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—Hola, Spencer.
Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo, pero intentó aparentar tranquilidad.
—Se equivoca de hombre. Mi nombre es White.
—No, no me equivoco, Spencer. Sé quién eres de verdad. Lo sé todo de ti, cada uno de tus pequeños secretos. Sé dónde comenzó todo, con aquel profesor de Stanford, sé lo que hiciste con el escritor. Sé muy bien lo de tu negociete de Suiza, y los once objetivos que has eliminado hasta el momento. Y sé que ahora mismo estás a las puertas del Guggenheim, mirando a tu alrededor y preguntándote dónde demonios estoy.
White dejó de dar vueltas sobre sí mismo. Una fina capa de sudor le perlaba el rostro, a pesar del aire fresco que soplaba en la ría.
—¿Quién demonios es usted?
—Alguien que aprecia tus verdaderas cualidades. Alguien que lleva siguiéndote con interés muchísimo tiempo. Alguien que quiere que trabajes para él.
—Pues ya puede irse olvidando. Sus amenazas no valdrán de nada. Antes de una hora desapareceré y nunca más volverá a encontrarme.
—No voy a amenazarte. Voy a convencerte, Spencer.
El señor White alzó una ceja, intrigado.
—¿Y cómo pretende hacerlo?
—Hasta ahora te has dedicado a la caza menor, piezas fáciles. Lo que yo te voy a proponer será aún más divertido. Mantendrás tu independencia, pero conseguirás un equipo mayor y harás también trabajos de envergadura. De los que cambian las cosas.
—¿Sí? ¿Y para quién se supone que voy a hacer esos trabajos?
—Date la vuelta.
White se giró. Detrás de él, ataviado con una cazadora beige, una gorra y unos pantalones de pana, había un hombre de unos cincuenta años, alto y de rostro severo. Él conocía aquella cara. La había visto muchas veces en televisión.
Colgó el teléfono.
—Buenas tardes, general.
El otro le tendió la mano.
—Spencer, bienvenido a la NSA.
White se la estrechó.
—Supone que ya he aceptado su oferta. Qué presuntuoso.
—No supongo. Sé que quieres seguir respirando.
—Podría matarle aquí mismo, general, y nadie se enteraría.
—Lo que no podrías es correr más que la bala del francotirador que te está apuntando desde las ventanas de aquel hotel que hay a tu espalda. Y ahora vamos a sentarnos, tenemos mucho de qué hablar.