La posguerra española

La posguerra española

Finalizada la guerra civil, el Nuevo Estado surgido de la victoria sublevada debía empezar a concretarse más allá de las urgencias bélicas. Desde el primer momento, sin embargo, Latorre mostraría su desconfianza hacia el talento como gobernante del general Franco, hacia la calidad de las fuerzas que lo apoyaban y hacia la bondad de los principios que lo inspiraban. La dictadura militarista y unipersonal era, desde su punto de vista, un claro error.

Sentaremos ante todo la afirmación, para mí axioma, que, sin la existencia de las dictaduras de Hitler y Mussolini, Franco no hubiera instaurado la dictadura, ni seguramente la guerra civil o pronunciamiento estallado, [y] espero que así lo recoja la historia.

Los aliados internos se integran en el Ejército, las fuerzas de represión (Guardia Civil, Asalto, Policía), la religión (mejor sería decir una falsa religión) aunque en ningún momento la Iglesia que repudia tales movimientos, la propaganda o sea la «mecanización de la mentira», una gran parte del capital, los ambiciosos y tránsfugas, la terrible censura arma de dos filos, etc.

Por lo expuesto toda la atención del dictador se centra en no tener descontento al Ejército y que éste sea lo más numeroso posible y lo mismo ocurre con las fuerzas de represión; en abrazarse y asirse fuertemente a la religión mediante todo género de dádivas y favores (que terminan aprisionando al dictador), reservándose una gran parte de la facultad en el nombramiento del episcopado, que jura y almuerza en el Pardo, con lo que esa gran palanca y palenque queda en sus manos, porque es muy natural que el dictador se guarda muy bien de proponer y aceptar a ninguno que ofrezca la menor duda, que no tenga la ficha bien limpia de sumisión absoluta y por si esto aún fuera poco les da gran participación en los asuntos de Estado y Gobierno […].[1]

Los cuatro cuadernos (tres de reflexión y uno de documentos) que componen Mi actitud ante la paz y el Partido reflejan su contundente oposición a lo que acontecía en España. Los enunciados iniciales resultan sumamente descriptivos: «Con las bayonetas se puede hacer todo menos sentarse en ellas»; «No es político continuar la guerra a través de la paz que es lo que se ha hecho desde el poder»; y «Se creyó ingenuamente que la guerra civil había tenido como causa eficiente y motora derribar una dictadura y no entronizar otra».

En los fragmentos seleccionados, se muestra la improvisación de un ideario sublevado obsesionado básicamente en la victoria militar y en las prebendas particulares y colectivas ligadas a ella. Así, el Nuevo Estado se ve obligado a recurrir utilitariamente a una Falange que, nunca antes, había tenido un peso real en la sociedad española, hasta que la inesperada —para buena parte del entorno de Franco, como singularmente el general Yagüe— derrota de las potencias del Eje, obligaría a aguar su influencia y arrinconar a sus máximos apologetas.

Sin embargo, es la denuncia de la corrupción y el nepotismo aquello que más páginas ocupa en estos cuadernos. Además de criticar el exceso de ascensos inmerecidos y generalizados —él mismo recibirá dos veces la Gran Cruz de la Orden del Mérito Militar, con distintivo blanco, concedida en dos decretos con diversos beneficiados—,[2] cuestionará su uso como herramienta de control de la jerarquía militar por parte de Franco, junto con otras prebendas como los ascensos, cargos en la Administración pública y en la empresa privada, así como otros beneficios directos en zonas grises que llegaban hasta la práctica del contrabando y la apropiación alegal e ilegal.

Esta política sirvió, según Latorre, para desactivar cualquier tentación de oposición, fuera porque estaban entretenidos en luchas internas para obtener mayor tajada, fuera porque no querían poner en peligro lo obtenido. En este reparto del botín destacaron especialmente los africanistas, quienes no dudarán en usar las peores artes para garantizarse su parte del pastel. Evidentemente, todo ello iba en contra de la economía e incluso del correcto funcionamiento del Estado, pero era el precio que pagar por priorizar «una política determinada con el elemento armado, y no nacional».

Latorre se recrea comentando diversos casos: desde el general Aranda, a quien se le niega el ascenso por envidias y falta de padrinos, hasta casos de promociones meteóricas y, presuntamente, inmerecidas. Aunque carga especialmente las tintas contra los abusos que, desde su posición de privilegio, perpetran estos militares todopoderosos, tanto desde el punto de vista moral como delictivo. Así, acusa al africanista Joaquín Ríos Capapé de traficar con bebidas alcohólicas desde el Protectorado, mientras su mujer hace lo propio con vales de gasolina.

O la situación de Antonio Alcubilla Pérez quien, supuestamente, contó con el apoyo de los generales Franco y Asensio para encaramarse en el escalafón, a pesar de haberse entregado a las autoridades republicanas tras el fracaso del levantamiento militar en Cataluña. El oficial, cuya mujer trabajaba como mecanógrafa de Teodomiro Menéndez, se benefició del testimonio favorable del líder obrerista asturiano. No fue ejecutado y sí incluido en un intercambio de prisioneros en 1937. Posteriormente, Alcubilla Pérez le retornó el favor cuando el juzgado fue Menéndez[3]. Ya como jerarca del Nuevo Régimen, asegura el moralista Latorre que se daba a las mujeres y a la bebida, pero que sobre todo aprovechaba su posición para participar como «consejero en sociedades anónimas de Cataluña». Una práctica común en la época que llenaba los bolsillos de los militares y protegía a las compañías ante cualquier choque con el Estado.

