CAPITULO XIV
Una vez Steven se hubo marchado, Terence le preguntó a la muchacha:
—Beth, ¿nos podrías conducir hasta donde está Zelina?
—Sí, pero...
—No temas, sabemos valernos por nosotros mismos.
La muchacha notó tanta seguridad en las palabras del capitán, que todos sus temores se esfumaron, diciendo:
—Si, vamos.
El capitán, la joven y los cuatro muchachos, se introdujeron por la puerta que había salido Beth.
Al cruzar uno de los pasillos, Terence vio a los dos centinelas de la puerta principal.
Se paró un momento y dijo más bien para sí:
—Si pudiéramos reducirlos... Esos pueden representar un peligro inmediato.
Beth, aunque el capitán nada le dijo de sus planes, intuyó lo que pretendía y deseando ser parte activa, dijo:
—De eso me encargo yo. Les llamo, los atraigo y vosotros, ¡zas!, los anuláis al momento.
—Magnífico, Beth. Puedes ponerlo en práctica.
La joven, con toda naturalidad, se fue hacia ellos y hasta incluso pareció que se contoneaba para llamar más la atención.
Y próxima a ellos, les dijo con voz bien timbrada:
—¡Eh, vosotros! La jefa ordena que vengáis conmigo.
Los dos centinelas la siguieron con mirada ávida, pero nada más volver una esquina, notaron que el firmamento se les representaba en sus mentes a consecuencia del golpe recibido en sus ilusionadas cabezas.
El maniatarlos y dejarlos a buen recaudo, fue cuestión de segundos.
—Buen trabajo, Beth. Adelante.
Llegaron a la estancia donde la muchacha escuchó todo cuanto le relató al capitán.
Se oían voces, pero eran más lejanas.
Con cuidado Terence entreabrió la puerta dejando tan sólo una rendija. Allí no había nadie.
—Beth, ¿de dónde pueden proceder esas voces?
—Del salón de conferencias que está contiguo al despacho de ella.
Entraron en el despacho de ella y lo primero en que se fijó el capitán fue en un panel de mandos que estaba frente a la mesa.
Experto en electrónica, a juzgar por los indicadores y disposición del mismo, inmediatamente supo que se trataba de un impulsor de frecuencias.
Le confirmó su sospecha al leer en uno de los mandos:
"Activación, ataque, regreso, formación."
Acto seguido, sin saber por qué, lo relacionó con las tortugas-hormigas.
Ordenó a los muchachos que se apostaran tras la puerta y detuvieran a todo aquel que entrara. Mientras él se disponía a manipular en el impulsor de frecuencias.
Más no le dio tiempo de nada. Una voz airada de mujer se aproximaba y de un empujón abrió la puerta para penetrar en la estancia que ellos ocupaban, seguida de cuatro de sus incondicionales.
Ella y quienes la seguían quedaron paralizados ante la inesperada visita del capitán y de Beth.
Los muchachos de su tripulación hicieron mención de lanzarse sobre los hombres que acompañaban a la mujer, pero se contuvieron a una señal imperceptible del capitán y que ellos captaron muy bien.
El capitán y Beth se alejaron de la mesa con intención de ocultarse, pero no les dio tiempo.
Pasado el primer momento de sorpresa, aquella mujer preguntó con iracunda voz:
—¿Qué haces tú aquí, Beth? ¿Quién es ese hombre? ¡Contesta!
Pero el que tomó la palabra fue el mismo capitán:
—Referente a quién soy, aunque sin vernos, ya somos viejos conocidos. ¿Te dice algo Los Aguiluchos...?
—¡Tú...! Has llegado demasiado lejos, capitán. Eres un cretino si imaginas que vas a salir con vida de ésta. Me has originado demasiados perjuicios destruyendo mis naves, haciéndome abandonar mi refugio en aquella región, robándome un tesoro que ahora tendrás que entregar si quiéres que salve el pellejo esa idiota que tienes a tu lado y que tan amorosamente la tienes cogida.
En estos momentos Terence recibió la señal convenida con Steven de que ya habían inutilizado las astronaves y se encontraban tras el edificio esperándoles.
El capitán esbozó una sonrisa, para decirle:
—Estás añadiendo otro error a los muchos que has cometido en tu existencia. No te he robado el tesoro, como dices, puesto que no he hecho más que usurparlo a una banda de desaprensivos a tus órdenes, sobre quien pesa, además, la desaparición de muchos seres humanos.
