuevo, triunfaremos juntos en este trance, el delfín nos lo promete, la diosa le mandó empujar al náufrago hacia tierra, nos está guiando, ¡si supiera mi ansia por llegar!, ansia desesperada, hasta Malki ha notado mis ojeras, y Artabo atónito cuando perdimos de vista al delfín, no pude más y lloré en sus brazos, yo necesitaba los de Krito pero no me atreví, Artabo me acogió, lloré como durante mis insomnios en la cámara, a él se le empañaron los ojos, lástima no tener a Soferis, con él podría hablar de amores de Ahram, él que también los ha gozado, pero su puesto allí, ¡cuánto te queremos, Ahram, todos nosotros!, ¿y ese suave canto ahora?, es Likos, ese marinero extraño lanzando su melancolía al aire, qué impropio en gente de mar, siempre la conocí ruda, de madera y cordajes en vez de carne y nervios, decidió traerlo Artabo porque le vino de Arabia, como Bashir y Ahram, conoce estas costas del golfo, ¿cómo puede cantar así siendo tan joven?, ¿con pasión tan contenida?, ha dejado un amor en el puerto, seguro, me acerco, se calla, «sigue cantando, me das sosiego… ¿cómo estás aquí?, ¿cómo cantas así?»… ¡qué sorpresa, es amigo de Eulodia!, me corrige, «no amigo sino hermano», ya comprendo: cristiano, otro refuerzo para mi ansia, otro signo, es como si me acompañara Eulodia, ella que sabe de mi amor a Krito, lo llama «pecado» pero no me acusa, se pone a mi lado, ella en este marinero, de nuevo su canto, dedicado a alguien, seguro, yo lo ofrezco a Ahram, navegamos cargados de amor, un barco hacia el amor, no hay otra fuerza en el mundo, perdurando cuando el poder está abatido, como amor contemplo mi vida, el fuego en las venas, la violencia rendida, la ternura, el vivir con Ahram hacia el morir, y ahora Krito a mi lado para encontrarle mejor, Krito la sabiduría dudante, la complejidad serena, la encarnación de lo humano, juntos le encontraremos, después será lo que él quiera, ¿y qué querrá de nosotros?, ¡ah, si nos comprendiera!, debería comprendernos, supo quiénes éramos antes que yo misma, nos adivinó hace años a Krito y a mí, por eso le irritó tanto verme el brazalete, comprendió su significado, prenda de amor de Krito, y nosotros sin saberlo aún, pero él sí, ese instinto suyo ante los riesgos, ese traspasar al oponente con los ojos, esa fuerza de trueno que le guía, lo supo sin saberlo, ¿por qué no adivinará ahora?, ¿podrán más las costumbres ancestrales?, ¡si somos las dos caras de un solo amor a ti!, como las de la medalla en tu cuello, tu medalla y la mía, ¿la llevarás aún, te la habrán robado?, ¡si Krito es tu otra Glauka, yo otro Krito!… No, pero yo me entiendo, de los dos eres vida, sol, antorcha… un dios tiene siempre muchos fieles…