Paralelamente a la desactivación, mediante una lluvia fina de corrupción, de la vieja guardia, «como no había confianza completa en los cuadros de mando de jefes y oficiales anteriores a la guerra civil», se aceleró la promoción de nuevos cuadros que, crecidos bajo el franquismo, garantizaran su fidelidad. Así, entre 1934 y enero de 1945 se pasa de 37 coroneles de Artillería, 69 tenientes coroneles, 247 comandantes y 536 capitanes a 122, 387, 943 y 1660, respectivamente. Una macrocefalia donde primaba más la lealtad que la capacidad, y más basada en el interés de preservación del régimen que en las necesidades reales militares:

Terminada la guerra civil cinco meses antes de romperse las hostilidades que dieron lugar a la mundial, se procedió en España a organizar la paz, y a ese fin se constituyó un gobierno cuya presidencia asumió el general Franco, independientemente de la Jefatura del Estado, que estaba en ciernes: primero grave y gran error político, tanto porque para ello no estaba capacitado, cuanto por las responsabilidades de todos los órdenes que sobre él iban a recaer, incompatibles, en un todo, con la Jefatura de un Estado. El mismo día de finar la guerra, debió venir el «borrón y cuenta nueva» por ser axioma político que quienes dirigieron la guerra deben dar paso libre a nuevas personalidades capacitadas para llevar la dirección de la paz, evitando su explosión, y máxime tratándose de guerras fratricidas. Pero la obstinación, la ambición, la ceguera, el error y la euforia de la victoria llegaron a extremos tales que se creó un partido político, el único (ya está la dictadura en puerta), del todo artificial como luego veremos, y el general Franco, por sí y ante sí, se instituyó también en jefe del mismo (en total ya con tres jefaturas) por muerte violenta del fundador durante el dominio rojo en la cárcel de Alicante en noviembre del 36; y una primera prueba evidente de que el PARTIDO era un engendro del todo artificial la teníamos en que los representantes de su ideología en las elecciones generales de febrero del 36, no consiguieron, en un Madrid, arriba de cinco mil votos; ni en provincias como Navarra, donde el triunfo era seguro, lograron que se les incluyese (sobre todo a Primo de Rivera) en la candidatura cerrada de derechas a pesar de los grandes esfuerzos realizados; y la prensa toda, empezando por el gran diario madrileño ABC, declaraba a su ideario, más la indiferencia y el humor que la hostilidad, mediante las polémicas en aquél, entre [Juan Ignacio] Luca de Tena y Primo de Rivera. Hay que proclamar muy alto que la guerra no se hizo por el doctrinario falangista, que la mayoría de los españoles ignoraban, en aquél entonces, por completo.

Lo que ocurrió fue, que dirigidos los españoles radio-políticamente por Alemania e Italia, principalmente por la primera —que, a su vez, nos prestaron una gran ayuda militar en la contienda sin la que no hubiese sido posible continuarla—, surgió, naturalmente, la hipoteca político-económica, y lo que antes de la guerra fueron afinidades políticas, no digo plagio, entre un grupo de españoles reducidísimo, capitaneados por Primo de Rivera, [Ramiro] Ledesma Ramos y algunos otros, se impuso desde fuera y desde dentro. Esta es toda la verdad en relación con el famoso PARTIDO que había de regir, nada menos, que nuestros destinos nacionales. En honor de la verdad hay que hacer constar que una gran mayoría de los combatientes acogieron esta maniobra política con estupor e indiferencia, y los no combatientes también. Conviene añadir que el gobierno se constituyó a base de elementos suficiente y necesariamente preparados, pero otros, en cambio, empezando por los de Ejército y Aire (generales Varela y Yagüe) no tenían la menor preparación, y por ellos ambas entidades armadas constituyen un modelo de desorganización y de falta de eficiencia a pesar de los miles de millones que anualmente se les consigna en los presupuestos generales del Estado.

En dicho gobierno entraron elementos procedentes de los campos monárquicos tradicionalistas, Acción Popular, resentidos y falangistas. Se produjeron prontamente varias crisis parciales, a pesar del gran empeño puesto en que así no ocurriese, siendo la más sonada la que ocasionó la salida del general Yagüe, que, una vez más, se dedicó a cultivar la populachería a costa del erario público, es decir, creando una espléndida fronda en el ministerio del Aire sin precedentes en la historia política de España, pero sin que las ALAS aumentasen ni en cantidad ni en calidad, ya que muy lejos de ellos disminuían al no poder reponerse los aparatos que en instrucción o servicio quedaban inútiles por unas u otras causas, entre éstas un gran número de accidentados. Claro está, que tanto el general Lombarte, que intervino en cumplimentar la orden de destitución, como el general Vigón, su sucesor en la cartera, no dejaron en muy buen lugar al sustituido. El primero me contó detalles de la entrega, de subido color de tono que corrían parejas con la actitud de Yagüe en la entrevista celebrada con el general Franco, borrascosa en extremo, que motivó su cese y confinamiento en su pueblo natal, San Leonardo (Soria), y es curioso que este general, como tantos otros, y a la cabeza de los cuales figura el general Orgaz, entienda hay dos clases de disciplina, como con certera visión dijo en su despacho oficial al último general citado, el ministro del Ejército, general Asensio, al recriminarle por su manera de entender la disciplina: «mi general, le dijo, para Vd. hay dos clases de disciplina, la de Vd. para arriba y otra de Vd. para abajo».

