Capítulo 7
El florecimiento de la Groenlandia noruega[6]
La avanzadilla de Europa * El clima de Groenlandia en la actualidad * Animales y plantas autóctonos * La colonización noruega * La agricultura * La caza y la pesca * Una economía integrada * Sociedad * El comercio con Europa * Imagen de sí misma
Mi primera impresión de Groenlandia fue que su nombre era una crueldad poco apropiada, ya que solo veía un paisaje de tres colores, blanco, negro y azul, donde predominaba abrumadoramente el blanco[7]. Algunos historiadores piensan que Erik el Rojo, el fundador de la colonia vikinga de Groenlandia, acuñó el nombre en realidad con la intención de encandilar a los demás vikingos para que lo acompañaran. A medida que el avión en el que viajaba desde Copenhague se aproximaba a la costa oriental de Groenlandia, las primeras cosas que se veían tras el océano azul oscuro era una vasta zona de un blanco resplandeciente que se extendía hasta donde alcanzaba la vista, el casquete polar más grande del mundo exceptuando el de la Antártida. Las costas de Groenlandia se alzan abruptamente hasta una meseta cubierta de hielo que se extiende por la mayor parte de la isla y desagua en inmensos glaciares que fluyen hasta el mar. El avión sobrevoló cientos de kilómetros de esta gran extensión blanca, desde la que el único color visible adicional era el negro de las montañas de piedra desnudas que se alzan sobre ese océano de hielo y se esparcen sobre él como negros islotes. Solo cuando el avión descendió desde la meseta hacia la costa occidental pude atisbar otros dos colores en una estrecha franja que perfila la capa de hielo en la que se combinan zonas parduscas de grava desnuda con tenues zonas verdes de musgo o liquen.
Pero cuando aterricé en el principal aeropuerto del sur de Groenlandia, en Narsarsuaq, y atravesé el fiordo salpicado de icebergs hasta Brattahlid, el lugar que escogió Erik el Rojo para establecer su granja, descubrí sorprendido que el nombre de Groenlandia podría haberse otorgado con honestidad, y no como una engañosa estrategia de mercadotecnia. Agotado por un largo vuelo desde Los Ángeles hasta Copenhague para después retroceder hacia Groenlandia, tras haber atravesado trece zonas horarias, me dispuse a dar un paseo entre las ruinas noruegas; pero enseguida necesité dar una cabezada, y tenía tanto sueño que ni siquiera pude reunir fuerzas para recorrer los pocos cientos de metros que me separaban del albergue en el que había dejado la mochila. Afortunadamente, las ruinas se encuentran en mitad de unos exuberantes prados de mullida hierba que alcanza unos treinta centímetros de altura, crece sobre un lecho de musgo y está salpicada de abundantes ranúnculos amarillos, ásteres blancos y adelfillas rosas. Allí no había ninguna necesidad de colchoneta de aire ni de almohada: quedé sumido en un profundo sueño en la cama natural más acolchada y hermosa que se pueda imaginar.
En palabras de mi amigo arqueólogo noruego Christian Keller, «la vida en Groenlandia consiste únicamente en buscar los trechos buenos de recursos útiles». A pesar de que el 99 por ciento de la isla está verdaderamente compuesta por zonas blancas o negras inhabitables, hay dos zonas verdes en el interior de dos sistemas de fiordos de la costa sudoccidental. Allí, unos fiordos estrechos y alargados se adentran mucho en la tierra, de tal modo que sus cabeceras quedan muy lejos de las frías corrientes oceánicas, los icebergs, las salpicaduras de sal y el viento que impide que la vegetación crezca a lo largo de todo el perímetro litoral de Groenlandia. Diseminados a lo largo de estos fiordos, con vertientes en su mayor parte abruptas, hay pequeñas parcelas de terreno más llano con innumerables pastizales, entre los que se encuentra aquel en que di una cabezada, y que son idóneos para alimentar ganado. Durante casi quinientos años, entre 984 y algún momento del siglo XV, esos dos sistemas de fiordos alimentaron a la avanzadilla más remota de la civilización europea, donde los escandinavos que se encontraban a 2400 kilómetros de Noruega construyeron una catedral y varias iglesias, escribieron en latín y en antiguo norse, blandieron utensilios de hierro, pastorearon animales de granja, siguieron la última moda europea en el vestir… y finalmente desaparecieron.
El misterio de su desaparición queda simbolizado por la iglesia de piedra de Hvalsey, la edificación más famosa de la Groenlandia noruega cuya fotografía puede encontrarse en cualquier folleto publicitario de los que promocionan el turismo en Groenlandia. Desde las praderas de la cabecera de aquel largo y ancho fiordo rodeado de montañas, la iglesia domina una vista espléndida sobre una panorámica de docenas de kilómetros cuadrados. Sus muros, su acceso occidental, sus hornacinas y sus aguilones de piedra todavía continúan intactos: solo falta el tejado de turba original. Alrededor de la iglesia yacen los restos de los habitáculos para vivir, los establos, los almacenes, los cobertizos para barcas y los pastizales que sustentaban a las personas que erigieron aquellas edificaciones. De todas las sociedades europeas medievales, la de la Groenlandia noruega es de la que mejor se conservan sus ruinas, precisamente porque sus asentamientos fueron abandonados intactos, mientras que casi todos los asentamientos medievales importantes de Gran Bretaña y la Europa continental pasaron a ser ocupados y acabaron enterrados bajo otras construcciones posteriores a las de la Edad Media. Cuando uno visita Hvalsey en la actualidad, casi espera ver salir vikingos de esos edificios, pero en realidad todo está silencioso: prácticamente no vive nadie en más de treinta kilómetros a la redonda. Quienquiera que construyera aquella iglesia sabía lo bastante para recrear una comunidad europea y mantenerla durante siglos; pero no lo suficiente para que sobreviviera durante más tiempo.
Para acrecentar el misterio, los vikingos compartieron Groenlandia con otro pueblo, los inuit (esquimales), mientras que los escandinavos de Islandia dispusieron de toda la isla para sí y no encontraron ninguna dificultad adicional que agravara sus propios problemas. Los vikingos desaparecieron de Groenlandia, pero los inuit sobrevivieron; lo cual demuestra que la supervivencia de los seres humanos en Groenlandia no era imposible y que la desaparición de los vikingos no era inevitable. Conforme va uno paseando por los alrededores de las granjas modernas de Groenlandia, puede apreciar de nuevo en la población los rasgos de aquellas mismas dos poblaciones que compartieron la isla en la Edad Media: los inuit y los escandinavos. En 1721, trescientos años después de que los vikingos de la Edad Media desaparecieran, otros escandinavos (los daneses) regresaron a Groenlandia para asumir el control de la misma; no fue hasta 1979 cuando los indígenas del territorio consiguieron la autonomía. Durante toda mi visita a Groenlandia me resultaba desconcertante ver a los muchos escandinavos rubios y con los ojos azules que trabajaban allí y recordar que fueron personas como ellas quienes construyeron la iglesia de Hvalsey y las demás ruinas que estaba estudiando, y también quienes después desaparecieron de allí. ¿Por qué aquellos escandinavos de la Edad Media no consiguieron en última instancia resolver los problemas de Groenlandia mientras que los inuit sí lo consiguieron?
Al igual que el destino de los anasazi, el destino de los noruegos de Groenlandia se ha atribuido con frecuencia a diferentes explicaciones en las que interviene un único factor, sin que se llegue a un acuerdo en lo que se refiere a cuál es la correcta. Una de las teorías predilectas ha sido la del empeoramiento del clima, invocada en formulaciones en exceso simples del tipo de (en palabras del arqueólogo Thomas McGovern) «el clima se volvió demasiado frío y se murieron». Otras teorías que atribuyen su desaparición a un único factor son la del exterminio de los noruegos por parte de los inuit, la del abandono de los noruegos por parte de los europeos del continente, la del deterioro medioambiental y la de haber mantenido una actitud incorregiblemente conservadora. En realidad, la extinción de los noruegos de Groenlandia constituye un caso enormemente instructivo, precisamente porque plantea la significativa participación de los cinco factores explicativos que expuse en la introducción de este libro. Es un caso muy rico no solo en lo que respecta a sus verdaderas causas, sino también en lo relativo a la información de que disponemos sobre él, ya que los noruegos dejaron registros escritos de Groenlandia (mientras que los isleños de Pascua y los anasazi no disponían de escritura) y porque comprendemos la sociedad europea medieval mucho mejor de lo que comprendemos la sociedad polinesia o la de los anasazi. No obstante, todavía quedan por responder muchas preguntas importantes incluso acerca de este colapso preindustrial profusamente documentado.
¿Cómo era el entorno en el que surgieron, prosperaron y desaparecieron las colonias de estos escandinavos de Groenlandia? Los noruegos vivían en dos asentamientos de la costa occidental de Groenlandia ligeramente por debajo del círculo polar ártico, en latitudes comprendidas entre los 61° y 64° norte. Eso quiere decir que estaban más al sur que la mayor parte de Islandia y que su latitud es comparable a las de Bergen y Trondheim, en la costa occidental de Noruega. Pero Groenlandia es más fría que Islandia o Noruega, ya que estas últimas están bañadas por la cálida corriente del Golfo procedente del sur, mientras que la costa occidental de Groenlandia está bañada por la fría corriente de Groenlandia occidental procedente del Ártico. Como consecuencia de ello, incluso en los emplazamientos de los primeros asentamientos noruegos, que gozan del clima más benigno de Groenlandia, el clima puede resumirse en cuatro palabras: frío, variable, ventoso y neblinoso.
En la actualidad, las temperaturas veraniegas medias de esos asentamientos son de en torno a 5 o 6 °C en el perímetro costero y 10 °C en el interior de los fiordos. A pesar de que no parezca tan frío, es preciso recordar que eso sucede solo durante los meses más cálidos del año. Además, los fuertes vientos secos soplan con frecuencia procedentes del casquete de hielo de Groenlandia, con lo cual dan lugar a ventisqueros en el norte y llegan a bloquear los fiordos con icebergs que originan densas nieblas incluso durante el verano. Tal como me habían dicho y tuve la ocasión de comprobar durante mi visita estival, lo habitual era que el clima variara enormemente en lapsos muy cortos de tiempo, y que esas fluctuaciones incluyeran lluvias torrenciales, vientos fuertes y niebla, los cuales a menudo impedían viajar en barco. Pero los barcos son los principales medios de transporte en Groenlandia debido a que la costa es muy accidentada por las ramificaciones de los fiordos. (Incluso hoy día, no hay carreteras que unan los principales centros de población de Groenlandia, y las únicas comunidades unidas por carretera, o bien se encuentran en la misma cara del mismo fiordo, o bien en caras adyacentes de diferentes fiordos separadas únicamente por una cresta montañosa). Una de esas tormentas abortó mi primera tentativa de llegar a la iglesia de Hvalsey: un 25 de julio llegué por vía marítima a Qaqortoq con buen tiempo para ver cómo el tráfico marítimo desde allí quedaba suspendido el 26 de julio por el viento, la lluvia, la niebla y los icebergs. El 27 de julio el tiempo volvió a ser apacible y llegamos a Hvalsey, y al día siguiente partimos en barco de vapor desde el fiordo de Qaqortoq hacia Brattahlid bajo un cielo azul.
Viví el clima de Groenlandia en el mejor momento, en el emplazamiento del asentamiento noruego más meridional y en pleno verano. Como buen californiano del sur, acostumbrado a los cálidos días soleados, diría que las temperaturas que soporté entonces fueron «entre frescas y frías». Siempre tuve que llevar sobre la camiseta, la camisa de manga larga y el suéter algo que no dejara pasar el viento, y con frecuencia añadía también el grueso anorak que adquirí en mi primer viaje al Ártico. La temperatura parecía cambiar reiterada y repentinamente en oscilaciones que se producían en menos de una hora. En ocasiones me parecía que mi ocupación principal mientras caminaba por Groenlandia consistiera en ponerme y quitarme el anorak para adaptarme a esos frecuentes cambios de temperatura.
Para complicar aún más el esbozo que acabo de hacer del clima habitual de Groenlandia, el tiempo puede variar en poca distancia y de un año a otro. Las variaciones climáticas en zonas muy próximas explican en parte el comentario que me hizo Christian Keller sobre la importancia de encontrar los trechos buenos con los recursos de Groenlandia. Las variaciones anuales afectan al crecimiento de los prados para obtener el heno del que dependía la economía noruega, así como también a la cantidad de hielo marino, que a su vez afecta a la caza de focas y a la posibilidad de emprender travesías marítimas comerciales, ambas importantes para los vikingos. Las variaciones climáticas tanto en distancias reducidas como de un año a otro resultaron críticas, puesto que Groenlandia era adecuada para producir el heno de los noruegos en el mejor de los casos solo con escasa rentabilidad, de manera que establecerse en un lugar ligeramente peor que otro, o atravesar un año solo levemente más frío de lo habitual, podía traducirse en no disponer de heno suficiente para alimentar al ganado durante el invierno.
Por lo que respecta a los cambios en función de la ubicación, una diferencia importante es que uno de los dos asentamientos vikingos se encuentra 480 kilómetros al norte del otro, aunque engañosamente se denominaban «asentamiento occidental» y «oriental» en lugar de «septentrional» y «meridional». (Dichos nombres tuvieron consecuencias desafortunadas siglos más tarde, cuando la denominación de «asentamiento oriental» confundió a los europeos que buscaron a los durante mucho tiempo perdidos noruegos de Groenlandia en el lugar equivocado, en la costa oriental de Groenlandia en lugar de en la costa occidental en la que realmente habían vivido). Las temperaturas estivales son igual de cálidas en el asentamiento occidental que en el oriental. Sin embargo, la estación de crecimiento es más corta en el asentamiento occidental (solo cinco meses con temperaturas medias superiores a 0 °C, en lugar de los siete meses del asentamiento oriental), ya que a medida que uno va desplazándose hacia el norte hay menos días veraniegos de luz solar y menor temperatura cálida. Otra variación del clima en función de la localización es que en la desembocadura de los fiordos, que están expuestos directamente a la corriente occidental de Groenlandia, hace más frío, hay más humedad y más niebla que en el interior de los fiordos, las zonas más protegidas y alejadas del mar.
