LA CARTA FINAL

Él se las arregló para enviar correos a casa antes del final. Un par de tarjetas postales con algunas boberías agradables. Me mandó una, me llamó el Conde Fenris. Me recomendó las playas de Azua si no las había visitado todavía. Le escribió a Lola también; le llamó Mi Querida Bruja Bene Gesserit.

Y entonces, casi ocho meses después de su muerte, llegó un paquete a la casa de Paterson. ¡Háblese después de Dominican Express! Traía dos manuscritos. Uno era más capítulos de su opus que nunca terminaría, una ópera del espacio en cuatro tomos al estilo de E.E. «Doc» Smith llamada Starscourge, y el otro era una larga carta a Lola, al parecer lo último que escribió antes que lo mataran. En esa carta habla de sus investigaciones y del nuevo libro que estaba escribiendo, un libro que enviaba en paquete aparte. Le dijo que estuviera pendiente de él. Contiene todo lo que he escrito durante este viaje. Todo lo que pienso que necesitarás. Entenderás cuando leas mis conclusiones. (Es la cura para lo que nos aflige, le escribió en los márgenes. El ADN del Universo.)

¡El único problema fue que el fokin paquete nunca llegó! O se perdió en el correo o lo mataron antes de que lo enviara, o la persona a quien se lo había confiado se le olvidó mandarlo.

De todas formas, el paquete que sí llegó tenía ciertas noticias sorprendentes. Resulta que hacia el final de aquellos veintisiete días, el palomo logró sacar a Ybón de La Capital. Durante un fin de semana completo se escondieron en una playa en Barahona mientras el capitán andaba de viaje de «negocios», y adivinen qué… Ybón lo besó de verdad. ¿Y qué más? Ybón rapó con él de verdad. ¡Alabao sea Dios! Informó que le había gustado y que el tú sabes qué de Ybón no sabía como se había imaginado. Sabía a Heineken, observó. Escribió que todas las noches Ybón tenía pesadillas en las que el capitán los había encontrado; una vez se despertó y dijo con voz de verdadero miedo: Óscar, él está aquí, y en realidad creía que estaba, y Óscar se despertó y se lanzó sobre el capitán, pero resultó que era solo un carapacho de tortuga que el hotel había colgado en la pared como decoración. ¡Casi me reviento la nariz! Escribió que Ybón tenía unos vellitos que iban casi hasta el ombligo y que bizqueaba cuando la penetraba, pero que lo que realmente lo sorprendió no fue el bam-bam-bam del sexo, sino las pequeñas intimidades que nunca en su vida había anticipado, como peinarle el pelo o bajar su ropa interior de la tendedera o verla caminar desnuda al baño o la manera en que se sentaba de repente en su regazo y ponía la cara en su cuello. Intimidades como escucharla hablar de su niñez y que él le dijera que había sido virgen toda su vida. Escribió que no podía creer que hubiera tenido que esperar por esto tanto fokin tiempo. (Fue Ybón quien sugirió que se le diera otro nombre a la espera. Sí, ¿como qué? Quizá, dijo ella, pudieras llamarlo una vida.) Escribió: ¡Así que esto es de lo que todo el mundo siempre está hablando! ¡Diablo! Si lo hubiera sabido. ¡La belleza! ¡La belleza!