CAPÍTULO 8


Si pude seguir de cerca a Jordi en el Manchester United fue porque, por primera vez en mi vida, ya no estaba activo dentro del mundo del fútbol. Me había retirado como futbolista y me había retirado como entrenador. Pero no me aburría ni un momento. Estaba decidido a seguir evolucionando; siempre he sido así. Como futbolista y como entrenador siempre fui un idealista, así que quería intentar aplicar mis experiencias a nuevos retos.

Aquella idea funcionó desde el primer día. Prácticamente todo aquello con lo que me he relacionado tenía un punto de contacto con las cosas en las que soy bueno. Además de los partidos de Jordi, tenía mi columna semanal en la sección De Telegraaf del diario Telesport, publicaba artículos en España y comentaba partidos en la Radio Nacional Neerlandesa, NOS. También me pidieron apoyar clínicas de salud. Estaba muy ocupado ampliando mis horizontes y eso me gustaba. No tenía que hacer nada más. Por eso nunca eché de menos trabajar de entrenador, también porque no me acababa de gustar hacer algo que ya había hecho. No quería repetirme, sino mantenerme en movimiento.

Como iba siempre con los ojos bien abiertos, a veces se cruzaban en mi camino cosas sorprendentes. Como los partidos 6 contra 6 que inventé con Craig Johnston y Jaap de Groot. Craig es un australiano nacido en Sudáfrica que, vía Liverpool, acabó en la selección nacional inglesa. Jaap tiene madre estadounidense, su padre fue delantero del Ajax y él vivió parte de su juventud en Texas. De modo que podría decirse que ambos tenían una educación internacional. Se les ocurrió la idea de unir los partidos de entrenamiento 6 contra 6 con el entretenimiento. Esto equivale a jugar en un campo más pequeño, pero con porterías del mismo tamaño que las del fútbol normal. Así tienes más acciones ante la portería, se tira más a puerta y se meten más goles.

Y asociarlo a la música, lo que significaba que todo tendría algo de americano. La intención era divertir al público y, al mismo tiempo, inspirar a los jóvenes. Me apasionó desde el primer momento. No solo era el mismo entrenamiento que yo había tenido que hacer tantas veces durante mis años de formación en el Ajax, sino que, más tarde, también lo había aplicado como entrenador. En realidad, en el juego seis contra seis tienes todo lo que necesitas. Técnica, velocidad y juego posicional, porque puede jugarse en tres líneas y aplicarse después al juego de once contra once.

Decidimos poner un poco de «salsa Cruyff» a las reglas de juego usando mi querido dorsal 14 como hilo conductor. Por ejemplo, los partidos constaban de dos partes de 7 minutos y el campo tenía 56 metros de largo (4 veces 14) y 35,32 de ancho, los 7,32 metros de la portería más 14 metros a cada lado. Además, inventamos todo tipo de reglas para hacer el juego más rápido y atractivo. Por ejemplo, cuando la pelota salía por la banda, podías sacarla con las manos o con los pies. Si lo hacías con las manos no había fuera de juego, si lo hacías con los pies, sí. Si un jugador recibía una tarjeta amarilla, tenía que abandonar el campo durante dos minutos y, en ese tiempo, no se le podía sustituir. La segunda tarjeta amarilla tenía el mismo efecto que una tarjeta roja: expulsión.

Una regla muy bonita era también que el recogepelotas tenía que lanzar el balón hacia el punto central diez segundos después de que se marcara un gol. El equipo contrario podía robarla inmediatamente y atacar, aunque aún se estuviera celebrando el tanto. No se podía empatar. Como el factor entretenimiento era muy importante, si el partido estaba empatado al final del tiempo reglamentario se decidía con muerte súbita. Un jugador tenía que avanzar jugando el balón desde la línea de medio campo y marcar en un máximo de cinco segundos. La victoria proporcionaba tres puntos y la derrota, cero. El vencedor de una muerte súbita conseguía tres puntos, el derrotado, uno.

