4

Doug Tillman dejó de respirar antes de que Ruth llegara hasta él, y Martha Shemitz tenía el cuello roto. Los otros cuatro aún estaban vivos. Michael había perdido varios dientes, y Ruth trató de contener la masa ensangrentada de su barbilla utilizando la camisa de Doug como vendaje improvisado. Tampoco parecía que Andrew fuera a ser capaz de recuperarse, ya que los golpes le habían abierto una hendidura en el cráneo.

Mientras tanto, Linda y Patrick se despertaron. Linda parecía muy agitada, gruñía y se retorcía en el suelo tratando de romper la cinta aislante. Por el contrario, Patrick parecía casi lúcido; temblaba ligeramente, pero se mantenía en silencio, abriendo y cerrando sus ojos distorsionados. ¿Qué era lo que veía? ¿Acaso sentía estímulos como frío o calor? ¿Picores?

—Tenéis que salir de aquí —le dijo a Cam—. Dejadlo todo dentro de mi cabaña. Yo sellaré las puertas y las ventanas.

—Ruth... —dijo con frialdad.

—Fuera de aquí.

—Ruth, ¿durante cuánto tiempo podrás respirar con ese traje?

Aquélla era la menor de sus preocupaciones. Debería ser capaz de cambiar los depósitos de aire sin contaminarse, pero la deshidratación era su mayor amenaza. Incluso aunque hubiera sido diseñado para un hombre mucho más grande que ella, aquel traje era como una sauna individual. Podía oler su propio sudor, y se había olvidado de beber antes de vestirse. A corto plazo no había ningún problema. El traje no estaba pensado para satisfacer necesidades básicas, así que si necesitaba aliviarse, todo le gotearía hasta las botas. Sin embargo, en última instancia, el problema de las aguas implicaba que Ruth sólo dispondría de unas pocas horas, cuando en realidad necesitaría varios días para ocuparse de aquellas personas y estudiar sus casos.

Quería ir con él, pero sabía que no podía.

—Dejadme un walkie-talkie y una pistola —ordenó—. Y aseguraos de que no me falte cinta aislante. —«Te quiero —añadió para sí misma—. Ten cuidado.»

Se quedó paralizada cuando vio que Cam repetía el mismo pensamiento.

—Ten cuidado —dijo.

—Sí.

Cam dejó el arma y la linterna junto a la puerta, donde los demás habían almacenado láminas de plástico, sogas, cinta aislante, baterías, un botiquín y varios bidones de agua. Alguien también había encendido dos lámparas de queroseno para Ruth, y había dejado una al aire libre y otra en el interior de la cabaña. Las vendas y el agua eran para los que esperaba salvar, pero Ruth sentía la boca cada vez más seca. «Deja de llorar», pensó, mientras trataba de encontrar la determinación en lo más profundo de su ser. Estaba sola. Ésa era la única verdad.

La primera persona que arrastró hacia el interior de la cabaña fue a Linda. Los espasmos que sufría hicieron que se golpeara la cabeza con el marco de la puerta.

—Mierda —dijo Ruth, pero Linda parecía no asociar el dolor con ella. Sus gruñidos y sus espasmos eran reacciones a algo que Ruth no podía ver.

Finalmente, la dejó en un rincón atada al único mueble que había, una mesa baja y pesada. La cabaña sólo tenía tres habitaciones: dos pequeños dormitorios en la parte trasera y el espacio más amplio que había al entrar por la puerta. Normalmente Ruth solía desayunar allí mismo junto a Eric y Bobbi, los tres sentados en el suelo, y ahora comenzaba a lamentar la actitud que había tenido durante todas aquellas mañanas. Con frecuencia sentía envidia de aquella pareja, se sentía feliz por poder vivir con ellos, pero también muy tensa por aquello que no podía compartir. Odiaba verse a sí misma como una vieja solterona. Pero ahora era ella la que había tenido suerte. Bobbi se había convertido en viuda, Eric yacía muerto en el invernadero número tres y aquella casa empezaba a estar saturada de nanos.

