X. LAS DECLARACIONES DEL CASO
Debo agradecer a Masters y a su previsión las notas de las declaraciones de los testigos. El inspector no confía en las notas abreviadas. En sus libretas toma taquigráficamente todo lo que dicen las personas a quienes interroga. Suele después pasar a máquina sus notas y hacerlas firmar a los interesados. Con su permiso, conseguí copias de todas ellas, y he agregado a las mismas las preguntas que formuló durante el interrogatorio.
Las mismas constituyen sólo un extracto de todo lo que se habló, son decididamente incompletas; pero las incluyo aquí porque pueden ser de interés al aficionado a los enigmas. Además, ciertas declaraciones tienen una significación especial.
La primera de ellas está encabezada con estas palabras: Lady Anne Benning, viuda del difunto Sir Alexander Benning. No se verá en ellas un reflejo de lo que era aquel cuarto inhospitalario mientras la anciana se enfrentaba a Masters en momentos en que las manecillas del reloj se acercaban a las cuatro y afuera cargaban ya el cadáver de Darworth para trasladarlo a la morgue.
La anciana se mostró más hostil que antes. Habíanle ofrecido una silla; estaba arropada en su capa y se mantenía muy erguida, con sus manos enjoyadas reposando sobre el regazo. Las primeras formalidades se llevaron a cabo sin que hubiera discusión alguna, aunque el agente tuvo que obligar al comandante Featherton —quien insistiera en acompañarle— a abandonar la habitación. Todavía me parece ver a la anciana enarcando sus cejas o moviendo levemente una de sus manos, y aún tengo el recuerdo de su voz fría y metálica.
Pregunta: Lady Benning, ¿cuánto tiempo hace que conoce usted a míster Darworth?
Respuesta: No sabría decirlo. ¿Tiene importancia? Tal vez ocho meses, o quizás un año.
P.: ¿Cómo lo conoció usted?
R.: Por intermedio de míster Theodore Latimer, si es que importa. Él me dijo que míster Darworth se interesaba en las fuerzas ocultas, y lo llevó a mi casa para presentármelo.
P.: Sí. Tenemos entendido que estaba usted predispuesta para esas cosas. ¿Es verdad eso, Lady Benning?
R.: Mi estimado señor, no pienso responder a sus impertinencias.
P.: Ajá. ¿Sabía usted algo respecto a Darworth?
R.: Sabía, por ejemplo, que era un caballero y muy bien educado.
P.: Le preguntaba si sabía algo respecto a su vida pasada.
R.: No.
P.: ¿Le dijo que, a pesar de no ser médium, era intensamente psíquico; que adivinaba que había sufrido usted mucho y los espíritus deseaban comunicarse con usted; que era protector de un médium que podía ayudarle? ¿Le dijo eso, Lady Benning?
R.: (Tras larga vacilación.) Sí. Pero no al principio. Se mostró muy comprensivo por la pérdida de mi sobrino James.
P.: ¿Y se convino una reunión con el médium?
R.: Sí.
P.: ¿Dónde?
R.: En la casa de míster Darworth, en Charles Street.
P.: ¿Hubo muchas de esas reuniones?
R.: Muchas. (La testigo comenzó a mostrarse algo molesta).
P.: ¿Dónde fue que consiguió «comunicarse» con míster James Halliday?
R.: ¡Por amor de Dios, no me torture usted!
P.: Lo siento. Comprenderá usted, señora, que es mi deber interrogarla. ¿Tomó parte míster Darworth en las reuniones?
R.: Raras veces. Decía que lo desazonaba mucho.
P.: ¿De modo que no estaba presente en ellas?
R.: No.
P.: ¿Sabía usted algo respecto al médium?
R.: No. (Vacilación). Excepto que no gozaba del todo del dominio de sus facultades mentales. Míster Darworth había discutido su caso con el médico encargado de la Liga Misericordiosa de Londres, que toma bajo su protección a las personas de mentalidad deficiente. Me dijo después cuán bien le había hablado el doctor respecto a James y cuánto le querían. James solía enviar a la Liga cincuenta libras anuales. Míster Darworth comentó que le recordaban muy bien por ello.
P.: Ajá. ¿No hizo usted investigaciones respecto a míster Darworth?
R.: No.
