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El teléfono sonó y White lo miró con curiosidad. Hacía meses que no sabía nada del hombre al otro lado de la línea. Comprobó como siempre que la llamada estaba encriptada antes de descolgar.

—General.

—Hola Spencer. ¿Cuánto tiempo llevas haciendo trabajos para mi?

White se detuvo un momento a pensar en lo que había significado aquel tiempo. En los encargos que había realizado para aquel hombre y en cómo habían contribuido a cambiar la historia reciente, moviendo en la sombra piezas que habían modificado la faz del mundo. Con los consejos y los recursos que el general había ampliado muchísimo su repertorio. Ya no se limitaba a modificar la conducta del sujeto, presionándolo hasta que este decidiese terminar con su vida. Ahora era capaz de tejer una compleja tela de araña alrededor del objetivo, modificando su realidad de formas que hace una década le hubiesen parecido impensables. Sonrió con orgullo.

—Quince años, creo. ¿Va a ponerse sentimental ahora, señor?

—No, no es eso. Sólo quería saber si recordabas cómo fue nuestra primera conversación.

—Me prometió que no me aburriría. Y es cierto, en todo este tiempo no lo he hecho.

—Te prometí caza mayor. Y esta vez será la mayor de todas —dijo la voz al otro lado del teléfono.

—¿Cuál es el objetivo?

—Mira el email que te acabo de enviar. Abre el archivo adjunto.

White obedeció. La foto se expandió al instante, llenando la pantalla con el rostro del hombre más famoso, poderoso y protegido del mundo.

—Tiene que ocurrir antes de cuatro meses. ¿Crees que podrás hacerlo?

—Por supuesto —respondió White, con una sonrisa—. Por el precio adecuado.

—¿Qué te parecen 25 millones de dólares?

La sonrisa de White se hizo aún más ancha.

—General, déjelo de mi cuenta. Dentro de 119 días la nación llorará la muerte del Presidente de los Estados Unidos.

FIN… Por ahora.