15 - El fin de una era
Los asuntos humanos fueron cargados por los fragmentos supervisores de la Transcendencia en las memorias humanas, para que pensaran en ellos al regresar a su identidad individual.
Aun antes de que se iniciaran las Ceremonias de Clausura, miembros y elementos de la Composición Caritativa, en el sureste de Asia y Sudamérica, en colmenas y arcologías y altísimas pirámides de metal imperecedero, descendieron a la consciencia no Trascendente.
Caritativa contenía el conjunto más viejo de recuerdos vivientes de la Ecumene Dorada; él-ellos habían sufrido cada Trascendencia, desde las primeras y más experimentales. Siendo una mente colectiva, él-ellos estaban bien versados en métodos de vinculación y desvinculación frente a segmentos de consciencia más grandes. Por ende, Caritativa despertó antes de que otras neuroformas o composiciones; durante poco más de una semana, él-ellos tuvieron el planeta para sí.
En Venecia, en Patagonia, en Bangkok, huevos Caritativos se elevaron a la superficie de canales y estanques mentales, enviando señales y redes de coordinación a las colmenas. Nuevos miembros en nuevos cuerpos se elevaron de guarderías submarinas, pasaron de ser delfines a sirenas a los frágiles chiquillos de ojos huecos que la mente colectiva prefería cuando no usaba disfraz. Con perfecta sincronización, en muchos cuerpos, la mente colectiva recorrió calles desiertas y silenciosas.
La composición no desaprovechó las ventajas económicas que ofrecía su despertar prematuro; Caritativa pasó los días preparando casas y formulaciones para acoger a otras almas desoptimizadas mientras despertaban, de modo que esos millones de sufrientes tuvieran consuelo y calidez mientras realizaban el tránsito a la consciencia normal. El préstamo de dinero no estaba lejos de los pensamientos de Caritativa: la gente estaría ávida por invertir en aquellos proyectos que las visiones habían mostrado, que las extrapolaciones habían predicho.
Él-ellos se apresuraron a publicar los primeros diarios, sinopsis y actas de la Trascendencia (cuya veracidad, como el final de la Trascendencia todavía estaba en marcha, se podía cotejar con la submente registradora de Aureliano).
La Composición Caritativa recordaba una decisión (o predicción) de la Trascendencia acerca de su colega, el Par Helión. La Trascendencia había querido hacerle un regalo a ese hombre.
Para llevar a cabo la voluntad de la Trascendencia, y para ser la dadora de esta dádiva, la Composición Caritativa incluyó en la información numénica de Helión una rutina de prioridad, de modo que, la próxima vez que Helión tuviera que descargarse deprisa, las partes más recientes de su memoria se transmitieran lo primero, y su temor de perderse a sí mismo se transmitiera lo último. Así, si la transmisión se interrumpía, el Helión que llegara seria una versión que no estaría excesivamente angustiado por su memoria incompleta.
Al mismo tiempo, con la serena precisión de un ejército, miembros de la mente colectiva Caritativa comenzaron a bajar las pancartas y decorados que adornaban las calles, a desmantelar los complejos sistemas oníricos que brillaban en los canales públicos, a barrer de los jardines esas flores muertas destinadas a durar sólo durante los festivales, y a ayudar a aturdidos madrugadores a quitarse sus disfraces y sus parapersonalidades.
Un miembro de la Composición Caritativa se topó con un madrugador disfrazado de Vandonner de Júpiter, sentado a solas en una colina desierta que daba sobre la ciudad palacio de Aureliano. El hombre había arrojado su yelmo a un lado, su muerta capa de ilusiones al otro. La larga pértiga que había usado para guiar su nave de tormentas estaba partida en dos, tirada en la hierba.
El cielo era azul y diáfano, sin nubes ni manchas, y el hombre sollozaba. Este miembro de Caritativa, una niña delgada de ojos grandes, se quedó un rato sentada junto a él, rodeándole el hombro con el brazo, sin decir nada.
Kshatrimanyu Han se despertó y desoptimizó en su féretro de oro en la ciudad palacio de Aureliano. Como presidente del Parlamento, y programador asesor del Parlamento Paralelo, fue él quien presidió las muchas ceremonias melancólicas y ritos de clausura del Mes del Ayuno. No hubo más entretenimientos, desfiles ni espectáculos públicos.
Aun durante este breve periodo, recordó a sus colegas parlamentarios la decisión o predicción de la Trascendencia.
El Parlamento resucitó una antigua costumbre. En una augusta ceremonia celebrada en la cubierta de la nave de guerra de la Cuarta Era Unión, el Parlamento entregó al mariscal Atkins una medalla de la Honorable Orden de la Confederación, no sólo por sus actos durante la lucha sino por la perseverancia con que se había mantenido preparado para el combate en esos largos años en que muchos proclamaban que ya no lo necesitaban ni apreciaban.
Esto fue acompañado por un ascenso de rango (aunque no un aumento en la paga).
Durante el Mes del Olvido Demorado, muchas organizaciones alternas, cuya extraña configuración de consciencia les permitía evocar y olvidar sin gran dolor acontecimientos inexpresables de estados de consciencia más elevados, regresaron al estado mental cotidiano antes que los básicos o Invariantes.
