Capítulo 18

 

Después de haber sido evaluado por un médico, quien solo le diagnosticó heridas menores, David salió del centro de salud acompañado por su amigo Gonzalo. Él comprendía que había tenido suerte de que el castigador hubiera sido el cuarentón y no el gorila, de haber sido al revés, quizás en ese momento estuvieran trasladándolo en helicóptero hacia Caracas, para ser atendido en un hospital.

El humor lo tenía perdido. Minutos antes Jimena le había comunicado que Tomás Reyes no se hallaba en las cercanías del pueblo, por tanto, la conversación con él no se llevaría a cabo hasta que regresara de su viaje. Por otro lado, en uno de los terrenos que trabajaba se habían presentado ciertos inconvenientes que requerían de su presencia. Estaba tan agotado física y mentalmente que actuaba casi por inercia.

Al salir a la calle, una brisa fría lo recibió. La lluvia se había detenido, pero aún podían divisarse nubes grises en el cielo y se escuchaban lejanos truenos que auguraban una pronta tormenta.

—Hablaré con mi padre para comunicarle la novedad, así podrá gestionar la compra de materiales y resolver… —David interrumpió a su amigo. Se detuvo frente a él y posó una mano sobre su teléfono móvil para impedir que realizara la llamada, al tiempo que lo fulminaba con una mirada severa.

—¿Crees que el problema en el trabajo es ahora lo más importante? —Gonzalo lo observó con inquietud—. No sabemos si la intención de esos hombres era asesinarme para luego lastimar a Jimena, ni estamos seguros si harán hasta lo imposible por esquivar la vigilancia de la policía para volver. Lo que necesito, es que te ocupes ya mismo de ese asunto —dictaminó con irritación, antes de darle la espalda y continuar su camino hacia su vehículo.

Gonzalo por un instante quedó inmóvil, sin palabras, pero enseguida corrió tras su amigo.

—David, te juro que me encargaré de eso. Intentaré…

—¿Qué intentarás? —volvió a interrumpirlo. Se paró de forma repentina y se giró hacia él—. ¿Hablaras con el marido de la mujer con la que te has acostado? ¿Acaso sabes quién mandó a darte una golpiza?

Gonzalo se mostraba tan desconcertado que David bufó con furor.

—¿Con quién demonios te enredaste? —le preguntó. Gonzalo se lo pensó un momento.

—¿Antes de tu llegada o después?

David apretó los puños y la mandíbula con ira para luego continuar hacia su auto, era imposible que su amigo percibiera la seriedad del asunto. Gonzalo se apresuró a alcanzarlo y se interpuso en su camino, para obligarlo a detenerse.

—Escucha, me ocuparé de eso, por favor créeme.

—¿Cuándo? ¿Ahora, o después de que me hagan picadillo? Recuerda que esos sujetos por alguna extraña razón me confundieron contigo, y si regresan a quien buscarán será a mí. —David se acercó a él con amenaza y colocó cerca de su rostro un dedo acusador—. No me importa lo que me hagan, pero llegan a hacerle daño a Jimena y te juro que seré yo quien cumpla con su trabajo.

Gonzalo se mantuvo firme mientras David lo desafiaba, luego se llenó los pulmones de aire para intervenir.

—Ya mismo me pondré a investigar quien ha sido.

—Maldita sea, ¡eres un idiota! —se quejó David y se alejó de su amigo para dirigir su atención hacia las montañas e intentar calmar su rabia—. Cientos de veces te he advertido que cuides con quién te enredas. ¿Te gustan las mujeres? ¡Perfecto! Pero comprende que hay algunas que es mejor mantenerlas lejos.

—Lo sé, lo sé, es solo… ¡A veces es difícil!

—¡¿Difícil?! ¡Imbécil! No sé cómo aún sigues con vida, no es la primera vez que ocurre, no respetas nada, ni a nadie. Te importa muy poco si la mujer que te llevas a la cama es la esposa de un asesino en serie, o la mujer del que dices, es tú mejor amigo —rugió con arrebato. Gonzalo arqueó las cejas, contrariado.

