CAPITULO VIII
Los preparativos se llevaron a cabo a marchas forzadas.
El planear una expedición de aquella índole, no era nada fácil. Había que proveerse de todo, puesto que no contarían con ningún centro de avituallamiento en aquel largo e inhóspito camino.
Terence andaba con pies de plomo ante la posibilidad que se repitieran los atentados y aun dándose toda la prisa posible para adelantar, tardaron dos días en tenerlo todo listo.
Durante estas horas no se originó ningún acto contra su persona.
Por fin, al tercer día, a hora muy temprana, la astronave del capitán Terence Stacy, se elevaba majestuosa con toda la tripulación a bordo y pertrechos para una prolongada ausencia.
La monotonía de un largo viaje, fue acogida con gusto por toda la dotación ya que de este modo, fuera de los servicios señalados a cada uno, podían dedicarse al descanso de aquellos ajetreados días.
Para el capitán, no hubo tal descanso. Consciente de su responsabilidad, dedicó todo el tiempo disponible al estudio de los documentos que le entregó el coronel Milles.
Según sus cálculos, tenían que avistar El Paraíso al día siguiente, a primeras horas, naturalmente partiendo de la base de tiempo Tierra.
Durante el trayecto se cruzaron con otras astronaves pertenecientes a lejanos planetas, con las que intercambiaron los correspondientes saludos que el Código Interplanetario establecía.
Terence, pasada su guardia, se dedicó un poco al descanso, no sin antes manifestarle a Steven:
—Tan pronto como captes la presencia de El Paraíso, me lo dices.
—Descuida. Así lo haré.
Pero nadie turbó su descanso y cuando se incorporó a la cabina de mando, preguntó extrañado:
—¿Todavía no se ha localizado?
—No, Terence.
—Eso no puede ser. Según los cálculos... Me da la impresión que algo falla. Deberíamos tenerlo ya a la vista.
Repasó de nuevo las anotaciones, comprobó datos, efectuó cálculos y al concluir, afirmó categóricamente:
—En efecto, los informes que nos han dado son erróneos. Basándonos en los mismos, deberíamos de estar ya posados sobre El Paraíso.
—Pues te puedo asegurar que nada se ha registrado en la pantalla.
Terence quedó pensativo y posteriormente, con decisión, le ordenó:
—Efectúa un giro de noventa grados a babor.
—A la orden.
Anduvieron durante un tiempo por la ruta que había marcado el capitán sin que se registrara la presencia de ningún planeta.
Nuevos cálculos de Terence, para luego decirle:
—A partir de aquí, efectúa un giro parabólico que comprenda los ciento ochenta grados, hacia estribor. Esto nos permitirá explorar una amplia área y si no nos da resultado, tendremos que recabar datos concretos a la Base.
Steven maniobró de la forma que le indicó el capitán y por el momento, seguían como al principio, ni rastro de aquel planeta.
Hubo un momento en que la esperanza se hizo patente en ellos al registrar la pantalla un objeto.
—¡Eh, Steven...! Mira esto.
Ambos estaban con la mirada fija en lo que aparecía allí, mas la desilusión volvió a ellos al comprobar que se trataba de un objeto móvil.
—¡Bah...! Debe ser una astronave o un meteorito... —manifestó desilusionado Steven.
Pero Terence tuvo una corazonada y manipuló en la pantalla de rastreo aumentando el objetivo allí fijado.
Entonces pudieron ver con toda nitidez que se trataba de una cosmonave y mucho más allá, apenas perceptible, un punto fijo.
—Steven, fija el rumbo hacia ese lugar e imprime la velocidad máxima. Quiero salir pronto de dudas.
Siguió las instrucciones de su capitán.
En la pantalla, el punto móvil, o sea la nave captada, seguía en su tamaño de principio, mientras que el punto fijo se iba definiendo con más claridad.
Steven, no pudo por menos que exclamar gozoso:
—Capitán, creo que has dado en el quid.
—Espera y no adelantemos acontecimientos. Es cuestión de un poco de paciencia.
—Sí, pero al menos ya nos cabe una esperanza.
—Esperemos que sea tal como dices y no se convierta en una desilusión.
Pero todo parecía ir por buen camino. La nave pasó de largo por el punto fijo, a mucha distancia de éste.
Terence ya pareció más animado ante este hecho, pero prudente se abstuvo de manifestar sus pensamientos.
