Palabras finales
Palabras finales
A lo largo de su vida, el general Rafael Latorre Roca fue testigo de la progresiva degradación del régimen liberal de la Restauración con su deriva dictatorial en la figura del general Miguel Primo de Rivera, de la ilusionante proclamación republicana y su accidentada trayectoria, de la cruenta guerra civil y, finalmente, de la consolidación de la dictadura franquista. Si algo se había mantenido constante a lo largo de ese paréntesis vital de ochenta y ocho años, había sido precisamente la precariedad institucional, acentuada por la conflictividad social y el intervencionismo militar.
Para desesperación de Latorre, la cuestión se agravaba, pues, aunque creía disponer de la respuesta adecuada para superar ambos retos, nadie tomaba nota de ello. Para solventar el primer desafío, proponía la doctrina social de la Iglesia como ideología y propuesta capaz de desactivar tanto el sindicalismo revolucionario como los abusos patronales. Además, ello debía revertir en una recatolización de los sectores populares que se habían alejado del catolicismo y en un compromiso del Estado con la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores y de la economía nacional en general. Para lo segundo, defendía una profesionalización de la milicia y su sometimiento al poder civil, siempre y cuando este también asegurara el orden público y conjurara los cuestionamientos a la unidad nacional.
Sus propuestas, su ingente labor propagandista a través de escritos públicos y cartas privadas y su supuesto comportamiento ejemplar a nivel individual cayeron siempre en saco roto. La política española siguió a merced de pronunciamientos militares y conflictos sociales. Para alguien viajado, con formación técnica (no olvidemos que provenía del arma de Artillería), conocimientos e inquietudes político-sociales, se hacía incomprensible la reiteración en el error por parte de sus compatriotas.
Sin embargo, él mismo traicionó sus principios con su retorno al servicio activo el 18 de julio de 1936 y con su involucración activa en el aniquilamiento de la República y de sus bases sociales. A pesar de su situación y formación, o precisamente por ello, apoyó firmemente el golpe militar y sus excesos. No fue un simple peón o espectador, sino que encabezó una de las columnas que ocuparon Navarra y el País Vasco, fue gobernador militar de Asturias tras su conquista, de Teruel al final de la guerra, se le encargó la frontera catalano-pirenaica durante los primeros momentos de la segunda guerra mundial, estuvo en el protectorado marroquí en plena conflagración global y siguió ocupando puestos relevantes hasta su retiro. Incluso entonces aceptó una prebenda como la Confederación Hidrográfica del Duero.
Ciertamente, le repugnaban algunas actitudes (sobre todo si eran protagonizadas por Falange), mantuvo su apuesta por el catolicismo social, censuraba con dureza ciertas personas y sucesos en sus cuadernos y conversaciones particulares… Y, no obstante, siguió con su vida privilegiada y al servicio de Franco y de la dictadura, limitando sus quejas a círculos internos. Según el filósofo Immanuel Kant, del leño torcido que es el ser humano no puede forjarse nada que sea del todo recto, una manera de advertirnos contra los retratos de una sola pieza, sin claroscuros. Así, el mismo Latorre que públicamente se beneficiaba y colaboraba con la dictadura, privadamente la censuraba y criticaba.
Esta incoherencia personal hace todavía más valioso su testimonio. Pues, a diferencia de otros libros de memorias, que proliferaron en los años de la Transición para diversos objetivos legitimadores, el lector tiene en sus manos los diarios secretos de un relevante general franquista que, a lo largo de toda su vida, y sobre todo en los años más negros de la dictadura, se desahoga en la soledad de su casa contra el régimen a cuyo triunfo había colaborado. Estos escritos enriquecen nuestra mirada acerca de unos años decisivos de la historia de España.