Si fueses Krito comprenderías, no lo eres y por eso te quiero, él comprende y por eso le quiero, los dos únicos dueños de mi secreto, sabiéndome sirena, Krito suavizándome la angustia, para alejarme de ella preguntándome de mi tiempo entre los peces, «¿cómo es allí abajo, qué hacías, cómo vivías?», nada de vivir, ésa era la diferencia, aquello era el silencio, el color casi ausente, un espacio sin horas, los peces se morían sin saberlo nosotras, pasaban y eran otros y los mismos, las caracolas se vaciaban sin notarse, y nosotras insensibles, inútiles, decorado del mundo, nuestra carne más dura que las rocas, al final disgregadas en arena, lo pienso y es horrible, estar más allá de todo, ajenas hasta al ser nada, y Krito me comprende pero me mira inquieto, le adivino como siempre, «¿y tu angustia de ahora, tu dolor por Ahram, tu incertidumbre por nosotros?», ahora soy yo quien le comprende, sin duda ser mortal es desgarrante, andar sobre una cuerda, perder mi hija, ver morir amores, temer por los que tengo, el dolor en la carne lacerada o enferma, pero eso es también sentirla, esa carne que cae hacia la tierra, que el tiempo reblandece y adolora, todo eso es andar, vivir la rueda, acompañar a peces y delfines, ser hermana del viento y de la luna, estos pechos ya no tan arrogantes no me entristecen nada: dieron sangre, dieron carne a otro ser, no son inútiles como allá abajo, y el temor por Ahram me afila el alma, la inquietud por nosotros embellece las nubes, yo no puedo decírtelo mejor, pero tú lo comprendes, Krito, vivir es un estar indescriptible, Roteph vivía atado en aquel palo donde le desgarraban los leones, yo vivo en el cuchillo de la angustia, mi sed de Ahram y el miedo a su violencia, vivo tranquila en ese doble filo, culpada e inocente, comprendiendo la culpa y cantando victoria, como siempre he vivido, aunque sólo al oírte supe el nombre de ese estado, yo vivo en la frontera, como tú, Krito, siempre en la frontera, es decir, en la vida.

Si tuviera mi daga me degollaba. ¿Qué dices? ¡No, nunca, ni pensarlo! Esa idea es un poso del mal sueño. De anoche. O la otra noche. Todas las noches que son la misma noche. He olvidado marcar alguna raya en la roca. ¡Esos sueños! No puedo recordarlos pero me acosan todo el día. Como maleficios… Pues claro ¡maleficios! ¿Quién me haría conjuro? Ellos, ¿quién si no? Y los ensueños asediándome. Luego sólo recuerdo masas negras reventando en relámpagos, viscosas como el agua mala que me enrolló sus tentáculos en la pierna. ¿Ayer? ¿Quién sabe? Tuve que meterme hasta la cintura. ¿Para qué? Eso fue: capturar a la tortuga, pero se me escapó. Se burlaba, distinguí los ojillos. Tan gorda, tan pesada y se me escapó. Entonces me cogió el agua mala: como es casi transparente… Aunque la tortuga fue otro día. Es igual, ahora en la pierna una raya de llagas y ¡qué escozor! Me arde, ¿tengo fiebre? La tortuga hizo un conjuro…

… ¡Qué alivio la tormenta! ¡Cómo te golpeaban sus goterones! Un dolor refrescante, como un masaje. ¡Qué masajistas tenía Zenobia! No las hay igual en Alejandría. ¿Y a ti que te importa, si nunca te han gustado los masajes? Es verdad, eso se queda para los gordos ricachos como el Firmus, gente que no ha peleado nunca. Para ti la tormenta, que te regala el agua. Tienes para beber unos días, en las concavidades. Deberías taparlas; el sol evapora mucho. No digas tonterías: lo mejor es guardar esa agua en ánforas. Eso es, mañana cogeré unas ánforas y las llenaré. O se lo ordenaré a Mnehet… ¿por dónde anda ese descarado? Lo mejor de la tempestad fue la morena. Un golpe de mar la plantó en la roca y allí se retorcía. ¡Daba gusto verla morir boqueando! Quería morderme como la que me dejó la cicatriz. A lo mejor era ella; dicen que viven muchos años. No era: recuerda que te mordió en otra mar. ¡Pues al fin me vengué! Como me vengaré de todos. La mejor carne en los últimos días. Afilé mi mejillón contra la roca, la desollaba como un cuchillo. ¡Lástima que sin punta! Y además no entra en la vaina, es un problema. ¡Pero si no tienes vaina! Es verdad, se cayó al mar. Carne dura, pero fue un triunfo. Un signo: mis enemigos degollados también. Seguía abriendo y cerrando la boca aquella cabeza. ¿Hace seis días? Cuento las rayas y conozco el día: le hice una marca especial en mi calendario. ¿Ves como llevo un orden? No quiero confusiones. Pero te habrás olvidado de marcar algún día. Bueno, pero con orden. Necesito la cabeza clara…