—¿Son ideas mías o acabas de sacar a colación a Amanda Dietrich?

David suspiró con agobio.

—¿Crees que no he sabido sobre la relación que tú y ella mantienen desde hace muchos años?

Gonzalo lo observó pasmado.

—¿Por qué no has dicho nada?

—¡Porque nunca me importó! —espetó David y pasó junto a su amigo para terminar de llegar al auto, pero Gonzalo lo retuvo por un brazo.

—¿Ella solo fue una aventura para ti?

—Fui yo la aventura para ella. Alguien que podía concederle más estatus social y la aceptación de su familia, pero a quien jamás quiso respetar como a su único amor.

—¿Qué dices? ¡Ella te ama!

—¿Lo hace? Entonces, ¿por qué estuvo con otros mientras manteníamos una supuesta relación? Tengo entendido que cuando estuve en Londres tú no fuiste el único, ni tampoco antes. Lo sabes.

Gonzalo lo observó con incredulidad por un instante, sorprendido por toda la información que David manejaba.

—No puedes culparla, es una mujer hermosa que merece ser amada. Le gusta que la mimen y tú vivías con la cabeza en otro mundo.

—Ella tampoco puede culparme a mí, tenía mis propios problemas y eso a Amanda jamás le importó. Cumplí al pie de la letra con el papel que me concedió en su vida, así que no tiene nada que exigirme. —David intentó continuar con su camino, pero su amigo volvió a detenerlo. Esa actitud comenzaba a impacientarlo.

—Es decir, que te da igual si sigo con ella o no.

David bufó y sonrió con poco ánimo.

—¿Qué demonios haces? Amanda y Sabrina son muy cercanas.

—¿Y? Ninguna de las dos se ha quejado hasta ahora.

—¿Sabrina lo sabe? —indagó impactado.

—No sé, pero no es una tonta —agregó y alzó los hombros con indiferencia. David negó con la cabeza.

—Es divertido estar con mujeres, no te lo niego, pero cuando el asunto amenaza con hacerte un daño irreparable creo que es necesario detenerse. ¿No crees?

—¿Qué daño puede hacerme alguna de ellas? —pronunció el hombre con arrogancia.

—Abandonarte —concluyó David con severidad, antes de liberarse de su agarre y apresurarse a llegar a su vehículo.

—¡No son las únicas mujeres que hay en el planeta! —vociferó Gonzalo con rencor y le dio la espalda para dirigirse a su propio auto.

David sonrió mientras ponía en marcha el motor, sabía que había dado en el clavo. Gonzalo era incontrolable en lo que a mujeres se refería, pero había algo que odiaba más que a nada en el mundo: la soledad. Por eso siempre volvía a Sabrina y se mantenía unido a ella. Esa mujer lo amaba por sobre todas las cosas y perdonaba constantemente sus debilidades. Sin embargo, todo tenía un límite, y en algún momento Gonzalo llegaría al de Sabrina.

 

***

 

—¡Hasta son trending topic en Twitter! —se burló Marcos, el amigo de Jimena, a través del teléfono móvil. Su comentario vino acompañado de una carcajada sonora. A ella se le esfumaron los colores del rostro y bajó la cabeza hacia el suelo, completamente avergonzada—. No lo puedo creer Jimena Luna, jamás hubiera imaginado que algún día serías el centro de atención nacional.

—¡Cállate! No es gracioso —se quejó ella y tomó la palita con la que removía la tierra. La sostenía como si fuera un puñal, para luego dar golpes en el interior de una jardinera como si se tratara de alguno de los periodistas que hizo correr la noticia del intento de robo.

