18-EL PRIVILEGIO
Elliot y Eric desayunaron tan rápido que en más de una ocasión se atragantaron con las gachas de avena. Era martes y, en cuanto terminasen, asistirían a una importantísima clase de Naturaleza en el Oasis de Chrystal con la maestra Palma. En realidad, no tenían plena certeza de que la clase tendría lugar en el extraordinario oasis, pero lo daban por sentado. Con el ejército de momias cada vez más cerca de Blazeditch, lo lógico era que la maestra Palma los llevase a un lugar lejos de la escuela del Fuego. Y la maestra estaba tan entusiasmada con aquel emplazamiento que parecía que no hubiese más lugares interesantes en el mundo. Por otra parte, a los muchachos tampoco les interesaba la lección lo más mínimo. Pese a toda la vegetación que allí existía, hacía tiempo que habían terminado de estudiar los arbustos y las propiedades de sus bayas, los árboles y sus frutos, y las múltiples plantas que brotaban de los lugares más recónditos. No, aquello ya no tenía interés alguno. El verdadero objetivo de aquella lección era hablar con Aureolus Pathfinder y hacerle llegar las últimas novedades cuanto antes.
Encontrar al antiguo representante del Fuego, como siempre, no fue una tarea complicada. En cuanto Aureolus Pathfinder percibía el alboroto que causaban los aprendices al llegar a aquel remanso de paz, se mantenía atento y desde un lugar apartado buscaba con la vista a Elliot. Una vez más sería él quien les encontrara y no a la inversa.
—Deyan Drawoc ha desertado —anunció Elliot casi sin terminar el saludo—. Abandonó la escuela el domingo, cuando supo que las momias se acercaban a la capital.
Aureolus Pathfinder frunció el entrecejo y entornó la mirada.
—¿Estás seguro de lo que dices, muchacho? —preguntó, superando las telarañas que entrecortaban su voz.
—Completamente —afirmó Elliot al tiempo que Eric asentía vivamente.
Aquella noticia pareció devolver al hechicero a los viejos tiempos. Su rostro pareció rejuvenecer de pronto y su expresión se tornó fría y calculadora, como cuando era representante del Fuego.
—Si lo que dices es cierto, parece que Tánatos ha estado a punto de lograr su objetivo —apuntó el hechicero.
—Perdone, señor, pero… ¿acaso no ha conseguido su objetivo? —preguntó Eric—. Si se tarda tanto en celebrar unas elecciones… Quiero decir, usted las ganaría sin problemas pero, ya sabe…
—¿Quién ha hablado de elecciones? —le espetó Aureolus Pathfmder—. Deyan Drawoc ha renunciado voluntariamente al cargo. Sin embargo, yo no lo hice así. Se me dio por muerto, por lo que…
—Usted es el representante del Fuego por pleno derecho —completó Elliot comprendiendo la situación.
—¡Pero usted podía haber reclamado entonces el puesto antes! —protestó Eric, como tantas otras veces.
—No lo creo —admitió el hechicero, frotándose las manos—. En cualquier caso, eso hubiese debilitado la unión entre los elementales. Si las noticias que me traíais eran ciertas, estaba seguro de que este momento no tardaría en llegar. Afortunadamente aún estamos a tiempo de enmendar la situación.
—Señor… —dijo entonces Elliot, recordando anteriores conversaciones—. Usted dijo que no podría acabar con las momias…
—Efectivamente, yo no puedo detenerlas —convino el hechicero, haciendo una brevísima pausa—. Lo que sí puedo es retrasar su llegada el tiempo justo.
Los muchachos lo miraron con cara de no comprender nada.
—¿Justo para qué, señor? —preguntaron casi al unísono.
—Vamos, no hay tiempo que perder. Lo primero que debo hacer es regresar a Blazeditch y contactar con los restantes miembros del Consejo de los Elementales para informarles de la situación.
