3
Ruth estaba en la puerta de su cabaña cuando Tony y Allison pasaron por delante apresuradamente. Estuvo a punto de decirles algo, pero ¿qué? A Allison ni siquiera le gustaba escucharle decir «gracias», y mucho menos cualquier tipo de queja, de modo que Ruth se quedó en la puerta, viendo pasar ante ella los haces de luz, seguidos por Michael y Denise. Había alguien en las vallas. Ruth pudo oír cómo chocaba contra las piezas de los automóviles; también escuchó la voz de Allison.
—¡Alto ahí! ¿Cómo te llamas?
Su tono suave era un contrapunto al M16 de Tony, que el chico se había colgado del hombro con el cañón apuntando hacia el cielo. Aquella posición hacía el arma más visible bajo los haces blancos de las luces de las linternas. Ruth estuvo a punto de unirse a los supervivientes armados que estaban detrás de Allison. La chica era una figura muy preeminente, pero además estaba embarazada, lo cual había hecho aumentar su importancia en más aspectos de los que Ruth podía expresar.
Deberían haber sido amigas. Se habían salvado la vida mutuamente, pero no era sólo Cam lo que se interponía entre ellas. Allison era una buena líder, y siempre había vigilado a Ruth muy de cerca, percibiéndola como una rival en potencia. Los conocimientos de Ruth en materia de nanotecnología eran un punto de autoridad con el que Allison no podía competir. Ella jamás creyó a Ruth cuando le confesó que deseaba poder abandonarlo todo. Allison siempre ansiaba tener más control sobre sus vidas, mientras que las decisiones de Ruth habían provocado miles de muertes durante la guerra. De haber tenido ocasión, Ruth habría deseado convertirse en una persona normal, anónima y desconocida; pero a pesar de todo, aún sentía el peso de la responsabilidad.
«Debería apoyarla», pensó Ruth mientras miraba a Allison. Entonces su mirada se posó en otro punto. El haz de luz de la linterna de Michael había encontrado al intruso.
Era una mujer de unos cincuenta años. No era muy alta, y estaba sucia y muy delgada. A Ruth le pareció ver que tenía el hombro cubierto de sangre, y que ésta le goteaba por la manga. No iba armada. Ni siquiera llevaba mochila. ¿Acaso la habían asaltado? Parecía muy asustada. Se dio la vuelta en cuanto Michael posó la luz de la linterna sobre su rostro pálido.
A pesar de todo, Allison se mostró cautelosa, y decidió mantener la distancia en lugar de acercarse a socorrerla.
—Está bien —gritó Allison—. Tenemos agua y comida, y un lugar para dormir.
Michael apuntó la luz de la linterna hacia el suelo. Tony bajó el rifle, y muy por detrás de ellos, Ruth levantó la mano de la empuñadura de la Beretta de nueve milímetros que llevaba en la cintura.
No había duda de que ella y Cam hacían mejor pareja físicamente. Él era moreno y de ojos negros, y Ruth tenía la tez oscura, mientras que lo más oscuro de Allison era el suave moreno con el que el sol le había teñido la piel. Ruth se preguntaba con frecuencia qué aspecto tendría su bebé, pero lo mismo le ocurría con Eric y Bobbi. Eric era blanco y Bobbi era de color, aunque lo cierto era que ninguna pareja mixta llamaba demasiado la atención. Estaban vivos. Eso era lo más importante.
Las únicas excepciones eran la gente de ascendencia china o rusa. Aún existía un odio generalizado a pesar de que la guerra había terminado, lo cual complicaba mucho la existencia a cualquier persona de origen asiático. Había numerosos idiotas que ni siquiera se molestaban en diferenciar entre japoneses, coreanos o chinos (e incluso filipinos o malayos), ni siquiera entre aquellos que habían vivido en Estados Unidos durante varias generaciones.
El racismo se había convertido en algo muy diferente después de la plaga. Sí, aún había ciertas comunidades en las que la gente trataba de preservar la pureza étnica, procreando únicamente con blancos, hispanos o negros. En una ocasión llegó a la aldea un contrabandista con varias ofertas de matrimonio para cualquiera que tuviera un cincuenta por ciento de ascendencia judía. Ruth no se sintió tentada, aunque aquello le hizo reflexionar. ¿Acaso los israelíes habían conseguido rehacerse en el otro extremo del mundo? ¿Quedaban suficientes judíos vivos como para mantener su cultura? Para casi todo el mundo, sin embargo, la raza era algo trivial, y Ruth sabía que comparar su piel con la de Allison era como agarrarse a un clavo ardiendo.
