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El joven esperó pacientemente hasta más allá de la hora de comer. Finalmente se cansó y se levantó, suponiendo que si alguien le observaba aprovecharía ese momento para actuar. No andaba muy desencaminado, al cabo de unos pasos notó como alguien le seguía.

Continuó caminando como si nada hasta la puerta de su hotel, pero no llegó a franquearla. El ujier, al verle, le señaló un enorme Mercedes negro de lunas tintadas, aparcado cerca de la puerta.

—Su coche le espera, señor.

El joven asintió, y se metió en el Mercedes. Tras él subieron dos tipos enormes, vestidos en manga de camisa.

—Lo siento, chico. No es nada personal —dijo el de su izquierda.

El joven se estaba preguntando a qué se refería cuando el que estaba a su derecha le sujetó por los hombros. El otro sacó un saco de tela negra y se lo echó por la cabeza.

—No hagas tonterías. Vamos a dar un paseo.