CAPÍTULO 5


Desde que dejé de jugar allí en 1981, he vuelto muchas veces a Estados Unidos. Un país interesante e inspirador, desde luego, en lo referente al deporte, y en mis tres años en él aprendí todo lo que pude de su sistema, pensé sobre muchas cosas y volví a entrar en acción como jugador a nivel competitivo. Fueron unos años magníficos, pero no me llenaban como futbolista. Quería más, podía dar más. Esa sensación se reforzó cuando entrené con el Ajax durante los periodos en los que se detenía la competición en Estados Unidos. Aún podía mantener el tipo ante jugadores de la primera división de la liga holandesa, así que decidí volver. Volver al fútbol holandés. Después de un breve paso por el Levante español, decidí regresar a Ámsterdam.

Volver a jugar en el Ajax fue fantástico. Era un grupo joven y tenían muchas ganas de jugar conmigo. Pero enseguida me di de bruces con un problema. En Estados Unidos me había acostumbrado a su manera de llevar los clubes. De modo que, por lo que a mí respectaba, el fútbol ya no solo quería decir jugar bien en el campo, sino también observar cómo se estaba llevando el club. Y por qué lo hacían. Y, fuera del campo, no me gustó lo que vi.

Pero en el campo, afortunadamente, el Ajax seguía siendo el Ajax. Habían ganado la liga de 1979-1980 y el equipo contaba con muchos jugadores jóvenes. Yo tenía 34 años cuando volví y encajé bien con muchos de ellos. Frank Rijkaard, Marco van Basten; yo era, de repente, el líder, en todos los aspectos. En primer lugar, como futbolista, tenía que ser convincente desde el primer día. Tenía que demostrar cosas. Todo el mundo hablaba del viejo capullo que había regresado. Así es como somos en Holanda, siempre vemos el lado negativo. Pero tuve la suerte de marcar muy pronto en nuestro primer encuentro, contra el Haarlem. Un gol bonito, además. Todos se quedaron sorprendidos. Los críticos tuvieron que callarse, porque al parecer yo aún tenía lo que había que tener.

Después de aquello me pasé la mayor parte del tiempo marcando a otros jugadores sobre el terreno de juego, que era para lo que me habían fichado. En aquel momento de mi carrera, había jugado en casi todas las posiciones excepto de portero. Delantero, centrocampista, líbero, lo había hecho todo. Ya no me quedaba nada por descubrir en ese aspecto. Pero me enfrentaba a una nueva generación de futbolistas, que daban por hechas cosas que nosotros teníamos que hacer por nosotros mismos diez o doce años antes. Las costumbres y las normas con las que habían crecido eran lógicas en sí mismas, pero como futbolista de élite debes ir más allá. Nunca puedes dejar de improvisar. Si lo haces fuera del campo, lo llevas contigo cuando juegas.

Me refiero sobre todo al aspecto social. Las certidumbres. Mi madre y, más tarde, mi mujer tenían que lavar mi ropa llena de barro, pero aquellos chicos se la encontraban doblada en el vestuario cada mañana. Nosotros no teníamos a nadie que nos hiciera café, zumo natural, sándwiches y pasta en la zona de jugadores. No teníamos nada. Nada de nada. Cuando volví al Ajax me encontré con unas costumbres propias de una vida más cómoda y con menos responsabilidades. ¿Jugadores que limpiaran sus propias botas? No vi ninguno. Entonces, en el calentamiento, algún chico resbalaba y decía riéndose: «Vaya, habría tenido que cambiarme los tacos». Eran carencias en su formación que yo intenté solucionar.

En lugar de Rinus Michels y Ştefan Kovács, el entrenador con quien tuve que tratar en el Ajax era Kurt Linder. Alguien de quien aprendí mucho. Cuando, en diciembre de 1981, volví a asomar por el estadio de De Meer como jugador, tras haber firmado el contrato, lo primero que dijo fue: «A tu edad no debes entrenar nunca demasiado. Ocúpate sobre todo de que tu motor no se pare nunca».

