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LA CAZA DE LA TINTORERA
Durante la semana que dura la búsqueda de los submarinistas desaparecidos, Barbosa y sus camaradas permanecen escondidos en el laberinto de cuevas de la costa norte del Islote de Arañas. Cuando la patrulla de Vigilancia Marítima desembarca en la punta este del islote, al día siguiente de la desaparición, solamente encuentran a un grupo de alemanes risueños, algo bebidos para ser mediodía, que les cuentan que el dueño de la isla no está; que es una importante figura de los negocios de la Alemania Federal y que ahora mismo está de viaje en su país. Les invitan a hacer llamadas de comprobación. A ponerse en contacto con el cónsul. Los dos únicos alemanes que hablan español, una pareja de aspecto bohemio, les cuentan que ellos son los administradores de la isla: los que viven allí todo el año y cuidan del lugar mientras el dueño está fuera.
Los agentes de la Vigilancia Marítima navegan todo el perímetro del Islote en busca de señales de un naufragio. Se adentran en la isla acompañados de los administradores. Visitan la casa del dueño, situada en la otra punta de la isla, una casa preciosa de estilo rural balear que según los administradores solamente está ocupada durante los meses de invierno. Los agentes de Vigilancia Marítima bromean con los alemanes. Se ofrecen para cuidar ellos la casa durante el resto del año. Por fin todos regresan al embarcadero. Los agentes de Vigilancia Marítima se disculpan por las molestias. Los alemanes les aseguran que no ha sido ninguna molestia, todo lo contrario. Que en la isla también se aburre uno, por muy bonita que sea, y que al final uno agradece cualquier visita, aunque las circunstancias no sean precisamente felices. Los alemanes salen al embarcadero a despedirse de la patrullera, agitando los brazos.
La Caza de la Tintorera tiene lugar el tercer día que los hombres y mujeres de la TOD pasan en las cuevas. No está claro en qué medida los acontecimientos que tendrán lugar más adelante en el Islote de Arañas serán consecuencia directa de la Caza de la Tintorera de principios de junio, pero ciertos elementos posteriores de la historia parecen sugerir un rastro de migas de pan narrativas que traen de vuelta a la Caza de la Tintorera. Un restablecimiento parcial de los mecanismos de la causalidad.
Mientras el camarada Cuervo y R. T. se llevan el velero de los submarinistas para hundirlo frente a la costa peninsular, Piel de Oso encabeza una prospección de las cuevas. Debe de haber una veintena de cuevas con capacidad para albergar el campamento, pero las más bajas quedan descartadas por el peligro de inundación en caso de mala mar. Por fin eligen una cueva alta, con la entrada cubierta de guano de gaviotas y escondida entre dos peñas. Instalan el camping gas para cocinar y despliegan los sacos de dormir. Reparten las armas y designan dos cuevas más pequeñas en la parte superior del risco para usarlas como puestos de vigilancia.
La primera noche transcurre en un ambiente de buen humor, jugando a las cartas a la luz del hornillo. Las cuevas son frescas y en ellas se duerme mejor que en la casa. El camarada Cuervo ha prohibido la música. Ha establecido turnos de guardia. La situación en el Islote de Arañas ha quedado gravemente comprometida.
La Caza de la Tintorera no tiene lugar en la caverna dormitorio sino más abajo, en una gruta inundada con una plataforma de roca lisa en el centro, adonde los hombres y mujeres de la TOD han empezado a bajar para pescar. La mañana en que aparece la tintorera, Barbosa baja trepando por las rocas hacia la gruta inundada, con su carrete y el sedal en una mochila a la espalda. La brisa no es fuerte pero sí lo bastante como para jugarle una mala pasada si no tiene cuidado al bajar por el lado de barlovento del acantilado. Para llegar a la gruta hay que bajar hasta quedarse a unos tres metros de la superficie del mar y entonces saltar al agua evitando los escollos. Desde allí hay que nadar hasta la boca de la gruta, venciendo la resistencia de la corriente.