Unas carcajadas desagradables salieron de aquella garganta femenina, que cesaron bruscamente al manifestarle:
—Eres muy audaz, capitán. Te has librado de mí en muchas ocasiones, pero éste es tu fin. ¡Detenerle!
Los hombres que le acompañaban dieron un paso, pero se abstuvieron de dar otro, cuando el capitán con voz de mando, les ordenó:
—¡Alto...! Molestaros en mirar a vuestras espaldas y comprobaréis que no os conviene moveros de donde estáis.
Se volvieron bruscamente y pudieron comprobar que el capitán no les mentía.
Los cuatro hombres de su tripulación les estaban apuntando con sus armas.
La mujer, llena de pavor, gritó:
—¡Centinelas...!
—No te molestes en llamarles, aunque grites, los pobrecitos no te pueden oír. Y voy a añadir otra cosa: Las cosmonaves que usurpaste a costa de la muerte de tres expediciones, están inutilizadas para el vuelo. Mis hombres se han encargado de ello.
—¡No es verdad, no es verdad! ¡Sólo pretendes burlarte de mí...! ¡No saldréis nadie con vida de aquí, os devorarán como a gusanos...!
Aquella mujer parecía una poseída, incluso parecía que los ojos le iban a saltar y aparecían espumarajos en sus fauces como una flema rabiosa.
Volvió a gritar:
—¡Mirar lo que os espera...!
Desde donde estaban pudieron apreciar que la bóveda que cubría la ciudad desaparecía. Las tortugas-hormigas habían sido activadas.
En el momento que ellos miraron, fue aprovechado por la mujer que huyó de allí para momentos después salir por la puerta principal donde estaban aquellos centinelas que apresaron.
Pero no pudo dar más que dos pasos en su loca carrera. Varios de aquellos animales que ella misma dominaba a su antojo, se le echaron encima y en un abrir y cerrar de ojos desapareció.
Beth se abrazó horrorizada al capitán, gritando:
—¡Ya están ahi otra vez...! ¡Moriremos todos...!
Los cuatro hombres adictos a Zelina, quedaron donde estaban inmovilizados por el pánico.
Terence pensó inmediatamente en dirigirse a los esferoides, pero era demasiado tarde.
No se explicaba cómo había logrado activar a aquellos voraces y horripilantes bichos.
Vio a los esferoides trepadores ocupados por Steven y sus hombres que se abrían camino entre las tortugas- hormigas y que iban en su auxilio.
Pero no les daría tiempo de llegar adonde estaban ellos.
El capitán, de un salto, se colocó en donde estaba el panel de mandos.
Manipuló febrilmente en aquel complicado circuito.
Las tortugas-hormigas ya trepaban por las paredes y dentro de poco invadirían la estancia que ocupaban.
No podía arriesgarse a accionar el mando en la posición de retorno, puesto que ignoraba en qué tiempo lo harían y si dejaban de devorar cuanto encontraban a su paso.
Por fin, Terence terminó de efectuar una derivación por la que la onda radioeléctrica tendría que resultar mortal de necesidad para aquellos bichos.
Beth, sus hombres y los detenidos contemplaron con horror cómo ya entraban en la estancia.
Terence tenía la frente sudorosa del esfuerzo que tuvo que hacer por conseguir aquello.
Sin dilación estableció contacto y fue curioso contemplar cómo aquellos animales se detuvieron en seco, para luego desaparecer convertidos en humo.
Un respiro de alivio se escapó de todos ellos y entonces pudo darse cuenta Terence que en el suelo había un doble mando, lo que explicaba cómo aquella loca mujer logró sus propósitos, propósitos que le resultaron fatales.
Beth se abrazó emocionada a Terence, al que ahora quería mucho más por su audacia e inteligencia.
Al poco rato apareció Steven con los esferoides y sin salir de su asombro preguntó:
—¿Qué ha pasado, Terence...?
—Nada, que un hada buena ha velado por nosotros.
* * *
El mismo coronel Milles se presentó con los refuerzos que prometió al capitán, refuerzos que ya no le hicieron ninguna falta.
Terence le puso al corriente de todo. El misterio de la desaparición de las expediciones quedaba al descubierto.
Aquella maquiavélica Zelina se encargaba de destruirlos para que no descubrieran sus robos y fraudes.
Quedaba un último punto, la recogida de las joyas auténticas y la devolución a sus auténticos dueños.
Esto se llevó a cabo con toda rapidez y días más tarde, el comandante recién ascendido, Terence Stacy, contraía matrimonio con la bella Beth, la cual lucía auténticas joyas regaladas por quienes sufrieron aquellos robos.