Ao Aoen despertó en su multicelda de aquelarre e inició la reducción, usando un antiguo ritual del Antibuda llamado el Intrincado y Enmarañado Manto de la Ilusión de Maya. En mediación, una hebra por vez, volvió a urdir el manto de su mente, y devolvió su mente a la vida normal que había conocido y olvidado. Su imaginación transformó en mariposas de fuego aquellos pensamientos de la Trascendencia que eran demasiado brillantes e intensos para guardar, y los envió a revolotear en su cámara de visualizaciones.
Con su cuchillo athame, se abrió un tajo en la palma, vertió las gotas en un sobre, y ordenó a su familiar que lo llevara por el mundo real hasta el centro del aquelarre Mente Lobuna. Este aquelarre era uno de los pocos grupos Taumaturgos que habían sido leales a Atkins, y que habían contribuido regularmente a su mantenimiento. Hasta entonces habían sufrido oscuridad y desprestigio. Ya no sería así.
Siendo Taumaturgos, reconocieron el sentido de esta dádiva de sangre por lo que era: un juramento de lealtad de Ao Aoen.
Los de Mente Lobuna se pusieron a cuatro patas y aullaron hacia las ciudades de la Luna: la rama lunar de la orden gritó hacia la azul Tierra, suspendida en las ventanas de alta presión de las ciudades lunares. Celebraban el ofrecimiento de Ao Aoen.
Durante el Mes del Reencuentro Con Uno Mismo (que los señoriales Negros llamaban burlonamente Recobrar la Costumbre de Ser Tonto), Ao Aoen y los Taumaturgos de Mente Lobuna ya habían propagado por mil canales diez mil sueños, poemas, hechizos y formulaciones mentales; el tema de cada poema, obvio u oculto, era el mismo: la guerra era inminente.
Los Lacedemonio de la mansión Gris Oscuro despertaron en los ataúdes de sus casas señoriales. Encontraron los sueños Lobunos y enviaron varios de los breves y tétricos lemas o refranes por los que su casa era famosa. La intención era clara: los Gris Oscuro apoyaban públicamente el movimiento reformista de Ao Aoen para devolver a las fuerzas armadas el respeto público adecuado.
Témer Lacedemonio de los Gris Oscuro emitió un haiku fractal recursivo, del tipo que generaba sentido adicional cuando se sometía a niveles adicionales de análisis. Empero, el significado superficial del poema era claro: Atkins era alabado como salvador de la Ecumene. Los Gris Oscuro ensalzaban y aplaudían las muertes que había ocasionado como totalmente justificadas. Entretanto los Taumaturgos y los Lobunos aplaudían a los Gris Oscuro, y desacreditaban, despreciaban e insultaban a cualquiera que se atreviera a contradecirlos.
Ao Aoen anunció que los Lobunos agasajarían a Atkins con un desfile con serpentinas, como los que describían algunas de las primeras películas cinematográficas. Nueva Chicago se escogió como sitio, y las serpentinas se mezclaron con la nieve que caía.
Durante este desfile, otros (sobre todo la Composición Armónica, y los no Invariantes de la escuela de los Lotófagos) se regodearon en estentóreas y dramáticas exhibiciones de protesta, colgando pancartas de cien kilómetros de largo en órbita baja, comprando tiempo onírico debajo del desfile, con el objeto de volver la opinión pública contra Atkins, y contra la guerra en general. Estos disidentes argumentaban en los canales públicos que cualquier futuro que glorificase la profesión de las armas encallecería la sensibilidad del público y reintroduciría en el debate moral la peligrosa noción de que el fin justifica los medios.
Muchos críticos publicaron la opinión de que la acrimonia de estos debates había enturbiado los solemnes ayunos y resecuenciaciones que normalmente se celebraban durante ese mes.
En verdad, las desoptimizaciones no habían sido del todo armónicas. Ambos bandos recordaban que la Trascendencia había afirmado su posición, y no la de sus oponentes.
Nabucodonosor Sofotec permaneció en Trascendencia más tiempo que las menos complejas personalidades informáticas de Sócrates de Atenas Sexagésimo Sexto Parcial Extrapolación Histórica Dependiente Mente Mecánica, y Emphyrio de Ambroy Uno Parcial Extrapolación Ficticia Semidependiente (estado provisional).
Cuando Neo Orfeo (que tenía el hábito de abolir su cuerpo durante los períodos de Trascendencia) salió goteando de la bañera de biorreconstrucción, en el sencillo y severo palacio de piedra negra donde vivía, lo aguardaban manifestaciones de ambos Exhortadores, y Nabucodonosor no estaba presente para asesorarlos.
Sócrates estaba sentado en las sencillas escaleras negras, delante de la austera puerta del palacio de Orfeo, trazando círculos y triángulos rectos en la nieve que se había acumulado en el patio, sonriendo para sí mismo. El jugo de habichuelas de una comida (una comida real, o una repro de inusitada calidad) colgaba de la barba del filósofo.
