Capítulo 15

 

Al llegar el medio día, David y Jimena regresaron al pueblo. Se sentían tan livianos y felices que nada les importaba. Él la llevó a comer al restaurante de un hotel de ambiente romántico, rodeado de pequeños campos poblados de bromelias, helechos arbóleos y grandes pinos; con hermosas vistas hacia los valles y las montañas.

Después de disfrutar de la comida, salieron a los jardines traseros para caminar un poco. Frente a las cabañas del hotel se hallaba un lago artificial, ataviado con un puente arqueado fabricado en madera y con soportes de hierro.

—Si tuviera el poder de detener el tiempo, este momento sería el ideal para mantenernos por siglos —confesó David, al tiempo que escuchaba los alegres trinos de la infinidad de aves que habitaban aquella región. Los aromas de la madera y la tierra húmeda le inundaban los pulmones, mientras los rayos del sol le calentaban la piel, suavizados por la frescura de la brisa de montaña.

Jimena sonrió con poco ánimo y se abrazó a su cuerpo antes de dirigir su mirada hacia las aguas verduzcas del lago. Él notó su cambio de estado y se acercó a ella para abrazarla por la cintura, sin dejar de admirar las tranquilas aguas en las que se reflejaba un cielo azul cubierto por esponjosas nubes blancas.

—¿Qué pasa?

—Nada, es solo… —Ella suspiró antes de continuar, saturada por su realidad—. Me hubiera gustado que de verdad contaras con ese poder.  

David la giró para obligarla a enfrentarlo, y le alzó el rostro posando un dedo en su barbilla. Se miró en las oscuras y húmedas pupilas de la chica.

—¿Qué te ocurre? ¿Tienes problemas con tu padre?

Jimena negó con la cabeza y desvió su cara hacia el lago. Divisó los reflejos plateados de los peces que residían en las aguas.

—Voy a casarme. —La noticia dejó paralizado a David—. Me casaré con Tomás Reyes.

Él le tomó el rostro con una mano y lo dirigió de nuevo hacia el suyo.

—¿Tomás Reyes? ¿El administrador de tu propiedad? —La chica asintió, con la ansiedad reflejada en su mirada—. ¿Me estás hablando enserio? —inquirió desconcertado y retrocedió un paso.

—Yo... no pude… —Ella trató de explicarse, pero la pena y los nervios se lo impedían.

—Jimena, ¿es un juego? ¿Te estás burlando de mí? —David no podía salir de su asombro, pero más que sorpresa, lo que sus facciones comenzaban a reflejar era rabia.

—¡No! Es… es…

Jimena se giró hacia el lago, asfixiada por la desesperación. Apoyó ambas manos en la baranda del puente y fijó su mirada afligida en el agua.

—Mi madre murió cuando tenía quince años, dejó ese terreno a mi nombre con la condición de que Tomás lo administrara hasta que cumpliera la mayoría de edad, pero no supe de eso hasta hace poco. Mi padre ha entrado en una crisis económica y quiere que le ceda las tierras antes de que me marche de casa para rehacer mi vida. Por eso estoy en este pueblo.

David se llenó los pulmones de aire y observó las altas copas de los pinos que los rodeaban y se mecían con la brisa. Para él, aquello era peor que una terrible pesadilla.

—Tomás me dijo que al no reclamar la propiedad en el plazo fijado, él podía solicitar la titularidad de los terrenos. No lo ha hecho por respecto a mi madre, pero no está dispuesto a darme las tierras para que yo se las entregue a mi padre y terminen destruidas. Quiere que me case con él, así obtengo la titularidad y él se asegura de que no haga algo indebido con ellas.

Jimena hizo un puño con una de sus manos y golpeó con suavidad la baranda. Se mordió los labios con frustración. Sintió cómo se le contraía el corazón al pensar en sus problemas.

Se volvió hacia David. Lo halló inmóvil, con el cuerpo rígido y el ceño fruncido.