Queda claro que todos íbamos muy en serio con los 6 contra 6. Por eso, probablemente no es ninguna casualidad que lo que empezó en 1997 como una forma divertida de entrenar culminara seis años después en la inauguración del primer Cruyff Court. Campos de fútbol dentro de la ciudad construidos por la Cruyff Foundation para contribuir a que más niños jueguen al fútbol. Me ha pasado más de una vez: empiezo algo y, años después, resulta que ha servido de inspiración para un plan completamente nuevo. Así ocurrió con los 6 contra 6. En realidad, fue el primer paso hacia los campos de fútbol que ahora constituyen una parte esencial de la Cruyff Foundation.

Finalmente, se realizó un torneo de 6 contra 6 el 27 de enero de 1997. Jugamos en el Amsterdam Arena, el nuevo estadio del Ajax, recién inaugurado, con el Ajax, el Liverpool, el AC Milan y el Glasgow Rangers como participantes. Al entonces presidente de la UEFA, Lennart Johansson, le pareció una idea magnífica y enseguida nos concedió su apoyo.

Era fútbol de élite combinado con actuaciones de artistas de los países de los participantes. Como pequeño extra, montamos unas grandes pantallas detrás de cada portería, que generaban una especie de imagen tridimensional cuando alguien marcaba. Mostraban a los jugadores en acción. No solo quisimos montar un evento bonito, sino retransmitirlo en vivo para que pudiera verse en el mundo entero. Para llevarlo a cabo sumamos a la CNN y la MTV y fue genial que fuera un canal de música porque, durante los partidos, jugadores famosos como Paul Gascoigne, Paolo Maldini, Steve McManaman y Patrick Kluivert también hablaron de música.

Fue un gran éxito. Unas 47.000 personas en el estadio y millones de telespectadores en más de cien países presenciaron la victoria final del AC Milan, junto con las actuaciones de artistas como Gerry Marsden, Youssou N’Dour, Massimo di Cataldo y René Froger.

Gracias a los 6 contra 6 entré en contacto con Peter Brightman, que se encargaba de la gestión de espectáculos en el Arena. Peter vivía en Londres, donde estaba en contacto con un grupo de hombres de negocios a quienes se les había ocurrido llevar a Irlanda el fútbol de élite. Cada semana, cientos de miles de irlandeses iban a Inglaterra para asistir a partidos de fútbol. Esto había dado a los inversores la idea de construir un gran estadio de fútbol en Dublín. El club londinense Wimbledon, que por entonces aún jugaba en la Premier League y carecía de estadio propio, se mostró abierto a trasladarse a la capital irlandesa si eso no conllevaba perder la licencia. De modo que, por fin, Irlanda, con una afición loca por el fútbol, tendría su propio club en la Premier League.

Lo que más me atrajo del proyecto fue su trasfondo pacifista. Como se trataba de un equipo de la Premier League, la idea era que católicos y protestantes de ambos lados de la frontera irlandesa apoyarían al mismo equipo en el estadio y celebrarían juntos los goles. Me pareció fascinante crear, en un periodo de tanta violencia, un equipo de fútbol que estuviera bajo el signo de la paz. Por mi imparcialidad, me propusieron ser la imagen del proyecto. Católicos y protestantes estaban enfrentados, pero yo no pertenecía a ninguno de los dos grupos y por eso era la persona ideal para ejercer de mediador. Aquello me obligaba a viajar mucho a Londres para discutir los detalles con los inversores. Me encantaba. Trabajar de nuevo en un proyecto único y callejear por una de mis ciudades favoritas.

Por desgracia, el proyecto de Dublín fracasó porque la federación irlandesa de fútbol no quiso colaborar. Se mostraron inflexibles ante el hecho de que, si juegas en Irlanda, tienes que participar en la liga irlandesa. Me dio mucha pena y no comprendí nada. ¿Acaso Andorra y Mónaco no juegan en las competiciones española y francesa respectivamente? Así, el problema no se resolvió y, hasta el día de hoy, Irlanda sigue sin un club de élite. Pero bueno, yo viví una experiencia más. Y la viví de una forma que me resultaba familiar. No sabes lo que pasa, pero sí que pasa algo.