De todos modos, es curiosa la historia militar del general Yagüe, porque ya durante la guerra civil, ni en público (discursos, entre otros, de Burgos y Toledo) ni en privado, ni civil ni militarmente, dejó bien parada la disciplina, y, aparte, las rebeldías sanas o insanas, durante la guerra civil, contra los mandos superiores. Levantado su confinamiento en San Leornardo, al cabo de dos años, fue destinado a mandar el X Cuerpo de Ejército (Melilla) donde el mismo día de su presentación ya hubo de ser amonestado de nuevo por el mando superior del Ejército de Marruecos, general Orgaz, y, escasamente, transcurridos seis meses de su toma de posesión, hubo de ser destituido, una vez más, con nueva amonestación, porque el ministro no se avino a que se le impusiesen dos meses de arresto en un castillo que el general Orgaz le propuso, propuesta, por otra parte, obvia, ya que dentro de las atribuciones gubernativas del general citado y por simple vía de dicha naturaleza, podía, y debía, sin venia de nadie, imponer dos meses de arresto en un castillo dando cuenta a posteriori al inmediato superior y luego… a Roma por todo. Pero lo más curioso de toda esta tragicomedia (para España trágica y para los protagonistas cómica) por no encontrar otro apelativo más apropiado para enjuiciar la historia militar del general Yagüe (y continuar la del general Orgaz) en su empleo de divisionario, es que como saldo de todas sus cuentas ¡¡se le ascendió a teniente general!! saltando, encima varios puestos en su escala: era, sin duda, el paso del «palo al pan».

Políticamente, su debilidad, no ha tenido la menor visión, primera cualidad de un gobernante o de uno que aspire a ello (el general Yagüe no ha dejado un momento de aspirar) aunque sí buenos propósitos (todos sabemos que el Infierno está empedrado de aquellos) ya que en junio del ¡¡43!!, haciendo pendant con el general Franco, me decía en su despacho de Melilla: «la guerra la tienen perdida los aliados y en relación con la situación interior, la Falange cada día que pasa se introduce más y más en el alma del pueblo y lo comprueba el último viaje de Franco (a quién acompañé) por Andalucía, triunfal y sincero, y esto ocurre porque él ha tenido que venir a mí, a mi concepción de la Falange que se había tergiversado, y por eso el pueblo al servírsela adulterada, o no la seguía o lo hacía con desdén o indiferencia». Salí de su despacho aterrado y a mi ayudante, teniente coronel de artillería, don Miguel Zumárraga, al llegar a la calle le comuniqué lo hablado con su excelencia llevándonos las manos a la cabeza. Bien es verdad que por estas fechas, es decir, a estas alturas, ante el pueblo de Almería el general Franco decía: «Hemos llegado a lo que suele llamarse un punto muerto en la lucha; ninguno de los beligerantes tiene fuerza para destruir a su contrario; habrá sin duda victorias a costa de grandes sacrificios; pero más tarde o más temprano, más al norte o más al sur, más al este o más al oeste, se establecerá, si un suceso imprevisto no precipita los acontecimientos, una zona de equilibrio, y entonces habrá que llegar a lo que hoy no quiere reconocerse». Sin suceso imprevisto de ningún género, a los ¡¡dos meses!! Italia se rendía incondicionalmente y antes de dos años, Alemania, y Japón estaba herido de muerte. […].

ASCENSOS Y RECOMPENSAS. También en este aspecto, la labor de la situación política que acaparó el poder al término de nuestra guerra civil, no ha podido ser más desastrosa y contribuir en mayor escala a la falta de interior satisfacción entre el elemento armado, a su desunión; y no sin razón, todos cuantos forman en la acera de enfrente, y la gran mayoría de los de la otra, claman contra este estado de cosas, y piden, unos abiertamente, los de fuera, y otros in menti, los de dentro, que se vuelva, con todos sus inconvenientes, a la situación del 18 de julio del 36 y de ahí se proceda a edificar y subir de nuevo la escala militar de las dimensiones, estrictamente indispensables, que los nuevos tiempos han de demandar, tanto en cantidad como en calidad. […].

Para dar una idea exacta y concreta del problema ascensos y recompensas, basta decir, que en mayo de 1945, seis años cumplidos desde la terminación de la guerra civil, todavía en las «Órdenes Generales» de las Regiones aparecen la apertura de nuevos juicios contradictorios para ascensos y recompensas por méritos de guerra, y aún así, son miles los ahogados, aquéllos cuyos expedientes han ido a parar al cesto de los papeles, que son los que con mayor indignación y energía claman contra ese estado de cosas al grito de «justicia y no por mi casa».

PROBLEMA DE LA OFICIALIDAD. Si de los ascensos y recompensas por méritos de guerra pasamos a los de paz la orgía es mucho mayor, y la urgencia en crear intereses para la defensa bastarda del estado de cosas creado, se pone, una vez más, de manifiesto. Baste decir como número índice de la cuestión que quienes el 18 de julio de 1936 eran simples paisanos en posesión, a lo sumo, del título de bachiller, el año 1944 eran ya comandantes, en Armas, incluso, como las de Ingenieros y Artillería; y así se ha podido dar el caso chusco, entre mil más, en el Ejército desplegado en el Pirineo, que al tener que efectuar una elemental conexión en una línea de energía eléctrica de alta tensión, hubo de confesar uno de esos comandantes de ingenieros, que «de eso no entendía».

Acabamos de indicar con ese «número índice» la inconcebible corrida de escalafón que, en los oficiales procedentes de las primeras Academias de Transformación, ha tenido lugar, pero como se trata de miles y miles, el mal no tiene, ni podrá tener, remedio, porque el problema inicial se planteó mal, vulnerando la ley original, que, por necesidades momentáneas, creó los oficiales Provisionales. ¡Diecisiete mil oficiales y más, próximamente, de la misma edad! Semilla, seguro, de futuros trastornos y revoluciones. […].