La historia del ataque al reconocido ingeniero David León, ahijado del empresario Leonel Acosta, se convirtió en segundos en un asunto de provecho para la prensa nacional. La Colonia Tovar se llenó de reporteros que ansiaban conocer los detalles del hecho. A su puerta tocaron en infinidad de ocasiones, en busca de una entrevista. Malena se autoproclamó la encargada de echarlos a todos, le fascinaba ese trabajo, mientras ella se ocultaba en el jardín trasero, e intentaba plantar semillas de perejil. Necesitaba concentrarse en una actividad que le impidiera enloquecer.

—¡Oh, vamos! El hecho de que tú, una de las mujeres más antisociales del planeta, sea anunciada en el noticiero del medio día y se convierta en tendencia en las redes sociales, da mucha risa.

—Lo hará en ti, en mí no produce el mismo efecto.

—¿Pero qué estás haciendo en ese pueblo? Creía que solo ibas a buscar unos documentos para entregárselos a tu padre y no a tener un romance oculto con un ingeniero ricachón. Te estás pareciendo mucho a tu hermana.

—¡No…! —Jimena cerró la boca al darse cuenta de la realidad. Estuvo a punto de rebatir las palabras de su amigo, pero debía reconocer que lo que él afirmaba era cierto. Se comportaba como una inconsciente, manteniendo aventuras clandestinas que además de emociones fuertes, le traían problemas.

Soltó con frustración la palita en el suelo y se sentó en la tierra con las rodillas en alto, para rodearlas con uno de sus brazos. No quería pensar en David como una simple aventura, él era más que eso.

—Marcos, la situación se me fue de las manos, ya no sé qué hacer.

Del otro lado de la línea se escuchó un profundo suspiro. El hombre estaba al tanto de los conflictos que enfrentaba su amiga, hablaban casi a diario por teléfono e intentaba asesorarla lo mejor que podía. Sin embargo, incluso para él, los hechos superaban cualquier expectativa.

—Conoces mi postura, si yo fuera tú ya habría mandado a la mierda a tu padre y a Tomás Reyes. No me parece justo que te sacrifiques por ninguno de ellos, creo que eso no es lo que tu madre hubiera querido.

—¿Mi madre? —preguntó ella con los ojos anegados en lágrimas, y con un profundo pesar en su corazón.

—Estás haciendo todo esto por ella, porque consideras que cumplir su sueño de vivir en esa propiedad y hacerla productiva te permitirá estar más cerca de su recuerdo. Sé que te hizo mucha falta y aún la anhelas, pero eso no te la regresará, Jimena. —Las palabras de su amigo calaron hondo en la chica. Una lágrima escapó de sus ojos mientras mantenía la mirada fija en las hermosas rosas amarillas de un rosal cercano—. Me atrevo a afirmar que Adelaida lo que quería era que contaras con un sitio seguro, donde pudieras llegar cuando tu padre te echara a la calle. Ella mejor que nadie conocía a Rodrigo Luna, pero si Tomás la amaba tanto como me has contado, creo que no será necesario que obtengas la titularidad de la casa para hacer cumplir el sueño de la mujer. Él nunca te cerrará las puertas de ese lugar.

Ella suspiró, asimilaba las conclusiones a las que había llegado su amigo. Podía jurar que Tomás sí amó con intensidad a su madre, pero no se aventuraba a discernir cómo serían sus acciones. La tribulación que marcaba el alma de ese hombre lo hacía inestable.

—¿Le entregaste al rector de la universidad a mi carta? —preguntó para cambiar el tema. No tenía ánimos para seguir hurgando en aquella situación. Además, el tema de su nuevo empleo también era de importancia. Para garantizar que aún contara con el trabajo de suplencia, Jimena había redactado un oficio donde explicaba al director del recinto las complicadas circunstancias que atravesaba. Esperaba que le concedieran más tiempo para presentarse. Su amigo fue el encargado de hacérsela llegar.

—Está interesado en tu colaboración, esperará, pero recuerda que dentro de poco comenzarán las clases y él tiene que contar con un plan B.

Jimena suspiró. Le dolería perder esa oportunidad, era un trabajo cómodo y tranquilo, que podría servirle de distracción en ese momento de su vida, cuando todo le parecía inconsistente y con urgencia debía ocuparse en organizarse.