Lo mismo puede decirse del fallo de un tribunal español en 1999, tres años después de que yo dejara el Barcelona. Una de las cláusulas de mi contrato decía que yo tenía derecho a dos partidos benéficos, pero el presidente del club, Josep Lluís Núñez, se negó. Los tribunales dictaminaron en mi favor, pero con la exigencia de que los dos encuentros tenían que organizarse inmediatamente después de la sentencia. Tarea casi imposible, pero se acabó llevando a cabo. Primero en Barcelona el 10 de marzo y, después, el 6 de abril en Ámsterdam. Fueron dos noches inolvidables.

En el Camp Nou cien mil espectadores pudieron, por fin, mostrar su reconocimiento por el Dream Team de principios de la década de 1990. Algo que los jugadores merecían de sobra. Durante años, Núñez había intentado borrar cualquier recuerdo de aquella época fantástica, pero durante el primer partido benéfico los fans demostraron con su alegría lo que realmente pensaban. No me ha sucedido muchas veces, pero entonces, sobre todo después del pitido final, sentí «gallina de piel» por todo el cuerpo. En particular, cuando los jugadores me rodearon en el círculo central y pude dar las gracias al público en nombre de todos nosotros. En ese momento no pensé en nada y antes de darme cuenta empecé a cantar el himno del club y todo el estadio se unió al canto. Un momento fantástico, pero lo mejor de todo fue, naturalmente, que por fin se hacía justicia.

Volví a tener «gallina de piel» un mes más tarde. Mientras en Barcelona aún se hablaba de la fiesta del Dream Team con los aficionados, en Ámsterdam fue el Ajax entero el que participó. Jugadores, aficionados, la encargada de la cafetería, el utillero, los recogepelotas, todos.

Como el año siguiente se celebraba el centenario del Ajax, el club no quiso hacer sombra a la gran fiesta de cumpleaños, así que decidimos dar al encuentro el lema «Treinta años de finales». Todos los jugadores que habían disputado alguna final internacional en algún momento fueron invitados. En total fueron cincuenta, de Piet Keizer a Bryan Roy, de Johan Neeskens a Aron Winter y de Marco van Basten a Dennis Bergkamp. Aquella noche estuvo llena de nostalgia. Y de nada más que fútbol, la razón de ser del Ajax. De modo que se abrió con la vieja guardia, después se jugó una primera parte de Ajax contra FC Barcelona, y la noche se concluyó con 45 minutos de Ajax Internacional, un equipo formado por antiguos jugadores del Ajax que en aquel momento jugaban en el extranjero, contra los campeones españoles.

Igual que en Barcelona, también en Ámsterdam hubo una gran fiesta. Uno de los extras fue el regreso de Marco van Basten al terreno de juego. Después de verse obligado a retirarse, con solo treinta años, en el AC Milan, Marco se había alejado de los estadios. Llevaba muy dentro la frustración que le provocaba la lesión recurrente en el tobillo que había acabado con su carrera. Había dicho que no quería jugar, pero que aparecería para el saque inicial. Cuando llegó el momento, no le vi por ningún sitio. Hasta que, cuando ya estábamos jugando, vi a Marco vestido con la equipación de fútbol en la línea de banda. La química del vestuario parecía haberse apoderado de él y allí estaba, dispuesto a saltar al campo. Fue un momento muy especial. Primero se hizo el silencio en el Arena, porque el público no sabía a ciencia cierta si era realmente Van Basten, pero cuando se dieron cuenta de que sí, los aficionados se pusieron en pie uno tras otro y Marco recibió la espléndida ovación de cincuenta mil fans.

Más tarde esa misma noche, en el Hotel Hilton, se plantó de nuevo la semilla de una idea. Muchos exjugadores del Ajax habían acudido al hotel para charlar. Entre ellos estaban Søren Lerby y Simon Tahamata, que habían visto el partido de aquel día desde la banda porque habían participado en alguna final europea con otros clubes, pero no con el Ajax. Por eso no habían podido jugar. Aquello dejaba mal sabor de boca, porque jugadores como ellos también se merecían un homenaje. Entonces, unas semanas después, me ofrecieron la solución en bandeja. Yo le había dicho varias veces a mi suegro que quería crear mi propia fundación. Lo tenía metido en la cabeza desde mi experiencia con los Special Olympics en Washington. Con bastante frecuencia me proponían participar en toda clase de actividades benéficas, pero casi nunca veía claro qué beneficios había aportado mi participación, o lo que habían hecho con ella.

