1. Seguros de vida y videojuegos
Si dabas por hecho que este relato iba a comenzar hablando de un joven con camisa, gafas de culo de botella y acné enganchado a una recreativa, te has equivocado. El primer protagonista de esta historia sobre la Edad de Oro del software español sabe lo justo de informática: encender el ordenador, leer el correo electrónico, navegar por internet. Pero de lo que sí sabe, es de negocios.
José Luis Domínguez es, en 2011, un hombre que peina canas, cuyo rostro lo contempla una eterna barba de tres días, y que tiene un torrente de voz considerable. Como buen comercial que es, sabe cómo contar una historia. De hecho, no hay que hacerle demasiadas preguntas, Domínguez recuerda con precisión detalles de una historia que comenzó hace treinta años, cuando los primeros microordenadores llegaban a España.
Su historia, y la de los primeros videojuegos españoles, se remonta a principios de los ochenta, cuando contaba con veintiséis años. “Era un vendedor. Vine de la venta dura, puerta por puerta, de seguros de vida, de libros de inglés… Asenté mi relación profesional siendo uno de los fundadores de lo que hoy es ING Direct, que en su día era Nationale-Nederlanden, una compañía de seguros holandesa.

José Luis Dominguez, entrevistado por Microhobby.
Vendía seguros de vida de esta empresa, comencé a escalar posiciones y con veintiséis años me convertí en director comercial de Nationale-Nederlanden. Mi padre murió en un accidente y tenía un compromiso con él, que había sido un gran empresario, de que un día seguiría sus pasos.
En una etapa de mi vida, además de vender seguros y libros, vendí cursos de inglés. Un tema que funcionaba muy bien, era mucho más fácil de vender que el seguro de vida, que es un horror, o que los libros, que es otro horror. Había una necesidad latente por los cursos de inglés”.
Fue gracias a la lengua de Shakespeare, esa que tan bien se nos da a los españoles, nótese la ironía, que Domínguez se dio de bruces con el emergente negocio de la informática.
«Le estaba dando vueltas a la idea de crear un curso de inglés que tuviera una cierta conexión con el televisor, que tuviera una cierta interactividad, que aparecieran letras, movimiento, algo. Técnicamente, no tenía ni idea de cómo se podía hacer eso, así que fui a la Escuela de Ingenieros de Telecomunicaciones. Les conté la idea, les gustó, y me dijeron que había un ordenador en Inglaterra que lo hacía. Podían adaptarlo y prepararlo para lo que quisiera».
Sin saberlo todavía, Domínguez había dado con la pista de Sir Clive Sinclair, el hombre detrás del ZX80, el ZX81 y que estaba preparando esa revolución llamada ZX Spectrum.
«Me cambió el chip. Existe un aparato en Inglaterra que no sólo valía para aprender inglés, sino que podía hacer muchas más cosas. Compré un billete de avión, busqué un intérprete, porque no hablaba nada de inglés, un argentino, y fui a la sede de Sinclair».
En aquel momento, primeros años de los ochenta, Sinclair era una personalidad en Inglaterra que no se reunía con el primer comercial que se presentaba en sus oficinas. Además, para colmo, Domínguez se llevó un chasco en su ambición por importar a España esas máquinas. «Cuando llegué me dijeron que Sinclair no recibía a nadie[6]. Habían firmado un acuerdo con Investrónica, que todavía no era de El Corte Inglés, para vender el ZX81. Era una filial que se dedicaba a hacer cosas de electrónica y armamento para el ejército y no sé qué rollos».