Sentía celos de aquella joven. Pero también estaba preocupada por ella. Todo el mundo había estado expuesto a altos niveles de insecticidas y de otros productos químicos, no sólo en aquel asentamiento sino también durante el año de la plaga. Muchos de los refugios habían sido construidos con soldadores, y estaban compuestos por vinilo, tapetes y cartón, por lo que sus ocupantes habían estado expuestos a metales pesados y a compuestos tóxicos como el cloroetileno. Todo el mundo había quemado muebles, neumáticos, plástico y estiércol para calentarse y cocinar, llenando los hogares de humos tóxicos.
Ruth se perdió casi todo aquello. Durante los primeros trece meses de plaga estuvo a bordo de la Estación Espacial Internacional como parte de un programa de investigación sobre nanotecnología, pero la EEI también tenía su propio entorno nocivo, igual que un submarino. El aire reciclado pronto se contaminó con bacterias y hedores humanos. Los tripulantes estuvieron expuestos a la radiación solar y a los daños más sutiles de la gravedad cero, como la pérdida de masa muscular y ósea. Después de aquello, Ruth también pasó varias semanas en las inmediaciones del cráter de Leadville, absorbiendo la lluvia radiactiva. Pero quizá lo peor de todo era que su cuerpo también había sido un campo de batalla para diferentes clases de nanos.
La siguiente generación se enfrentaría a los mismos problemas que sus padres, y probablemente a más. Los bebés no sólo necesitaban cuidados y afecto. Lo primero que necesitaban era un desarrollo saludable. El cuerpo humano podía tener una extraordinaria capacidad de resistencia, pero las peores heridas eran aquellas que se mantenían invisibles, a nivel celular o incluso en el ADN.
Hasta aquel momento, las mujeres de Jefferson tan sólo habían sufrido cuatro abortos, más un recién nacido que mostraba claros signos de autismo. Los otros dos niños estaban bien. Sin embargo, por lo que Ruth había oído, la tasa de mortalidad infantil era mucho más elevada en Morristown. Pero tenía la esperanza de que eso sólo fuera porque Morristown era treinta veces más grande, por lo que existían muchos más datos. Era evidente que no resultaba de mucha ayuda el hecho de que la mayoría de sus habitantes fueran neoevangélicos, decididos a tener tantos bebés como fuera posible sin importar que las mujeres fueran adolescentes, tuvieran más de cuarenta años o sus órganos estuvieran deteriorados por embarazos anteriores. Fuera lo que fuese, las estadísticas resultaban alarmantes. Si el crecimiento continuaba estancado, a la raza humana no le quedaría más de un siglo para la extinción.
Pero había un agravio más personal. Ruth tenía treinta y ocho años. Sus años más fértiles ya habían pasado, y las perspectivas no pintaban demasiado bien. Sabía que Cam intentaba evitarla, algo que resultaba imposible. No había suficiente leña como para cocinar de forma individual o llevar agua caliente a cada casa, ni tampoco había suficientes tuberías como para instalar un sistema de cañerías central para todo el asentamiento. Tampoco resultaba seguro comer a solas, de modo que comían por turnos y se duchaban en el mismo cobertizo que había debajo de los depósitos donde el agua se calentaba al sol, siempre con guardas vigilando en todo momento. Ruth veía a Cam cada día.
¿Quién podría culparla por vivir a través de Allison de manera inconsciente? Aquella chica debería de haber sido como una hermana para ella, incluso aunque fueran hermanas que desconfiaran la una de la otra.
«¿Será culpa mía que nunca nos hayamos llevado bien?» Con estos pensamientos bullendo en su cabeza, Ruth apartó la vista de Allison y de la intrusa y abrió la puerta de su casa. «Lo intentaré con más insistencia», pensó.
Entonces comenzaron los gritos. Ruth se giró rápidamente, justo a tiempo para ver cómo alguien caía al suelo mientras su columna se retorcía y sufría violentos espasmos.
Allison fue la primera víctima.
Las luces de las linternas no hicieron sino aumentar la confusión. Un haz de luz giró mientras caía al suelo, iluminando una serie de figuras humanas. Las otros dos consiguieron centrarse por un instante sobre la recién llegada. Otra linterna cayó al suelo. Ruth quedó paralizada ante aquella visión. Perdió unos momentos cruciales intentando comprender lo que estaba ocurriendo.