P.: ¿Le dio dinero alguna vez?
No hubo respuesta.
P.: ¿Fue mucho dinero, Lady Benning?
R.: Estimado señor, aún usted debe tener la suficiente inteligencia como para comprender que eso no es asunto suyo.
P.: ¿Quién fue el primero que sugirió que Plague Court debía ser exorcizada?
R.: (La testigo habló con gran firmeza). Mi sobrino James.
P.: Me refería a… Haré la pregunta de otro modo. De entre las personas que puedan ser llamadas a declarar. ¿Quién fue el que hizo la sugestión en forma normal?
R.: Gracias por la rectificación. Fui yo.
P.: ¿Qué pensó de ello míster Darworth?
R.: Al principio no quiso hacerlo.
P.: ¿Pero usted lo convenció?
R.: (La testigo no respondió, aunque murmuró, como para sus adentros: «O dijo que no quería»).
P.: ¿Significa algo para usted el nombre «Elsie Fenwick»?
R.: No.
Este diálogo, según recuerdo, no contuvo más de lo anotado por Masters. Lady Benning no hizo digresión alguna ni perdió el aplomo. Y, evidentemente, llevó la mejor parte en todo momento. Creo que Masters estaba enfadado. Cuando dijo: Ahora veamos lo de esta noche, creí que ella cambiaría de actitud, mas no fue así.
P.: Hace poco, en esta misma habitación, después que míster Blake hubo hablado con Joseph Dennis, empleó usted la expresión: «Venga usted a la habitación del frente y pregúntenos cuál de nosotros mató a Roger Darworth». ¿No es así?
R.: Sí.
P.: ¿Qué quiso usted decir con ello?
R: ¿No oyó usted nunca hablar del sarcasmo? Supuse, simplemente, que la policía sería tan estúpida como para creer que uno de nosotros lo había matado.
P.: ¿Pero usted no cree en tal cosa?
R.: ¿Qué cosa?
P.: Que uno de los cinco reunidos en la habitación asesinó a míster Darworth.
R.: No.
P.: ¿Quiere usted decirnos, Lady Benning, qué ocurrió después que ustedes cinco se encerraron para sus… plegarias?
R.: No ocurrió nada. No formamos el círculo. Nos sentamos frente al hogar.
P.: ¿Estaba demasiado oscuro para verse unos a otros?
R.: Sí. El fuego se había apagado. A decir verdad, no me fijé.
P.: ¿No se fijó?
R.: ¡Claro! Tenía la atención fija en otras cosas. ¿Sabe usted lo que es la verdadera plegaria? Si lo supiera, no haría preguntas estúpidas.
P.: Ajá. ¿Entonces no oyó usted nada: el crujido de una silla, el ruido de la puerta o alguien que se levantaba, por ejemplo?
R.: No.
P.: ¿Está segura?
No hubo respuesta.
P.: ¿Habló alguien desde el momento en que comenzó la vigilia y el momento en que oyeron sonar la campana?
R.: Yo no oí nada.
P.: ¿Pero no está usted dispuesta a jurar que no hubo nada de lo que pregunto?
R.: No estoy dispuesta a jurar nada, señor.
P.: Muy bien, Lady Benning. Entonces, al menos, me dirá esto: ¿Cómo estaban ustedes sentados? Quiero decir: ¿En qué orden se hallaban las sillas?
R.: (Hubo varias protestas y negativas). Bien; yo estaba a la derecha del hogar. Mi sobrino Dean se hallaba junto a mí, y creo que después seguía miss Latimer. De los demás no estoy segura.
P.: ¿Conoce usted a alguna persona viviente que hubiera deseado hacer daño a míster Darworth?
R.: No.
P.: ¿Cree usted que era un farsante?
R.: Posiblemente. Eso, empero, no afecta en nada a la verdad… de otras cosas.
P.: ¿Todavía niega que le dio dinero?
R.: No me parece haber negado nada. (Con gran amargura). De haber sido así, ¿cree usted que sería tan necia como para admitirlo?
Parecía sentirse muy satisfecha cuando Masters le permitió retirarse. Se llamó al comandante Featherton para que la acompañara. El inspector no hizo comentario alguno, y su rostro era inescrutable. Pidió que llamaran a Ted Latimer.