Cuando el espeso follaje que había frente a la maestra Ewa Palma se removió y de éste salió la figura de Aureolus Pathfmder, la mujer estuvo a punto de desmayarse. Tuvo que inclinarse ligeramente para contemplar mejor la imponente figura del antiguo director, luciendo su vistosa túnica de color rojo con ribetes de plata —merced a un encantamiento de ilusión—, y entonces sus ojos se desorbitaron. Lo primero que le vino a la mente fue que estaba ante el fantasma de Aureolus Pathfinder, pero no tardó en comprobar que era de carne y hueso.
—¿Qué clase de magia oscura habéis empleado? —reprochó la maestra, alzando la voz, al ver aparecer a Elliot y a Eric tras el hechicero—. Mucho me temo que…
—Mucho me temo que no es magia oscura, Ewa. Soy tan real como este magnífico oasis —interrumpió Aureolus Pathfinder a tiempo.
—Pero, usted… —Su reacción fue similar a la de los muchachos la primera vez que lo vieron, y eso que ellos estuvieron en la Antártida.
—Resulta obvio que no llegué a perecer —se volvió a anticipar una vez más el hechicero—. De lo contrario, no me encontraría aquí presente.
La maestra Palma hizo ademán de tocar la túnica del antiguo director para ver si era real, pero se arrepintió a tiempo. Sin duda, aquella mirada escrutadora y amenazante no podía pertenecer a otra persona.
—Y ahora, si me lo permites, debo regresar a la escuela —dijo el hechicero, haciendo una leve inclinación de cabeza—. Creo, por otra parte, que no sería mala idea que la lección de Naturaleza de hoy tuviese una duración menor a la habitual —añadió, a modo de sugerencia.
—Claro, claro —acató la maestra, haciéndose a un lado.
Aureolus Pathfinder se perdió inmediatamente después tras el grandioso espejo que allí había. Minutos más tarde, cuando la maestra hubo concentrado a todos sus aprendices, decidió regresar a la escuela de Blazeditch. Evidentemente, la noticia de que Aureolus Pathfinder había regresado sano y salvo de no se sabía dónde y no se sabía cómo, causó gran estupor entre los jóvenes.
Para cuando los aprendices se encontraron de nuevo en la pirámide, no había un alma que no estuviese al tanto del retorno del antiguo director. No importaba si los alumnos eran elementales del Fuego o se trataba de aprendices de intercambio; todos lo conocían, ya que Aureolus Pathfinder era una persona muy conocida en el mundo elemental.
El señor Humpow también se mostró muy contento con la noticia, pues siempre había mostrado su admiración y respeto por el antiguo director. De hecho, fue él el artífice de que, a los cinco minutos de su llegada, toda la escuela se hubiese enterado de ello. Por su parte, Iceheart no parecía muy contenta con el regreso de Pathfinder. Por el gesto de su cara, parecía que le habían dado de beber un vaso de vinagre.
Lo primero que hizo el ya nuevo director de la escuela de Blazeditch fue tomar posesión de su antiguo despacho. Hubo de hacer una limpieza a fondo, pues había restos de comida hasta en los lugares más recónditos y papeles almacenados en todas las mesas. Tan pronto pudo disponer de su mesa de escritorio, redactó tres cartas que envió a Cloris Pleseck, Mathilda Flessinga y Magnus Gardelegen, a través de su buzón privado de Buzón Express.
Instantes después, las máximas figuras elementales hacían acto de presencia en el despacho de Aureolus Pathfinder. La primera reacción al volverse a ver fue un llanto desconsolado, sobre todo por parte de las representantes del Aire y la Tierra. Magnus Gardelegen tampoco pudo evitar que un par de lágrimas se escaparan de sus azules ojos al volver a ver con vida a su gran amigo.