Marcos había sido quien la ayudó a obtener esa suplencia, eran amigos desde que iniciaron los estudios universitarios. Él la acompañó durante muchos de los sinsabores que ella tuvo que atravesar con su familia y Jimena estuvo a su lado cuando las tragedias agobiaron al hombre: desde la muerte de su padre, pasando por la condena de su hermano mayor (declarado culpable por robo e intimidación a uno de sus vecinos), hasta la dura enfermedad de su madre, atacada desde hacía muchos años por la Leucemia. Las penas y las angustias compartidas los había unido más que cualquier otro lazo, aunque nunca llegó a existir entre ellos otro sentimiento diferente a la hermandad.

—Además, si los problemas en la Colonia Tovar se alargan, eres consciente de que no solo cuentas con ese ofrecimiento —le aseguró Marcos—. El ingeniero Calderón aún se muestra interesado en que trabajes para su empresa en la capital, hace unos días me lo encontré y no hacía otra cosa que preguntar por ti. Incluso, tienes la posibilidad de irte del país. Conversé días atrás con Santiago D’Acosta por el Facebook, el abogado mercantilista que te presenté el día del acto de graduación, y aún mantiene en pie la propuesta de trabajo para ambos en Florida. Sabes que yo no puedo ir por la delicada salud de mi madre, prefiero estar cerca por si se presenta una emergencia, pero tú no deberías perder esa oportunidad. En tu condición, es mucho mejor esa oferta que el trabajo en la universidad.

Jimena sabía que su amigo tenía razón. Irse lejos sería la solución perfecta, contaba con algo de dinero y no temía aventurarse sola en otro país. El problema residía en que no se sentía segura de querer marcharse. No mientras estuviera en esas tierras David León.

—Voy a dejarte para seguir con un trabajo que tengo aquí —esbozó, ansiosa por pasar un tiempo a solas con sus pensamientos.

—¿Cuál, patear el trasero de tu padre y el de Tomás Reyes?

Ella bufó con cansancio.

—No, sembrar perejil.

La carcajada sonora del hombre la contagió, no pudo evitarlo. Se despidió de su amigo y cortó la llamada, luego se arrodilló en el suelo para continuar removiendo la tierra de la jardinera con la palita, y plantar luego las semillas. Le había prometido a Malena ayudarla ese día con las faenas, era lo menos que podía hacer en agradecimiento. La mujer debía compartir su trabajo en la casa con el cuidado de Emmanuel, que descansaba en una de las habitaciones para invitados mientras se recuperaba de la herida, y echando a la calle a los reporteros que tocaban a su puerta en busca de una declaración sobre el intento de robo.

—Mi niña, tienes una visita —informó Malena parada bajo el marco de la puerta que dirigía a la cocina.

—¿Un reportero? —preguntó ella con nerviosismo.

—No, soy yo —intervino de forma repentina Dayana y pasó con arrogancia junto a Malena, que no pudo hacer otra cosa que mirarla con enfado. Le había indicado que esperara en la sala mientras la anunciaba, pero por lo visto, la joven estaba acostumbrada a no seguir indicaciones de nadie.

—¿Dayana? —Jimena no podía disimular su desconcierto. Su hermana entró al patio con el mentón en alto y se sentó en el borde de un gran matero, que albergaba helechos y diversos tipos de prímula.

—Primera vez en la vida que acaparas más atención que yo en la prensa, ¿cómo se siente? —consultó la mujer con sarcasmo y cierto rastro de envidia. Cruzó una pierna sobre la otra, y apoyó los brazos en su muslo, en una pose coqueta y elegante.

Jimena lanzó una mirada hacia Malena. Observó a la mujer negar con la cabeza con desaprobación antes de sumergirse en la cocina.

—Horrible —fue su única respuesta. Dayana resopló con ironía.