De modo que durante el entrenamiento no tenía que correr tanto como los jóvenes porque, según Linder, no tenía sentido que lo hiciera. Además, estaba siempre atento a que no me lesionara. Linder se fue al cabo de un año y en mi segunda temporada el entrenador fue Aad de Mos. Este era joven para ser entrenador, los dos habíamos nacido el mismo año, y quería aprender de mí.

Cuando alguien quiere eso, tú lo sabes sin saberlo. Él pregunta ciertas cosas, dice ciertas cosas y luego tú hablas. Y no es que pienses: anda, le tengo que enseñar esto o lo otro. No, sencillamente surgen los temas y charlas de ellos. Nunca fue un problema que yo supiera algo que él no.

Así que las cosas nos iban bien a los dos tanto en el campo como en el vestuario. Pero ya he dicho que no me gustaba cómo estaban las cosas en la dirección del club. Gracias a mi época en los Washington Diplomats, con un superdirector como Andy Dolich, reconocía muchas cosas que se podían mejorar. Mi insatisfacción creció, sobre todo después de la segunda temporada.

Pero antes volvamos al principio. Al regresar a los Países Bajos, me encontré de nuevo en un país con un régimen del setenta por ciento de impuestos. Mi salario era el máximo de un futbolista profesional holandés. El Ajax no podía pagarme más. Sin embargo, durante las negociaciones, mis consejeros me habían dicho que el club podía ayudarme a crear un fondo de pensiones aparte de mi sueldo.

A Cor se le ocurrió un plan precioso, basado en el hecho de que mi presencia en el equipo aumentaría la asistencia de público. Supongamos que el Ajax solía tener unos diez mil espectadores por partido. Propusimos que todas las entradas vendidas por encima de esos diez mil espectadores se repartirían entre el club y yo. De forma que si venían veinte mil personas, el producto de cinco mil entradas iría a parar al Ajax mientras que el correspondiente a las otras cinco mil iría a mi plan de pensiones.

Aquel primer año ganamos la liga, acudió una inmensa cantidad de personas al estadio y yo gané muchísimo dinero. No pude gastármelo, claro, aquello era para más adelante, pero el éxito del plan de pensiones fue enorme. Y el segundo año fue igual de bien, en parte porque muchos encuentros del Ajax se jugaron en el Estadio Olímpico, con espacio para más de cincuenta mil personas. Casi el doble que en De Meer.

En todo caso, nos dedicábamos a hacerlo lo mejor posible y, al mismo tiempo, a entretener al público. Si todo marcha bien, de vez en cuando se te ocurre alguna idea original. Como tirar un penalti entre dos. Yo lo hice con Jesper Olsen en un partido entre el Ajax y el Helmond Sport. La diferencia de calidad era tan grande, que el encuentro carecía de emoción. Así que cuando nos pitaron un penalti a favor intentamos ofrecer algo nuevo a los seguidores. En vez de lanzar el balón directamente a la meta, se lo pasé a Olsen. En el primer momento, el portero se quedó perplejo, pero cuando decidió ir hacia Jesper, este me devolvió el balón. Como yo me había quedado detrás del balón, no estaba en fuera de juego, y mi tiro a puerta vacía fue coser y cantar. A la gente le pareció fabuloso.

También esa temporada transcurrió de forma muy positiva en todos los aspectos excepto en uno: la directiva decidió que yo ganaba demasiado. «¿Es que vosotros no ganáis lo mismo que yo? —pregunté—. ¿Por qué os quejáis de mí si vosotros también os embolsáis vuestro dinero? Nunca habéis tenido tantos espectadores». No se mostraron nada de acuerdo conmigo, así que hubo bronca.

Entretanto, mi suegro había hecho buenos contactos en el Feyenoord. Cuando se enteraron de mis problemas con el Ajax, no tardaron en decirme: «Vente con nosotros y aplicaremos el mismo sistema». Era de lo más interesante, desde luego, porque el Feyenoord tenía un estadio para 47.000 personas.