Otra modalidad relacionada con ascensos es la retumbante Escuela Superior del Ejército (por falta de «escuelas nuevas» no quebrará el sistema, aunque bien pudiera ser esa una de sus causas de debilidad) que alguien, con ingenio zumbón, la ha rebautizado, repetiremos, con el remoquete de «EDUCACIÓN Y DESCANSO», nunca mejor aplicado, y puedo certificarlo por haber pasado un año por allí completo. ¡Qué manera de descansar y juerguearse! Esta nueva escuela es una de las pruebas más palpables, entre las muchas, de que todo es espectáculo en el régimen vigente […].

Como formación cultural, poca o ninguna (empieza por no haber profesores con la necesaria y suficiente preparación; muchos no llegan ni a repetidores), ya que los generales abandonan aquel centro, casi en su totalidad, con los mismos conocimientos con que entraron, que desgraciadamente no pueden ser menores, por seguir imperando en la elección del generalato el desdichado AFRICANISMO, es decir, los conductores de harcas, policías, legionarios, regulares, etc., como anteriormente imperaron los «AYACUCHOS», y así nos luce el pelo, con las lamentables consecuencias que se tocan, por ocupar aquéllos todos los puestos de mando y dirección sin la menor preparación.

Además, con dicha escuela tienen otro truco más para especular y mangonear en la cuestión ascensos, ya que para unos es condición necesaria para el ascenso haber asistido al curso y para otros no: basta la voluntad del ministro o Caudillo.

Y ya concretando, voy a referir un caso, entre los muchos, que han tenido lugar en las reuniones del Consejo Superior del Ejército para tratar de ascensos, reuniones que, como dicen con poca discreción los integrantes, terminan siempre como el «rosario de la aurora», porque cada miembro lleva a priori su candidato para el ascenso que quieren sacar con fórceps.

Se discutía el ascenso a general del coronel de infantería don Casto González Rojas (conviene hacer mención que intervienen en el Consejo, con voz y voto generales de antigüedad menor a la de aquéllos que juzgan, caso inaudito en verdad). El abogado defensor a ultranza del interdicto lo era, el teniente general, don Luis Orgaz, hombre de enormes pasiones, quien aducía a favor del ascenso, que el interesado había destacado tanto en la clase de táctica de la Escuela (el mediano profesor de esa asignatura en dicho Centro es el general Simancas, íntimo e incondicional de Orgaz quien a fuerza de martillazos lo hizo general con gran asombro de todos) que ocupaba el primer puesto, el número uno. El estupor e indignación fueron grandes entre los presentes, hasta el punto de que un general, vocal, Rafael García Valiño, intervino para aducir que si ello era cierto había que cerrar la Escuela Superior del Ejército, quien agregó que González Rojas era un borracho habitual. A esto arguyó el general Orgaz, que ya no bebía (en esos momentos seguía cogiendo unas cogorzas enormes que conocía por estar destinados juntos), lo que tampoco les cabía en la cabeza a los generales presentes en la Junta que lo conocían. Además, ahora, yo sumo y sigo, que era público y notorio en África donde nos encontrábamos destinados juntos que en la administración de su regimiento hacía «MANGAS Y CAPIROTES», y no podía ser tampoco, ni mucho menos, modelo de honradez, lo que se puso de manifiesto al entregar el regimiento, pero… ya ascendido, porque pásmense, señores lectores, con esos antecedentes, ascendió, saltándose a la torera a una porción de beneméritos coroneles, aunque en honor a la verdad hay que añadir que en el primer destino que tuvo (Tarragona) tomó una papalina de uniforme y en acto del servicio apenas tomó posesión de su cargo, que hubo que destituirlo, ipso facto: el general Orgaz tenía razón… ya no bebía… poco, ni pocas veces. Este es uno de los frutos, entre otros, de la retumbante Escuela Superior del Ejército y de la falta de autoridad del ministro.

Si de este caso pasamos, por ejemplo, al del general [Joaquín] Ríos Capapé, resulta lo siguiente, por comparación, en nuestro caso, no odiosa.

Es público y notorio que el general Aranda no asciende porque si el año de la PERA, cuando era comandante, hizo esto o lo otro relacionado con la moralidad o la política, y se le saltan en el ascenso una partida de calamidades o modelos de insubordinación o inutilidad física que se llaman [José] Monasterio, Yagüe, Bautista Sánchez, Múgica, [Francisco de Paula de] Borbón y hasta… Pablito Martín Alonso. Las razones principales, fundamentales y únicas de ellas la envidia con enorme diferencia sobre las demás, una inmensa cultura, mayor capacidad de trabajo y la Gran Cruz Laureada, BIEN GANADA. ¿Que tiene consejos de administración? ¿Y quién no? ¿Que le gustan las faldas con exceso? ¿Y a quién no? ¿Que es rumboso con el dinero ajeno? ¿Y cómo no?

