CAPITULO III
Al día siguiente de haber llegado felizmente a la Base, tras ímprobos esfuerzos a consecuencia del estado en que había quedado la nave, el capitán Terence Stacy, tuvo noticias de que se vio una astronave merodear en la región que se conocía por Los Aguiluchos.
Tuvo un presentimiento.
Hasta el contacto con la atmósfera terrestre de nuestro planeta, la nave azul les precedió en el camino. Posteriormente, la perdieron de vista.
Por el rumbo que llevaban las dos astronaves, a la fuerza tenían que pasar por Los Aguiluchos, y al enterarse que a una nave se la vio por aquella zona, le llamó poderosamente la atención.
Así se lo expuso al coronel Milles, jefe de la sección Vigilancia del Espacio, de quien dependía directamente el capitán.
—Señor, ha llegado a mi conocimiento este hecho.
Y le entregó la notificación referente a la nave y región donde fue avistada.
El coronel la leyó y una vez enterado, preguntó:
—¿Y bien... ?
—Desearía autorización para investigar directamente esa zona.
—Pero Stacy, terminas de llegar de una agotadora misión. Deja que lo hagan otros. Ya te he dicho que mientras dure la reparación de tu astronave, te tomes un buen descanso. Te lo mereces.
—Señor, perdone mi insistencia. Es cuestión de amor propio, pues sospecho que se trata de la misma nave azul que cito en mis informes.
—Si dices que la perdisteis de vista al llegar a la atmósfera terrestre, ¿cómo puedes afirmar que se trate de la misma?
El capitán Stacy conocía bien a su coronel y sabía que en ocasiones afirmaba categóricamente que le habían dicho esto o aquello para que, según la contestación que le daban, juzgar si lo que le exponían valía la pena tenerlo en cuenta o no.
—No he dado una afirmación categórica, señor. He dicho que sospecho pudiera tratarse de la misma que nos precedía durante todo el trayecto.
El coronel le miró fijamente y con una sonrisa en la que ocultaba su satisfacción por contar con hombres como el capitán bajo su mando, le contestó:
—Está bien, Terence. Pero conste que como te arriesgues demasiado y te dejen tieso, luego te las tendrás que ver conmigo en el valle de Josafat y cumplir el arresto correspondiente.
—Si tal desagradable circunstancia se produce, no dude que me presentaré ante usted.
—Pues que no se produzca, me seduce más la actualidad que un futuro incierto. Así que puedes disponer de lo necesario para esa investigación. Pero te quiero vivo. Yo pienso ir muy tarde a ese valle.
—Por la cuenta que me tiene, tampoco me hace mucha gracia tenerle que esperar, señor.
—Bien, ya que estamos de acuerdo, aguardaré aquí para que me des los resultados de tus presentidos descubrimientos.
Y sin más, se despidió de su coronel.
* * *
Juzgó conveniente no hacer uso de cualquier vehículo de la Base, para no suscitar sospechas.
Mantuvo una larga conferencia con el subteniente Steven a quien le expuso lo que había planeado y sus deseos de desplazarse.
Antes de que terminara, el subteniente manifestó:
—Quiero ir con usted, capitán.
—Ten presente, Steven, que no tienes por qué exponerte. Esto que voy a hacer es extraoficial, por lo tanto no te liga ningún compromiso.
—De todos modos, deseo ir.
—Pero hombre... ¿No tienes ninguna chica que te espere para que le hagas compañía?
—Sí, y aunque sea pecando de inmodestia, le diré que más de una.
—Entonces, disfruta plenamente de estos días de permiso que nos ha concedido el coronel.
—Me aburren las muchachas... Desde el primer momento ya definen su postura y todo aliciente que se pudiera suscitar, queda postergado por sus concesiones.
—Te comprendo perfectamente puesto que a mí me sucede lo mismo.
—¿Así podré acompañarle, capitán?
Terence guardó silencio durante un instante, para luego responderle:
—De acuerdo, vendrás conmigo. Pero antes he de hacerte una advertencia para que luego no puedas llamarte a engaño y una vez enterado, todavía te podrás volver atrás si la cuestión no te convence.
