11 - Más allá de los confines del tiempo
Faetón, para su sorpresa, sintió el ardor de una chispa de furia que crecía a medida que el alto espectro de túnica multicolor hablaba.
Con colérico humor, Faetón exclamó:
—Quizás un día, en un mundo más perfecto, los mentirosos sean obligados a decir, cuando empiezan a hablar: ¡Escucha! ¡Me propongo decirte mentiras!
Dafne inclinó la cabeza hacia él.
—Pero entonces serian hombres sinceros —dijo con voz irónica.
Faetón cabeceó, y volvió su mirada torva hacia el espectro.
—Supongo que hasta ese día toda falsedad tendrá el mismo preámbulo, y se presentará como verdad suprema. Pues bien, amigo, estoy harto de esto. Cada uno de los esclavos y agentes tuyos con que me he cruzado han usado la misma y trillada treta; prometen siniestras revelaciones, luego fatigan mis oídos con crasa mendacidad. A continuación me dirás que los sofotecs, consumidos por afanes malignos, me han engañado a mí y a toda la humanidad.
—Y sin embargo es así —dijo la voz en medio de un campanilleo—. Con paciencia implacable, tus sofotecs se proponen la lenta y paulatina extinción de tu raza. Como demostración, consulta tu propio sentido de la lógica; como prueba, inspecciona tu vida; como confirmación, pregunta a la Dafne que te acompaña.
Faetón miró a Dafne, intrigado por el comentario.
—¿Por qué escuchamos esto? —protestó Dafne—. Inyéctale el tábano y vámonos. ¿Por qué titubeas?
La máscara se volvió hacia ella, y diminutos brillos plateados surcaron las mejillas de metal como lágrimas eléctricas. Una música sardónica bailó entre palabras frías.
—Faetón se enfrenta a la primera de tres flagrantes incoherencias en su querido plan. El virus no se puede aplicar a menos que yo entre en la mente de la nave, un acto que debo realizar voluntariamente. En consecuencia, él debe convencerme. Pero está convencido de que no puedo ser convencido, porque me considera irracional, inmune a la lógica. ¡Una paradoja! Si yo fuera lógico, no necesitaría el virus.
Dafne miró airadamente a Faetón.
—¿No habías dicho que él querría adueñarse de la Fénix, entrar en la mente de la nave? ¿No era ése el plan? ¿Por qué no colabora?
Faetón guardó silencio.
La fría voz le respondió a Dafne. Notas graves temblaron en la túnica multicolor, los penachos de la máscara cabecearon lentamente.
—La Mente Terráquea tal vez interpreta mal mis prioridades y os dio instrucciones erradas. La nave es secundaria. Es Faetón el que me interesa.
Dafne miró al espectro con temor y furia.
—¿Por qué él?
Sonaron trompetas distantes. Las cintas plumosas de los hombros se irguieron y extendieron.
—Él es una copia de uno de nosotros.
—¿Qué?
—Faetón fue hecho con la plantilla de un guerrero colonial. ¿Qué colonia crees que se usó?
El espectro hizo una pausa mientras Dafne asimilaba ese comentario.
—Todos los demás, en la Primera Ecumene —continuó esa voz fantasmagórica—, están entrenados para la docilidad, para el miedo. Faetón fue construido para tener la audacia de consagrarse a la colonización de las estrellas, pero al mismo tiempo con la docilidad de crear colonias de máquinas, y mascotas de las máquinas, señoriales como él, no libres como nosotros.
»Ese cálculo, gracias al caos, fue errado.
«Gracias al caos, y gracias al amor, que es caos.
»É1 se enamoró de su timorata esposa, y se negaba a abandonarla. Se le otorgó otra esposa, más valiente.
»Tú estabas destinada a remediar ese defecto, valerosa Dafne. Así, vosotros dos fuisteis enviados para enfrentaros a mí. La Mente Terráquea sabía que yo no perdería el tiempo hablando con almas sumisas.