Allí se quedaron encerrados durante largas horas, como si se tratase del Claustro Magno de Hiddenwood. Ningún profesor, y menos aún los aprendices, estaban en disposición de saber qué se cocía en el despacho del director. Elliot y Eric, en cambio, podían apostar a que Aureolus Pathfmder había invertido un par de horas contando su experiencia con las ninfas. Eso sí, seguían sin comprender por qué Magnus Gardelegen no había sido informado de ello con anterioridad. ¿Acaso no era el representante del Agua? ¿Habría tenido algo que ver Aureolus Pathfinder en ello? Conociéndole, era posible. ¿Había estado tan grave entonces? También era posible…
Las conjeturas de los muchachos eran mucho más profundas que el pensamiento de cualquier otro aprendiz. En todos los demás el optimismo había aflorado con la misma alegría con la que el agua mana de una fuente.
—Ahora sí que no hay nada que temer —decían unos en el comedor, a la hora de la cena.
—Con el director Pathfinder, las momias no tienen nada que hacer, ¿no creéis, chicos? —Susan hablaba como si aquello fuese un partido de polo acuático. Eloise, en cambio, era mucho más prudente en sus comentarios.
Elliot y Eric escucharon las palabras de Susan con cierto escepticismo. Si bien era cierto que con Aureolus Pathfmder la situación se decantaba ligeramente hacia su lado, también sabían que él había confesado su impotencia frente a las momias. No obstante, no tenían ninguna duda de que tenía una solución para el problema. Tenía que tenerla.
Estaba Elliot a punto de levantarse para servirse un poco más de cuscús, cuando la gente a su alrededor dejó de hablar. El torpe caminar del señor Humpow resonó entonces en el ambiente.
Al llegar al sitio en el que Elliot se hallaba sentado, apenas tuvo necesidad de agacharse para decirle unas palabras al oído:
—El Consejo de los Elementales requiere tu presencia en el despacho del director —susurró con aire de importancia.
Elliot lo miró, esperando que le diese algo más de información o cuál era el motivo de aquella petición, pero el guardián de la escuela no dijo nada más. Se quedó a su lado, aguardando a que Elliot se pusiese en pie para acompañarlo.
En un silencio sepulcral, Elliot abandonó el comedor. Tanto sus compañeros como él se preguntaban qué podía haber sucedido. Al cruzarse con Emery Graveyard, Elliot vio que éste le sonreía despectivamente. Evidentemente esperaba que algo malo le fuese a suceder.
Elliot sentía más intriga que temor. Sabía que no había hecho nada malo y no había motivos para castigo alguno. No obstante, los miembros del Consejo de los Elementales eran los hechiceros más poderosos que había. Se suponía que no debería haber obstáculos que se les interpusiesen. ¿Qué querrían de él?
Cuando el señor Humpow golpeó la puerta, Elliot sintió el corazón en un puño. No hacía más que preguntarse el porqué de aquella llamada. Si bien es cierto que había vivido inolvidables aventuras hasta el momento, no dejaba de ser un simple aprendiz de tercer grado.
—Adelante. —Era la sosegada voz de Aureolus Pathfinder, amortiguada por la gruesa puerta de roble.
Elliot tragó saliva y empujó la hoja de madera.
Los cuatro miembros del Consejo de los Elementales dirigieron su mirada a la entornada puerta y vieron aparecer tímidamente la morena pelambrera del muchacho. Elliot, a su vez, los vio sentados sobre unos vistosos butacones de tallas doradas y respaldo alto, que más bien parecían tronos. Aunque habían coincidido en muchas otras ocasiones, verlos allí sentados, enfundados en sus lujosas túnicas, era algo que imponía sobremanera. Al reparar en su condescendiente expresión, Elliot dejó sus temores a un lado y se adentró en el despacho del director. El señor Humpow cerró la puerta a sus espaldas y lo dejó a solas con ellos.
Aquella estancia no le era desconocida, aunque sí la notaba un poco cambiada. Estaba todo mucho más ordenado y limpio. No cabía esperar otra cosa de Aureolus Pathfinder, se dijo.
Elliot avanzó lentamente hasta quedarse a un par de metros de los grandes elementales. Sus asientos estaban dispuestos en forma de media luna en el lugar en que antes se encontraba la enorme mesa de escritorio del director. Ésta había sido trasladada momentáneamente a la biblioteca para ganar espacio.
