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El festín se prolongó hasta muy tarde. Muchos caballeros se dieron un atracón de ternera, cerdo, cordero y pollo, así como de ganso, capón y perdices. También había pasteles de todo tipo de carnes y verduras, de patata y zanahoria, de puerros de Solamnia, de cebolla y de ajo de las llanuras de Abanasinia. Asimismo se sirvió panza de oveja rellena de carne y cebada, hervida con mantequilla y presentada sobre una gran bandeja de arroz de Ergoth del Norte. Tampoco faltaron ni el pan ni la mantequilla.

Lord Gunthar comió frugalmente, como tenía por costumbre. El banquete fue amenizado por juglares que tocaban en huecos distribuidos por toda la sala y bardos que entonaban cantos sobre batallas, caballeros y gestas pasadas, la llegada de los dragones, la caída de Istar, el sacrificio de Huma el Lancero y de Sturm Brightblade. Algunos caballeros relataron sus últimas aventuras o las nuevas llegadas del otro lado del mar, muchos comentaron la devastación causada por la Purga de Dragones y la mayoría de ellos discutió por lo que debía hacerse. En lo único en lo que se pusieron de acuerdo fue en que necesitaban más vino, y se lo sirvieron.

Un grupo de caballeros arrojaron huesos y cartílagos, y apostaron sobre quién los cogería, si los sabuesos de lord Gunthar o los enanos gullys, pero éstos, en general, eran más arteros y tenían más recursos; el único perro que estuvo a la altura fue una hembra excepcionalmente ágil y rápida. Durante el transcurso de la velada el animal arrebató una y otra vez el botín a los gullys desprevenidos. En una ocasión dos la pillaron, y enanos y perra empezaron a tirar como posesos de un hueso de ternera grande y carnoso. El animal agarraba firmemente con los dientes el extremo más grande, mientras que los gullys, un varón y una hembra, tiraban del extremo más pequeño.

Finalmente, la gully soltó el hueso con un aullido de frustración y se lanzó sobre el can dispuesta a hacer uso de una de las principales tácticas de ataque de los de su raza: morder. Los dientes amarillos de la enana centellearon, cogió una pata del animal y se la llevó a la boca. El perro intuyó el peligro y soltó el hueso, tras lo cual se marchó, arañando el suelo de piedra con las zarpas.

Antes de que la gully pudiera celebrar su triunfo, una borrosa figura marrón se abalanzó sobre ella y le quitó el hueso. La enana se puso de pie, gruñendo, y se enfrentó a su atacante.

—Comedor de setas —barbotó la enana y se apartó las greñas de los ojos. Entonces vio a su oponente y se encogió—. Ay, uy —dijo. Se puso pálida y echó una rápida mirada alrededor buscando una vía de escape.

—Ya vale, Gerda —gritó el gully ataviado con el gorro de rata, el que antes había llamado la atención de lord Gunthar y sir Liam Ehrling—. ¿Cuántas veces dicho que no morder a mis amigos perros?

—No sé —respondió la gully con voz chillona—. ¿Dos?

—¡Dos y dos y dos! —contestó él.

De pronto, una copa de plata pasó silbando junto al gully del gorro de rata y lo salpicó de vino. El enano se agachó, aunque ya no era necesario, pues la copa no le había dado, pero Gerda aprovechó la oportunidad para escapar. Entretanto, el gully que había luchado por el hueso, y que todos habían olvidado en medio de la conmoción, se escabulló con el trofeo.

Un caballero, sentado frente al gully que había reprendido a Gerda, se puso de pie. Tenía el rostro rojo de rabia y sus rojizos mostachos solámnicos temblaban.

—¡Miserable rata! —vociferó el caballero—. ¡Me has hecho perder una pequeña fortuna! Ya te enseñaré yo a estropear una competición en la que he apostado. —El caballero cogió una pesada bandeja de plata que había encima de la mesa, y el gully se hizo un ovillo en el suelo.