Hay que añadir otra variación más en función de la localización que no pude evitar percibir durante mis viajes; se trata de que en algunos fiordos desembocan glaciares que vierten en ellos, mientras que en otros no sucede esto. Los fiordos que tienen glaciares reciben constantemente icebergs de origen próximo, mientras que los que carecen de glaciares solo reciben los que el océano arrastre a la deriva. Por ejemplo, en julio vi que el fiordo Igaliku (en el que se encuentra la catedral de la Groenlandia vikinga) no tenía icebergs porque no desembocaba en él ningún glaciar; el fiordo de Eirik (en el que se encuentra Brattahlid) tenía icebergs diseminados porque en ese fiordo desemboca un glaciar; y el siguiente fiordo al norte de Brattahlid, el fiordo de Sermilik, cuenta con muchos glaciares grandes y está infranqueablemente obstruido por el hielo. (Esas diferencias, así como las grandes variaciones de tamaño y forma de los icebergs, constituían una de las razones por las que el paisaje de Groenlandia me resultaba interesante de forma continua a pesar de su escaso colorido). Mientras Christian Keller estaba estudiando un yacimiento arqueológico aislado en el fiordo de Eirik solía ir caminando por la montaña para visitar a algunos arqueólogos suizos que estaban excavando un yacimiento en el fiordo de Sermilik. El campamento de los suecos era considerablemente más frío que el de Christian, y consecuentemente la granja de los vikingos que los desafortunados suecos habían decidido estudiar había sido más pobre que la granja que estaba estudiando Christian (porque el emplazamiento de los suecos era más frío y proporcionaba menos heno).
Las variaciones climáticas anuales quedan ilustradas por la experiencia reciente de los rendimientos de heno en las explotaciones de ganado ovino que reanudaron su funcionamiento en Groenlandia a principios de la década de 1920. Los años más húmedos suponían un mayor crecimiento de vegetación, que por regla general representa buenas noticias para los pastores porque se traducía en un incremento del heno para alimentar sus ovejas y de la hierba con que se alimentaba al caribú salvaje (y, por tanto, del número de caribús que cazar). Sin embargo, si cae demasiada lluvia durante la siega del heno en agosto y septiembre la producción de heno decrece porque tarda mucho en secarse. Un verano frío es perjudicial porque disminuye el crecimiento del heno; un invierno largo resulta malo porque supone que hay que guardar a los animales en establos durante más meses y hace falta más heno; y un invierno con mucha deriva de hielo procedente del norte es malo porque se traduce en nieblas veraniegas más densas que son perjudiciales para el crecimiento del heno. Este tipo de variaciones climáticas anuales, que vuelven azarosa la vida de los actuales ganaderos de ovino de Groenlandia, debieron de hacerla más azarosa también para los noruegos de la Edad Media.
Esas son las variaciones climáticas que pueden observarse hoy día en Groenlandia de un año a otro o de un decenio a otro. ¿Cuáles fueron las variaciones climáticas del pasado? Por ejemplo, ¿cómo era el clima en la época en que los noruegos llegaron a Groenlandia y cómo varió durante los cinco siglos siguientes que sobrevivieron? ¿Cómo podemos averiguar algo acerca del clima del pasado en Groenlandia? Contamos con tres fuentes de información principales: los registros escritos, el polen y los depósitos de hielo.
En primer lugar, como los noruegos de Groenlandia disponían de escritura y recibieron la visita de islandeses y noruegos, a quienes en la actualidad nos interesamos por el destino de los vikingos de Groenlandia nos habría venido bien que se hubieran molestado en dejar algún registro del clima de Groenlandia por aquel entonces. Lamentablemente para nosotros no lo hicieron. No obstante, disponemos de muchos registros sobre el clima de Islandia en diferentes años —que contienen menciones al clima frío, a las lluvias o la deriva de hielos marinos— que comprenden desde comentarios secundarios en diarios y cartas hasta anales e informes. Esa información sobre el clima islandés resulta de cierta utilidad para comprender el clima de Groenlandia, puesto que un decenio frío en Islandia suele ser frío también en Groenlandia, si bien las coincidencias no encajan a la perfección. Pisamos un suelo más firme en lo que se refiere a la interpretación de la relevancia para Groenlandia de los comentarios sobre las derivas de hielo marino en torno a Islandia, ya que se trataba del mismo hielo que dificultaba la navegación hacia Groenlandia desde Islandia o Noruega.
Nuestra segunda fuente de información sobre el clima de Groenlandia en el pasado consiste en las muestras de polen de los depósitos que han perforado en lagos y ciénagas de Groenlandia los palinólogos, los científicos que estudian el polen, y cuyas contribuciones a la historia de la vegetación de la isla de Pascua y del territorio maya ya hemos visto (en los capítulos 2 y 5). Perforar el fango del lecho de un lago o ciénaga puede no resultar emocionante para el resto de nosotros, pero representa el nirvana para un palinólogo, ya que las capas de fango más profundas se depositaron hace más tiempo. La datación mediante radiocarbono de los materiales orgánicos contenidos en una muestra de barro determina cuándo se depositó esa capa concreta de fango. Los granos de polen de diferentes especies vegetales tienen diferente aspecto cuando se observan al microscopio, de modo que los granos de polen de la muestra de barro que uno analiza indican (si uno es palinólogo) qué plantas crecieron cerca del lago o ciénaga y liberaron el polen que acabó cayendo allí ese año. A medida que el clima del pasado fue volviéndose más frío en Groenlandia, los palinólogos descubren que el polen deja de proceder de árboles que necesitan calor para pasar a ser únicamente el de pastos y juncias resistentes al frío. Pero ese mismo espectro de pólenes puede significar también que los noruegos se dedicaron a talar árboles, de modo que los palinólogos han tratado de buscar otras formas de diferenciar esas dos posibles interpretaciones del descenso de la cantidad de polen procedente de árboles.
Por último, la información con diferencia más precisa sobre el clima del pasado en Groenlandia procede de los depósitos de hielo. En el clima frío y con intervalos de humedad de Groenlandia los árboles son pequeños, crecen solo en algunas zonas y su madera se deteriora rápidamente, de modo que en Groenlandia no disponemos de troncos que conserven intactos sus anillos, como los que permitieron a los arqueólogos reconstruir año a año las variaciones climáticas del árido sudoeste de Estados Unidos habitado por los anasazi. En lugar de los anillos de los árboles, los arqueólogos de Groenlandia tienen la suerte de poder estudiar los anillos del hielo; o, en realidad, las capas de hielo. La nieve que cae todos los años sobre el casquete de hielo de Groenlandia acaba comprimiéndose por el peso de la nieve convertida en hielo de los años posteriores. El oxígeno del agua que compone la nieve o el hielo puede contener tres isótopos diferentes, es decir, tres tipos distintos de átomos de oxígeno que difieren únicamente en su peso atómico debido la diferente cantidad de neutrones sin carga del núcleo del átomo de oxigeno. La forma abrumadoramente predominante de oxígeno natural (el 99,8 por ciento del total) es el isótopo de oxígeno 16 (que quiere decir oxígeno de peso atómico 16), pero también hay una pequeña proporción (el 0,2 por ciento) de oxígeno 18 y una cantidad aún menor de oxígeno 17. Los tres isótopos son estables y no radiactivos, pero aun así pueden distinguirse mediante un instrumento denominado «espectrómetro de masas». Cuanto más elevada es la temperatura a la que se forma la nieve, más alta es la proporción de oxígeno 18 en el oxígeno de la nieve. Por tanto, la nieve estival de cada año tiene una proporción más alta de oxígeno 18 que la nieve invernal de ese mismo año. Por esa misma razón, la proporción de oxígeno 18 de la nieve de un determinado mes de un año cálido es mayor que la del mismo mes de un año más frío.
Por consiguiente, a medida que se va profundizando en el casquete helado de Groenlandia (algo que los científicos dedicados a ello en Groenlandia han llegado a hacer hoy día hasta una profundidad de más de tres kilómetros) y se determina la proporción de oxígeno 18 en función de la profundidad, se ve que dicha proporción oscila arriba y abajo conforme uno va atravesando la capa de hielo estival de un año para adentrarse en la de hielo invernal del año anterior y, después, en la del hielo del verano anterior, debido a los predecibles cambios de temperatura estacionales. También se observa que los valores de oxígeno 18 difieren entre veranos e inviernos diferentes, debido a las impredecibles fluctuaciones anuales de la temperatura. Por tanto, los depósitos de hielo de Groenlandia arrojan una información similar a la que los arqueólogos que estudian los anasazi deducen de los anillos de los árboles: el hielo nos indica las temperaturas veraniega e invernal de cada año; adicionalmente, el grosor de la capa de hielo comprendida entre dos veranos consecutivos (o entre dos inviernos consecutivos) nos indica la cantidad de precipitaciones caídas durante ese año.
Hay otro rasgo más del clima acerca del cual podemos averiguar algo a partir de los depósitos de hielo, pero no a partir de los anillos de los árboles; se trata del tiempo tormentoso. Los vientos de las tormentas recogen sales pulverizadas desde el océano que circunda Groenlandia, pueden arrastrarlo tierra adentro sobre el casquete de hielo y arrojar allí en forma de nieve parte de la pulverización salina congelada que contiene los iones de sodio del agua marina. Los vientos tormentosos también arrastran sobre el casquete de hielo polvo atmosférico originado muy lejos, en zonas secas y polvorientas del continente, y ese polvo contiene una proporción elevada de iones de calcio. La nieve formada a partir de agua pura carece de estos dos iones. Cuando en una capa de hielo del casquete polar aparece una concentración alta de sodio y calcio, puede significar que ese año fue tormentoso.
En resumen, podemos reconstruir el clima del pasado de Groenlandia a partir de los registros islandeses, el polen y los depósitos de hielo; y estos últimos nos permiten reconstruir el clima con una precisión anual. ¿De qué nos hemos enterado gracias a todo ello?
Tal como se esperaba, nos hemos enterado de que el clima fue más cálido tras el final de la Edad del Hielo, hace aproximadamente catorce mil años; los fiordos de Groenlandia se volvieron simplemente «fríos» y no «tremendamente fríos», y desarrollaron una vegetación de monte bajo. Pero el clima de Groenlandia no ha permanecido tediosamente estable durante los últimos catorce mil años: se ha vuelto más frío durante algunos períodos y después ha vuelto a ser de nuevo más moderado. Esas fluctuaciones climáticas fueron importantes para que algunos pueblos indígenas americanos anteriores a los nórdicos colonizaran Groenlandia. Pese a que el Ártico cuenta con pocas especies de presa —fundamentalmente, el reno, las focas, las ballenas y el pescado—, esas pocas especies son a menudo abundantes. Pero si las habituales especies de presa desaparecen o se mudan, puede no haber ninguna especie de presa alternativa sobre la que abalanzarse, como puede hacerse en latitudes más bajas, donde hay mayor diversidad. Por tanto la historia del Ártico, incluida la de Groenlandia, es la historia de pueblos que llegan, ocupan amplias extensiones durante muchos siglos y después decaen, desaparecen o tienen que alterar la forma de vida adoptada en grandes extensiones cuando los cambios climáticos acarrean alteraciones que afectan a la abundancia de presas.
Durante el siglo XX se han observado de primera mano este tipo de consecuencias de los cambios climáticos sobre los cazadores indígenas de Groenlandia. El aumento de la temperatura del mar a principios del siglo XX provocó la práctica desaparición de las focas en el sur de Groenlandia. La caza de focas resurgió cuando el clima se volvió de nuevo más frío. Después, cuando el clima volvió a ser muy frío, entre 1959 y 1974, las poblaciones de especies de focas migratorias cayeron en picado debido al hielo marino, y las capturas globales de animales marinos por parte de los cazadores de focas indígenas de Groenlandia también decayeron; pero los groenlandeses evitaron morir de hambre dedicándose a las focas oceladas, una especie que continuó siendo habitual debido a que realiza en el hielo unos agujeros a través de los cuales respira. Fluctuaciones climáticas similares, con sus consiguientes consecuencias sobre la abundancia de presas, pueden haber contribuido a la primera colonización por parte de indígenas americanos en torno al año 2500 a. C., a su declive o desaparición en torno al año 1500 a. C., a su posterior regreso y su nuevo declive, y por fin a su completo abandono del sur de Groenlandia en algún momento anterior a la llegada de los nórdicos, alrededor del año 980 de nuestra era. Así pues, los colonos noruegos no encontraron inicialmente a ningún indígena americano, aunque sí ruinas abandonadas por poblaciones anteriores. Por desgracia para los noruegos, el clima más cálido en la época de su llegada permitió que, al mismo tiempo, el pueblo inuit (más conocidos como «esquimales») se expandiera rápidamente hacía el este desde el estrecho de Bering a través del Ártico canadiense. Los inuit llegaron gracias a que el hielo que había bloqueado de forma permanente los canales entre las islas del norte de Canadá durante los siglos fríos comenzó a fundirse en verano, lo cual permitió que las ballenas francas o de Groenlandia, el pilar de la subsistencia de los inuit, atravesaran aquellas vías acuáticas hacia el Ártico canadiense. Ese cambio climático permitió a los inuit llegar al noroeste de Groenlandia, procedentes de Canadá, en torno al año 1200, lo cual tuvo importantes repercusiones para los noruegos.
Entre los años 800 y 1300 los depósitos de hielo nos indican que el clima de Groenlandia fue relativamente suave, parecido al clima groenlandés de hoy día o incluso ligeramente más cálido. Aquellos siglos de clima suave se denominan «Período Cálido Medieval». Por tanto, los noruegos llegaron a Groenlandia durante una época buena para cosechar heno y pastorear animales; es decir, buena para la media climática de Groenlandia durante los últimos catorce mil años. Con todo, alrededor del año 1300 el clima del Atlántico Norte comenzó a volverse más frío y más variable de un año a otro, hasta conformar un período frío conocido como la «Pequeña Glaciación», que se prolongó hasta el siglo XIX. Aproximadamente hacia el año 1420, la Pequeña Glaciación estaba plenamente desatada y la creciente deriva de hielos marinos entre Groenlandia, Islandia y Noruega acabó con la comunicación marítima entre los noruegos de Groenlandia y el mundo exterior. Esas condiciones frías fueron soportables o incluso beneficiosas para los inuit, que podían cazar focas oceladas, pero representaban malas noticias para el pueblo escandinavo, que dependía de las cosechas de heno. Como veremos, el comienzo de la Pequeña Glaciación fue uno de los factores responsables de la desaparición de los noruegos de Groenlandia. Pero el cambio de clima del Período Cálido Medieval a la Pequeña Glaciación fue complejo, y no simplemente una cuestión de que «el clima se volviera demasiado frío y acabara con los noruegos». Antes de 1300 hubo períodos de clima frío a los que los noruegos sobrevivieron, y después de 1400 períodos de clima cálido que no consiguieron salvarlos. Por encima persiste la pregunta: ¿por qué los noruegos no aprendieron a hacer frente al tiempo frío de la Pequeña Glaciación fijándose en cómo los inuit respondían a esos mismos desafíos?