En 1997 había fundado la Johan Cruyff Welfare Foundation y, con las ganancias del partido benéfico del 6 de abril, estaba decidido a organizarla seriamente y de una vez en los Países Bajos. En primera instancia con la agencia suiza de ayuda a los niños Terre des Hommes, para «aprender el oficio», y con la financiación añadida de la lotería nacional holandesa Postcode Lotterij. Durante una de nuestras sesiones de brainstorming surgió la propuesta de organizar algo para que el fútbol de élite tuviera un gesto con la comunidad. Como una conclusión bella y especial del siglo XX.

En De Telegraaf yo elegiría «La selección holandesa del siglo» y los lectores podrían comprar fotografías firmadas de cada uno de los jugadores elegidos. Con los beneficios de la venta de las fotos se podría financiar un proyecto para jóvenes en el barrio amsterdamés de Bijlmer y un regalo especial para los aficionados holandeses.

Solo había un problema. Por muchas fotos que vendiéramos, nunca cubriríamos los costes totales. Por eso había que organizar algún tipo de evento. Un encuentro de homenaje en el que se presentaría de nuevo ante el público lo mejor que había producido el fútbol holandés durante el siglo XX y que se llamaría «el Partido del Siglo».

Fue un proyecto majestuoso. El 21 de diciembre de 1999 volvieron a reunirse en el Amsterdam Arena los mejores seleccionadores nacionales y jugadores internacionales de nuestra historia, junto con los mejores extranjeros que habían jugado en la liga holandesa. Un equipo fue dirigido por Rinus Michels, que tenía a unos cuarenta internacionales donde elegir, de Dennis Bergkamp hasta el veterano Faas Wilkes. Lo mismo podía decirse de los «extranjeros», dirigidos por Barry Hughes, con Søren Lerby y Simon Tahamata en el equipo, la pareja que nos había dado la idea. Fue una valiosa despedida del siglo XX. Tanto Ove Kindvall como Ralf Edström o Stefan Petersen, todos jugaron con sus camisetas del Feyenoord, el PSV Eindhoven y el Ajax. Igual que los demás miembros del equipo. Los tres clubes en un solo equipo.

La velada concluyó con el regalo a la afición holandesa: la presentación de las doce esculturas de los once mejores jugadores y del mejor seleccionador. Rinus Michels, Edwin van der Sar, Ruud Krol, Ruud Gullit, Frank Rijkaard, Johan Neeskens, Wim van Hanegem, Abe Lenstra, Marco van Basten, Piet Keizer, Faas Wilkes y yo fundidos en bronce, y ahí seguimos, en la entrada del Centro de Deportes de la Federación Holandesa de Fútbol, en Zeist. Los beneficios netos del Partido del Siglo estuvieron en torno al millón de florines. Suficiente para construir en Bijlmer el complejo polideportivo Oranjehorst. La suma restante fue a parar a la Johan Cruyff Welfare Foundation. Pero igual de bonito fue el mensaje que lanzamos con los internacionales: demostramos a todos que se podía hacer mucho más en nombre del deporte.

Siempre pensábamos en formas de poner las cosas en marcha. Un bonito ejemplo fue el Winter Bal. Junto con Jaap de Groot y el cómico Raoul Heertje concebí el plan de organizar un partido de fútbol en un teatro. La cosa surgió de repente, partiendo de la idea de que los mejores futbolistas son, en realidad, artistas, y por eso mismo también podrían actuar en un teatro. Primero nos reímos de la idea, hasta que se hizo realidad en junio de 2003.

