21-UNA LUZ EN LA NOCHE
No fue fácil reiniciar el curso después de un fin de semana tan ajetreado. Tanto maestros como aprendices tenían muy recientes los últimos acontecimientos. Habían vivido una épica batalla y, además, habían sido testigos de algo tan insólito como la Ceremonia de Liberación de todo aquel ejército de fantasmas. De hecho, Assumpta Cassiopea no pudo evitar quedarse dormida en su lección del lunes, lo que llevó al desmadre entre todos los aprendices.
Para Elliot, la cosa era aún más compleja, pues se le sumaba la revelación de Finías Tomclyde. Aunque pasaran las lecciones y los días, seguía siendo algo tan increíble…
Hacía casi tres años que había conocido a Úter Slipherall. Aquel día invadió su solitaria cabaña en el bosque junto a Eric y Gifu. Sí, lo recordaba perfectamente. Era la primera vez que lo había visto. Y pensar que, hasta ahora, había sido un amigo… Sin duda, un amigo muy especial. Úter Slipherall siempre se había caracterizado por ser un fantasma exigente y aventurero al mismo tiempo. De alguna manera, había tratado de educarle para que se comportase como un buen elemental y cumpliese con las normas. Pero, por otra parte, en ocasiones le podía su vena aventurera. Esa sangre de Tomclyde joven que le llevara a detener a Tánatos muchos años atrás. Elliot recordó todos los momentos que había vivido con él. Cómo le ayudó en su viaje a Nucleum para rescatar la Flor de la Armonía, cómo se había involucrado en la búsqueda de sus padres el año anterior… ¡No era de extrañar! Su padre, Mark Tomclyde, era su bisnieto. También le vino a la cabeza su felicidad cada, vez que lo veía en casa, las Navidades, su fiesta de cumpleaños… ¡Todo cobraba sentido!
—Qué rápido ha transcurrido este último mes, ¿verdad, chicos?
Era Susan la que buscaba la aprobación de Elliot y Eric, mientras degustaban la que sería su última cena en la escuela de Blazeditch. Elliot sacudió ligeramente la cabeza.
—Lo siento, estaba pensando en otra cosa. ¿Qué decías?
—Llevas así casi un mes. Todo volvió a la normalidad, ¿recuerdas? Las momias fueron derrotadas, el curso llega a su fin y mañana regresamos a nuestros hogares. ¿No os sorprende lo rápido que pasa el tiempo? —insistió Susan.
—Es cierto, casi ni me he dado cuenta de que han pasado las últimas clases —respondió Elliot bajo la atenta mirada de Eloise y Eric.
—Eso es porque has estado encerrado en tu propio mundo —le reprochó Susan—. En serio, ¿se puede saber qué te pasa?
—Nada, de verdad. Estoy bien.
Cuando Susan iba a realizar una nueva descarga, Eloise la detuvo.
—Déjale. Ha sido un curso difícil y seguro que las vacaciones le sentarán bien.
—¡A todos nos vendrán bien! —exclamó Eric, que parecía radiante ante la llegada de un nuevo periodo vacacional. Acababa de terminarse su ración de cremosa mousse de chocolate—. ¿Te irás a algún sitio en especial, Susan?
Casi al instante, iniciaron su particular conversación sobre lo que harían y lo que les gustaría hacer ahora que terminaban las lecciones. Sus palabras llegaban a los oídos de Elliot como si de un murmullo lejano se tratara. No le interesaban lo más mínimo. Igual que las últimas lecciones.
Elliot se quedó mirando a Eloise. Sus ojos color avellana le dejaron encandilado. Le hizo gracia verla retorciéndose el cabello moreno, haciéndose nerviosos tirabuzones. Una vez más había salido en su defensa.
—¿Regresarás a Hiddenwood? —preguntó Eloise, tratando de fomentar la conversación.
—Sí… Allí vivo ahora con mis padres —contestó Elliot, no sin cierta timidez—. ¿Y tú? ¿Regresarás a…?
¿De dónde era Eloise? ¿Sería posible que aún no lo supiese? ¿Cuántas cosas más ignoraba acerca de ella? De pronto, se le hizo un nudo en el estómago al recordar cómo le había traicionado Sheila. También había cosas que ignoraba sobre ella… Pero ¿acaso iban a ser todos los casos iguales? Desde luego que no, se dijo.