Emphyrio usaba un traje espacial negro con una capa energética de tejido solar plateado. Estaba con los brazos cruzados y las piernas abiertas, la cabeza erguida, un destello sombrío en los ojos. Examinó las paredes severas y sin ventanas del palacio de Orfeo con la expresión de un poliocratista que pensara cómo derribar o asaltar los muros de un castillo. Ráfagas de nieve hacían ondear su capa.
Neo Orfeo, como era su costumbre cuando terminaban las Mascaradas, iba desnudo, y simplemente adaptó el cuerpo al cambio de temperatura cuando salió por la puerta.
Hablaron con rápidas pulsaciones electrónicas, mente a mente. La delicadeza de hablar en voz alta y lenta, al estilo de los antepasados, se había abandonado junto con las demás frivolidades de la Mascarada.
Neo Orfeo no encabezó sus paquetes de información con códigos de interpelación normales. Esperaba que todos aquellos con quienes hablaba supieran quién y qué era. En los protocolos del lenguaje mental electrónico, esto era arrogante, quizás hasta grosero. Pero él era, o había sido, Orfeo, el hombre que había dado la inmortalidad al hombre.
—¿Qué pasa? —dijo bruscamente—. ¿Por qué habéis venido en persona?
—La presión y el clamor de muchas personas atareadas en las líneas —respondió Sócrates sin alzar la cabeza—, todavía ocupadas con asuntos derivados de la Trascendencia, nos impide enviar nuestro fardo por mensajero. Cargados como asnos, traemos los pocos fragmentos que aún recordamos de nuestro viaje al elevado reino de las formas.
—Las remembranzas —dijo Neo Orfeo— se han realizado de modo más desordenado que nunca: la totalidad congregada estaba angustiada. Mucho se perdió. ¿Qué recordáis vosotros?
Hubo una pausa mientras los circuitos de las altas paredes negras absorbían la carga memorística de los dos Exhortadores. Sin un sofotec. Neo Orfeo no podía indexarla ni absorberla sin otros intercambios lentos, necesarios para orientarlo en el asunto. Así era como funcionaba la memoria: nada viene a la mente hasta que a uno se lo recuerdan. Así continuó el «discurso» de los tres Exhortadores.
Sócrates se volvió y lo miró, todavía sonriendo.
—Dime, ¿cómo sirve mejor un hombre a su ciudad? ¿Debería aspirar a altos puestos, y ganar el poder para recompensar a sus amigos y castigar a sus enemigos? Cada hombre, incluso aquéllos que no han reflexionado sobre ello, dirá que es el mejor modo de servir. ¿O deberíamos servir como la ciudad lo considere mejor, o él considere mejor, o de otra manera?
Neo Orfeo no tardó en comprender.
—¿La predicción es que recibiré una moción de censura? Los Exhortadores me están expulsando. —No expresó esto como una pregunta. Él también recordaba muchas extrapolaciones de la Trascendencia.
Las memorias de los circuitos murales aportaron los detalles. Recordó las predicciones de desdén público, la pérdida de su electorado, la pérdida de suscriptores, de financiación. Y con las mentes en contacto en el momento supremo, las personas que habían formado parte de la predicción también habían afirmado lo que veían, convirtiéndolo en promesa mutua.
—A todos nosotros —dijo Emphyrio con voz férrea.
Neo Orfeo permaneció impasible.
—¡Tonterías! —dijo con voz fría—. Sin nosotros, los hombres se destruirán. Todos nos transformaremos en máquinas.
—No obstante —dijo Sócrates—, vi una promesa de que la institución del Colegio quizá no se aboliera. Faetón hablará a favor del Colegio de Exhortadores. Las cosas que vio en Talaimannar, entre los muchos que no dominan sus apetitos, los que actúan sin virtud, le enseñaron cuán erróneo es tratar de escapar de la realidad. Los feos pensamientos de Nada Sofotec son conocidos por todos ahora.
¿Faetón? —dijo Neo Orfeo—. ¿Él hablará en nuestro favor?
—Nuestro no —dijo Emphyrio.
Neo Orfeo miró las paredes negras y despojadas. El conocimiento entró en él.
—Un nuevo Colegio, pues, con un nuevo mandato. Señoriales Gris Oscuro, supongo. Admiradores de Atkins. Nosotros reprobábamos la autodestrucción, la adicción y la perversión. Ellos reprobarán la deslealtad. La no conformidad. El feo futuro que Helión predijo ante el Cónclave de Pares sucederá, pero no como él lo predijo.
Neo Orfeo miró a Emphyrio.
—Bien, supongo que debo congratularte por tu emancipación.
—Es prematuro —dijo Emphyrio—. Mi causa todavía está pendiente.
—Y ninguno de nosotros ha tenido una experiencia feliz con los juicios —intervino Sócrates.
—Tenia que ocurrir. Toda la atención vertida en ti durante la Trascendencia, todas las mentes que pedían que justificáramos nuestras decisiones. Dije a los Exhortadores que no construyeran un simulacro que estuviera enamorado de la verdad. Bien. ¡Emphyrio! ¿Qué harás ahora que has perdido tu puesto?
—Seguir a Faetón. Él no es tan diferente de mí. Está pidiendo tripulantes.