Para completar nuestra valoración del entorno de Groenlandia, mencionemos las especies de plantas y animales autóctonos de que dispone. La vegetación que mejor se desarrolla está confinada en zonas de clima moderado protegidas de la pulverización de sal en los largos fiordos interiores de los asentamientos occidental y oriental de la costa sudoeste de Groenlandia. Allí, la vegetación de las zonas en las que no pace el ganado varía según la localización. En las alturas más elevadas, donde hace más frío, y en las zonas exteriores de los fiordos próximas al mar, donde el crecimiento de las plantas se ve inhibido por el frío, la niebla y la sal pulverizada, la vegetación está dominada por las juncias, que son más pequeñas que las hierbas y tienen menos valor nutritivo para los animales que pastan en ellas. Las juncias pueden prosperar en estas zonas pobres porque son más resistentes que las hierbas a la aridez y, por tanto, pueden arraigar en las gravas de los suelos que retienen poca agua. En las zonas del interior protegidas de la pulverización de sal, en las laderas abruptas y en los lugares con mucho viento frío próximos a los glaciares, prácticamente solo hay roca desnuda sin ninguna vegetación. Las localizaciones del interior menos hostiles albergan en su mayoría una vegetación de brezos y arbustos pequeños. Las mejores localizaciones del interior —es decir, las de poca altura, con buen suelo, resguardadas del viento, bien irrigadas y orientadas hacia el sur, lo cual les permite recibir mucha luz solar— albergan unas tierras boscosas abiertas con abedules y sauces enanos junto con algunos enebros y alisos, en su mayoría de menos de cinco metros de altura, y los mejores sitios cuentan con abedules de hasta nueve metros de altura. En las zonas en las que hoy día pacen las ovejas y los caballos la vegetación ofrece una imagen distinta, como también la habría ofrecido en la época de los noruegos. Las praderas húmedas de las pendientes más suaves, como las que rodean Gardar y Brattahlid, cuentan con frondosas praderas de hasta treinta centímetros de altura con abundancia de flores. En las zonas frecuentadas por las ovejas, en los trozos de terreno poblados de sauces y abedules enanos, estos solo alcanzan cincuenta centímetros de altura. Los campos más áridos, con pendiente más acusada y menos protegidos albergan praderas o sauces enanos de solo unos pocos centímetros de altura. Solo allí donde se ha evitado que pasten las ovejas y los caballos, como en el interior del perímetro de la valla que rodea al aeropuerto de Narsarsuaq, vi sauces y abedules enanos de hasta dos metros de altura, raquíticos no obstante por los fríos vientos provenientes de un glaciar cercano.
En lo que se refiere a la fauna salvaje de Groenlandia, los animales potencialmente más importantes para los noruegos y los inuit eran los mamíferos terrestres y marinos, las aves, el pescado y los invertebrados marinos. El único herbívoro terrestre autóctono de gran tamaño presente en los antiguos territorios noruegos de Groenlandia (es decir, sin contar el buey almizclero del extremo septentrional) es el caribú, al que los lapones y otros pueblos indígenas del continente euroasiático domesticaron junto con el reno, pero al que los noruegos y los inuit jamás domesticaron. Los osos polares y los lobos árticos de Groenlandia estaban confinados prácticamente a zonas más al norte de los asentamientos noruegos. La caza menor comprendía liebres, zorros, aves terrestres (de las cuales la más grande era un pariente del urogallo denominado «perdiz nival»), aves acuáticas (las mayores de las cuales eran los cisnes y los gansos) y aves marinas (particularmente el eider y el alca, también conocido como «mérgulo marino»). Los mamíferos marinos más importantes eran seis especies distintas de focas, que diferían en importancia para los noruegos y los inuit debido a su desigual distribución y comportamiento, todo lo cual expondré más abajo. La mayor de estas seis especies era la morsa. A lo largo de la costa también se dan diversas especies de ballena, que capturaban con éxito los inuit pero no los noruegos. En los ríos, lagos y océanos abundaba el pescado, mientras que los invertebrados marinos más apreciados eran las gambas y los mejillones.
Según las sagas y las narraciones medievales, alrededor del año 980 un ardiente noruego conocido como Erik el Rojo fue acusado de asesinato y obligado a marcharse a Islandia, donde pronto asesinó a unas cuantas personas más y fue expulsado a otra zona de la isla. Tras haber acabado en disputas y haber asesinado también allí a algunas personas más, en aquella ocasión fue desterrado de Islandia por un período de tres años a partir de aproximadamente el año 982.
Erik recordaba que, muchas décadas antes, un tal Gunnbjörn Ulfsson había sido desviado hacia el oeste por el viento cuando navegaba hacia Islandia y había divisado unas pequeñas islas yermas que en la actualidad sabemos que se encuentran justo frente a la costa sudoeste de Groenlandia. Aquellas islas habían vuelto a ser visitadas en torno al año 978 por un pariente lejano de Erik llamado Snaebjörn Galti, que por supuesto se vio envuelto allí en una disputa con sus compañeros marineros y, como era de esperar, fue asesinado. Erik navegó hacia aquellas islas para probar suerte, pasó los tres años siguientes explorando gran parte de la costa de Groenlandia y descubrió buenos pastizales adentrándose mucho en los fiordos. A su regreso a Islandia perdió otra pelea más, lo cual lo impulsó a comandar una escuadra de veinticinco navíos para colonizar las tierras recién exploradas, a las que astutamente bautizó como Groenlandia. Las noticias llevadas a Islandia acerca de los extraordinarios terrenos que había disponibles en Groenlandia para quienes los solicitaran estimuló a lo largo de la década siguiente a tres flotas más de colonos que se hicieron a la mar desde Islandia. Como consecuencia de todo ello, para el año 1000 prácticamente toda la tierra adecuada para el cultivo, tanto en los asentamientos del oeste como del este, había quedado ocupada, hasta albergar finalmente a una población noruega total estimada en unos cinco mil habitantes: mil aproximadamente en el asentamiento occidental y cuatro mil en el oriental. Desde sus asentamientos, los escandinavos emprendieron viajes de exploración y caza anuales hacia el norte a lo largo de la costa occidental, y rebasaron con creces la línea del círculo polar ártico. Uno de aquellos viajes pudo haber alcanzado nada menos que la latitud 79° norte, a solo 1125 kilómetros del Polo Norte, donde en un yacimiento arqueológico inuit se descubrieron numerosos artefactos noruegos entre los que había una coraza de cota de malla, un cepillo de carpintero y remaches de embarcaciones. Una prueba más indudable de sus exploraciones hacia el norte es un hito erigido en la latitud 73° norte que contiene una runa (una piedra con una inscripción en el alfabeto rúnico noruego), que afirma que Erling Sighvatsson, Bjarni Thordarson y Eindridi Oddson erigieron aquel hito el sábado anterior al Día de Rogativas (25 de abril), probablemente de algún año próximo a 1300.
En lo que a carne se refería, la subsistencia de los noruegos de Groenlandia se basaba en una combinación de pastoreo (crianza de ganado doméstico) y caza de animales salvajes. Una vez que Erik el Rojo llevó consigo ganado procedente de Islandia, los noruegos de Groenlandia pasaron a establecer cierta dependencia de aumentos silvestres adicionales en un grado mucho mayor que en Noruega e Islandia, cuyos climas más suaves permitían que la población obtuviera la mayor parte de sus necesidades alimenticias solo del pastoreo y (en Noruega) de la agricultura.
Los colonos de Groenlandia empezaron aspirando a mantener la proporción de ganado que mantenían los prósperos jefes noruegos: muchas vacas y cerdos, menos ovejas y aún menos cabras, además de algunos caballos, patos y gansos. Como puede estimarse a partir de los recuentos de huesos de animales identificados en los paleovertederos de Groenlandia, datados mediante radiocarbono y procedentes de diferentes siglos de la ocupación noruega, rápidamente quedó claro que aquella proporción ideal no se adecuaba a las más frías condiciones climatológicas de Groenlandia. Los patos y gansos de corral desaparecieron inmediatamente, quizá incluso en la propia travesía a Groenlandia: no queda ninguna evidencia arqueológica de que siquiera se hayan criado allí alguna vez. Aunque los cerdos podían encontrar en los bosques de Noruega abundantes nueces que comer, y aunque los vikingos apreciaban la carne de cerdo por encima de cualquier otra, estos animales demostraron ser terriblemente destructivos y poco aprovechables en la escasamente boscosa Groenlandia, donde hozaban y arrancaban de raíz la frágil vegetación y el suelo. Al cabo de poco tiempo su número se redujo a pocos ejemplares o quedó prácticamente eliminado. Los hallazgos arqueológicos de albardas y trineos muestran que los caballos se utilizaban como animales de tiro, pero un tabú religioso cristiano impedía comérselos, de modo que sus huesos raras veces acabaron en el basurero. En el clima de Groenlandia las vacas exigían mucho más esfuerzo de crianza que las ovejas o las cabras, puesto que solo podían encontrar hierba en los pastos durante los tres meses de verano sin nieve. Durante el resto del año tenían que mantenerse a resguardo en establos y alimentarse de heno y otro forraje, cuya adquisición se convirtió en la principal tarea veraniega de los ganaderos de Groenlandia. Mejor habrían hecho los groenlandeses si hubieran desechado las vacas que tanto trabajo intensivo les ocasionaban, y cuyo número acabó reduciéndose con el paso de los siglos; pero las vacas se apreciaban demasiado como símbolo de posición social como para permitirse eliminarlas por completo.
Por el contrario, los animales con los que producir alimentos básicos en Groenlandia acabaron siendo las variedades de ovejas y cabras más resistentes, que se adaptaron mucho mejor al clima frío que el ganado bovino. Ofrecían la ventaja adicional de que, a diferencia de las vacas, podían escarbar la nieve para buscar hierba por sí solas durante el invierno. Hoy día, en Groenlandia las ovejas pueden mantenerse al aire libre nueve meses al año (tres veces más tiempo que las vacas) y hay que ponerlas a resguardo y alimentarlas solo durante los tres meses en que la cubierta de nieve es más gruesa. En los primeros emplazamientos de Groenlandia el número de ovejas y cabras empezó siendo aproximadamente igual al de las vacas, y después aumentó con el tiempo hasta alcanzar la proporción de nada menos que ocho ovejas o cabras por cada vaca. Por lo que se refiere a la proporción de ovejas y cabras, los islandeses contaban con seis o más de las primeras por cada una de las últimas, y esa fue también la proporción en las mejores granjas de Groenlandia durante los primeros años de colonización; pero las cifras relativas variaron con el paso del tiempo, hasta que la cifra de cabras llegó a rivalizar con la de ovejas. Ello se debe a que son las cabras y no las ovejas las que pueden digerir las correosas ramas, matas y árboles enanos que predominan en los pastizales de Groenlandia. Por tanto, aunque los noruegos llegaron a Groenlandia prefiriendo las vacas antes que las ovejas, y a estas últimas antes que a las cabras, la idoneidad de todos estos animales bajo las condiciones de Groenlandia seguía esa secuencia en orden contrario. La mayor parte de las granjas (sobre todo las del asentamiento occidental, aquellas más septentrionales y por tanto menos eficientes) tuvieron que conformarse finalmente con una cifra mayor de las desdeñadas cabras y menor de las honrosas vacas; solo las granjas más productivas del asentamiento oriental consiguieron mantener su preferencia por las vacas y su desdén hacia las cabras.
Todavía pueden verse las ruinas de los establos en los que los noruegos de Groenlandia guardaban sus vacas durante nueve meses al año. Consistían en unas edificaciones estrechas y alargadas con muros de piedra y turba de varios metros de espesor para mantener caliente el interior del establo durante el invierno, puesto que las vacas no debían enfriarse como podían hacer las variedades de ovejas y cabras de Groenlandia. Cada vaca permanecía en su pesebre rectangular, separado de los pesebres adyacentes mediante losas de piedra divisorias que todavía permanecen en pie en muchos de los establos en ruinas. Por el tamaño de los pesebres, la altura de las puertas a través de las cuales se hacía entrar y salir del establo a las vacas y, claro está, en vista de los esqueletos de las propias vacas, podemos estimar que las vacas de Groenlandia eran las más pequeñas de las que se conocían en el mundo moderno, ya que no superaban el metro y veinte centímetros de altura. Durante el invierno permanecían todo el tiempo en sus pesebres, donde el estiércol que arrojaban se acumulaba en torno a ellas como una marea creciente hasta la primavera, momento en el cual se paleaba al exterior aquel mar de estiércol. Durante el invierno las vacas se alimentaban del heno cosechado, pero si la cantidad no era suficiente había que complementarla con algas marinas llevadas al interior. Naturalmente, a las vacas no les gustaban las algas marinas, de modo que durante el invierno los granjeros tenían que convivir en el establo con las vacas y su creciente marea de estiércol y quizá alimentarlas por la fuerza; así que las vacas fueron debilitándose y menguando de tamaño de forma paulatina. Alrededor de mayo, cuando la nieve empezaba a derretirse y aparecía la nueva hierba, las vacas podían finalmente trasladarse al aire libre para empezar a pastar por sí solas; pero para entonces estaban tan débiles que quizá ya no podían caminar y había que cargar con ellas para sacarlas. En los inviernos extremos, cuando el heno y las reservas de algas se acababan antes de que la hierba creciera de nuevo, los granjeros recogían los primeros brotes primaverales de sauces y abedules como dieta de hambre para sus animales.
