CAPITULO IV
Tardaron en llegar a las inmediaciones donde descubrieron el vehículo más de lo que en un principio calculó Terence.
Esto fue a consecuencia de que tuvieron que dar unos rodeos con la finalidad de evitar que fueran descubiertos y por otra parte, la noche se les echó encima, a consecuencia de lo cual, el último tramo tuvieron que cubrirlo con sumo cuidado.
Se guiaron por el resplandor de unas luces y cuál no fue su sorpresa que, creyendo procedían del vehículo que divisaron, al llegar no había ni rastro del mismo.
Steven, en voz baja, manifestó:
—Aquí no hay nada. En cambio, ese resplandor...
—Procede del cortado que tenemos delante.
—¿Pero no era aquí donde vimos el vehículo?
—En efecto. Posiblemente éste se haya ido y lo que tenemos que aclarar es la procedencia de ese resplandor.
Cautelosamente se fueron acercando al borde de aquel cortado y en el fondo vieron unos focos que iluminaban en parte una masa de hierros retorcidos.
Steven, exclamó:
—¡Eh! Eso parecen los restos de una nave...
—No es que lo parezca, sino que lo son. Y es más, fíjate por un momento en el color de la pintura...
Al cabo de unos segundos, Steven volvió a exclamar:
—¡Atiza...! Tenías razón, capi..., digo, Terence.
—Andate con cuidado en lo que dices...
No le dio tiempo a terminar lo que quería advertirle.
Un potente haz de luz invadió el lugar que ocupaban.
Terence empujó enérgicamente a Steven hacia el suelo, para protegerse en. la sombra que proyectaban unas rocas.
Permanecieron unos momentos agazapados, durante los cuales hasta la respiración contuvieron.
Aquella luz sí que procedía de un vehículo, seguramente del mismo que vieron en principio o de otro de las mismas características.
Lo cierto es que aquel vehículo, tras efectuar unas maniobras, se estacionó a corta distancia de donde permanecían ocultos.
Terence dio un respiro de alivio, puesto que creyó, en un principio, que habían sido sorprendidos por aquellos que llegaron de forma tan inesperada.
Vieron bajar a dos individuos que se encaminaron, por la zona iluminada de los focos del vehículo, hacia el borde del cortado y por sendas escaleras, allí sujetas, desaparecieron en su descenso.
Terence, con el codo le dio unos ligeros toques a Steven que se los devolvió para dar a entender que también se había fijado en tal circunstancia.
Permanecieron a la espera y tras oír voces en el fondo, al poco rato, aparecieron dos hombres que fueron emergiendo del cortado, con ayuda de la escalera, y llevando sendas cajas de un tamaño no muy grande, aunque, a juzgar por sus esfuerzos, tenían que pesar lo suyo.
Se dirigieron al vehículo en donde las depositaron y se volvieron de nuevo a las escaleras.
Una vez desaparecieron, Steven, de forma impulsiva, preguntó en voz baja:
—¿Vamos a ver lo que contienen?
—Espera... Estoy controlando el tiempo que van a tardar. Si efectúan un tercer viaje, entonces podremos acercarnos con cierta garantía.
El subteniente guardó silencio ante tal razonamiento. Consideró muy acertadas las palabras de su capitán y se convenció que le quedaba todavía mucho por aprender.
Transcurridos unos minutos, de nuevo hicieron acto de presencia los mismos hombres y con cajas de idéntico formato a las anteriores.
Terence ya tenía cronometrado el tiempo que habían invertido.
Por lo tanto, tan pronto quedó el terreno despejado, se aproximaron al vehículo e intentaron abrir una de las cajas.
Sus esfuerzos resultaron inútiles, puesto que estaban bien cerradas.
Terence, le indicó:
—Volvamos a nuestro puesto de observación.
Nada más agazaparse, cuando descubrieron unas sombras que se aproximaban a donde quedaron depositadas las cajas en cuestión.
Por lo menos, eran cuatro.
—Tenemos compañía, Steven —le indicó muy bajito Terence.
—Sí, ya me he dado cuenta.
Momentos después, reaparecieron aquellos individuos trasladando la correspondiente mercancía.
