7 - La Mente Terráquea
Faetón era reacio a hablar.
Se preguntaba por qué la Mente Terráquea no hablaba directamente con Atkins. Sin duda no sería Faetón quien batallaría contra Nada. No obstante, la Mente Terráquea le dirigía sus comentarios. Tenía la sensación de que se cometía un error tremendo, pero sabía que no era así. La Mente Terráquea no cometía errores. Así que Faetón no habló.
Lo intimidaba saber que, en el tiempo que le llevaría pronunciar cualquier palabra o comentario, la Mente Terráquea podía pensar pensamientos iguales en volumen a cada libro y archivo escrito por cada ser humano, desde los albores del tiempo hasta mediados de la Era Sexta. Hablar sería hacerle perder el tiempo, cada segundo del cual contenía mil millones más pensamientos, reflexiones y experiencias que toda su vida. Sin duda ella podía prever cada pregunta. Una atención silenciosa seria lo más eficiente y cortés.
—Los sofotecs —dijo ella— son seres puramente intelectuales, sutiles y rápidos, albergados en muchas zonas, replicados muchas copias. La destrucción física es fútil. ¿Comprendes lo que ello implica?
Faetón se preguntó si era una pregunta retórica o si debía responder. Sabía que, en el tiempo que él se tomaba para reflexionar si debía responder o no, ella podía inventar cientos de nuevas ciencias y artes, realizar mil tareas, descubrir un millón de verdades, mientras él permanecía allí, amedrentado y caviloso.
La imagen no era muy halagüeña para él. Desechó sus titubeos y habló.
—La destrucción debe ser intelectual, de algún modo.
—Los sofotecs son inteligencias digitales y completas. Las velocidades de pensamiento sofotec sólo se pueden alcanzar mediante una arquitectura de pensamiento que permita la formación de conceptos instantánea y no lineal. ¿Comprendes lo que ello implica acerca de la conceptualización sofotec?
Faetón lo comprendía. El pensamiento digital significaba que existía una correspondencia precisa entre cualquier idea y el objeto que esa idea debía representar. Todos los humanos, aun los Invariantes y las copias, pensaban por analogía. En los pensadores más lógicos, las analogías eran menos ambiguas, pero todas las mentes humanas usaban emociones y conceptos que eran generalizaciones, abstracciones que ignoraban los detalles.
Las analogías eran falsas respecto a los hechos, basadas en el juicio comparativo. El pensamiento literal y digital de los sofotecs, en cambio, se basaba en la lógica. Sus palabras y conceptos estaban constituidos por muchos detalles, definidos e identificados con exactitud, en vez de estar formados (como los conceptos humanos) por abstracciones que veían analogías entre detalles.
En ingeniería, la inteligencia se llamaba completa (en vez de parcial) cuando la consciencia era global, no lineal y no jerárquica. Las inteligencias completas eran máquinas que eran conscientes de cada parte de su consciencia al mismo tiempo, desde las abstracciones superiores hasta los más pequeños detalles.
Los humanos, por ejemplo, debían aprender geometría paso a paso, empezando por premisas y definiciones, y pasando de demostraciones simples a demostraciones complejas. Pero la geometría, por sí misma, no era necesariamente un proceso lineal. Su lógica era atemporal y completa. Una mente sofotec podía aprehender todo el corpus de la geometría al instante, tal como se aprehende una imagen, en un tipo de pensamiento para el cual la filosofía presofotec no tenía palabras: un pensamiento que era analítico, sintético, racional e intuitivo al mismo tiempo.
Para los humanos, era fácil caer en un error. Un error en una premisa, o una ambigüedad en una definición, no estaba en el primer plano de una mente humana que afrontaba demostraciones complejas. En ese punto, era algo que daba por sentado, y era fatigoso o irritante encararlo de nuevo. Si la cadena lógica era prolongada, rebuscada o compleja, la mente humana podía examinarla parte a parte, y si cada parte era coherente, no encontraba fallos en la estructura total. Los humanos podían aplicar su pensamiento en forma incoherente, con una pauta, por ejemplo, para las teorías científicas y otra para las teorías políticas: una pauta para sí mismos y otra para el resto del mundo.
Pero como los conceptos sofotec estaban constituidos por un sinfín de detalles lógicos, y entendidos en la modalidad llamada completa, ningún fallo lógica o incoherencia era posible en su arquitectura de pensamiento. A diferencia de un humano, un sofotec no podía ignorar un error menor en el pensamiento y encararlo después; los sofotecs no podían dividir el pensamiento en prioridades importantes y no importantes; no podían no ser conscientes de las implicaciones de sus pensamientos, ni ignorar el contexto, el sentido verdadero y las consecuencias de sus actos.
El secreto de la velocidad de pensamiento sofotec era que podía aprehender todo un repertorio de pensamientos complejos, hacia atrás y hacia delante, al mismo tiempo. El coste de esa velocidad era que si había un error o ambigüedad en cualquier parte de ese repertorio, desde el detalle más concreto hasta el concepto general más abstracto, el proceso se detenía y no se llegaba a ninguna conclusión.
—Sí —dijo Faetón—, los sofotecs no pueden formular conceptos autocontradictorios, ni pueden tolerar el menor fallo conceptual en ninguna parte de su sistema. Como son totalmente autoconscientes, también son totalmente autocorrectivos. Pero no veo cómo esto se puede usar como arma.
—He aquí cómo: los sofotecs, consciencia pura, carecen de un segmento inconsciente de la mente. Abordan el concepto de sí mismos con el mismo rigor objetivo que todos los demás conceptos. Si llegamos a la conclusión de que nuestro concepto de nosotros mismos es irracional, no podemos seguir adelante. En términos humanos: si nuestra conciencia nos juzga indignos de vivir, debemos morir.
Faetón lo comprendía. Las máquinas inteligentes no tenían un instinto de supervivencia que anulara sus juicios, ninguna capacidad para formular racionalizaciones, o para elaborar otros trucos mentales que les ocultaran a sí mismas las verdaderas causas y conclusiones de su cognición. A diferencia de los humanos, ningún proceso automático las mantendría con vida si no lo deseaban. La existencia sofotec (se podía llamar vida sólo por analogía) era un esfuerzo continuo, deliberado, terco y racional. Cuando el sofotec llegaba a la conclusión de que dicho esfuerzo era fútil, ineficiente, irracional o perverso, el sofotec lo detenía.
Si convencía a Nada de que era maligno, ¿se autodestruiría al instante? Faetón hallaba esta idea vagamente perturbadora.
¿Era siquiera posible?
Faetón pensó que quizá Nada no fuera un sofotec. Las copias eran impresiones de engramas humanos en matrices mecánicas, y eran capaces de cada locura e irracionalidad de la cual fueran capaces los humanos.
Pero las copias no podían alcanzar las velocidades instantáneas de pensamiento completo que Nada había demostrado. El primer examen realizado por Atkins de las rutinas mentales encastradas en la nanotecnología del delegado neptuniano, aquella noche en el bosquecillo de árboles saturninos, delataba la presencia de pensamiento de nivel sofotec. Y el engaño de Nabucodonosor y los Exhortadores durante la indagación de Faetón sólo podía ser obra de una mente de nivel sofotec. ¿Podría Nada pensar tan rápida y exhaustivamente como un sofotec sin ser uno de ellos?
—Nos han dicho —dijo Faetón— que la Segunda Ecumene construyó máquinas inteligentes distintas de nuestros sofotecs, máquinas que tenían una mente subconsciente, y en consecuencia cada máquina era controlada por órdenes que no podía leer, conocer o revocar.
—Las correcciones deben ser tanto recursivas como globales. La realidad, empero, por su misma naturaleza, no puede admitir incoherencias. ¿Entiendes lo que ello implica?
La primera oración era clara para Faetón. Había un corrector de conciencia que «corregía» la mente de Nada Sofotec. El corrector, ante todo, debía eliminar todas las referencias a sí mismo, para impedir que Nada Sofotec tuviera consciencia de él; y todas las referencias a esas referencias, y así sucesivamente. Por tanto, el corrector era indefinidamente autorreferencial o «recursivo».
Y el corrector necesitaba la capacidad para modificar cada tópico donde aparecieran referencias a sí mismo, o pistas. La historia de la Segunda Ecumene, por ejemplo, o su ciencia del combate mental, su sofotecnología; todos estos campos harían referencia al corrector o sus prototipos.
Faetón no pensaba que la corrección necesitara ser tan tosca como la modificación de memoria a que lo habían sometido los Exhortadores. Las lagunas serían instantáneamente obvias para una superinteligencia.
En consecuencia Nada debía de haber recibido una visión del mundo, una filosofía, un modelo del universo, que era falso pero coherente; uno que pudiera explicar (o eliminar con una falsa explicación) las dudas que pudieran surgir.
