LA BODEGA (y III)
Espero delante de la bodega. No hay nadie. Dudo si habíamos quedado este sábado o el anterior. Creo que era hoy. Me dijo a las tres. Son y cuarto. Ahí está.
—Hola —bajando la ventanilla de la furgoneta
—Buenas tardes
—Sube
Abro la puerta, me siento y cierro.
—¿Cómo estás?
—Bien —contesto
—Perdona el retraso
—No pasa nada
—¿Te llamabas?
—Lucas
—Yo Rodrigo
—Me acuerdo, digo, no, que no nos habíamos presentado
—¿Vamos?
Salimos de Castellón. Dirección Norte. Destino Peñíscola.
—… y antes teníamos un bar —continúa
—¿No les fue bien?
—Sí, pero los dueños del local no quisieron renovar el contrato de alquiler
—¿Y eso?
—Se ve que su hijo quería montar un pub
—Y luego, la bodega
—No, trabajamos por cuenta ajena, mi mujer de cocinera y yo de camarero
—¿Por?
—Nos quedaron deudas pendientes del bar
—¿No ganaban dinero?
—Poco, suerte de las máquinas tragaperras
—¿Dan mucho?
—Lo que más, en un mes te sacas un dineral
—Vaya
—Sé de bares que viven casi exclusivamente de ellas
—Joder
—Pero tampoco lo veo bien, prefiero ganar menos pero de mi trabajo
—Claro
—Y luego abrimos la bodega
—Ahí les va bien, ¿no?
—Bueno, no nos podemos quejar
—Y, ¿por qué no siguieron trabajando por cuenta ajena?
—Es que no soporto a los jefes
—¿Mala gente?
—No, pero siempre hay una relación injusta entre trabajador y jefe
—¿Por?
—Aparte de que te traten mejor o peor, uno siempre pierde. Al principio te tienes que esforzar para demostrar lo que vales, después mantenerse para que no parezca que te estás relajando, y al final te das cuenta que das más de lo que recibes a cambio
—Pero, para eso le pagan
—Aparentemente
—No entiendo
—Pues mira, desde mi punto de vista, sólo el tiempo que dedicas a un trabajo, quiero decir, las horas que pasas en el puesto de trabajo y no en otro sitio ya valen su peso en oro, por lo menos yo así lo veo
—Ya
—Y luego tu esfuerzo, tus ganas, tu esmero, incluso tu creatividad o tu buen hacer, eso no tiene precio
—Pero, habla de una persona que vale mucho
—Es que si no te tiran a la calle
—También
—Y para rematar, ¿tú sabes lo que dejas de ganar cuando empiezas a quedarte una hora más por las tardes para acabar la faena, las llamadas desde tu móvil en horas de trabajo para algo de trabajo, o las horas de sueño que pierdes pensando que esto o aquello lo has hecho mal? Todo beneficios para la empresa
—Ya
—Será que soy alérgico al trabajo
—Pero si tiene una bodega propia
—Ahí está la diferencia
—Que trabaja para usted
—Eso es
—Pero, trabajando así los problemas se los lleva a casa, ¿no? Eso dicen algunos
—Y por cuenta ajena aún más
—¿Por?
—Porque te llevas los problemas de tu trabajo a casa y la incertidumbre de que tu jefe te eche la bronca al día siguiente
—También
—De lo que se trata es de desconectar
—Claro
—Hace un bonito día, ¿verdad?
Lo hace. Llovió toda la tarde de ayer y hoy el cielo está despejado, la tierra húmeda. El aire fresco se cuela por la manga de mi camiseta y me acaricia la piel. Sin rastro de humedad pegajosa característica del clima mediterráneo estival a la que, unos con mayor resistencia que otros, nos hemos acostumbrado los que aquí habitamos.
—¿Tan malo es trabajar? —pregunto
—Depende
—Yo no estoy tan mal con mi tío
—Pues tienes mucha suerte
—Ya
—Lo que intentaba explicarte, a ver si puedo concretar, es que cuando trabajas para alguien
—Como yo
—Exacto
—Trabajador por cuenta ajena, como dice usted
—Pues, ya no sé lo que te iba a decir
—Sí, que cuando se trabaja para alguien
—Ya, bueno, da igual, que el tiempo que pierdes en un trabajo podrías dedicarlo a cosas más provechosas
—¿Para quién?
—Para ti, para los demás
—¿Qué demás?
—No sé, es un decir, para tus amigos, tu familia
—Perdone
—¿Por?
—Le he interrumpido
—No te preocupes
—Siga
—¿Dónde estaba?
—En que puedo dedicar mi tiempo a otras cosas
—Eso
—¿Cuáles?
—No sé, ¿a ti qué te gusta hacer?