Esta mañana el camarada Ogro está pescando en la plataforma del centro de la gruta. Barbosa llega nadando a la plataforma y estira un brazo para que el otro lo ayude a subir. A continuación escruta el resto de la gruta. Piel de Oso, R. T. y la Dama Raposa están en la zona seca de la gruta, donde la manga de mar termina en una playa pedregosa. Con las caras pintadas. Ya hace días que todos han empezado a pintarse las caras con tizones a todas horas, medio en broma y medio para resultar menos visibles entre los árboles de la isla. Barbosa los mira para asegurarse de que no lo pueden oír. El camarada Ogro tiene un cubo de plástico grande con un pulpo de unos siete u ocho kilos de peso todavía moviéndose dentro y una bolsa de deporte con diversos aparejos de pesca al lado. Es la primera ocasión en que están los dos a solas en la isla.
—¿Cómo has llegado aquí? —le dice Barbosa, aparentando naturalidad para no llamar la atención de la gente del otro lado de la cueva.
El camarada Ogro se lo queda mirando, sin entender.
—No robaste ningún documento, ¿verdad? —dice Barbosa—. Los documentos te los dieron ellos. Así es como has conseguido llegar hasta aquí.
El camarada Ogro se agacha para trabajar en sus aparejos.
—No te entrenas con los demás —continúa Barbosa—. No eres uno más de la tropa. No has llegado aquí igual que los demás. Simplemente te están escondiendo. Y sé que no robaste los documentos de la operación, porque si lo hubieras hecho yo estaría durmiendo con los peces, ya me entiendes.
—No robé los documentos —admite el camarada Ogro al cabo de un momento.
Barbosa sonríe.
—Te acuerdas de mí, ¿verdad? —dice, cogiendo al camarada Ogro del brazo—. Tienes que acordarte. Hicimos la instrucción juntos en Colonia. Solamente hace un par de años. Barbosa, Albaiturralde y Dorcas. Yo soy Barbosa.
El camarada Ogro se lo queda mirando.
—Me acuerdo de ti —dice por fin.
—¿Qué está pasando ahí fuera? —dice Barbosa—. Estoy un poco atrapado en esta roca. Aunque imagino que ahora tú también.
—Tengo una misión, camarada —dice el camarada Ogro.
—Por supuesto. ¿Hay coordenadas operativas nuevas?
El camarada Ogro sigue trabajando en sus aparejos. De su bolsa de deporte saca algo que parece un arpón de fabricación casera.
—¿Ellos saben que estoy aquí? —pregunta Barbosa.
El camarada Ogro lo mira.
—Nadie me dijo que estuvieras aquí, no —contesta.
—¿Pero conocen este sitio? —murmura Barbosa.
El camarada Ogro niega con la cabeza. A continuación se incorpora y mira a Barbosa a los ojos.
—Estás a tiempo de salvarte, camarada —le dice.
Barbosa todavía está asimilando esta última frase cuando se oyen gritos procedentes del otro lado de la gruta. Piel de Oso y el Rey Rana están señalando algo que se desliza por el agua de la gruta.
—¡Tiburón! ¡Tiburón! —gritan entre risas.
Barbosa y el camarada Ogro miran la aleta que se desliza por la superficie. Las piezas de esta historia sufren un desplazamiento tectónico. Un chirrido de bloques de piedra reacomodándose en el interior de una pirámide. Un rastro retroactivo aparece desde el final de la historia hasta esta gruta inundada en las entrañas del islote. El camino de las baldosas amarillas. Las migas de pan de un cuento de hadas. Piel de Oso y los demás se ponen a tirarle piedras al tiburón. Riendo. En la plataforma, el camarada Ogro monta las piezas de su arpón y le engancha la soga. El mango parece ser un palo de escoba tallado para enroscarse dentro de un trozo de tubería de plomo, en cuya punta hay soldado un garfio de vela en forma de punta de flecha. Piel de Oso y los demás lo aplauden y lo silban. Impávido, el camarada Ogro levanta el arpón por encima de la cabeza y lo lanza con todas sus fuerzas. El tiburón se hunde, pero cuando el camarada Ogro tira de la soga, el arpón regresa a su mano.