Las vacas, ovejas y cabras de Groenlandia se utilizaban principalmente para obtener leche en lugar de carne. Una vez que los animales parían en mayo o junio, producían leche únicamente durante los pocos meses de verano. Los noruegos convertían entonces la leche en queso, mantequilla y un producto parecido al yogur denominado skyr, el cual almacenaban en enormes toneles que conservaban fríos situándolos junto a arroyos de montaña o en edificaciones de turba; de manera que comían productos derivados de la leche a lo largo de todo el invierno. Las cabras también se criaban por su pelo y las ovejas, por la lana, la cual era de una calidad excepcionalmente alta debido a que en aquellos climas fríos producen una lana grasienta impermeable. Solo había carne de ganado en épocas de matanza, sobre todo en otoño, cuando los agricultores calculaban cuántos animales serían capaces de alimentar durante el invierno con el heno que habían recogido ese otoño. Sacrificaban cualquier animal para el cual calcularan que no dispondrían de forraje suficiente durante el invierno. Así pues, como la carne de los animales de corral escaseaba, casi todos los huesos de los animales sacrificados en Groenlandia estaban abiertos y rotos para extraer hasta el último pedazo de tuétano, en una proporción mucho mayor que en otras tierras de vikingos. En los yacimientos arqueológicos de los inuit de Groenlandia, que eran diestros cazadores e incorporaban a su dieta más carne salvaje que los noruegos, abundan las larvas de mosca bien conservadas que se alimentaban de tuétano y grasas putrefactas; pero esas mismas larvas apenas hallaban restos que comer en los yacimientos de los nórdicos.
Hacían falta varias toneladas de heno para mantener una vaca, y muchas menos para mantener una oveja, durante todo un invierno medio de Groenlandia. Por tanto, la principal ocupación de la mayor parte de los noruegos de Groenlandia durante el verano anterior tenía que ser la de cortar, secar y almacenar heno. Las cantidades de heno acumuladas resultaban entonces críticas, ya que determinaban cuántos animales podían alimentarse a lo largo de todo el invierno siguiente; pero ello dependía también de la duración del propio invierno, la cual no podía predecirse de antemano con exactitud. Por consiguiente, cada mes de septiembre los noruegos tenían que tomar la angustiosa decisión de cuántos de sus ejemplares de valioso ganado iban a sacrificar, fundamentando dicha decisión en la cantidad de forraje disponible y en sus suposiciones sobre la duración del invierno venidero. Si mataban demasiados animales en septiembre, en mayo acabarían con mucho heno sin aprovechar y solo con una pequeña cabaña de ganado, y podrían darse de cabezazos contra la pared por no haber apostado a alimentar más animales. Pero si en septiembre sacrificaban demasiados pocos animales, podrían descubrir que se quedaban sin heno antes del mes de mayo y arriesgarse a que toda la cabaña muriera de hambre.
El heno se cosechaba en tres tipos de campos. Los más productivos serían las denominadas «tierras interiores» próximas a la vivienda principal, cercadas para mantener alejado al ganado, abonado para incrementar el crecimiento de la hierba y utilizado exclusivamente para la producción de heno. En la granja-catedral de Gardar y en otras pocas granjas noruegas en ruinas pueden verse restos de sistemas de presas y canales de irrigación que difunden el agua de los arroyos de montaña por los campos del interior con el fin de aumentar aún más la productividad. La segunda zona de producción de heno era la denominada de «campos exteriores», un poco más alejados de la vivienda principal y fuera del terreno vallado. Por último, los noruegos de Groenlandia trasladaron desde Noruega e Islandia un sistema denominado shielings o sacters, que consistía en un conjunto de edificaciones en zonas elevadas más remotas adecuadas para producir heno y para que los animales pastaran durante el verano, pero también demasiado frías para poder dejar allí el ganado durante el invierno. Los shielings más complejos eran prácticamente granjas en miniatura, equipadas con viviendas en las que los granjeros vivían durante el verano para ocuparse de los animales y producir heno, pero regresaban a vivir a la granja principal durante el invierno. Cada año la nieve se derretía y empezaba a crecer la hierba, primero en las tierras más bajas y después, poco a poco, en altitudes cada vez superiores. Pero la hierba nueva tiene una concentración particularmente alta de nutrientes y baja de fibras menos digeribles. Los shielings, por tanto, constituían un sofisticado método para contribuir a que los agricultores noruegos resolvieran el problema de los irregulares y limitados recursos de Groenlandia mediante la explotación, siquiera temporal, de los fragmentarios terrenos útiles de las montañas y el traslado del ganado a zonas cada vez más altas para aprovechar la hierba nueva que nace en altitudes cada vez más elevadas a medida que avanza el verano.
Como mencioné anteriormente, Christian Keller me había dicho antes de que visitáramos juntos Groenlandia que «la vida en Groenlandia consiste en encontrar los mejores trechos». Lo que Christian quería decir era que, incluso en aquellos dos sistemas de fiordos que constituían los únicos territorios de Groenlandia con un potencial elevado de pastos, las mejores zonas de esos fiordos eran pocas y estaban dispersas. A medida que fui recorriendo minuciosamente los fiordos de Groenlandia en barco o a pie, fui descubriendo que, aun cuando yo fuera un ingenuo morador de las ciudades, iba aprendiendo a reconocer los criterios por los que los noruegos habrían identificado los trechos más apropiados para convertirlos en granjas. Aunque los verdaderos colonos de Groenlandia, procedentes de Islandia y Noruega, me aventajaban mucho como agricultores experimentados, yo gozaba de las ventajas de la mirada retrospectiva: sabía, y ellos no podían saberlo, en qué pedazos de tierra se probó a instalar granjas y cuáles se revelaron pobres o acabaron siendo abandonadas. Los propios noruegos habrían tardado años o incluso generaciones en haber descartado los pedazos aparentemente con buen aspecto que finalmente demostraron ser inadecuados. Los criterios del urbanista Jared Diamond para fundar una próspera granja noruega medieval son los siguientes:
- El lugar debería disponer de una gran extensión de tierras bajas llanas o con suave pendiente (en alturas inferiores a los doscientos metros sobre el nivel del mar) susceptibles de convertirse en tierras interiores productivas, puesto que las tierras bajas cuentan con un clima más cálido y una estación de crecimiento sin nieves más larga, y porque la hierba crece peor en las pendientes más acusadas. Entre las granjas de los noruegos de Groenlandia, la granja-catedral de Gardar destacaba por su extensión de tierras bajas llanas, seguida por algunas de las granjas de Vatnahverfi.
- Esta exigencia de una vasta zona interior de tierras bajas se complementa con una gran extensión de tierra exterior a una altura media (de hasta cuatrocientos metros sobre el nivel del mar) en la que producir heno adicional. Los cálculos muestran que la zona de tierras bajas de la mayor parte de las granjas noruegas no habrían producido en solitario suficiente heno para alimentar el número de cabezas de ganado de la granja, estimado mediante el recuento de pesebres o la medición de la superficie de los establos en ruinas. La granja de Erik el Rojo en Brattahlid destacaba por su vasta extensión de tierras altas útiles.
- En el hemisferio norte, las laderas de las montañas que dan al sur reciben mayor cantidad de luz solar. Eso es importante para que la nieve invernal se derrita antes en primavera, para que la estación de crecimiento para la producción de heno dure más meses y para que el número de horas de luz solar sea mayor. La totalidad de las mejores granjas de la Groenlandia noruega —Gardar, Brattahlid, Hvalsey y Sandnes— se encontraban en superficies orientadas al sur.
- Es importante disponer de arroyos que abastezcan de agua con la que regar los pastos mediante corrientes naturales o sistemas de irrigación con el fin de incrementar la producción de heno.
- Una buena receta para la pobreza consiste en ubicar la granja en el valle de un glaciar, frente a él o en sus inmediaciones, ya que de él proceden fuertes y gélidos vientos que disminuyen el crecimiento de hierba e incrementan la erosión del suelo de los pastos en los que los animales han pacido mucho. Los vientos glaciales representaban una maldición que garantizó la pobreza de las granjas de Narssaq y del fiordo de Sermilik, y que finalmente obligaron a abandonar las granjas de la cabecera del valle de Qoroq y las zonas más elevadas del distrito de Vatnahverfi.
- Si es posible, se debe establecer la granja directamente sobre un fiordo con un buen puerto para facilitar la entrada y salida de los suministros por barco.
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Los productos lácteos no bastaban para alimentar a los cinco mil habitantes noruegos de Groenlandia. La agricultura servía de poco para completar el déficit resultante, ya que los cultivos eran muy poco eficientes en el clima frío de Groenlandia y la estación de crecimiento, muy corta. Los documentos noruegos de la época señalan que la mayor parte de los noruegos de Groenlandia no vieron jamás en su vida el trigo, un trozo de pan ni la cerveza (elaborada a partir de la cebada). Hoy día, cuando el clima es similar al de la época en que llegaron los noruegos, en la mejor de las antiguas granjas de Gardar vi dos pequeños huertos en los que los actuales groenlandeses cultivaban unas cuantas verduras resistentes al frío: repollo, remolacha, ruibarbo y lechuga, que ya se cultivaban en la Noruega medieval, además de patatas, que llegaron a Europa con posterioridad a la desaparición de la colonia noruega de Groenlandia. Presumiblemente, también los noruegos de Groenlandia pudieron haber cultivado en unos cuantos huertos esas mismas especies (sin contar la patata), además de quizá algo de cebada en los años de clima particularmente moderado. En Gardar y en otras dos granjas del asentamiento oriental vi pequeñas parcelas en lugares que podrían haber servido como huertos, situados en la base de acantilados que podrían haber conservado el calor del sol y rodeados de muros para impedir el paso de las ovejas y los vientos. Pero la única evidencia directa de que los noruegos de Groenlandia cultivaran en algunas parcelas son unos cuantos pólenes y semillas de lino, una planta que se cultivaba en la Europa medieval y no era autóctona de Groenlandia, y que, por tanto, debió de ser introducida allí por los noruegos por su valor para elaborar tejidos de lino y elaborar aceite de linaza. Si los noruegos de Groenlandia cultivaron alguna otra cosa, debió de ser únicamente algo que contribuyera en su dieta en una proporción extremadamente reducida, acaso simplemente como alimento de lujo ocasional para unos cuantos jefes y clérigos.
Por el contrario, el principal componente adicional de la dieta de los noruegos de Groenlandia era la carne de animales salvajes, sobre todo de caribú y de foca, que se consumía mucho más que en Noruega e Islandia. El caribú vive en amplias manadas que pasan el verano en la montaña y descienden a zonas más bajas durante el invierno. Los dientes de caribú hallados en los basureros groenlandeses indican que estos animales se cazaban en otoño, con toda probabilidad con arco y flecha en batidas colectivas con perros (los basureros también contenían huesos de terrier noruego). Las tres principales especies de foca que se cazaban eran la foca común (apodada «foca de los puertos»), que reside todo el año en Groenlandia y sale a las playas del interior de los fiordos para criar a sus cachorros en primavera, momento en el cual habría resultado fácil capturarlas con red desde las barcas o matarlas a garrotazos; y la foca pía o groenlándica y la foca de casco o capuchina, ambas migratorias, las cuales se reproducen en Terranova, pero que en torno al mes de mayo llegan en grandes manadas a toda la costa exterior de Groenlandia, en lugar de al interior de los fiordos, donde se encontraban la mayor parte de las granjas noruegas. Para cazar estas focas migratorias los noruegos establecieron campamentos estacionales en la zona exterior de los fiordos, a docenas de kilómetros de cualquier granja. La llegada en el mes de mayo de la foca pía y la foca capuchina resultaba crucial para la supervivencia de los noruegos, ya que en esa época del año las reservas almacenadas de productos lácteos del verano anterior y de carne de caribú cazado el otoño anterior estarían acabándose, pero la nieve todavía no habría desaparecido de las granjas noruegas y el ganado todavía no podría sacarse a pastar, y consiguientemente tampoco habría parido todavía y no produciría leche. Como veremos, esto hizo muy vulnerables a los noruegos, que podían morir de hambre si las focas no migraban o si encontraban algún obstáculo (como, por ejemplo, hielo en los fiordos y a lo largo de la costa, o inuit hostiles) que les impidiera acceder a las focas migratorias. La incidencia de este tipo de heladas puede haber sido más probable en los años fríos, en los que los noruegos ya eran de por sí vulnerables debido a veranos fríos y, por tanto, a la baja producción de heno.
Mediante el análisis de la composición de los huesos (los denominados «análisis de isótopos de carbono») podemos calcular la proporción de carne de animales marinos en relación con la de animales terrestres que los seres humanos o los animales propietarios de esos huesos habían consumido en el transcurso de su vida. Tal como se aplicó con los esqueletos noruegos hallados en los cementerios de Groenlandia, este método muestra que el porcentaje de animales marinos (sobre todo focas) que se consumía en el asentamiento oriental en la época de su fundación era solo del 20 por ciento, pero que ascendió hasta el 80 por ciento durante los años posteriores que sobrevivieron los noruegos: quizá porque su capacidad para producir heno con el que alimentar al ganado en invierno había disminuido, y también porque el incremento de población humana exigía más alimento que el que el ganado podía proporcionar. En todos los momentos de su historia, el consumo de carne de animales marinos fue más elevado en el asentamiento occidental que en el oriental, ya que la producción de heno era menor en la localización más septentrional del asentamiento occidental. El consumo de focas por parte de la población noruega puede haber sido incluso mayor de lo que indican estos análisis, puesto que, como era de esperar, los arqueólogos excavaron más en las granjas grandes y ricas que en las pequeñas y pobres; pero los estudios de huesos de que disponemos indican que la población de las granjas pequeñas y pobres que tenían solo una vaca comían más carne de foca que los agricultores ricos. En una granja pobre del asentamiento occidental, la asombrosa cantidad del 70 por ciento de todos los huesos de animales del basurero eran de foca.
Aparte de esa enorme dependencia de las focas y el caribú, los noruegos obtenían cantidades menores de carne salvaje de pequeños mamíferos (sobre todo liebres), aves marinas, perdices nivales, cisnes, eideres, colonias de mejillones y ballenas. Esta última probablemente era solo la de los ejemplares que quedaban varados de vez en cuando; los yacimientos de los escandinavos no contienen arpones ni ningún otro utensilio para cazar ballenas. Toda la carne que no se consumía de inmediato, ya fuera de ganado o de animales salvajes, se habría puesto a secar en secaderos denominados skemmur, construidos con piedras sin amalgamar con el fin de que el viento soplara a través de ellas y secara la carne, y situados a su vez en lugares con mucho viento, como las cimas de las montañas.