El muchacho fue un testigo muy diferente de la anciana. Entró con aire de desafío. Aunque trató de mantenerse altanero, soltó bastante la lengua durante su declaración, en la cual he indicado con puntos suspensivos las partes que no hacen al caso.
P.: ¿Cuánto tiempo hace que conoce a míster Darworth?
R.: Un año, más o menos. Nos conocimos en una exposición en las Galerías Cadroc de Bond Street. Exhibían, ¿sabe usted?, unas esculturas de León Dufour modeladas en jabón. Pero Darworth no compró ninguna de ellas, sino algunas piezas esculpidas en sal gema.
P.: Lady Benning nos ha dicho que usted le presentó a míster Darworth. ¿Llegaron ustedes a ser buenos amigos?
R.: Me resultaba una persona muy interesante. Era un hombre de mundo, como los que rara vez se encuentran en Inglaterra. Había estudiado con el doctor Adler, de Viena, y era un experto psiquiatra. Claro está que tuvimos muchas conversaciones interesantes.
P.: ¿Sabe algo de su vida pasada?
R.: No mucho. (Vacilación). No obstante, en cierta oportunidad le pedí consejo por ciertas inhibiciones que me impedían mantener relaciones con una joven de Chelsea. Míster Darworth me ayudó en esa dificultad, explicándome que mis temores se debían a un complejo de mi niñez… Recuerdo que míster Darworth mencionó que había experimentado las mismas dificultades con su esposa, actualmente fallecida…
P.: ¿Presentó usted a míster Darworth a su hermana?
R.: Si.
P.: ¿Simpatizó ella con él?
R.: (Vacilación). Sí, así me pareció. Claro está que Marion es una chica rara y su mente no está completamente desarrollada. Pensé que él le sería muy útil con sus conocimientos de la psiquiatría.
P.: Ajá. ¿Se lo presentó también a míster Halliday?
R.: No. Creo que fue Marion o Lady Benning. No recuerdo bien.
P.: ¿Simpatizaron los dos?
R: Pues, no. Le diré; Dean es un buen muchacho, pero un poco anticuado.
P.: ¿Pero no hubo ninguna disputa entre ellos?
R.: No sé si la consideraría usted disputa. Dean le dijo una noche que le gustaría aplastarle la cara de un golpe y colgarle de la araña. Le diré; era muy difícil reñir con Darworth. No se exaltaba. A veces…
Pausa y murmullos ininteligibles. Se urge al testigo a continuar.
R: Bien; todo lo que pueda decir es que me hubiera gustado ver esa pelea. Dean es el peso mediano más rápido que he visto en el ring. Una vez le vi hacer trizas a…
Estas sinceras palabras hicieron que Masters cambiara de opinión con respecto al joven. El interrogatorio continuó rápidamente. Darworth, al parecer, no había perdido tiempo en entrar en funciones. Durante la primera sesión, presidida por Joseph, se mencionaron el fantasma de Plague Court y las agonías espirituales de James Halliday. Cuando se comunicó esto a Darworth, el individuo se mostró interesado y algo inquieto; sostuvo largas conferencias con Marion Latimer y Lady Benning, «especialmente con Marion»; pidió prestadas las cartas de George Playge y, a instancia de Lady Benning, se levó a cabo el experimento. Tal vez Masters cometió un error al insistir mucho sobre este punto. Sea como fuere, Ted tuvo tiempo para dejarse dominar de nuevo por su fanatismo. Lo que cada vez se hacía más preponderante era la figura sonriente de Darworth. Parecía burlarse de nosotros aun después de la muerte. Luchamos inútilmente contra el poder que ejerciera sobre esa gente: la anciana amargada con sus rencores y sueños, como así también el inconstante joven que miraba a Masters con expresión de desafío.
La lucha se hizo más dura a medida que se le formulaban las preguntas. En cierta oportunidad, el muchacho se mostró completamente desequilibrado. Masters no le dejaba un momento de respiro.
P.: ¡Muy bien! Si no cree usted que Darworth fue asesinado por un ser humano, ¿qué nos dice de la declaración de Joseph Dennis en el sentido de que Darworth temía a uno de los reunidos aquí esta noche?
R.: Ésa es una mentira. ¿Va usted a aceptar las palabras de un morfinómano?