—¿Y tú? —le preguntó Neo Orfeo a Sócrates.
Sócrates inclinó la cabeza.
—El idealista utópico será reemplazado en el nuevo Colegio por la figura de Iscómaco, el mercader pragmático, del único diálogo socrático sobreviviente que no fue escrito por Platón, un oscuro diálogo llamado Economía. No hay más para mí. Soy una sombra; bebo de nuevo la cicuta, y regreso a la suspensión.
—Bien, caballeros —dijo Neo Orfeo, casi con tristeza—, parece que nosotros tres no volveremos a reunimos. Es el fin de una era.
—¿Y qué hay de ti? —murmuró Sócrates—. ¿Qué hay del Gran Orfeo, de quien derivas?
—Seré expulsado de la Exhortación, pero mi principio todavía es Par. Orfeo nunca cambia.
—¿Quién es el más dichoso de los hombres? —preguntó Sócrates—. ¿Dirías que fue Creso de Lidia? Algunos lo llamaron el más rico entre los hombres.
—¿Qué? —dijo Neo Orfeo, entornando los ojos—. ¿Qué estás diciendo?
—Serás pobre —dijo Emphyrio—. Faetón y Dafne donarán la tecnología del lector noético portátil al nuevo Colegio. Lo harán con la intención de dar al nuevo Colegio el prestigio que necesita, el prestigio que otrora tú diste al viejo Colegio.
Neo Orfeo permaneció pensativo un rato, abatido, los rasgos quietos.
—Ahora recuerdo, poco a poco, la predicción de que Orfeo, sin un emporio financiero que le interese, se replegará en espacios informáticos cada vez más lentos, y se desvanecerá. A menos que enmiende sus costumbres, mi padre no estará presente en la próxima Trascendencia.
Los tres guardaron silencio.
—Cuando cobré consciencia —dijo Emphyrio—, viajé lejos en las extrapolaciones, y vi los muchos futuros que preveían los sofotecs. Porque yo desearía decir la verdad a los hombres, aunque seré agraviado por ello, se me permitió guardar lo que veía, y regresar. Parte de ello es lo que vine a deciros hoy.
—Habla, pues —dijo Neo Orfeo, pero sin demostrar interés.
Emphyrio cogió una tablilla de su atuendo y la alzó.
—He aquí mi profecía: este nuevo Colegio, al menos por un tiempo, es dominado por los Gris Oscuro y los Invariantes. Crece el espíritu belicoso.
«Se vuelve a formar la Composición Belígera. Otros héroes de guerra, Banbeck, Carter, Kinnison, Vidar el Silencioso y Valdemar el Exterminador, son recompilados a partir de los archivos, o construidos, o nacen.
«Este nuevo Colegio recauda fondos para lanzar una expedición que siga a la Fénix Exultante a Cygnus X-1, tripulada por milicianos y por avatares de la Mente Bélica. Esta expedición está destinada a vengar la muerte de Faetón (si tal fuera su destino) o, en caso de que él viva, proteger la nueva colonia de Faetón de un contraataque. En Cygnus X-1 el nuevo Colegio funda un astillero, y un arsenal, y reabre las fuentes de singularidad de la Segunda Ecumene. Con esa energía infinita a disposición, puede construir cascos para una flota de naves como la de Faetón, pero naves dedicadas a la guerra.
«Aquí, entretanto, nuestro nuevo Colegio propicia la censura, no sólo contra aquéllos que destruyen su propia humanidad, sino contra aquéllos que por falta de fervor o vehemencia, erosionan la confianza del soldado, o quienes no aportan al gasto bélico, o quienes, al no defender su civilización, amenazan (según la caracterización del nuevo Colegio) a toda la humanidad con la destrucción.
«Este nuevo colegio provoca críticas estentóreas, y se forman escuelas expresamente para atentar contra sus objetivos. El debate público desgarra nuestra Ecumene Dorada como nunca; los patriotas y los amantes de la paz se acusan recíprocamente de ceguera; se pierde el entendimiento; ambos bandos lamentan la desaparición de una era más simple y más grata.
«Pocos entienden o recuerdan aquello que diré: la Trascendencia dijo que la guerra es el contexto dentro del cual existe la paz, y que la paz no es posible sin ella.
—¿Eso significa que la Trascendencia favoreció la guerra? —preguntó Neo Orfeo—. ¿O que se le opuso?
Emphyrio sacudió la cabeza.
—No puedo expresarlo con más claridad. El asunto es simple, pero complejo. No se puede culpar a quien mata atacantes en defensa propia. La culpa está en otra parte.
—¿Dónde?
—La Trascendencia me reveló que nuestra misión, la misión de toda la humanidad, durante estas épocas venideras de horror, es recordar una verdad profunda: recordar, y no olvidar, que los señores de la Segunda Ecumene son hombres como nosotros, que conocen el dolor y la cesación del dolor, que saben qué es tener un sueño, y perder un sueño. Esto es lo que vine a decir.
Hizo una reverencia, dio media vuelta y echó a andar por la nieve.
Sócrates, apoyándose en su bastón, se puso de pie con un suspiro.