Acto seguido, arrastró a Patrick hasta el interior, y después a Michael y a Andrew. Al terminar, salió de nuevo para empezar a envolver los cadáveres con las láminas de plástico, sellándolos de la mejor manera posible. Más de una vez los guantes se le pegaron a la cinta aislante. Cada vez que eso ocurría, el corazón se le salía del pecho por culpa de la adrenalina. Por suerte, el traje consiguió aguantar.

Se detuvo un instante junto a Denise. Aquella mujer había muerto sin llegar a ser infectada, ¿verdad? Ruth estaba muy cansada, pero nunca había sido de las que escatimaban trabajo. Envolvió también el cadáver de Denise en una lámina de plástico. Acto seguido, arrastró los seis cadáveres hasta el interior de la cabaña, convirtiendo su hogar en una prisión y en una morgue.

La terrible sensación que Ruth sentía en el pecho se agudizó aún más cuando Linda comenzó a retorcerse y a sufrir estertores junto a la mesa. Salió corriendo de la cabaña. Sabía que antes o después tendría que entrar de nuevo, pero antes tenía que encargarse de otra cosa. Tal vez estaba siendo más meticulosa de lo necesario. Ruth cavó varios agujeros en la tierra hasta que tuvo la suficiente arena para cubrir por completo las manchas de sangre. Después enterró en los hoyos las herramientas y los utensilios que habían utilizado para reducir a sus amigos. Incluso recogió todas las piedras que pudo de las que les habían lanzado, a pesar de que sabía que nunca podría esterilizar por completo aquel lugar. «Suelo contaminado», pensó. Muchos nanos se quedarían en la superficie expuestos a la brisa, que los arrastraría cuando la temperatura aumentara con el sol de la mañana.

Si conseguían sobrevivir a aquella noche, incluso si sellaban todo el lugar con cemento y construían una estructura para cubrir su casa, Ruth sabía que no podrían permanecer allí. Había que abandonar aquel asentamiento. Aun así el esfuerzo de Ruth podía hacerles ganar un tiempo muy valioso. A pesar de sentirse exhausta, Ruth continuó trabajando.

Su mente comenzó a vagar.

Miró hacia las estrellas y recordó tiempos mejores. Sabía que estaba intentando escapar de sí misma, pero al menos consiguió darse la vuelta y regresar a su hogar pequeño y atestado. Acto seguido, comenzó a poner cinta adhesiva para sellar la puerta desde el interior.

En un principio, Cam y Allison guiaron al grupo desde las Montañas Rocosas hacia el este, hacia las llanuras que se extendían más allá de Boulder y Greeley, donde sabían que los veranos eran lo suficientemente calurosos como para destruir a los insectos. Con el calor suficiente, incluso los organismos de sangre fría o aquellos que carecían totalmente de ella podían ser vulnerables a la plaga de máquinas. La suposición resultó ser cierta, pero la ausencia de insectos también convirtió aquellas zonas en desiertos. Los enjambres de insectos eran los únicos polinizadores. Toda especie que se organizaba en colmenas o se reproducía mediante capullos había sido destruida por las hormigas. No quedaban abejas, mariposas o polillas de ningún tipo. En los invernaderos, tenían que trasladar el polen de una planta a otra de forma manual. Pero fuera, en el resto del mundo, los movimientos torpes y brutales de los enjambres eran lo único que continuaba con aquel proceso, dispersando ese polvo tan valioso incluso aunque a su paso arrasaran bosques y praderas.

Ruth sólo podía imaginar en qué se había convertido el Medio Oeste. Ella misma había visto los límites de aquella región, y circulaban muchos rumores difundidos por pilotos, por exploradores y por los especialistas que controlaban los pocos satélites espía que aún poseía Estados Unidos. Sin hierba, las praderas habían desaparecido hasta dejar al descubierto el manto rocoso, erosionadas por las lluvias y por las tormentas de viento. Millones de toneladas de limo habían desviado los ríos Mississippi y Missouri hasta crear una zona pantanosa que ocupaba casi toda la anchura continental, enterrando depresiones como las de Arkansas y Louisiana bajo ciénagas gigantescas.