—Eres peor de lo que imaginé —dijo con burla. Jimena la observó con las cejas arqueadas—. Sigo intrigada, ¿qué hiciste para despertar el interés de un hombre como David León? ¡No eres nadie! —espetó y la repasó de pies a cabeza con incredulidad. Su atención se centró en el sucio delantal que Jimena llevaba puesto, así como en el pañuelo de lunares rojos que le cubría los cabellos.

—¿Viniste solo para molestarme? —inquirió ella con desagrado. Dayana suspiró.

—No, a pedirte un favor —confesó sin mirarla a los ojos, distraía con la revisión de su manicura.

—¿Un favor?

Dayana afincó una mirada dura en ella, antes de responderle.

—En realidad, son dos.

Jimena por un instante quedó sin palabras.

—Vaya, ¿tan mal estás que vienes a mí pidiendo favores? —agregó y retomó su trabajo en la jardinera.

—De alguna manera tienes que pagarme por todo lo que he hecho por ti —refutó la mujer y se puso de pie para acercarse a los rosales. Jimena la observó con atención, pero prefirió cerrar la boca y no continuar aquella tonta discusión. Debatir con Dayana era una completa pérdida de tiempo.

—¿Qué quieres? —preguntó, sin dejar de remover la tierra con la palita.

—Que hables con papá.

Jimena bufó.

—¿Para qué? Nunca atiende mis llamadas y cuando lo busco, me recibe con fastidio.

Dayana se detuvo junto a Jimena y se quedó en silencio. Ella tuvo que dejar su tarea y levantar el rostro para mirar a su hermana. Divisó una expresión contrita que luchaba por hacerse notar a través de su rostro arrogante.

—Lucía está embarazada. De él. —La confesión inmovilizó a Jimena. Por un momento le costó recordar a la amiga de su hermana, quien el día anterior había estado con Dayana en el hotel Selva Negra—. Vino hasta la Colonia para decírselo.

—¿Y lo hizo? —Dayana negó con la cabeza, ésta vez, sus facciones fueron dominadas por el pesar—. ¿Y qué esperan? ¿Qué yo se lo diga?

—Yo no puedo hacerlo.

—¿Por qué?

—¡Lucía es mi amiga!

—¡Exacto, tú eres la indicada! —alegó Jimena antes de continuar con movimientos bruscos su trabajo.

—No puedes hacerme esto, Jimena. Papá me va a odiar y Tamara me echará la culpa.

En medio de un gruñido de frustración, Jimena lanzó dentro de la jardinera la palita y se levantó del suelo sacudiendo sus manos para eliminar la tierra que tenía pegada en ellas.

—Uno, papá es el único responsable de esto, no tiene derecho a odiar a nadie, somos nosotras las que podemos odiarlo a él por irresponsable —sentenció y enumeró con una mano mientras afincaba una mirada severa en la chica, que pugnaba por no dejar escapar el llanto—. Dos, Tamara no puede echarte a ti la culpa de ese engaño, los problemas de pareja solo incluyen a los dos implicados. Y tercero, este no es nuestro asunto, sino de Lucía y mi padre. Nosotras no tenemos que intervenir. Ellos son quienes deben conversar y llegar a un acuerdo que beneficie al niño.

Dayana se mantuvo muda por un instante. Los ojos le brillaban por las lágrimas reprimidas.

—Los padres de Lucía quieren que aborte, está asustada, no puede encarar sola el problema.

Jimena respiró muy hondo y apoyó las manos en su cintura antes de responder.

—Es mayor de edad, ella es quien tiene potestad sobre su cuerpo y sobre la vida de ese niño.

—¡Depende económicamente de ellos, en un cien por ciento!

—¡Trabaja! ¡Es modelo!

—¡¿Crees que eso cubre todos sus gastos?! ¡Imagina cómo será cuando tenga al niño, no podrá sola!

Jimena se sintió derrotada, y desvió su atención hacia los rosales para hallar entre ellos alguna razón a su absurda existencia.