Comparando diremos, que la inteligencia, cultura y capacidad de trabajo de Ríos Capapé no admiten punto de comparación con las de Aranda en ningún sentido. No posee la Laureada y cuantas veces solicitó la Medalla Militar se le echó abajo, y a coro dicen sin la menor reserva los generales Delgado Serrano y [Máximo] Bartomeu, entre otros, que declararon en contra de su concesión POR COBARDE, todo esto militarmente considerado. Porque, además, no es ningún moralista ya que en Madrid posee un bar al principio de la Gran Vía, en que la ginebra, WISKI [sic] y demás bebidas de precio las introduce desde Tánger a España personalmente en sus muchos viajes o endosa cajas a los aviadores con dichas bebidas, cafés, habanos, etc., entre otros artículos, para que en vuelo las introduzcan en Madrid de matute, tanto de aduanas como municipal y… porte pagado. Y en ese bar, que frecuenta lo que hemos dado en llamar buena sociedad madrileña, su mujer se dedicaba a vender o proporcionar vales de gasolina (¿de dónde procedían?) de estraperlo, por lo que trasladada la denuncia que se presentó al director general de Timbre y Monopolios, se ordenó por el mismo la instrucción del correspondiente expediente de defraudación (es noticia directa del director citado que llevó personalmente el asunto); pero, a cortarlo se concitaron todas las potestades, y el propio interesado rogó y suplicó insistentemente al director, Fernando Roldán, coronel de Artillería, para cortar el asunto, y la justicia y falta de autoridad quedaron, una vez más, burladas y escarnecidas cuando se trata de un pez gordo, con gran escándalo y dura crítica, pero ahí me las den todas.

Por otro lado, de sus tropas se ocupa poco o nada ya que toda su vida, y a diario, se desarrolla en Tánger con designios y objetivos que se desconocen y alardea de trato de favor entre el elemento femenino non santo, juega grandes cantidades en el círculo hebreo y también al póker con la señora de Orgaz en Tetuán, tiene consejos de administración y ni siquiera es rumboso con el dinero ajeno. ¿De dónde salen las misas? Él no tuvo y su mujer retuvo unos miles de duros, pocos, por herencia.

Pues bien, repetimos; este general ascendió saltándose a la torera a muchos mejores, y sus mayores protectores fueron, Franco porque convivió con él en campañas africanas y Orgaz, su jefe directo, que a pesar de ponerlo de oro y azul en público y en privado por todo lo anteriormente expuesto que relataba con prolijidad, excepto el juego con su mujer y a diario, y que no había epíteto por duro que fuese que no le aplicase. Total, misterio y misterio; pero, al mismo tiempo, escándalo, escándalo y escándalo; y, descontento, descontento y descontento.

Si estudiamos el caso del ascenso del general [Antonio] Alcubilla, también saltando a muchos mejores, sus padrinos fueron los generales Franco y Asensio; el primero lo mismo, por su convivencia en África y el segundo por haberle saltado Asensio (a la sazón ministro del Ejército, de su misma promoción y más antiguo en el empleo de comandante al empezar la guerra civil). Conviene no olvidar tampoco que Alcubilla estuvo prisionero gran parte de la campaña y llegó tarde al reparto. ¿Méritos? Un expediente por su pésimo comportamiento en Gerona donde se encontraba de guarnición al estallar la guerra civil y que nadie en dicha población, lo he podido comprobar, se recata en público y privado de censurar (el juez fue el hoy general don Jenaro Uriarte, que hay que oírlo también) y en máximo grado sus compañeros de armas de entonces; su miedo insuperable al llevarlo preso al vapor Uruguay en Barcelona, donde se hartó de decir que lo de Franco era una locura, para hacer méritos cerca de los rojos; el consentir que su mujer, gustosa, actuase de mecanógrafa-secretaria del cabecilla asturiano, ya en Barcelona después de huir de Asturias, Teodomiro Meléndez; el agarrar en Tánger, recién ocupado, una TRANCA (entre otras muchas por serle habitual) monumental con enorme escándalo público siendo todavía coronel en vísperas de ascenso por lo que fue sometido a expediente; el disfrutar del cargo de consejero en sociedades anónimas de Cataluña sin poseer acciones, pero por obra y gracia de llevar siempre emboscados, entre otros, al hijo [Francisco José Lacambra Estany] de la condesa viuda de Lacambra [Maria d’Estany Jimeno] de gran influencia capitalista en la industria catalana. Había que oír al coronel de artillería y leer sus cartas al ver que ascendían a Alcubilla y que él se quedaba una y otra vez en puertas, porque era el coronel que mandaba el regimiento de artillería de la división 41 que en plaza de categoría superior mandaba Alcubilla de coronel también.

Y en caso análogo, por no decir igual o peor, excepto en lo referente a su actuación el 18 de julio del 36, se encuentran un sinfín de generales, y a la cabeza de ellos Borbón, García Escámez, [Emilio] Esteban Infantes, etc. (el segundo destituido del gobierno militar de Barcelona y expedientado, cuyo expediente duerme el sueño de los justos como sabe el general [Fernando] Moreno Calderón que lo tuvo en sus manos cuando interinó la Capitanía General de Cataluña en 1942-43; y además el gran matutero, porque es público y notorio, que siempre que viene de Canarias introduce de contrabando, él y sus amigos, enormes cantidades de todo con gran escándalo de los jefes y oficiales de aduanas y carabineros que lo comentan en forma violenta y que además les desmoraliza) y lo triste del caso es, que las acusaciones parten, no ya de coronel para abajo, sino de los propios generales, y es más triste aún que, quienes de aquéllos, forman parte del Consejo Superior del Ejército, y son los primeros en público y privado en criticar este estado de cosas, consienten luego sus ascensos al generalato y sucesivos. En una palabra, que los generales y coroneles, y en mayor grado los africanistas, se tiran a codillo unos a otros cuando llega la hora anterior al ascenso, sacando a relucir una cantidad de cosas de falta de moralidad, familia, valor, competencia, etc., que se queda uno asustado porque parecen cloacas las bocas, y a la cabeza de esta crítica terrible de todo y de todos figuran los generales Orgaz y Múgica (el último porque no le ascienden por lo de Teruel y demás donde fue destituido por Varela del que dice las cosas más inconcebibles que oírse pueden), pero todo a retaguardia de los interesados, y en el plan cobarde de negar cuando llega la hora de actuar. Nunca mejor que con la situación actual podemos decir «que quien tiene padrino se bautiza». Jamás la intriga baja, poniendo al descubierto las faltas del compañero, por detrás, para perjudicarle en su ascenso, y la recomendación se han cultivado tan intensamente como ahora.