Puesto que estaba en su despacho, fue Aureolus Pathfinder quien rompió el hielo definitivamente. Como era habitual en él, no se perdió en rodeos.
—Elliot, te hemos llamado porque queremos encomendarte una tarea.
Elliot arrugó la frente. ¿Una tarea? ¿Querían encargarle una misión?
—Te agradeceríamos que fueses en busca de Úter Slipherall —reveló casi al instante el, de nuevo, representante del Fuego.
Pensar que le tomaban el pelo o que aquello era una estúpida broma fue lo primero que le vino a la mente al muchacho. ¿Ir en busca de Úter? ¿No sabían dónde vivía después de todo este tiempo? Pero, de pronto, recapacitó.
—¿Le ha ocurrido algo? —preguntó, con voz temblorosa—. ¿Ha tenido algún problema?
—Oh, no, no, en absoluto —contestó Cloris Pleseck esbozando una sonrisa—. Si no me equivoco, debe de estar tranquilamente en su humilde casita… ¿O debería decir suntuoso palacio?
Si en verdad Úter se encontraba en casa, ¿por qué no lo habían llamado ellos directamente? Entre él y el fantasma existía un vínculo muy especial, cierto. Sin embargo, por su experiencia, por su veteranía, por su valentía o por la unión de todas aquellas virtudes, Úter había gozado de muy buena aceptación entre los miembros del Consejo desde que recuperaran la Flor de la Armonía. De hecho, habían depositado en él su confianza en varias ocasiones a lo largo del año pasado. Elliot recordó cómo el fantasma había aparecido en el Calixto III, había cuidado de él hasta el comienzo del curso, había mantenido asiduas reuniones con los grandes elementales… Incluso había investigado por su cuenta los orígenes de los Triángulos y la correcta ubicación del Limbo de los Perdidos. ¿Por qué debía ir él en su busca? Había más de un espejo en la escuela de Blazeditch y Úter tenía el suyo escondido en una habitación en su casa. ¿Qué problema había? Era tan fácil como sumar dos y dos. Y, sin más, Elliot cayó en la cuenta. Le estaban pidiendo…
—¿Debo utilizar los espejos yo… solo? —preguntó.
Resultaba obvio que no iba a desplazarse hasta Hiddenwood a pie, de manera que tendría que hacer uso de los espejos. Y eso era algo que no se permitía a un aprendiz. Para poder hacer uso de los espejos con total libertad, era preciso haber finalizado la formación mágica.
—No irás a decirme que tienes miedo o no sabes moverte con ellos —le espetó Aureolus Pathfmder—, porque hasta ahora los has empleado sin el mayor reparo…
Elliot no sabía si aquellas palabras eran de reproche o de simple ánimo, de manera que, sin saber qué decir, se encogió tímidamente de hombros.
—Lo que queremos decir es que tienes autorización para utilizarlos —aclaró Mathilda Flessinga.
—Para siempre —completó Magnus Gardelegen. Elliot miró con mayor extrañeza aún a los miembros del Consejo—. Pese a ser un aprendiz en vías de formación, tienes la autorización de este Consejo para utilizar los espejos con total libertad y sin la presencia de un adulto.
—Yo…
—Debes saber que ha sido una iniciativa de Aureolus —prosiguió el portavoz del Consejo—. Ha sido él quien, tras analizar lo que has hecho por el mundo mágico, ha optado por concederte este privilegio. Su decisión, claro está, ha sido secundada por nosotros —completó, en clara alusión a sus compañeros del Consejo.
Elliot pensó que el hecho de haberle enviado comida vía Pinki le había hecho ganar muchos puntos pero, por supuesto, no dijo nada.
—En cualquier caso, seguro que hubieses seguido utilizándolos sin nuestro permiso —comentó Aureolus Pathfmder de refilón, aunque sin malicia en sus palabras.
Elliot enrojeció ante tal comentario.
—Y ahora, Elliot, si eres tan amable, ve en busca de Úter Slipherall —le pidió Magnus Gardelegen—. Tenemos que hablar con él urgentemente.