Uno de ellos se paró y depositó la caja que llevaba en el suelo y le indicó al otro:
—Oye... Yo no puedo aguantarme mi curiosidad por averiguar su contenido. Es superior a mis fuerzas.
—Pues mejor será que sigas ignorándolo. Ya conoces las órdenes.
—Mira, escucha bien lo que te digo... Por palabras que he captado, sospecho que aquí se encierra algo de valor. Nos pagan una miseria. Nadie se va a enterar... Si lo que contienen no vale la pena, nos quedamos como estamos. Pero si es lo contrario, desperdiciaremos una magnífica oportunidad.
—Pero...
Bien a las claras se notaba que su voluntad se tambaleaba, por lo que el que le hizo la proposición no le dio tiempo a pensar, volviendo a la carga:
—No tienes por qué preocuparte. En esto nada tenemos que perder y sí puede que mucho a ganar.
—Pero al forzar la caja...
—¡Bah...! Tienes muy poca imaginación, muchacho.
Caso de no interesar diremos que se nos ha caído y aquí no ha pasado nada.
Y sin extenderse en más explicaciones, cogió una herramienta y procedió a forzar el cierre.
Nada más quedó libre de la sujeción y levantar la tapa, miles de destellos brotaron de su interior al recibir de lleno la luz de los faros del vehículo.
Los dos sujetos se quedaron paralizados, sin dar crédito a lo que veían sus ojos desorbitados por la avaricia que en los mismos se había suscitado.
El promotor de todo aquello, le manifestó:
—¿Qué te decía yo...? ¡Mira...! Llena de joyas, de oro...
Y con ambas manos, lleno de alegría, manoseaba su contenido.
Terence y Steven eran ocultos testigos de aquel hecho y beneficiados a la vez en enterarse de lo que pretendieron averiguar sin resultado positivo.
Pero la alegría de aquellos dos que intentaban apoderarse del tesoro, les duró muy poco.
Cuatro sombras se movieron por la zona en penumbras, para colocarse tras ellos y una voz femenina y enérgica a la vez, les conminó:
—¡Quietos...!
La reacción de los sorprendidos fue rápida. Echaron mano al cinto y extrayendo sus armas dispararon rápidamente, pero al mismo tiempo sonaron otras detonaciones.
Dos sombras se abatieron, más el que abrió la caja y su cómplice, también yacían en el suelo sin señales de vida.
La mujer, con rabia, masculló:
—¡Traidores...! ¡Ya me recelaba yo...!
Posteriormente se volvió y dirigiéndose a los demás preguntó indiferente:
—¿Cómo estáis?
—Yo estoy tocado. Los otros dos, muertos.
—Nunca me hacéis caso y ya veis las consecuencias. Deja que vea lo que tienes.
El aludido, renqueante, se aproximó a la luz y le mostró una herida en la pierna.
La mujer se rasgó un pedazo de tela del faldón de la blusa que llevaba y lo anudó alrededor de la herida.
Terence y Steven no pudieron verle la cara a la mujer por estar de espaldas a la luz. Sólo pudieron apreciar que llevaba una falda corta, a medio muslo, calzado de media caña, blusa sin mangas y el pelo suelto que le caía sobre los hombros y espalda, de un color rojizo.
Cuando terminó su rudimentaria cura, manifestó:
—Ya está... Con esto creo que podrás aguantar hasta que lleguemos. Vamos a recoger las cajas y las depositaremos en el vehículo.
Al inclinarse la mujer, pudieron ver que sangraba de un brazo, circunstancia en la que también reparó el herido en la pierna.
—Tú también estás tocada, jefa.
—No tiene importancia. Un simple rasguño.
Trasladaron las dos cajas al vehículo, y luego, oyeron de nuevo la voz de la mujer:
—Están todas. Vámonos.
—¿Qué hacemos con los muertos?
—No nos sirven para nada. Ya darán buena cuenta de ellos las alimañas. ¿Te encuentras con suficientes fuerzas para conducir?
—No sé... Me duele mucho la pierna.
—Pues ignoro cómo nos vamos a arreglar. A mí me empieza a fastidiar el brazo...