Por extraño que parezca, el pescado casi se encontraba ausente de los yacimientos arqueológicos noruegos, aun cuando los habitantes de Groenlandia eran descendientes de noruegos e islandeses que pasaban mucho tiempo pescando y comían pescado con mucho gusto. Los huesos de pescado representan mucho menos del 0,1 por ciento de los huesos de animales hallados en los yacimientos arqueológicos de los noruegos de Groenlandia, comparados con entre el 50 y el 95 por ciento de la mayor parte de los emplazamientos actuales de Islandia, el norte de Noruega y las islas Shetland. Por ejemplo, el arqueólogo Thomas McGovern descubrió la espléndida suma total de tres huesos de pescado en la basura de las granjas de Vatnahverfi próximas a lagos atestados de peces, mientras que Georg Nygaard halló solo dos huesos de peces en el total de 35 000 huesos de animales de la basura de la granja noruega O34. Incluso en el emplazamiento de GUS, que albergaba el mayor número de huesos de peces —166, lo cual suponía un ridículo 0,7 por ciento de todos los huesos de animales hallados en el lugar—, 26 de esos huesos procedían de la cola de un único bacalao, y el número de huesos de todas las especies de pescado quedan superados en una proporción de 3 a 1 por los huesos de una especie de ave (la perdiz nival) y de 144 a 1 por los huesos de mamíferos. Esta escasez de huesos de pescado resulta increíble si pensamos en lo abundante que es el pescado en Groenlandia y en cómo el pescado de agua salada (sobre todo el abadejo y el bacalao) representa con diferencia la exportación más importante de la actual Groenlandia. La trucha y un salvelino parecido al salmón son tan abundantes en los ríos y lagos de Groenlandia que la primera noche que pasé en el albergue juvenil de Brattahlid compartí la cocina con un turista danés que estaba preparando dos enormes salvelinos, cada uno de los cuales pesaba casi un kilo y medía unos cincuenta centímetros, a los que había capturado con sus propias manos en una pequeña charca en la que habían quedado atrapados. Los noruegos eran sin duda tan hábiles con sus manos como aquel turista, y también pudieron haber atrapado peces con sus redes en los fiordos mientras trataban de cazar focas. Aun cuando los propios noruegos no quisieran comer esos accesibles peces, al menos podrían haber alimentado a sus perros, reduciendo con ello la cantidad de carne de foca y de otros animales que sus perros necesitaban y reservando más carne para sí mismos.
Todos los arqueólogos que llegan a Groenlandia para excavar se niegan a creer en un principio la inverosímil afirmación de que los noruegos de Groenlandia no comían pescado, e irrumpen con su propia idea acerca de dónde podrían ocultarse todos esos huesos de pescado desaparecidos. ¿Podrían acaso los noruegos haber limitado estrictamente la masticación del pescado a unos pocos metros cerca de la costa, en lugares que ahora están sumergidos debido al hundimiento de algunas tierras? ¿Podrían haber utilizado escrupulosamente todos los huesos de pescado como fertilizante, combustible o alimento para las vacas? ¿Podrían haber escapado sus perros con los esqueletos de los peces, haberlos arrojado en campos seleccionados de antemano pensando en que los futuros arqueólogos no iban a molestarse en excavarlos y haber evitado llevar las espinas de nuevo a la vivienda o el basurero para impedir que los arqueólogos los encontraran muchos años después? ¿Podrían los noruegos haber dispuesto de tanta carne que no necesitaran comer pescado? Pero entonces, ¿por qué rompían los huesos para extraer hasta el último pedazo de médula? ¿Acaso se pudrieron bajo tierra todas esas pequeñas espinas de pescado?; las condiciones de conservación de los basureros de Groenlandia son lo suficientemente buenas como para preservar incluso los piojos y las bolitas de heces de las ovejas. El problema de todas estas explicaciones a la falta de espinas de pescado en los yacimientos de los noruegos de Groenlandia es que serían igualmente válidas para los yacimientos arqueológicos de los inuit de Groenlandia y los habitantes de Islandia y Noruega, donde las espinas de pescado se revelan por el contrario abundantes. Tampoco estas excusas explican por qué los yacimientos noruegos de Groenlandia no contienen casi ningún anzuelo, plomos de cañas de pescar ni redes, que son habituales en los demás yacimientos de noruegos.
Por mi parte, prefiero fiarme de los datos: aun cuando los noruegos de Groenlandia procedían de una cultura que comía pescado, pudieron haber desarrollado un tabú contra la ingestión del mismo. Una de las muchas formas en que las sociedades se distinguen de otras culturas es estableciendo arbitrarios tabúes alimentarios propios: nosotros, gentes limpias y virtuosas, no comemos esas cosas asquerosas que otros ordinarios bichos raros parecen saborear. Con diferencia, la proporción más elevada de este tipo de tabúes está relacionada con la carne y el pescado. Por ejemplo, los franceses comen caracoles, ranas y caballos; los habitantes de Nueva Guinea, ratas, arañas y larvas de escarabajo; los mexicanos comen cabra y los polinesios, lombrices y anélidos marinos, todos los cuales son muy nutritivos y (si uno se permite probarlos) deliciosos. Pero la mayor parte de los estadounidenses daría un respingo ante la sola idea de comer cualquiera de estas cosas.
En el fondo, la razón por la que la carne y el pescado son a menudo objeto de algún tabú es que son mucho más susceptibles que los alimentos vegetales de desarrollar bacterias o protozoos que transmiten parásitos o producen intoxicaciones alimentarias al ingerirlos. Es muy probable que fuera eso lo que sucediera en Islandia y Escandinavia, cuyas poblaciones utilizan muchos métodos de fermentación para conservar a largo plazo el pescado oloroso (los no escandinavos lo llamaríamos «podrido»), algunos de los cuales se sirven de bacterias letales que originan el botulismo. La enfermedad más penosa que he tenido en mi vida, peor incluso que la malaria, se declaró cuando sufrí una intoxicación alimentaria por haber comido unas gambas que había comprado en un mercado de Cambridge, en Inglaterra, y que evidentemente no eran frescas. Tuve que pasar varios días en cama con unas náuseas atroces, un fuerte dolor muscular, cefaleas y diarrea. Esto me hace pensar en un posible escenario de los noruegos de Groenlandia: quizá en los primeros años de colonización de Groenlandia, Erik el Rojo sufrió un atroz episodio similar de intoxicación alimentaria por haber comido pescado. Al restablecerse, le habría contado a todo el que escuchara lo malo que era el pescado y cómo nosotros, los groenlandeses, somos gente limpia y orgullosa que nunca se rebaja para adoptar los poco saludables hábitos de esos mugrientos y desesperados ictiófagos que son los islandeses y los noruegos.
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La poca rentabilidad de Groenlandia para la cría de ganado supuso que los noruegos de aquellas tierras tuvieran que desarrollar una economía compleja e integrada con el fin de satisfacer sus necesidades. Esa integración afectaba tanto al tiempo como al espacio: se programaban diferentes actividades en diferentes temporadas y las distintas granjas se especializaban en la producción de distintos productos para compartirlos con otras granjas.
Comencemos recorriendo el calendario estacional de actividades por la primavera. A finales de mayo y principios de junio llegaba la breve pero crucial estación de caza de la foca, cuando las focas pías y capuchinas en migración se desplazaban en manada a lo largo de las zonas exteriores de los fiordos, y las focas comunes que residían allí de forma habitual se aproximaban a las playas para criar y eran más fáciles de atrapar. Los meses de verano, desde junio hasta agosto, representaban una temporada de mucho ajetreo, en la que se sacaba el ganado a los pastizales para que paciera, se ordeñaba a las vacas para convertir la leche en productos lácteos fáciles de almacenar, algunos hombres se hacían a la mar en barcas camino de Labrador para cortar madera, otras embarcaciones se dirigían al norte para cazar morsas y llegaban procedentes de Islandia y Europa los barcos de carga para comerciar. Las semanas de los meses de agosto y principios de septiembre eran frenéticas porque había que cortar, secar y almacenar heno, justo antes de conducir a las vacas, también en septiembre, de vuelta a los establos desde los pastos y de acercar las ovejas y las cabras para que estuvieran más protegidas. Los meses de septiembre y octubre conformaban la temporada de caza del caribú, mientras que los meses de invierno, desde noviembre hasta abril, eran un período en el que había que ocuparse de los animales en los establos y los corrales, de tejer, construir y hacer reparaciones en la madera, de tratar los colmillos de las morsas capturadas durante el verano… y de rezar para que las reservas de productos lácteos y carne seca para la alimentación humana, el heno para el forraje de los animales y el combustible para calentarse y cocinar no se agotaran antes de que acabara el invierno.
Además de la integración económica en el tiempo, también era necesaria la integración en el espacio, ya que ni siquiera las granjas más ricas de Groenlandia eran autosuficientes para obtener todo lo necesario para sobrevivir durante todo el año. Esa integración suponía realizar intercambios entre las zonas exteriores e interiores de los fiordos, entre las zonas de tierras altas y bajas, entre el asentamiento occidental y el oriental y entre las granjas ricas y pobres. Por ejemplo, aunque los mejores pastos se encontraban en las tierras bajas junto a la cabecera del interior de los fiordos, la caza del canbú se desarrollaba en las granjas de las tierras altas, que no eran óptimas para el pasto debido a que las temperaturas eran más bajas y las estaciones de crecimiento, más cortas, mientras que la caza de la foca se concentraba en el exterior de los fiordos, donde la sal pulverizada, la niebla y el clima frío se traducían en una agricultura deficiente. Esos territorios de caza, ubicados en el exterior de los fiordos, quedaban fuera del alcance de las granjas del interior cada vez que las aguas de dichos fiordos se congelaban o se llenaban de icebergs. Los noruegos resolvieron estos problemas espaciales transportando los cuerpos de las focas y las aves marinas desde el exterior de los fiordos hacia el interior, y los trozos de caribú ladera abajo desde las granjas de las tierras altas a las de las tierras bajas. Por ejemplo, hay huesos de foca en abundancia en los basureros de las granjas del interior y de las tierras más altas, hasta las cuales debieron de transportarse los cuerpos docenas de kilómetros desde las desembocaduras de los fiordos. En las granjas de Vatnahverfi más adentradas en tierra, los huesos de foca son tan habituales en la basura como los huesos de oveja y de cabra. A la inversa, los huesos de caribú son aún más frecuentes en las granjas ricas de las tierras bajas que en las granjas pobres de las zonas altas en las que debió de matarse a esos animales.
Como el asentamiento occidental se encuentra 480 kilómetros al norte del asentamiento oriental, su producción de heno por hectárea de pasto apenas llegaba a alcanzar un tercio de la del asentamiento oriental. Sin embargo, el asentamiento occidental estaba más cerca de los terrenos de caza de morsas y osos polares, que, como expondré más adelante, representaban la principal exportación a Europa desde Groenlandia. No obstante, se ha encontrado marfil de morsa en la mayor parte de los yacimientos arqueológicos del asentamiento oriental. Aquí, claro está, se trabajaba durante el invierno, y desde la granja de Gardar y otras grandes haciendas del asentamiento oriental se desarrollaba la mayor parte del comercio marítimo con Europa (incluida la exportación de marfil). Por tanto, aunque el asentamiento occidental era mucho más pequeño que el oriental, tenía una importancia fundamental en el conjunto de la economía groenlandesa.
Era necesaria también la integración de las granjas ricas y pobres, ya que la producción de heno y el crecimiento de la hierba dependía en esencia de una combinación de dos factores: la temperatura y las horas de luz solar. Unas temperaturas más elevadas y un mayor número de horas de luz solar durante la estación de crecimiento estival suponía que una granja podía producir más hierba o heno y, por consiguiente, alimentar a más ganado, tanto porque este podía pastar al aire libre durante el verano como porque disponía de más heno durante el invierno. Por tanto, en un año bueno las mejores granjas de las zonas más bajas del interior de los fiordos u orientadas hacia el sur producían grandes excedentes de heno y ganado, muy superiores a las cantidades necesarias para la supervivencia de los habitantes humanos de la granja, mientras que las granjas pequeñas y pobres de las zonas altas y próximas al exterior de los fiordos o no orientadas al sur producían menores excedentes. En un año malo (más frío o con más niebla), cuando la producción de heno caía en todas partes, las mejores granjas todavía podrían haberse quedado con algún excedente, aunque pequeño. Pero las granjas más pobres podrían haberse visto sorprendidas sin disponer siquiera de heno suficiente para alimentar a todos sus animales durante el invierno. Por tanto, habrían tenido que sacrificar algún animal en otoño y, en el peor de los casos, se habrían quedado sin animales vivos en primavera. En el mejor de los casos, podrían haber tenido que desviar parte de la producción de leche del conjunto de su cabaña para criar terneras, corderos y cabritos, y los propios granjeros habrían tenido que basar su alimentación en la carne de foca o de caribú en lugar de en los productos lácteos.
Podemos reconocer esa jerarquía de calidad de las granjas por la jerarquía del espacio dedicado a las vacas en las ruinas de los pesebres escandinavos. La mejor granja con diferencia, según se refleja en el espacio de que disponían la mayor parte de las vacas, era la de Gardar, única porque contaba con dos inmensas naves con capacidad para albergar la espléndida suma total de 160 vacas. Los pesebres de algunas granjas de segundo orden, como las de Brattahlid y Sandnes, podrían haber albergado entre treinta y cincuenta vacas cada una. Pero las granjas más pobres solo tenían espacio para unas pocas vacas, quizá solamente una. El resultado era que las mejores granjas apoyaban a las granjas pobres en los años malos prestándoles ganado en primavera para que pudieran repoblar sus cabañas.
Por tanto, la sociedad de Groenlandia se caracterizaba por ser muy interdependiente y compartir muchas cosas, fruto de lo cual se transportaban focas y aves marinas al interior, caribús a las tierras bajas, colmillos de morsa al sur y ganado de las granjas más ricas a las más pobres. Pero en Groenlandia, al igual que en otros lugares del mundo donde los ricos y los pobres dependen unos de otros, los ricos y los pobres no acababan teniendo todos la misma riqueza media. Por el contrario, los distintos habitantes acababan teniendo dietas con diferente proporción de alimentos de categoría superior e inferior, tal como se refleja en los recuentos de huesos de diferentes especies de animales presentes en sus residuos. La proporción de huesos de vaca en los residuos de la clase alta y de oveja en los de la clase baja, así como la de huesos de oveja en los vertederos de la clase baja y de cabra en los de la clase de menor rango, suele ser mayor en las granjas ricas que en las pobres, y mayor en las del asentamiento oriental que en las del occidental. Los huesos de caribú, y sobre todo los de foca, son más frecuentes en los asentamientos del oeste que en los del este debido a que aquellos eran menos rentables para criar ganado y también se encontraban próximos a los territorios del hábitat de los caribús. Entre la carne de estos dos animales salvajes, la de caribú cuenta con mayor representación en las granjas más ricas (por ejemplo, en la de Gardar), mientras que la gente de las granjas pobres comía mucha más foca. Cuando por curiosidad me obligué a probar la carne de foca mientras estaba en Groenlandia, y al no haber podido pasar del segundo bocado, pude entender perfectamente por qué los habitantes acostumbrados a una dieta europea prefieren la carne de venado a la de foca si pueden elegir.