El evento tuvo lugar en el Concertgebouw de Ámsterdam, con motivo de la despedida de Aron Winter, que había debutado en el Ajax a mis órdenes. Su antiguo compañero de equipo, Frank Rijkaard, estaba un poco preocupado por cómo acabaría Aron su carrera. Una nueva muestra de que los futbolistas nunca se dejan unos a otros en la estacada. Casi todos los jugadores con los que Aron había jugado en el Ajax, el Lazio, el Inter de Milán y la selección holandesa sacaron tiempo para asistir a su despedida. Desde Marco van Basten a Ronaldo y desde Paul Ince a Roberto di Matteo. No para jugar al fútbol en un estadio, sino en uno de los teatros más bonitos de toda Holanda. Con el apoyo de la empresa textil TenCate, se colocó una alfombra de césped artificial de 25 metros cuadrados para poder jugar en el gran auditorio del Concertgebouw. Los cuatrocientos invitados se sentaron en el foso de la orquesta y la Ópera de los Países Bajos se encargó de crear la atmósfera adecuada haciendo de aficionados durante los partidos, que estuvieron inspirados en la carrera de Aron.

La velada empezó con un partido entre el equipo del Ajax que yo entrenaba en 1987 y la selección holandesa dirigida por Rinus Michels que conquistó la Eurocopa de 1988. Luego siguió el Lazio de Roma-Inter de Milán y el programa concluyó con el Ajax de Louis van Gaal contra los «Black Ties». Los Black Ties jugaron con camiseta negra con pajarita, otra idea original que encajaba perfectamente con futbolistas como Ronaldo, Clarence Seedorf y Patrick Kluivert. Como Aron quería terminar su carrera con un regalo a la comunidad, se decidió utilizar el Winter Bal como punto de partida para un nuevo proyecto de mi fundación: los Cruyff Courts. El campo de césped artificial del Concertgebouw sería perfecto para el primer Cruyff Court, en Lelystad, ciudad natal de Aron.

Fue una velada fantástica. Los jugadores iban entrando en el campo por la alfombra roja y el árbitro llevaba esmoquin. Todo el mundo habló de ello. La CNN lo emitió y el diario internacional Herald Tribune le dedicó un bonito reportaje. Desde luego, todo esto es más que una serie de agradables recuerdos, porque de un par de veladas festivas surgieron cosas de lo más serias. Gracias a los 6 contra 6 tomó forma la idea de los Cruyff Courts; el partido benéfico del Ajax y el Partido del Siglo colocaron seriamente en el mapa la Cruyff Foundation; y gracias al Winter Bal se pudo instalar el primer Cruyff Court. Hoy en día, estos campos de juego se encuentran por todo el mundo. Ya no juego al fútbol, pero sigo de lo más atareado consiguiendo ese algo más. Así de sencillo.

Mucho menos divertidas son mis experiencias con los directores de clubes de fútbol. Aunque yo creo que siempre he demostrado buena fe, incluso cuando hicieron que dejara de ser entrenador y me mandaron a la banda. Digámoslo así: algunas veces tu conexión con el club es mejor que otras. Depende mucho de los miembros de la directiva. Por ejemplo, siempre me llevé divinamente con Michael van Praag en el Ajax y Joan Laporta en el Barcelona. En 1999, el Ajax me nombró miembro de honor del club. En esos casos puedes hacer dos cosas: limitarte a ser miembro de honor y llevar la medalla o utilizar tu posición para intentar añadir valor al club. Pero si ves que hay personas dentro de este que tienen una opinión distinta sobre ese valor, al final tienes que limitarte a llevar la medalla.

Dos veces durante ese periodo me llevé un chasco con el Ajax. Primero con el nombramiento de Co Adriaanse y, después, con el de Louis van Gaal como director técnico. Las dos veces me pidieron consejo y las dos veces supe a posteriori que todo estaba ya decidido y que lo mío había sido puro teatro.

Cuando en 2000 me pidieron que propusiera un candidato a entrenador, dejé caer el nombre de Frank Rijkaard. Frank había hecho un trabajo excelente como seleccionador nacional y debería haber ganado la Eurocopa de ese año. Nos habían eliminado en la semifinal tras dos penaltis fallados contra Italia durante el tiempo reglamentario y unos cuantos más en la tanda de penaltis. Pero el equipo había jugado un fútbol fantástico. Por eso yo optaba por Rijkaard.