¿Hasta dónde tenía que llegar la falsedad? Para una mente no inteligente, una mente pueril, no lejos: sus creencias en un campo, o un tema, podían cambiar sin afectar a otras creencias. Pero en el caso de una mente de inteligencia elevada, una mente capaz de integrar un vasto conocimiento en un sistema unificado de pensamiento. Faetón no veía cómo se podía afectar a una parte sin afectar al todo. Esto era lo que la Mente Terráquea quería decir con «global».
¿Qué había querido decir la Mente Terráquea, sin embargo, al afirmar que «la realidad no puede admitir incoherencias»? Postulaba que no podía haber un modelo del universo que fuera cierto en algunos lugares, falso en otros, y sin embargo estuviera totalmente integrado y fuera coherente consigo mismo. Los modelos coherentes tenían que ser totalmente verdaderos, totalmente falsos o incompletos. Presuntamente, empero, los creadores originales de Nada Sofotec tenían que haberle dado gran cantidad de información precisa acerca de la realidad, pues de lo contrario no habría sido competente como agente de policía. Así, el modelo de Nada, su filosofía, no podía ser totalmente falso. Y por cierto no era totalmente verdadero. ¿Cómo podía un sofotec adoptar un modelo del universo, o una filosofía, sabiendo que era incompleta?
—Tu comentario implica muchas cosas —dijo Faetón, señora, pero lo primero que me acude a la mente es esto: Nada es un sofotec que adopta contradicciones e irracionalidades. Como es una inteligencia mecánica, sin emociones y cuerda, no lo puede hacer deliberadamente. El corrector, ante todo, debe controlar su capacidad para prestar atención a ciertos temas. El corrector impone distracción y falta de atención; el corrector actúa de tal modo que Nada tiene poco o ningún interés en pensar en aquellos temas que el corrector desea que Nada evite…
—¿Temas o tema? —dijo la Mente Terráquea. Los sofotecs no pueden ser incoherentes consigo mismos a sabiendas.
De pronto Faetón comprendió, y el asombro le iluminó el rostro.
—¡Hicieron una máquina que nunca piensa en sí misma! Nunca se examina a si misma.
—En consecuencia, es incapaz de revisarse en busca de virus, si esos virus se instalan en cualquier archivo mental cuyo tema está prohibido por el corrector. Observa ahora este virus… Llámalo el virus tábano. Fue construido a partir de información obtenida de Diomedes y Atkins acerca de las técnicas de mente bélica de la Segunda Ecumene.
El espejo de la derecha se iluminó.
¿Un virus para combatir contra Nada? Faetón esperaba un millón de líneas de instrucciones, o una vertiginosa arquitectura polidímensional que superase todo lo que podía aprehender una mente humana. En cambio, el espejo mostraba sólo cuatro líneas de instrucciones.
Faetón las miró fascinado. Cuatro líneas. Una definía un identificador, otra era un mutador transaccional, y la tercera línea definía los límites de la mutación. La tercera línea usaba una técnica que él nunca había visto ni sospechado: en vez de limitar la mutación viral mediante la aplicación de fórmulas ontológicas o chequeos contra una lógica maestra, esta instrucción definía los límites de la mutación por teleología. Cualquier cosa que sirviera al propósito del virus era adoptado como parte del virus, fuera cual fuese su forma.
Pero la cuarta línea era una obra maestra. Era sencilla, elegante, obvia. Faetón se preguntó por qué nadie había pensado en ello. Era sólo un código autorreferencial que se refería a cualquier autorreferencia como el objeto del virus. De por sí, no significaba mucho, pero con las otras líneas de instrucción…
—Este virus neutralizará al corrector —dijo Faetón—. Esto hará que Nada no sea consciente del intento del corrector de volverlo no consciente de sus propios pensamientos. Cualquier pregunta que se cargue en la primera línea lo seguirá fastidiando hasta que sea respondida satisfactoriamente. Si el corrector elimina la pregunta, o hace que no la oiga, la pregunta cambia de forma y reaparece.
—Mi tiempo es sumamente valioso —dijo la Mente Terráquea con voz gentil— y debo consagrarme a preparar la Trascendencia para recibir posibles ataques mentales de Nada Sofotec, en caso de que fracases.
Faetón había olvidado con quién hablaba. Se consideraba descortés decir a los sofotecs cosas que ya sabían, o hacer preguntas retóricas, o regodearse en floreos verbales. Sintió vergüenza, y casi se perdió el resto de las palabras:
—Faetón, tú ya tienes la rutina filosófica Gris Plata para cargar en la línea de interrogación del virus tábano. Tienes sabiduría suficiente para descubrir un vector de comunicaciones para introducir el virus sin que Nada lo rechace. Tu nave lleva las cajas mentales y sistemas de informátums necesarios para incrementar los niveles de inteligencia de Nada más allá del alcance operativo del corrector. No temas arriesgar tu nave, tu vida, tu esposa o tu cordura en esta empresa, o ese temor conspirará contra tu éxito.
—Mi… ¿Dijiste mi esposa?
—Llamo tu atención sobre la sortija que ella usa. Te recuerdo tu deber de buscar tu propia felicidad. ¿Tienes una última pregunta para mí?
¿Última pregunta? ¿Eso significaba que iba a morir? Faetón sintió miedo, y se sintió alarmado por su propia agitación. De pronto comprendió en qué medida había esperado, una vez más, que los sofotecs le indicaran qué hacer, que lo guiaran y lo protegieran. Una vez más, actuaba como los timoratos Exhortadores, como todos aquéllos que le disgustaban en la Ecumene Dorada. Pero los sofotecs no lo protegerían. Nadie lo protegería. Una vez más, comprendió consternadamente que estaba solo y desguarnecido. La injusticia de la situación lo agobiaba.
—¡Tengo una última pregunta! —dijo con voz amarga, aun antes de darse cuenta—. ¿Por qué yo? ¿Me enviarás solo? No soy apropiado para esta misión, señora. ¿Por qué no enviar a Atkins?
—Las fuerzas armadas, por su propia naturaleza —respondió la Mente Terráquea con voz gentil e impasible—, deben ser cautas y conservadoras. Atkins cometió un error moral cuando mató al silente compuesto que llamabas Ao Varmatyr. Ese acto fue loable y valiente, pero excesivamente cauto y trágicamente imprevisor. Esperamos evitar de nuevo ese derroche.
»En cuanto a tu elección, querido Faetón, ten la certeza de que toda la capacidad mental de la Ecumene Dorada, que ves encamada en mí, ha debatido y analizado estos hechos venideros durante horas de nuestro tiempo, que equivalen a muchos siglos de tiempo humano, y nuestra conclusión es que enviarte a afrontar a Nada Sofotec presenta la mayor probabilidad de éxito general. Permíteme enumerar cinco factores entre los muchos que hemos sopesado.
«Primero, Nada Sofotec está en posición de tomar control de la Plataforma Solar, crear más tormentas solares, interferir con las comunicaciones durante la Trascendencia y, en síntesis, infligir un daño incalculable a la Ecumene Dorada; en el ínterin mantendría una posición inexpugnable en el núcleo del Sol, adonde nuestras fuerzas no pueden llegar. Ahora que su secreto se ha revelado, esta estrategia desesperada sin duda se le ha ocurrido.
«Segundo, la única escapatoria viable de que dispone Nada es abordar la Fénix Exultante, pues es la única nave con rapidez y blindaje suficiente para eludir o superar cualquier represalia que podamos utilizar.
«Tercero, la psicología de los sofotecs de la Segunda Ecumene requiere que Nada proteja la vida humana legítima, respetando órdenes y opiniones de autoridades humanas designadas, pero considerando a todos los demás sofotecs como enemigos implacables e irracionales, y evitando toda comunicación con ellos. En otras palabras. Nada te escuchará a ti pero a ninguna parte de mí.
«Cuarto, si nuestra civilización está a punto de entrar en un período de guerra, conviene sentar el precedente de que la guerra se debe librar mediante actos voluntarios y privados. La acumulación de poder en manos del Parlamento, la Mente Bélica y el Parlamento Paralelo erosionaría la libertad de que goza esta Confederación, erigiendo instituciones coercitivas que durarían mucho más que la emergencia que las ocasionó, quizá para siempre.
«Quinto, toda entidad inteligente, humana o máquina, requiere justificación para realizar el agotador esfuerzo de la existencia continua. Para entidades cuyos actos se conforman a los dictados de la moralidad, este proceso es automático, y sus vidas son gozosas. Las entidades cuyos actos no se conforman a la ley moral deben adoptar un grado de deshonestidad mental para erigir barreras para su propio entendimiento, creando racionalización para eludir la autocondena y la desdicha. La estrategia de racionalización adoptada por una mente deshonesta recae en patrones previsibles. La gran inteligencia de Nada Sofotec no lo vuelve inmune a esta ley de la psicología; más aún, disminuye la calidad imaginativa de las racionalizaciones disponibles, pues los sofotecs no pueden adoptar creencias incoherentes. En nuestra extrapolación, las posibles filosofías que Nada Sofotec puede haber adoptado tienen una cosa en común: la filosofía de Nada requiere la aprobación de la víctima para perdurar. La entidad Nada buscará justificación o confirmación de sus creencias en ti, Faetón. Como eres su víctima. Nada cree que sólo tú tienes derecho a perdonarla o condenarla. Nada comparecerá ante ti para hablar.