Para ilustrar estas tendencias con algunas cifras reales, las acumulaciones de basura de la granja pobre del asentamiento occidental conocida como W48 o Niaquusat nos indican que la carne consumida por sus desafortunados habitantes procedía en la espantosa proporción de un 85 por ciento de las focas, en un 6 por ciento de las cabras, en solo un 5 por ciento del caribú, en un 3 por ciento de las ovejas y en un 1 por ciento (¡curioso y santo día!) de la ternera. Al mismo tiempo, la burguesía de Sandnes, la granja más rica del asentamiento occidental, gozaba de una dieta en la que el 32 por ciento de la carne procedía del caribú, el 17 por ciento de la ternera, el 6 por ciento de la oveja y el 6 por ciento de la cabra, dejando solo un 39 por ciento para la de foca. Entre los más afortunados se encontraba la elite del asentamiento oriental de la granja de Erik el Rojo, en Brattahlid, que consiguió elevar el consumo de ternera por encima del de caribú y oveja y redujo el de cabra a niveles insignificantes.
Dos anécdotas patéticas ilustran aún mejor cómo la gente de mayor categoría consiguió comer los alimentos predilectos que eran mucho menos accesibles para la gente de menor categoría, incluso en una misma granja. En primer lugar, cuando los arqueólogos excavaron las ruinas de la catedral de San Nicolás, en Gardar, hallaron bajo el suelo de piedra el esqueleto de un hombre que tenía un báculo y un anillo de obispo, seguramente el de John Arnason Smyrill, que ejerció de obispo de Groenlandia desde 1189 hasta 1209. El análisis de los isótopos de carbono de sus huesos muestra que su dieta consistía en un 75 por ciento en alimentos terrestres (seguramente ternera y queso en su mayoría) y solo el 25 por ciento en alimentos marinos (en su mayoría, foca). Un hombre y una mujer de la época, cuyos esqueletos estaban enterrados inmediatamente bajo el del obispo, y que podemos suponer que serían por tanto personas de alto rango, habían consumido una dieta ligeramente más rica en alimentos marinos (45 por ciento), pero ese porcentaje llegaba hasta el 78 por ciento en el caso de otros esqueletos del asentamiento oriental y hasta el 81 por ciento en los del asentamiento occidental. En segundo lugar, en Sandnes, la hacienda más rica del asentamiento occidental, los huesos de animales del basurero de la hacienda principal revelaron que sus ocupantes comían mucho caribú y ganado y no demasiada foca. A solo cincuenta metros de allí había un establo en el que se habría resguardado a los animales durante el invierno, y en el que los campesinos habrían vivido junto con los animales y el estiércol. El depósito de basura de ese establo mostraba que aquellos trabajadores tenían que conformarse con la foca y gozaban de poca carne de caribú, de bovino y de ovino.
La compleja economía integrada que he descrito, basada en la cría de ganado, la caza en tierra y la caza en los fiordos, permitió que los noruegos de Groenlandia sobrevivieran en un entorno donde ninguno de esos elementos en solitario bastaba para sobrevivir. Pero esa misma economía apunta también una posible razón de la desaparición de los groenlandeses en última instancia, ya que era vulnerable a la quiebra de cualquiera de sus componentes. Muchos acontecimientos climáticos posibles podrían despertar al fantasma del hambre: un verano corto, frío y con niebla, o un mes de agosto húmedo que mermara la producción de heno; un invierno largo y con mucha nieve, que resultaba muy duro tanto para el ganado como para el caribú y que incrementaba las exigencias de heno para el ganado; la acumulación de hielo en los fiordos que impidiera acceder a la zona exterior de los mismos durante la temporada de caza de focas en los meses de mayo y junio; algún cambio en la temperatura del océano que afectara a las poblaciones de peces y por tanto a las poblaciones de focas, que se alimentaban de peces; o un cambio climático en la remota zona de Terranova que afectara a las focas pías y capuchinas en sus zonas de cría. Se han documentado varios de estos acontecimientos en la Groenlandia moderna: por ejemplo, el frío invierno y las prolongadas nieves de 1966-1967 acabaron con la vida de 22 000 ovejas, mientras que la migración de las focas pías durante los fríos años comprendidos entre 1959 y 1974 descendió hasta alcanzar solo un simple 2 por ciento de las cifras anteriores. Incluso en los mejores años, el asentamiento occidental se acercaba más al umbral mínimo de producción de heno que el asentamiento oriental, y un descenso de solo 1 °C en la temperatura estival habría bastado para producir pérdidas en la cosecha de heno de esa antigua localidad.
Los groenlandeses podían hacer frente a las pérdidas de ganado de un verano o invierno malo siempre que fuera seguido de una sucesión de años buenos que les permitieran recuperar sus cabañas, y siempre que pudieran cazar las suficientes focas y caribús para comer durante esos años. Más peligroso resultaba un decenio compuesto por varios años malos, o un verano de baja producción de heno seguido por un invierno largo y con mucha nieve que exigiera mucho heno para alimentar el ganado a resguardo, unido a una caída del número de focas o, por otra parte, al hecho de que algo impidiera acceder en primavera a la zona exterior de los fiordos. Como veremos, eso es lo que acabó sucediendo realmente en el asentamiento occidental.
Cinco adjetivos, en cierto modo contradictorios entre sí, caracterizan a la sociedad noruega de Groenlandia: comunitaria, violenta, jerárquica, conservadora y eurocéntrica. Todos esos rasgos fueron trasladados desde las sociedades islandesa y noruega antepasadas, pero acabaron por manifestarse en grado sumo en Groenlandia.
Para empezar, la población noruega de Groenlandia, de unos cinco mil habitantes, vivía en 250 granjas, las cuales albergaban una media de veinte personas por granja y estaban organizadas a su vez en comunidades que giraban en torno a catorce iglesias principales, con una media de unas veinte granjas por iglesia. La de la Groenlandia noruega era una población con un marcado carácter comunitario en la que una persona no podía marcharse y vivir apartado con esperanza de sobrevivir. Por una parte, la cooperación entre las personas de la misma granja o comunidad era esencial en primavera para la caza de la foca, en verano para la caza estival en Nordrseta (descrita más abajo) y en otoño para la cosecha del heno a finales del verano, la caza del caribú y la construcción. Todas estas actividades exigían el trabajo conjunto de muchas personas y habrían sido ineficientes o imposibles de realizar por una persona sola. (Imagínese uno solo tratando de acorralar a una manada de caribús o focas salvajes o izando una piedra de cuatro toneladas para depositarla en su posición en una catedral). Por otra parte, la cooperación también era necesaria para la integración económica entre granjas y comunidades, puesto que las diferentes localidades dependían unas de otras para obtener aquellos artículos que no producían. Ya he mencionado los traslados al interior de los fiordos de focas cazadas en la zona exterior de los mismos, de la carne de caribú cazada en las tierras altas hacia las tierras bajas, y de ganado de las granjas ricas a las granjas pobres cuando estas últimas perdían sus animales en un invierno crudo. Las 160 reses para las que los establos de Gardar albergaran pesebres superaban con creces toda necesidad local imaginable en Gardar. Como veremos más abajo, eran solo unos pocos cazadores del asentamiento occidental quienes obtenían en los territorios de caza de Nordrseta los colmillos de morsa, la exportación más valiosa de Groenlandia, si bien después se distribuían entre todas las granjas de los asentamientos occidental y oriental para que se realizara allí con ellos un laborioso proceso de trabajo antes de exportarlos.
Pertenecer a una granja era esencial tanto para sobrevivir como para adquirir identidad social. Cada pedazo de las pocas parcelas de tierra útiles de los asentamientos occidental y oriental era propiedad individual o colectiva de una o varias granjas, las cuales ostentaban con ello los derechos de todos los recursos de esa tierra, que incluían no solo sus pastos y su heno sino también sus caribús, su turba, sus bayas e incluso la madera arrastrada a la deriva. Por tanto, un groenlandés que quisiera hacer la vida por su cuenta no podría marcharse y dedicarse a buscar cosas en solitario. En Islandia, si uno perdía su granja o era despreciado podía tratar de vivir en algún otro lugar; en una isla, en una granja abandonada o en las tierras altas del interior. En Groenlandia no existía esa opción, ya que no había ningún «algún otro lugar» al que ir.
El resultado era una sociedad estrechamente controlada en la que unos cuantos jefes de las granjas más ricas podían impedir que alguien hiciera algo que pareciera amenazar sus intereses; incluido el hecho de que alguien experimentara con innovaciones que no auguraran beneficiar a los jefes. En lo más alto de la jerarquía, el asentamiento occidental estaba dominado por Sandnes, su granja más rica y la única que tenía acceso a la zona exterior de los fiordos, mientras que el asentamiento oriental estaba controlado por Gardar, su granja más rica y la sede del obispado. Veremos que este aspecto puede ayudarnos a comprender el destino final de la sociedad noruega de Groenlandia.
Junto con este hondo sentido comunitario también viajó a Groenlandia, desde Islandia y Noruega, una marcada veta de violencia. Algunas de las evidencias de que disponemos acerca de ello están escritas: cuando el rey Sigurd Jorsalfar de Noruega le propuso en 1124 a un sacerdote llamado Arnald que se fuera a Groenlandia en calidad de primer obispo residente, entre las excusas que dio Arnald para no aceptar en un principio se encontraba que los groenlandeses fueran tan cascarrabias. A lo cual el astuto rey respondió: «Cuanto mayores sean las pruebas a que te sometas en manos de los hombres, mayores serán tus méritos y recompensas». Arnald aceptó con la condición de que el hijo de un jefe de Groenlandia muy respetado, llamado Einar Sokkason, jurara defenderlo a él y a las propiedades de la iglesia, así como hacer frente a sus enemigos. Tal como se narra en la saga de Einar Sokkason (véase la sinopsis adjunta), Arnald se vio envuelto finalmente en las habituales disputas violentas cuando llegó a Groenlandia, pero las gestionó de un modo tan hábil que todos los principales litigantes (incluyendo incluso a Einar Sokkason) acabaron matándose entre sí, mientras que Arnald conservó la vida y la autoridad.
La otra muestra de la violencia de Groenlandia es más concreta. El cementerio de la iglesia de Brattahlid contiene, además de muchas sepulturas individuales con los esqueletos completos y cuidadosamente colocados, una fosa común que data de la primera etapa de la colonia de Groenlandia y que contiene los huesos desperdigados de trece hombres adultos y un niño de nueve años, que con toda probabilidad formaban parte de un clan que perdió en una contienda. Cinco de esos esqueletos presentan heridas en el cráneo causadas por un instrumento cortante, presumiblemente un hacha o una espada. Aunque dos de esos cráneos presentan signos de cicatrización ósea, lo cual hace pensar que las víctimas sobrevivieron al ataque y murieron mucho después, las heridas de otros tres presentan poca o ninguna cicatrización, lo cual da a entender una muerte rápida. Ese resultado no es extraño si vemos fotografías de los cráneos, de uno de los cuales se desprendió un trozo de hueso de siete centímetros de largo por cinco de ancho. Las heridas de los cráneos se encontraban todas ellas o bien en la parte frontal izquierda o bien en la parte trasera derecha, tal como sucedería si un atacante diestro hubiera asestado un golpe desde delante o desde detrás respectivamente. (La mayoría de las heridas de combate se ajustan a esta pauta, ya que la mayor parte de las personas son diestras).
Una semana típica en la vida de un obispo de Groenlandia:
La saga de Einar Sokkason
Cuando estaba cazando con catorce amigos, Sigurd Njalsson encontró en la playa un barco varado repleto de un valioso cargamento. En una cabaña cercana halló los cadáveres hediondos de la tripulación de la nave y del capitán Arnbjorn, que habían perecido de hambre. Sigurd llevó los cadáveres de la tripulación a la catedral de Gardar para que recibieran sepultura y donó el barco al obispo Arnald para que las almas de los cadáveres descansaran en paz. Por lo que respecta al cargamento, hizo valer el derecho de quienes lo encuentran o conservan y lo distribuyó entre sus amigos y él mismo.
Cuando el sobrino de Arnbjorn, Ozur, se enteró de la noticia, se dirigió a Gardar junto con los parientes de otros tripulantes muertos. Manifestaron al obispo que creían tener derecho a heredar el cargamento. Pero el obispo respondió que la ley de Groenlandia determinaba que los propietarios pasaban a ser quienes encuentran o conservan un cargamento, y que ahora el barco pertenecía a la parroquia en pago de las misas por las almas de los hombres muertos que habían sido propietarios de todo ello, y que no era correcto que Ozur y sus amigos reclamaran ahora el cargamento. De modo que Ozur presentó un pleito en la Asamblea de Groenlandia, al que concurrieron Ozur y todos sus hombres y también el obispo Ainald y su amigo Einar Sokkason y muchos de sus hombres. El tribunal dictó sentencia contra Ozur, a quien disgustó sobremanera el veredicto y se sintió humillado; de modo que destruyó el barco de Sigurd (que ahora pertenecía al obispo Arnald) arrancando tablones de ambos costados a lo largo de toda la eslora. Aquello enfureció tanto al obispo que determinó que Ozur pagara con la vida.
Mientras el obispo celebraba misa festiva en la iglesia, Ozur se acercó a la congregación y se quejó ante el criado del obispo de lo mal que le había tratado. Einar arrancó un hacha de la mano de otro feligrés y asestó un golpe mortal a Ozur. El obispo le preguntó a Einar: «Einar, ¿has matado tú a Ozur?». Einar dijo: «En efecto, he sido yo». La respuesta del obispo fue: «Este tipo de actos criminales no son justos. Pero este concretamente no carece de justificación». El obispo no quiso dar sepultura religiosa a Ozur, pero Einar le advirtió de que se avecinarían graves problemas.