Después supe que, unas semanas antes de consultarme, ya habían llegado a un acuerdo con Co Adriaanse. Vaya por delante que no tengo nada en contra de Adriaanse, pero eso es cuanto puedo decir. Cuando protesté, la dirección del club comunicó, a través de los medios, que el interés del Ajax primaba sobre todo lo demás. Pero ¿quién decide cuáles son los intereses del Ajax? Si se toman las decisiones con la misma arrogancia con la que yo fui rechazado, entonces no puedo decir que me entusiasme la idea. Tres años después sucedió lo mismo con el nombramiento del nuevo director técnico. Ronald Koeman lo había hecho estupendamente como entrenador pero, más tarde, la dirección me preguntó sobre la posición de director técnico y quién pensaba que podría ser un buen candidato.

Durante aquella conversación, el director, Arie van Eijden, y el presidente, John Jaakke, me preguntaron hasta tres veces si yo tenía algo en contra de la idea de nombrar a Louis van Gaal y las tres veces respondí que no se trataba, en absoluto, de si yo estaba a favor o en contra de Van Gaal, sino sobre qué tipo de director técnico necesitaba el Ajax en ese momento concreto, y no pensaba que Van Gaal fuera quien mejor encajaba. Intenté dejarlo claro con toda clase de ejemplos pero, bueno, si la decisión ya está tomada, hay muchas maneras de hacer ver que se están teniendo en cuenta mis opiniones.

Nombraron a Van Gaal y, cuando él mismo afirmó que le habían ofrecido el puesto meses antes de pedirme consejo, aquello fue la gota que colmó el vaso. Incluso parecía que él estaba de acuerdo con algunos de los ejemplos que yo había puesto para apoyar mi visión del club. En otras palabras, la elección ya estaba hecha. De modo que la cuestión era: ¿a qué venía aquel juego por parte de la dirección? ¿Para qué me habían convertido de repente en asesor? ¿Para qué me habían hecho sopesar los méritos de posibles directores técnicos, cuando el nombramiento ya estaba hecho?

Me puse furioso cuando oí decir que, antes de hablar conmigo, la elección de Van Gaal ya había sido discutida con todas las secciones del club. Habían puesto de su parte a todos aquellos que no les llevarían la contraria antes de involucrar a nadie más en lo que ya sería una batalla perdida.

El peor error fue que una decisión puramente técnica había sido tomada por unas personas que carecían de las habilidades necesarias, pero que supuestamente actuaban en interés del Ajax. Igual que Van Gaal y yo teníamos que hacer las paces en interés del Ajax. Después de que nos enfrentaran al uno contra el otro en interés del Ajax. Pero ¿por qué iba a hacerlo? Me habían dejado fuera y habían ido a lo suyo. Y dejándolo todo de lado, no existía ningún motivo en absoluto para modificar la situación laboral de Koeman, porque lo estaba haciendo magníficamente. Pero la dirección del club pensaba que Koeman y sus ayudantes Ruud Krol y Tonny Bruins Slot se aislaban demasiado, de modo que la directiva no se enteraba bien de todo lo que pasaba en la plantilla. Reconocí en esa queja mis experiencias con Núñez en el Barcelona. Otro directivo empeñado en meter la cabeza en el vestuario.

Con la contratación de Van Gaal, la dirección confiaba en tener más pillado a Koeman, con quien el Ajax había ganado la liga y la Copa KNVB en 2002 y alcanzado los cuartos de final de la Liga de Campeones en 2003. Igual que me pasó a mí en 1987 después de ganar la Recopa de Europa, estaban destruyendo algo bueno desde arriba. En apenas un año lo pusieron todo del revés, Van Gaal dimitió frustrado y lo mismo le sucedió a Koeman. Ambos fueron víctimas del juego de la directiva, maquinado por personas que hoy en día siguen relacionadas con el Ajax. Pero, para mí, ellos no son el Ajax. Yo amo el club con el que crecí. Eso es el Ajax para mí. Así que todos los problemas y enfados me desaparecen en cuanto entro en la cantina. Cuando voy allí, sé de antemano que todo estará bien. Y, para mí, eso sigue significando mucho. El resto se lo pueden quedar.