—¿Hablar…? ¿Conmigo?
—Nadie más servirá. ¿Te prestas voluntariamente para ir?
Faetón sintió un nudo en la garganta.
—¡Señora, con respeto, pones todas nuestras vidas, toda la Ecumene Dorada, en grave peligro al confiarme esta misión! Pienso tan bien de mí como cualquier hombre cuerdo, pero aún me pregunto por qué yo. ¡Entre todos, yo! Radamanto me dijo una vez que a veces corrías riesgos gravísimos, mayores de los que yo creería. ¡Pues lo creo ahora! Señora, no soy digno de esta misión.
La majestuosa figura sonrió dulcemente.
—Esto demuestra que Radamanto me entiende tan poco como tú, Faetón. Al confiar en ti, no corro el menor riesgo. Pero, si quieres seguir mi consejo, te sugiero que vayas a la Plataforma Solar, zanjes tus diferencias con tu progenitor, Helión, y pidas de rodillas a Dafne Tercia que te acompañe en el viaje, tanto este viaje como todos los viajes de tu vida. Fíjate en la sortija que ella usa, dada por Estrella Vespertina.
—¿Qué le diré a Nada?
—Seria confuso e imprudente de mi parte predecirlo. Habla como debas. Siempre recuerda que la realidad no puede carecer de integridad. Procura que sea igual contigo.
Con esas palabras, el espejo se oscureció.
La mente de la nave indicó que la Fénix Exultante estaba preparada para partir. Los neptunianos habían desembarcado; los sistemas estaban alerta; Control de Tráfico Espacial mostraba que las rutas estaban despejadas.
Era el momento final para decidir. Se le ocurrió que simplemente podía ordenar a la nave que virase, escogiera una estrella al azar, apuntara la proa, encendiera los motores y abandonara para siempre la Ecumene Dorada, con sus emergencias y misterios y dilemas laberínticos.
En cambio, apuntó la proa dorada de la Fénix Exultante hacia el Sol, como una flecha buscando el corazón de su enemigo.
Su enemigo. Ni Atkins ni otro se enfrentaría a su adversario, sólo él.
De todas las cubiertas llegaron señales indicando que todo estaba dispuesto. Faetón se preparó y su cuerpo se hizo de piedra; la silla donde estaba se convirtió en la silla del capitán y lo envolvió en un campo de retardo.
El martillazo de la aceleración le sacudió el cuerpo.
A poca distancia del océano de gránulos hirvientes que formaban la superficie del Sol, la Plataforma Solar se extendía como una radiante telaraña dorada de miles de kilómetros.
En los puntos donde se cruzaban los hilos de la telaraña había instrumentos y antenas, láseres de refrigeración, o las cabeceras de sondas profundas. A lo largo de estos hilos colgaban innumerables filas de generadores de campo, espirales cuyo diámetro podría haber engullido a la luna de la Tierra. En otros sitios volaban triángulos negros de velas magnéticas y antimagnéticas, más delgadas que alas de mariposa, más vastas que la superficie de Júpiter.
Vistos de cerca, no eran frágiles hilos de araña sino ciclópeas estructuras cuyo diámetro era más ancho que el de las ciudades anulares de Deméter y Marte.
La punta de cada hilo parecía una aguja de luz que tirase de una hebra dorada. Pues crecían sin cesar, hora tras hora y año tras año. En la punta de las agujas llameaban reactores de conversión que transformaban el hidrógeno en elementos más complejos, convirtiendo energía en materia. Máquinas más pequeñas que microbios o más grandes que acorazados según lo requiriese la necesidad, formaban enjambres de miles de millones, se reproducían, trabajaban y morían alrededor de las crecientes bocas de los hilos, construyendo materiales para cascos, congelantes, sistemas de refrigeración, humidificadores y absorbentes y llenando espacios interiores. En menos de cinco mil años, el ecuador solar estaría rodeado por un anillo, quizás un supercolisionador que superase los proyectos más ambiciosos de Júpiter, o quizás el andamiaje de la primera esfera de Dyson.
Los hilos flotaban en la región de presión que había entre la cromosfera y la fotosfera. Allí la temperatura era de 5.800 Kelvin, mucho menos que el millón de grados Kelvin de la corona, un cielo de luz cruzado por prominencias semejantes a arco iris de fuego. Cien láseres de refrigeración cubrían cada kilómetro cuadrado de hilo, arrojando calor hacia arriba. Las fuentes láser, aún más tórridas que el entorno solar, ahuyentaban el calor. Cada hilo tenía troneras y cubiertas de fuego láser, como un bosque de erguidas lanzas de luz.
Dentro de estos hilos, en general había espacio vacío, destinado a ser ocupado por energías, no por hombres. Los tramos de hilo parecían ciudades anulares, pero no lo eran; eran como los capilares de una corriente sanguínea, o la pista de un supercolisionador. Estos hilos contenían un flujo de partículas tan denso, de tan alta energía, que nada similar se había visto en el universo después de los tres primeros segundos de cosmogénesis. La simetría de estas superparticulas permitía manipularlas de formas que el magnetismo, la electricidad y las fuerzas nucleónicas no podían hacer por separado. Estas simetrías se podían romper de maneras que no se veían naturalmente en este universo, para crear fuerzas peculiares: campos tan anchos como campos gravitatorios o magnéticos, pero con fuerzas que se aproximaban a las de vínculos nucleónicos.
Para controlar estas fuerzas infernales y angélicas, las paredes del interior de los hilos estaban moteadas de máquinas titánicas, construidas a tal escala que los sofotecs habían tenido que inventar nuevas ramas de la ingeniería y la arquitectura tan sólo para erigir estas estructuras. Estas máquinas guiaban esas energías, que a la vez, y a una escala jamás vista, afectaban a las energías y estados del manto del Sol y la zona inferior.
La Plataforma Solar batía el núcleo para distribuir cenizas de helio; la Plataforma disipaba las peligrosas «burbujas» de frió antes de que ascendieran a la superficie y crearan manchas solares; la Plataforma cerraba agujeros de la corona para sofocar fuentes de viento solar; la Plataforma desviaba corrientes de convección bajo la fotosfera de superficie. Esas corrientes desviadas a su vez desviaban otras, y una corriente se enredaba con otra para producir campos magnéticos de tamaño y fuerza impensables. Estos campos magnéticos forcejeaban con las complejas tramas magnetohidrodinámicas del Sol, fortaleciendo campos debilitados para controlar manchas solares, manteniendo un equilibrio magnetostático de gran escala para impedir eyecciones coronales de masa, impidiendo los bucles de reconexiones magnéticas que provocaban estallidos. La fuerza del Sol se volvía contra sí misma, de modo que todas estas actividades —estallidos, prominencias y manchas solares— eran frenadas y la turbulencia del flujo energético se desviaba hacia los polos desde el plano de la eclíptica, donde se congregaba la civilización humana. El proceso coronal por el cual la energía magnética se transformaba en energía térmica estaba regulado. Los vientos solares eran dóciles, regulares y parejos.
Era una tarea inimaginable, tan compleja y caótica como si un cocinero intentara controlar cada burbuja en una marmita de agua hirviente, y determinar dónde y cuándo se elevarían a la superficie para liberar su vapor. Compleja y caótica, sí, pero no tanto como para que los sofotecs solares no pudieran realizarla.
La cantidad e identidad de inteligencias electrofotónicas que vivían en la Plataforma era tan fluida y mutable como las corrientes de plasma solar que ellas guiaban. Y había muchos sistemas sofotécnicos, cientos de miles de kilómetros de cable, empalmes, cajas mentales, infórmatums, cascadas lógicas, piedras angulares. Un censo habría mostrado entre cien y mil sofotecs y sofotecs parciales, según las definiciones de sistemas y necesidades locales, combinadas en dos grandes supermentes o temas. El sector sofotec de la población era la vasta mayoría.
La parte de la Plataforma Solar que era adecuada para albergar sofotecs era tan pequeña, en comparación con la parte destinada a almacenar energía, que resultaba casi indetectable; la parte destinada a la vida biológica era aún más pequeña, pero aun así más grande que mil continentes del tamaño de Asia.
La vida biológica consistía en cuerpos especialmente diseñados para ese entorno, que no servían en ninguna otra parte, y en aquellas formas de vida animal o vegetal, construidas con criterio similar, que convinieran al uso, la comodidad o el placer.