Y para terminar con la orgía de ascensos, a costa del contribuyente y vivan los intereses creados, se han ascendido a tenientes honorarios, pero con el sueldo de seis mil pesetillas, aquéllos beneméritos que, en la última guerra civil, allá por el 73-74 del siglo pasado, tomaron parte, pero únicamente los del bando tradicionalista, y todo esto, naturalmente, para dividir y restar y recordar antiguas querellas, en lugar de multiplicar, sumar y sobre todo y por todo, OLVIDAR, OLVIDAR y OLVIDAR. Bien es verdad que muchos de esos beneméritos tomaron parte en aquella guerra como yo, ¡y cuidado que son ganas de regolver del poder público[4]!

Como número índice-económico-financiero para la Nación española de lo hasta aquí expuesto y para hacer gráfica la gravedad del asunto, creado por el enorme número de ascensos en todas las Armas, Cuerpos e Institutos y empleos, por todos los motivos, diremos, que, con el anuario militar de 1934 a la vista y las «escalillas» de los diversos Cuerpos y Armas en la actualidad, resulta lo siguiente, refiriéndose exclusivamente a artillería para no hacer interminables estas notas. En 1934 había treinta y siete coroneles de artillería por todos conceptos, técnicos, tácticos y burocráticos, y en 1945 (enero), la friolera, la enormidad de ¡¡ciento veintidós!! a los mismos fines. En tenientes coroneles la proporción es de 69 y 387. En comandantes 247 y 943. Y en capitanes, 536 y 1660. Proporcionalmente ocurre lo mismo en el resto del Ejército y lo chusco y vergonzoso es la gran falta de jefes y subalternos en casi todas las unidades armadas, y digo esto, porque fuera de algunas guarniciones privilegiadas, Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, etc. están las plantillas sin cubrir en muchos regimientos, en más del 50 %. La fauna y flora burocráticas nunca alcanzaron proporciones tan aterradoras, porque la administración central (casi todos los integrantes de la misma tienen espléndidas gratificaciones) y regional, por sí solas, absorben una proporción tal de jefes y oficiales que jamás se aproximó a ella en ninguna época ni tampoco estuvo todo tan desatendido: no se piensa más que en ascender, ascender y ascender. Y como el Diario Oficial no trae otra cosa que ascensos y ascensos, la ausencia de subalternos es enorme, a pesar de las continuas y densas hornadas que, por los diversos procedimientos expuestos con anterioridad, están saliendo continuamente.

Otro número índice —FATAL Y QUE NADIE LO OLVIDE— del barullo actual es la diversidad de procedencia de origen de los jefes y oficiales que alcanza la enorme cifra de ¡¡DIEZ!! procedencias distintas y antes del 36 eran sólo TRES.

Pretender que a base de esta multiformidad de origen haya en el ejército la unidad debida para su mayor y mejor eficacia, sería «pedir peras al olmo», y lo sería por ser distintas la moral, cultura, formación profesional, formas sociales, concepto de la disciplina y subordinación, compañerismo, etc., sin olvidar, que, aun cuando la procedencia fuera la misma, la falta de interior satisfacción en relación con ascensos, recompensas y destinos, de que ya hemos hablado con anterioridad, la haría imposible en todo momento.

Entonces ¿por qué ese empeño decidido en crear y mantener este estado de cosas tan perjudicial, desde todos los puntos de vista, ahora, y para el porvenir, para la eficiencia de un ejército y de España? Pues, sencillísimo, porque lo que se pretende es, lisa y llanamente, hacer una política determinada con el elemento armado, y no nacional, creando intereses en cuantía inigualada que sostenga lo actual. Política, en verdad, suicida y antipatriótica y que nunca dio el menor resultado. Tratar de salvar, una vez más, en el transcurso de la historia, los principios, a costa de hundir la nación, lo que tan trágicos resultados dio siempre.

Como no había confianza completa en los cuadros de mando de jefes y oficiales anteriores a la guerra civil y que se sabía además no participaban del credo político del famoso Movimiento, había prisa en actuar armando mucho barullo. No se fiaron de preguntar individualmente si querían o no pertenecer también al famoso Partido de FET, sino que, en bloque, un buen día, nos metieron a todo el Ejército.

Este problema de la cuantía inigualada de jefes y oficiales y de su falta de preparación en todos los aspectos es de una gravedad espantosa, seguramente, en régimen de libertad, por poca que fuese, no resistiría el más pequeño análisis (por esto, y otras muchas cosas, la censura lejos de disminuir con el transcurso del tiempo, aumenta, aunque parezca ilógico; es fruta propia de todas las dictaduras) y se vendría abajo como un castillo de naipes. Y tan es así, que sea cual fuere la situación, que a la actual suceda, derecha, centro o izquierda, las plantillas de jefes y oficiales deberán sufrir una merma de más de un 60 %. En primer término, porque aun cuando fuese eficiente el actual elemento armado, España, desde el punto de vista económico, no puede sostenerlo; y, en segundo término, porque no es eficiente y sí sólo espectacular y propagandístico.