Lo mismo puede decirse del Barcelona, donde los directivos forman parte, de nuevo, del juego político interno de Cataluña. Yo nunca he participado en él. Aunque lo que sí hice, sobre todo en la época de Franco, fue hablar a favor de Barcelona y en contra de Madrid cuando me lo pedían. Hacerlo era importante. Mi único problema era que regularmente me veía envuelto en cosas que eran demasiado para mí. Aún era muy joven, demasiado apolítico, no estaba suficientemente formado o como se quiera decir. Solo hacia finales de 1974 empecé a entender las cosas un poquito. Gracias a Armand Carabén, miembro de la directiva, un hombre excepcionalmente inteligente y que sabía explicar muy bien por qué sucedía algo y por qué había diferencias de opinión. Todo empezaba con el catalán, que Madrid había prohibido. Pero no solo estaba prohibido el idioma, también estaban prohibidos los nombres catalanes. Como ya he contado, lo supimos cuando nos dijeron que no llamáramos Jordi a nuestro hijo. Para nosotros era inaceptable. Algo así no cabía en nuestra forma de pensar.

Pero tampoco en Barcelona dejé que nadie me obligara a tragar nada. Me comportaba como me habían educado en Ámsterdam, como un niño de la posguerra. Todos los de mi generación estaban influidos por los Beatles, que eran distintos y hacían lo que ellos querían. Yo era así en los deportes y en el fútbol. Pero eso chocaba con la situación interna de Cataluña. Yo quería comprender muchas actitudes pero, por muchas vueltas que le diera, no conseguía comprenderlas.

Carabén fue el primero que me dijo que no me rindiera. Y yo volví a decirle: «Pero eso es ridículo». «Así es —respondió Carabén—, pero es así como les han educado». Más tarde, el exministro holandés Pieter Winsemius me dijo lo mismo: «Tú no estás de acuerdo y yo tampoco estoy de acuerdo. Pero esa persona lleva allí veinte años y le educaron así. Hace sencillamente lo que le enseñaron. Y a nosotros no nos parece bien, es nuestra opinión y es como es, pero no puedes reprochárselo a ellos. Lo que sí puedes intentar es cambiar algunas cosas». Fueron personas como Carabén y Winsemius quienes me proporcionaron los detalles que me permitieron, por fin, empezar a entender.

Así es como veo la situación actual de Cataluña. Igual que hace cuarenta años, el debate es si separarse o no de España. La cosa está 50-50. En otras palabras, en caso de secesión, la población estaría dividida. ¿Es eso lo que desean?

Como holandés, claro está, estoy acostumbrado al poldermodel, es decir, a llegar al consenso desde opiniones opuestas. A darles vueltas a las cosas hasta llegar a una solución para todos. Eso nunca se ha hecho en España. Nadie está dispuesto a ceder. Nadie en absoluto. Ni los que quieren separarse, ni los que quieren seguir juntos ni los de Madrid. Pero si no tienes una mayoría, no te queda más remedio que trabajar con los demás. Y, si tienes que hacerlo, debes poder observar los problemas de los otros. Por eso es tan interesante leer las crónicas políticas. Para ver quién acaba entendiéndolo.

Luego veo la opinión de algunos líderes políticos que piensan: sin mí no podéis formar coalición para gobernar, así que quiero mi parte del pastel. Pero lo que no está bien es exigir el pastel entero. No hay que ser avaricioso. En lugar de eso, da un paso atrás e intenta pensar a partir de lo que desea el pueblo en su conjunto. Ponte en su lugar. Yo creo que llegarás a la conclusión de que las posturas no están tan distanciadas. Yo observo todo lo que pasa pero, naturalmente, en realidad no entiendo nada.

