Sorpresas para Perrault

En la mayoría de los países, las abuelas cuentan a sus nietos hermosos cuentos de hadas, brujas y gnomos, pero las cosas ocurren de manera muy diferente en Silvalandia.

En primer lugar, las abuelas solo cuentan cuentos a la hora de la siesta, cuando los padres están dormidos y los nietos pueden entrar en puntas de pie en el dormitorio donde la abuela los espera con gran complicidad y regocijo, pues los padres no sospecharán nunca semejantes desobediencias a la pedagogía y a la tradición.

Cumplida esta primera etapa, es necesario que el gallo Júpiter esté presente, pues de lo contrario la abuela se negará enfáticamente a contar un cuento, lo que explica el aire de ansiedad y revuelo que se advierte en su nieta, la cual ha debido buscar por todas partes al gallo Júpiter y convencerlo de que se instale a los pies de la cama, cosa que Júpiter termina siempre por hacer con un aire de superioridad y de disgusto que divierte muchísimo a la abuela.

Todo así preparado para el cuento, la abuela piensa un momento y dice a su nieta que érase una vez en Holanda. A partir de esas palabras la abuela se queda callada y la nieta no tiene más que mirarla y ver cómo en su rostro, en sus manos, en su cofia o en los azules televisores de sus ojos se va cumpliendo el cuento, por ejemplo las aventuras de Puff y de Zonk, lo que pasa por culpa del malvado Breckner, y cómo al final los niños son recompensados por su bondad y reciben del burgomaestre un hermosísimo queso dorado, semejante a una luna creciente que sonríe mientras se va quedando dormida poco a poco.