Lo peligroso, peligrosísimo, es, que la posición económica (ya los suboficiales, oficiales, asimilados y muchos jefes no pueden vivir en forma alguna con los sueldos actuales y en ello toma nacimiento la gran inmoralidad reinante) y social de ese personal creada tan rápidamente y fácilmente, se defenderá por todos los medios, pero no defendiendo a España, sino sus intereses personales, ilegal, alegre y confiadamente creados. Ahí es cuando será necesaria una revolución y sacar los cañones a la calle, para volver las cosas al estado de donde nunca debieron salir (previa exigencia de responsabilidades a los causantes por su falta de visión, preparación o mala fe) y todo ello causa o consecuencia de falta de capacidad y autoridad en los de ARRIBA. Conviene no olvidar que, en ese aluvión de 17 000 oficiales, la mayoría son unos fracasados en la vida civil e incapaces de defender económicamente la vida en las condiciones del diario y batallador vivir y están sesteando cómodamente y malamente en la colectividad armada.

Y es así lo hasta aquí expuesto porque de los capitanes afortunados (debió cesar al terminar la guerra con arreglo a lo pactado, como le recordaban los tenientes generales en su famosa carta) nacen los grandes ambiciosos, y ahí está la peor calamidad de las guerras civiles (a Espartero, desde otro punto de vista muy distinto, opuesto casi, vencedor en la primera guerra civil del pasado siglo, hubo de salir de naja de España, sin otro auxilio que el de un navío inglés que lo recogió en un puerto gaditano) que nunca son tan malas y desastrosas como cuando concluyen. Alguien pudo decir con razón: «¡ESPAÑA! esta pobre vieja siempre sale perdiendo en todas las cuentas».

Por lo expuesto, al término de la guerra civil debió hacerse una política clara y rectilínea en relación con el ejército y otros asuntos y no oscura y tortuosa. […] En una palabra, todo menos lo que se hizo que fue, UNA FALTA DE AUTORIDAD; una trasgresión de la ley; tratar de resolver un problema político, que sostuviese esto, creando intereses bastardos; y organizar unos cuadros de mando de diez procedencias distintas, bajo el signo de incapacidad y ruina económica de la nación[5].

Latorre elabora, finalmente, un listado de «causas de mi desacuerdo con el actual régimen imperante en España». Se trata de una recopilación de lo ya dicho que podríamos resumir en dos grandes categorías: la corrupción e ineficiencia de un régimen que deriva hacia una dictadura que no corrige sino aumenta los errores anteriores, y la pervivencia de la división guerracivilista.

Del primer pecado ofrece jugosos ejemplos como la entrega a Franco de «la magnífica finca del Pazo de Meirás mediante suscripción obligatoria en Galicia (a Julio Muñoz Aguilar gobernador civil en aquel entonces de la Coruña que obligó a la suscripción se le recompensó con la jefatura de la Casa Civil de S. E.) con todo género de coacciones». Por la ofrenda del refugio literario de Emilia Pardo Bazón, completado con diversas expropiaciones, también obtuvo ser administrador del Patrimonio Nacional y vizconde de Muñoz-Aguilar; mientras que el banquero Pedro Barrié de la Maza, copartícipe de la operación, fue nombrado conde de Fenosa (anagrama de su empresa, Fuerzas Eléctricas del Noroeste, S. A.). O lo sucedido con la puesta de largo de María del Carmen Asensio, hija del entonces ministro del Ejército el general Asensio, en el Palacio de Buenavista, actual Cuartel General del Ejército y entonces sede del Ministerio, a quien se le pagó «la fiesta magna [con] fondos ministeriales, admitió regalos de capitanes generales, quienes ordenaron, a dichos fines, se descontasen, sin previo conocimiento ni consentimiento, de las pagas de generales, jefes y oficiales cantidades que aquellos determinaron, correspondiendo a los generales de brigada veinticinco pesetas».

El segundo lo ejemplifica con «los bárbaros procedimientos empleados con personas, incluso muy respetables, mediante la administración de aceite de ricino, corte de pelo, exacción de dinero, insultos despiadados, etc.». Para más inri, esta actitud inmisericorde contaba con una única excepción: la deferencia que la promoción encabezada por los generales Franco y Yagüe tenía hacia sus antiguos colegas y familiares, incluso «huidos al extranjero». A través de «una especie de sociedad de socorros mutuos, […] les ayudamos metálicamente, les ayudamos en todo aquello que pueda favorecerles buscándoles empleos, apoyándoles en oposiciones y concursos, recogiéndolos en las estaciones ferroviarias e incluso alojándoles en nuestras casas».

Ante tanto abuso e hipocresía, Latorre elabora un listado a medio camino entre la denuncia y la expresión de disconformidad. Aunque esta última tenga algún punto dudoso, como cuando asegura haberse abstenido de cualquier relación con Falange, olvidando o silenciando, que el decreto 333/37 de 4 de agosto de 1937 convirtió en afiliado a todo el estamento militar y que otro decreto de 17 de julio de 1942 obligaba a saludar brazo en alto cuando se asistiera a actos políticos.

1.º No concurriendo ya al primer desfile de la Victoria celebrado en Valencia en 3 de mayo de 1939 al frente de la Agrupación de Divisiones de Albarracín que me encontraba mandando en Teruel. Ello no hacía más que ahondar las diferencias entre hermanos lejos de ir olvidando, que era, por otra parte, lo patriótico. Para esos fines alegué cuantas razones pude, empezando por la de encontrarme enfermo, porque fue grande el empeño puesto en que concurrieran todos. Además, me repugnaba desfilar en España, conjuntamente, con tropas extranjeras.

2.º Conceptuando de una injusticia enorme que, por el hecho de haber servido en zona enemiga, cuando les correspondió y con arreglo a las leyes vigentes, los soldados residentes en aquélla sufriesen un gran recargo en el servicio, procuré remediarlo cuanto me fue posible dentro de mi cargo. Para ello busqué asistentes, ordenanzas, escribientes, etc. pertenecientes a aquéllos, porque era indignante que hubo quienes sirvieron, entre ambas zonas (en la nuestra se les obligó a servir el mismo tiempo que el que habían servido o servían los de su reemplazo) más de seis años […].