—Neo Orfeo, tú temes que todos nos transformemos en máquinas sin alma, a menos que las censuras del Colegio de Exhortadores nos restrinjan. Yo temo que la guerra nos transforme a todos en hombres sin alma.
Neo Orfeo frunció las comisuras de la boca en una mueca amarga.
—No importa. Ha habido guerras antes. Las guerras pasan. Yo permaneceré.
—¿Cuál es tu plan, pues? Pues sé que aun un hombre despreciado como tú conserva uno u otro sueño, amigo mío.
—¡Ja! Orfeo no vive salvo para continuar su vida. Su único deseo es tener más vida. Pero durante una guerra, la Segunda Ecumene podría destruir nuestra infraestructura en el sistema interior. Las residencias sofotec donde él y yo mantenemos nuestras diez mil copias de seguridad podrían ser destruidas. Pero el lector noético portátil… ¿Entiendes…? Allí hay una salida.
Sócrates se echó a reír.
—¿Así que te unirás a Faetón? ¿También tú? Él no te tiene estima. Faetón te cobrará la mitad de tu riqueza antes de permitirte guardar copias de seguridad en su nave para desperdigarlas por el vacío.
—Una fortuna bien gastada. ¿Qué mejor modo de asegurar que siempre haya un Orfeo en el universo?
Alzó la mano y señaló el lema inscrito sobre las puertas. Era la única decoración, la única marca en esas paredes austeras.
Soy el enemigo de la muerte, decía. No me propongo morir.
Neo Orfeo se inclinó, dio media vuelta y entró en su oscura casa.
Sócrates se sentó en la escalera con un suspiro. Con un gesto llamó a los remotos de forma arácnida que deberían disponer del cuerpo que usaba, una vez que estuviera vacío.
—Algunos no temen la muerte, amigo mío —murmuró.
Sacó de la capa un cuenco de madera y se lo llevó a los labios.
Gannis despertó aterrado.
En la luna artificial, hecha de admantio dorado, había un gran anfiteatro; allí había una mesa redonda, también de admantio, con cien tronos dorados donde se guardaban cien versiones de él mismo.
Algunos gruñían, algunos lloraban; otros todavía estaban en Trascendencia parcial, con los ojos vidriosos, o bajaban del contacto mente a mente, pero aún no habían recobrado la conscíencia normal.
En altas ventanas resplandecía el paisaje externo del planetoide Gannis: el radiante nuevo sol de Júpiter, rodeado por un anillo más brillante que cualquier estrella, el cual cruzaba la ventana de un lado al otro como un arco iris de fuego. Habitualmente esta imagen lo alegraba: el arco iris que lo había conducido a la marmita de oro, lo llamaba. Era el supercolisionador ecuatorial.
Esta vez la imagen no lo alegró.
Un Gannis despertó, y vio los rostros confusos en los tronos de ambos lados. El que estaba junto a él preguntó:
—¡Hola, yo mismo! ¿Hay mejores noticias de los tramos posteriores de la Trascendencia? Salí de la comunión hace dos horas; el Gannis de allí ha estado fuera varios días. ¿Las mentes congregadas de toda la Mentalidad han cambiado de parecer?
El Gannis que recién despertaba respondió:
—El juicio es duro. Nuestros congéneres no lo entienden. ¡Nosotros no cometimos ningún mal! ¡El engaño fue legal! ¡Legal!
Un Gannis que había salido de la Trascendencia varios días atrás exclamó desde el extremo de la mesa:
—¡Se cancelan pedidos! ¡Los empresarios retiran sus anuncios publicitarios! ¡Los clientes se reprograman…! Y esto es de los madrugadores, las mentes colectivas y las mansiones, principalmente. El grupo Gannis Cincuenta no responde cuando pedimos extrapolaciones de la pérdida; el programa contable se desactivó en vez de responder.
Un Gannis sentado a la mitad de la mesa respondió:
—¡Hermanos! ¡Mis otros yo mismo! ¡No puede ser tan malo! Antes de despertar trabé relación con una mente colectiva conectada con la Composición Belígera. Se proponen fabricar una nota de naves de guerra semejantes a la Fénix… ¡Necesitan nuestro metal! Sin duda que no todo está perdido…
Otro Gannis abrió los ojos. Su rostro aún relucía con la paz y la suprema confianza de un transhumano. Quizá sólo estuviera despierto en parte; quizá no sabía lo que decía, pues hablaba sin titubeos, y sonreía, a pesar de las noticias desalentadoras:
—Estuve con el grupo supramental de Oriente. Recuerdo los altos pensamientos. ¡Escuchad!
«Nosotros, Gannis, no somos culpables de conspirar contra Faetón. No somos, y nunca hemos sido, confidentes de Scaramouche ni Jenofonte. Regocijaos, Gannis, al saber que nuestra reputación está purgada de toda sospecha.
«Nosotros, Gannis, hemos dispuesto nuestros negocios para sacar provecho de la bancarrota y fracaso de Faetón. No hay ilegalidad en ello; un modo despiadado de hacer negocios, quizá; descortesía, tal vez. ¿Intención criminal? Posiblemente no.