… La mar es hoy demasiado verde. Y en lo alto un mal cielo: tardará tiempo en llover. Ese desierto verde me ha hecho al fin suyo. Más que me hizo el que nací: las adelfas del uadi, las palmas del oasis. ¿Me ha hecho como él? ¿Y cómo es él? ¿Qué dices? No lo sabes: sólo le ves la cara: ondas, espumas, color, pero ¿y en el fondo? Su fuerza viene de abajo, los recios golpes que tumban a las naves. ¡Yo también tengo fuerza desde dentro! La necesito. Para vivir y para atacar. Desollaré a mis enemigos como a la morena. Abrirán y cerrarán la boca muerta de su cabeza cortada. Pero antes se verán sin poder, como me veo yo aquí. Tener tantos navíos, y tierras, y almacenes repletos, y gentes trabajando para mí, inventando incluso nuevas máquinas… ¡y estar aquí encerrado! ¡Encerrado al aire libre, sin puertas ni rejas, cuando bastaría el más pequeño falucho!… Tendré así a mis enemigos… ¿Estás seguro?, ¿no te has dado cuenta de cómo lo dices?: sólo con la cabeza, sin sentir el odio… No he perdido ese odio, sólo está dormido. Como mi sexo, ¿será posible? ¡Ah, cuando corría el desierto con Bashir! Llegar a unas tiendas, ver un par de ojos entre el velo, sobre un montón de ropa llevando agua del pozo, ¡y ya estábamos! Sólo dormido. Despertará en cuanto vuelva. Esta prueba no acaba con Ahram…

… Todo el día mirando la mar y no lo veo por debajo. Glauka sí lo vio. ¿Y si te mintió fingiéndose sirena? No, me dio muchas pruebas, acuérdate. Pronosticaba el viento, situaba los bancos de peces: no me engañó. Pero ahora sí. ¿Cómo es posible? ¿Me ha engañado? No puedo entenderlo. ¿Pretendes comprender? ¿Qué es eso, para qué sirve? Si comprendes al enemigo estás perdido: pierde fuerza tu brazo. Hay que odiar, odiar más que nunca… ¿Y si ella no me engañó? La palabra de Krito pudo trastornarla, esa lengua de víbora. No hay manera de saber, de comprender. No te empeñes. Lo de comprender déjaselo a Krito. Con tanto comprender, mírale cómo vive: ofreciendo su culo a los marinos y a los robamuelles de Rhakotis. Ha cambiado los papeles; no jode a los muchachos sino ellos a él. A eso lleva comprender: a rebajarse. No, no: hay que obrar. Mandar, golpear, matar. Lo que merece Glauka: volver a ser esclava. Peor que la muerte. Venderla en un burdel, tirarla al sitio de donde vino. Antes arrancarle la piel del cráneo, que no vuelva a engañar a nadie con ese pelo. Eso, un burdel… ¿Qué dices? No pierdas la cabeza, Ahram. ¿No te das cuenta? No podrías soportarlo. La estarías viendo siempre con otro encima, gozando de su carne y sus suspiros… ¡No puedo soportarlo! Basta, no pienses en ellos. No hables tanto. Es que si me callo me grita la mar. Condenada pierna, cómo pica la llaga. Pero ardo menos, ya no tengo fiebre, desde que me reventé el absceso…