P.: ¿De modo que sabía usted que era un morfinómano?
R.: Me lo figuré.
P.: ¿Y sin embargo le creía?
R.: ¿Qué importa su vicio? No afectaba sus poderes psíquicos. ¿No comprende usted? Los pintores o músicos no pierden su genio por las drogas o el alcohol. Ocurre todo lo contrario.
P.: Cálmese, señor. ¿Niega usted que uno de los que estaban reunidos en la habitación del frente pudo haberse levantado y salido mientras reinaba la oscuridad?
R.: ¡Lo niego!
P.: ¿Juraría usted que nadie lo hizo?
R.: ¡Sí!
P.: ¿Y si le dijera que se oyó crujir una silla y abrir y cerrar la puerta?
R.: (Ligera vacilación). El que diga tal cosa, miente.
P.: ¿Está usted seguro?
R.: Sí. Tal vez nos hayamos movido en nuestras sillas. ¡Crujidos! ¿Qué son? Esté usted un rato a oscuras y oirá muchísimos crujidos.
P.: ¿Estaban sentados muy cerca uno de otro?
R.: No sé. Tal vez había un metro de distancia entre cada silla.
P.: ¿Pero oyó usted algún ruido? ¿Es posible que alguna persona se haya puesto de pie y salido sin atraer la atención?
R.: Acabo de decirle que nadie lo hizo.
P.: ¿Estaba usted orando?
R: Por supuesto que no. ¿Tengo aspecto de ser un devoto? Estaba tratando de establecer comunicación con la misma mente que se ocupaba de exorcizar al espíritu maligno.
P.: ¿En qué orden estaban colocados ustedes?
R.: No estoy seguro. Dean apagó las velas, y en ese momento estábamos todos parados. Luego buscamos a tientas las sillas que ya estaban en la habitación. Yo me hallaba a la izquierda del hogar; eso es todo lo que sé. Hubo cierta confusión.
P.: ¿Pero no se dio usted cuenta de la disposición de todos cuando sonó la campana y volvieron a levantarse?
R.: No. Hubo mucho movimiento en la oscuridad. Fue el viejo Featherton quien encendió las velas. En seguida corrimos todos hacia la puerta. No sé qué sitio había ocupado cada uno.
Masters le permitió retirarse, diciéndole que podía volver a su casa; mas aunque el joven estaba muy fatigado, se negó a irse hasta que lo hubieran hecho los otros.
El inspector apoyó la cabeza sobre las manos y se quedó cavilando.
—El enredo se pone cada vez peor —comentó—. Todos están exaltados o histéricos. Si no conseguimos una declaración más coherente…
Movió los dedos, acalambrados de tanto escribir, y ordenó luego al agente que llamara al comandante Featherton.
El interrogatorio del comandante retirado William Featherton, del 4Q Regimiento de Infantería Real de Lancashire, fue muy breve, y sólo al finalizar resultó algo aclaratorio. Habíase aplacado la pomposidad del comandante, y sus respuestas eran concisas y rápidas, interrumpiéndose solamente cuando se aclaraba la garganta o inclinaba la cabeza para enjugarse el cuello con un pañuelo. Noté que, aparte de Lady Benning, el viejo militar era el único que tenía las manos limpias.
Explicó que conocía a Darworth muy poco; que se vio complicado en el asunto por su amistad con Lady Benning; que había visto muy pocas veces al extinto. No sabía de nadie que le tuviera animosidad, aunque entendía que no era muy querido y que le habían rechazado en varios clubes.
P.: Ahora bien; respecto a esta noche, señor…
R.: Pregunte usted lo que guste, inspector Masters. Le advierto que sus sospechas son infundadas, pero sé cuál es mi deber y el suyo.
P.: Gracias, señor. Así es. Ahora bien, ¿cuánto tiempo dice usted que estuvieron sentados a oscuras?
R.: De veinte a veinticinco minutos. Varias veces consulté mi reloj, que tiene esfera luminosa. Me preguntaba a cada momento cuánto tiempo duraría esa comedia.
P.: Entonces, ¿no estaba usted concentrándose u orando?
R.: Por cierto que no.
P.: ¿No se acostumbraron sus ojos a la oscuridad?
