REPASO

—Buenas tardes, Doña Mercedes

—¿Qué haces tú aquí, Lucas?

—Repaso

—Pero, si

—Da igual

—¡A ver, empezamos! —A los alumnos

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—¡Vale, vale!

—Doña Mercedes. —Seguimos con el texto donde lo habíamos dejado

—Señorita, se me ha olvidado el texto en casa —el Peludo

—Mira el de Lucas

—Es que a la derecha no sé mirar, no veo el teclado

—Es que no hay que mirar el teclado

—Ya, pero si se me engancha un dedo

—Ay, qué tortura, toma

—Gracias

—¿Seguimos? —a la clase—. Silencio, por favor. Cuatro minutos. ¡Tiempo!

Le aterraba comprobar la sangre manchando su piel. Llegaron vecinos y cotillas del lugar, todos en un gran círculo rodeando al chaval. Al final, visto que nadie osaba levantar la teja, fue la madre quien, armada de valor y coraje, alzó lentamente la pieza que cubría su cara. Mientras lo hacía, no eran pocos los impacientes que se apresuraban a comprobar lo que más tarde harían todos; que el chaval estaba vivo, por lo menos respiraba. Se levantó, abrió los ojos, y desplegó una gran sonrisa deformada por la teja. Todos los allí presentes lloraron de felicidad. Bueno, alguno rió con un poquito de maldad. La noticia corrió como la pólvora y cientos de curiosos se acercaron a husmear. Cara de Teja les miraba todavía con más curiosidad. Y es que no fue consciente de su singularidad hasta que no vio su rostro reflejado en el espejo. Así fue como Cara de Teja, consciente de su diferencia, supo que jamás sería un chaval como el resto. El mismo día que decidió escribir, con pluma y tintero, «Las increíbles aventuras de Cara de Teja, un paso en falso y mira lo que te puede pasar».

—¡Tiempo! ¡Tiempo! ¡Carlos, no me has oído!

—Sí

—Pues a contar, y sin hacer trampas

—Qué mal —me dice el Peludo

—Espera que acabe de contar

—¿Cuántas?

—Espera

—Yo ciento ochenta

—Doscientas cuarenta y cinco, menos el último fallo que resta cinco, dos cuarenta

—Joder

—¿Lucas? —Se interesa por mí Doña Mercedes

—¿Sí?

—Sal un momento

—Dile lo del jefe de estudios —el Peludo

—Dígame

—¿No quedamos que hablarías con Don Vicente?

—Ya, pero es que me sabe mal molestar

—Pero si estás aprobado

—No he llegado todavía a las doscientas cincuenta

—Si no te falta nada, un poco de práctica en casa y ya las tienes. ¿Quieres que hable yo con él?

—Da igual, gracias

—Como quieras, tampoco hace falta que vengas todos los días a repaso, conque te pases el lunes por la tarde

—Gracias

—¿Qué quería? —El Peludo

—Nada

—¿Una partida abajo?

—Me piro a casa que estoy cansado

—¿Un cigarrito?

—Eso sí

Pasamos por delante del despacho de Don Vicente. No está. Nos sentamos en las escaleras a fumar.