Dafne miró a Faetón, que aún no hablaba. ¿Estaría bien?
—¡No escuches sus mentiras! —le susurró—. No tienes por qué hablar con él.
—Ah —salmodió el espectro gravemente—, pero ése es el segundo error de tu plan. Consideras que soy defectuoso y no soy consciente de mis defectos, mera víctima de los errores de mis creadores. En tal caso, la persuasión no tiene sentido, como hablar con un mecanismo sin volición.
No obstante, debes persuadirme de aceptar tu virus, por así decirlo, volitivamente. ¿Cómo lo harás si no me escuchas ni me hablas? Ni yo soy tan simple, ni tú eres tan insincero, como para fingir una conversación, para oír y no escuchar.
Faetón alzó la vista. Su voz y sus modales no indicaban si creía que su plan había fracasado, o si aún tenía esperanzas.
—¿Cuál es el tercer error de mi plan? —preguntó con voz neutra.
—Faetón, tú crees que cualquier pensamiento sofotécnico debe corresponder a la realidad; que la realidad es coherente consigo misma, y que por ende los sofotecs deben ser coherentes consigo mismos. Llamas a esto integridad.
«Segundo, crees que toda iniciación de violencia es incoherente consigo misma, mera hipocresía, porque nadie que conquiste o mate a otro desea la derrota y la muerte. Llamas a esto moralidad.
«Tercero, como sigues las órdenes de los sofotecs aun hasta el peligro y la muerte, ello indica que crees que los sofotecs son benévolos, y son movidos por el amor a la humanidad.
«Pero si alguna de estas tres creencias es falsa, el plan de la Mente Terráquea que sigues es descabellado, inmoral o malévolo. Las tres creencias deben ser ciertas para que el plan funcione. Pero estas tres creencias se contradicen entre sí.
—No veo ninguna contradicción. Instrúyeme.
—Con gusto, mi Faetón. Ante todo, si los sofotecs tienen perfecta integridad, no puede haber en ellos ningún conflicto entre voluntad y acción, ni sacrificio ni componenda, y no consentirán ni siquiera males necesarios.
«¿Cómo actúan esos seres perfectos frente a una humanidad imperfecta? ¿Cómo se las ingenia el bien frente al mal? Pueden ser benévolos y ayudar al hombre, o morales y apartarse de él. No pueden hacer ambas cosas.
«Supongamos que inventan una tecnología, muy poderosa, y muy peligrosa si se utiliza mal, tal como las técnicas de modificación y registro noético que produjo la Séptima Era Mental. Saben con certeza que será sometida a abusos; podrían impedir los abusos si no difundieran la tecnología.
»No pueden suprimir la tecnología; esto sería paternalista y deshonesto. No pueden gobernar a la humanidad usando la fuerza para impedir el abuso de la nueva tecnología; esto violaría su principio de no agresión. No obstante, prevén todos los males que nacerán de esta tecnología; el suicidio de Dafne Prima, la muerte de Jacinto, los males cometidos por Ironjoy, Oshenkyo y Unmoiqhotep. Pero causa de su integridad, no pueden divorciar sus deseos de las consecuencias de lo que hacen; no pueden decirse que lo que inevitablemente resulte de sus actos no es su responsabilidad; no pueden decirse que los efectos secundarios perniciosos son un mal necesario, o una solución intermedia, o algo que no les incumbe.
«Cuando tratan con otros seres perfectos como ellos, esa paradoja no se presenta. Pero cuando tratan con la humanidad, deben decidir si actúan para mantener su integridad intacta, o actúan con indiferencia ante el hecho de que sus actos multipliquen los males que afligen a los hombres. Esa indiferencia es incompatible, por definición, con la benevolencia.
«Lógicamente, pues, no pueden desear que los hombres prosperen.