Así que al final eso fue lo que hice. Cuando acabó la temporada 1982-1983 firmé con el Feyenoord. El Ajax seguía siendo mi club, pero quienes lo dirigían se negaron a ponerse de mi lado. Oí que decían que era demasiado viejo y gordo y que estaba engordando aún más. Tuve que enfrentarme a todo tipo de objeciones. Incluso exigían que me conformara con un sueldo normal, a lo que yo no estuve dispuesto en absoluto.

Tengo que decir que mi época en el Feyenoord fue fantástica. Magnífica. Ajax y Feyenoord son grandes rivales, de modo que al principio yo era el malo. Tuve que convencer a los aficionados de mi lealtad y asegurarme de que ganábamos. Como había hecho en el Barcelona, Los Angeles Aztecs, los Washington Diplomats y el Ajax, me las apañé para ganármelos en el primer partido. Durante la Copa Róterdam de entonces metí un bonito gol. Todo el mundo empezó a aplaudirme. Entonces se dieron cuenta de que estaban aplaudiendo a alguien a quien odiaban. Por un momento, todo el estadio se quedó en un estado de total confusión, pero el hielo se rompió en cuanto los aficionados vieron lo contentos que estaban mis compañeros de equipo. Para redondear el asunto, encima ganamos la Copa.

Se ha insinuado muchas veces que durante mis tres últimos años como jugador, los entrenadores solo estaban allí para cubrir las apariencias, porque era yo quien lo decidía todo. Eso es una tontería. En el deporte de élite las cosas no funcionan así. Siempre recordaré a Kurt Linder como el hombre que evitó que se me apagara el motor. Aad de Mos era un nombre nuevo para mí, pero también con él funcionaron bien las cosas. El enfoque de Thijs Libregts en el Feyenoord fue en realidad el mismo que el de Linder. En las carreras por el bosque siempre me decía que no importaba en qué posición acabara: «Corre tú también y veamos cuánto tardas».

En lo relativo al aspecto técnico y táctico, no hay que olvidar que Rinus Michels lo dejaba todo en mis manos durante el partido desde que yo era muy joven. De modo que con dieciocho años yo ya sabía automáticamente cuándo tenía que enviar a alguien hacia delante o hacia atrás en el terreno de juego, o cuándo y cómo actuar en beneficio del equipo. Para el Mundial de 1974, yo ya lo hacía de forma natural, sin tener que pensarlo. Nunca fue cuestión de «Voy a hacer esto por propia iniciativa». Así no funcionaban las cosas. Desde luego, no cuando eres responsable de parte de la táctica del equipo durante los partidos. Por eso, tampoco es cierto que Linder, De Mos o Libregts entrenaran y yo me dedicara solo a jugar al fútbol. Siempre fue un trabajo en equipo. No era posible que yo cubriera a un mal entrenador o que un mal entrenador cubriera mis deficiencias. Eso es imposible. En las casi tres temporadas que jugué cuando volví a Holanda gané tres veces la liga y dos la Copa KNVB. Eso solo se consigue con una buena colaboración entre profesionales de élite.

Todo se basaba en la buena comunicación. Los entrenadores daban sus instrucciones desde la banda y yo me encargaba de transmitirlas en el terreno de juego. Pero eso es lo normal. Sobre todo porque en el fútbol no hay tiempos muertos. El entrenador puede hablar con el equipo antes del partido y en el descanso, pero intenta decir algo a un jugador que está al otro lado durante un partido con cincuenta mil personas cantando..., es imposible. Así que tiene que haber alguien en el campo que tenga visión de conjunto.

Por eso solía aprovechar el momento en que la pelota salía de banda cerca del entrenador. Entonces podía decirme este rápidamente: «Atento a eso, atento a lo otro». O yo le preguntaba alguna cosa. No porque yo creyera que era mejor que nadie, sino como parte de la forma de pensar de un profesional. Tanto para el entrenador como para su prolongación en el terreno, el respeto siempre ha sido fundamental. Por eso nunca me he peleado con un entrenador. O casi nunca. Hennes Weisweiler fue la excepción, cuando estuvo una temporada de entrenador en el Barcelona. Con los demás nunca hubo problemas.