Allison había tocado a la mujer al extender el brazo hacia su hombro. De hecho, el brazo izquierdo de Allison aún yacía extendido sobre el suelo mientras hendía los dedos lentamente en la tierra, desgarrando la piel hasta llegar al hueso. Las mejillas se le oscurecieron manchadas de sangre mientras ésta le inundaba la boca.
Pero en medio de la conmoción, Ruth pudo percatarse de algo que le resultó extraño. La expresión de aquella mujer no había cambiado. Sus ojos abiertos de par en par temblaban con una mirada nerviosa, pero mientras todo el mundo reaccionó, ella ni siquiera miró a Allison. «Es contagiosa», pensó Ruth antes de sumar su voz a los gritos que se habían extendido por todo el asentamiento.
—¡Apartaos de ella! ¡Apartaos! —gritó mientras corría hacia sus compañeros.
El M16 de Tony disparó una ráfaga. Los disparos resultaron inútiles y se perdieron en el cielo. Ruth vio cómo se tambaleaba mientras Allison seguía tratando de arrastrarse por el suelo. Entonces el chico dejó caer el rifle y se arrodilló en el suelo, dominado por los espasmos. Fueron las convulsiones las que le habían hecho apretar el gatillo.
Michael debería haberlo sabido. Intentó agarrar a Tony para alejarlo de la mujer, pero pronto pareció perder el sentido dominado por los mismos movimientos espasmódicos.
«Nanos», pensó Ruth. Ninguna otra cosa se extendía a tal velocidad.
—¡Michael! —gritó Denise. Pero en aquella ocasión, sus instintos fueron más fuertes. En lugar de acercarse a su marido, se detuvo—. ¡Michael! Santo cielo... ¡No!
Allison dejó de moverse, ensangrentada e inerte. Ruth percibió más luces y gritos detrás de ella. Una pequeña multitud se acercaba hacia ellos, y todos los vecinos habían salido de sus casas equipados con linternas; sin embargo, el hecho de que llegaran refuerzos resultaría tremendamente peligroso, ya que todos irían a auxiliar a sus amigos. Cam iría corriendo a socorrer a su esposa.
Ruth empuñó el arma y disparó a la mujer, efectuando dos disparos sobre el cuerpo de Allison.
—¡No! —gritó Denise.
La mujer se tambaleó y cayó también sobre Michael. Su sangre debía de ser contagiosa, pero por suerte estaban a favor del viento. Si había nanos en las úlceras que poblaban su pecho, el viento los estaba alejando de ellos.
Ruth empujó a Denise para colocarla en un punto donde el viento soplaba con más fuerza. Resultaba crucial mantenerse alejados de los nanos. Acto seguido, dirigió el cañón de la pistola hacia Michael y Tony.
Denise tiró a Ruth al suelo, lo cual hizo que se golpeara en el pecho y en el brazo con el que empuñaba el arma. Lo peor de todo era que Ruth la comprendía. Denise aún albergaba una esperanza desesperada hacia su marido, pero Ruth tuvo que golpearle en la cabeza con dos movimientos rápidos y dolorosos.
Denise cayó de lado y Ruth se abalanzó sobre ella.
—¡Quieta! —gritó enfurecida entre la maraña de luces.
Los demás habían llegado hasta allí mientras ambas yacían en el suelo, envueltas entre los destellos blancos de las linternas.
Cam apareció entre la multitud. Tenía el rostro oculto bajo las gafas y la máscara.
—¡Allison! —gritó.
—Pero ¿qué...? —dijo otro hombre.
—¡Son contagiosos! ¡Apartaos!
—Dios mío, Allison... —Su voz estaba teñida de dolor.
Ruth no pensaba que hubiera escuchado lo que acababa de decirles.
Debía de estar pensando en su bebé. Ruth también pensaba en él, pero luchó por mantener el control.
—¡Quietos! Se trata de algún tipo de nano. Cam, si el viento cambia de dirección...
Detrás de ella se produjo un sonido descarnado. Tony se había puesto en pie.
Ruth se giró.
Tony avanzaba hacia ella con un paso irregular. Tropezó con el brazo de Allison, pero siguió caminando. Le había ocurrido algo a sus ojos. Eran como dos orificios. Envueltas entre los haces de luz, las pupilas marrones parecían haberse vuelto negras. Era como si sus ojos sólo estuvieran formados por los globos oculares y por unas enormes pupilas dilatadas.