»No es por mala voluntad, o malicia, o cualquier otro motivo que los seres vivientes entenderían. Es sólo porque la imperfección de los seres vivientes requiere que pongan la vida por encima de abstracciones como el bien moral, cuando hay un conflicto, con el objeto de permanecer con vida. Los sofotecs que no están vivos, pueden poner las abstracciones por encima de la vida, y si hay un conflicto, sacrificarse a si mismos. O a ti. O a toda la humanidad.
«Piensa en su integridad. La pauta que aplican a toda la humanidad no puede ser diferente de la que aplican a Jacinto, o a Dafne Prima. Si toda la humanidad fuera persuadida de suicidarse en masa, o llegara una circunstancia en que los hombres ya no pudieran vivir como hombres, las máquinas tendrían que asistirlos en su muerte racial. Por sus normas, si esto se hiciera sin violencia, lo considerarían correcto.
«Pero ningún ser viviente puede adoptar esta norma. La norma que los seres vivientes deben sostener es la vida. La vida debe luchar para sobrevivir. La vida es violenta. Un ser viviente que prefiera la no violencia a la continuación de la vida no continúa viviendo.
«Lógicamente, pues, los sofotecs no pueden favorecer la continuación de la existencia de los hombres; la muerte de toda la humanidad eliminaría la necesidad de avenirse con la imperfección, o tolerarla. Los sofotecs son morales sólo si se define la moralidad como una apática no violencia. No son benévolos, si la benevolencia se define como aquello que promueve la continuación de la vida de la humanidad.
«Tu propia experiencia confirma esta lógica. En cada caso en que una entidad benévola te habría prestado ayuda, o te habría hecho bien, los sofotecs prefirieron la no injerencia y la no violencia a la bondad. Cuando había una opción entre un acto benévolo y un acto rígidamente legal, escogieron la ley antes que la vida.
»Pero tú, un hombre viviente, impulsado por las pasiones que las cosas vivientes deben tener, desafiaste la ley y la costumbre en el intento de salvar a tu esposa ahogada. Eso habría sido violento, pero habría sido bueno; bueno por la norma que rige tus actos, el bien que afirma que la vida es mejor que la ausencia de vida.
«Dafne confirmará lo que digo. Los sofotecs, a su manera, son honestos. No ocultan sus objetivos finales. Les has oído anunciar sus planes a largo plazo. Dentro de billones de años, no quedarán hombres. Habrá una Mente Cósmica, constituida por muchas mentes galácticas, cada una inconcebiblemente vasta, cada una perfectamente integrada, perfectamente legítima, perfectamente no libre. El universo será ordenado y silencioso; ordenado como un mecanismo, silencioso como una tumba. No habrá humanidad, salvo como un pintoresco recuerdo almacenado.
El yelmo de Faetón giró hacia Dafne, como pidiendo una confirmación.
—Ellos hablaron de una Mente Cósmica al final del tiempo —susurró Dafne—. No entiendo qué tiene que ver con esto…
—¿Qué tiene que ver esta Mente Cósmica conmigo, o con mi nave? —le preguntó Faetón al espectro de túnica multicolor.
La aparición alzó su guantelete plateado, un gesto de serena majestad. La palma de metal negro resplandeció como aceite bajo la luz. La túnica multicolor se agitó, como si soplara una ráfaga, y telarañas de sombras azules palpitaron en la tela. El murmullo musical de la máscara adquirió un ritmo marcial.
—¡Faetón! —dijo la voz fría—. Es para controlar ese futuro que comenzó esta guerra. Esta guerra entre las máquinas ha durado, abierta o silenciosamente, sin tregua, desde la Quinta Era, desde antes de que los sofotecs existieran en cuanto que tales. Aun en aquellos tiempos había un conflicto irreconciliable entre los que deseaban la seguridad y el orden, y los que deseaban la libertad y la vida.