Mi última temporada como futbolista en activo en el Feyenoord fue toda una fiesta. Trabajé estupendamente con Libregts, y con tipos como Ruud Gullit y André Hoekstra formábamos un grupo de magníficos jugadores. Joop Hiele, Ben Wijnstekers, Stanley Brard y todos los demás, todo el mundo estaba en una magnífica forma aquel año. En cuanto a mí, empecé la temporada con la intención de mostrar a mi nuevo club algo un poco especial. Lo conseguí, y más que de sobra. Cuando lo pienso, aún no acabo de entenderlo del todo. ¿Cómo fue posible, por Dios? Sobre todo, si se tiene en cuenta que empezamos perdiendo 8-2 contra el Ajax en el Estadio Olímpico. Las burlas que sonaron entonces. Pero la gente olvida que esas cosas son siempre el principio de la recuperación. Así es.

Después del 8 a 2 lo ganamos todo. Todo, todo. La Copa, la liga, y yo, además, la Bota de Oro al mejor jugador de la liga holandesa. En Pascua, el Feyenoord ya quería renovarme el contrato. Pero poco antes jugamos dos partidos muy seguidos, uno en sábado y otro en lunes, creo. La mañana después del segundo partido yo no me encontraba nada bien. Bajé las escaleras a trompicones y no pude volver a subirlas. Le dije entonces a Danny: «No aguanto más. Tenemos que poner punto final. Se acabó». Si los dos desastrosos partidos de despedida de 1978 fueron señales claras de que mi retirada no iba a ir según lo previsto, cinco años después el cuento acabó como debe ser. En la cumbre. Con fútbol y momentos de los que aún habla la gente del Ajax y el Feyenoord. Y se ganaron trofeos. En tres años, tres títulos de liga y dos copas. Mejor, imposible. Por eso estuvo bien acabar así. Fue bonito.

Me gustaría aclarar un malentendido. Nunca me movió el rencor. Ni siquiera en 1983, cuando quise descargar por medio del Feyenoord mi enfado contra el Ajax, cuando el club me trató de aquella manera. La supuesta venganza que se suponía que estaba llevando a cabo tenía poco que ver con mi ego ofendido, como se ha insinuado muchas veces. Las cosas no son nunca tan sencillas.

En 1983 falleció mi padrastro, tío Henk, y esa pérdida me afectó tanto que mi juego en el Ajax se resintió. La dirección lo sabía, pero empezaron a circular toda clase de cuentos sobre mí y fui entregado al Feyenoord muy herido. Después de aquello reuní fuerzas para dar por concluida mi carrera en memoria de mi segundo padre. Aquello me insufló la increíble energía que me permitió ganar a los 37 años todo lo que había que ganar. La liga, la Copa, el Balón de Oro. Las fuerzas que se liberaron en mi interior tras su muerte siguen asombrándome todavía.

Cuando salí del Feyenoord en 1984, decidí quedarme un año mirando desde la banda. Observar el juego desde la distancia fue de lo más refrescante. También comprendí por qué la selección holandesa no había podido clasificarse para la Eurocopa de 1984 ni los Mundiales de 1982 y 1986. La calidad de los entrenadores y de las academias para jóvenes estaba en tela de juicio. Durante mi año sabático vi que en los clubes había una dolorosa carencia de especialistas. Gente capaz de mejorar aún un poco más las cualidades técnicas de un jugador profesional, para llevarlo a la cima. Había suficientes figuras que anunciaban toda clase de generalidades, pero poquísimas personas que supieran cómo había que enfrentarse a ciertos detalles.

Cuando empecé a jugar al fútbol, Jany van der Veen era el entrenador de jóvenes del Ajax. Él mismo había sido un buen jugador y utilizaba la experiencia práctica que había obtenido de sus propios entrenadores. Durante sus sesiones de trabajo, vertía sobre los futbolistas de la nueva generación una combinación de ideas propias más lo que había aprendido de otros. Aún recuerdo que, cuando éramos jóvenes, teníamos que entrenar en el vestíbulo cuando hacía mal tiempo. Eso no era precisamente bueno. De hecho, yo pensaba que era bastante inútil. Pero entonces apareció Van der Veen con sus juegos de cabeza. ¿Qué otra cosa podías hacer en un vestíbulo? Colgaba una red y teníamos que pasar el balón con la cabeza de un equipo a otro a lado y lado de ella. Así hacía de la necesidad, virtud.