—Adelante, capitán.
—Primero que todo tendrás que olvidarte por completo de mi graduación y hablarme de tú. Vamos a ser dos buenos camaradas que se disponen a recorrer Los Aguiluchos, en busca de ejemplares salvajes.
—De acuerdo..., Stacy.
—No, Steven, nada del apellido. Por el nombre, tal como yo hago contigo.
—Está bien, Terence.
—Muy bien, así suena mejor. ¿Conoces Los Aguiluchos?
—Sé que es un lugar montañoso, pero jamás he estado allí.
—Pues es más de lo que imaginas. Lo sé muy bien por haberlo recorrido en varias ocasiones en pos de la caza.
—¡Ya...!
—Te aseguro que es agotador y aun teniendo suerte de descubrir la pieza, si es que ha dejado el rastro, habrá momentos en que el cansancio te dejará agotado.
—No me importa. Me gusta el monte.
—Espera, no he terminado. Una vez metidos allí, la civilización queda un poco alejada, por lo que tendremos que cargar con los pertrechos pertinentes para valernos por nosotros mismos, ya que no es lugar para montar un centro de abastecimientos.
—Tampoco me importa. Unos días en contacto completo con la Naturaleza, me irán bien.
Terence esbozó una sonrisa al advertirle:
—Quizá ese contacto llegue a resultarte agobiante.
—Lo soportaré.
—Y por último, queda lo más importante. Ignoro los riesgos que vamos a correr, pero sospecho que no serán pocos si se confirma mi presentimiento... Así que recapacita sobre cuanto te he dicho y tú dirás.
Las pupilas del subteniente se iluminaban de entusiasmo y no dudó en afirmar:
—Aun con toda la negrura que me lo has pintado, estoy decidido a acompañarte.
—De acuerdo, ni una palabra más. Vamos a hacer los preparativos y partiremos en seguida.
* * *
La presencia de aquellos dos jóvenes equipados con pertrechos de caza y de alta montaña, no llamó la atención puesto que era frecuente verles atraídos por la consecución de algún ejemplar, de los muchos que todavía habían por aquella zona.
Terence y Steven dejaron pronto la ciudad y fueron ascendiendo por la ladera.
A mitad del ascenso, hicieron un alto y Steven no pudo contenerse de manifestar con entusiasmo:
—Esto es imponente, Terence.
—Pues todavía estamos al principio. Ya me contarás más tarde.
Tras un breve descanso, reanudaron la marcha hasta alcanzar una meseta, desde la cual se divisaban con toda nitidez aquella serie de imponentes picos que le valieron el calificativo de Los Aguiluchos.
Terence, le apremió:
—Tenemos que forzar el ritmo para llegar cuanto antes al más elevado. El Real, como se le llama. Desde allí podremos dominar toda la zona. Es un excelente puesto de observación. Ya verás como me das la razón.
Steven se abstuvo de comentarios. Aquello ya no parecía entusiasmarle tanto y pensó, que con un pequeño vehículo aéreo se hubieran evitado toda la fatiga que comenzaba a pesarle y el camino que todavía les faltaba por recorrer.
Claro que inmediatamente apartó de sí estos pensamientos, puesto que hubiera sido como anunciar una visita a quienes se pretendía sorprender..., en el caso de que el capitán estuviera en lo cierto.
Por otra parte, él había aceptado con todas las consecuencias, así que no tenía más remedio que callarse.
A Terence no le pasó por alto su significativo mutismo y con manifiesta ironía, le indicó:
—Si no te encuentras con fuerzas, instalas aquí tu "hotel", y descansas. Yo te esperaré en El Real. El camino es fácil y no tiene pérdida.
Steven le miró y con el mismo tono, le contestó:
—No, gracias... Me impone la soledad y no vaya a ser que merodee por aquí alguna fiera con ansias de darse un banquete a costa de mi sabrosa y tierna carne.
—Pues ya sabes lo que te toca si no te sientes dadivoso.
Prosiguieron la escalada y por fin llegaron a su punto de destino, El Real.
Steven se quedó maravillado de la panorámica que se divisaba y así lo manifestó:
—¡Es magnifico, Terence...!