Ruth y sus amigos pronto tuvieron que abandonar las llanuras. Por aquel entonces, ella aún albergaba la esperanza de atraer a Cam y hacer que se alejara de Allison, pero había más problemas aparte de su corazón herido. Siempre serían criminales para ciertas personas. Habían planeado intentar pasar desapercibidos, pero en el segundo asentamiento en el que establecieron su hogar fueron reconocidos y traicionados. En el tercero se produjo un brote de una enfermedad respiratoria (una enfermedad común, para nada relacionada con los nanos) y Cam llegó a tener cuarenta grados de fiebre durante dos días, lo cual hizo que ambas mujeres se asustaran terriblemente.

Como siempre, Allison fue la más valiente. Les guió de nuevo hasta el corazón de las Rocosas, donde se escondieron muy cerca de Grand Lake. De hecho, Jefferson estaba sólo a sesenta kilómetros de allí. Aunque Grand Lake ya no fuera la residencia del presidente ni la sede del Congreso (aquella gente había sido trasladada a Missoula, Montana, muy, muy lejos de la California ocupada), las Fuerzas Aéreas mantenían allí una importante base, y Allison pensó que a los militares jamás se les ocurriría buscar a Ruth tan cerca de ellos.

Casi todo aquel tiempo Ruth se sintió feliz. Apenas tuvo tiempo para aburrirse. Habían pasado en movimiento siete de los últimos quince meses, caminando, explorando y negociando con otros supervivientes. Dedicaron casi toda su energía a cubrir necesidades básicas. Comida. Cobijo. Ruth se sentía incluso aliviada por haber abandonado la investigación y por poder centrarse en la lucha del día a día. Era una actitud egoísta, lo sabía. El desafío más grave de todos era la siguiente generación de nanos, que debía desarrollarse lo antes posible. Una segunda invasión no era algo descabellado. Los rusos y los chinos habían conseguido postergar su retirada mientras se enfrentaban unos con otros y negociaban con lo poco que quedaba del gobierno estadounidense; incluso habían aprovechado el tiempo para construir nuevas bases para sus pilotos y tropas, tratando de sacarle partido a cualquier ventaja posible mientras desarrollaban sus propios nanos.

Ruth no podía imaginar lo que finalmente había ocurrido.

Las manos le temblaban mientras sellaba dos veces las ventanas de la cabaña. Pensaba que no eran más que nervios y cansancio, pero ¿y si era algo más? «¿Me daría cuenta si estuviera infectada? —pensó—. ¿Y si fuera posible absorber unos niveles muy bajos de contaminación y ahora el contagio estuviera incubándose en mi interior?»

Otro pensamiento cruzó su mente, y fue aún más terrible. ¿Y si el asentamiento había sido atacado por su presencia allí? Sabían que Colorado estaba bajo una fuerte vigilancia electrónica. ¿Y si los invasores habían descubierto algo o los programas de reconocimiento facial habían encontrado una coincidencia? Tal vez aquellos nanos iban dirigidos a ella, y habían infectado a Allison y a los demás simplemente porque estaban allí.

Michael se despertó justo detrás de ella. Comenzó a tirar de las ataduras y a dar bocanadas de aire con unos gruñidos guturales y rítmicos.

—Aaaa. Aaaa. Aaaa.

Ruth se giró para asegurarse de que no podría romper la cinta aislante, pero su mirada se detuvo en otro punto. Michael tenía los ojos casi cerrados y los movía constantemente bajo los párpados, casi como si estuviera en la fase de sueño REM. La boca abierta de par en par parecía una caverna.

—Aaaa. Aaaa.

Ver aquel rostro envuelto en el vendaje ensangrentado fue una visión horrible. Ruth tuvo que reprimir el impulso de aplastarle la cabeza con la linterna. Aunque Michael no tenía la culpa de haberse infectado, Ruth ya no podía mirarle a la cara. Se sentía avergonzada por los sonidos que no cesaba de emitir.