—¡Sir Limpole! —gritó Gunthar al tiempo que se ponía de pie. El caballero se detuvo con la bandeja sobre la cabeza y miró al anciano Gran Maestre—. Dejad esa bandeja sobre la mesa ahora mismo.

»¡Que la dejéis, he dicho! —ordenó Gunthar cuando el caballero no le obedeció inmediatamente. Lentamente, sir Limpole devolvió la bandeja a la mesa. Desde el otro extremo de la sala, Gunthar taladró con la mirada al Caballero de la Espada.

»Joven, consideraos sancionado hasta que podamos convocar un Gran Consejo de Caballeros que juzgue vuestras acciones —dijo Gunthar; la mayoría de los caballeros asistentes al banquete ahogó una exclamación.

—¡Milord, debo protestar! —gritó el joven caballero, sorprendido—. ¡Es sólo… sólo un enano gully!

Pero Gunthar sólo oyó que gritaba: «¡Sólo un enano gully! ¡Sólo un enano gully!», y los músculos de la mandíbula le temblaron. Entonces, apartó la silla, anduvo hasta el extremo de la mesa, descendió los peldaños de la tarima y fue hacia el gully que seguía en el suelo, encogido. Pese a sus años, Gunthar caminaba con paso firme y enérgico, ni tambaleante ni vacilante. Lo único que delataba su avanzada edad era el temblor de las manos y el ligero cabeceo de su cabeza entrecana. El Gran Maestre se colocó entre el gully y sir Limpole.

—Este enano gully es mi perrero —dijo Gunthar.

—Mis disculpas, milord —empezó a decir Limpole, pero Gunthar lo interrumpió.

—El que sea o no mi sirviente poco importa. Es más débil que vos y, por vuestro honor de caballero, estáis obligado a protegerlo y a no atacarlo nunca —prosiguió Gunthar—. He sido indulgente en extremo con todos vosotros, y sir Liam puede dar fe de ello.

»He dejado pasar muchas faltas de respeto hacia vuestros mayores y hacia vuestros superiores —añadió mirando a todos los caballeros reunidos. Pocos lo miraron a los ojos y, los que lo hicieron, apartaron la vista inmediatamente—. Otros os habrían castigado por vuestra insolencia, pero yo he abogado por ser indulgente. Pero lo que sir Limpole ha hecho esta noche revela una grave deficiencia; estos asuntos deben ser juzgados por el Consejo General. Estas normas no son mías, sino de la Orden a la que todos pertenecéis.

»Este gully —añadió mirando al enano que seguía encogido en el suelo— hizo gala de honor y coraje al encararse a un congénere para proteger a los que tiene bajo su cargo: los perros. Me pregunto cuántos de vosotros hubierais hecho lo mismo. —Como reacción a estas palabras se oyó un rumor sordo en la sala, y sir Quintan se puso en pie.

—Lord Gunthar, éstas son palabras mayores. La conducta de sir Limpole es ciertamente reprensible, pero comparar a un noble caballero con un enano gully… es simplemente inaudito.

—¿Estáis seguro, sir caballero?

—No hay comparación. Es bien conocido que los enanos gullys son débiles, crueles y egoístas; venderían a su propia gente para salvar su miserable pellejo, por no mencionar su felonía con otras razas. Lo único que impide que representen un peligro para todos nosotros es su increíble estupidez. Incluso un valiente debe guardarse de un cobarde —arguyó Quintan.

—¿Quién puede afirmar honestamente que la raza humana no es igualmente despreciable? Incluso algunos caballeros lo son; muchos de los que están aquí esta noche traicionarían a todos sus compañeros para salvar sus propias vidas, y otros harían cualquier cosa para vengarse de un agravio imaginario. Incluso algunos llegarían a matar a sus propios hermanos para acrecentar su poder —replicó Gunthar.

Entonces se volvió hacia el enano gully y le dijo:

—Levántate muchacho. No tengas miedo. —El aterrorizado gully se puso lentamente de pie, pero se ocultó lo mejor que pudo detrás de las piernas del Gran Maestre, sin atreverse a enfrentarse a las severas miradas de los demás caballeros.