… A esta hora no me sitúo. Igual puede ser el alba que anochecido. Esperaré a ver si es el sol o la luna. Mientras tanto siéntate, Ahram. No te preocupes, si pasara un pescador a poniente vería el muñeco, y su chaqueta púrpura. Siéntate, tranquilo, así, con la barbilla entre las manos. ¡No!, que así se ponía Krito cuando pensaba. Pues eso, ahora tú vas a pensar. Necesitas la cabeza clara, lo dices siempre. No a pensar en los sueños: ésos olvídalos. ¿Cómo voy a olvidarlos si están al lado? ¿Cuáles? No lo sé, no recuerdo. ¿Lo ves?, están olvidados. No puedo pensar, me confundo. Pues repite conmigo: Soferis y Artabo son mis amigos. Mañana o pasado, cualquier día, el Jemsu en el horizonte. Y entonces acabará la prueba. Habrás triunfado, habrás merecido la ayuda del delfín. ¿O es que los dioses iban a enviarle en vano? Tienes razón: volveré a Alejandría y hundiré a Odenato. Sólo con que mis barcos no le lleven nada acabaré con él. Las caravanas olvidarán su ruta. Buscarán otros puertos y otras vías. Palmira se ahogará en la arena y Zenobia vendrá a enjugar con sus cabellos los pies de Glauka, ¡pero si Glauka te ha traicionado! Cabeza clara: piensa como Krito. Recuerda esa palabra que él lanzaba en los trances difíciles, antes de decidir: Método ¿no era? Matarás a Glauka si te ha traicionado, pero antes lo comprobarás. No basta que lo dijese Krito; ya sabes cómo es cuando habla. Aunque pienso ¿por qué he de matar a Glauka? Ésa es la confusión… ¿qué hubiese hecho Bashir? ¿Por qué no viene Bashir? Él me aconsejaría mejor que tú; ¡él sí que era sabio!…

… ¿Qué le dio Krito? ¿Qué tiene que yo no tenga? Después de tantos años, ¿habré acabado jugando con malos dados? ¿O habré jugado mal con buenos dados? Aquí luchar es sencillo: evitar el sol, ahorrar el agua, coger comida, dormir en mi hendidura. ¡Si no fuera por esos ensueños! Al fin recuerdo uno. Con Bashir. Fue feliz, me lo dijo poco antes de morir. No necesitaba poder, ni lo tenía ni lo quería. Siempre me lo repitió cuando quise darle un mando. «¿Para qué? Cuando era joven me bastaban mi daga y mi tienda; ahora me bastan mi bastón y mi Al-Lat. No quiero más: déjame ser tu correo; ir y venir como en el desierto». Yo creí que le seguía amargando aquella historia, la de su hembra infiel, pero es que era feliz. Por sabio. Y Krito no lo es, pero entonces no es sabio. Aunque, ¿qué es eso de sabio? ¿No sabes que a los sabios yo los compro cuando quiero? Tengo el Campo lleno de ellos y ni siquiera me roban una esmeralda, los muy imbéciles… Es igual, no quiero comprender. Lo importante es volver y triunfar. Pero deberías comprenderles, ¿no te das cuenta de que así se les vence mejor? Bashir me amaba. ¿Y tú le amabas? ¡Claro, hubiese dado mi vida por él! Pero ¿es eso amar? ¿No lo es? Lo estás pensando: no le amabas, aun cuando te hubieses dejado matar por él. Recuerda, ¿has amado a alguien? ¡Claro: a muchas, a muchos! Desde Ittara hasta… no, hasta Glauka no. ¡Sí, pero ya no! Diré hasta… Malki, ¡Malki mío! ¿Vendrá en el barco? No le habrán dejado, es demasiado niño todavía. No, ya no es tan niño. Ayer en el gimnasio se le notaba el vello. Y le cuelgan bien. Pronto habrá que enseñarle, iniciarle. ¿Ayer? Bueno, aquel día. Quiero para él una mujer que le lleve al amor, como la tuve yo. Que empiece bien. ¡Ittara! Me acuden recuerdos muy extraños, veo aquel amor de otra manera. Claro: lo que nunca has recordado, lo que nunca has sabido preguntarte. ¡Pero eso es volver a empezar! ¿Te da miedo? ¡A mí no me da miedo nada! Pero ¿por qué empezar cuando lo tengo todo? ¿De verdad lo tienes todo? ¿Dónde están tus amigos? ¿Qué harás con ellos? ¿Y con tus amores? ¡Haré lo que quiera! No pienso comprender; eso es ser débil. Krito el primero; por eso me mintió. ¿Pero cuándo me mintió? ¿Al engañarme o al confesarlo? Hay que ser fuerte, como la mar. Pero su fuerza está en la ola: arriba. ¿Y debajo? ¿Cómo eres tú por dentro? Ni lo sé ni me importa. No quiero hablar más contigo; tengo mi quehacer. ¿Quehacer? Esperar. Durar para esperar. Me paso al sol, mirar el horizonte. Tengo la vista de siempre, la de Ahram. Y Soferis y Artabo llegan ya, están llegando…