—¡Detenedlo! —gritó.
Cam le iluminó. Alguien le arrojó a Tony el cargador de un rifle, pero lo único que hizo fue golpearle en el brazo. Cam lanzó la linterna, que le impactó de lleno en la cabeza. De pronto todo el mundo comenzó a correr en busca de rocas y tierra seca, gritando hacia el chico como si eso fuera a hacer que se detuviera. Los haces de las linternas le iluminaban con una luz temblorosa. Tony se tambaleó ante la lluvia de objetos. Tras tropezar con Allison una vez más, perdió el equilibrio y cayó al suelo.
Michael también comenzó a avanzar hacia ellos. Tenía las pupilas de los ojos asimétricas. La pupila de uno estaba deformada, mientras que la otra se había convertido en un punto negro, y su cuerpo parecía doblarse hacia ese lado a modo de contrapeso.
«El cerebro —pensó Ruth—. Afectan al cerebro.»
—¡Por el amor de Dios! ¡Disparad! —gritó un hombre, pero entonces Denise desenfundó su propia pistola y apuntó con ella hacia la persona que tenía más cerca. Se trataba de una mujer con un rifle.
—¡No os atreváis a tocarle! —gritó Denise.
—¡No, espera! —dijo Ruth.
Había demasiadas voces, la gente lanzaba piedras y objetos contra Michael, un cuchillo, un cinturón... algunos incluso se habían quitado la chaqueta para tener algo que poder arrojar. En medio de aquella locura, dos personas salieron corriendo. Ruth vio que otro hombre comenzaba a tambalearse. No estaba tratando de escapar. Su cabeza simplemente se desplomó. ¿Estaría infectado? El hombre cayó al suelo justo cuando otra figura que había junto a él también comenzaba a temblar.
«Han conseguido saltar la zanja de seguridad», pensó Ruth. Trató de gritar para advertir a los demás, pero no podía respirar. Los reflejos fueron demasiado fuertes. «No respiréis.» Los nanos se estaban multiplicando, apoderándose invisiblemente de todo aquel al que tocaban. Ruth se preguntó si sería la siguiente.
Michael continuaba avanzando hacia ellos. Por desgracia, la lluvia de rocas y utensilios pareció amainar conforme los supervivientes limpiaron el terreno y vaciaron sus bolsillos. Ruth escuchó a una mujer que gritaba desesperada mientras hundía los dedos entre la tierra. Alguien se dio la vuelta y comenzó a correr. Entonces una linterna impactó directamente en el rostro de Michael, y el haz de luz cayó al suelo dando vueltas. Él se derrumbó. Pero los otros dos infectados se levantarían en cuestión de segundos.
—¡Dame tu pala! —dijo Cam, mirando hacia Greg. Ambos llevaban la coraza con la que pensaban incinerar a las hormigas. Las gafas, las capuchas y los guantes les ofrecían una protección relativa.
—¡Manteneos contra el viento! —gritó Ruth.
De lo contrario estarían perdidos. Todos los supervivientes sabían lo fácil que resultaba que aquellas máquinas microscópicas e invisibles penetraran en los pulmones. Una nueva plaga era la pesadilla más terrible que podían imaginar, tanto a nivel individual como de grupo, un miedo compartido por todo el mundo. Se habrían sentido menos inquietos si se hubiera producido un nuevo intercambio nuclear en algún lugar lejano. El pánico se extendió como la pólvora.
Alguien disparó en medio de la oscuridad, después otra persona repitió el gesto. Los destellos rojizos abrieron una brecha entre la multitud, dado que no todos los disparos se efectuaban hacia el exterior. Tony murió abatido por un rifle. Denise también disparó, y un hombre cayó de rodillas justo antes de que otro disparo impactara en la base del cráneo de la propia Denise, acallando sus gritos agudos.
Habían pasado menos de cinco minutos desde que la intrusa había infectado a Allison con sus nanos.
Cam y Greg asumieron el peso de la lucha, golpeando a tres infectados, mientras Ruth se daba la vuelta y comenzaba a correr. Pasó rápidamente entre una maraña de siluetas.
—¡Espera! —gritó alguien.
Sin importarle que la tildaran de cobarde, Ruth entró en su cabaña y cerró la puerta con llave.