—Algunos dirán que os preocupáis más por estos indeseables que por vuestros propios caballeros, lord Gunthar —se atrevió a decir sir Limpole.

—Lord Gunthar, considerad lo que dice —intervino Liam. Más y más miradas airadas se posaron en el Gran Maestre, de pie al lado del enano gully.

—Lo he considerado, Liam —repuso Gunthar. Entonces se volvió hacia los demás y dijo en voz alta—: Caballeros, os presento al señor don Ayuy Cocomur, de la raza de los enanos aghar. Ayuy es el encargado de mis sabuesos, con todos los deberes y responsabilidades que conlleva esta posición. Hoy, cuando uno de mis perros iba a sufrir un daño físico a manos de otro gully, Ayuy lo defendió. ¿Qué decís? ¿Fueron honorables las acciones de Ayuy y dignas de elevarlo a la categoría de escudero de caballero?

Un rugido de indignación respondió al Gran Maestre. Quintan aporreó la mesa y gritó:

—Lord Gunthar, sed razonable. ¿Estáis sugiriendo acaso que un enano gully sea admitido en la Orden dé los Caballeros de Solamnia como escudero?

Liam Ehrling simplemente se cubrió el rostro con las manos y suspiró. Los caballeros se enzarzaron en discusiones que no tenían visos de remitir.

Lord Gunthar agachó la cabeza lentamente, como si la edad lo fuera venciendo a la vista de todos. Oyó voces que pedían su dimisión y otras que insinuaban que se había vuelto loco y que ya no estaba capacitado para ocupar el puesto de Gran Maestre. Pero, en medio del tumulto, oyó una voz que gritaba: «¡Sí, sí!». Gunthar escudriñó la multitud hasta localizar al solitario disidente: era un joven de Tarsis, un Caballero de la Espada. Sin que los que lo rodeaban repararan en él, el joven caballero repetía su respuesta a la pregunta de Gunthar, y el anciano caballero cobró nuevos ánimos.

—¡Sir Elinghad! —gritó lord Gunthar hasta que el barullo remitió—. ¿Sir Elinghad, qué decís vos?

—Digo que sí, que las acciones del gully fueron honorables —afirmó el joven caballero.

—¡Ahí lo tenéis! —exclamó Gunthar y antes de que nadie pudiera replicar, preguntó—: ¿Lady Meredith, Suma Sacerdotisa, qué decís?

—Las acciones del gully fueron… sí, fueron honorables —respondió la dama. Se oyeron nuevos gritos de protesta, pero lady Meredith golpeó la mesa con el puño hasta que se calmaron y entonces añadió—: Sí, el enano gully se comportó de manera honorable, pero en esta cuestión estoy de acuerdo con los demás caballeros: es imposible admitir a un enano gully en nuestras filas.

—No es ésa mi intención —replicó Gunthar. Extendió la mano y dio unos golpecitos al gully en el gorro de piel de rata—. Ayuy es valiente y honorable para ser un enano gully, pero no es y nunca podrá ser un caballero.

—Entonces, ¿por qué, por qué en nombre de Paladine…? —gritó Liam, pero se sentía tan consternado que no acabó la frase.

—Para probar algo —respondió Gunthar.

—Milord, ¿qué os proponéis con tanto hablar de nuestras normas de admisión? ¿Qué sugerís exactamente? —preguntó Meredith—. ¿Por qué nos habéis convocado?

Antes de que lord Gunthar pudiera responder, un cuerno sonó en las almenas, y le siguió otro en el patio, bajo la ventana. Su atronador y estridente sonido, que retumbó con una nota de miedo, silenció todas las discusiones. Los últimos ecos aún no se habían apagado cuando las puertas de la sala se abrieron de golpe y un caballero entró corriendo, sudoroso.

—Lord Gunthar —jadeó—. Dragones por el este.