Malki fue quien lanzó el primer grito. Un clamor de gallo victorioso, porque hacía dos días que el marinero cantor, conocedor de aquellos mares, había asegurado que ya no había más islotes costeros por aquellos parajes. Por eso navegaban más afuera, sin que ninguno se atreviese a confesar el desánimo. Hasta el delfín desaparecía reiteradamente como si quisiera abandonarles, teniendo a Glauka obsesionada, toda ojos, apoyada en la proa, olvidada hasta de la sed.

Y de pronto el aviso de Malki señalando un aislado peñón a estribor, a espaldas de cuantos miraban a tierra. Un islote solitario, lejos de tierra firme, un punto apenas en el horizonte. En el mismo instante reapareció el delfín, saltando en cadena, y pusieron proa a aquella última esperanza. Cambiaron de rumbo en silencio, viendo agrandarse poco a poco la masa picuda y exigua de aquella roca. Un silencio roto de nuevo por la voz de Malki, ahora estentórea: su clarinazo al descubrir la silueta erguida en el peñasco junto a las olas. Una silueta con la chaqueta púrpura, inconfundible, que todos recuerdan de Ahram. Y Malki es consciente, al señalarla, de que ese gesto le convierte en hombre: el hombre que les saca de la angustia.

Pero ¿cómo tan inmóvil?, ¿cómo no gesticula ante el barco que se le acerca? Si temiese enemigos, al menos se ocultaría. El miedo se infiltra en todos los corazones. Nadie duda de que en ese islote se refugió Ahram, pero empiezan a temer que sólo hallarán sus huesos. La acongojada Glauka se refugia sin palabras contra el pecho de Krito. Malki, el descubridor, siente el mismo miedo y se abraza a ellos. El timonel, a una señal de Artabo que, como todos, ha perdido el habla, hace virar el barco en torno al islote. Y al cabo, tras un resalte de la peña que parece dar vueltas lentamente, en el cono de sombra del picacho, se percibe a un ser humano sentado con los brazos cruzados sobre las rodillas y la cabeza apoyada contra ellos, inmóvil, como al margen del mundo. Por unos momentos temen que la muerte le haya podido sorprender hace poco en esa postura. Pero levanta por fin la cabeza, clava la vista incrédulo en la silueta del velero como si le pareciera un espejismo, y al cabo se pone en pie difícilmente y levanta los brazos y grita…

Desde ese instante los acontecimientos se precipitan en catarata. Nadie a bordo, salvo quizás el grumetillo, podrá luego contarlos ordenadamente. Glauka se arroja al mar, nada unas brazas, llega hasta las peñas hiriéndose al escalarlas, avanza los pocos pasos que la separan del náufrago. Glauka llorando, porque los ojos del hombre están hundidos, la boca desaparece entre las barbas, en el pecho esquelético se cuentan las costillas. Glauka riendo, porque es Ahram y está vivo. Glauka volviendo a llorar, porque el cuerpo que abraza no reacciona. Entretanto Malki se arroja también al agua y los marineros atracan, amarran, desembarcan, acuden igualmente.

Alegría en las voces, lágrimas en los ojos. Menos en los de Ahram, ardientes como brasas, abiertos en una impasible mirada de estupor. Prisas generales por alejarse, por regresar, por sentirse pronto en Alejandría. Pero Ahram no se mueve. Contempla mudo el picacho que era su reloj de sol, su dispensador de sombra. Al fin da unos pasos, para acercarse lentamente a una pequeña concavidad tapada con una piedra plana. De ella saca agua en el cuenco de la mano y bebe paladeándola, mientras todos le miran con angustia, temiendo por su razón. Glauka, con lágrimas que casi le impiden ver, se quita el brazalete y lo entrega a Krito, que, rápidamente, lo desliza orgulloso en su muñeca y se sienta despacio sobre una piedra.