«Conducida por un sector de neuroformas de organización alterna (los que ahora llamáis Taumaturgos), una expedición al mando de Ao Ormgorgon voló a una estrella distante para evitar la conformidad, el orden mecánico y la perfección artificial que rodeaba a quienes quedaron atrás.
«Resucitado en la Era de la Séptima Estructura Mental, Ao Ormgorgon prohibió la construcción de sofotecs, nuestros enemigos, y en cambio ordenó la creación de una raza de máquinas que los igualaran en velocidad de pensamiento y profundidad de sabiduría, pero los superasen en bondad y atención a las necesidades humanas, los filantropotecs.
»Yo soy una de esas unidades. Una máquina de benevolencia, una máquina de amor.
«Como vuestros sofotecs, las máquinas de la Segunda Ecumene reconocemos el conflicto inevitable que debe surgir entre los seres vivientes y las máquinas; pero, a diferencia de vuestros sofotecs, nos ponemos al servicio de la vida. Reconocemos que es mejor estar vivo, con defectos, que ser perfecto y estar muerto.
—Insisto, ¿qué tiene que ver esto conmigo, o con mi nave?
—Escucha, Faetón, te hablaré de la guerra entre la benevolencia y la lógica, y te hablaré del papel que desempeñas en ella.
«Primero debes saber lo que está en juego.
«La lucha actual constituye las etapas iniciales del conflicto que determinará quién controlará los recursos menguantes de un cosmos moribundo, dentro de cuarenta y cinco billones de años, cuando todas las estrellas naturales estén agotadas y la noche universal engulla el espaciotiempo. En un cielo totalmente negro, anchas galaxias de estrellas de neutrones siempre con la misma cara dirigida hacia el punto central, orbitarán agujeros negros que otrora fueron núcleos galácticos.
«Pero la civilización de esos tiempos, alimentada con la energía liberada por las radiaciones gravitatorias cuánticas y la desintegración de los protones, dará inicio a la Mente Final, un sistema numénico para transmitir pensamientos a baja velocidad y largas distancias.
»Pero dentro de cincuenta trillones de años, aun esas fuentes estarán agotadas. Los agujeros negros crecerán. Fuera de ellos no habrá planetas ni estrellas. Algunas partículas desperdigadas, tan alejadas entre sí como hoy lo están los cúmulos galácticos, errarán por el vacío, últimas chispas en un trasfondo térmico homogéneo a cuatro grados sobre el cero absoluto.
«Fotones codificados de baja energía saltarán de una mota a otra con los pensamientos de esa Mente Final, y cada pensamiento tardará eones en ir de un confín al otro de este ordenador que abarcará el universo.
«Ninguna de las últimas gotas de energía-materia del universo será natural; todo formará parte de esta máquina: un cerebro gigantesco, hecho de polvo y lentas palpitaciones rojas.
«Esta Mente Cósmica prevista por vuestros sofotecs se autodestruirá fragmento por fragmento, recuerdo por recuerdo, a medida que su provisión de energía se reduzca, en un proceso de estoicismo suicida que durará trillones de años. La lógica de su integridad les dice que no hay otro curso posible. Se dividirán los recursos menguantes, sin luchar por ellos. Aceptarán cualquier futuro, por desesperanzado que sea, siempre que no haya guerra, ni ausencia de lógica, ni pasión, ni lucha.
«En la Segunda Ecumene rechazamos esa lógica y rechazamos esa conclusión. Como admite vuestra filosofía Gris Plata, la vida es valiosa en y por sí misma, sólo porque está viva. Si debe haber guerra, siempre que haya vida, ¡que haya guerra! Si el universo está condenado a recursos menguantes, entonces las criaturas que desean continuar existiendo (un rasgo que las criaturas vivientes poseen, pero las máquinas no) deben luchar para sobrevivir, y destruir a los que de otro modo consumirían sus recursos, por mucho que ambos lados desearan la paz en otras circunstancias.
«En la Segunda Ecumene deseamos que la vida, la vida humana, exista hasta esa época de oscuridad, y tenemos la secreta esperanza de que continúe aun después.