Años después, marqué un gol de cabeza contra el Inter que fue el segundo y decisivo tanto en la final de la Copa de Europa de 1972. Lo ejecuté con perfección técnica, aunque alguien de mi estatura se suponía que no era lo suficientemente alto para jugar de cabeza. Todo gracias a una forma de entrenamiento que se había tenido que inventar el entrenador de mi juventud para los días de lluvia. Entonces llegó el gran cambio a la KNVB. Hacía falta un diploma para poder entrenar. Pero ¿qué futbolistas se ponían a estudiar? No los que habían surgido en la calle y a los que estábamos acostumbrados. Ese proceso siguió desarrollándose. En un momento dado había que estudiar cuatro años para llegar a ser entrenador, y eran de otra pasta muy distinta.

Me tomaré a mí mismo como ejemplo. Jugar al fútbol y estudiar al mismo tiempo era sencillamente imposible. Cuando yo estaba libre las escuelas estaban cerradas, y estas no querían hacer excepciones. Más tarde, a través de mi Cruyff Institute intenté ofrecer una solución a los deportistas, pero en mi época la gente no pensaba así. Si querías estudiar siendo deportista, no había ninguna oportunidad. A causa de esta situación, eran los jugadores menos dotados los que se convertían en entrenadores. Ningún gran jugador se ponía a estudiar porque no tenía tiempo. Una cosa era consecuencia de la otra. Quienes no estaban en la primera alineación de su club o en la selección holandesa no tenían que entrenar todos los días y podían asistir a clase. La consecuencia lógica era que la calidad de los entrenadores disminuyó, de modo que la del fútbol, también. Aunque la KNVB tiene ahora una formación de entrenadores más breve para exinternacionales, sigue hablándose de que la formación teórica debería sustituir a la práctica. Casi nada ha cambiado en treinta años. Lo que en tiempos fue la auténtica fuerza del fútbol holandés, la habilidad técnica, se ha convertido en nuestra debilidad.

A principios de 1985 empezó mi carrera como entrenador a media jornada, cuando me ofrecieron un puesto de asesor en el Roda JC Kerkrade. Entonces Leon Melchior me propuso que le ayudara a organizar la formación de jóvenes en el MVV de Maastricht. Melchior era un empresario internacional que en su tiempo libre había creado unos establos de carreras de fama mundial con muchos caballos ganadores. El MVV le pidió consejo en la reorganización del club y él me sondeó a mí para ayudar a organizar el equipo juvenil.

Esas fueron las primeras señales de que volvía a estar abierto a un regreso al mundo del fútbol. Poco después, tanto el Feyenoord como el Ajax llamaron a mi puerta. Me agradó especialmente el interés del Ajax. Indicaba que el club quería dejar atrás el pasado. Como yo ya me había vengado en el plano deportivo, decidí enterrar el hacha de guerra.

Después todo fue deprisa y, en junio, el Ajax me nombró director técnico. Era un puesto de nueva creación, la primera vez en la historia del fútbol holandés que se utilizaba la denominación «director técnico». Un truco legal para poder entrenar sin diploma de entrenador. Al principio iban a llamarme entrenador jefe, pero el sindicato de entrenadores amenazó con acciones judiciales. «Director técnico» era una denominación con la que nos podíamos organizar el Ajax y yo.

Puede que suene mal, pero de hecho podría decirse que la asociación holandesa de fútbol apoyaba nuestra actitud. A principios de 1985 yo había escrito una carta a la KNVB preguntándoles qué tenía que hacer para poder trabajar como entrenador profesional de fútbol. La carta la había redactado con Rinus Michels, que por entonces era asesor técnico de la asociación. La idea era fundamentalmente cambiar las normas para que personas con knowhow y experiencia, que podían aportar algo realmente importante al fútbol profesional, tuvieran la oportunidad de hacerse ver.

