4

Al regresar del colegio resolvió las preguntas de mademoiselle Bencourt en un tiempo record, y corrió a encerrarse en el cuarto de juegos. Estaba impaciente por ver si la rata había sobrevivido. Había usado un cuentagotas para darle algo de agua por la mañana, no quería que la diversión que había estado imaginando durante el recreo se estropease sólo porque el animal sufriese una inoportuna deshidratación.

Allí estaba la trampa con la rata, escondidos bajo un impoluto y carísimo guante de beisbol que jamás había usado. Su padre estaba demasiado ocupado como para enseñarle a lanzar, cosa que él agradecía ya que no tenía ni el más mínimo interés. La extrajo y después fue hasta un armario donde guardaba su proyecto de ciencias del año anterior. Era una tabla de contrachapado en la que había varios interruptores que encendían una bombilla alimentada por una pila de 12V.

Se puso manos a la obra con restos de contrachapado, un destornillador y una pequeña segueta. Media hora después había logrado convertir la tabla en algo distinto. Había creado dos pequeños túneles y una caja. En un lado del primer túnel, cerrado pero visible e iluminado por la bombilla, había colocado la pasta azucarada que había sacado de la trampa. Y el otro túnel lo había dejado abierto, apuntando hacia el cuadrado de sol que entraba por la ventana. Pero a lo largo del túnel había colocado pequeños filamentos de un cable eléctrico, muy abiertos y separados entre sí. El otro extremo del cable estaba enchufado a la pared, en el lugar donde iba habitualmente su lámpara de lectura.

Sacó a la rata de la trampa con mucho cuidado y la colocó dentro de la caja conectada a los túneles. Pensó que hubiese sido genial que en lugar de contrachapado fuesen de plástico o de cristal, para ir viendo qué sucedía, pero tendría que conformarse con los pequeños agujeros que había perforado a lo largo de ellos.

La caja era lo bastante alta como para haberla dejado sin tapa superior. La rata no podría escalarla, y menos con una pata rota. La vio allí, retorciéndose con cuidado, husmeando cada una de las dos entradas.

Poco a poco se fue acercando, cojeando, al túnel que conducía a la salida. Puso una pata dentro de él, y enseguida recibió una descarga eléctrica. Molesta, desagradable, pero no letal. Los filamentos estaban demasiado separados.

Retrocedió.

Husmeó alrededor, volvió a intentarlo, recibió otra descarga.

Se echó hacia atrás y renqueó hasta el túnel con la pasta azucarada al fondo. El suelo de este no estaba electrificado, al final de él estaba la promesa de algo dulce. Lo mismo que había sido la causa de su ruina el día anterior.

—No vayas por ahí, rata. No es una buena idea.

Pero el roedor no hizo caso de la voz del niño y continuó por el túnel. Al llegar al final, abrió la boca e hincó sus dientes curvados y repugnantes en la pasta.

Hubo un chisporroteo y una nubecilla de humo salió del extremo opuesto del túnel cuando la rata tragó el extremo de cable pelado que estaba conectado a otro enchufe. Y este no tenía los filamentos tan separados.

—Te avisé. Un poquito de dolor te hubiese llevado afuera. Pero elegiste ser tonta, rata. ¿Por qué?

En ese momento se abrió la puerta del cuarto de juegos. La sirvienta arrugó la nariz al entrar pero era demasiado educada como para preguntar qué era aquel olor a quemado.

—Parece que se ha ido la luz. Por suerte aún es de día. ¿Quiere un poco de zumo, señorito?

—Sí, por favor.

El niño cogió la botella. Aquella marca era nueva. Hawaiian Punch.

Me gusta, pensó. Sabe a victoria.