—Aaaa. Aaaa.

La claustrofobia se convirtió en una ola gigante dentro de ella, creciendo y desgarrándole las entrañas. Su pulso tampoco la ayudaba a manejar el cuchillo mientras intentaba cortar otro cuadrado de plástico. Cada minuto se aislaba más y más en aquella maraña de plástico y cinta aislante. ¿Conseguiría salir alguna vez?

—Escucha —dijo Cam dirigiéndose a Bobbi y haciéndole un gesto para que se acercara a la radio. Ambos se agacharon en el interior de una cabaña repleta de gente que se afanaba en cubrir con plástico todas las ventanas—. Tenemos que encontrar a alguien —añadió, pero Bobbi estaba distraída.

—Yo no oigo nada —respondió ella.

—Escúchame a mí. —Le enseñó a Bobbi el control de frecuencia, lo intentó en un segundo canal y después en un tercero. En cada ocasión pulsó el botón ENVIAR y esperó para ver si llegaba alguna respuesta—. Vamos a tener que probar con tantos canales como nos sea posible —dijo—. Uno cada vez. Así...

—¿No podemos llamar sin más?

—Es un poco más complicado que eso.

La cabaña apestaba a marihuana, que aparte del alcohol era el único anestésico del que disponían. Brett había recibido un disparo. Tenían miedo de dejarle beber, aunque Susan había usado alcohol casero de setenta y cinco grados para esterilizarle la herida del torso. El alcohol era muy caro. La marihuana no. Aquella planta se conocía como «hierba» por una buena razón. Consiguió sobrevivir de forma natural y después comenzó a cultivarse en Morristown, donde sus tallos fibrosos se aprovechaban para confeccionar tejidos y sogas, y sus hojas constituían una fuente de dinero fácil al venderlas como medicamento.

Cam trató de dar una bocanada de aire puro mientras la gente entraba y salía apresuradamente para apilar en un rincón mochilas, cantimploras y otros utensilios. Jefferson se estaba consumiendo a sí mismo. Habían desmantelado los invernaderos dos y cuatro con el fin de aprovechar el plástico, la cinta aislante, las grapas y los clavos para aislar a todos los habitantes.

Tenían que estar preparados para lo peor. Ninguno de los canales operados por civiles había respondido a su llamada. Morristown, Steamboat, New Jackson, Libertad; todos los asentamientos cercanos parecían haber quedado incomunicados, de modo que había desconectado la radio de banda civil y la había sustituido por la radio multibanda Harris AN/PRC-117. Cam necesitaba un helicóptero para Ruth y estaba dispuesto a enfrentarse a una sentencia de cárcel si fuera necesario, eso en caso de que los líderes estadounidenses tuvieran tiempo para condenarle. Lo más importante era llevarla a un lugar seguro, pero para eso necesitarían algo de suerte.

Como casi todo el equipamiento militar del que disponían, la radio Harris había sido abandonada por tropas estadounidenses que tuvieron que dejar apresuradamente sus posiciones. Cam pensaba en ella con una mezcla de viejo orgullo y de dolor. Sus días en los Rangers fueron breves pero intensos, repletos de amistades significativas que nacieron de la confianza mutua. Cuando comenzaron a huir, Eric y Greg continuaron con el entrenamiento. Bobbi era apenas una recién casada, de lo contrario sabría aún mucho más. Durante su noviazgo, Eric se había centrado más en enseñarle a disparar que en trasmitirle otras habilidades. Las armas eran algo emocionante, así que ella aprendió a usarlas antes de adquirir otras destrezas.

—Esta radio ha sido inutilizada —dijo—. Eso significa que el software de cifrado ha sido borrado para evitar que los chinos lo descifraran, así que no podremos ni hablar ni escuchar nada en una frecuencia segura. Por eso está todo tan tranquilo. Os aseguro que ahora mismo hay mucha gente que está hablando, pero no podemos escuchar sus transmisiones.