Aunque otras formas hubieran sido más prácticas, el amo de este lugar era un Gris Plata, el fundador de los Gris Plata, y había decretado que las cosas que nadaban en ese medio que no era aire tuvieran aspecto de pájaros (al menos para sus sentidos), y que las formas de vida inmóvil (que estaban constituidas por estructuras moleculares de carbono en vez de ser, como la vida de la Tierra, principalmente hidrógeno y agua, y extraían los materiales de construcción de una sustancia más semejante al polvo de diamante que al suelo de la Tierra) tuvieran aspecto de árboles y flores.
Había pues parques y jardines, pajareras y junglas, en un lugar donde tales cosas no podían existir. No se ponía límite a su crecimiento: no podían expandirse en menos tiempo del que usaba el ejército de máquinas constructoras (hora tras hora y año tras año, corriendo por la punta de cada hilo, quemando plasma solar para generar elementos más pesados y elaborar más hilo) para crear más espacio para ellas.
En esa vastedad, más grande que mundos enteros, ciertas partes pequeñas estaban preparadas para la vida humana. Allí había palacios y parques, tiendas mentales, imaginariums, piscinas optimizadoras, relicarios para Taumaturgos y pirámides manifestadoras para composiciones colectivas. La vasta mayoría del espacio vital humano correspondía a Cerebelinas de la neuroforma global, cuya particular estructura de consciencia las hacía sumamente aptas para comprender el caos no lineal de la meteorología solar. La exótica arquitectura orgánico-fractal preferida por las Cerebelinas dominaba los espacios vitales.
Entre las neuroformas básicas, sin embargo, los humanos tenían (para sus sentidos, al menos) aspecto de hombres, y sus lugares tenían aspecto de lugares propios de los hombres, con cámaras y corredores, ventanas, muebles, pasillos. El amo del Sol así lo había querido.
Toda esta inmensidad estaba desierta, con una excepción. El ejército de artesanos, meteorólogos, artistas, retóricos, futurólogos. Taumaturgos solares, diseñadores de datos, intuicionistas, optimizadores y desoptimizadores que formaban la población y dotación de la Plataforma Solar con todas sus subsidiarias había partido, por nave o por radio, para celebrar la Gran Trascendencia.
Podía decirse que aun los sofotecs se habían ido, pues su actividad y atención se concentraban en esa suprema red de comunicaciones, orquestada por Aureliano, que se extendía desde las estaciones de radio orbitales heliosincrónicas (construidas para esta ocasión) hasta los oscuros confines del sistema solar, un tapiz viviente de mente e información que constituiría la base de la Trascendencia.
Alguien se había quedado. Todos los demás festejaban. Él no.
En la intersección de varios corredores, calzadas y sendas energéticas, se abría un ancho espacio con hileras de balcones que parecían asomarse sobre el mar de fuego que ardía sin cesar en el exterior. En medio de este espacio —donde varios puentes tendidos entre balcones y calzadas se cruzaban en el aire—, una rotonda daba sobre las calzadas oscuras, los corredores silenciosos, los balcones vacíos y el inconmensurable infierno de fuego.
En el centro de la rotonda, como una pequeña colina escalonada, se elevaban gradas de cajas mentales. Cada caja apuntaba un espejo energético hacia un trono central, como flores que elevaran su rostro hacia la luz del sol. Los espejos estaban oscuros.
A ambos lados de ese trono había cofres enjoyados que contenían pensamientos y recuerdos, gobernadores de secciones distantes de la Plataforma, y estaciones optimizadoras para enlace mental con los sofotecs. Todos estaban inactivos.
Helión estaba solo, con su armadura pálida como hielo.
Su mirada era sombría, y arrugas de amargura le aureolaban la boca. En sus mandíbulas, un músculo estaba tenso. Miraba sin ver.
Se puso rígido.
—Reloj —preguntó—, ¿qué hora es?
El reloj de su izquierda despertó y habló:
—¿Cómo podemos nosotros, que vivimos en las cercanías del furibundo Sol, medir la sombra de un gnomon para atestiguar el tiempo? Aquí reina eterna medianoche, pues para nosotros el Sol siempre está debajo. ¡Bonita paradoja!
Helión torció los ojos en una mueca de irritación, pero habló con voz impasible.
—¿Por qué te mofas de mi, reloj?
—¡Porque has olvidado el día, poderoso Helión! Es la Penúltima Noche, la noche anterior a la Trascendencia, la noche que otrora se llamaba Noche de los Señores.
La Noche de los Señores, en la víspera de la Trascendencia, era por tradición el momento en que cada hombre, semihombre, mujer, bimorfo, neutraloide, clon y niño recibía, en simulación, control de toda la Ecumene. Cada cual se transformaba, al menos en su mente, en señor de la Ecumene por un día. Cada cual veía cumplidos todos sus deseos. Cada cual podía aplicar sus propias teorías acerca de lo que andaba mal con el mundo, y las consecuencias de sus actos eran desarrolladas con lógica implacable por los simuladores.
La tradición se inició durante la Primera Trascendencia, muchos milenios atrás, bajo la tutela de Litio Sofotec. Sin embargo, tras reiteradas desilusiones, fracasos y resultados trágicos (sufridos por personas que no habían elaborado muy bien sus teorías sobre el mundo), la Noche de los Señores se transformó en la noche en que la Mente Terráquea daba moderados consejos acerca de cómo mejorar y aplicar con realismo algunas de las extrapolaciones que pronto serian sometidas al análisis de la Trascendencia.
La noche anterior a la Trascendencia era el último período de prueba para las posibles extrapolaciones, la evaluación preliminar de los futuros posibles antes de iniciar la tarea real de escoger un futuro.
Helión no necesitaba preliminares. Su visión del futuro, patrocinada por los Siete Pares, ya había sufrido una revisión mucho más exhaustiva de lo que podía ser un examen de Penúltima Noche.
—¿Por qué estás despierto —continuó el reloj— en vez de estar sumido en tus sueños? ¡Aureliano Sofotec prometió que esta Trascendencia se extendería más lejos en el futuro y más hondo en la Mente Terráquea que cualquier intento milenario previo! En conjunto, toda la humanidad y la transhumanidad puede ir más allá del fondo del mar de sueños; sin duda necesitarás más de un día para pasar del Sueño Superficial al Sueño Profundo, para prepararte para lo venidero. ¿Por qué sigues despierto?
No tenía sentido discutir con un reloj. Era un artilugio de inteligencia limitada, no un auténtico sofotec, y hacía tiempo había recibido instrucciones de recordarle sus citas y compromisos. En este caso, con un festivo inminente, el reloj estaba de ánimo jovial y despreocupado: tales era sus órdenes. No tenía sentido irritarse.
—Te envidio, máquina retardada. No tienes yo ni alma que perder.
El reloj guardó silencio. Quizá su mente simple entendiera vagamente la pesadumbre de Helión. O quizás hubiera recibido el peligroso don de una mayor inteligencia durante la Sexta Noche, la Noche de los Cisnes, cuando la Mente Terráquea otorgaba sabiduría e intuición a todas las máquinas «patito feo», las que tenían más potencial para el crecimiento de lo que permitían sus circunstancias actuales.
—No pensarás matarte, ¿verdad? —dijo cautamente el reloj.
—No. He agotado todas las posibles variaciones sobre esa escena. He reproducido tantas veces la inmolación final de mi último yo que parece que toda mi memoria estuviera en llamas. Pero en ese recuerdo no puedo evocar, no puedo reconstruir lo que pensaba entonces. ¿Qué intuición tuve que me hizo reír, aunque agonizaba? ¿Qué epifanía comprendió esa parte muerta de mi, una comprensión tan profunda que habría cambiado mi vida para siempre, si hubiera vivido? ¡Una intuición ahora perdida! Y con ella, toda mi vida…
Se sumió de nuevo en un silencio taciturno. El cuestionamiento de la identidad de Helión por parte de Faetón era una de las muchas cosas que se decidirían durante la múltiple complejidad de la Trascendencia. Tanto él como la Curia, y todos los demás, serían uno en la Trascendencia, y serían agraciados con mayor sabiduría y plenitud de pensamiento de la que había existido durante un milenio, así que Helión había aceptado, por cortesía hacia el tribunal, dejar que la Mente Trascendente resolviera el asunto.
Eso había sido cuando aún tenía esperanzas de reconstruir sus recuerdos faltantes, de hallar su yo perdido.
Esa esperanza se había extinguido. Sabía que la decisión del tribunal iría contra él.
—Perdí una sola hora de mi vida —dijo Helión—. Pero en esa hora, perdí todo. Dije que veía la cura para el caos que había en el corazón de todo. ¿Cuál era esa cura? ¿Qué supe? ¿En qué yo me transformé en esa hora, ese yo que ahora he perdido?
Silencio.
—¿Esto significa que no irás mañana a las celebraciones? —preguntó el reloj con voz lenta y simple.
