CAPITULO VII
El capitán Terence Stacy dio la orden de partida hacia Los Aguiluchos y dispuso las naves de escolta de forma que si alguna cosmonave enemiga pretendiera huir, le cortaran la retirada.
Pero sucedió que a quienes les impidieron el paso, fue precisamente a ellos.
Cuando estaban en las cercanías de su objetivo, se vieron sorprendidos por la presencia de cinco astronaves.
Sólo detectarlas, el capitán cursó inmediatamente la orden a los demás:
—¡Atención todos los comandos de la nave...! No os andéis con contemplaciones y destruirlas si pretenden atacarnos.
Los tres comandantes de la nave acusaron haber recibido la tajante orden.
La alarma había sonado en la nave del capitán y por lo tanto todos estaban en sus respectivos puestos con los nervios en tensión y dispuestos a entrar en combate.
—Steven, solicita inmediata identificación de esas naves detectadas.
El subteniente lanzó el mensaje y nadie contestó.
De una vez emergieron las cinco, todas ellas pintadas de azul y en formación de combate.
Nada menos que dos de ellas se ocuparon de la que pilotaba el capitán y las restantes con las de la escolta que llevaba.
Terence inmediatamente maniobró para ocupar una posición ventajosa y al mismo tiempo disparar todos los efectivos que llevaba en proa contra la que le vino más cerca en su vertiginosa ascensión.
Su sentido de captación y antelación a la acción del enemigo, dio sus frutos.
Aquella astronave que encuadró durante la fracción de un segundo en su visor electrónico, estalló de forma estrepitosa en el aire.
Ahora la superioridad numérica se había reducido. Estaban a la par.
Tuvo que tomar más altura para salirse de aquel enjambre de naves que ocupaba tan reducido espacio con el peligro correspondiente de colisión.
Los de la escolta comprendieron perfectamente la maniobra de quien les mandaba e hicieron otro tanto.
Las naves azules interpretaron aquella desbandada como una huida y cada una de ellas se lanzó en persecución de la presa que habían elegido.
Pero demasiado tarde se dieron cuenta de su errónea interpretación.
Por su parte, el capitán Stacy, se revolvió contra la nave azul que le iba a la zaga y en un alarde de técnica y maestría, los papeles se invirtieron.
La azul, viendo en la posición comprometida que había quedado, no hacía más que dar bruscos giros para despegarse del capitán, mas los sucesivos impactos que recibía le daban a entender que sus esfuerzos resultaban vanos.
En efecto, estaba sentenciada de antemano.
Terence vio cómo una nave de su escolta estaba pasando por una situación comprometida.
Pulsó los disparadores y la nave enemiga estalló en mil pedazos.
Acto seguido se descolgó en imponente picado para atacar a la azul que tenía dominada a la de su escolta.
Tuvo que hacerlo de este modo, puesto que si se hubiera situado detrás de la azul y en un plano horizontal, corría el peligro de alcanzar con sus proyectiles a la de su escolta.
De la cosmonave azul comenzó a salir humo, dejando una estela tras de sí, que por el momento fue aumentando y posteriormente, dando tumbos, fue a estrellarse contra el suelo a los pocos segundos.
Observó cómo le iban las cosas a las otras dos de su escolta, comprobando con satisfacción que daban buena cuenta de sus oponentes.
Pudo darse cuenta también, que la nave de su escolta, a la que libró de la situación comprometida, presentaba varios impactos y comentó con el subteniente:
—Me parece que a ésos no les ha ido muy bien la cosa.
—Así parece a juzgar por los impactos.
—Ahora lo sabremos.
Estableció comunicación y preguntó:
—Raymond, ¿estáis todos bien?
—Tengo heridos leves y alguna que otra avería sin importancia. Por lo demás, todo bien, Stacy.
—Hombre, celebro tu optimismo... Si llamas todo bien a tener la nave hecha un colador, esto me hace suponer que tus heridos leves ya no respirarán.
—Caramba, Stacy, no exageres tanto la nota.
—No, si yo no exagero. A las pruebas me remito. Anda, vete para "casa" y abrigaros bien, no vayáis a pillar una pulmonía con tanta corriente de aire.