—Mi madre trabajó esas tierras hasta el día de su muerte para hacerlas productivas solo por mí, no quiero perderlas por el capricho de nadie —aseguró con firmeza—. Pero Tomás fácilmente puede quitármelas, a menos… que me case con él.

—¿Él te lo propuso? —Ella asintió, con los ojos llenos de lágrimas—. ¿Por qué? Si puede quedarse tan fácilmente con la propiedad, ¿por qué te pide eso?

—Aún ama a mi madre y no quiere dejar de cumplir con la promesa que le hizo en su lecho de muerte, pero tampoco quiere perderlas. Desea de alguna manera seguir manteniendo el control. Aunque en realidad… son suyas por derecho. —David la observó aún más contrariado, ella sonrió con amargura—. Es una historia muy larga.

—Tendrás que contármela.

—David… ahora no tengo ganas —expresó la joven a punto de dejarse dominar por la frustración.

—¿No tienes ganas de explicarme la situación? —Él se mostró más enfurecido. Se acercó un paso a ella y la obligó a levantar el rostro—. Pero sí de vivir una aventura conmigo —concluyó con reproche.

Jimena se sintió confusa al escuchar esas palabras.

—¿Qué dices?

—Vas a casarte con otro hombre, pero igual te acuestas conmigo. —Ella retrocedió un paso afectada por su acusación—. Maldita sea, sé que nuestra relación es casi un imposible, que conmigo los conflictos con tu familia se triplicarían, pero estaba dispuesto a intentarlo, quería hacerlo —le recriminó y apretó los puños para controlar su ira—. Ahora resulta que tengo que olvidarme de ti, de lo que compartimos hoy y todos estos días, y matar lo que en mi corazón comienza a crecer.

—David… —Jimena intentó acercarse a él, pero el hombre retrocedió y le dedicó una mirada cargada de advertencias—. No siento nada por Tomás, ni él por mí —aclaró sin lograr que él cediera y le permitiera aproximarse—. Es una especie de convenio…

—¿Convenio? —la interrumpió David. Su semblante endurecido le mostraba lo decepcionado que se sentía—. Lo siento Jimena, pero será mejor que dejemos nuestra relación hasta aquí y no nos veamos más.

—¡No! —exigió ella casi al borde de la desesperación. Por primera vez en mucho tiempo había hallado la paz, sabía dónde se sentía bien y con quien deseaba compartir su confusa vida. Separarse de él sería una pérdida que le abriría de nuevo las heridas y profundizaría su soledad.

—No puedo seguir así —agregó David con desolación—. No pienso repetir la historia de mis padres. —Jimena sintió que las fuerzas la doblegaban. Si mantenía la relación con él estando casada con Tomás, no solo la historia de Leonel Acosta y Alicia Salazar se repetiría, sino también la de su madre y Tomás Reyes—. Si esta locura nos lleva a tener hijos algún día, condenaría a otro a revivir mi historia y eso no lo voy a permitir. Esta maldición muere conmigo —expresó con rencor.

Jimena retrocedió otro paso, bajó la mirada y se abrazó a su cuerpo. Se sentía derrotada.

David cerró los ojos por un instante mientras respiraba hondo, para luego dirigir su mirada cansada hacia cielo en espera de un milagro. Finalmente posó su atención en ella, conmovido por la imagen vulnerable y triste que la mujer reflejaba.

—Estoy dispuesto a todo por ti, Jimena, pero esto no. No participaré en un doble juego, no te voy a compartir —declaró con severidad—. Te quiero solo para mí, sin más atadura que las complicaciones que arrastramos desde nuestro nacimiento. Con ellos puedo lidiar durante una eternidad si así fuera necesario, pero con una doble relación no.

—Lo siento —susurró la chica con la voz quebrada, aún no había hallado una solución a su problema y ahora, con la reacción de David, el mundo se le venía abajo y no sabía cómo evitarlo.

David sintió que el alma se le fragmentaba en pedazos. Se encaminó apresurado hacia la salida del hotel, pero se detuvo por un instante, con la mirada clavada en las escalinatas que lo sacarían de aquel lugar.