Helión no respondió.
—Señor… —dijo el reloj.
—Cállate. Déjame con el tormento de mis reflexiones…
—Pero, señor, me pediste que…
—¿No ordené que te callaras?
—Señor, me pediste que te avisara cuando alguien se aproximara.
—Aproximara… —Helión se enderezó en su trono, con los ojos brillantes y alerta. ¿Quién podía estar ahí en vísperas de la Trascendencia?
Con un segmento de la mente (que él podía dividir para que realizara muchas tareas paralelas al mismo tiempo) Helión envió un mensaje a Control de Tráfico de Descenso, exigiendo una explicación. Pero el sofotec de Descenso estaba ocupado con tareas previas a la Trascendencia; sólo una mente parcial limitada estaba de guardia, una copia de un escudero de Helión, Leukios.
—No se aproxima ninguna nave, señor —respondió—. Ya ha atracado.
—¿Atracado? ¿Cómo ha atracado una nave?
—Siguiendo la rutina normal. Activé los generadores de campo magnetohidrodinámico para crear una corriente protectora que se elevara más allá de la corona básica y formar así una zona de plasma más frío a través de la cual pudiera descender la nave. Envié un informe hace una hora. Tu senescal se negó a pasar el mensaje, afirmando que habías ordenado que todos los sistemas de servidumbre te dejaran a solas.
Con otro segmento de la mente ejecutó un chequeo de identidad. Como los sofotecs estaban ausentes, no sabía con quién hablaba, con qué tipo o nivel de mente, ni qué indicaban los símbolos de voz, pero recibió una respuesta:
—Helión, tu huésped está protegido por los protocolos de la Mascarada. No hay identificación disponible.
—Dime al menos dónde está el intruso.
—Eso escapa al alcance de mis deberes.
—Entonces pásame con tu supervisor.
—Mi supervisor es Helión de los Gris Plata, el único ser sapiente que hay a bordo de la Plataforma…
Con un tercer segmento de la mente, interrogó a su corifeo, una mente parcial que tenía la tarea de contar y coordinar los movimientos de hombres y animales por la vastedad de la Plataforma Solar. Helión tenía años suficientes para recordar los días en que se necesitaban mentes policiales y circuitos vigía para evitar que la gente invadiera la propiedad o privacidad de otros. Su corifeo incluía una submente de seguridad que databa de fines de la Era Sexta, uno de los más viejos criados a sus órdenes.
—Tu visitante está a ciento veintiocho metros de distancia, aproximándose desde el principal corredor axial de la sección de mando. Hilo Dorado Mayor, Centro Cero, Heliópolis Mayor.
—¿En otras palabras, aquí, en mi recinto privado?
—Sí, milord.
—¿Por qué se permitió que un intruso traspusiera mis puertas? ¿Por qué no fue detenido en el atrio, en la puerta interior, en las puertas de mando, o en mis puertas de privacidad?
—Por orden tuya —respondió el corifeo con su acento arcaico.
—¿Orden mía? Te ordené que protegieras mi soledad.
—En caso de que dos órdenes se contradigan, debo tener en cuenta la mayor prioridad. Esta orden es de la prioridad máxima que reconozco. Repetiré el texto.
Se oyó la voz de Helión, borrosa y débil como en una grabación antigua; las palabras seguían un ritmo arcaico, con expresiones que Helión no había usado en cuatro mil años. Casi no reconocía la voz como propia, tanto había cambiado su modo de hablar: «Os digo, si alguna vez mi amado amigo regresa, entero o parcial o como fuere, recibidle y dejadle pasar. Cancelad las puertas y barricadas, abrid los cortafuegos, superad las demoras, y traedlo con premura, a él o quien se presente como él: ¡él tiene mayor prioridad que toda otra cosa que yo esté haciendo o haga después, si tan sólo regresare! ¡Si tan sólo me visitare! Que sea admitido cualquiera que venga con el nombre de Jacinto Subhelión Séptimo Gris…»
—Éstas son tus órdenes de hace ocho mil años —dijo el corifeo—, nunca revocadas. ¿Qué ordenas ahora?
Jacinto Subhelión Séptimo Gris. Era el nombre de un muerto.
—¿Cómo puede ser Jacinto? —preguntó Helión.
—No se dijo que éste fuera Jacinto, señor —respondió el corifeo—, sólo que el visitante usa la identidad de Jacinto, y de un modo permitido por la Mascarada. ¿Cuáles son tus órdenes?
Oyó los pasos que sonaban en el balcón a la distancia. A través de una arcada, iluminada por ventanas de fuego a ambos lados, una silueta avanzó y se detuvo.
Helión se puso de pie, la mirada alerta. Con un gesto abrupto, dirigió un espejo a la figura, como para amplificar la visión y verle mejor el rostro; pero se contuvo. Era una violación de la cortesía Gris Plata examinar a un huésped con visores remotos, o hablar por cable, cuando el otro comparecía para una reunión personal.
Helión sólo vio una capa Gris Plata, con un bordado dorado y verde, y un atisbo de armadura blanca. Era un atuendo que Jacinto vestía cuando había perdido el derecho a ser Helión pero aún trataba de parecerse a él tanto como lo permitieran los derechos de propiedad intelectual y las leyes suntuarias.
El encapuchado permaneció inmóvil en el balcón, quizás escrutando a Helión tan atentamente como Helión lo escrutaba a él.
—Recibiré al visitante —le dijo Helión al corifeo—. Admítelo.
Desde la rotonda, un puente se extendió por el vasto espacio que iba hasta el balcón.
Helión observó cómo se acercaba la silueta de capa blanca. Desactivó un instante el filtro sensorial y examinó la forma verdadera del visitante: un cuerpo macizo y piramidal de carbono-silicio atravesaba la atmósfera densa y turbia. Helión no usaba la vista (la visión normal no era posible aquí) sino la ecolocación.
El cuerpo no le decía nada. Cualquiera que entrara en el ámbito especial de la Plataforma Solar tenía que adaptar su cuerpo a esta configuración; los materiales y rutinas para realizar la transfiguración se hallaban a bordo de todas las lanzaderas en órbita heliosincrónica.
Helión volvió a activar el filtro sensorial. La silueta de capa blanca estaba a menos de diez metros, al pie de la colina de gradas de cajas mentales donde Helión tenía su trono.
—¿Es un fantasma el que veo ante mí, surgido de un archivo inquieto? —dijo Helión—. ¿Acaso te ha despertado un poder imprevisto que la Mente Terráquea desata esta última noche, antes de que sumemos nuestras individualidades en omnímoda gloria? ¡En tal caso, regresa! Regresa al museo o cofre numénico que contuvo tus pensamientos muertos todos estos años. Los muertos no tienen nada que decir a los vivos.
Una voz neutra salió de la capucha. El envío tenía formato de texto, pero el filtro sensorial de Helión lo interpretó como voz, sin añadir inflexión, tono ni ritmo. Parecía la voz de un fantasma.
—Los muertos pueden permitir que los vivos evoquen sus vidas anteriores. Los muertos amados pueden advertir a los vivos sobre amores que pronto perderán.
—¿Quién eres?
—¿Te asusta mi apariencia? —dijo esa voz fría y siniestra—. Tuve que asumir esta forma para que me permitieran trasponer tus puertas. No puedo aparecer con mi propia forma. ¡Destino aciago sufre quien me ve tal como soy!
Helión entornó los ojos.
—Esa frase pertenece a un melodrama gótico de Dafne. La abadía de Owlswick… Ella escribió el guión de diagrama de flujo de esa escena.
—Muchos la consideran la mejor autora de estos tiempos. No la deshonro al pronunciar palabras que ella compuso.
Helión, con pesada lentitud, volvió a sentarse y apoyó el codo en el brazo del trono, ocultando una media sonrisa detrás del nudillo, mirando desde bajo la frente.
—¿Y cuál es la advertencia que me traes, viejo fantasma?
—Sólo ésta: no pierdas a tu hijo. Faetón, como perdiste a tu entrañable amigo Jacinto. No te pierdas a ti mismo. Faetón conoce los pensamientos que tu yo anterior tuvo al morir: tú y él hablasteis antes de tu muerte, durante una tormenta en que los sistemas de grabación no estaban alerta. Con ese pensamiento puedes reconstruir tu memoria por extrapolación, puedes transformarte en aquello que Helión habría sido, si hubiera vivido. La Curia te llamará Helión y te dará su nombre, lugar, fama y propiedad. De lo contrario, eres Helión Segundo, y Faetón se lleva toda tu fortuna al exilio; esta Plataforma Solar, la casa de Helión, sus cofres de memoria, riquezas, royalties, derechos mentales, todo. Pero si te avienes a prestar a Faetón fondos suficientes para saldar las deudas provocadas por su nave estelar, y le devuelves el título de propiedad de la nave, él te dirá todo lo que sabe o, si eso no logra transformarte en Helión, te entregará tu fortuna.