La velocidad de la cosmonave que tripulaban, fue aumentando, por lo que ya no cabía duda que estaban bajo los efectos de la atracción de aquella masa.
Al poco rato ya podían distinguir aquella bola flotando en el espacio infinito a simple vista.
—Bueno, por lo menos tenemos la certeza de que se trata de un planeta. Si es o no el que buscamos, dentro de poco lo sabremos.
—Claro que lo será, capitán.
—Por lo que se puede apreciar desde aquí, parece que tiene su correspondiente atmósfera y fíjate, hasta se aprecia un tono azulado como nuestro planeta.
—Exacto, es verdad.
El capitán fue anotando unas rectificaciones en la carta del espacio sobre la situación exacta de aquel planeta que, aun sin tener la certeza, sospechaba que debía tratarse del denominado el Paraíso.
Ya se hallaban próximos a establecer contacto con aquella atmósfera que le envolvía, por lo que tuvieron que frenar el impulso de la cosmonave.
Terence tomó los mandos y tras la maniobra de entrada, sobrevoló la superficie del planeta.
La orografía del lugar coincidía exactamente con los mapas que le habían entregado y entonces sí que afirmó con claridad:
—Steven, hemos hallado el Paraíso. Comunícalo a la Base.
Mandó el mensaje, en tanto Terence buscó el lugar señalado para el aterrizaje, el mismo que las tres expediciones precedentes utilizaron.
Por el paisaje que desde el aire divisaban, aquello parecía un pedazo más de la Tierra.
Ante ellos apareció la superficie plateada de un lago. Era el punto de referencia para el aterrizaje.
Advirtió a la tripulación:
—¡Atención! Vamos a iniciar el descenso. Cada uno que permanezca en su puesto hasta que dé la orden de desembarco.
Con lentitud fueron bajando verticalmente a orillas del lago, rodeado por una planicie de exuberante vegetación y a la derecha unas montañas que contrastaban por su aridez.
Tanto Terence como Steven, no hacían más que mirar por si descubrían rastros de la última expedición.
En aquella superficie no había ningún rastro humano, como si jamás hubiera sido pisada.
No obstante, el capitán le preguntó:
—¿Ves algo, Steven?
—Nada de lo que nos interesa. O no han estado aquí o se los ha tragado la tierra.
—Posiblemente han estado, puesto que los mapas coinciden, aunque la situación es lo único inexacto.
El doctor Wayne hizo acto de presencia en la cabina de mando.
Rara vez acudía allí, puesto que no quería distraerles de sus ocupaciones, pero la novedad por una parte de la existencia de un nuevo planeta y el saber si había restos de expedicionarios, hizo que quebrantara su norma.
—¿Hay gente por ahí abajo?
—Ni rastro, Wayne.
—Sí que es raro... Una dotación no puede desaparecer así como así, incluyendo la astronave.
—Desde luego que no, pero la evidencia ahí la tenemos.
—¿Y si éste no es el planeta en cuestión y han aterrizado en otro?
—Eso mismo ha dicho Steven y te repito lo que le he dicho a él. Los mapas coinciden en todo.
Después de dar unas pasadas a baja altura y a reducida velocidad, Terence anunció:
—Vamos a aterrizar. ¿Has analizado la atmósfera, Wayne?
—Sí, por mediación de una sonda. Es completamente viable, casi más pura que la nuestra.
—Mejor, así nos libraremos del engorro de las escafandras y demás.
Majestuosamente la mole de la astronave se posó en tierras de aquel planeta.
De la misma descendió la rampa y por ella apareció el capitán Terence Stacy, seguido del doctor y de Steven.
La temperatura que se disfrutaba en aquel ambiente era maravillosa y al estar ahora cerca, pudieron apreciar mejor la frondosidad que cubría aquellas tierras.
Otearon los alrededores y por allí no se veía peligro alguno.
No obstante, el capitán le dijo a Steven:
—Toma una sección y efectúa un reconocimiento por los alrededores.
De la astronave bajaron cinco muchachos que con el subteniente al frente salieron en misión de descubierta.
Mientras, el sargento Mark permanecía al cuidado de las potentes armas por si hacía falta su intervención.
* * *
En vista de que todo aquel paraje estaba tranquilo, sin síntomas de que les amenazara algún peligro, el capitán autorizó el desembarco de pertrechos y la instalación de su campamento.
