2.PROCEDIMIENTO INTERACTIVO: No basta con que el niño escuche, también debe aprender a imitar los sonidos tal y como hace con su lengua materna. Para ello, el método que usemos debe prever espacios y tiempos en la exposición para que el niño pueda repetir aquellas palabras o secuencias que se introducen en cada sesión. El adulto tiene que marcar la pauta yjugar con él. Llegado el momento, el adulto repetirá, cantará, reirá con los personajes. La actitud del adulto es importantísima como referencia. No corrijamos al niño, él irá ensayando y el automatismo de la repetición lo llevará a perfeccionar tal y como ocurre en el aprendizaje del idioma propio.

3.APOYO Y ACOMPAÑAMIENTO: Si atendemos a las conclusiones de Patricia Kuhl, el componente social es una de las claves del aprendizaje lingüístico. El aprendizaje será mucho más rápido e intenso si es una experiencia compartida, y muchísimo mejor si ese alguien tiene ascendencia o vínculos afectivos con el niño. El que la madre, el padre o la maestrajueguen con el niño a hablar ese idioma, repetir los colores, cantar los números, asustarse cuando encierran al protagonista o poner cara de horror cuando comienza a comerse parquímetros..., enseña al niño a jugar e interactuar con la lengua. La afectividad y la referencia humana son imprescindibles en el aprendizaje. La actividad se presentará al niño como un ejercicio lúdico, un juego con el que nosotros mismos nos divertimos. Si nosotros mostramos entusiasmo, admiración, hacia lo que hacemos, insertarán esas emociones como experiencia propia. Esto los predispondrá hacia el aprendizaje de lenguas extranjeras. Cuando el niño rechace la posibilidad de ver el capítulo del día, no debemos obligarlo, eso nunca. Pero no dejaremos que su negativa interrumpa la actividad. En ese caso, lo visualizaremos nosotros y nos divertiremos viéndolo, nos reiremos y cantaremos... sin él. «¡Ah! Pues a mí me apetece mucho. Yo voy a verlo y luego, si quieres, vamos al parque.»

4.CONSTANCIA EN EL TIEMPO: La actividad debe programarse a diario durante un mínimo de 15 minutos (duración aproximada de un capítulo). La eficacia del método está directamente relacionada con la constancia diaria y la duración - hasta los 7 años-. La visualización debe formar parte de la rutina diaria y podemos enfocarla como un premio al buen hacer y comportamiento del niño. En los periodos vacacionales el tiempo podemos duplicarlo.

5.RECURRENCIA: Significa «repetición». Nuestro cerebro asimila aquello que escucha repetido una y otra vez. A mayor número de repeticiones mayor fijación. En cualquier idioma, lo fundamental son los cimientos, es decir, el aprendizaje de los sonidos, palabras y los rudimentos gramaticales. Una vez adquirido esto, el resto es ampliación de vocabulario. Por ello, para avanzar con seguridad, hay que actuar con paciencia y poco a poco repitiendo hasta la saciedad. Dado que empezamos muy pequeños, el niño va aceptando el ritmo de evolución que le marcamos y no protesta ante las repeticiones. Al contrario, le gusta en estas edades ver una y otra vez el mismo capítulo, y disfruta comprobando que se sabe las canciones y puede anticiparse a los diálogos de los personajes.

El método que usamos en casa lo llamamos el «triplete», consiste en visualizar cada capítulo tres veces antes de avanzar un capítulo nuevo. Pero empezando cada vez desde el principio. Si lo programáramos por capítulo y días, el resultado sería algo parecido a esto:

1, 1, 1, II, II, II, 1, 1, 1, II, II, II,III, III, III, 1, 1, 1, II, II, II, 111, 111, III,IV,IV,IV,I,I,I,II,II,II,III,III...