Quiso girarse y decirle algo, rogarle que al menos se lo pensara, o asegurarle que hallarían juntos otra solución. Sin embargo, el profundo vacío que se acentuó en su pecho le congeló las palabras y le nubló el pensamiento. Continuó su huída sin mirar atrás. Subió de dos en dos los peldaños y se alejó lo más rápido que pudo.

Las pérdidas se le aglomeraban una a una y formaban una alta y pesada pirámide encima de su corazón. En el pasado perdió sus derechos y su libertad de elegir, el amor de los suyos y sus propios sueños y metas; pronto perdería a su verdadero padre y ahora, se alejaba de la única mujer que le había interesado, quien logró removerle las emociones e hizo brotar sus sentimientos, hasta el punto de querer enfrentarse hasta al mismísimo infierno solo por estar con ella.

De nuevo quedaba con las manos vacías. Jimena le había jugado sucio, como lo hizo Mariano cuatro años atrás. Lo abandonaba para dejarlo en medio de la nada, solo y con una pesada carga sobre sus hombros.

 

***

 

Esa noche, Leonel Acosta se sentía realmente cansado. Se había pasado el día de médico en médico. Evaluaba la neumonía que parecía no querer dejarlo, y se realizaba decenas de pruebas físicas y estudios radiológicos. Al día siguiente tenía citas para hacerse tomografías y consultas con otros especialistas, así obtendría diversos puntos de vista sobre su enfermedad.

A pesar de haberse negado de plano a perder el tiempo con todo eso, la conversación con David había sido crucial. Solo por él hacía ese esfuerzo, no necesitaba reconocerlo en público, sus allegados lo comprendían y agradecían al cielo la oportuna actuación del joven.

Nadie de su círculo social o familiar era capaz de lograr en él lo que David alcanzaba, ni siquiera su esposa, Federica Castillo, una mujer con quién se unió solo para mantener las apariencias y evitarle a su amada Alicia, habladurías que comprometieran su reputación. Nunca tuvo hijos con ella, a pesar de que la mujer por años hizo hasta lo imposible por quedar embarazada. No sabía si aquello había sido un castigo de Dios por sus faltas, o quizás, una bendición. El milagro de un hijo en medio de un matrimonio sin sentido le hubiera generado muchos más arrepentimientos de los que ahora tenía.

Se hallaba sentado en la butaca de su despacho. Disfrutaba de la soledad y de un merecido vaso de whisky seco. No debía consumirlo, pero necesitaba de energías extras para soportar la humillación y el desgaste que le producía su maldita enfermedad.

Tocaron a la puerta justo en el momento en que controlaba uno de sus ataques de tos. Escondió la bebida antes de permitir el paso al visitante.

—Disculpe —mencionó uno de los miembros de su seguridad privada—. Hay un hombre que viene a verlo, dice que es por un asunto personal, y tiene que ver con su ahijado David León.

Leonel arqueó las cejas y no pudo evitar que su corazón palpitara con mayor fuerza, motivado por la preocupación.

—Déjelo pasar.

Se incorporó en la butaca y se acomodó la camisa mientras el visitante llegaba. Al abrirse la puerta, con esfuerzo se puso de pie para recibirlo.

—Buenas noches. —El saludo lo inmovilizó. La tensión creció en la habitación mientras el guardia los dejaba solos.

—¿Qué hace usted aquí?

Rodrigo Luna repasó de pies a cabeza a Leonel, con una mirada soberbia y dura.

—Entonces, los rumores son ciertos —alegó con seriedad.

—Pregunté: ¿qué hace usted aquí? —repitió Leonel con irritación. Rodrigo se acercó sin apartar la vista de él y se sentó en una de las sillas ubicadas frente al escritorio, sin ser invitado.

—Vengo a que lleguemos a un acuerdo —pronunció y se acomodó la chaqueta del traje con despreocupación.

—Creo que eso ya lo hicimos cuatro años atrás.

—Pero las circunstancias cambiaron y es su chico quien pisotea los convenios que establecimos con anterioridad.

