Escena II

TEODORA, DON JULIÁN y ERNESTO, por el fondo.

JULIÁN Bien venido.

ERNESTO Don Julián…

Teodora…

(Saluda como distraído y se sienta junto a la mesa, quedando pensativo.)

JULIÁN ¿Qué tienes? (Acercándose a él.)

ERNESTO Nada.

JULIÁN Algo noto en tu mirada,

y algo revela tu afán.

¿Tienes penas?

ERNESTO ¡Desvarío!

JULIÁN ¿Tienes disgustos?

ERNESTO Ninguno.

JULIÁN ¿Acaso soy importuno?

ERNESTO ¡Usted importuno! ¡Dios mío!

(Levantándose y acercándose a él con efusión.)

No; su cariño le inspira,

su amistad es su derecho,

y lee dentro de mi pecho

cuando a los ojos me mira.

Algo tengo, sí, señor;

pero todo lo diré.

Don Julián, perdone usted,

y usted también, ¡por favor! (A Teodora.)

Yo soy un loco, y un niño,

y un ingrato; en puridad,

ni merezco su bondad,

ni merezco su cariño.

Yo debiera ser dichoso

con tal padre y tal hermana,

y no pensar en mañana,

y, sin embargo, es forzoso

que piense. La explicación

me sonroja… ¿No me entienden?…

Sí, sí, que ustedes comprenden

que es falsa mi situación.

De limosna vivo aquí. (Con energía.)

TEODORA Esa palabra…

ERNESTO Teodora…

TEODORA Nos ofende.

ERNESTO Sí, señora,

dije mal; pero es así.

JULIÁN Y yo te digo que no.

Si de limosna, y no escasa,

alguien vive en esta casa,

ese no eres tú, soy yo.

ERNESTO Conozco, señor,

la historia de dos amigos leales,

y de no sé qué caudales,

de que ya no hago memoria,

a mi padre le hace honor

rasgo de tal hidalguía;

pero yo lo mancharía

si cobrase su valor.

Yo soy joven, don Julián,

y aunque es poco lo que valgo,

bien puedo ocuparme en algo

para ganarme mi pan.

¿Será esto orgullo o manía?

No lo sé, y el tino pierdo;

pero yo siempre recuerdo

que mi padre me decía:

«Lo que tú puedes hacer

»a nadie lo has de encargar;

»lo que tú puedas ganar

»a nadie, lo has de deber.»

JULIÁN De modo que mis favores

te humillan y te envilecen;

tus amigos te parecen

importunos acreedores.

TEODORA Usted discurre en razón;

usted sabe mucho, Ernesto ,

pero mire usted, en esto

sabe más el corazón.

JULIÁN Esa altivez de desdeñosa

no mostró mi padre al tuyo.

TEODORA La amistad, según arguyo,

era entonces otra cosa.

ERNESTO ¡Teodora!

TEODORA Es noble su afán.

ERNESTO Es cierto: soy un ingrato,

ya lo sé, y un insensato

Perdone usted, don Julián. (Profundamente conmovido.)

JULIÁN ¡Su cabeza es una fragua! (A Teodora, refiriéndose a Ernesto.)

TEODORA ¡Si no vive en este mundo!

(A Julián, lo mismo.)

JULIÁN Eso, sí, sabio y profundo,

y se ahoga en un charco de agua.

ERNESTO ¿Que de esta vida no sé (Tristemente.)

ni hallo en ella mi camino?

Es verdad; mas lo adivino

y tiemblo no sé por qué.

¿Que en las charcas de este mundo

como en alta mar me anego?

Me espanta más, no lo niego,

mucho más que el mar profundo.

Hasta el límite que marca

suelta arena, el mar se tiende;

por todo el espacio extiende

emanaciones la charca.

Contra las olas del mar

luchan brazos varoniles;

contra miasmas sutiles

no hay manera de luchar.

Y yo si he de ser vencido,

que no humilla el vencimiento,

en el último momento

sólo quiero y sólo pido

ver ante mí, y esto baste,

al mar que tragarme quiera,

a la espada que me hiera

o a la roca que me aplaste.

A mi adversario sentir,

su cuerpo y su furia ver,

y despreciarle al caer,

y despreciarle al morir.

Y no aspirar mansamente

mi pecho, que se dilata,

el veneno que me mata

esparcido en el ambiente.

JULIÁN ¿No te dije? ¡Perdió el seso! (A Teodora.)

TEODORA Pero, Ernesto, ¿adónde vamos?

JULIÁN Con al caso que tratamos

¿qué tiene que ver todo eso?