De esta forma, el método completo se aplicó en dos años. Después buscamos otro curso audiovisual para completar a partir de los cuatro años. Optamos por uno desarrollado por Walt Disney, «Magic English», por el atractivo de los personajes. Didácticamente nos pareció menos interesante que el anterior. Pero lo importante es mantener el contacto diario y metódico con el idioma. Como apoyo, grabamos las canciones para oírlas y cantarlas en el coche durante los viajes. Hoy con los CD's resulta más sencillo. A partir de los seis años, si hemos aplicado bien el método, la técnica queda reforzada por el aprendizaje escolar, pero nosotros podemos ayudar muchísimo si los dibujos que ven los niños en la televisión están programados, son en el idioma elegido - inglés, francés, alemán, chino - y aparecen subtitulados en la lengua original. No se trata de que sepan lo que significa - eso ya lo saben - sino simplemente que lo vean escrito.

6.INMERS1óN: A lo largo de los años, el aprendizaje del idioma en muchos de los centros escolares se va diluyendo y los niños ralentizan su aprendizaje. En el periodo de la infancia la actividad se multiplica: operaciones matemáticas, trabajos escolares, lecto-escritura... pueden ir relegando a un rincón el aprendizaje de ese segundo o tercer idioma. Pero si lo hemos hecho bien, habremos conseguido una buena implantación y una buena predisposición al aprendizaje. Para lograr el automatismo perfecto solo nos queda la experiencia de la inmersión lingüística, es decir, enviar a nuestro hijo al país de origen para que solo escuche y solo pueda hablar en ese idioma. Muchos padres comenten, a mi juicio, el error de enviar a sus hijos pequeños a campamentos en países extranjeros en actividades organizadas por los Centros donde acuden con sus mismos compañeros de clase. El resultado es que tienen cuatro o seis horas de clase pero siguen hablando entre sí en su lengua materna. La inmersión no da los resultados apetecidos y la experiencia queda como una excursión exótica. Nosotros optamos, y recomiendo, por acudir a una empresa profesional que se ocupe de organizar estancias temporales en casas de acogida. Los niños o adolescentes van a clase por las mañanas y conviven con su familia de acogida por la tarde. El resultado fue excelente con nuestros dos hijos. La experiencia la realizaron entre 1° y 2° de Bachillerato y duró solo 30 días. A partir de ahí basta con visualizar películas en la lengua escogida, con o sin subtítulos en la propia lengua, y preocuparse por leer al menos dos libros al año de literatura selecta para mantener la sintaxis y ampliar el vocabulario.

También podemos enviar a nuestro hijo a estudiar uno o dos años al extranjero. Así adquieren además el dominio de la gramática y la lengua escrita. En este caso, el momento idóneo no conviene demorarlo más allá de la educación obligatoria (12-13 años), por la concentración y el esfuerzo que suponen los años previos al acceso en la Universidad. En este caso, hay que informarse del convenio escolar para que no pierda curso y pueda continuar a su regreso. No obstante, ya vimos cómo el inicio de la pubertad coincide con un periodo de enorme influencia del grupo, una etapa de socialización pura, habrá que calibrar el equilibrio afectivo de nuestro hijo.

Si no es planteable ninguna de las soluciones anteriores, la inmersión puede realizarse durante los estudios universitarios - becas Erasmus-, al acabar la licenciatura o en los periodos vacacionales buscando trabajos temporales que costeen la estancia. Hoy, con Internet, es posible y está al alcance de todos.

