Capítulo 26
Mi esquema se rompió en pedazos al mediodía siguiente. Tenía en mi contra el inconveniente químico de que había escogido equivocadamente las formas tautoméricas de guanina y timina. Antes de descubrir esta verdad tan inquietante, desayuné a toda prisa en el Whim y volví un instante a Clare para responder a una carta de Max Delbrück en la que me decía que mi manuscrito sobre genética bacteriana les había parecido poco sólido a los genetistas de Cal Tech. Aun así, iba a acceder a mi petición de que lo enviara a los Proceedings of the National Academy. De esa forma, todavía sería joven cuando cometiera la locura de publicar una idea tonta, y después tendría tiempo de volverme serio antes de que mi carrera se torciera de manera irremediable.
Al principio, el mensaje me había causado la preocupación que pretendía. Pero ahora, con mi ánimo tan elevado por la posibilidad de haber descubierto la estructura autorreproductora, reiteré mi fe en que sabía lo que ocurría cuando se acoplaban las bacterias. Además, no pude resistirme a añadir una frase en la que decía que acababa de concebir una magnífica estructura de ADN que era totalmente distinta de la de Pauling. Por unos segundos pensé en ofrecer detalles de lo que tramaba, pero, como tenía prisa, decidí no hacerlo, eché deprisa la carta al correo y corrí al laboratorio.
La carta no llevaba en el correo más que una hora cuando me di cuenta de que mi afirmación era una tontería. En cuanto llegué al despacho y empecé a explicar mi esquema, el cristalógrafo norteamericano Jerry Donahue objetó que la idea no iba a funcionar. Las formas tautoméricas que había copiado del libro de Davidson estaban, a su juicio, erróneamente asignadas. Mi réplica inmediata de que otros textos también representaban la guanina y la timina en forma de enol no le conmovió. Se limitó a decir que los químicos orgánicos llevaban años favoreciendo arbitrariamente unas formas tautoméricas concretas frente a sus alternativas con argumentos de lo más endeble. De hecho, los libros de química orgánica estaban llenos de esquemas con formas tautoméricas muy improbables. La imagen de la guanina que le estaba arrojando yo a la cara era, casi con certeza, mentira. Todo su instinto químico le decía que debía de ser una forma cetónica. Y estaba asimismo seguro de que era un error asignar una configuración enólica a la timina. También en ese caso era firme defensor de la forma cetónica.
No obstante, Jerry no ofrecía ningún motivo sólido para preferir las formas cetónicas. Reconoció que sólo había una estructura cristalina que tuviera algo que ver con el problema. Se trataba de la dicetopiperacina, cuya configuración tridimensional se había descubierto en un minucioso trabajo realizado en el laboratorio de Pauling varios años antes. Aquí no había duda de que estaba presente la forma cetónica, y no la enólica. Además, estaba seguro de que el argumento de mecánica cuántica que demostraba por qué la dicetopiperacina poseía forma cetónica debía ser válido para la guanina y la timina. De forma que me conminó a que dejara de perder el tiempo con mi disparatado esquema.
Aunque mi reacción inmediata fue confiar en que la perorata de Jerry fuera mera palabrería, no deseché sus críticas. Después del propio Linus, Jerry sabía más sobre enlaces de hidrógeno que cualquier otra persona en el mundo. Teniendo en cuenta que, durante muchos años, había investigado en Cal Tech las estructuras cristalinas de pequeñas moléculas orgánicas, no podía engañarme y pensar que no comprendía nuestro problema. En los seis meses en que había ocupado una mesa en nuestro despacho, nunca le había oído hablar más de la cuenta sobre temas de los que no sabía nada.
Con gran preocupación volví a mi mesa, esperando que surgiera algún truco que rescatara la idea del igual con igual. Pero era evidente que las nuevas formas tautoméricas eran su sentencia de muerte. El traslado de los átomos de hidrógeno a sus posiciones cetónicas hacía que las diferencias de tamaño entre las purinas y las pirimidinas fueran aún más importantes que si rigieran las formas enólicas. Tenía que forzar mucho mi imaginación para pensar que el esqueleto de polinucleótidos se combaba lo suficiente para ajustarse a unas secuencias de bases irregulares. E incluso esta posibilidad se desvaneció cuando entró Francis. Inmediatamente se dio cuenta de que una estructura de igual con igual produciría una repetición cristalográfica de 34 Á sólo si cada cadena tenía una rotación completa cada 68 Á. Y ello significaría que el ángulo de rotación entre bases sucesivas sería sólo de 18 grados, un valor que Francis consideraba completamente descartado por sus últimas manipulaciones de modelos. Además, no le gustaba el hecho de que la estructura no ofreciera ninguna explicación para las reglas de Chargaff (adenina igual a timina, guanina igual a citosina). Aun así, yo seguía poco convencido sobre los datos de este último. Con todo, agradecí que llegara la hora de la comida, durante la cual la alegre charla de Francis hizo que mi mente pasara temporalmente a ocuparse de por qué los estudiantes no eran lo que necesitaban las chicas au pair.