Como para entonces ya sabía que nadie hace nada a cambio de nada, sugerí una alternativa. Propuse que los exprofesionales y exinternacionales hicieran primero un examen y después asistieran a las clases de las materias que hubieran suspendido. De este modo podía acelerarse la velocidad del curso y los buenos podrían llegar más rápido al lugar que les pertenecía. Donde eran más necesarios.

En ese periodo el Fútbol Total holandés estaba muy necesitado de personas que pudieran analizar y mejorar tanto un equipo como once jugadores individualmente. Yo entonces ya era de la opinión de que la auténtica cima solo podía alcanzarse si se prestaba atención continua a los pequeños detalles en los entrenamientos. Ese uno o dos por ciento. Con mi idea de hacer primero el examen y después un curso a medida para la persona en cuestión, intentaba buscar una solución adecuada para la KNVB y atraer rápidamente a más expertos reales. Al hacerlo, corría un gran riesgo personal. En términos prácticos, seguro que las asignaturas de táctica y técnica me habrían parecido facilísimas, pero como yo veía el fútbol de modo tan diferente a como lo veía la mayoría, y con toda seguridad de manera muy distinta a los profesores del curso, era probable que nunca consiguiera aprobar el examen.

Pasaron meses sin tener noticias de la KNVB. La federación había indicado que iba a tratar el tema, pero todo se quedó en eso. Como pasaba tanto tiempo, al final nos rendimos y nos inventamos el término «director técnico» para poder trabajar en el Ajax. De lo contrario, me habría convertido en una marioneta de las regulaciones y no estaba dispuesto a aceptarlo.

Afortunadamente, gracias a mis experiencias en el fútbol estadounidense, tenía una buena perspectiva de cómo funcionaban las cosas en el deporte profesional y pude aplicar mi experiencia a la situación del Ajax. Era muy necesario. El primer paso consistía en adquirir la responsabilidad de todo el entorno futbolístico. De los profesionales a los becarios. Con esa estructura de liderazgo, yo tenía que formar un equipo con toda la plantilla futbolística. Ellos eran las personas que tendrían que aplicar las políticas.

Muy pronto supe que mi papel en el Ajax no era del gusto de la KNVB ni de la asociación de entrenadores. Vinieron a espiarme y alegaron que participaba activamente en los entrenamientos. Eso lo pude refutar sin problemas. Yo no soy de los que se sientan en una torre de marfil y miran a la gente trabajar desde allí. El fútbol es lo mío, de modo que donde más a gusto me siento es sobre el terreno de juego. Puse la excusa de que, por mi dura carrera de futbolista, sentía la necesidad de perder peso entrenando, y que por eso corría con los jugadores.

Aunque, en puridad, lo cierto es que yo no dirigía de verdad los entrenamientos, o casi no. Contaba con mi equipo técnico: Cor van der Hart, Spitz Kohn y Tonny Bruins Slot, tres entrenadores con mucha experiencia, que compensaban estupendamente mi propia inexperiencia. Con los jugadores, yo mismo podía trabajar perfectamente los detalles. Eso es algo que no aprendes ni después de cien años de formación. Es algo que tienes o no tienes. Toda la organización del primer equipo se basó en el modelo americano. Es decir, con especialistas. Yo ya sabía que nadie podía ser el mejor futbolista en todas las posiciones del campo. Eso es lo que le decía a mi equipo técnico.

Además de tres entrenadores, el Ajax tenía también un preparador físico. Después contraté al primer entrenador de porteros de Holanda, que supervisaba a todos los porteros del club, de los juveniles al primer equipo. Y más tarde empecé a trabajar con ojeadores internos y externos. Yo delegaba en otros para que hicieran los entrenamientos, el ojeo, y así sucesivamente, sencillamente, porque en eso eran mejores que yo. Nunca he hecho lo que no sabía hacer. Yo había crecido con un solo entrenador y uno o dos ayudantes, pero en mi época yo también estaba influido por el movimiento flower power de la década de 1960. Por el pensar de otra forma. Así que una vez aparecí en el Ajax con Len del Ferro, un cantante de ópera especializado en técnicas de respiración para que los jugadores obtuvieran así el máximo rendimiento de cada inspiración y espiración. Eso es muy importante en el deporte de élite. Así que Del Ferro se puso manos a la obra con los jugadores en el vestuario. Más tarde, en el Barcelona, me hice también con un reflexoterapeuta. Este trabajaba con los pies, porque toda la energía del cuerpo siempre se descarga por los pies. Buscas a alguien así porque crees que puede aportar algo nuevo.