En efecto, un pariente de Ozur, Simón, hombre fuerte, dijo que no era momento de perder tiempo en hablar. Reunió a sus amigos Kolbein Thorljotsson, Keitel Kalfsson y a muchos otros hombres del asentamiento occidental. Un anciano llamado Sokki Thorisson ofreció mediar entre Simón y Einar. Como compensación por haber asesinado a Ozur, Einar ofrecía algunos artículos, entre los que se encontraba una antigua armadura, que Simón despreció por considerarla inútil. Kolbein se deslizó por detrás hasta acercarse a Einar y le golpeó entre los hombros con su hacha justo en el momento en que Einar estaba dejando caer el hacha sobre la cabeza de Simón. Mientras Simón y Einar caían muertos, el propio Einar señaló: «Estaba esperando que sucediera esto». El hermanastro de Einar, Thord, se abalanzó sobre Kolbein, que consiguió matarlo al instante clavándole el hacha en la garganta.
Los hombres de Einar y Kolbein entablaron entonces batalla. Un hombre llamado Steingrim les dijo a todos que por favor dejaran de luchar, pero ambas partes estaban tan enloquecidas que le clavaron sendas espadas. Por parte de Kolbein, fueron muertos Krak, Thorir y Vighvat, además de Simón. Por parte de Einar, fueron muertos Bjorn, Thorarin, Thord y Thorfinn, además de Einar y Steingrim, que se contaba como integrante del bando de Einar. Muchos hombres quedaron mal heridos. En una reunión pacífica organizada por un ganadero prudente llamado Hall, se ordenó al bando de Kolbein que compensara al bando de Einar porque este había perdido más hombres. Aun así, el bando de Einar quedó muy insatisfecho con el veredicto. Kolbein se hizo a la mar camino de Noruega con un oso polar que ofreció como presente al rey Harald Gilli, y todavía se quejaba de la crueldad con la que había sido tratado. El rey Harald consideró que el relato de Kolbein estaba repleto de mentiras y se negó a aceptar el oso polar. De modo que Kolbein atacó e hirió al rey y se hizo a la mar camino de Dinamarca, pero murió ahogado en el camino. Y así termina esta saga.
Otro esqueleto masculino del mismo camposanto alberga una hoja de cuchillo entre las costillas. Dos esqueletos femeninos del cementerio de Sandnes que presentan cortes similares en el cráneo atestiguan que, al igual que los hombres, las mujeres también podían morir en combate. De una época posterior de la colonia de Groenlandia, en un período en que las hachas y las espadas habían llegado a ser raras debido a la escasez de hierro, datan los cráneos de cuatro mujeres adultas y un niño de ocho años, cada uno de los cuales presenta uno o dos agujeros con los bordes cortantes de entre dos y tres centímetros de diámetro producidos, claro está, por la saeta de una ballesta o por una flecha. También hay indicios de violencia doméstica en el esqueleto hallado en la catedral de Gardar de una mujer de cincuenta años que tiene fracturado un hueso del cuello denominado hioides; los forenses han aprendido a interpretar que el hioides fracturado es una evidencia de que la víctima fue estrangulada por la presión manual ejercida en el estrangulamiento.
Junto con esa veta violenta que coexistía en tensión con un fuerte énfasis en la cooperación comunitaria, los noruegos de Groenlandia también llevaron allí desde Islandia y Noruega una organización social con una estructura jerárquica muy marcada y estratificada, según la cual un reducido número de jefes dominaba a los propietarios de las granjas pequeñas, a los arrendatarios que ni siquiera eran propietarios de sus propias granjas y (al principio) a los esclavos. De nuevo al igual que Islandia, Groenlandia no estaba estructurada políticamente como Estado, sino como una federación flexible de jefaturas que operaban bajo condiciones feudales, en la que no existía el dinero ni la economía de mercado. Durante el primer o los dos primeros siglos de existencia de la colonia de Groenlandia la esclavitud desapareció y los esclavos se convirtieron en hombres libres. Sin embargo, el número de ganaderos independientes fue disminuyendo con el paso del tiempo, a medida que estos se vieron obligados a convertirse en arrendatarios de los jefes, proceso que está bien documentado en Islandia. No disponemos de los registros equivalentes de aquel proceso en Groenlandia, pero parece probable que se produjera también allí, ya que las fuerzas que lo impulsaban eran aún más acusadas en Groenlandia que en Islandia. Una de esas fuerzas consistía en las fluctuaciones del clima, que hacían que en los años malos las granjas más pobres se endeudaran con las granjas más ricas que les prestaban heno y ganado, las cuales finalmente conseguían hacer valer sus derechos sobre ellas. En la actualidad, entre las ruinas de las granjas de Groenlandia todavía quedan evidencias visibles de esta jerarquía: comparadas con las granjas pobres, las granjas mejor situadas cuentan con una extensión mayor de buenos pastizales, establos y corrales mayores con pesebres para más animales, cobertizos para heno mayores, viviendas más grandes e iglesias y herrerías mayores. La jerarquía también queda patente hoy día en la aparición de una mayor proporción de huesos de caribú y vaca con respecto a los de oveja y foca en los basureros de las granjas más ricas que en los de las granjas pobres. Asimismo, al igual que Islandia, la Groenlandia de los vikingos era una sociedad conservadora que ofrecía resistencia a los cambios y se aferraba con más fuerza a los viejos métodos que la propia sociedad vikinga que dejaron atrás en Noruega. Con el transcurso de los siglos, hubo pocos cambios en el diseño de los utensilios y el tallado. La pesca fue abandonada en los primeros años de la colonia, y los groenlandeses no volvieron a reconsiderar esa decisión durante los cuatro siglos y medio de existencia de su sociedad. No aprendieron de los inuit a cazar focas oceladas o ballenas, aun cuando ello significara no comer los alimentos habituales en la zona y, como consecuencia de ello, pasar hambre. La razón última que subyace a esa actitud conservadora de los groenlandeses puede haber sido la misma que la razón a la que mis amigos islandeses atribuyen el conservadurismo de su propia sociedad. Es decir, en grado aún mayor que los islandeses, los groenlandeses se vieron en un entorno muy difícil. Si bien consiguieron desarrollar una economía que les permitiera sobrevivir durante muchas generaciones, descubrieron que era mucho más probable que las variaciones introducidas en esa economía se revelaran catastróficas antes que ventajosas. Había poderosas razones para ser conservador.
El adjetivo que nos queda de los aplicados para caracterizar a la sociedad noruega de Groenlandia es «eurocéntrica». Los groenlandeses recibían de Europa bienes comerciales materiales, pero eran aún más importantes las importaciones inmateriales: su identidad como cristianos y europeos. Analicemos en primer lugar el comercio material. ¿Qué bienes comerciales se importaban a Groenlandia y con qué exportaciones pagaban los groenlandeses dichas importaciones?
Para los barcos de vela medievales, la travesía hasta Groenlandia desde Noruega resultaba peligrosa y suponía al menos una semana de viaje; los anales mencionan con frecuencia naufragios o embarcaciones que se hicieron a la mar de las que nunca se volvió a saber. De ahí que los groenlandeses recibieran como mucho la visita anual de un par de barcos europeos, y algunas veces de solo uno cada varios años. Además, la capacidad de los barcos de carga europeos en aquella época era reducida. Las estimaciones de la frecuencia de visitas de barcos, de la capacidad de los mismos y de la población de Groenlandia nos permiten concluir que las importaciones se traducían en una media de unos tres kilos y medio de cargamento por persona y año. La mayor parte de los groenlandeses recibían una cantidad muy inferior a esa media, ya que gran parte del volumen del cargamento que llegaba estaba destinado a las iglesias o eran artículos de lujo para la elite. Por tanto solo podían importarse artículos valiosos que ocuparan poco espacio. En concreto, Groenlandia tenía que ser autosuficiente para los alimentos y no podía depender de la importación al por mayor de cereales y otros alimentos básicos de la dieta.
Las dos fuentes de información de que disponemos sobre las importaciones de Groenlandia son las relaciones incluidas en documentos noruegos y los artículos de origen europeo hallados en los yacimientos arqueológicos de Groenlandia. Estos contenían en su mayoría tres artículos imprescindibles: el hierro que los groenlandeses se veían en apuros para producir; buena madera para edificaciones y muebles, la cual también escaseaba; y brea, que se empleaba como lubricante y para conservar la madera. En cuanto a las importaciones no económicas, muchas estaban destinadas a la iglesia e incluían campanas para los templos, vidrieras, candelabros de bronce, vino para la comunión, lino, seda, plata y joyas y hábitos para los clérigos. Entre los artículos de lujo seculares hallados en los yacimientos arqueológicos de las viviendas de las granjas había peltre, cerámica y cuentas y botones de vidrio. Probablemente, entre las importaciones de artículos de lujo de pequeño volumen destinados a la alimentación se encontraban miel para hacer aguamiel y sal para utilizar como conservante.
A cambio de estas importaciones, la misma limitación de la capacidad de carga de los barcos habría impedido que los groenlandeses exportaran pescado en grandes cantidades, como hicieron los islandeses de la Edad Media y hacen los actuales groenlandeses, aun cuando estos últimos hubieran estado dispuestos a pescar. Por el contrario, las exportaciones de Groenlandia también tenían que ser de artículos de pequeño volumen y gran valor. Entre ellos había pieles de cabra, vaca y foca que los europeos también podían obtener de otros países, pero de los que la Europa medieval requería grandes cantidades para elaborar ropa, zapatos y cinturones de cuero. Al igual que Islandia, Groenlandia exportaba tejido de lana muy apreciado porque era impermeable. Pero las exportaciones más preciadas de Groenlandia, de todas las que se mencionan en los registros noruegos, eran cinco productos obtenidos de la fauna ártica, poco frecuente o ausente por completo en la mayor parte de Europa: el marfil de las morsas extraído de sus colmillos, la piel de morsa (valorada porque con ella se elaboraba la soga más resistente para barcos), los osos polares vivos o sus pieles como símbolo de elevada posición social, el cuerno del narval (una pequeña ballena) conocido en aquel momento en Europa como «cuerno de unicornio», y los halcones gerifaltes vivos (los halcones más grandes del mundo). Los colmillos de morsa acabaron siendo el único marfil disponible para tallar en la Europa medieval una vez que los musulmanes pasaron a controlar el Mediterráneo e interrumpieron con ello el abastecimiento de marfil de elefante para la Europa cristiana. Como ejemplo del valor atribuido a los halcones gerifaltes de Groenlandia, valga decir que en 1396 bastaron doce ejemplares de esa ave para pagar el rescate del hijo del duque de Borgoña cuando fue apresado por los sarracenos.
Las morsas y los osos polares estaban prácticamente confinados a latitudes mucho más septentrionales que las de los asentamientos noruegos, en una zona denominada Nordrseta (el territorio de caza septentrional) que se encontraba varios cientos de kilómetros al norte del asentamiento occidental y abarcaba la zona más septentrional de la costa occidental de Groenlandia. Por tanto, todos los veranos los groenlandeses enviaban expediciones de caza en pequeñas embarcaciones descubiertas de seis remos y con velas que podían recorrer unos treinta kilómetros al día y podían llevar hasta una tonelada y media de carga. Los cazadores partían en el mes de junio, tras el período de mayor actividad de caza de focas pías, empleaban dos semanas para llegar a Nordrseta desde el asentamiento occidental o cuatro semanas desde el asentamiento oriental, y regresaban de nuevo a finales del mes de agosto. Como es lógico, en unas embarcaciones tan pequeñas no podían cargar con los cuerpos de cientos de morsas y osos polares, cada uno de los cuales pesa aproximadamente una tonelada y media tonelada respectivamente. Por el contrario, los animales se despedazaban en la zona de captura y solo se transportaban a casa las mandíbulas de la morsa con los colmillos y las pieles de los osos con las garras (más el oso cautivo vivo, de vez en cuando), con el fin de que en los asentamientos se extrajeran los colmillos y se limpiara la piel en los momentos de ocio del largo invierno. A casa también se llevaban el baculum o hueso peneal de las morsas macho, un hueso largo de aproximadamente treinta centímetros de longitud que conforma el núcleo del pene de la morsa, ya que resultaba tener el tamaño y la forma adecuados (y, sospechamos, valor de exhibición en las conversaciones) para hacer de él el mango de un hacha o un gancho.
La caza en Nordrseta era peligrosa y costosa en muchos aspectos. Para empezar, cazar morsas y osos polares sin un arma de fuego debía de ser muy peligroso. Imagínese el lector a sí mismo equipado únicamente con una lanza, un arpón, un arco y una flecha o una porra (según prefiera) tratando de matar a una morsa o un oso enfurecidos y descomunales antes de que cualquiera de ellos le mate. Imagínese también pasando varias semanas en una pequeña embarcación de remo compartida con un oso polar vivo o con sus cachorros atados. Aun sin la compañía del oso, la travesía en barco a lo largo de la fría y tormentosa costa occidental de Groenlandia exponía a los cazadores al riesgo de morir en un naufragio o de frío por pasar varias semanas a la intemperie. Aparte de esos peligros, el viaje constituía un gasto muy elevado en cuanto a barcos, fuerza humana y clima estival para un pueblo en el que no abundaban ninguna de las tres cosas. Debido a la escasez de madera en Groenlandia, pocos groenlandeses tenían embarcaciones, y utilizar aquellas valiosas naves para cazar morsas suponía hacerlo a expensas de otros posibles usos que podían darse a las mismas, como por ejemplo desplazarse a la península de Labrador para obtener más leña. La caza se desarrollaba en verano, cuando hacían falta hombres para cosechar el heno necesario con el que alimentar al ganado durante el invierno. Gran parte de lo que los groenlandeses obtenían materialmente mediante el comercio con Europa a cambio de esos colmillos de morsas y pieles de oso eran solo artículos de lujo para las iglesias y los jefes. Desde nuestro punto de vista actual, no podemos evitar imaginar los usos en apariencia más importantes que los groenlandeses podrían haber dado a aquellas embarcaciones y al tiempo de aquellos hombres. No obstante, desde la perspectiva de los groenlandeses, la caza debe de haber proporcionado mucho prestigio a los cazadores y haber mantenido a la sociedad en su conjunto en un contacto con Europa que resultaba esencial desde el punto de vista psicológico.