La dictadura encabezada por el general Francisco Franco había roto el círculo vicioso de la política española con métodos bien alejados de los propugnados por Latorre: a través de la violencia y la corrupción. La represión, iniciada con la guerra y continuada durante la posguerra, descabezó partidos y sindicatos, amilanó cualquier futura disidencia y cohesionó a los vencedores, cuyo destino quedó ligado al de la dictadura, pues se beneficiaron directamente del botín de guerra. La corrupción compró voluntades y ayudó a aparcar ambiciones: el Ejército dejó de ser un elemento desestabilizador y pasó a ser garante del nuevo régimen. De hecho, abusos y prebendas cimentaron y cohesionaron el naciente franquismo.
En otras palabras, en lugar de solucionarlos se había optado por enterrar los problemas bajo una mezcla de sangre y dinero: subsistían, pero ya no podían manifestarse, ocultos por la represión y la corrupción. Para el Latorre analista era evidente que, tarde o temprano, estos reaparecerían si no se actuaba con la voluntad de resolverlos. La procrastinación no era solución y, además, hipotecaba cualquier futuro para España. No obstante, esta (falsa) calma permitía que el franquismo se presentase, de puertas afuera, como un régimen monolítico, consolidado y estable. Sin disidencias significativas, la dictadura podía resistir años y años, pues los descontentos sociales y militares se hallaban bajo control.
La estabilidad, sin embargo, se demostró más ficticia que real. Desde dentro, como muestra el propio Latorre en sus escritos y en la reproducción de sus conversaciones con terceros, se era consciente de la necesidad de apertura económica y de resintonización de la política exterior. Por su parte, el apoyo exterior occidental generó importantes cambios económicos, sociales y culturales que dificultaban la continuidad del franquismo autárquico y extremadamente violento de la posguerra y, sobre todo, cuestionaban su prolongación más allá del dictador.
Cuando el general Latorre falleció en 1968, España se adentraba en el desarrollismo, cuyos efectos secundarios comportarían el resurgimiento de la conflictividad social y las primeras grietas evidentes en el régimen. No pudo presenciar, por lo tanto, cómo los sucesores de Franco corrigieron e iniciaron un proceso de transición política y de concertación con la oposición democrática, cuyo principal fruto ha sido el periodo más prolongado de democracia en la historia del país. Tampoco pudo ser testigo de cómo una democracia parlamentaria sería la que encauzara el intervencionismo militar transformando al Ejército en un ente profesional sometido al poder civil, y la que vehiculara las relaciones laborales a través del reconocimiento de los interlocutores sociales y el desarrollo de políticas propias (nunca suficientes) de un estado del bienestar democrático y representativo.
Como había diagnosticado el general Latorre, el encauzamiento de la conflictividad social y el intervencionismo militar necesitaba y, al mismo tiempo, consolidaba la estabilidad institucional. La democracia se revelaría como la respuesta adecuada, logrando el éxito allí donde la dictadura había fracasado doblemente al no solucionar ninguno de los problemas y, además, empeorarlos mediante respuestas equivocadas basadas en la violencia y la corrupción. Ambas lacras siguen todavía hoy condicionando la vida pública, a través de las polémicas en torno del relato de la guerra civil (con derivadas como las fosas comunes por localizar, identificar y dignificar, el futuro del mausoleo del dictador o la gestión de la propia memoria histórica) y de la permisividad (uno querría creer que decreciente) a la hora de juzgar la colusión entre intereses privados y servidores públicos.
A nadie escapa la relevancia que para la historia contemporánea de España ha jugado el Ejército en general y la(s) dictadura(s) militar(es) en particular. Además de insistir en ello, el testimonio del general Latorre suma el interés de ser una voz crítica pero partícipe, particular y al mismo tiempo informada. A través de él, accedemos al interior de los centros de poder, presenciamos en primera persona sucesos relevantes y enriquecemos el relato general con anécdotas reveladoras. De la mano de sus cuadernos y escritos se evidencia cómo el franquismo supo consolidarse perpetuando el enfrentamiento a través de los privilegios otorgados a los vencedores y la represión con que castigaba a los vencidos. Ganó la guerra, pero perdió la paz.