Alguien aporreaba la puerta cuando Ruth la abrió de nuevo, con una recortada en una mano. En el exterior, la tormenta de luces y gritos continuaba. Ruth pensó que quizá Cam estuviera tratando de encontrarla, pero se trataba de Bobbi Goodrich.
El rostro de Bobbi estaba ensombrecido por el terror. Acababa de levantar el brazo para golpear la puerta de nuevo.
—Tú... —dijo Bobbi.
—Coge esto. —La voz de Ruth resonó dentro del casco. Le dio a Bobbi la recortada—. No dejes que nadie me coja.
—No puedo hacer eso, pero ten cuidado —respondió Bobbi.
Ambas mujeres se perdieron en la oscuridad. Ruth caminaba pesadamente bajo el mono amarillo, un traje de aislamiento microbiológico de nivel A, con las botellas de oxígeno del sistema de respiración autónomo a la espalda. Uno de los dos tanques estaba medio vacío, pero a pesar de eso, los cilindros de aluminio pesaban más de quince kilos. Tanto el mono de Nomex como el propio traje le quedaban demasiado grandes. El saco pectoral se hinchaba alrededor de sus senos como una enorme bolsa. Las mangas iban rozando el torso, llenando los oídos de Ruth con el sonido de fricción provocado por la goma.
A pesar del traje, supo inmediatamente que el ruido de la trifulca se había alejado de ellas. Ruth apenas era capaz de reconocer Jefferson. Excepto por el invernadero derruido, los edificios seguían siendo los mismos, pero nunca antes había escuchado tantos gritos en aquel lugar. La comunidad se había derrumbado.
El sonido de una voz ronca la hizo girarse.
—¡No podemos matar a todo el mundo! —dijo Cam, tratando de interceder entre un grupo de supervivientes. Todos se mantenían a una cierta distancia entre sí. También habían sido lo suficientemente inteligentes como para deshacerse de sus herramientas después de haber acabado con los infectados, pero eso implicaba que de producirse un nuevo brote, únicamente contarían con sus armas. Y lo que era aún peor, en aquel momento se estaban observando los unos a los otros armados con pistolas y rifles.
Greg se había puesto del lado del grupo más numeroso.
—No hay otra solución —dijo—. No podemos atarlos.
No podían porque tenían miedo de tocar a sus amigos infectados. Un contacto prolongado sería aún más peligroso que acabar con ellos a golpes.
—Yo puedo hacerlo —dijo Ruth desde el interior de su casco.
Sin embargo, nadie se percató de ello, absortos como estaban en su discusión.
—Tú podrías ser la siguiente —dijo Cam—. ¿Es que no lo entiendes? ¿Y si los nanos te infectan?
Ruth pudo ver que había más bajas. Seis hombres y mujeres yacían tirados en el suelo, entre las cabañas, además de Michael y de los cadáveres de Tony, Allison y la intrusa. No pudo ver al hombre al que Denise había disparado. Debían de habérselo llevado junto a otros infectados. ¿Habría más gente herida? Al menos un veinte por ciento de los habitantes del asentamiento habían quedado incapacitados o estaban muertos. Ruth avanzó más despacio de lo que le gustaría, abatida por aquella escena.
Algunas de las siluetas que veía más cerca probablemente también estarían muertas. Incluso a la luz esporádica de las linternas podía ver las heridas que habían sufrido. Una de aquellas siluetas era Denise, que tenía el cráneo destrozado debajo de la melena oscura. Había otra figura retorcida que parecía seguir con vida, luchando por coger aire a través de una garganta obstruida por la sangre o por la tierra. Respiraba dando unas bocanadas roncas.
¿Era posible que Allison siguiera con vida? Cam debía de haberse aferrado a la esperanza de poder salvarla; pero si seguía viva, tendría que soportar unas terribles heridas en la boca y en una de sus manos. A Ruth le sorprendería que Allison no hubiera sufrido, además, un infarto cerebral. De todos modos, sus habilidades médicas se limitaban a reparar huesos fracturados y a atender partos. Probablemente ni siquiera los médicos de Morristown podrían llevar a cabo las operaciones quirúrgicas que Allison requeriría.
«Por favor, que esté muerta —pensó, cerrando los ojos para contener el dolor. Pero al mismo tiempo no podía evitar albergar una duda—. ¿De veras quiero que esté muerta?»
—¡Tiene que haber algo que podamos hacer! —gritó Cam.
—No podemos permitir que se levanten de nuevo —dijo Greg, mientras otro hombre desenfundaba una pistola y un tercer superviviente se giraba hacia Cam.