—A Lagoonoly —completó ella, esgrimiendo una sonrisa—. Es una muy bella ciudad.
—Espero poder visitarla algún día. —Elliot recordó la primera vez que visitó Bubbleville, acompañado por los señores Damboury. No estaría mal una visita a Lagoonoly guiado por Eloise Fartet.
La gente comenzaba a desfilar por el comedor, dirigiéndose a sus respectivas habitaciones. Se había hecho tarde y era hora de descansar.
—No te arrepentirás de ello —aseveró la muchacha—. Y el año que viene, será nuestro último y definitivo curso —dijo poco después.
Elliot asintió. Era cierto. Mientras Eloise lo cursaría en Bubbleville, él haría lo propio en… ¿Windbourgh? Al menos, era lo que dijo el Oráculo en su día. Realizaría su aprendizaje en las cuatro diferentes escuelas elementales. Y el Aire era el único elemento que le quedaba por aprender.
—Sí. Nuestro aprendizaje llega a su fin.
—¿Has pensado qué harás después?
La pregunta dejó a Elliot completamente descuadrado. ¿Después? Con tanto cambio de escuela no se había planteado aquella cuestión. ¿Qué sería de él una vez finalizase su etapa de aprendizaje? ¿De qué le iba a servir el manejo de los cuatro elementos si luego no sabía dónde aplicar sus conocimientos?
—La verdad es que no lo sé.
—Yo tampoco —repuso Eloise, pellizcándose el labio inferior—. En cualquier caso, ya que va a ser bastante complicado que nos veamos, espero que sigamos en contacto por Buzón Express.
—¡Cuenta con ello! —apuntó Elliot alegremente. Sin duda, si ella retornaba a la escuela del Agua y él se iba a Windbourgh, no sería fácil verse. Pero no era una tarea imposible. Gracias a Aureolus Pathfinder, no lo era.
—¿Me lo prometes? —insistió ella, en tono suplicante.
—Desde luego.
Aquéllas fueron las últimas palabras que Elliot cruzó con Eloise antes de regresar a Hiddenwood, la mañana siguiente.
Cuando llegó la hora de partir, los aprendices se aglomeraron en el salón del espejo. Para la ocasión, habían habilitado dos espejos más, de manera que el retorno a las escuelas fuese más rápido y organizado. Túnicas rojas, verdes, azules y blancas se entremezclaban al tiempo que se iniciaba la ronda de despedidas.
Coreen Puckett no quiso marcharse sin despedirse de Elliot y Eric. Además de haber coincidido el pasado verano en la acampada, habían compartido un curso entero en Blazeditch. Lecciones, castigos, almuerzos… En verdad, dejaba unos buenos amigos atrás y, por ello, prometieron volver a verse pronto. Sin duda, sería mucho antes de lo que Coreen imaginaba.
Los maestros también se encontraban presentes en el amplio salón. Otro curso se escapaba y una nueva remesa de aprendices de intercambio les decía adiós. Otro que tampoco podía faltar era el señor Humpow aunque, como siempre, se mantuvo al margen. De hecho, había sido uno de los primeros en aparecer por la estancia, junto con unas cuantas mascotas. Un par de murciélagos albinos, una tarántula gigante y Pinki le acompañaban. Iceheart no le quitaba el ojo de encima.
—Aquí tienes a Pinki, muchacho —le dijo a Elliot, tan pronto se acercó a recoger a su mascota.
El loro, con un suave aleteo, se posó mansamente sobre el hombro de su amo.
—Ha sido un placer conocerte —prosiguió el señor Humpow, visiblemente emocionado. Era algo que le sucedía en todas las despedidas. Especialmente con aquellos aprendices que le habían hecho caso o habían traído mascotas.
—Lo mismo digo —respondió Elliot—. Y no me quiero ir sin agradecerle todo lo que ha hecho por mí en este curso. Sé que se ha preocupado por mí y…
—Olvídalo. Lo he hecho gustosamente —repuso, con una retorcida sonrisa—. Espero que algún día te acuerdes de que en Blazeditch tienes un amigo.
—Seguro que lo hace.
Era la voz del director, quien también se había acercado a despedir a los aprendices.