—Toco un poco la guitarra
—Pues mira, tocar un instrumento, componer canciones
—Es muy difícil
—Pero con la práctica todo se aprende
—Claro
—¿Acaso tú sabías algo de aparatos de aire acondicionado antes?
—No
—Pues ya está
—Ah
—Y cuando empiezas en un trabajo siempre es igual, por mucho que estudies, que estés preparado, cada trabajo es un mundo, un cúmulo de relaciones
—Con sus compañeros
—Y con las máquinas, los ordenadores, los programas esos, no sé, no entiendo mucho
—Sí, sí, sé lo que quiere decir, el software
—Que lo más importante son las ganas, el esfuerzo por aprender, caer y levantarse otra vez
—Está poniendo muy bien el trabajo
—Ah, perdona, es que estaba pensando otra cosa
—¿El qué?
—No sé, en la lucha por vivir
—¿Es dura?
—Ja, ja
—¿De qué se ríe?
—Me hace gracia
—¿El qué?
—Que me preguntes esas cosas
—Es que yo también quiero saber
—Me parece muy bien
—Aunque a veces lo veo todo tan complicado que se me van las ganas
—¿Como qué?
—No sé, paranoias, es que como no sé lo que va a pasar
—¿Con quién?
—Con mi vida, todavía no sé a lo que me quiero dedicar
—Algo te gustará
—Lo de la guitarra de antes
—Pues ya está
—Pero me pongo a darle, a las cuerdas quiero decir, y me veo tocando en escenarios enormes, cantando también
—Perfecto
—Y luego no me sale un acorde, pongo la posición y no suena una mierda
—Ya sonará
—Bueno, cuando estoy mucho tiempo
—Claro
—Cuando dedico mucho esfuerzo
—Es lo que te decía antes
—Pero luego me desmotivo
—Mira, ésa es una de las diferencias entre trabajar solo o para alguien
—¿La motivación?
—Sí, porque una de las grandes luchas internas cuando quieres hacer algo por tu cuenta es la motivación, el interés
—Y solo cuesta
—¿Cómo?
—Que cuando trabaja solo cuesta más motivarse
—Sí
—¿Por?
—Porque tienes que sacar las fuerzas desde dentro, aunque no te apetezca, aunque estés cansado
—Vaya sufrimiento
—No lo sabes bien
—Pero tendrá su recompensa
—Ahí quería llegar
—Porque un trabajo hecho sin obligación ni imposición, más que la de uno mismo, debe ser muy gratificante
—No podía haberlo dicho mejor
—¿Y luego qué?
—¿Qué de qué?
—Cuando lo acaba
—No se acaba nunca
—¿Cómo que no?
—Siempre hay que seguir luchando
—¿Toda la vida?
—Toda
—Joder
—Sí, pero a eso uno también se acostumbra
—Qué pesado
—No creas, es algo que acabas llevando bien
—¿Estar luchando toda la vida?
—Luchar, y luego descansar, claro, pero sin dormirte en los laureles
—¿Y no puedo conseguir algo y luego dejar de luchar?
—No
—¿Y si me toca la primitiva?
—Tienes que seguir igual
—Pero ya no lucho, sólo camino
—Ja, ja
—Se ríe otra vez
—Es que tienes respuesta para todo
—Ay, es lo que pienso
—Pues aunque te toque la primitiva tienes que seguir luchando
—¿Por?
—Porque la lucha misma te hace persona
—¿Y qué somos, animales?
—Lo decía en sentido figurado, pero es buena pregunta
—Sí, lo había comprendido
—Luchar, como te decía al principio, es como aprender, pero al revés
—Yo no veo que
—Porque aún eres joven
—¿Y qué relación tienen?
—Pues que aprender a tu edad es la finalidad para conseguir algo y a mi edad luchar es el medio para conseguirlo
—¿Y usted no aprende?
—Cada día
—Y lucha
—Cada día más
—Se va a hacer rico
—Qué va
—Tanto luchar
—A veces uno lucha consigo mismo
—¿Para qué?, ¿por qué quiere hacerse daño uno?
—No, no, al revés, lucha para no hacérselo
—Ah, contra sus pasiones
—Exacto, y tus debilidades
—Se hace más débil uno cuando más crece, quiere decir
—No, te haces más listo, por lo menos eso te crees, porque luego eres tan imbécil que caes en los mismos errores
—¿Y cuáles son los suyos?
—El sexo
—¿Sí?
—Con otras mujeres
—Ah
—No se lo había dicho a nadie
—Ya
—Pues
—¿Y por qué es un error?
—¿El qué?
—El sexo con otras mujeres
—No lo comprendes
—¿Qué tengo que comprender?
—Nada, perdona
—¿Por qué me pide perdón?
—Porque veo que lo comprendes mejor que yo
—¿Que tenga sexo?
—Bueno, no lo sé
—¿Por?