Bobbi señaló hacia los auriculares.

—Pero aun así podemos llamar.

—No, con esta radio sólo se pueden hacer comunicaciones en abierto. Sólo podremos contactar con gente que emita en abierto.

La radio Harris era un montón de metal de más de siete kilos diseñado para ir montado en un vehículo o para transportarse en una mochila. No tenía alcance suficiente para contactar directamente con Grand Lake o con Sylvan Mountain. Estaba pensada para formar parte de una red mucho más amplia; además, estaban en territorio amigo. Había puestos médicos y unidades de transmisión diseminados por todas las Rocosas. Incluso podría haber contactado con un avión si el ejército estadounidense hubiera puesto en el aire el equipamiento correcto para tratar de encontrar a rezagados como ellos.

O para matarlos.

Cam estaba lo suficientemente paranoico como para creer que el origen de la nueva plaga podía estar en el lado norteamericano. Los programas armamentísticos estadounidenses no se habrían detenido después de la deserción de Ruth, y no era descabellado que la zona afectada se limitara a aquel valle. ¿Y si, por pura mala suerte, aquel lugar había sido elegido como zona de pruebas? Necesitaba saber con claridad quién corría peligro. Iban a por Ruth. Estaba seguro.

—Lo mejor que puede pasar es que nos topemos con una frecuencia controlada o encontrar dos unidades que se estén comunicando en abierto y consigamos colarnos en la transmisión —dijo—. Eso puede llevarnos bastante tiempo. Seguramente habrá unidades que no estén mucho mejor equipadas que nosotros, pero hay cientos de frecuencias. Necesito que hagas esto por mí.

—¡Cam! —Owen le llamó desde el otro lado de la habitación. Tenía una grapadora y un rollo de cinta aislante en las manos—. Ya lo hemos sellado todo excepto la puerta. ¿Vas a salir?

—Dadme un minuto.

—¡Tenemos que sellarlo todo! —gritó Owen. Era un hombre alto que destacaba dentro del grupo, donde también se encontraba su mujer. El rumor dentro de la aldea era que había tenido dos abortos, y que ésa era la razón por la que Owen la protegía tanto. Cam no quería discutir con él.

—¡Selladla! —ordenó—. Saldré tan pronto como pueda.

El aire no duraría demasiado. El hecho de sellar dos cabañas con plástico no era más que una solución temporal. Al desmantelar los invernaderos, gran parte de su cosecha había quedado al descubierto, lo que haría aumentar las probabilidades de que por la mañana aparecieran más enjambres de insectos. Mientras tanto, las hormigas de fuego continuaban expandiéndose bajo el suelo de Jefferson. Incluso aunque la colonia se mantuviera bajo tierra durante toda la noche, Cam sabía que tendrían que hacerle frente tan pronto como saliera el sol. Aquellas malditas hormigas estarían terriblemente excitadas con toda la sangre que ellos mismos habían derramado.

Probó con una nueva frecuencia mientras llegaban desde el exterior los golpes de los martillos. Después probó con otra más, y luego otra, hasta que de pronto la radio pareció cobrar vida.

—... a través de Medicine Bow, necesitamos que nos saquen de la zona de aterrizaje, cambio —dijo una voz masculina justo antes de que sonara la respuesta.

—Recibido, Cougar Seis-Dos.

«Dios —pensó Cam—. ¿Y si los nanos no sólo están en este valle? ¿Adónde iremos?»

Había una gran extensión del Bosque Nacional conocida como Medicine Bow cerca de Wyoming, y Cam sabía que aquellas montañas estaban repletas de asentamientos civiles y de bases militares. Desconocía aquel nombre en clave (Cougar Seis-Dos podría ser cualquiera), pero eran estadounidenses, y eso era lo único que importaba.

—Atención, atención —dijo—. Cualquier receptor en esta red, al habla Dos-Eco-Dos a cualquier receptor en esta red, cambio.

—Dos-Eco-Dos, Dos-Eco-Dos, al habla Cougar Seis-Dos, cambio.