—¡Oooh! —exclaman los demás, con muecas de tristeza burlona.
—¿Qué coño es eso? —grita Barbosa.
—Una tintorera —explica R. T.—. Un tiburón del Mediterráneo. Son bastante asustadizos hasta que uno los cabrea lo bastante. Entonces te recomiendo que no te caigas al agua, camarada.
El camarada Ogro se pone a dar vueltas a la plataforma con el arpón nuevamente en alto, esperando a que la aleta vuelva a surgir. En cuando la bestia reaparece del lado de la playa, la vuelve a intentar arponear. La aleta se hunde y el arpón regresa a la mano de su dueño cuando éste tira de la soga, pero esta vez suben burbujas rojas a la superficie.
—Tocado —dice el camarada Piel de Oso, con los brazos en jarras, obviamente interesado.
El tiburón parece estar nadando en círculos alrededor de la gruta. En la plataforma, el camarada Ogro se quita la ropa.
—¿Qué estás haciendo, camarada? —le pregunta R. T.—. Ni se te ocurra.
—No es ninguna broma, camarada —dice Piel de Oso—. Haz caso al camarada R. T.
El camarada Ogro coge el arpón y se tira al agua. La Dama Raposa ahoga una exclamación. El tiburón está completando otra vuelta a la gruta. El camarada Ogro echa a nadar hacia él. Soltando palabrotas, Piel de Oso y R. T. saltan al agua. Hay un momento de confusión, durante el cual la gruta es un caos de espuma y brazos y piernas que chapotean. Por fin la aleta vuelve a aparecer, en medio de los hombres. Dando un pataleo violento, el camarada Ogro se abalanza contra la estela en forma de flecha de la tintorera. La gruta se llena de espuma roja. Algo grande y oscuro se sacude salvajemente en el epicentro de las olas rojas. Por fin, casi medio minuto más tarde, la cosa deja de moverse. Barbosa divisa una cabeza humana que emerge con el pelo largo pegado a la cara.
—¡Eh! —grita, y las paredes de la gruta le devuelven su grito amplificado.
R. T. llega nadando hasta la playa y se sienta sobre las piedras, jadeando. Al cabo de un momento se echa a reír. A continuación llegan Piel de Oso y el camarada Ogro, arrastrando el cuerpo inerte del tiburón. Con el arpón todavía clavado. Los tres se dejan caer en la playa de guijarros, con el cadáver del tiburón en medio, y se echan a reír. De vez en cuando la tintorera da un coletazo débil.
—Menudo hijo de puta —dice por fin Piel de Oso.
—Vaya cabronazo —dice R. T.
Piel de Oso señala al camarada Ogro.
—Me alegro de que no te haya matado ese bicho —le dice—, porque te voy a matar yo.
La Dama Raposa se acerca para examinar la herida que el camarada Ogro tiene en el brazo.
—¿Cómo has hecho eso? —dice R. T.—. ¿Eras marino antes de venir aquí? ¿Pescador?
El camarada Ogro niega con la cabeza.
—Politólogo —dice.
Hay un segundo de incredulidad antes de que los tres se echen a reír otra vez.
—Un momento —dice Piel de Oso, levantando un momento la mano para hacer callar a todos—. ¿No oís eso?
—¿Qué? —dice la Dama Raposa.
—El silencio —dice Piel de Oso—. Cuando nuestro camarada Juan el Listo tendría que estar haciendo algún chiste. ¿Qué está pasando aquí?
Todos miran con caras burlonas a Barbosa, que a su vez está mirando al camarada Ogro. Estás a tiempo de salvarte. En ese preciso instante reverbera en la gruta un grito procedente de más arriba. Es una de las chicas, que está gritando por una chimenea de la roca que comunica la gruta con la parte alta del risco.
—¡Camarada Juan! —lo llama la chica.
—¡Estoy aquí! —contesta él.
—¡Será mejor que subas! —dice la voz procedente de arriba—. ¡La camarada Madre Nieve no se encuentra bien!
Sobre la playa de rocas, el tiburón da un último coletazo y su cuerpo entero parece relajarse.