Más tarde se convenció que quien había bautizado aquel planeta con el nombre de el Paraíso, estuvo acertado, por lo menos hasta el presente.
Aquello más bien parecía una zona tropical de la Tierra, con la única diferencia que carecía de arboleda y ésta era suplida por infinidad de plantas y arbustos de finos y tiernos tallos.
Al lado de ellos estaba el lago de cristalinas aguas, agua que el doctor analizó y era completamente potable.
Los muchachos francos de servicio, disfrutaban de la delicia de darse un buen baño o entretenerse con sus aficiones predilectas.
Los dos primeros días transcurrieron en completa tranquilidad, aunque en el fondo de cada cual pesaba lo que había sucedido a las expediciones anteriores, pero, de todos modos, la confianza se iba apoderando de ellos.
En una de sus investigaciones en solitario que solía efectuar el capitán Stacy con el fin de hallar algún indicio que descorriera el misterio de la desaparición de las expediciones, le pareció oír sollozos.
Altamente sorprendido por tal hecho y acuciado por la curiosidad, cautelosamente se fue acercando para saber quién era el que se hallaba en aquella crisis.
Pero su sorpresa fue enorme al descubrir a una muchacha de pelo largo, rubio como el oro, ataviada con un dos piezas y que permanecía sentada en el suelo, con la cara cubierta por sus dos manos y cuya espalda se estremecía de vez en cuando.
Se quedó completamente desorientado. Resultaba que en aquel planeta al que consideró deshabitado, había una persona y..., ¡menuda persona!
No supo qué hacer. La compasión le invadió, pero tampoco supo sustraerse a la admiración que despertó en él la visión de aquellas formas de mujer.
Al recapacitar en esto último, esbozó una sonrisa, al pensar que podía caber aquello de "espaldas de tentación y cara de arrepentimiento..."
Aun con todo, su buen corazón se inclinó a ofrecer consuelo a quien sufría y decidido se acercó a ella.
La muchacha, sumida en su dolor, no se apercibió de su presencia, hasta que le preguntaron:
—¿Por qué llora?
La joven, de un salto, se puso de pie y sus grandes ojos reflejaron gran sorpresa y terror a la vez.
Ante su expresión, Terence se vio obligado a manifestarle:
—No tema, no voy a hacerle nada. Sólo me ha llamado la atención su llanto.
Desde luego que su cara no era de arrepentimiento, sino que armonizaba magníficamente con el resto del cuerpo que le servía de pedestal.
Ante su mutismo, Terence dudó si entendía su lengua y por eso se expresó en señas.
La cara de susto de la joven, se transformó en una expresión más alegre, para al final soltar la carcajada.
Terence se rascó la cabeza sin saber a qué atribuir aquel brusco cambio, pero si se hubiera visto la cara que puso para expresar con mímica lo que pretendía decir, hubiera hallado la solución a la hilaridad de la hermosa joven.
Y preguntó más bien para sí: —¿Me estará tomando el pelo?
Pero la joven le contestó con su misma lengua:
—No le estoy tomando el pelo, es que me ha hecho mucha gracia su forma de comportarse.
—¡Ah, sí...! ¿Y quién eres tú?
—¿Yo? Una de tantas que habitamos en este planeta.
—¿Que en este planeta habitan...?
La joven se quedó seria y de nuevo lo expresión de miedo se plasmó en sus facciones.
—Bueno..., quiero decir de las pocas que lo habitamos.
—Pero... ¿hay más?
—Sí..., sí... Están allí.
Y señaló hacia un lugar apartado.
—¿Y qué hacéis aquí?
—Nada..., hemos venido a bañarnos en el lago.
—¿Vivís lejos de aquí?
—Pues..., sí.
—Pero... ¿dónde, cómo...?
—Quieres saber mucho, capitán.
—Conque sabes mi graduación y todo, ¿eh?
—Sí y muchas cosas más.
—Pues tú no eres muy explícita que digamos. —No puedo.
—¿Por qué?
No le pudo contestar puesto que varias voces de muchachas llamaban:
—¡Beth...! ¿Dónde estás...?
—Me voy. Reclaman mi presencia.
—¡Espera... ! ¿Nos veremos?
—Puede.
—¿Cuándo?
—Ya lo verás.
Y sin darle ocasión a que le hiciera otra pregunta, desapareció de su lado con toda rapidez.