Todos se están mirando, indecisos, cuando Ahram parece descubrir en su entorno algo nuevo. Fija la mirada en el velero atracado; se agitan sus facciones, pone la mano como visera en su frente y al cabo pronuncia las primeras palabras. Débil, pero audiblemente:

—¿Jemsu?… ¡No es mi Jemsu!

Luego un sollozo. Y entonces sí, se mueve con propósitos claros, aunque contradictorios. Da unos pasos hacia el velero, pero se da la vuelta hacia las piedras amontonadas por él. Retira de ellas su roja chaqueta, vuelve a caminar hacia el barco y ahora sí: ahora mira a todos, les reconoce, señala con el brazo para embarcar, llama a Glauka, que se acerca y le pregunta en un susurro:

—¿Yo también?

Ahram se limita a abrazarla, después de pasar una mano vacilante sobre el dorado cabello. No habla: todas las palabras derramadas por el solitario le faltan ahora para lo que quisiera decir. Llama a Krito, todavía sentado, que le mira incrédulo y mueve negativamente la cabeza. Ahram se le acerca llevando con él a Glauka, percibe la sonrisa melancólica en el rostro del hombre y le oye decir:

—Es mejor que me quede.

—¿Tú que sabes? —brota, ronca y rápida, por primera vez imperiosa, la palabra de Ahram.

—¿Y tú?

—Yo tampoco, todavía. Por eso.

Se miran inmóviles, los tres. Glauka, interiormente temblorosa. Ellos llenos de confusas emociones pero resueltos. Malki desembarca de nuevo —todos están ya a bordo— y corre hacia el trío.

—¡Vamos, vamos! —exclama, ordena más bien, siendo otra vez el hombre decisivo.

Le obedecen. Ahram hace embarcar a Glauka y luego a Krito. Después, suavemente, empuja al nieto delante de él por la plancha tendida a tierra. Despacio, despacio, ya sin mirar atrás.

La pisada de Ahram se hace más firme al hollar la movediza tablazón de la cubierta. Se sitúa junto al timonel y su voz aunque débil, electriza a los hombres que retiran la plancha e izan las velas. Un obediente viento las hincha y empopa el barco hacia el alegre retorno. Nadie se interesa ya por el delfín que salta en vano. Todos miran a lo alto y hacia delante.

No todos. Hay quien mira hacia adentro, hacia la incertidumbre renacida. Glauka, viendo a Krito acariciar orgulloso la pulsera en su brazo, se niega a pensar que el hombre se ufana así del signo de su muerte. No quiere pensarlo; se entrega a la fatalidad, dolorida y serena, ahora que ya han salvado a Ahram.

Malki, sentado al pie de su abuelo con las piernas cruzadas como un escriba, percibe las diversas actitudes. No las comprende, pero advierte oscuramente —con su nueva intuición de hombre— un mar de fondo en los corazones. Ve que Krito y Glauka evitan mirarse; nota que su abuelo calla en vez de contar a todos su aventura. Artabo y los marineros respetan el silencio…

Ahram le llama y Malki se pone en pie junto a su abuelo, que apoya la diestra en el hombro del muchacho, ya casi tan alto como él. Glauka y Krito, que les observan, se preguntan si con ese gesto Ahram engrandece al muchacho o si además apoya en él sus debilitadas fuerzas.

Artabo, siempre práctico, saca una paloma de la jaula y ata un breve mensaje a su pata antes de soltarla: que Soferis sepa cuanto antes la feliz noticia. La paloma se remonta, queda suspendida un instante mientras se orienta, y pronto emprende el vuelo hacia donde sopla el Bóreas. Pronto se confunde su blancura con las nubes, pero en el corazón de todos sigue aleteando como un canto de resurrección.