—Recibido, Cougar Seis-Dos. Necesito que transmitan un mensaje de emergencia. Código Revere, repito, código Revere, cambio.

Hubo un silencio. Era evidente que aquel hombre tenía sus propias preocupaciones. Había establecido una comunicación para solicitar una evacuación, pero su disciplina le obligó a responder.

—Necesito que se identifique, Dos-Eco-Dos, cambio.

—Repito, código Revere. Al habla el cabo Najarro, del Septuagésimo Quinto. Necesito hablar con el mayor Thrun o con el oficial al mando de Grand Lake, cambio.

Según los estándares militares, aquel código era muy antiguo. Las encriptaciones y las ventanas y los códigos de comunicación se cambiaban cada treinta días. Hacía ya más de un año que Cam había perdido el contacto, pero Grand Lake conservaría archivos con el plan de operaciones de las últimas misiones. Si recordaban su nombre y le conocían bien, pronto comprenderían quién podría estar con él.

—Recibido, Dos-Eco. —De pronto comenzaron a escucharse disparos de fondo y el hombre comenzó a gritar—: ¿Cuál es su posición actual? Cambio.

Cougar Seis-Dos estaba siendo atacado. ¿Contra quién luchaban? ¿Habría fuerzas enemigas o es que Cougar se estaba defendiendo de los infectados? Cam habló en un tono frío y seco, tratando de parecer más importante que el desastre que debía de estar presenciando Cougar Seis-Dos.

—Repito, Revere, Revere. Necesito que transmita este mensaje cuanto antes, Cougar Seis-Dos. Me mantendré en esta frecuencia durante media hora y después volveré a ella cada diez minutos a partir de la hora en punto, cambio.

El hombre gritó para que su voz sonara por encima de los disparos.

—¡Recibido, Dos-Eco-Dos! Buena suerte. Corto.

—¿Crees que lo harán? —preguntó Bobbi.

—Sí —respondió Cam. Durante el tiempo en que sirvió no vio entre las tropas más que espíritu de sacrificio. «La plaga es lo único que puede evitar que transmitan el mensaje.»

Lo único que podían hacer era esperar. Ni siquiera podían rastrear más frecuencias porque debían mantenerse en la 925.25. Cam dejó a Bobbi junto a la radio y fue a echarle una mano a Susan, que estaba atendiendo a Brett, ahora inconsciente. Quizá eso fuera lo mejor. Susan había hecho un buen trabajo al vendar el torso de su amigo, y Cam trató de evaluar el alcance de las heridas. Parecía que la bala no había seccionado la aorta (en ese caso, Brett ya estaría muerto), pero quizá se hubiera albergado en los intestinos. Las bacterias liberadas por el tracto digestivo se estaban convirtiendo en un grave problema. No tenían antibióticos, lo que significaba que si conseguía sobrevivir al disparo, probablemente la peritonitis acabaría con él. Cam estuvo a punto de olvidar todo lo demás. Era uno de los mayores expertos en medicina de la aldea, pero no estaban equipados para realizar ningún tipo de cirugía, y abrir a Brett crearía casi tantas complicaciones como las que Cam podía solventar. Aún seguía sopesando las opciones cuando una voz suave y femenina se extendió por la cabaña.

—Dos-Eco-Dos, aquí Arapaho Cinco, cambio.

Cam se abalanzó sobre la radio, apartando a Bobbi con la mano manchada de sangre de Brett.

—La recibimos, cambio.

—Identifíquese, Dos-Eco-Dos.

—Aquí el cabo Najarro de la Sección Número Dos, Compañía Eco, Segundo Batallón, Septuagésimo Quinto Regimiento de los Rangers, cambio.

—Recibido, Dos-Eco-Dos. Envíe su mensaje, cambio.

En aquel momento Cam se sintió eufórico. Miró a Bobbi mientras sus labios dibujaban algo parecido a una sonrisa. La mujer de Grand Lake debía de haber introducido su nombre en el ordenador. Probablemente, tanto él como Ruth debían de estar fichados por una docena de programas, junto con Eric, Greg y los demás sospechosos de colaboración, como Allison.