—Mi misión es permanecer a tu lado.
—Pues yo te ordeno que te vuelvas y no lo hagas a mucha altura por si te ves obligado a tomar tierra.
—Si es una orden...
—Claro que lo es y tenme al corriente en caso de que no llegues.
—Así lo haré. Gracias, Stacy, por habernos salvado.
—Déjate de romances y vete a la Base. Ya nos veremos. Corto.
Luego, dirigiéndose a Steven, comentó:
—Es un buenazo ese capitán Raymond. Aunque se estuviera muriendo, no solicitaría el relevo pensando que todavía podía ser útil a los demás.
El subteniente le miró, como diciéndose que ambos estaban cortados por el mismo patrón.
El combate había terminado, apuntándose una victoria estrepitosa el bando del capitán Terence Stacy y más concretamente, debido a su audacia y arrojo en ir barriendo enemigos en el espacio.
Se dio el caso que los demás componentes de su tripulación, no hicieron el menor uso de sus armas. Fue el propio capitán quien se encargó de todo.
Los otros dos comandos de las respectivas naves de escolta, le comunicaron que seguían sin novedad, a lo que les contestó Stacy:
—Me alegro que todo os haya ido bien. Ahora nos dirigiremos al punto señalado. No creo que se nos ofrezca más resistencia, pero de todos modos permaneceréis en el aire para cubrir cualquier eventualidad, mientras nosotros tomamos tierra. Caso de precisar ayuda, ya la solicitaré.
Contestaron haber recibido las instrucciones y acto seguido fijaron rumbo al lugar que servía de base de operaciones a aquellos que habían fijado su escondite en sitio tan apartado y aislado.
* * *
La toma de tierra la efectuaron con toda clase de precauciones.
El sargento Mark se quedó al mando de la astronave, que Terence colocó en un lugar estratégico de forma que, dado el caso, pudiera cubrirles la retirada con las armas que disponían a bordo.
Después, acompañado de Steven y un grupo de su tripulación, Terence se encaminó a investigar aquel amplio recinto.
Por allí no se veía alma viviente y tanto las instalaciones, como los vehículos terrestres, permanecían intactos.
—Por lo que hasta ahora he visto, me da la impresión que esto ha sido abandonado precipitadamente.
—Comparto tu opinión, capitán.
—Todo ello me confirma la sospecha que me ha asaltado al encontramos con las naves azules.
—¿Y qué es ello?
—Pues, sencillamente, que han sido avisados de las intenciones que llevábamos.
—¿Quieres decir?
—Ahora te convencerás por lo que voy a decirte. Fíjate que han sido dos naves destinadas a nosotros exclusivamente, luego incluso sabían la que tripulábamos.
—En efecto, es un detalle que me ha llamado la atención en gran manera.
—Pero la operación les ha salido mal. Seguramente, desde aquí bajo han estado observando el curso del combate y al constatar que la cosa se les ponía fea, habrán levantado el vuelo sin más dilación.
Mientras mantenían esta conversación, lo iban inspeccionando todo, y, en efecto, los síntomas de una fuga precipitada aparecían por doquier.
Se encaminaron hacia el edificio principal. En aquel lugar estaban instalados los alojamientos del personal y ocupando una nave lateral, lo que podía calificarse como puesto de mando equipado con los más modernos aparatos electrónicos.
Terence hizo funcionar la pantalla y con toda nitidez pudieron ver las naves de escolta que permanecían en su puesto de vigilancia.
Steven se convenció que su capitán no se había equivocado al suponer que estuvieron contemplando el desarrollo de los acontecimientos.
Entre algunos papeles sin importancia, uno de ellos llamó la atención del capitán. Se trataba de un mapa celeste en el que había señalada una ruta.
Plegó el papel y se lo guardó en uno de los bolsillos.
En aquella estancia había una cámara acorazada cuya puerta permanecía cerrada. Tras ímprobos esfuerzos el capitán logró abrirla y en su interior sólo halló cierta cantidad de monedas en curso.
—Hubiera sido demasiada suerte encontramos con otro alijo de joyas, ¿verdad, Steven?