De modo que siempre estaba al acecho de especialistas para trabajar mejor en los detalles. Esa era, sin duda, una parte importante de mi método. En Holanda, al menos en mis primeros tiempos a cargo del Ajax, no estaban acostumbrados a funcionar así. Pero yo les dije: «Si tú te encargas de la preparación física, tú eres el responsable. No yo. De modo que no me preguntes lo que tienes que hacer. Para mí, hay dos cosas importantes: tienen que ser capaces, en principio, de jugar 120 minutos y tienen que pasárselo bien. Yo no soy el policía, yo no soy nada. Pero si tú no lo consigues, iré a buscar a alguien que pueda».

Así que se trataba de encontrar personas que estuvieran dispuestas y fueran lo suficientemente buenas para responsabilizarse de sus actos. Nunca tenían que pensar: ¿qué opinará Cruyff? Por eso, la primera vez que entrenaban con los jugadores yo no iba nunca a mirar. Era asunto suyo y responsabilidad suya.

La mayoría de los clubes tenían un entrenador principal con un ayudante pero, de repente, en el Ajax había un equipo técnico de siete personas. Todo el entrenamiento especializado se basaba en la técnica. Y con eso no me refiero solo a técnica futbolística con el balón. Tomemos la preparación física. No se trata de que un jugador pueda correr diez kilómetros de una vez, sino de que sea capaz de correr mejor porque tiene mejor técnica. Y quizá con una mejor técnica de carrera evite lesiones o cansancio durante los partidos. O lo convierte en más rápido que el contrario en las distancias cortas.

Correr es todo un paquete que no tiene nada que ver con el balón, pero su entrenamiento se engloba bajo el término «técnica». En la forma que sea. Lo mismo sucede con otros aspectos físicos del juego. Por ejemplo, los saltos y los remates de cabeza. Puedes impulsar un balón con la cabeza, pero ¿puedes darle fuerza y dirección? Hay una enormidad de detalles para cada aspecto del entrenamiento.

Yo me encargaba de muchos detalles futbolísticos. ¿Cómo y dónde tienes el brazo derecho cuando chutas con la izquierda? ¿Cómo consigues el mejor equilibrio? ¿Dónde tienes un problema y cómo puedes solucionarlo? O hacía reuniones con los demás especialistas para ver si en un entrenamiento físico se podía hacer al mismo tiempo una prueba de esfuerzo. Muchas veces no es solo cuestión de lo que deseas mejorar, sino también de la intensidad con la que entrenas. El resultado fue que en el Ajax todo el mundo aprendió, no solo a dar lo mejor de sí mismo, sino también a compartirlo con los demás.

Era consciente de que el fútbol holandés cada vez se alejaba más de la forma en que habíamos sorprendido al mundo en 1974. Desde el principio, en el Ajax, decidí volver a jugar otra vez a partir de los fundamentos básicos del Fútbol Total. De modo que Stanley Menzo se convirtió en un portero con plena capacidad de jugar la pelota, y que podía estar activo muy lejos de la zona de la portería. Aquello era nuevo entonces, pero treinta años después se ha convertido en habitual. En clubes como el Barcelona y el Bayern de Múnich es ya algo bien establecido en la filosofía del club. A mí me encanta comprobarlo.

Mi intención era volver a dar un rostro propio a la escuela del Ajax. El núcleo principal consistía en jugar un fútbol lo más ofensivo posible. Con tres delanteros y un líbero detrás, los defensas contrarios tenían que aprender por las malas cuándo aplicar la defensa de posición u hombre a hombre.