Aún no podía creer que se hubiera ido. No pudo evitar seguir hablando.

—Nuestra gente está enferma, señora. Solicitamos evacuación médica inmediata. Cambio.

—Recibido, Dos-Eco-Dos. Código Streak.

Aquellas palabras le provocaron un escalofrío que le subió por la espina dorsal. «Streak.» Aquello significaba que tendrían que cambiar la frecuencia para evitar que el enemigo triangulara su posición. Si aquella mujer estaba preocupada por la vigilancia enemiga sobre una red no segura, eso significaba que detrás de aquella plaga podía haber realmente fuerzas hostiles. «Esperemos que no nos encuentren», pensó mientras miraba a Bobbi y a los demás hombres y mujeres de la cabaña. No estaban capacitados para resistir ante ningún tipo de infantería enemiga.

Cam cambió de frecuencia dos bandas, tal y como le habían indicado.

—Arapaho Cinco, aquí Dos-Eco-Dos —dijo a través de la nueva frecuencia.

La mujer de Grand Lake tampoco perdió el tiempo, e inmediatamente retomó la conversación con un tono decidido.

—¿Cuál es su posición actual? Cambio.

—Estamos a dieciocho kilómetros al suroeste de Villa Loca. —Aquél era el desafortunado mote de Morristown, debido al gran número de devotos que habitaban allí—. ¿Conoce la zona? Cambio.

—Afirmativo, cambio —respondió la mujer.

Cam pudo escuchar una voz masculina que sonaba detrás de ella.

—¿... tan cerca? —preguntó el hombre.

—Debo recordarles que no estoy solo —añadió Cam—. Dos-Eco-Dos aún permanece unido. ¿Comprenden? Aquí hay mucha gente, necesitamos un helicóptero cuanto antes, esta misma noche.

—¿Podrán mantener su posición? Cambio.

—Tenemos muchos heridos y gente enferma. Cambio.

—Van a tener que resistir, Dos-Eco-Dos. Ahora mismo hay mucha gente en apuros. Todo el apoyo aéreo está ocupado. Puedo conseguirles ese helicóptero, pero necesitaré algo de tiempo. Cambio.

—¿Ustedes también... —casi ni se atrevía a pronunciar las palabras—, también tienen gente enferma?

—Controlen la radio, Dos-Eco-Dos. Transmitiremos su posición a nuestros pilotos en cuanto haya uno libre. Cambio.

—Mierda —Cam miró al micrófono sin llegar a apretar el botón.

—¿Dos-Eco-Dos? —preguntó la mujer—. ¿Cuáles son sus señales de identificación a larga y corta distancia?

Pero Cam ya se había puesto en pie, alejándose de la radio con una sensación de terror frío. Bobbi le agarró la manga de la chaqueta.

—Cameron...

Cam no pudo mirar a su amiga a los ojos. ¿Qué podía decirle? Sabía que un Black Hawk necesitaría casi una hora para cubrir la distancia que separaba Jefferson de Grand Lake, y ese tiempo podía aumentar considerablemente teniendo en cuenta que Grand Lake estaba sumido en el caos. Tenía la esperanza de poder llevarlos a todos a los búnkers que había bajo aquel lugar, pero eso resultaría imposible si la superficie de la montaña estaba repleta de infectados.

—¿Dos-Eco-Dos? —repitió la mujer—. ¿Dos-Eco-Dos? ¿Me recibe?

Cam se arrodilló y recogió los auriculares. Le pareció que pesaban doscientos kilos, y no estaba seguro de que el esfuerzo mereciera la pena. Fueran quienes fuesen los que habían desatado aquella plaga, y fueran cuales fuesen los efectos de esos nanos, Cam sabía que la mujer nunca se lo diría a través de una transmisión no segura. Quizá ni siquiera ella lo supiera.

—Traten de llegar aquí tan pronto como puedan —dijo Cam.