—Ya te lo decía. ¿Verdad que vale la pena el esfuerzo?
Steven reconoció sinceramente:
—Desde luego.
Terence dejó que su acompañante se saturara de aquellas vistas, mientras que él, con unos potentes prismáticos, recorría palmo a palmo los alrededores.
Posteriormente, Steven le secundó en aquel trabajo.
En su recorrido visual, descubrieron codiciadas piezas, pero, naturalmente, se abstuvieron de efectuar disparos para no "espantar" la otra clase de caza que perseguían.
—¿Ves algo, Steven?
—Salvo algún que otro ciervo o lo que sea, nada de particular. ¿Y tú?
—Lo mismo. Nada de lo que nos interesa.
—¡Mira que si no nos ha servido para nada la excursioncita...! —apuntó Steven con cierta reticencia.
—Hombre..., según los informes, la nave avistada por aquí presentaba dificultades de vuelo y súbitamente se la vio desaparecer. Por lo que nosotros comprobamos era un hecho que la nave azul estaba averiada y por la ruta que llevaba, forzosamente tenía que pasar por aquí.
—Sí, todo lo que has dicho en teoría está muy acertado, pero la realidad ahí la tenemos, o sea, ningún indicio de su presencia.
Estaban hablando sin separar los prismáticos de sus ojos, guiados por su afán de descubrir algún indicio que les pusiera sobre la pista.
El sol comenzaba a declinar y un fugaz destello llamó la atención a Terence, que inmediatamente fijó su vista en el lugar de donde había partido.
Allá en el fondo descubrió un pequeño vehiculo, apto para toda clase de terreno, que se deslizaba dando tumbos.
—¿Steven?
—Dime.
—Mira hacia el fondo, en esta dirección.
El aludido siguió la indicación del capitán.
—¿Ves algo?
—Nada de particular que no sean rocas.
—Toma de referencia aquella peña en forma de cabeza humana. Pues bien, debajo de la misma.
Al cabo de unos segundos, manifestó Steven:
—Sí, un vehículo.
—Exacto.
—¿Y qué puede hacer por ahí?
Es lo que hay que tratar de averiguar.
—¿Qué supones?
—No quiero adelantar acontecimientos. Esperaremos a ver los resultados.
El resultado fue que a poco el vehículo se detuvo, y los ocupantes se apearon al encontrarse con otros personajes que habían aparecido en su campo visual.
Prosiguieron en su observación y vieron que trasladaban unos cuerpos humanos que presentaban heridas y magullamientos.
Terence, aseveró:
—Esto me confirma que la astronave ha capotado no muy lejos de donde se halla el vehículo.
—¿Y cómo no se ve?
—Se encontrará en alguna hondonada.
—Eso debe ser.
—No tendremos más remedio que acercarnos. Así que disponte a descender.
Steven, medio en broma y medio en serio, manifestó:
—¡Caramba...! De avisar antes, nos hubieran evitado esta dichosa escalada...
Terence le miró y con su tono irónico, le contestó:
—Sí, tienes toda la razón. Por lo visto son unos maleducados. Les rogaremos que nos participen sus andanzas. ¿Te parece bien?
—No estaría mal... De este modo nos ahorrarían un exceso de ejercicio.
—¿Quieres decirme que no ha valido la pena el sacrificio por la vista que desde aquí se disfruta?
—Hombre, pues te diré... Desde el aire también tienes buenas vistas y las disfrutas... sin fatiga alguna.
—Estoy comprobando que estás hecho un vejestorio. El ejercicio es sano. Anda, déjate de habladurías y en marcha, de lo contrario nos va a sorprender la noche en este lugar.
Steven, con gesto resignado, recogió sus pertenencias y se dispuso a seguir a su capitán.
En efecto, tenían que darse prisa, pues si les cogía la noche, hasta el día siguiente no se podrían mover, puesto que si se aventuraban a andar a oscuras por aquel terreno, lo más probable es que se despeñaran.
Por otra parte, no podían hacer uso de luces ya que con ello delatarían su presencia y esto no les interesaba.