ERNESTO Que al verme, señor, aquí,

amparado y recogido,

lo que he pensado, he creído

que piensan todos de mí:

que al cruzar la Castellana

en el coche con ustedes,

con Teodora o con Mercedes

al salir una mañana,

al ir a su palco al Real,

al cazar en su dehesa,

al ocupar en su mesa

de diario el mismo sitial,

aunque a su optimismo pese,

el caso es, señor, que todos,

con estos o aquellos modos,

se preguntan: -¿Quién es ése?

- ¿Será su deudo-. -No tal.

- ¿Su secretario? -Tampoco.

- ¿Su socio? -Si es socio, poco

trajo a la masa social.

Eso murmuran.

JULIÁN Ninguno.

Eso sueñas.

ERNESTO Por favor…

JULIÁN Pues venga su nombre.

ERNESTO Señor…

JULIÁN Me basta sólo con uno.

ERNESTO Pues lo tienen a la mano:

está en el piso tercero.

JULIÁN ¿Y se llama?

ERNESTO Don Severo.

JULIÁN ¿Mi hermano?

ERNESTO Justo: su hermano.

¿No basta? Doña Mercedes,

su noble esposa y señora.

¿Más? Pepito. Conque ahora ,

a ver qué dicen ustedes.

JULIÁN (Con enojo.) Pues digo, y juro, y no peco,

que «él» más que severo, es raro:

que «ella» charla sin reparo,

y que el chico es un muñeco.

ERNESTO Repiten lo que oyen.

JULIÁN Nada:

esas son cavilaciones.

Donde hay nobles intenciones,

y a la gente que es honrada,

le importa poco del mundo;

cuanto el murmurar más recio,

más soberano el desprecio,

y más grande, y más profundo.

ERNESTO Eso es noble y eso siente

todo pecho bien nacido;

pero yo tengo aprendido,

que lo que dice la gente,

con maldad o sin maldad,

según aquel, que lo inspira,

comienza siendo mentira

y acaba siendo verdad.

La murmuración que cunde

nos muestra oculto pecado;

¿y es reflejo del pasado,

o inventa el mal y lo infunde?

¡Marca con sello maldito

la culpa que ya existía,

o engendra la que no había

y da ocasión al delito?

El labio murmurador,

¿es infame o es severo?,

¿es cómplice o pregonero?,

¿es verdugo o tentador?,

¿remata o hace caer?,

¿hiere por gusto o por pena?

; y si condena, ¿condena

por justicia o por placer?

Yo no lo sé, don Julián:

quizá las dos cosas son;

pero el tiempo y la ocasión

y los hechos lo dirán.

JULIÁN Mira: no entiendo ni jota

en esas filosofías.

Presumo que son manías

con que tu ingenio se agota,

pero, en fin, tampoco quiero

afligirte ni apurarte.

Quieres, Ernesto, crearte

independiente y severo,

una posición honrada

por ti solo. ¿No es así?

ERNESTO Don Julián…

JULIÁN Responde.

ERNESTO (Con alegría.) Sí.

JULIÁN Pues la tienes alcanzada.

Me encuentro sin secretario;

de Londres me brindan uno,

pero no quiero ninguno,

más que un ser estrafalario (Con tono de cariñosa reconvención.)

que su pobreza prefiere,

su trabajo y sueldo fijo,

como cualquiera, a ser hijo

de quien por hijo le quiere.

ERNESTO Don Julián…

JULIÁN Pero exigente (Con tono de cómica severidad.)

y hombre de negocios soy,

y mi dinero no doy

nunca de balde a la gente.

Y he de explotarte a mi gusto,

y he de hacerte trabajar,

y en mi casa has de ganar

únicamente lo justo.

Diez horas para el tintero,

despierto al amanecer,

y contigo voy a ser

más severo que Severo.

Esto serás ante el mundo:

víctima de mi egoísmo…;

pero, Ernesto…, ¡siempre el mismo

de mi pecho en lo profundo!

(Sin poder contenerse, cambiando de tono y abriéndole los brazos.)

ERNESTO ¡Don Julián! (Abrazándole.)

JULIÁN ¿Aceptas?

ERNESTO Sí.

Haga de mí lo que quiera.

TEODORA Al fin domaste la fiera. (A Julián.)

ERNESTO ¡Todo por usted! (A Julián.)

JULIÁN Así,

así te quiero. Ahora escribo

a mi buen corresponsal;

le doy, como es natural,

las gracias, y que concibo

el mérito extraordinario

del inglés de que hace alarde,

pero que ha llegado tarde

porque tengo secretario.

(Dirigiéndose a la primera puerta de la derecha.)

Eso, ahora…; pero andar

deja el tiempo… ¡Socio, luego! (Volviendo y fingiendo que habla con misterio.)

TEODORA ¡Calla, por Dios! Te lo ruego.

¡No ves que se va a espantar! (A D. Julián.)

(Sale don Julián por la derecha, primer término, riendo bondadosamente y mirando a Ernesto.)