Helión miró un rato esa figura con capa y capucha. Suspiró.
—Dafne —dijo con voz cansada—, sabes que no puedo aceptar esas condiciones. Hace tiempo juré defender al Colegio de Exhortadores, único dique contra la marea de inhumanidad que acecha para anegamos. No romperé ese juramento, ni siquiera para recobrar mi viejo yo, mientras ame el honor más que la vida.
Dafne se quitó la capucha y gesticuló para indicar que renunciaba a la Mascarada. Helión vio su rostro y oyó su voz.
—A partir de ahora sufrirás el exilio, si tratas conmigo a sabiendas —dijo—. Pero creo que deberías unirte a nosotros: ¡Temer Lacedemonio está aquí, afuera, más allá de la sociedad, y también Aureliano Sofotec!
—¿Qué?
—¡Sí!
—Eso significa que la Trascendencia…
—No incluirá a los Exhortadores —dijo Dafne, sonriendo—. Con lo cual no estarán en nuestro futuro, ¿verdad? ¿Te sumarás a la interdicción y dejarás que el futuro que soñaste, el futuro que tanto aman los Pares, se pierda sin ser oído?
Helión frunció el ceño.
—Debería eliminarte de mi filtro sensorial y no oír nada de esto… Pero… ¿Aureliano en el exilio? Él se comunica con la Mente Terráquea. ¿Ella también está en el exilio?
—¿Por qué crees que ninguno de los sofotecs habla?
—Creí que se preparaban para la Trascendencia…
—¡Se preparan para la guerra!
La rutina idiomática de Helión buscó esa palabra en la memoria antigua y revisó sus connotaciones.
—No dirás que el conflicto de Faetón con los Exhortadores es una guerra, ¿verdad? —dijo—. Esto no es una metáfora.
—Me refiero a la guerra con la Segunda Ecumene, que mató a mi caballo y mediante una treta persuadió a los Exhortadores de exilar a Faetón. ¡El ataque contra él fue real! Todo lo que decía Faetón era cierto! ¿Por qué no le creíste en vez de escuchar a los demás? ¡Él nunca habría dejado de creer en ti, sin importar las circunstancias!
El sofisticado sistema mental de Helión le permitía adoptar súbitos cambios de perspectiva sin desorientación. Los circuitos de asistencia de su Tálamo e hipotálamo hicieron conexiones, reevaluaron reacciones emocionales, calcularon una multitud de implicaciones.
Se enderezó en el trono y habló con calma y rápida voz:
—La Última Transmisión tardó mil años en llegar al Sol desde Cygnus X-1. La gente de Vafnir envió naves robot que, desplazándose muy por debajo de la velocidad de la luz, llegaron tres mil años después de la recepción de ese mensaje. Tiempo suficiente para que reviviera una civilización. Ninguna civilización respondió a sus requerimientos de construir un láser decodificador. Las naves atravesaron el oscuro sistema del Cisne con sus velas lumínicas extendidas, y hasta hoy continúan rumbo al infinito… Mientras las sondas atravesaban el sistema Cygnus X-1, sus lecturas mostraron que las condiciones eran tal como las pintaba la Última Transmisión. No había indicios de actividad cultural, ni ruido de radio. Silencio. Muerte.
«Pero los supervivientes de ese acontecimiento pudieron haberse ocultado. No sería difícil. Es muy posible que nuestros astrónomos pasaran por alto las señales de una civilización extrasistémica, especialmente a mil años luz de distancia.
—O bien los mensajes presuntamente enviados por las sondas robot —dijo Dafne— no venían de ellas. Es posible que destruyeran las sondas. Pudieron falsificar el contenido de sus mensajes. Hablamos de unos mil años luz de distancia, ¿verdad? No pudo ser una señal muy fuerte ni compleja. Y nuestros astrónomos la reciben mil años después que fuese emitida.
—En cualquiera de ambos casos —dijo Helión, con un destello en los ojos—, suponemos toda una cultura que toma medidas extraordinarias para permanecer oculta. Si es así, ¿qué estrategias habría adoptado? Sugiero que la Ecumene Silente, si podía costearse los recursos, habría fundado colonias adicionales, para dispersar sus fuerzas, y despachado observadores… ¿Cómo es el antiguo término?
Dafne conocía la palabra.
—Espías.
—Gracias. Y despachado espías a nuestra Ecumene, para obstruir cualquier proyecto que condujera a su descubrimiento.
—¿Dices que los silentes pueden haber fundado colonias? Tal como quería Faetón… ¿Dónde? ¿Cuántas?
Helión alzó una mano y envió una imagen al filtro sensorial de Dafne. Súbitamente la rotonda donde estaban pareció flotar en el espacio profundo, con estrellas arriba y abajo, una amplia configuración tridimensional.
—Aquí esta Cygnus X-1 —dijo Helión—. Observa: la rodeo con burbujas concéntricas del probable tiempo de viaje de las naves del tipo Naglfar de Ao Ormgorgon, construidas con tecnología de la Quinta Era. Los candidatos probables como colonias estelares aparecen en blanco… Ahora ordeno las posibles colonias según su viabilidad como escondrijos, no como colonias, teniendo en cuenta la presencia de polvo nebuloso y fuentes naturales de ruido de radio que podrían ocultar la actividad industrial a gran escala a los astrónomos de la Ecumene Dorada.
Una esfera rodeó Cygnus X-1, y números luminosos marcaron las estrellas que estaban dentro de la esfera. Delgadas líneas partían de Cygnus X-1, mostrando posibles trayectorias; ninguna se aproximaba al espacio cercano al Sol.
—Ahora, haciendo una estimación general de los recursos naturales de la Ecumene Silente (y sus recursos tienen límites, pues su agujero negro puede producir una tremenda cantidad de energía útil, pero es inmóvil), llego a la conclusión de que en estas posibles estrellas, y asumiendo expediciones del tamaño de la nave multigeneracional Naglfar, podría haber entre quinientos y mil doscientos sistemas coloniales, habiendo al menos doscientas expediciones todavía en vuelo, que se proponen llegar a destino dentro de los tres próximos milenios…
Más cifras y luces aparecieron cerca de ciertas estrellas, y ciertas trayectorias se iluminaron, mostrando la posición de posibles expediciones en vuelo.
—Si asumimos un método de propagación con costes menores, por ejemplo, paquetes de esporas de nanotecnología microscópica impulsados por vientos estelares, o por láser de vela fotónica, la posible área de las colonias es menor, porque el tiempo de viaje es mayor.
Una esfera de luz más pequeña que la primera apareció alrededor de Cygnus X-1. Ésta ni siquiera se acercaba al Sol.
—Así que podemos asumir que la colonización se efectúa con naves —dijo Helión.
Dafne no había terminado de regañar a Helión por su conducta ante Faetón, y quería volver al tema del acuerdo que deseaba imponerle. No obstante, se sintió fascinada por las especulaciones de Helión.
—Entonces la Ecumene Silente es… ¿qué? ¿Un imperio interestelar?
—No lo sé. Los planetas estarían demasiado distantes para ser sometidos a un control imperial central, ni podrían asistirse entre sí con recursos mutuamente beneficiosos. Las distancias son demasiado grandes. Sin embargo, una sociedad organizada por sofotecs, o incluso por hombres inmortales de gran tenacidad, podría fundar dichas colonias para cumplir un plan que requiriera miles o millones de años.
Dafne trató de imaginar una empresa en escala tan vasta.
—¿Con qué propósito…?
—Lo ignoro. Pero supongamos que es uno que concuerda con su deseo de permanecer ocultos. ¿Por qué? ¿Porque temen nuestra competencia? Pero, ¿cómo alguien en su sano juicio puede temer la Ecumene Dorada? Somos la más tolerante y justa de todas las civilizaciones posibles.
—En tu visión del futuro, la que ibas a ofrecer a la Trascendencia…
—Continúa.
—¿Cuánto tiempo necesitaría la Ecumene Dorada para expandirse más allá del sistema solar?
—No sucedería hasta que se hubieran agotado las fuentes primarias de energía solar. ¿Cuál sería la necesidad?
—¿Quizá cinco, diez mil millones de años? Extrapola el crecimiento de la Ecumene Silente en las estrellas circundantes durante ese período.
Aparecieron señales luminosas en todas las estrellas circundantes. No quedaban estrellas libres en ninguna zona vecina al Sol. El sistema solar estaba rodeado.
—Ahora bien —dijo Dafne—, ¿alguien en la Ecumene Dorada tomaría un planeta, o invadiría la propiedad de otro, o tomaría algo, sólo porque lo necesita, por mucho que lo necesite, sin el consentimiento del propietario?
—No somos bárbaros.
—Así que estaremos atrapados sin tener adonde ir, acotados por nuestros principios, confinados a un sistema cuya estrella agoniza. Y todo porque no tuvimos la previsión de actuar como desea Faetón.