Varios Gannis que habían salido de la Trascendencia horas o días atrás comenzaron a sonreír tímidamente, pero los que habían estado en conexión más reciente, o todavía tenían subconexiones intermitentes, no sonreían. Sus rostros estaban tensos y pálidos.
—Aun así…
Todos los rostros de todos los Gannis de la gran mesa redonda palidecieron.
—Aun así, perderemos socios, amigos. Varias de nuestras esposas y contraesposas se divorciarán de nosotros. ¿Por qué? Porque, durante la Trascendencia, el alma interior de Gannis fue examinada… y no aprobó el examen.
«No, no sabíamos que algo andaba mal con Faetón, pero lo sospechábamos.
«Cuando, durante la indagación de Faetón, los registros de los Exhortadores mostraron falsamente que Faetón modificaba su memoria, Gannis supo que esto no se correspondía con el carácter de Faetón; no obstante, no dijimos nada.
«Asimismo, anteriormente, cuando los préstamos de Faetón habían excedido todos los límites razonables, y su bancarrota parecía segura, Gannis tampoco dijo nada. No actuó para ayudar a Faetón, nuestro presunto socio. En cambio, maniobramos para beneficiarnos con su caída.
«Mira en vuestras almas, Gannis. Ahora vemos el motivo oculto, por un tiempo, para nosotros, para todos nosotros. Pero ahora lo sabemos. La Trascendencia lo sabe. Todos nosotros lo sabemos; toda la humanidad; amigos. Pares, colegios, colegas, artistas, pensadores, medios, parciales, competidores. Todos.
Se hizo silencio en la cámara.
Ningún Gannis de la cámara miraba a los ojos a los Gannis de ambos lados. Todos conocían el pensamiento tácito.
El miedo lo había guiado. El miedo a la competencia de Helión.
Gannis había luchado y corrido riesgos para alcanzar su alta posición: quería descansar de la lucha, y disfrutar de sus recompensas. Tras crear un lucrativo emporio, Gannis había querido mantenerlo sin más esfuerzo, ser protegido del desafío de Helión a sus intereses empresariales, ser protegido de la realidad.
Uno de los miembros de Gannis, que estaba echado en la mesa dorada, se movió y alzó la cabeza.
—Hermanos, otros yo mismo. ¡La situación no es tan mala! ¡Recordad que Gannis fue alabado en la última Trascendencia! ¡Bajo Argentorio, las mentes congregadas nos elogiaron! Entonces se sabía que éramos audaces, innovadores, un benefactor de la humanidad…
Guardó silencio.
—No comprendí cuánto había cambiado —dijo un Gannis que acababa de salir de la Trascendencia—. Cuánto había crecido mi temor, reduciendo mi dignidad. Mi alma es pequeña ahora.
Otro Gannis, uno de los primeros en despertar, abrió la boca para oponerse. Estaba a punto de decir que todos eran míseros, timoratos, embaucadores y miedosos. Todos los empresarios hacían negocios de esa manera. Todos lo hacían, ¿o no?
Cerró la boca. Todos sabían lo que había estado a punto de decir. Todos lo miraron escépticamente.
Acababan de ver las almas de toda la humanidad. Y sabían, ahora, que no todos hacían negocios de esa manera. No todos eran timoratos, furtivos, deshonestos. Era asombroso cuán pocas personas eran así. ¡Qué espantoso descubrimiento!
Ese Gannis, uno de los primeros en despertar, se echó en su trono y no dijo más.
Hubo agitación en la cámara.
El Gannis del trono central abrió los ojos y alzó la mano. Los segmentos Gannis que estaban despiertos trataron de alinearse con él, y quedaron deslumbrados por la saturación de datos. Por esto supieron que no era la supramente Gannis normal quien hablaba.
Era la Trascendencia misma, o un vestigio de ella, un segmento de las mentes congregadas de toda la civilización que aún estaba enlazada, hablando a través de él.
—Vuestra hija está condenada a muerte —dijo.
Olvidando sus problemas personales, el grupo Gannis que estaba alrededor de la mesa invocó las energías almacenadas y el espacio informático del planetoide Gannis. Implacablemente, sin preparación adecuada, se enlazaron con la supramente Gannis, aún parcialmente trascendida.
En un instante se derrochó una fortuna en tiempo informático. Gannis apenas reparó en ello.
Una pequeña Trascendencia, consistente sólo en Gannis, sus asociados y colegas, y los pocos millones enlazados a través de la supramente, tuvo lugar en el espacio de Júpiter.
Esta pequeña Trascendencia predijo (o decidió) que el dirigente Nuncaprimerista llamado Unmoiqhotep, también llamado Ungannis de Ío, quien conspiró con Jenofonte de Lejanía y la máquina Nada para guerrear contra la Ecumene Dorada, sería buscado y apresado, acusado de traición e intento de genocidio, y ejecutado, borrado sin posibilidad de resurrección.
Había sido ella, en su disfraz de cono rugoso con tentáculos, quien se había aproximado a Faetón frente a la Curia. Con la ayuda de Scaramouche (quien iba sobre ella con forma de pólipo), había mostrado a Faetón la tarjeta mental para infectarlo con el virus que, más tarde, le hizo alucinar el ataque de Scaramouche frente al mausoleo señorial Rojo.