El comercio de Groenlandia con Europa se realizaba en su mayoría a través de los puertos noruegos de Bergen y Trondheim. Aunque al principio algunos cargamentos se transportaban en grandes barcos pertenecientes a los islandeses y a los propios groenlandeses, a medida que aquellos barcos fueron envejeciendo no pudieron reemplazarse debido a la falta de madera en las islas, lo cual dejó el monopolio del comercio a los barcos noruegos. Para mediados del siglo XII, hubo con frecuencia períodos de varios años en los que ningún barco visitaba Groenlandia. En 1257 el rey de Noruega Haakon Haakonsson, en un esfuerzo por afirmar su autoridad sobre todas las sociedades isleñas noruegas del Atlántico Norte, envió tres comisionados a Groenlandia con el fin de persuadir a los hasta el momento independientes groenlandeses de que reconocieran su soberanía y le pagaran tributos. Aunque no se han conservado los detalles del acuerdo resultante, algunos documentos sugieren que la aceptación de la soberanía noruega por parte de Groenlandia en 1261 se produjo a cambio de la promesa del rey de enviar dos barcos cada año, algo similar al acuerdo que simultáneamente estableció con Islandia, y que sabemos que estipulaba el envío de seis barcos anuales. A partir de entonces, el comercio con Groenlandia se convirtió en un monopolio de la Corona noruega. Pero la relación de Groenlandia con Noruega era flexible, y resultaba muy difícil imponer la autoridad noruega debido a la lejanía de Groenlandia. Sabemos con toda seguridad que un agente de la realeza residió en Groenlandia en diferentes momentos durante el siglo XIV.
Al menos tan importantes como las exportaciones materiales de Europa hacia Groenlandia lo eran también las exportaciones psicológicas de la identidad cristiana y europea. Estos dos rasgos de identidad pueden explicar por qué los groenlandeses actuaron de forma que —diríamos hoy con la ventaja de la mirada retrospectiva— se revelaron poco adaptativas y en última instancia les costaron la vida, pero que durante muchos siglos les permitieron mantenerse como una sociedad viva bajo unas condiciones más difíciles que cualesquiera de las afrontadas por cualquier otra sociedad europea medieval.
Groenlandia se convirtió al cristianismo en torno al año 1000, en el mismo momento en que se convirtieron Islandia, las demás colonias vikingas del Atlántico y la propia Noruega. Durante más de un siglo las iglesias de Groenlandia continuaron siendo pequeñas estructuras de turba construidas en el terreno de algún ganadero, fundamentalmente en los de las granjas más grandes. Al igual que en Islandia, lo más probable es que se tratara, por así decirlo, de iglesias privadas, que habían sido construidas y eran propiedad del ganadero terrateniente, el cual recibía parte de los diezmos que los miembros de la comunidad pagaban a esa iglesia.
Pero Groenlandia no contaba todavía con ningún obispo residente, cuya presencia era necesaria para celebrar confirmaciones y para consagrar las iglesias. Por tanto, alrededor de 1118, aquel mismo Einar Sokkason al que conocimos como héroe de una saga muerto de un hachazo asestado por la espalda fue enviado a Noruega por los groenlandeses con el fin de persuadir a su rey de que dotara a Groenlandia de un obispo. Para incentivar al rey, Einar llevó consigo un gran cargamento de marfil, pieles de morsa y —lo mejor de todo— un oso polar vivo para hacer entrega de ellos al rey. Aquello obró el milagro. El rey, por su parte, persuadió a aquel Arnald que ya conocimos en la saga de Einar Sokkason de que se convirtiera en el primer obispo residente de Groenlandia, el cual fue seguido por otros nueve a lo largo de los siglos posteriores. Todos los obispos sin excepción nacieron y se formaron en Europa y se desplazaron a Groenlandia tras ser nombrados para el cargo. No es de extrañar, por tanto, que volvieran la vista a Europa en busca de modelos, prefirieran la carne de ternera antes que la de foca y orientaran los recursos de la sociedad de Groenlandia hacia la caza en Nordrseta, lo cual les permitía comprar vino y hábitos para sí y vidrieras para sus iglesias.
Al nombramiento de Arnald siguió un gran programa de construcción de iglesias inspiradas en templos europeos, el cual se prolongó hasta alrededor del año 1300, y en el marco del cual la encantadora iglesia de Hvalsey fue una de las últimas que se erigieron. La cúpula eclesiástica de Groenlandia acabó compuesta por una catedral, unas trece iglesias grandes, muchas iglesias más pequeñas y hasta un monasterio y un convento. Aunque la mayor parte de las iglesias estaban hechas a base de muros de piedra más bajos y muros de turba más altos, la iglesia de Hvalsey y al menos otras tres más contaban con muros hechos enteramente de piedra. Estas grandes iglesias eran de todo punto desproporcionadas para el tamaño de la diminuta sociedad que las erigió y las mantenía.
Por ejemplo, la catedral de San Nicolás, en Gardar, medía treinta metros de largo y dieciséis de ancho, lo cual la convertía en una catedral tan grande como cualquiera de las dos de Islandia, cuya población era diez veces mayor que la de Groenlandia. Calculo que los bloques de piedra más grandes de las zonas bajas de los muros, labrados cuidadosamente para que encajaran a la perfección, y transportados desde las canteras de arenisca que se encontraban al menos a un kilómetro y medio de distancia, pesaban unas tres toneladas. Había una losa aún mayor, de unas diez toneladas, frente a la casa del obispo. Entre las edificaciones adyacentes se encontraban la torre de un campanario de unos veinticinco metros de altura y una sala de ceremonias con una superficie de unos 425 metros cuadrados, el salón más grande de Groenlandia, con una superficie que alcanzaba casi las tres cuartas partes de la del salón del arzobispo de Trondheim en Noruega. A similar y generosa escala se construyeron los dos establos de la catedral, uno de los cuales medía sesenta metros de largo (el establo más grande de Groenlandia) y estaba rematado por un dintel de piedra que pesaba unas cuatro toneladas. Para acoger a los visitantes con el esplendor que merecían, los terrenos de la catedral estaban decorados con unos veinticinco cráneos completos de morsa y cinco cráneos de narval, los cuales son quizá los únicos que se conservan en cualquier emplazamiento de los noruegos de Groenlandia. Por lo demás, los arqueólogos solo han encontrado esquirlas de marfil, ya que era tan preciado que casi todo él se exportaba a Europa.
Para soportar los muros y tejados de la catedral de Gardar y las demás iglesias de Groenlandia debió de consumirse una cantidad atroz de la tan escasa madera. Las importaciones de parafernalia eclesiástica, como campanas de bronce y vino para la comunión, también les salía cara a los groenlandeses, ya que en última instancia se compraban con el sudor y la sangre de los cazadores de Nordrseta y competían con el esencial hierro por el limitado espacio de carga de los barcos que arribaban. Los gastos periódicos que las iglesias ocasionaban a los groenlandeses eran un diezmo anual que se pagaba a Roma y un diezmo adicional para la cruzada recaudado entre todos los cristianos. Estos diezmos se pagaban con las exportaciones que Groenlandia enviaba a Bergen, donde se convertían en plata. Nos ha quedado un recibo de uno de estos cargamentos, el diezmo correspondiente a seis años por la cruzada del período comprendido entre los años 1274 y 1280, que indica que consistía en 667 kilos de marfil procedentes de los colmillos de 191 morsas, los cuales el arzobispo de Noruega consiguió vender por 12 kilos de plata pura. El hecho de que la Iglesia consiguiera obtener semejantes diezmos y llevar a cabo tamaños programas de edificación atestigua la autoridad que inspiraba en Groenlandia.
La tierra vinculada a la Iglesia acabó por comprender en última instancia gran parte de los mejores terrenos de Groenlandia, incluyendo más o menos una tercera parte de la tierra del asentamiento oriental. Los diezmos eclesiásticos de Groenlandia, y quizá también el resto de sus exportaciones a Europa, pasaban por Gardar, donde todavía pueden verse las ruinas de una enorme nave de almacenamiento adyacente a la catedral en su esquina sudeste. Como Gardar presumía de disponer del almacén más grande de Groenlandia, de la cabaña de ganado mayor con diferencia y de la tierra más fecunda, quien controlara Gardar controlaba Groenlandia. Lo que sigue sin estar claro es si Gardar y las demás granjas de la Iglesia en Groenlandia eran propiedad de la propia Iglesia o de los granjeros en cuya tierra se encontraban las iglesias. Pero, tanto si la autoridad y la propiedad descansaban sobre el obispo o sobre los jefes, esta cuestión no modifica la conclusión principal: Groenlandia era una sociedad jerárquica que albergaba grandes diferencias de riqueza que la Iglesia justificaba, y realizaba una inversión desproporcionada en sus templos. Una vez más, tenemos que preguntarnos si no les habría ido mejor a los groenlandeses en caso de haber importado menos campanas de bronce y más hierro con el que fabricar utensilios, armas para defenderse de los inuit o bienes para comerciar con ellos a cambio de comida en épocas de necesidad. Pero formulamos esta pregunta con las ventajas que proporciona hacerlo de forma retrospectiva, y sin considerar la herencia cultural que impulsó a los groenlandeses a tomar esta decisión.
Además de la identidad específica como cristianos, los groenlandeses mantenían su identidad europea en muchos otros aspectos, lo cual incluía, por ejemplo, importar candelabros de bronce, botones de vidrio y anillos de oro europeos. Con el paso de los siglos de existencia de la colonia, los groenlandeses siguieron con detalle y adoptaron las mudables costumbres europeas. Un conjunto de ejemplos bien documentado tiene que ver con las costumbres funerarias, tal como revelan las excavaciones de cuerpos en los camposantos de Escandinavia y Groenlandia. Los noruegos de la Edad Media enterraban a los niños y los nonatos en torno al hastial oriental de la iglesia; así lo hacían también los groenlandeses. Los noruegos de la Alta Edad Media enterraban a los cuerpos en ataúdes, a las mujeres en la vertiente sur de los camposantos y a los hombres en la vertiente norte; pero en épocas posteriores los noruegos prescindieron de los ataúdes y simplemente envolvían los cuerpos en ropa o en un sudario, y además pasaron a mezclar en el cementerio los cuerpos de hombres y mujeres. Los groenlandeses realizaron esas mismas alteraciones con el paso del tiempo. En los cementerios europeos continentales de toda la Edad Media los cuerpos se depositaban boca arriba, con la cabeza hacia el oeste y los pies hacia el este (de modo que el difunto pudiera «mirar» al este), pero la posición de los brazos fue cambiando con el tiempo: hasta el año 1250 los brazos se disponían de forma que quedaran extendidos paralelamente al cuerpo para después, a partir del año 1250, quedar ligeramente curvados sobre la pelvis y, con posterioridad, más curvados sobre el estómago, hasta que a finales de la Edad Media se plegaban por completo sobre el pecho. En los cementerios de Groenlandia también se observan incluso esos cambios en la disposición de los brazos.
De forma análoga, las pautas de construcción de iglesias en Groenlandia siguieron los modelos europeos de los noruegos y sus modificaciones a lo largo del tiempo. Cualquier turista habituado a una catedral europea, con su amplia nave, su entrada principal orientada hacia el oeste, su coro y sus transeptos norte y sur, reconocerá inmediatamente esos mismos rasgos en las actuales ruinas de piedra de la catedral de Gardar. La iglesia de Hvalsey se parece tanto a la iglesia noruega de Eidfjord que podemos concluir que los groenlandeses debieron de haber contratado al mismo arquitecto o bien haber copiado los planos. Entre los años 1200 y 1225 los constructores noruegos abandonaron su anterior unidad de medida lineal (el denominado «pie romano internacional») y adoptaron el pie griego, un tanto más corto; los constructores de Groenlandia hicieron lo mismo.
La imitación de los modelos europeos llegaba incluso a detalles domésticos como los peines y los vestidos. Los peines noruegos tuvieron una sola cara útil y las púas estuvieron solo a un lado del mango hasta aproximadamente el año 1200, cuando esos peines se pasaron de moda y fueron reemplazados por modelos de dos caras que tenían conjuntos de púas que se proyectaban en direcciones opuestas; los groenlandeses también adoptaron ese cambio en el diseño de los peines. (Eso recuerda el comentario de Henry Thoreau en su libro Walden acerca de las personas que sumisamente adoptan la última moda de los diseñadores de una tierra remota: «El jefe de los monos de París se pone una gorra de paseo y todos los monos de América lo imitan»). Las prendas de vestir con las que se envolvía a los cadáveres enterrados se han conservado en un estado excelente. Ello se debe a que el suelo del camposanto de Herjolfsnes ha permanecido helado desde los últimos decenios de existencia de la colonia de Groenlandia. Esos restos indican que los trajes de Groenlandia siguieron la moda elegante europea, aun cuando parecía mucho menos apropiada para el clima frío de Groenlandia que el anorak entallado de los inuit, hecho de una pieza, con mangas ajustables y capucha. Entre las ropas de los últimos noruegos de Groenlandia se encontraban: para las mujeres, un vestido largo y escotado con la cintura estrecha; para los hombres, una especie de chaqueta deportiva denominada houpelande, que se componía de una prenda exterior larga y holgada que se sujetaba con un cinturón y con las mangas amplias y cortas por donde podía entrar el viento; chalecos abotonados al frente y gorros cilíndricos altos.
La adopción de todas estas costumbres europeas deja patente que los groenlandeses prestaban mucha atención a la moda europea y la seguían al dedillo. Esta adopción transmite un mensaje inconsciente: «Somos europeos, somos cristianos, Dios no permita que nadie nos confunda con los inuit». Exactamente igual que Australia era más británica que la propia Gran Bretaña en el momento en que empecé a visitarla en la década de 1960, la avanzadilla europea más remota de Groenlandia continuaba ligada a Europa de forma emocional. Esto habría resultado inocente si los lazos se hubieran manifestado solo en los peines de dos caras y en la posición en que se plegaban los brazos sobre un cadáver. Pero la insistencia en «somos europeos» se convierte en algo más grave cuando desemboca en mantener con obstinación las vacas en el clima de Groenlandia, apartar de las labores de siega estival de heno la fuerza muscular humana y morir de hambre como consecuencia de todo ello. Para nosotros, en nuestra moderna sociedad secular, el aprieto en el que se vieron los groenlandeses resulta difícil de comprender. Sin embargo, para ellos, preocupados por su supervivencia social en igual medida que por su supervivencia biológica, quedaba fuera de toda duda invertir menos en iglesias, imitar o entremezclarse en matrimonios con los inuit y enfrentarse con ello a toda una eternidad en el infierno, únicamente con el fin de sobrevivir otro invierno sobre la Tierra. La adhesión de los groenlandeses a su imagen europea cristiana puede haber sido un rasgo del conservadurismo que mencioné más arriba: eran más europeos que los propios europeos, y por tanto les resultó culturalmente imposible introducir en su forma de vida cambios drásticos que podrían haberles ayudado a sobrevivir.