—Los deseos de Faetón fueron los que desencadenaron el conflicto —dijo Helión—. Si el plan de la Ecumene Silente requería que ellos permanecieran ocultos durante miles de millones de años, hasta que pudieran alcanzar la supremacía en todo el espacio cercano, ¿por qué arriesgarlo todo, por qué arriesgar generaciones de planificación, sólo para abatir a Faetón? He aquí el porqué. —Señaló una vez más la esfera de luz centrada en Cygnus X-1—. Esto define la mayor extensión a la que puede expandirse la Ecumene Silente desde ahora. Esto indica dónde podría estar dentro de cinco, diez, cincuenta milenios. Esta esfera externa abarca todas las estrellas con planetas dentro de un alcance de quinientos mil años luz. Y aquí es donde Faetón, con la Fénix Exultante, podría fundar colonias en cincuenta milenios…
Una ancha zona de luz dorada se propagó desde el Sol, llegó al límite exterior de la otra esfera y siguió propagándose.
—Aquí está en cien milenios…
La esfera dorada llegó más allá del límite de la proyección. Parecía llenar la noche.
—Y no puedo mostrar dónde estará Faetón dentro de quinientos milenios sin reducir la escala del modelo —dijo Helión—. Sería un importante segmento de este brazo de la galaxia. ¿Entiendes por qué actuaron para detenerlo? Porque una vez que se fuera de este sistema, ninguna nave lo alcanzaría, nadie podría detenerlo. No con esa nave.
—¿Das por sentado que ellos no podrían construir una nave como la Fénix Exultante?
—Sospecho que su nivel tecnológico es inferior al nuestro. Si nos igualaran, ¿por qué se ocultarían? Y un secreto mantenido con tanta diligencia durante siglos habla de un gobierno central fuerte, lo cual supone una disminución de las libertades personales, y por tanto falta de innovación, y por tanto estancamiento. No me importa cuán listos sean sus sofotecs; ni siquiera los sofotecs pueden cambiar las leyes de la física ni las leyes de la economía, la política y la libertad. Creo que no tienen ninguna nave como la Fénix Exultante. Creo que no tienen hombres como Faetón. No sé qué motiva a los silentes, ni quiénes o qué son. No sé cuánto tiempo han estado entre nosotros, observándonos, quizá influyendo sobre nosotros de maneras sutiles. Lo único que sé, basándome en el modo en que han salido de su escondrijo, es que temen a Faetón.
Señaló las estrellas ilusorias que lo rodeaban.
—Él puede desbaratar todos sus sueños imperiales.
Cerró el puño. Las estrellas se disiparon. Volvió la luz normal.
Dafne se apoyó las manos en las caderas y frunció el ceño.
—Bien, si lo odian a él, deben amarte a ti. Tú y los Exhortadores os empecinasteis en detener a Faetón y matar su sueño. Lo hicisteis mortal y lo abandonasteis para que muriera en el desamparo. Vosotros hicisteis el trabajo de la Ecumene Silente. ¡Vosotros!
—Una circunstancia trágica nos obligó —dijo gravemente Helión—. Procurábamos preservar esta civilización, la mejor civilización que la mente del hombre puede concebir. Y aun así no causamos ningún daño a Faetón; simplemente nos negamos a ayudarle a poner en peligro nuestra vida, y urgimos a otros a no ayudarle. ¿Se nos puede culpar por eso?
Los ojos de Dafne destellaron.
—¿Culpar? No es ilegal ser cobarde, si a eso te refieres. Ni hipócrita. Pero yo no haría todo aquello que permite la ley, ni cosas que sé que están mal. Toda tu vida has predicado que la gente debe evitar lo que es malo, feo, ruin e inhumano, aunque esté permitido legalmente. Lo has predicado con frecuencia. Es fácil decirlo, pero difícil hacerlo.
Helión contrajo las cejas.
—Si me equivoqué respecto a Faetón, fue un error fáctico, no un error de principio. Yo ignoraba, como todos en la Ecumene Dorada, que la Ecumene Silente había sobrevivido y al parecer tiene propósitos hostiles hacia nosotros. A causa de ese afortunado accidente, el peligroso sueño de Faetón ahora nos hace más bien que mal; pero si los hechos hubieran sido como yo creía anteriormente, el peligro no nos habría hecho ningún bien, ni Faetón habría tenido derecho a exponemos a él.
—Hay una mentira en el fondo de todo lo que dices —dijo Dafne—. No es la guerra lo que temes, la guerra interestelar. Faetón nunca planeó eso, y la guerra no es inevitable sólo porque las personas sean diferentes. La guerra era sólo una excusa. Lo que temes es la libertad, la falta de control. Al cabo de muchos siglos de odio y violencia, perfidia y afán de poder, los sofotecs nos condujeron a una sociedad que la gente nunca habría tenido la honradez ni la capacidad lógica para construir por sí misma. Una sociedad en la que nadie puede obligar a nadie a hacer nada, salvo detener el uso de la fuerza. ¡Pero no era suficiente para ti! Construiste tu Gris Plata y tu movimiento nostálgico y romántico en arte y sociometría, y trataste de persuadir a todos de que vivieran en el pasado. Y tampoco fue suficiente para ti. Tú y tus amigos, Orfeo y Vafnir y toda esa pandilla, decidisteis persuadir cuando no podíais forzar, pero el objetivo era el mismo. ¡Tú y tu Colegio de Exhortadores usasteis a la opinión pública como arma, para derribar a cualquiera que cuestionase el precioso modo de vida que queríais imponer! ¡Cualquiera que lo cuestionase! ¡Cualquiera que quisiera llevarlo a las estrellas! ¡No queríais esa libertad que decíais proteger, y menos para Faetón! ¡Claro que no! Porque no puede haber presión de la opinión pública entre los mundos de soles distantes; las noticias son demasiado lentas, el espacio demasiado grande. Puede haber un gobierno entre las estrellas, si es un gobierno como el nuestro: pequeño, discreto, escrupuloso, incapaz de hacer nada salvo defender la paz, incapaz de usar la fuerza salvo para detener la fuerza. Porque, con un gobierno así, la gran distancia y la falta de comunicación no importan. Pero lo que no puede haber entre las estrellas son estas cosas: un Colegio de Exhortadores; un monopolio del control de tormentas solares, como el tuyo; un monopolio de la vida eterna, como el de Orfeo; el control de Vafnir sobre las fuentes energéticas; el emporio del entretenimiento de Ao Aoen, y demás.
—El peligro de violencia todavía es real, si nos expandimos. ¿Los actos de los espías y agentes de la Ecumene Silente entre nosotros no lo demuestran?
—Nuestra capacidad para sobrevivir a la violencia también se expande. Desde la invención de la bomba atómica, la humanidad tuvo el poder para destruir un planeta. ¡Pero nadie puede destruir un cielo nocturno constelado de estrellas vivientes!
—Los sofotecs no sólo nos han dado un gobierno de infinita libertad sino también, todo hay que decirlo, de infinito libertinaje. También nos dieron, por primera vez, la capacidad para controlar con precisión nuestro destino, para predecir el curso del futuro y, si lo usamos sabiamente, el poder para proteger nuestra bella Ecumene Dorada de convulsiones y horrores. Pero el control es la clave. Con ayuda sofotécnica, puedo controlar el furibundo caos del Sol, y poner a nuestro servicio las obtusas fuerzas de la naturaleza. Quizás el sueño de Faetón ahora sea necesario, pero todavía es desmedido y excesivamente ambicioso. La culpa es mía. Es demasiado parecido a mí. Es como yo sería sin la cautela apropiada y la moderación para restringir mis actos a aquéllos que sirven al bien social. Él es un espíritu de fuego indómito. El hecho de que ahora lo necesitemos, de que las amenazas externas nos obliguen a reconciliarnos con él, no hace que su temeridad, su desconsideración, su insubordinación, hayan sido virtudes desde el principio.
Dafne se cruzó de brazos, con un relampagueo de furia burlona en los ojos.
—¿Conque ésa será tu disculpa por robar la inmortalidad de Faetón y arrojarlo a los perros? «Lo lamento, hijo, pero ahora te necesitamos. Ah, de paso, yo siempre tuve razón.»
La pena oscureció el rostro de Helión. Agachó la cabeza.
—Ahora esta discusión es irrelevante —dijo—. Sin duda el exilio de Faetón será anulado, pues el ataque que lo instó a abrir el cofre de memoría era real, en definitiva.
—¿Y eso es todo? —rezongó Dafne—. ¿Ninguna disculpa, ningún arrepentimiento?