—¡Comida, comida! —gritó Pinki, al ver a Aureolus Pathfinder.
—Tienes una gran mascota, Elliot —dijo el director, al tiempo que hacía una carantoña al loro—. Un magnífico ejemplar de multimorfo. Son raros de ver, ¿lo sabías?
Elliot asintió. En cualquier caso, había algo que quería comentar con el representante del Fuego. Algo que no quería olvidar… una vez más. Tenía que hablarle de lo ocurrido en el Reino Trenti. Era de vital importancia que los miembros del Consejo de los Elementales estuviesen al corriente. Especialmente Cloris Pleseck.
—Esto…
Aureolus Pathfinder alzó la ceja, esperando a que Elliot hablase. Al muchacho le costó un poco lanzarse. ¿Cómo reaccionaría? ¿Se lo tomaría como el irascible y gruñón elemental que era antes de su desaparición? ¿Sería comprensivo? Finalmente, dejó a un lado sus preocupaciones y le contó cómo con la llegada de Úter Slipherall a la capital del Fuego, él se las había ingeniado para ir junto con Eric, Gifu, Merak y Pinki hasta el reino de los duendecillos de los bosques. Le explicó cómo habían creado la misteriosa poción y su extraña relación con los aspiretes.
—Por ello, dedujimos que había alguna conexión con Tánatos y con las momias —aclaró Elliot, mientras el gesto del director se iba tensando poco a poco.
—Ya —dijo Aureolus Pathfinder cuando Elliot terminó su asombroso relato—. Y dices que esto sucedió…
—Después de que me diesen permiso para utilizar los espejos —anticipó Elliot alegremente.
—Bien. Que yo sepa, ese privilegio se te concedió a ti, pero no al señor Damboury.
El corazón de Elliot se oprimió como si se lo hubiese estrujado un gigante. ¡No había pensado en eso! ¡Acababa de meter a Eric en un buen apuro!
—No sé qué vamos a hacer contigo, de verdad. Eres igual que tu antepasado: un tremendo inconsciente ante el peligro —le espetó, de brazos cruzados—. Aunque no puedo negar que has vuelto a ser de gran utilidad…
Elliot respiró, por fin. Parecía que todo iba a quedar en nada…
—Lo comentaré con mis demás colegas del Consejo. Es importante que Cloris Pleseck esté al tanto de esto y tome las medidas oportunas. —Después de hacer una pequeña pausa, dijo—: Ha llegado el momento de que regreses a Hiddenwood. Ahora soy yo quien debe agradecerte lo que has hecho por mí, Elliot Tomclyde.
El muchacho, sin saber qué decir, simplemente le tendió la mano. Más que de reconciliación, fue un símbolo de amistad. Acto seguido, se fue con Eric. Con él regresaría a la escuela de Hiddenwood, antes de que éste marchase a Fernforest con sus padres.
Y así cruzó Elliot el espejo con destino a la prestigiosa escuela del elemento Tierra. Atrás quedaba un extraño curso a lo largo del cual había aprendido mucho y habían tenido lugar numerosos sucesos.
—No se puede decir que nos hayamos aburrido este año, ¿verdad? —Eric se frotaba las manos, sabedor de que ya estaba de vacaciones.
—Ciertamente, no —afirmó Elliot, quien rápidamente recordó cuántas aventuras había vivido durante su tercer año de aprendizaje.
—¿Tienes pensado algo interesante para este verano? ¿Alguna escapada? —preguntó Eric, haciendo un pícaro guiño.
—Descansar. Me gustaría poder descansar…
—¡AVENTURA! ¡AVENTURA! —gritó Pinki en tono de protesta.
—¿No te lo quieres llevar? —susurró Elliot, horrorizado ante las palabras de su mascota.
Pinki, que le oyó perfectamente, hizo ademán de propinarle un picotazo en la oreja. Ante el gesto, los muchachos rieron y el loro se cubrió la cabeza con su ala.
—Bien, ya sabes dónde encontrarme —se despidió finalmente Eric—. De todas formas, pronto tendrás noticias mías. ¡Estate atento a tu Buzón Express!
—¡Lo mismo digo!