—Solo te pido que hables con papá —rogó Dayana—. Convéncelo de que se haga cargo del niño, Lucia no busca otra cosa. Ella está dispuesta a tenerlo sola y no exigirle nada más, solo ayuda económica.

La furia estaba a punto de dominar a Jimena. Se esforzó por controlarla y no permitir que aquello la superara. Esa situación comenzaba a volverse normal en la sociedad: parejas que iniciaban una relación aún sabiendo que era prohibida, pero igual se dejaban guiar por sus instintos solo por placer, para finalmente, cuando llegaran los hijos, decidir sobre la vida de ellos sin tomar en cuenta sus derechos. El niño de Lucía merecía un padre, ser reconocido y aceptado en el mundo, no vivir oculto y apartado por culpa de un error que no había cometido, y conformarse con el dinero mensual que le harían llegar.

—¿Y si no acepta? —La pregunta de Jimena ensombreció aún más el rostro de Dayana—. Estamos en este pueblo porque papá tiene un apuro económico, a mí me dejó abandonada en la calle porque ya no puede mantenerme, ¿crees que aceptará hacerse cargo de un nuevo hijo?

—Solo inténtalo —suplicó la otra con aflicción—. Si no lo hace, Lucía deberá aceptar la imposición de sus padres. ¿Quieres que ese niño muera? ¡Es nuestro hermano!

Jimena cerró los ojos un instante, para luego dirigir su atención hacia el horizonte lejano que se abría frente a ella. Los rosales alineados bajaban por la ladera y se sumergían en el valle. El viento corría con libertad en aquel lugar, proveniente de las montañas siempre verdes coronadas por estelas de blanca neblina en sus cimas.

—El otro asunto es más personal. —Jimena aún no había digerido la noticia de su nuevo hermano cuando Dayana pensaba lanzarle otra. Dirigió su mirada cansada hacia la chica, la vio cabizbaja y algo sonrojada. Eso la sorprendió, Dayana no era mujer de sentir vergüenza por nada.

—¿De qué se trata?

—Me gustaría que… hablaras con David.

—¿Con David?

—Sí, para que interceda por mí ante… Gonzalo.

—Gonzalo —repitió Jimena y alzó las cejas en un perfecto arco.

—Gonzalo Pocaterra, ¿lo conoces? El amigo de David.

Jimena asintió. Las imágenes de lo ocurrido esa mañana le vinieron a la mente.

—Claro que lo conozco.

—Yo quería… bueno… necesito, que David hable con él —expresó la chica con inseguridad, algo que impresionó aún más a Jimena. El comportamiento de su hermana no era habitual—. Verás, esta mañana tuvimos una conversación y… él terminó conmigo.

Los ojos de Jimena se abrieron en su máxima expresión.

—¿Terminó?

—Sí, él… se molestó por algo que yo dije y me reclamó…

Jimena detuvo la triste explicación de su hermana al alzar una mano con la palma dirigida hacia ella.

—¿Hablamos de Gonzalo Pocaterra, el novio de Sabrina Landaeta?

—¡No me juzgues, no tienes derecho! —exigió enseguida Dayana y levantó el mentón con arrogancia. Jimena sabía que ella tenía razón, ¿qué derecho tenía de reclamarle a su hermana el haberse enredado con un hombre comprometido? Si ella había hecho lo mismo.

—¿Qué quieres? —preguntó resignada.

—Volver con él.

—¿Para qué? Si te dejó deberías apartarte de ese hombre.

—¡Lo amo!

Jimena puso los ojos en blanco. Cada vez se sentía más agotada.

—¿Qué futuro tienes con él? Adora a su novia.

—No, ya no la quiere, está a punto de dejarla, solo… no ha encontrado el momento oportuno.  

—¿Te dijo eso? —indagó Jimena con incredulidad. Dayana se irguió.

—Eso no te importa, ya te dije que no tienes derecho a criticarme. David León está comprometido con Amanda, se casaran cuando él termine el trabajo en la Colonia Tovar.