Después de comer no tenía demasiada prisa por volver al trabajo, ya que temía que, al intentar encajar las formas cetónicas en algún esquema nuevo, me encontrara con otro obstáculo y tuviera que aceptar la idea de que no había ningún modelo de enlaces de hidrógeno regulares que fuera compatible con los difractogramas de rayos X. Mientras me quedara fuera, mirando las flores de azafrán, podía mantener la esperanza de que las bases iban a acabar colocándose como era debido. Por suerte, cuando subimos, me encontré con que tenía una excusa para aplazar varias horas más, por lo menos, ese paso fundamental en la construcción del modelo. Los modelos de metal de la purina y la pirimidina, que eran necesarios para comprobar de forma sistemática todas las posibilidades concebibles de enlaces de hidrógeno, no se habían terminado a tiempo. Iban a tardar dos días más, al menos, en estar a nuestra disposición. Era demasiado tiempo para permanecer en el limbo, incluso para mí, así que pasé el resto de la tarde recortando unas representaciones exactas de las bases en cartón. Para cuando las tuve listas me di cuenta de que la respuesta tenía que esperar hasta el día siguiente. Después de cenar iba a ir con un grupo de huéspedes de Pop al teatro.
Cuando llegué a nuestro despacho vacío a la mañana siguiente, me apresuré a quitar los papeles de mi mesa para tener una superficie grande y plana sobre la que formar pares de bases unidos por enlaces de hidrógeno. Aunque, al principio, volví a mis prejuicios de iguales con iguales, era muy consciente de que no sacaría nada de ahí. Cuando entró Jerry levanté la vista, vi que no era Francis y empecé a mover las bases para probar diversas posibilidades de emparejamiento. De pronto observé que un par de adenina y timina, unido por dos enlaces de hidrógeno, tenía una forma idéntica a un par de guanina y citosina unido por, al menos, dos enlaces de hidrógeno. Todos los enlaces parecían formarse naturalmente; no era preciso hacer ninguna trampa para que los dos tipos de pares de bases tuvieran una forma idéntica. Rápidamente llamé a Jerry para preguntarle si esta vez tenía alguna objeción que hacer a mis nuevos emparejamientos.
Cuando dijo que no, mi optimismo aumentó de golpe, porque sospeché que ya teníamos la respuesta al enigma de por qué el número de residuos de purina era exactamente igual al de residuos de pirimidina. Era posible agrupar dos secuencias de bases irregulares en el centro de una hélice si una purina siempre se unía a través de enlaces de hidrógeno con una pirimidina. Además, el requisito del enlace de hidrógeno significaba que la adenina siempre se emparejaba con la timina y que la guanina sólo podía emparejarse con la citosina. Las reglas de Chargaff, de repente, eran consecuencia de una estructura de doble hélice en el ADN. Y, lo que era todavía más prometedor, ese tipo de doble hélice indicaba un esquema de reproducción mucho más satisfactorio que el emparejamiento de iguales con iguales en el que había pensado brevemente. Que la adenina siempre se uniera a la timina y la guanina a la citosina significaba que las secuencias de bases de las dos cadenas entrelazadas eran complementarias. Si se conocía la secuencia de bases de una cadena, se determinaba automáticamente la de su pareja. Por tanto, en teoría, era muy fácil ver que una sola cadena podía ser el molde para la síntesis de otra cadena con la secuencia complementaria.
Cuando llegó Francis, antes de que atravesara la puerta, exclamé que teníamos a nuestro alcance la respuesta a todo. Aunque, por cuestión de principios, se mantuvo escéptico unos instantes, la similaridad entre los pares A-T y G-C tuvo el efecto esperado. Se apresuró a mover las bases y agruparlas de otras maneras, pero no aparecía ningún otro modo de satisfacer las reglas de Chargaff. Al cabo de unos minutos vio que los dos enlaces glicosídicos (que unían la base y el azúcar) de cada par de bases estaban sistemáticamente relacionados con respecto a un eje binario, perpendicular al eje helicoidal. Así, era posible dar la vuelta a ambos pares y que sus enlaces glicosídicos siguieran estando en la misma dirección. Una consecuencia importante de este hecho era que una cadena determinada podría contener tanto purinas como pirimidinas. Al mismo tiempo, había fuertes indicios de que los esqueletos de ambas cadenas debían seguir direcciones opuestas.
La cuestión, ahora, era si los pares de bases A-T y G-C podían encajar con facilidad en la configuración del armazón imaginada durante las dos semanas anteriores. A primera vista, parecía probable, porque yo había dejado en el centro una gran área vacía para las bases. Sin embargo, sabíamos que no triunfaríamos hasta construir un modelo completo en el que todos los contactos estereoquímicos fueran satisfactorios. Y había que tener en cuenta algo evidente: las repercusiones eran demasiado importantes para arriesgarnos a hacer anuncios infundados. Así que me sentí ligeramente mareado cuando, a la hora de la comida, Francis entró en el Eagle dispuesto a decir a todo el que quisiera oírle que habíamos descubierto el secreto de la vida.