Ungannis había participado, pues, en el intento de controlar la Fénix Exultante para usarla como nave de guerra. Ungannis se había regocijado ante la inminente destrucción de la Estación Equilateral de Mercurio, la civilización del polo norte solar, los sofotecs orbitales de la Tierra, y la Trascendencia misma.
Por ello, debía ser perseguida, apresada y muerta.
La mayor parte del drama del vano intento de Ungannis de escapar ya se había desarrollado durante medio segundo de tiempo de la Trascendencia (durante el cual, la unión de todas las mentes había sentido repulsión ante la necesidad de encarar este asunto desagradable).
El resto estaba condenado (decía la predicción) a ser liquidado durante el cuarto mes posterior, el Mes de las Remembranzas Evanescentes. En esa época. Temer, Intrépido y Sanspeur Lacedemonio de Gris Oscuro (todos guardianes de fines de la Sexta Era, y comisarios de alguaciles) encontrarían el último de los almacenajes de información autorreplicantes donde estaba oculta su identidad numénica.
Algunas copias de Ungannis estaban codificadas como partes de un mosaico; otras, como fractales cambiantes no aleatorios entre las formas de las nubes de la atmósfera de Ío; otras en lugares aún más imaginativos; cada copia hacia tantas copias de sí misma como su presupuesto energético lo permitía.
Pero la Trascendencia conoció sus planes antes que ella misma. Neciamente, había participado en la Trascendencia, tan autocomplaciente que nunca imaginó que alguien la castigaría por sus delitos una vez que todos lo entendieran.
Y lo entendieron. Lo bastante para hallar cada sitio donde planeaba ocultarse. Lo bastante para gastar el esfuerzo de tiempo y mano de obra para rastrearla, sin importar el coste.
La última copia de Ungannis fue hallada en un escondrijo inspirado en un relato de misterio compuesto tanto tiempo atrás que la idea era un cliché: dentro de las facetas de una gema, cuya estructura molecular alterada refractaba la luz para registrar los patrones mentales.
Los alguaciles las reunieron a todas.
Algunas copias mutaron. Otras se modificaron radicalmente, tratando de destruir los recuerdos culpables para ser (al menos en su propia visión) inocentes de todo mal cuando las apresaran. Muchas intentarían «redimirse», usando modificadores autoanalíticos para alterar opiniones y emociones sobre sí misma, y programarse para lamentar sus horrendos actos. (Muchos de estos cambios eran puramente cosméticos. Nunca pensó en reprogramar su filosofía básica, que daba origen a esas opiniones.)
La consternación y la indignación públicas provocadas por los juicios de estas miríadas de copias serían peores que las provocadas por el militarismo del nuevo Colegio. Los antiguos precedentes legales establecían que las personas no podían escapar de la deuda o del castigo mediante el olvido del pasado, a menos que los cambios fueran tan globales y fundamentales como para ser legalmente equivalentes al suicidio, y la versión rescrita fuera considerada un infante, una nueva entidad.
Este precedente sería cruel cuando, llevado a su extremo lógico, cientos de mujeres jóvenes, copias de Ungannis, inocentes, ignorantes de sí mismas, sin sospechar que nada anduviera mal, debieran comparecer ante la Curia para ser juzgadas y ejecutadas.
Otras copias manifestarían su contrición y arrepentimiento, y expresarían, en los canales públicos, que en sus pensamientos íntimos no tenían reservas, ningún deseo de cometer de nuevo esos actos espantosos. Todas suplicarían misericordia; no se les concedería.
Las apacibles y gráciles gentes de la Ecumene Dorada quedarían pasmadas ante esta severidad, y se preguntarían por qué la Trascendencia, la culminación de toda la sabiduría de la civilización y la historia, permitía que esto sucediera. ¿Por qué esas muertes sin sentido, esa amarga venganza?
Esa cuestión podía responderse. Ciertas copias de Ungannis estaban aquí, «ahora», como parte de la Trascendencia, pues, habiendo borrado el recuerdo de sus fechorías, no había visto razones para no enlazarse con la mente de sus congéneres. Sólo al enlazarse, y al reseñar los viejos recuerdos, vio la espantosa verdad: que era una genocida en potencia.
La parte de la Trascendencia que era Ungannis apartó ciertos recuerdos y los almacenó para aquéllos que de lo contrario quedarían pasmados ante sus múltiples ejecuciones. En esos recuerdos mostraba las opciones que le había mostrado el intelecto e intuición suprema de la Trascendencia.
La extrapolación era tan detallada que predecía su último discurso palabra por palabra:
—Todas aquellas copias de mí que he hecho (haré) todavía creían en mis valores centrales, todavía sabían (sabrán) que el ser humano es una criatura enferma, endeble, fallida, llena de debilidad, orgullo y odio. La Trascendencia me dijo (me dice ahora) que si cambio esos valores en mí misma, que si programo mis copias para rechazar las causas que me condujeron a mis crímenes, evitaré mi ejecución. ¡Rehusé! (¡Rehusaré!) ¡Escupo en vuestra misericordia!