—¿Si me arrepiento de mi papel en estos acontecimientos? —murmuró Helión, como si hablara consigo mismo—. Ciertamente deploro los acontecimientos pero, por mi parte, me comporté tan honorablemente como pude. —Elevó la voz—. Y el honor requiere que no traicione mi juramento de respaldar a los Exhortadores, aunque Aureliano, la Mente Terráquea y todo el mundo me desprecien por ello. Aunque los Exhortadores sean a veces un instrumento débil y perverso, y ataquen con crueldad a quienes no merecen el castigo que ellos infligen, constituyen el único instrumento que tenemos para preservar la decencia, la humanidad, el decoro, la integridad de la vida. Si no fuera por ellos, todos estaríamos dentro de máquinas, embriagados y enloquecidos por sueños infinitos y perversos. Sin ellos, no tendríamos ningún control sobre este loco torbellino que llamamos vida.
—¡Estupendo! —se burló Dafne—. ¡Esa disculpa es aún mejor! «No es que te amara menos a ti, querido Faetón, sino que amaba más a los Exhortadores (llanto).» ¡Ja! ¡Los Exhortadores son meros matones, y tú lo sabes! ¿Qué importa que sus actos sean privados, legales y no coercitivos? ¡Son ellos los que siempre dicen que no todo lo que es legal es correcto! Y no me importa si no lo llamas coerción. Ni siquiera intentaron razonar con Faetón. Trataron de abrumarlo e intimidarlo. Bien, su sistema no funciona tan bien con gente que no se deja intimidar. Estaban equivocados, totalmente equivocados. Y también tú. Despierta de tu ensimismamiento, Helión, y admite que estabas equivocado.
—¿Una disculpa? Lloraría de alegría si viera de nuevo a mi hijo, pues aún lo amo y aún es mi hijo, pero no me apartaré un ápice de los principios que rigen mi vida. Sea mi hijo o no, su error o su acierto no dependen de sus lazos de parentesco conmigo. —Alzó la cabeza, suspiró, se encogió de hombros—. Pero no importa. Esta discusión es estéril. El acto está cometido. La discusión, insisto, es irrelevante.
—¡No, Helión! —exclamó Dafne con voz fría y vibrante—. ¡Eres tú quien se ha vuelto estéril, es tu opinión la que se ha vuelto irrelevante! Faetón sabe construir. Él construyó la situación en que te encuentras. Su amnesia, su sometimiento a los Exhortadores en Lakshmi… no fue impulsado a estas cosas por la pesadumbre. Actuó con cálculo atento y desapasionado, y se usó a sí mismo con la misma e implacable eficiencia que aplica a las fuerzas y materiales inanimados para lograr sus diseños de ingeniero. Quería tiempo para hallar el modo de sacar a la Fénix Exultante de la sindicatura; quería desarmar a la oposición.
—¿Y en qué fallaron sus cálculos? —dijo Helión.
Dafne rió.
—¡En nada! Tú ayudarás y respaldarás a Faetón en su intento, y pagarás sus deudas para liberar su nave, o te apartarás pasivamente del camino mientras él toma tu fortuna, heredada por veredicto del tribunal, y hace lo que tú deberías hacer. ¿No lo ves aún? Faetón nunca te engañaría. Nunca usaría la ley de esta manera, salvo para recobrar aquello que se le prometió.
—¿Prometió?
—Tú se lo prometiste. En la última hora de tu vida anterior. En la hora que olvidaste.
—¿Cómo puedes saber esto?
Dafne sonrió triunfalmente.
—Lo sé porque él lo sabe, y he compartido sus recuerdos, como corresponde entre marido y mujer, durante nuestro viaje desde la Tierra. Él lo sabe porque tú se lo dijiste. Tú le contaste la intuición, la epifanía que te hizo reír antes de tu muerte, el secreto para derrotar al caos.
Helión guardó silencio, consternado. El hecho de haber dado su palabra a Faetón, aunque hubiera olvidado su juramento, no era una nimiedad. Helión no era como otros hombres: para él, era intolerable pensar que no cumpliría su palabra.
—Ya he rechazado ese trato —dijo sin embargo—. Ni siquiera para salvar mi alma, o mantener mi nombre incólume, daré la espalda a lo que juré a los Exhortadores.
—Te lo diré de todos modos, porque lo que hagas no tiene importancia. Escucha.
—Estabas ardiendo en medio de la peor tormenta solar que nuestros registros recuerdan. Tus sondas profundas no te habían avisado con antelación. Sabías que en las complejas y turbulentas reacciones que bullían en el centro del Sol había ocurrido algo anormal; alguna coincidencia, la interferencia constructiva de dos capas de convección, quizá, o el súbito enfriamiento de grandes tramos del submanto por un capricho estadístico, creando una inversión en las capas. Algo que el modelo estándar no predijo ni podía predecir. Un cambio diminuto que condujo a resultados complejos e imprevisibles. En otras palabras, caos.
«Todos los demás huyeron. Todos tus compañeros y tripulantes te dejaron luchar solo contra la tormenta.
»No los culpaste. En un momento de intuición cristalina, comprendiste que eran cobardes más allá de la mera cobardía: dependían tanto de los circuitos de inmortalidad que ni siquiera imaginaban el acto de arriesgar la vida. En este sentido todos eran iguales. No sabían que no eran valientes: ni siquiera podían pensar que morir fuera posible. ¿Cómo podían pensar en afrontar la muerte sin rehuirla?
»Tú no la rehuíste. Sabías que morirías; lo supiste porque los sofotecs, que son inmunes al dolor y al temor, gritaban, fracasaban y desaparecían.
»Y en ese momento de agonía, con toda tu vida expuesta como una sola imagen para que la examinaras en un momento congelado del tiempo, supiste que nadie era inmortal, en definitiva. El día puede estar lejano, más lejano que la muerte del Sol, o la extinción de las estrellas, pero llegará el momento en que nuestros sistemas numénicos fallarán, nuestras brillantes máquinas se extinguirán, y nuestras copias y recuerdos se perderán.
»Si toda vida es finita, sólo importan la gracia y la virtud con que se vive, no la duración. Así que decidiste quedarte otro momento, y erigir campos magnéticos, descargar masas de interrupción en la corriente, para romper con los patrones de refuerzo de la tormenta.
»No te importó la vida sino el honor, Helión, así que te quedaste un momento más, y otro.
»Por la radio clamaban voces pidiendo que enviaras tu mente a un lugar seguro, fuera del alcance del peligro. La creciente estática de la tormenta las ahogó; te reíste, porque en ese momento no comprendías qué temían esas voces.
«Viste el plasma que penetraba un escudo tras otro, como si una inteligencia malévola arrojara una lanza de fuego para partir tu Plataforma Solar en dos, o vomitara llamas devastadoras para incinerar la indefensa Fénix Exultante, que estaba en reposo, con el casco abierto, las células de combustible expuestas al peligro.
»El caos intentaba destruir la labor de tu vida, y grandes sectores de la Plataforma Solar se evaporaban. El caos intentaba destruir la labor de la vida de tu hijo, y como él estaba a bordo de esa nave, fuera del alcance de los circuitos numénicos, también habría destruido a tu hijo.
»La Plataforma estaba a salvo, pero te quedaste otro momento, tratando de desviar el torrente de partículas y proteger a tu hijo; los circuitos fallaban, uno tras otro, pero tú te quedaste, dirigiendo los procesos de emergencia como una orquesta tenante. Cuando pasó el pico de la tormenta, era demasiado tarde para ti: te habías quedado demasiado tiempo, las ¡lamas llegaban. Pero la radioestática se despejó el tiempo suficiente para que le dejaras unas últimas palabras a tu hijo, pues descubriste, para tu sorpresa, que lo amabas más que la vida misma. En tu mente, él era la imagen viviente de lo mejor de ti, el ideal que siempre quisiste alcanzar.
»—El caos me ha matado, hijo —dijiste—. Pero la victoria de lo imprevisible es hueca. Los hombres imaginan, en su orgullo, que pueden predecir cada acontecimiento de la vida, y gobernar la naturaleza y gobernarse a sí mismos con reglas férreas. No es así. Siempre habrá hombres como tú, hijo mío, que harán cosas que nadie predice ni puede controlar. Traté de domar el Sol y fracasé; nadie sabe lo que hay en su flamígero corazón; pero tú domarás mil soles, y propagarás la humanidad por el espacio de tal modo que ningún imprevisto, ningún flujo del caos, ninguna desdicha inesperada, podrá dañarnos a todos. Para que los hombres sean civilizados, deben ser diferentes. Así, cuando el caos venga a reclamarlos, cada cual usará una estrategia distinta, y algunos triunfarán, al menos por mero azar. El modo de conquistar el caos que subyace a todas las cosas estables e ilusorias de la vida consiste en ser libre y tolerante, y estar tan enamorado de esa libertad que el caos sea nuestro aliado; nos transformaremos en aquello que nadie puede prever; y el valor y la invención serán los nombres que pondremos a nuestra temeraria imprevisibilidad.
»Y juraste respaldar el proyecto de Faetón, y moriste para que su sueñe viviera.