R.: Estaba muy oscuro ese cuarto, inspector. Y mis ojos no son lo que eran en otros tiempos. No, no vi mucho. Tal vez algunos bultos.
P.: ¿Vio si alguien se levantaba?
R.: No.
P.: ¿Oyó a alguien?
R.: Sí.
P.: Ajá. Haga el favor de describir lo que oyó.
R.: (Ligera vacilación). Es difícil. Naturalmente, al principio hubo mucho crujir de sillas, mientras todos nos acomodábamos. No fue eso, sino más bien como si alguien apartara su silla, rascando las patas sobre el suelo. No le presté mucha atención. Más tarde me pareció oír pasos en alguna parte. Es difícil reconocer los sonidos en la oscuridad.
P.: ¿Mucho después?
R.: No sé. La verdad es que ya estaba a punto de protestar; pero Anne…, es decir, Lady Benning, nos había dicho que no debíamos hablar o movernos, sucediera lo que sucediese. Todos se lo habíamos prometido. Al principio me figuré que alguien salía para fumar un cigarrillo, aunque me pareció muy raro que así fuese. Luego oí rechinar la puerta y sentí una corriente de aire.
P.: ¿Como si la hubieran abierto?
R.: (El testigo tuvo un absceso de tos). Más bien era como si la puerta de calle se hubiera abierto. Ya sabe usted que no hay mucha corriente en el hall. No obstante, no me gustaría asegurarlo. Ya sé que debo decir la verdad, inspector, pero…, en fin, ya sabe usted que eso no quiere decir nada. Alguien salió y ahora teme admitirlo…
El comandante se mostró algo turbado, como si hubiera dicho más de lo que debía. Trató de quitar importancia a sus palabras indicando que se oyeron muchos ruidos en la oscuridad; que tal vez se equivocó. Después de mucho discutir, Masters abandonó el tema. Seguramente sospechaba que Featherton, enfrentado al tribunal, volvería a declarar lo mismo. Continuó con la pregunta respecto a la disposición de las sillas.
R.: Lady Benning se sentó donde estaba antes: a la derecha del hogar. Yo quise sentarme a su lado, pero me obligó a apartarme. El joven Halliday ocupó la silla próxima a la de ella. Lo sé porque casi tropecé con él. Habían apagado ya las velas, y tuve que buscar a tientas un asiento. Miss Latimer se sentó a su lado. Yo ocupé la silla más próxima. Estoy casi seguro de que el joven Latimer fue el que estaba del otro lado de mí. No se había levantado.
P.: Ese ruido que oyó, el de la silla al ser retirada, ¿de qué dirección procedía?
R: ¡Caramba, ya le dije que no se pueden localizar los ruidos en la oscuridad! Puede haber procedido de cualquier parte. Tal vez ni existió siquiera.
P.: ¿Sintió usted que alguien pasara por su lado?
R.: No.
P.: ¿A qué distancia estaban las sillas una de otra?
R.: No recuerdo.
Las velas estaban ya a punto de consumirse. Una de ellas se apagó en el momento en que el comandante se incorporaba.
—Muy bien —dijo Masters—. Puede usted irse a su casa si gusta, comandante. Le aconsejaría que acompañase a Lady Benning. Naturalmente, debe usted estar preparado para otro interrogatorio… Sí. Y haga el favor de rogar a miss Latimer y a míster Halliday que vengan. No les demoraré más de cinco minutos, a menos que se presente algo de importancia. Gracias. Ha sido usted muy amable.
Featherton se detuvo junto a la puerta y el agente le entregó su sombrero de felpa, el cual limpió con la manga mientras miraba a su alrededor. Por primera vez pareció fijarse en mí. Yo me hallaba sentado en el alféizar de la ventana, en la parte más oscura de la habitación. El comandante se caló el sombrero, le dio una palmada en la parte superior y dijo:
—¡Ah, míster Blake! Sí, claro… Mister Blake, ¿tendría inconveniente en darme su dirección?
Se la dije, dominando la curiosidad que despertara en mí su pregunta.
—¡Ah, sí, el Edwardian House! Si le resulta cómodo, iré a verle mañana. Buenas noches, caballeros.
Después de abotonarse el abrigo, con aire misterioso, se retiró, dándose casi de narices con el sargento McDonnell, que entraba en ese momento.