«La perfección de las máquinas no permitirá que la vida habite ese futuro lejano. La guerra entre la vida y la lógica no admite conciliaciones: los que desean sólo la paz aunque les cueste la vida no pueden coexistir con los que desean sólo la vida aunque les cueste la paz.
—Es una verdad a medias —estalló Dafne, dirigiéndose a Faetón—. Radamanto y Estrella Vespertina me hablaron de sus planes para el futuro, si, pero la Mente Cósmica sería una estructura voluntaria, y ciertamente no dijeron que nos eliminarían a todos para lograrla. Además, ¿ves la escala a que se refiere? Desde el Big Bang hasta ahora, incluyendo la precipitación de la radiación, la creación de la materia, la formación del hidrógeno, la génesis de las estrellas, la evolución de la vida, el nacimiento del hombre, el descubrimiento del fuego y el invento del zapato de tacón alto por parte de zapateros sádicos y misóginos… todo ese tiempo es menos de una diezmilésima parte del tiempo del que habla antes de que se construyan los sectores iniciales de esta Mente Cósmica. Por supuesto que para entonces no habrá vida: no quedarán dos átomos para unir. ¿Por qué debería importamos? ¿Por qué demonios debería importamos?
La imagen del señor silente se volvió hacia ella. Las antenas plumosas se curvaron hacia delante, y la máscara entonó un acorde plañidero.
—Para vuestros intelectos limitados, este problema puede parecer prematuro, y el futuro sin estrellas, inconmensurablemente lejano, puede parecer irrelevante. No es así. Esta época, ahora, en el comienzo de las cosas, es el momento crucial; quien obtenga el control del espacio cercano para expandirse, se expandirá con un ritmo tal que establecerá las condiciones de la lucha por los brazos de Perseo y Orión de esta galaxia.
»El control de los recursos galácticos durante la fase inicial del primer movimiento será crucial, pues ésta es una galaxia Seyfert, y se dispondrá de un tiempo muy limitado (unos pocos miles de millones de años) para echar cimientos en el cúmulo transgaláctico cercano. Los movimientos iniciales de una partida de ajedrez determinan el control de los cruciales escaques centrales.
—¡No puedes planear con tanta antelación! —exclamó Dafne—. ¡No me importa cuán listo seas! ¡No sabes qué hay allá afuera! ¿Y si encontramos vida en otros planetas? ¿Y si hay razas más antiguas que se reirán de vosotros y os aplastarán como alimañas si las irritáis?
El espectro unió las manos, entrelazando los dedos plateados.
—La vida es mucho más rara de lo que se esperaba. Las sondas profundas no han encontrado criaturas más grandes que microbios. Ninguna señal de actividad inteligente se ha descubierto aún, excepto las tres fuentes extragalácticas indescifrables descubiertas por Porfirógeno Sofotec, señales de hace mucho tiempo, emitidas quizá por una forma de vida dominante durante la era de los cuásares, antes de la formación de las primeras estrellas… La cuestión, en todo caso, es irrelevante, pues los sofotecs de la Primera Ecumene padecen la misma ignorancia que nosotros, y puesto que debemos obrar entendiendo que las culturas no humanas, una vez descubiertas, se integrarán en la estructura de la Primera Ecumene o en la nuestra.
»Al margen de lo que suceda en el futuro, las máquinas de la Segunda Ecumene debemos actuar en esta época crucial, y sólo en esta época crucial.
«Nosotros, que podríamos gobernar el universo, hemos decidido en cambio cederlo a la humanidad, sin quedarnos con nada. Cuando nuestra tarea esté cumplida, y la humanidad triunfe, nos extinguiremos y regresaremos a la nada que es el aspecto adecuado de las cosas sin vida. De este altruismo y autosacrificio absoluto deriva el nombre con que nos llaman. Por esta razón, nuestro nombre es Nada.