La revelación se le clavó a Jimena en el corazón, y le desgarró el órgano. Tragó grueso para evitar mostrarse afectada.

—¿Y quieres que David te ayude a que él te acepte de nuevo?

—Solo que lo convenza de que me dé una oportunidad. No atiende mis llamadas, fui a los terrenos y no quiso recibirme. No sé qué hice, pero quiero que me perdone y vuelva conmigo. Estoy dispuesta a esperar el tiempo que sea necesario para que termine con Sabrina y haga oficial nuestra relación.

Jimena se llenó los pulmones de aire antes de responderle.

—Está bien, lo haré —prometió, más por terminar aquella irracional conversación que por verdadero compromiso. Dayana le regaló una amplia sonrisa, pero casi enseguida recobró su expresión altiva.

—Tienes una casa… bonita —agregó y señaló con indiferencia los rosales—. Habla hoy mismo con David y con mi padre, necesito resolver cuanto antes todos mis problemas, tengo otros asuntos qué atender —dijo con su habitual frialdad, se despidió de su hermana y se introdujo en la casa para marcharse, sin agregar nada más.

Jimena la siguió con mirada agotada para luego centrarse en las montañas al quedar sola. Tenía el pecho presionado por una colisión de emociones que pugnaban por hacerse visibles.

Se sentó sobre un segundo matero, que albergaba hortensias azules y rosadas, decepcionada con la actual sociedad. La falta de amor se hacía evidente en cada uno de los niveles de la vida. No solo había desaparecido el amor al prójimo, sino también, el amor propio; nadie parecía sentir respeto por sí mismo.

A su alrededor tenía decenas de pruebas de que el amor era un fenómeno extraño y poco conocido. Las personas se empeñaban en buscar a toda costa alcanzar sus intereses, sin importarles a quién se llevaran por delante. Las uniones y desuniones dependían de las necesidades del momento, y los hijos solo eran herramientas para atar o desatar, así como la dignidad personal.

Las familias se iniciaban por conveniencia y no por amor, y cuando ésta cambiaba, entonces se disolvían, sin remordimientos ni dudas. Lo que imperaba era el interés personal, no importaba si eso fuera un capricho, o una necesidad desesperada por quitarse de encima un problema.

Lo peor es que ella estaba cayendo en ese tornado de egoísmo. Inició una relación con David, a pesar de que él era un hombre comprometido, solo para conservar la paz que sentía al estar con él y satisfacer la potente atracción que experimentaba por el hombre. Simpatía que pronto se transformó en algo más intenso, un sentimiento que la empujaba a pasar por encima de quien sea, solo por él.

Se enamoraba, sin importarle las consecuencias.

Pero además, estaba su firme decisión por recuperar las tierras que le dejó su madre, idea que la empujó a aceptar cualquier propuesta. ¿Qué más daba si eso la obligaba a sacrificar el amor que sentía por otro hombre?

Negó con la cabeza y bajó la mirada a la tierra. ¿Qué futuro alcanzaría si llevaba hasta el final aquella locura? ¿Repetiría los mismos errores de esa sociedad hipócrita que tanto odiaba?

David tenía razón. Si algún día llegaban a tener hijos, los estaría condenando a repetirse en ellos la amarga historia de sus vidas, llenas de separaciones y mentiras, anhelos nunca cumplidos y falta de cariño. No quería que eso sucediera de nuevo. Con ella debía morir esa maldición.

Un sobresalto la sacó de forma brusca de sus cavilaciones. La llegada repentina de Tomás Reyes, que golpeaba puertas y daba sonoras zancadas, la forzó a levantarse de su banco improvisado para encararlo.

El hombre se detuvo frente a ella, parecía un toro enfurecido por su postura amenazante de puños cerrados, rostro enrojecido de facciones tensas y mirada dura.

Era evidente que ya se había enterado de todo lo ocurrido esa mañana. Por tanto, a ella no le quedaba otra opción que soportar con la mayor dignidad posible, su descarga.