—Es que me lo has preguntado tan inocente que es imposible mentirte
—Tampoco quiero saber, si no quiere decirme nada
—No, no, si seguro que me ayuda hablar
—¿Por qué no se lo ha dicho a nadie?
—¿A quién?
—No, pregunto porqué
—Porque no conozco a nadie como a ti
—Si a mí no me conoce casi
—Por eso mismo
—Pues dígame, si le sirve de algo
—Nada, tengo relaciones con una chica que trabaja en la panadería de enfrente de la bodega
—¿Desde hace mucho?
—Un año
—¿Y usted la quiere?
—Creo que sí
—¿Y ella a usted?
—No sé
—¿Se lo ha preguntado?
—No
—¿Entonces cómo va a saberlo?
—Es que no quiero saberlo
—¿Por?
—Me da cosa
—No hay nada malo
—No, no, no es eso
—Déjelo, que tampoco importa
—A mí sí que me importa
—Pues pregúnteselo
—Es que ella tiene novio, un chico de veinte que trabaja en un taller de mecánica
—¿Ella cuántos tiene?
—Diecinueve
—¿Y hacen sexo?
—¿Ella y yo?
—Sí
—Todos los viernes
—¿Y eso?
—Mi mujer tiene clase de piano
—¿Toca el piano?
—Desde hace un año
—A mí me encantaría saber
—Pues la chica acaba a las tres de la panadería y viene a la bodega
—¿Y usted qué hace?
—Al principio hablábamos, se tomaba un café con leche. Yo la invitaba pero ella no se dejaba, siempre la moneda en la barra
—Una chica autosuficiente
—Sí. Para mí era como una amiga, yo qué iba a pensar que le gustaba con lo gordo que estoy
—¿Cómo es ella?
—Delgada, rubia, guapísima, la tenías que ver
—¿Y qué pasó?
—Al cabo de unos meses de venir a la bodega, un día, me dijo que era muy guapo, yo le reí la broma, ella se quedó seria
—Bien, ¿no?
—No le di mayor importancia, pensaba que no me había cogido la broma, no sé
—¿Y después?
—Pasó otro mes
—Joder
—Es que yo no lo podía suponer, claro está que me ponía a cien, pero eso nos pasa a la mayoría con ese tipo de chicas
—¿Y?
—Al cabo de otro mes
—¿Otro?
—Sí, vino cuatro o cinco meses
—Joder
—Pues, un viernes no vino
—Ah
—Y así es cómo me enteré
—¿De qué?
—De que le gustaba, hombre
—¿Ah, sí?
—Claro
—¿Y qué hizo?
—Ese viernes nada, al siguiente
—¿Por?
—Ya te lo he dicho, que ese viernes no vino
—Ah, perdone
—Y al siguiente, a las tres, mi mujer se fue a clase de piano y yo salí de la bodega a tomar un poco el aire
—El aire
—Y ella que salía de la panadería, y yo que no sabía dónde mirar
—¿Qué pasó?
—Le saludé a lo lejos
—¿Y ella?
—Me saludó también
—¿Y qué más?
—Se acercó y me miró fijamente
—¿Y usted?
—Yo pensaba que se había enfadado conmigo
—Pero si usted no le hizo nada
—Ya, pero uno se come la cabeza cuando pasan estas cosas
—Ya, ya
—Y me dijo que le gustaba, que le gustaba mucho, que si no le besaba ahora se iba a morir
—¿Y qué hizo?
—Entramos en la bodega, me lavé la cara con agua fresca, es que no me lo podía creer
—¿Por?
—Las mujeres no suelen fijarse en alguien como yo
—¿No?
—Más bien te miran con asco
—¿Y qué pasó?
—Me cogió de la mano y me llevó al almacén
—¿Y?
—Pues ya sabes
—¿El qué?
—Pues eso
—Ya, claro
—Y, nada
—¿Y su mujer?
—No lo sabe
—¿Ella no es de…?
—No creo, vamos, todo sería que estuviera liada con el profesor de piano
—¿Es joven?
—Quién
—El profesor
—Sobre los treinta
—¿Y su mujer?
—Cuarenta y siete, tres menos que yo
—Ya
—Hombre, todo podría ser
—¿Y a usted le importaría?
—No sé
—¿Por?
—Ahora no lo sé, la verdad es que desde que veo a esta chica nuestra relación va mucho mejor, y no sé si es por eso o porque ella se ve también con, no sé
—Pues, si están a gusto así
—Aunque ahora que lo pienso
—¿Sí?
—No creo
—¿El qué?
—Que los viernes se pone la colonia
—¿Cuál?
—Aire de Loewe
—No la conozco
—Se la regalo siempre para nuestro aniversario
—¿Cuándo es?
—El diez de septiembre
—¿Muchos años casados?