Sin embargo hay algunas cosas que me parecen ridículas. Por ejemplo, enseñar idiomas a los niños es lo mejor que puedes proporcionarles en su educación, para que puedan comunicarse con todo el mundo. Para optimizar su desarrollo. Pero a menudo se afirma que con una hora basta. ¿Por qué no dos o tres horas? Es increíblemente bueno que alguien domine otra lengua, al menos, eso pienso yo. Durante mi educación siempre me decían: «Hijo, viaja y aprende idiomas para poder comunicarte con todo el mundo. Porque si hablas con todo el mundo, podrás ser comprensivo».

Fui nombrado entrenador de la selección catalana en noviembre de 2009. Para mí no fue un nombramiento político, pero acabó siéndolo. En realidad fue una mezcla de muchas cosas. En primer lugar, no debería ser un cargo oficial. Hablamos de un partido entre A y B, y yo soy el entrenador de uno de los dos equipos. Pero en la práctica acabas con otras cosas que forman parte de eso. Al final, cuando los políticos empezaron a prestar más y más atención a nuestro equipo, todo acabó adquiriendo una mayor carga política. Yo creo que eso no debería ocurrir. Es mejor pensar bien cómo se gestionan las selecciones regionales. Naturalmente, está muy bien reforzar el orgullo catalán. No tiene nada de malo. Pero nunca hay que perder de vista el aspecto deportivo. El estadio estará repleto de catalanes, pero estos no pueden acudir solo por la bandera, también tienen que acudir por el fútbol.

Porque la selección catalana solo puede ganar fuerza si está formada por buenos jugadores. Si estos desaparecen, los demás efectos del equipo se verán reducidos de repente. De modo que la política solo es importante si lo deportivo funciona bien. Y eso depende de un montón de cosas. Por ejemplo, de los jugadores. Ellos están en plena temporada de sus propios clubes y lo más importante para esos jugadores destacados no es la política. Quizá tienen ideas políticas, pero en las noches de partido una de sus preocupaciones es hacer lo posible para no lesionarse. De forma que todo lo relativo a la política que envuelve el juego está bien y tal, pero lo que de verdad les importa es cómo jugaré el partido, cómo voy a ganar y cómo consigo no lesionarme. Así es como pensaba yo también como seleccionador nacional. Había mucho revuelo al respecto del orgullo nacional, pero si alguien se rompe o se disloca algo, lo que tienes entre manos es un problema real.

Yo simpatizo mucho con la causa catalana, pero por encima de todo soy holandés. Y siempre lo seré. No me callo la boca y hago lo que me apetece. Con todas las limitaciones necesarias. No sé quedarme en segunda línea. De modo que no se trata de practicar seguidismo de ninguna clase. Tengo la cabeza razonablemente clara y cuando ocurre algo no me pronuncio sobre ello desde el punto de vista de un catalán o de un holandés sino desde el mío propio. Desde la libertad de pensamiento que es uno de los derechos de cualquier holandés desde su nacimiento. Por supuesto, es un regalo muy importante, ser libre para pensar lo que quieras. No tengo que tener miedo de que, si digo algo inapropiado, vaya a pasar esto o aquello. Esta actitud me ha dado problemas con muchos directores. Me ha costado trabajos en el Ajax y en el Barcelona, aunque después ambos presidentes tuvieron que enfrentarse a sus propios defectos.

En este tema, el Barcelona puede estarle muy agradecido a Joan Laporta. Llegó a presidente en 2003 y, mientras la dirección del Ajax de esa época me tenía echado el ojo como asesor, él puso conmigo las cartas sobre la mesa. Todo empezó cuando Laporta me pidió consejo nada más llegar sobre las personas a las que debería contratar como entrenador y director técnico. Cuando esos cargos fueron cubiertos por Frank Rijkaard y Txiki Begiristain, el equipo salió de las tinieblas. Se incorporaron muchos exjugadores como asesores. No se reunió ningún comité para aconsejar y revisar la decisión, lo que significa que todo se hizo rápido y de manera eficiente. Y Laporta y yo no nos entrometimos.

El Barcelona disfruta ahora de lo que se ganó entonces.