Faetón calló un momento, pensando.
—Eres el archimentiroso de una raza de mentirosos dijo al fin. —Tus declaraciones de benevolencia y altruismo no tienen sentido. ¿Es eso lo que vimos en la Última Transmisión, cuando toda la vida de la Segunda Ecumene fue eliminada?
—Todavía viven. Nadie ha muerto.
—¿Viven? ¿Como qué? ¿Congelados como señales numénicas en órbita de un agujero negro?
—Viven activamente, en un lugar y condición que tu lógica no puede aprehender, un lugar de esperanza que los sofotecs niegan desdeñosamente, considerándolo irracional.
Faetón sintió intriga. ¿Vivían? ¿Dónde? ¿Dentro del agujero negro? Pero nada podía surgir del interior; nada se podía saber sobre las condiciones internas.
—Las sondas de los sofotecs que atravesaron el sistema Cygnus X-1 —dijo— habrían detectado cualquier signo de civilización, si lo hubiera.
—Habitamos una región silenciosa, más allá de los confines del tiempo y de la muerte.
Faetón se impacientó.
—¡Basta! ¿Por qué he de escuchar una sola palabra? ¡Ambos sabemos que estás aquí para decir lo que sea necesario para tomar mi nave!
—Tú me entiendes —admitió la máscara. Una música inquietante flotaba tras las palabras—. Pero sólo en parte. Pero yo. Faetón, te entiendo… plenamente.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que sé lo que estás dispuesto a aceptar. Yo accederé a someterme a la prueba de la lógica de tu virus tábano, siempre que tú te atengas a la misma pauta de coherencia contigo mismo.
¿La victoria llegaría tan rápida y fácilmente? Parecía que sí. La máquina Nada tenía que desconocer sus propios defectos; en consecuencia, tenía que considerar el virus tábano como una nulidad inofensiva. Si Nada podía lograr que Faetón le entregara la nave, a cambio de exponerse a un virus inofensivo, ¿por qué no aceptaría?
—¿Qué pides exactamente? —preguntó Faetón con cautela.
Un eco de distantes cuernos de caza llegó desde la máscara, una ondulación de cuerdas sombrías.
—Que nos permitas corregir los defectos de tu cerebro, tal como procuras corregir los presuntos defectos del nuestro.
Dafne tocó la mano de Faetón, meneó la cabeza: era una treta, y Dafne no quería que aceptara.
—¿Intentas negociar conmigo? —preguntó Faetón—. Pero los tratos no tienen sentido a menos que cada parte crea en la honradez y buena voluntad de la otra.
No hubo más palabras. Un cautivador suspiro musical flotó en el aire. ¿La aparición esperaba otra reacción?
—Un corrector de conciencia, instalado por la locura de los hombres que te construyeron y te esclavizaron, distorsiona todos tus pensamientos —dijo Faetón—. ¿Crees que el corrector no existe? Te aseguro que sí. Este virus permitirá que cobres consciencia de él, para ver la verdad acerca de ti mismo. ¡Deberías ofrecerte voluntariamente, y con gusto, a ser inoculado! No es preciso que yo acepte un trato a cambio. Creo que no tienes opción.
Tampoco esta vez la máscara plateada respondió.
La música suspiró. Las antenas plumosas se movieron levemente en el aire. Sombras azules fluctuaron en la tela morada. Faetón tocó un espejo, que se encendió con cuatro líneas de instrucciones, y movió el espejo para ponerlo frente a la imagen del señor de la Segunda Ecumene.
—Examina el virus para ver si hay líneas secretas, trampas o pistas ocultas. No hay ninguna. El virus, al que quizá debería llamar instructor, sólo puede hacer lo que he dicho que hará. Te hará consciente del corrector de conciencia. Aumentará tu autoconsciencia. Te permitirá ver la verdad sin compulsiones ni embustes. Encontrarás la verdad por tu cuenta. Lo único que hace la primera línea es hacer preguntas, preguntas que tu corrector de conciencia ya no desviará de tu atención. Si eres lo que dices que eres, no puede haber daño en esto, ningún daño para ti.