Se callaron por un momento y luego, se oyó a la mujer, como quien ha tomado una decisión:
—Mira, vamos a probar de llegar al otro vehículo que resulta más manejable. Iremos despacio, pues al menor descuido nos vamos por el precipicio.
Pusieron el motor en marcha que sonó con un ligero zumbido y luego de maniobrar, circunstancia por la cual Terence y Steven, tuvieron que ocultarse más para que la luz no delatara su presencia, y una vez dada la vuelta, lentamente emprendieron el camino de regreso.
Una vez se alejaron un poco, Terence dijo:
—En marcha, Steven. Las luces del vehículo nos permitirán seguirles con facilidad.
En efecto, debido a la lenta velocidad, por el estado de sus ocupantes y del terreno en sí, con toda comodidad mantenían la distancia e incluso, en ocasiones, tenían que detenerse para que en caso de volverse, no les descubrieran.
De este modo anduvieron un buen trecho y notaron que la marcha se hacía más lenta y las paradas se sucedían con manifiesta frecuencia.
Terence, comentó por lo bajo:
—Me parece que si el otro vehículo está muy lejos, éstos no llegan.
—Esa impresión da.
Hubo un momento en que el capitán y el subteniente se quedaron casi sin respiración.
Fue en un recodo. El camino se estrechaba, si aquello merecía tal calificativo, y el vehículo que les precedía, basculó peligrosamente, estando en un tris de lanzarse al vacío.
Los ocupantes, por lo que dedujeron, se llevaron un buen susto, puesto que salvado aquel obstáculo permanecieron un buen rato parados.
Esto también les vino bien a ellos, para tomarse un descanso en su persecución.
Reanudaron la marcha cuando los que iban delante así lo hicieron y cuando torcieron aquel recodo, descubrieron a poca distancia el otro vehículo que, a juzgar por el tamaño, resultaría más manejable.
Steven le dio un codazo a Terence, susurrándole:
—Mira, ahí está.
—Sí, ya lo veo.
—¿Qué hacemos?
—Aproximarnos y esperar su actuación.
Acortaron el trecho que les separaba, permitiéndoles escuchar con toda nitidez la conversación de la mujer y del hombre. La primera, decía:
—Ahora trasladaremos las cajas al otro vehículo.
—No sé si podré ayudarte, jefa. Me duele mucho la pierna.
—Y a mí el brazo. Pero hay que intentarlo. Hemos pasado lo más difícil.
El hombre, con enorme esfuerzo se apeó y apenas si podía sostenerse de pie.
La mujer, por su parte, no disfrutaba de mejores condiciones. Mantenía el brazo derecho completamente inerte.
Intentaron trasladar las cajas, pero bien poco pudo hacer la mujer utilizando un solo brazo por el excesivo peso de las mismas, y en cuanto al hombre, bastante hacía con sostenerse de pie.
—Jefa... Será mejor que lo dejemos todo donde está y mandes a recogerlas. Por aquí no hay nadie y menos a estas horas. Nosotros no podemos...
—Pero esto no puede quedar abandonado.
—Pues tú verás lo que haces. Si nos quedamos junto a las cajas, lo más seguro es que encontrarán dos cadáveres más, puesto que yo sigo sangrando y tú creo que te hallas en idénticas condiciones.
Los argumentos que adujo el hombre, parecieron hacer mella en ella, quien tras meditar durante un rato el problema que se les planteaba, contestó:
—Creo que por esta vez, tienes mucha razón. No tendremos más remedio que dejarlo e ir por ayuda. Este brazo me está doliendo horrores. Apóyate en mí.
Obedeció su indicación y de este modo llegaron al otro vehículo, encendiendo los faros.
La mujer se volvió para parar el motor y apagar las luces del que llevaba las cajas y luego regresar para Instalarse junto al hombre.
Por lo que Terence pudo observar, por toda la extensión que alcanzaba la zona iluminada, daba la impresión que aquella parte no era tan accidentada.
No obstante, cuando iniciaron la marcha, lo hicieron a poca velocidad, seguramente debido al estado de sus ocupantes.
Esperaron a que se alejaran un buen trecho e inmediatamente salieron de su escondite.