«Mis valores centrales no pueden ser alterados. Preferiría morir antes que renunciar a mis ideas. En lo profundo de mi alma, sé, por una intuición mística que no está abierta a cuestionamientos, inspecciones ni debates, que la humanidad es una enfermedad vil. Lo único que, mucho tiempo atrás, hacía tolerable la vida humana era el alegre conocimiento de que esa enfermedad sería borrada por la vejez, y una nueva generación de niños, provisionalmente inocentes, la reemplazaría. ¿Quién, ahora, necesita vengar la destrucción de los Caballeros del Temple por el rey Felipe el Hermoso de Francia? ¿Quién necesita vengar la persecución de los cristianos por Diocleciano, la persecución de los paganos por Constantino? ¡Nadie! El piadoso ciclo de muerte incesante ha borrado sus crímenes. ¡Pero si Felipe, Diocleciano, Constantino todavía estuvieran vivos, sus crímenes intolerables nunca serían castigados!
«Habéis detenido el ciclo de la muerte, habéis herrumbrado la rueda de las generaciones. Y cada acto cruel, cada palabra dura, cada ofensa, cada mezquina humillación impuesta a un niño, ahora que nos habéis infligido la inmortalidad, todos esos crímenes durarán para siempre.
»¡Mi padre, Gannis, fue cruel conmigo cuando era niña! Había cosas que yo quería que él no me brindó. ¡Deseos que no satisfizo! Juegos y juguetes y concursos; quería obtener el respeto de los demás. Yo quería cambiar el mundo para mejor. No me conformaba con sentirme inferior a los sofotecs. ¿Alguno de esos deseos fue satisfecho? ¡Ninguno!
«Así, cuando era joven, sabiendo que podía cambiar de opinión al crecer, una noche, cuando nadie estaba alerta, usé el circuito de autoanálisis no regulado de mi padre para fijar mis emociones, jurando que jamás olvidaría, jamás perdonaría, los insultos y la indiferencia acumulados sobre mí. ¿Qué clase de civilización cruel, infinitamente cruel es ésta, cuando las lágrimas de una niña no se pueden enjugar? ¡Os odio a todos!
«¡Inmundicia de la Ecumene Dorada (o la Ecumene Oxidada, como me gusta llamarla)! Ahora os he obligado a matarme, a matar cien versiones inocentes de mí, para que vuestras manos blancas como lirios se enrojezcan con sangre de niños. Vuestro fraude santurrón queda expuesto en toda su crueldad: esta civilización, construida sobre la razón y la lógica, es sólo un incesante estado de opresión, un incesante matadero, y vosotros sois una incesante línea de peleles con cara de goma. ¡Os podéis cortar la cara con navajas y no sangraréis! ¡En esta gran civilización de la que estáis tan orgullosos, sólo mis deseos, mis deseos humanos, no pudieron ser satisfechos! ¡Sólo yo sufro! ¡Sólo yo soy humana! ¡Soy el último ser humano vivo en todo el sistema solar, y vosotros, viles máquinas y mascotas de máquinas y falsos humanos, habéis encontrado las agallas para matarme! Ahora vosotros sois los homicidas; ahora os he vuelto humanos también. ¡Aquí, en la muerte, está la victoria!
Durante la pequeña Trascendencia de Júpiter, Gannis gastó más de una fortuna, tratando de mantener por su cuenta el tipo de infraestructura y velocidades de pensamiento necesarias para llegar al espacio mental trascendente.
Buscó una solución. Buscó un futuro en que su hija pudiera salvarse.
Y halló una copia de Ungannis en los circuitos de Ío que se demoraba en la Trascendencia. Ella miraba incrédulamente, ejecutándola una y otra vez, cierta extrapolación que predecía la reacción ante su último discurso.
Pensaba que ese discurso ferviente conmovería a la Ecumene Dorada hasta sus cimientos, pero apenas provocó una glacial socarronería, quizá cierto desdén.
Gannis llegó por los cables, llevando la pequeña Trascendencia consigo. Duró sólo un par de segundos —ni siquiera él, con toda su riqueza, podía mantener semejante esfuerzo largo tiempo—, pero durante ese segundo su hija tuvo un momento para pensar.
Y pensar con todo el poder mental de millones que la ayudaban.
Aún le quedaba una opción: en vez de huir, podía preservar sus recuerdos dentro de una persona parecida, pero sin sus valores fijos. El cambio sería tan radical que la Curia la consideraría, legalmente, otro individuo. Adoptaría la reconfortante creencia de que era la misma persona. Pero una ironía sería que ella (otra persona legal) ya no estaría en la línea de sucesión para ser heredera de Gannis si todas las versiones de él morían. Su intento de escapar, su intento de confundir la moralidad de la Curia presentando a sus captores cientos de copias inocentes o contritas, no se produciría, si ella optaba por no hacerlo.
No era demasiado tarde. Ungannis podía escoger otro futuro.
¿Lo haría?
La pequeña Trascendencia se negó a predecir o decidir ese desenlace.