—Ya basta —dijo este último—. Hagámoslo.
Cam le agarró el brazo.
—No.
Aquel debate resultaba mucho más duro por el hecho de que todos aquellos rostros estaban ocultos tras las máscaras y las gafas protectoras. Todos eran amigos, pero sus corazas se interponían entre ellos tanto como la oscuridad, el sentido de culpa y el miedo.
—¡Esperad! —exclamó Bobbi—. ¡Mirad!
Varios haces de luz se giraron e iluminaron el traje de Ruth.
—Yo puedo hacerlo —dijo a través del reflejo del casco—. Yo me ocuparé de ellos.
—Ruth —dijo Cam aliviado.
Ruth se alegró tímidamente, pero no podía olvidar el hecho de que ella fue la primera en disparar. ¿Y si hubiera habido otro modo? ¿Podrían haber reducido a Tony y a la mujer sin haber tenido que quitarles la vida? En ese caso, Denise seguiría con vida.
Ruth tenía miedo de adentrarse entre los cuerpos ella sola. ¿Y si se despertaban? Podría rasgarse los guantes o las mangas al arrastrar los cuerpos. Aquel traje no estaba diseñado para trabajos pesados, y mucho menos para un combate; pero no podía dejar morir a aquella gente.
—Podemos meterlos en mi cabaña —dijo—, pero necesitaré ayuda. También necesito sogas y agua—. Las ventanas y la puerta de su cabaña estaban selladas para evitar que los insectos entraran, pero eso no sería suficiente para retener a los nanos—. Y traedme todas las láminas de plástico que podáis encontrar.
—Desmontad el invernadero número cuatro —dijo Cam, señalando hacia el hombre que antes había desenfundado la pistola—. ¡Vamos!
Quizá aún podrían salvar a la mayoría de sus amigos.
Ruth se llevó a Allison primero, pasando junto a Linda y Doug. Antes de nada, debería de haber atado a los que estaban inconscientes (le había sobrado un poco de cinta aislante después de fijar el extremo de los guantes a las mangas del traje), pero se había sentido atraída hacia su vieja enemiga. Se repitió a sí misma que era porque Allison estaba embarazada, pero la chica había muerto. Sus ojos carmesí parecían haberse hinchado bajo la presión de alguna hemorragia intracraneal.
«Sea lo que sea lo que hacen estos nanos, parece que el proceso no siempre funciona», pensó, aprovechando la única lección que pudo extraer de la muerte de Allison.
En algún punto bajo tanta tristeza, Ruth también se sintió reconfortada. Era un sentimiento extraño, como si se hubiera deshecho de una carga que habría preferido mantener, pero no podía imaginarse la vida de una joven tan brillante como aquélla con la mandíbula destrozada, especialmente si había perdido la cabeza.
A Ruth le habría gustado tener entre los brazos al bebé de Cam mucho más de lo que pensaba, por eso posó la mano sobre el vientre de Allison. Pero no. No. «Debes quedarte con tu madre», pensó. Comenzó a llorar en la intimidad del casco. No tenían la tecnología necesaria para llevar a cabo un parto prematuro. Incluso antes de la plaga, salvar a un feto al poco de entrar en el segundo trimestre habría resultado muy difícil. Y en ese momento resultaba imposible; así que también habían perdido al bebé.
«No puedo dejar que Cam la vea en este estado», pensó mientras cubría con el guante el rostro hinchado de Allison. Giró la cabeza de la chica y le ocultó parte de la cara con la capucha. Sentía las lágrimas cálidas y gruesas; trató de limpiárselas, pero resultó inútil. De haber introducido las manos en el interior del casco se habría infectado. Lo único que consiguió fue manchar la parte exterior del visor con sangre y arena.
Su voz llegó hasta el grupo de supervivientes ocultos tras la maraña de luces.
—Allison está muerta. También Tony y la intrusa. Michael sigue vivo.
—Será mejor que te des prisa —gritó Greg—. Linda está empezando a mover los brazos.
Ruth comenzó a caminar hacia las luces. Greg, Cam y otro hombre más la iluminaban con las linternas. En el interior del asentamiento podían verse más destellos. Se arrodilló junto a Linda Greene, que parecía haber extendido los brazos como si estuviera soñando. Ruth la agarró por las muñecas y las ató con cinta aislante, como si la mujer fuera una delincuente.
«¿Qué te está pasando?», se preguntó.