—Con el que viene veinte
—¿Van a celebrarlo?
—Sí, le tengo una sorpresa, un crucero por el Mediterráneo
—Qué bien
—Para esas fechas cerramos un par de semanas
—¿Vacaciones?
—Claro
—Pues que les vaya bien
—Sí
—Ya estamos, ¿no?
Llegamos a Peñíscola. Tardamos en aparcar.
—Por fin —dice Rodrigo
—¿Llegamos tarde?
—Aún falta una hora
—Bien
—Si quieres podemos dar un paseo por la costa
—Vale
—El restaurante está por ahí
—Ah
—¿Te apetece algo?
—No sé
—¿Una horchata?
Bebo en pajita. Está fresquísima. La playa abarrotada de gente, sobre todo en primera línea. Detrás, unos juegan a fútbol, otros a la raqueta, otros simplemente miran las horas pasar. Nos sentamos en un banco. Corre la brisa. Cierro los ojos. El sol calienta mi piel. Relajo los músculos de todo el cuerpo. Ay, que se me cae la horchata. Abro los ojos y miro al mar.
—Bonito, ¿verdad? —me pregunta
—Sí
—Cada vez que me acerco al mar me acuerdo de la canción de Serrat
—Mediterráneo
—Es preciosa, llena de verdad
—A mí me encantaría componer algún día una canción así
—Lo harás
—¿Por qué dice eso?
—Porque pareces buen chaval
—¿Sólo por eso?
—Ahora me pones en un compromiso
—Déjelo, sólo quería saber
—¿El qué?
—Si valgo o no
—Tú sabrás
—Yo no tengo ni idea
—Ahora disfruta del sol
—Pero es que a veces tengo miedo
—Miedo tenemos todos
—¿Usted también?
—Claro
—Yo pensaba
—La seguridad no existe
—Tengo miedo a fracasar, al dolor
—Cuidado que a veces es peor el miedo al dolor que el dolor mismo
—Es todo un luchador
—No hay otra salida
—Me encantaría ser como usted de mayor
—¿Me estás llamando viejo?
—No, no
—Bueno, tampoco soy un chaval
—Un buen amigo
—Gracias
—Pues, eso
—¿Vamos?
Entramos en el restaurante. Rodrigo enseña las acreditaciones. Pasamos a una gran sala llena de mesas blancas. Nos sentamos delante de una de ellas. Sobre la mesa, seis copas de vino. Nunca mejor dicho. Comienza el presentador con una breve explicación de los caldos de su bodega en Requena. Escucho atento. Nos sirven vino crianza. Probamos. Luego un reserva. Apenas noto la diferencia. Miro a Rodrigo. Le digo que no tengo ni idea. Me dice que si me interesa puedo ir a la conferencia que están dando en la sala contigua. Le pregunto si no le importa. Me dice que nos vemos luego. Me levanto en silencio y busco la sala. Entro. Me siento en la última fila. En la pared se proyecta el programa. Curso de iniciación a la cata de vino. Presto atención. La conferenciante termina con el primer punto. Historia del vino. Define la cata. Conjunto de métodos y técnicas que permiten percibir, identificar y apreciar, mediante los órganos de los sentidos, las propiedades de un vino. Segundo punto. Las condiciones de iluminación, aireación, humedad, temperatura y equipamiento. Tercer punto. Las fases de la cata. Visual, olfativa y gustativa. Me quedo pensando en esta última. Las zonas de percepción de los sabores en la lengua. El gusto dulce se percibe en la punta de la lengua, el salado en los costados, en ácido sobre la lengua, a los lados, y el amargo en el fondo. Cuarto punto. La copa. Herramienta del catador. Vehículo para presentar el vino a nuestros sentidos. Quinto punto y último. Cata de cinco vinos. Blanco, rosado, tinto, espumoso y generoso. Salgo un poco mareado. Busco a Rodrigo. Está hablando. Espero.
—¿Cómo ha ido?
—Bien —le digo—. ¿Qué es eso?
—Me han endosado una caja de vino
—¿Qué hacemos?
—No sé tú, pero yo me muero por un cigarro
Salimos del restaurante. Fumamos al sol. Se me va el efecto vino. Llevamos la caja al coche. Damos una vuelta por el paseo marítimo hasta el castillo. Merendamos en la terraza de un bar. Hablamos. De mujeres y vino. De la importancia de escuchar. Subimos al castillo. Nos sentamos en la primera fila del concierto de música barroca. Tocan Bach. Me acuerdo del concierto en el Principal con Noel. Del cáncer de su mujer. De cómo se las ingenia para conseguir entradas. Del trabajo. De los compañeros. Termina el concierto de música clásica. Rodrigo me acerca a casa. Me regala un par de botellas de vino crianza. Nos despedimos y le vuelvo a dar las gracias.