Elliot vio cómo Eric se perdía entre la multitud de la escuela. Debía hacer cola para regresar a su hogar a través de uno de los espejos del patio-jardín. La gente estaba entusiasmada ante el verano que se avecinaba. Él, por su parte, no tenía una opinión diferente. Este año, a diferencia del anterior, no habría cruceros con sorprendentes desapariciones. Tampoco habría campamentos con trentis al acecho. Quería un poco de tranquilidad. ¿Sería eso posible?
Con este pensamiento, abandonó la escuela de Hiddenwood y caminó alegremente en dirección a la ciudad. No tardaría en llegar al paseo de los Cipreses, en el sector de las Coníferas, donde le esperarían sus padres.
Era de noche. El cielo estaba despejado y ricamente decorado con purpurina estelar. Elliot permanecía recostado sobre el postigo de la ventana de su habitación, con los brazos cruzados, mientras una suave brisa le acariciaba el rostro. Hacía ya un buen rato que había deseado las buenas noches a sus padres, alegando que estaba un poco cansado. Pinki, transformado en murciélago, había salido a dar uno de sus paseos nocturnos.
Había pasado la tarde junto a ellos, charlando alegremente. Le faltó tiempo para contarle a su padre el secreto de Úter Slipherall. Al señor Tomclyde le costó un poco hacerse a la idea de que su bisabuelo era el fantasma amigo de Elliot. Comenzaba a acostumbrarse de que en Hiddenwood —y en el mundo de los elementales en general—, podía ver cosas sorprendentes. Pero que te digan que tu bisabuelo, al cual nunca has tenido el gusto de conocer, es un fantasma ermitaño que «vive» en una pequeña cabaña en medio del bosque, supera los límites de lo imaginable. Pese a todo, una de las cosas que harían al día siguiente sería invitarle a tomar el té.
Al margen de eso, Elliot tenía muchas cosas en las que pensar. Y cada día que transcurría, su cabeza se llenaba con más ideas. No paraba de pensar en la de sucesos que habían pasado aquel año. Había vivido unas elecciones elementales, Aureolus Pathfinder había regresado al mundo de los vivos, Úter ahora era el viejo Finías, los trentis habían sido seducidos por Tánatos, las momias… ¡Cuántas cosas habían pasado! Y eso, por no mencionar todo lo que había vivido desde que su vida quedase ligada al mundo de los elementales. En ese caso, el listado era interminable.
La luz de la luna penetraba con fuerza en su habitación. Elliot movió ligeramente la cabeza y, con el rabillo del ojo, vio un destello a su izquierda. No tardó en reconocer el objeto que brillaba. Era la lámpara maravillosa que comprara en el bazar del sur de Blazeditch, cuando aún estaba con Sheila. Se acercó y la tomó en sus manos. Sí, aquella era otra de las cosas que aún pasaban por su cabeza. Todo había sido obra de Tánatos. No sólo había afectado al equilibrio en la vida de los elementales. También le había afectado directamente a él, corrompiendo el débil corazón de Sheila y haciéndole chantaje poniendo a su padre en la negociación. Un sentimiento de odio recubrió el corazón del muchacho. Algún día se vengaría de Tánatos. Algún día lo haría. Acto seguido, enterró la lámpara en lo más profundo del baúl que tenía en su dormitorio, igual que sus sentimientos por Sheila. Y regresó a la ventana para tratar de despejar su mente. Justo en ese instante, algo sucedió.
Aunque tenía la mirada perdida en la nada, una luz acababa de encenderse. El corazón de Elliot comenzó a latir con intensidad. La luz procedía de una pequeña ventana de la mansión abandonada. En realidad, abandonada no era el mejor calificativo para definirla, pues estaba claro que había alguien en ella. Hacía diez minutos que había pasado la una de la madrugada.
—Qué extraño… —susurró para sus adentros.
¿Quién andaría a esas horas en una mansión tan tétrica? Desde luego, no era algo muy normal. ¿Acaso había adquirido alguien la destartalada parcela? Cuando la vio al llegar aquella mañana, a la luz del sol, no había percibido cambio alguno en el siniestro paraje.
Seguía preguntándose quién se habría atrevido a penetrar en los tétricos aposentos, cuando la luz se esfumó y la casa volvió a fundirse en la oscuridad. Quién sabe. Tal vez a Gifu le apeteciese echar un vistazo a esa vivienda. Sí. Seguro que el duende se apuntaba…