—Sí, señor —contestó Elliot. Su interior era como un volcán en erupción, rebosante de orgullo y satisfacción. Una de las mayores ventajas del mundo mágico era el hecho de poder desplazarse de un lado a otro mediante el uso de los espejos. ¡Y el Consejo le permitía utilizarlos a partir de ahora como un adulto!
Sin alejar ese pensamiento de su cabeza, Elliot recorrió los pasillos que llevaban hasta la sala donde se encontraba el inmenso espejo de la escuela. El señor Humpow, a instancias del Consejo, había dejado libre el acceso a éste para que Elliot pudiese llegar sin trabas.
Cuando se encontró frente a la superficie de cristal, contempló su rostro reflejado en ella. Sus ojos brillaban y la sonrisa abarcaba todo su rostro. Por primera vez en su vida, pronunció el hechizo de apertura sin infringir la ley mágica.
—Ad Úter Slipherall dormitorium!
Cuando se encontró al otro lado, notó el cambio del cargado ambiente de la pirámide por el fresco olor de la madera y los árboles de la vegetación circundante. También percibió la variación en la temperatura, mucho más fresca en las inmediaciones de Hiddenwood.
—¿Úter? —llamó, tras abrir la puerta de la habitación en la que el fantasma escondía el espejo.
Al instante, su transparente amigo se materializó frente a él.
—¡Elliot! —exclamó—. ¿Qué haces aquí? Se supone que deberías estar en… —De pronto lo miró con desconfianza—. ¿En qué lío te has metido en esta ocasión?
—¡Qué concepto tienes de mí! —le espetó Elliot.
—Ya nos vamos conociendo…
—El Consejo de los Elementales está reunido en la escuela de Blazeditch y ha solicitado tu presencia —aclaró Elliot. Había decidido omitir la reaparición de Aureolus Pathfinder. Quería que su amigo se llevase una buena sorpresa al verlo—. Al parecer, es bastante urgente.
El fantasma aún miraba a Elliot con suspicacia. Durante las Navidades en su segundo año de aprendizaje, había sido rastreramente engañado y llevado al buque Deep Quest, en lugar de a una fiesta.
—Te lo estoy diciendo en serio —insistió Elliot—. Tenemos que ir a Blazeditch. Nos esperan.
La expresión del muchacho era convincente y parecía decir la verdad, pero Úter seguía receloso.
—Y… ¿por qué has venido tú solo? Eres menor y…
—¡Ah! ¡Olvidé comentártelo! —dijo sonriente—. ¡El Consejo de los Elementales me ha autorizado a utilizar los espejos como si ya fuera adulto! Es más, ha sido una iniciativa de…
—¿De…? —repitió Úter.
—Del Consejo, vamos.
—¿Qué ibas a decir? ¿Qué me estás ocultando?
—Un detalle sin importancia —dijo sin más Elliot—. De verdad, Úter, es bastante urgente. Las cosas no están muy bien en el Reino del Fuego y, si siguen así, mucho me temo que pronto afectará al resto de los elementos.
El fantasma sacudió su cabeza a modo de protesta.
—Elliot, más te vale no engañarme esta vez. De lo contrario…
—Te doy mi palabra —prometió Elliot—. Palabra de Tomclyde.
Úter lo miro con seriedad, sin duda lo que acababa de decir el joven tenía un gran valor para él.
—Si es así, no esperemos más.
Pocos minutos después, los dos recorrían los desiertos corredores de la escuela —los aprendices aún estaban en el comedor—, en dirección al despacho del director. Úter no cesaba de quejarse por la oscuridad que allí reinaba o por la frialdad de aquellas pinturas hieráticas. En realidad, no tuvo mucho tiempo de seguir protestando, pues pronto se hallaron frente a la puerta tras la que aguardaba impaciente el Consejo de los Elementales.