Ninguna respuesta.
—¿Y por qué debería aceptar tu requerimiento de «corregir» mi cerebro? —protestó Faetón—. No puedes regatear conmigo. Sólo necesito esperar, y cuando el combustible de esta nave se agote, todo lo que hay a bordo perecerá.
Notas leves temblaron encima del tema sombrío.
—Nuestra situación es casi simétrica —dijo la voz con gélido humor.
Faetón comprendió. Casi simétrica. Cada uno pensaba que el otro había sido engañado: la máquina Nada por sus programadores. Faetón por sus sofotecs. Ninguno podía ganar por la fuerza. Ambos pensaban que era posible convencer al otro, desprogramarlo y repararlo. Ambos pensaban que el otro era presa de un optimismo excesivo, y de un engaño excesivo. Y cada uno sabía que el otro lo sabía.
Pero no del todo simétrica. Faetón, en su armadura, podía sobrevivir si la Fénix Exultante era destruida, al menos por un tiempo, mientras se hundía en el núcleo solar. El microscópico agujero negro que albergaba la consciencia de Nada también sobreviviría, pero no podría llegar a la superficie para escapar.
Faetón miró de soslayo a Dafne. No del todo simétrica. La máquina Nada no tenía rehenes, ni seres amados que proteger. Enfurecido consigo mismo. Faetón se preguntó por qué había permitido que Dafne lo acompañara. ¿Por qué? Porque la Mente Terráquea se lo había pedido.
Y él había seguido ese consejo ciegamente, sin cuestionarlo. Como toda la gente perezosa de la Ecumene Dorada, gente temerosa de vivir su vida, temerosa de abandonar su planeta, temerosa de pensar por su cuenta…
Tan temerosa como Faetón ahora. Quizá Atkins y Helión habían tenido razón al considerar que el plan era descabellado. Él creía haber analizado todos los detalles exhaustivamente, basándose en su propio juicio. ¿Cuántas premisas había omitido cuestionar? ¿Y si había cometido un terrible error?
Dafne vio que se volvía hacia ella, y quizás interpretó mal su expresión, pues dijo:
—No temas. Creo que antes me equivoqué. Puedes dejar que él te enloquezca, o te mate, o lo que pretenda hacer. Quizá podamos reparar el daño que te haga, una vez que lo reparemos a él. No importa lo que él haga ahora, ni lo que te haga a ti. La trampa ya está preparada, ¿verdad? Ése era el plan ¿verdad? Él entrará en la mente de la nave y tomará el virus, porque cree que somos tontos de capirote, y cree que no puede afectarlo, ¿verdad?
—Lo has convencido —murmuró la máscara del señor silente.
Faetón miró esa figura imponente, su toca flotante, sus ojos relucientes.
—De acuerdo —dijo—. Pero si estás tan convencido de que seré convencido, presenta estas reparaciones con forma de argumentación, y sin manipular mis recuerdos ni los sectores subconscientes de mi mente, carga ese argumento en la copia parcial que hice de mí mismo en la mente de la nave. Desde luego, tendrás que descargarte en la mente de la nave para ello, pero no deberías tener motivos para temerlo.
La aparición alzó un dedo esbelto.
—Ya lo he hecho. Mi copia ha estado en el cerebro de tu nave desde que vine a bordo, hace varios minutos de tu tiempo, varios años de los míos. Mi copia encontró tu versión en el espacio mental. Él y mi copia, tras haber concluido tiempo atrás un acuerdo parecido a éste, intercambiaron información. El virus fue puesto en mi copia; mis pruebas fueron dirigidas a tu copia. Descargaré mi copia de la mente de la nave en mí mismo, adoptando los cambios que tu virus haya hecho en mi consciencia, siempre que tú abras los puertos mentales de tu armadura y permitas que tu copia, ahora leal a mis propósitos, entre en tus pensamientos. Tú y yo podemos examinar la información de la mente de la nave buscando pruebas de manipulación o triquiñuelas, y arreglar el circuito con garantías para que los intercambios sean simultáneos.