3.º Por convencimiento, justicia y patriotismo, jamás por temor (además ¿quién podía pensar en ello entonces?), procuré poner en práctica ese espíritu de hermandad, también desde el primer momento, en cuantos casos y ocasiones se me presentaban, tanto de personal civil, como militar. Hay que relegar al olvido, para siempre, aquello que se ha escrito de los españoles de que «nunca están tan sosegados y contentos, como cuando les encharcamos con sangre el suelo que pisan».

Valero Sorolla, obrero de la CNT, de Fraga (Huesca) y con domicilio en Barcelona, Cera, 40, 2.º 2.ª, conseguí su libertad de pena grave, y por Navidad, cuando se encontraba en la prisión celular de Barcelona, sin ocultar mi nombre y cargo (general jefe de artillería de la 4.ª Región) hacía llegar a él los correspondientes aguinaldos en 1941 y 1942.

Fermín Sánchez Barrera, de La Busta (Santander), obrero de la Real Compañía Asturiana de Torrelavega (Santander), condenado a muerte en Barcelona a fines de diciembre de 1939. Conseguí el indulto de aquella pena, cuando ya toda la familia tenía perdida toda la esperanza de conseguirlo.

Maximino Miñano, delegado de Hacienda en Guadalajara al empezar la guerra civil, también condenado a muerte en 1939 en Guadalajara y cuyo indulto por reclusión perpetua conseguí; y más adelante, en 1942, su libertad condicional, por medio de la Capitanía General de la 5.ª Región.

José Berché, natural de Fraga (Huesca), jefe técnico de Correos, con destino en la administración de Lérida. Conseguí su absolución en el Consejo de Guerra celebrado en Tarragona en 1939 y que no fuese trasladado. […].

4.º Desde el momento de terminar la guerra civil fueron muy raras las recepciones a las que para conmemorarla u otros motivos análogos o paganos, como la famosa fiesta nacional absoluta del Caudillo de 1.º de octubre, acudí, porque además fracasó en la guerra, que debió terminar antes, y, luego, rotundamente, en la paz, que no ha conseguido en ningún momento. Únicamente a aquellas en que no hubo modo ni manera de orillarlas, hube de asistir, y en una, en Barcelona, sin querer o queriendo, no saludé levantando la mano, al desfilar por el salón del Trono en capitanía.

Lo que no coreé nunca fue el «Cara al sol», el himno de Falange, una vez terminada la guerra; ni en ningún momento formé parte de la misma a pesar de las grandes presiones que se me hicieron; ni pagué la menor cantidad para sostenerla; ni saludé cuando era de obligatoriedad; etc.

5.º Las audiencias del generalísimo nunca las solicité, y, por tanto, no concurrí a las mismas (como, con el mismo criterio, no acudí a ninguna durante la Monarquía); pero una vez que estando en Figueras (Gerona) me incluyeron en una colectiva, el día fijado, me puse enfermo y no concurrí.

6.º Con todo respeto y patriotismo, pero, al mismo tiempo, con toda claridad y sinceridad, hice presente a mis superiores, los capitanes generales, por escrito varias veces y constantemente de palabra, no estar conforme en ninguno de sus puntos con el actual régimen político, que no podía conducirnos más que a la ruina en todos aspectos. […].

7.º No propuse a nadie de los que habían estado a mis órdenes durante la guerra civil para su ascenso al empleo inmediato, declarando en contra en cuantos expedientes me presentaron. En esta forma y en este aspecto llevé a la práctica el criterio sustentado de palabra o por escrito ante mis superiores.

8.º Cuanto más, desde las altas esferas oficiales, se hablaba o escribía sobre la gran eficiencia actual del elemento armado, mayor era mi reacción en contra, porque lleno de patriotismo efectivo y realista creí que aquello era engañar a mi país en lo más grave que se le puede engañar, y ocurrían así las cosas para tratar de justificar ante la galería los miles de millones que se estaban tirando en las tres ramas o brazos de la defensa nacional, como lo proclaman, en primer término, la defensa de ambas orillas del estrecho de Gibraltar y la frontera con Francia en las que se han enterrado cientos de millones sin cuenta, sin la menor utilidad y poniendo al descubierto nuestra falta completa de preparación profesional, en razón inversa con la audacia, para esas empresas y el mayor barullo que presidió la concepción táctica de aquellas y en su ejecución técnica. […].

9.º Nunca, jamás, inicié homenajes, comidas, subscripciones, ni cosas análogas; por supuesto, ni las inicié, ni respondí al llamamiento cuando a alguno se me instó, por no ser cofrade de «una fiesta hizo un devoto con los…» y porque creo que honrar con banquetes a un amigo o conocido, no es honrarle, es, sencillamente, en la mayoría de los casos, comer bien un día, adularle. […].

10.º El afán inmoderado y repetido del general Franco de zaherir con latiguillos ante una galería indocta y apasionada y preparada a situaciones, políticos y personas anteriores a él, siempre en monólogo, eso sí […].

11.º Cuando mi gran y buen amigo, don Miguel Ganuza del Riego, director general del Patrimonio Forestal del Estado contrajo matrimonio, se me invitó a la boda como testigo principal, en unión del tristemente célebre exsecretario general del partido de FET, gran germanófilo y CUÑADÍSIMO —era la expresión vulgar— puse por telégrafo una excusa el día de la boda que me impedía asistir al acto. No quería la menor concurrencia en acto alguno con tal persona[6].