Elliot llamó a la puerta y la abrió, esta vez con más aplomo. Él sabía lo que iba a encontrar, pero Úter no. El fantasma al principio no se dio cuenta, pues vio las cuatro túnicas con los colores elementales. Acto seguido se fijó en los rostros de Mathilda, Magnus, Cloris y… ¡Aureolus!
—No es posible —murmuró, ahogando una exclamación.
Inmediatamente después, comenzó a explicarle cómo había logrado sobrevivir gracias a la ayuda de las ninfas, su escondite en el Oasis de Chrystal y su retorno final como representante del Fuego tras la renuncia de Deyan Drawoc. Como no le dijeron nada, Elliot permaneció a la escucha en un lugar apartado, pero a la vista de todos. Así no pensarían que estaba escondido.
Tras hacerle un breve resumen, pasaron a explicarle con premura la crítica situación que vivían los elementales del Fuego.
—Blazeditch está a punto de ser asediada por un poderoso ejército de momias —le revelaron, ya con el rostro tenso.
—Así que al final vuestras suposiciones eran ciertas. Tánatos buscaría de nuevo el apoyo de sus antiguos aliados, y parece que se ha cumplido.
Los miembros del Consejo asintieron. Elliot seguía observando, procurando no hacer ningún ruido. Al parecer el tema de aquella conversación ya lo habían comentado en anteriores reuniones.
—Sabes bien que eres el único con poder para frenarlas, Úter —dijo Cloris Pleseck.
—Tú, y los tuyos —completó Aureolus Pathfinder, que tenía en mente la misma idea que sus compañeros.
Elliot no comprendía a qué se referían. ¿Pretendían utilizar a Úter como baluarte contra las momias? ¿Qué clase de aliados pretendían que tuviese? ¿Gifu, Merak, Eric y él? ¿Acaso se habían vuelto locos los miembros del Consejo? Él había visto las momias con sus propios ojos. Eran enormes y no creía que pudiese acabar con una sola. ¿Cómo se suponía que podrían hacer frente a cientos de ellas? Además, Aureolus Pathfinder había dicho que él no tenía poder para combatirlas. Tenía que existir otra solución. Algo que se le escapaba o que desconocía.
—¿Cuánto tiempo nos queda? —preguntó Úter. Desde luego, él sí sabía a qué se referían.
—Muy poco —confirmó Aureolus Pathfinder—. El ataque es inminente, aunque podría ganar unos días.
—Eso sería perfecto —contestó Úter en tono optimista—. Si pudieses conseguir cuatro o cinco días, creo que todo iría perfecto.
—Eso esperamos —apuntó Magnus Gardelegen—. De lo contrario, podría ser el principio del fin del mundo de los elementales.
Las últimas palabras que se cruzaron fueron para desearse buena suerte y despedirse. Después, abandonaron el despacho de Aureolus Pathfinder. Ninguno puso mala cara cuando vieron a Elliot allí. Al contrario, lo invitaron a salir educadamente.
Mientras los elementales se adentraron por el corredor que llevaba al espejo, Elliot se desvió camino de su habitación. A pesar de lo tarde que era, seguro que Eric le aguardaba en el salón de estar de los chicos.
Al cruzar el umbral de piedra tras el que se encontraba la confortable estancia, Elliot se alegró al ver a su amigo. Parecía peleado con un montón de papiros, en una mesita que había en uno de los rincones.
—¿Qué ha pasado? Ya me estaba preocupando por ti.
Aunque el salón estaba prácticamente vacío (había dos aprendices de segundo curso charlando frente a la chimenea mágica que no desprendía calor), Elliot le contó lo que había presenciado.
—Así que han encomendado a Úter la misión de acabar con las momias —resumió Eric.
—Y se le ve muy seguro.
—¿Qué clase de arma tendrá?
—No lo sé, pero tiene que ser bastante poderosa —confirmó Elliot—. Tiene que serlo…
Pensando en el fantasma y su misión, Elliot y Eric se retiraron a dormir. El mundo mágico se preparaba para una importante cruzada… ¡y ellos eran amigos del encargado de liderarla!