—Ya lo creo.
—Bueno, todo esto ya lo tenemos listo y lástima que se hayan esfumado sin tener la completa satisfacción de atraparles. Lo único que nos queda por hacer, es decirles a los muchachos que preparen los explosivos para la consiguiente voladura de las instalaciones.
—De acuerdo, voy a transmitir tu orden.
—¡Ah, Steven...! Se me ocurre una cosa.
—¿El qué, Terence?
—Que dejaremos las cajas donde están. Estarán más seguras allí. Posteriormente ya iremos los dos a por ellas. Después de lo sucedido, no me ofrece garantías el que se entere tanta gente de este asunto.
—Está bien. Lo que tú dispongas.
—Ya le explicaré mis razones al coronel.
El subteniente se fue a mandar que efectuaran el trabajo y al mismo tiempo supervisar la colocación de explosivos que debían demoler aquellas instalaciones.
Mientras, el capitán estuvo escudriñando por el puesto de mando a la búsqueda de algo que pudiera resultar interesante.
En este menester estaba todavía cuando apareció de nuevo Steven, anunciándole:
—Terence, todo está dispuesto para la voladura.
—De acuerdo. Pues abandonemos esto y que lo reduzcan a escombros las cargas que han colocado.
Cuando se elevaron lo suficiente para que los efectos de las explosiones no les alcanzaran, Terence accionó el mando a distancia y hasta ellos llegó, aunque amortiguada, la onda expansiva.
Allá en el fondo se originó una gran polvareda y durante casi un minuto, las explosiones se fueron sucediendo.
Cuando la nube de polvo y humo fue disipada por el viento, de aquel tinglado sólo quedaba un montón de rocas que se fueron desprendiendo, cubriendo todo el área.
Posteriormente, enfilaron rumbo a la Base, a la que llegaron más tarde sin ningún contratiempo.
Terence se enteró de que el capitán Raymond ya estaba allí, pese a las dificultades que tuvo a consecuencia de los impactos recibidos y que los heridos, en efecto, era cosa de poca monta.
Le transmitieron la orden de que el coronel quería verle en seguida y sin despojarse de su equipo de vuelo, se dirigió a su despacho.
Nada más verle, el coronel Milles le increpó:
—¿Cómo diablos has tardado tanto?
El capitán Terence Stacy, se quedó extrañado ante el recibimiento de su superior y sólo pudo balbucir:
—Yo, señor...
—Sí, tú... ¿Por qué no te has presentado en seguida?
—Lo he hecho inmediatamente que me han comunicado sus deseos. ¿Ocurre algo, señor?
El coronel pareció calmarse poco a poco y tras un prolongado silencio, manifestó:
—Perdona mi modo de comportarme... El Alto Mando me ha mandado un escrito en que se me conmina a un inmediato esclarecimiento sobre las expediciones en El Paraíso... Les he dicho que todo lo tenía preparado, sólo que el hombre encargado de ello estaba ultimando una misión...
Hizo una pausa para tragar saliva, pues se estaba exaltando otra vez a causa de la indignación que sentía.
Continuó:
—Me han contestado que lo primero es lo primero. ¡Decirme eso a mí que me he desvivido por cumplir con mi deber...!
Terence, para calmarle, le dijo:
—No haga caso, señor. Saldremos cuanto antes y todo quedará claro. Ya sabe que, en ocasiones, de arriba ignoran ciertos procedimientos.
—Pero... ¡cuernos! Lo menos que pueden hacer es no andarse con exigencias.
El capitán, para apartar al coronel de su obsesión, comenzó a relatarle el resultado de la incursión a Los Aguiluchos y lo que había decidido sobre las cajas.
—Has hecho bien, Terence. Muy prudente tu decisión.
—En cuanto a los detenidos...
—A esos sujetos, déjalos que están a buen recaudo. Cuando vuelvas, ya nos ocuparemos de ellos. Toma, aquí tienes suficiente información para documentarte sobre la cuestión. Haces los preparativos y sales inmediatamente.
—De acuerdo. Así se hará, señor.
—Terence..., ten cuidado. Suerte.
Y tras estas palabras, ambos se despidieron.