Leonel no tuvo más opciones que sentarse en la butaca para escucharlo. Le dolía el pecho, quería estar solo para descansar, pero ese hombre y su eterna arrogancia parecían no tener intención de marcharse pronto.

—¿De qué está hablando?

—David León no está cumpliendo con su parte del trato: de mantenerse lejos de mí y de mi familia. Ahora ronda a una de mis hijas y la engatusa para ponerla en mi contra, solo por molestarme.

El ceño de Leonel se arrugó con severidad.

—¿Su hija?

—Estas semanas hemos estado en la Colonia Tovar, atendiendo asuntos familiares, y resulta que su chico también vive en la región, conoció a una de mis hijas y la enamora para meterle en la cabeza cosas en mi contra, e incitar conflictos entre nosotros. Esta mañana los vieron salir de un hotel, así que creo, señor Acosta, que los acuerdos pactados en el pasado se han roto.

—Eso no puede ser cierto —dictaminó Leonel con una mezcla de desconcierto y enfado en la voz.

—Ya le dije, tengo testigos que pueden dar fe de ello, además de fotos y grabaciones —argullo Rodrigo con una sonrisa macabra en el rostro—. Le advertí que alejara a su muchacho de mi familia o hago que reactiven la investigación por la muerte de mi ahijado.

—¡Ese asuntó está saldado! —rugió Leonel, se puso de pie y golpeó el escritorio con un puño. Un ataque de tos le desapareció la postura desafiante, para obligarlo a arquearse mientras lo agobiaban los espasmos. Rodrigo lo miraba impasible desde su puesto.

Al calmarse, Leonel regresó a su asiento. Se esforzaba por demostrar soberbia, y mantener la poca dignidad que la enfermedad le dejaba.

—El convenio se rompió y no fue por mi culpa —expresó Rodrigo con falsa inocencia.

—¿Qué quiere? —indagó Leonel con la voz más gruesa y enfadada. Se acariciaba el pecho.

—Que David León deje en paz a mi hija, y por consiguiente, a mí.

—No sé qué ocurre entre David y su hija, pero estoy seguro de que no lo hace para molestarlo a usted.

—Su muchacho no es un santo, se le nota en la mirada el rencor que me tiene, y todo porque hice valer la justicia.

—¡Se ensañó con él y lo acusó de un crimen que no cometió!

—¡Asesinó a mi ahijado!

—¡Mariano Lozada se quitó la vida por su culpa, no porque David lo haya empujado al suicidio!

—¡¿Mi culpa?! —acusó Rodrigo con irritación y alzó aún más la voz. Se levantó para encarar a Leonel, pero la puerta del despacho se abrió y el guardia que le había dado entrada se asomó con discreción.

—¿Todo bien, señor Acosta?

—Todo bien, Meléndez —masculló Leonel sin apartar su mirada de Rodrigo—. Por favor, déjenos solos.

Al retirarse el guardia, Rodrigo volvió a sentarse con rigidez en la silla.

—Sabe muy bien que en cualquier momento puedo reactivar la investigación del asesinato de mi ahijado —señaló Rodrigo—. Usted tendrá mucho dinero, pero yo tengo buenos contactos. Le podría hacer pasar un mal rato a su chico y creo que usted no está en condiciones para soportar nuevos problemas legales.

Leonel se recostó con esfuerzo en la butaca, exhausto, adolorido y muy enfadado.

—¿Qué quiere para olvidar el asunto?

Rodrigo Luna sonrió con satisfacción y se relajó en la silla. Consiguió lo que había ido a buscar: una forma efectiva para salir de sus apuros económicos.

Tomás Reyes había colocado demasiados obstáculos en su camino, debía hallar otros medios para solventar sus deudas, irónicamente su propia hija, y sus acciones inconscientes, le entregó una muy buena oportunidad. Algo que él no iba a desaprovechar.

De nuevo podía desangrar a Leonel Acosta, hacerse con una buena fortuna para salir de aprietos económicos y de paso, ensañarse con David León. Con alguien debía descargar su frustración.