Sus híbridos romances

En Silvalandia la despedida del pescador es siempre emocionante por diversas razones. La primera es que toda despedida incluye pañuelos, lágrimas y otros elementos apropiados. La segunda reside en que los habitantes de Silvalandia se han negado siempre a pescar, puesto que su naturaleza más bien plumífera y córnea les inspira gran desconfianza de ese líquido en forma de olas que van y vienen sin motivos explicables. La tercera razón es Gustavo el pulpo, que una mañana cometió el error de enamorarse de Osplanka la de rosados dedos, mientras esta lavaba la ropa en la playa, motivo por el cual vio surgir entre camisas y corpiños una elocuente proliferación de tentáculos. Desde ese día Gustavo decidió depositar a los pies de Osplanka un moviente espejo de peces y medusas comestibles, empresa harto meritoria en un pulpo que, como se sabe, está siempre amenazado de gran apetito.

Sumando todas estas razones, se comprenderá la emoción que preside la cotidiana separación de los enamorados, así como las recomendaciones de Osplanka que no se cansa de repetir:

—Cuídate, Gustavo, y si puedes tráeme una corvina de dos kilos para preparar la cazuela que le gusta a papá.

—Me parece que hacia el noreste avisto una de considerable tamaño —dice Gustavo con ayuda de su tentáculo catalejo.

—No te alejes demasiado y evita las corrientes frías.

—Soy un pulpo —dice Gustavo— y nada de lo que es marino me es ajeno.

—Te confías demasiado —dice Osplanka afligida—, acuérdate del resfrío de la semana pasada, todavía estoy lavando los pañuelos que gastaste. En fin, si no es una corvina, que por lo menos pese dos kilos.

—Pesará por lo menos tres —dice Gustavo—. ¡Adiós, y espérame aquí mismo, sin poner demasiado jabón en el agua!

—¡Adiós y sé prudente! —Solloza Osplanka.

Se comprende que en Silvalandia estas despedidas conmuevan a los más empedernidos.