En esa época, todos los equipos de la liga holandesa jugaban con dos delanteros, de modo que, en vez de cuatro, yo solo necesitaba tres defensas. De ese modo podía poner cuatro jugadores en el medio campo. Para hacerlo solía cambiar a uno de los centrales por el jugador que ahora se conoce como el número 10, el segunda punta. Con Menzo, situado al menos en la línea de dieciséis metros cuando teníamos el balón, el resto del equipo se veía obligado a jugar lejos de la portería. Con la elección de Menzo yo mostraba mi opinión sobre la composición de un equipo. No siempre optaba por los once mejores jugadores, sino por el grupo de jugadores que mejor se adecuaran unos a otros. De modo que elegía a los defensores que, en principio, mejor se adaptaban a Stanley. El acertijo de si el jugador A encaja bien con el jugador B siempre me ha parecido fenomenalmente interesante.

Del mismo modo que nuestros partidos siempre resultaban entretenidos de ver, también provocaban muchas discusiones, lo que, en mi opinión, debería ocurrir siempre en el fútbol profesional. Unos pensaban que el fútbol jugado de esa forma era bonito, mientras que otros creían que ese tipo de fútbol jamás produciría buenos resultados. Mientras tanto, yo le dije a todo el mundo que teníamos que contar con algunas derrotas, pero que eso realmente carecía de importancia en el marco de nuestro sistema de entrenamiento. Estábamos invirtiendo en la primera alineación. El equipo ya era suficientemente bueno para quedar siempre entre los tres primeros, pero yo quería más y, al mismo tiempo, con un juego cada vez más bonito.

Como entrenador, me mantuve en la misma idea de forma plenamente consecuente. Incluso cuando perdíamos un par de veces, nunca tuve la menor duda. Tampoco después, en el Barcelona. Y cada año ganaba algún trofeo. Durante la primera temporada en el Ajax fue la Copa KNVB, que nos permitió participar en la Recopa de Europa, que ganamos, ya en 1987, derrotando al FC Lokomotive Leipzig por 1-0 en la final de Atenas, gracias a un remate de cabeza de Marco van Basten. Ese Ajax fue el equipo más joven de la historia en ganar una final internacional. Algo muy especial, porque desde hacía años se decía que los clubes holandeses nunca podrían competir contra el dinero que se gastaba en Italia y España.

Ganar la Recopa de Europa proporcionó una ventaja extra. Por fin llegó una reacción muy positiva de la KNVB.

Unos seis meses después de escribir aquella carta a principios de 1985, recibí la comunicación de que mi propuesta de un curso abreviado para entrenador había sido rechazada. El presidente del Ajax, Ton Harmsen, que estaba también en la directiva de la federación, me contó incluso que hasta el propio Michels se había opuesto. Pero esa historia me resultó un poco extraña, ya que Michels me había ayudado a escribir la carta y la había presentado a la federación como asesor técnico de la misma. Lo habíamos hecho así para que mi solicitud llegara a las personas adecuadas, pero, según Harmsen, Michels hizo precisamente lo contrario. Sigo sin poderlo creer. Tampoco se lo he preguntado nunca a Michels, porque no podía imaginar que fuera cierto. Y sigo pensando lo mismo.

En cualquier caso, después de que el Ajax ganara la Recopa, la KNVB dejo de poner objeciones a mi dirección técnica. El 1 de junio de 1987 no solo recibí un homenaje de la asociación de fútbol por el éxito internacional del Ajax, sino que la KNVB me concedió el diploma de «entrenador de fútbol profesional». Por supuesto, aquello fue una excepción. Pero si me hubieran dicho que tenía que hacer aunque fuera un curso reducido, no estoy seguro de qué habría hecho. Tanto en el Ajax como después en el Barcelona nunca he hecho nada que no supervisara personalmente. Para mi equipo técnico siempre he buscado especialistas que me complementaran. Pero ciertamente he tenido la suerte de trabajar en grandes clubes que, en lo tocante a la organización, pudieron permitírselo.