Anuncio de Indescomp para captar programadores. Se puede apreciar a algunos de los miembros que formarían el equipo de programación: Pedro Ruiz (esquina superior izquierda), Paco Portalo (esquina superior derecha), Paco Suárez (con barba, en el centro), Fernando Rada (extremo derecho), Camilo Cela (con gafas, a la izquierda, debajo de Pedro Ruiz) o Charly Granados (con gafas, debajo de Camilo Cela).
Superado ese chasco inicial, Domínguez decidió que sería absurdo volver a España con las manos vacías. «Había entrado en el rollo de la informática y me pareció una pena venir sin nada en el bolsillo. Empecé a rebuscar y apareció una firma, Acorn, que era la competencia de Sinclair. Negocié con ellos y conseguí traer el Atom Acorn a España. Yo no tenía distribución, no tenía nada. Empeñé lo que tenía para traer las primeras cincuenta unidades pero no las vendí porque a nadie le interesaba el tema. Como era experto en temas de venta directa, los vendí puerta por puerta. Fue la leche, busqué una lista de ingenieros de telecomunicaciones, compré un televisor pequeño que metí en el coche y al final conseguí venderlos todos uno por uno».
Si hubo algo que a Domínguez le quedó claro después de su experiencia con los Atom, era que el negocio, por el momento, no estaba en la venta de hardware, habida cuenta de que Investrónica tenía la exclusiva de los ordenadores de Sinclair. «No tenía capacidad financiera para importar ordenadores que, además, me costaba una barbaridad venderlos porque seguía trabajando en Nationale-Nederlanden. Comencé a ir a las ferias de software[7] y me di cuenta que alrededor del ordenador había un mundo muy interesante que era el software.
Como no tenía capacidad financiera para importar hardware, me metí en el mundo del software. Comencé a negociar derechos de programas y de juegos para España con las compañías que en aquel momento estaban creciendo como la hierba, cada día salía alguna nueva que hacía programas para el ZX81 o el Atom.
Llegué a un acuerdo con Artic, con Bug Byte, con Quicksilva… aún lo recuerdo. Con el tiempo apareció el ZX Spectrum, el siguiente paso de Sinclair, pero lo seguía llevando Investrónica y yo estaba especializado en el juego. Ofrecí mis juegos a El Corte Inglés y me los compraban. Había creado un negocio que tenía su rollito y decidí marcharme de Nationale-Nederlanden, algo que nunca entendieron porque yo era director comercial y no comprendían que me fuera a una aventura con el futuro que tenía en la compañía. Pero en su día se lo dije a mi padre y pensé que ese era el momento».
Así fue como Domínguez puso en pie la primera gran compañía del software español, la que iba a ser responsable de los dos primeros juegos creados en nuestro país.
«Creé Indescomp: Investigación y desarrollo de computadoras. Monté una pequeña oficina en la Castellana y contraté a dos chavales de la Escuela de Ingenieros de Telecomunicaciones para que me ayudaran a traducir las instrucciones al castellano. Puse un anuncio en una revista que se llamaba El ordenador personal[8] con lo que había traído y comencé a recibir pedidos y pedidos. Coño, había encontrado el huevo de Colón. Continué importando juegos y hacía las copias en una empresa de aquí, recuerdo que era uno de Los Pekenikes el que tenía un negocio de duplicación de casetes».

Otro anuncio de Indescomp. Nótese que en el reclamo, de 1984, se hace mención a la «extraordinaria expansión prevista para el año 1985». No les quedaba nada….
En estas estaba Domínguez en los primeros días de Indescomp. Preparaba con su plantilla inicial los juegos que importaba desde el extranjero mientras se avecinaba la llegada del ZX Spectrum, que iba a ser una revolución, cuando un día le llegó una carta.
“Un día recibí un casete de un chaval de Badajoz, Paco Suárez. Había visto nuestros anuncios, sabía que estábamos metidos en temas de informática y nos mandó un programa que había hecho que era un sistema parabólico. Yo no entendía un carajo, tenía a mis chavales que me traducían las cosas y me dijeron que era muy interesante: según el tiempo que tuvieras apretado el botón hacía una parábola. Me pareció interesante y le llamé para que viniera a verme. Me contó su película y le dije:
—«¿Eres capaz de que trabajemos en un juego con este sistema?».
—«Sí», respondió Suarez.
—«Fenomenal».
Lo que Domínguez todavía no sabía es que acababa de poner en marcha el que sería el primer videojuego español de la historia: La Pulga.