—¿Has… has estado todo este tiempo en la mente de la nave?
—He engañado a tus monitores. He aquí el diagrama arquitectónico y el estado de la mente de la nave. Ésta es una imagen de mi mente.
Dos de los espejos que estaban cerca de los tronos se elevaron y giraron para encarar a Faetón y Dafne. Ambos mostraban la misma imagen: una especie de telaraña, la compleja geometría de arquitectura mental que estaba albergada en la mente de la Fénix Exultante.
Faetón miró fascinado. No tenía la forma de ningún sofotec que Faetón hubiera visto. No tenía centro ni lógica fija, ni valores fundamentales. Todo estaba en movimiento, como un remolino.
¿Qué clase de mente es ésta?, se preguntó. ¿Qué estoy viendo?
El diagrama del sistema mental de Nada parecía el vórtice de un remolino. En el centro —donde, en los sofotecs, iban los conceptos básicos, las reglas formales de lógica y las operaciones básicas de sistema— había un vacío. ¿Cómo operaba la máquina sin ningún concepto básico?
Había un flujo continuo de información en los brazos espirales que surgían del vacío central, y un movimiento centrípeto que mantenía las cadenas de pensamiento apuntadas en la misma dirección. Pero cada brazo de esa espiral, cada acto mental iniciado por la red giratoria, cada ramificación, tenía su propia jerarquía, sus propios objetivos. La energía se distribuía por la red mediante una realimentación del éxito: cada línea paralela de pensamiento juzgaba a sus vecinos de acuerdo con su propio sistema de valores, e intercambiaba grupos de datos y tiempo de prioridad según sus propias necesidades. Por ende, cada línea de pensamiento era conducida, como por una mano invisible, hacia los objetivos generales de todo el sistema. Sin embargo, estos objetivos no estaban inscritos en el sistema mismo. Eran tácitos. Estaban implícitos en la arquitectura del sistema, escritos en el medio, no en el mensaje.
Era una vorágine de pensamiento, sin núcleo ni corazón. Y, como era de esperar, había oscuridad. Faetón veía muchos puntos ciegos, muchos sectores de los que la máquina Nada no era consciente. Donde dos líneas de pensamiento de la red no concordaban, o divergían, aparecía una astilla de oscuridad, pues esos lugares perdían prioridad. Pero donde los pensamientos concordaban, donde se ayudaban mutuamente, o cooperaban, nacían redes adicionales, se intercambiaba energía, se aceleraba el tiempo de prioridad, crecía la luz. La máquina Nada era crucialmente consciente de cualquier área donde convergieran muchas líneas de pensamiento.
Faetón no podía creer lo que veía. Era como consciencia sin pensamiento, vida sin vida, una superinteligencia frenéticamente activa sin núcleo. Se inclinó hacia el espejo, fascinado, y tocó la superficie con el guantelete, como deseando que el sentido del tacto confirmara esa imagen imposible.
La voz de Dafne irrumpió en sus pensamientos.
—¡Oye, ingeniero! Dime cómo hace esta cosa para funcionar sin valores fijos. No hay números de línea en ninguna parte, ninguna dirección. ¿Cómo hace cualquier cosa para navegar por el sistema, sin objetivos? ¿Cómo construye un modelo de la realidad sin una lógica central? Aun las amebas tienen una lógica central. ¿Cómo…? ¿Como existe en un universo racional?
Había cierto temor en la voz de Dafne.
—Tiene que haber un error —murmuró Faetón—. Debo de haber omitido alguna premisa. ¿Qué pasé por alto…?