La experiencia en centros de inmersión total hemos de manejarla con cuidado. En primer lugar porque, al ser privados, económicamente no están al alcance de la mayoría; en segundo lugar, porque los planes de estudio, a veces se adaptan a los planes del país de origen y no a los nuestros, con lo que pueden no ser idóneos para las destrezas y niveles exigidos en las pruebas de acceso a la Universidad si queremos que nuestros hijos estudien en su propio país. Esto se traduce en retrasos y fracasos escolares al cambiar de centro o entrar en la Facultad. De optar por este camino, siempre que podamos, la inserción en el método debe realizarse cuanto antes, en preescolar a ser posible. Las experiencias con centros bilingües, en los que algunas asignaturas se imparten en un segundo idioma íntegramente, nos ofrecen resultados dispares en función del nivel de cualificación del profesorado y el nivel social del alumnado. En estos casos, lo importante es el apoyo y la implicación de la familia para el éxito del programa. No siempre se da, lo que genera grupos dispersos y con poco aprovechamiento en los contenidos de las materias impartidas. Podemos estar asumiendo el riesgo de perder en desarrollo de capacidades y competencias cognitivas por incentivar excesivamente el aprendizaje lingüístico de un segundo idioma.[681

Pero no hay ninguna duda de las ventajas que el esfuerzo va a reportar en su educación tanto por la mayor capacidad lingüística como por la perspectiva social que ofrece la familiaridad con otras culturas. A través del conocimiento de un segundo o un tercer idioma, le ofrecemos nuevos universos que le ayudarán a integrarse en el mundo poniendo en perspectiva su propio universo individual y familiar. Y, en esta aldea global de la comunicación, en un futuro inmediato, esto será imprescindible para comprender qué está sucediendo.

DE LOS 5 A LOS 12 AÑOS: LA SEGUNDA INFANCIA

Vivimos una falsa ilusión de tranquilidad: se ralentiza el crecimiento, el niño ya ha adquirido su autonomía, habla y entiende, suele obedecer con más o menos esfuerzo. Tras esta aparente calma, su desarrollo cognitivo, social y moral sigue avanzando con un motor clave, su «laboriosidad» sus ganas de hacer y mostrarnos lo que hace. Y este afán conviene fomentarlo y encauzarlo para desarrollar al máximo su potencial. Vamos, pues, a proponeros los siguientes objetivos:

-Fomentar su autonomía.

-Trabajar en la automotivación y el aplazamiento.

-Generar hábitos constructivos.

-Elaborar códigos de conducta social apropiados.

-Potenciar sus capacidades cognitivas.

-Practicar el pensamiento asertivo.

FOMENTAR SU AUTONOMÍA

«No hagas por él lo que pueda hacer por sí mismo». Esta regla seguirá siendo válida el resto de su vida, y muy especialmente en esta etapa de laboriosidad donde podemos y debemos enseñar a dirigir la energía hacia actividades constructivas no solo para sí mismo, sino también para el entorno familiar y escolar.

Donde ahora haremos hincapié es en la necesidad de control de esa autonomía introduciendo un concepto esencial en la educación, «responsabilidad» de los actos. La idea que hay que inculcar en su mente es que «puedes hacer lo que quieras» pero «sé consecuente» con tus actos. Puedes jugar con los cubos, eso es perfecto y me encanta, pero hacerlo de forma responsable y autónoma significa que puedes y debes recoger tus cubos cuando terminas de jugar. Puedes pintar con las acuarelas, me encanta que pintes, hacerlo de forma responsable significa que debes guardarlas al terminar y limpiar bien los pinceles. Este concepto de res ponsabilidad en su autonomía lo hemos ido inculcando a lo largo de la etapa anterior, cuando prácticamente todas las actividades y juegos lo eran compartidos. Entonces, al acabar, le ayudábamos a recoger mientras le explicábamos la importancia de mantener el orden para poder desarrollar otras actividades: «Así, mañana, cuando queramos volver a leer el libro, sabremos dónde está para encontrarlo rápidamente, ¿ves?»; «¿Están todos los cubos? A ver, uno, dos, tres... Sí. Ahora que sabemos que están todos los guardamos, ¿dónde? Eso es, en el armario, muy bien. Así los encontraremos mañana cuando queramos jugar».

Somos más autosuficientes en la medida en que ato mis cordones, dejo el abrigo en la percha y no tirado en la cama, pongo mi plato en la mesa y lo retiro cuando acabo, hago los deberes que «puedo» por mí mismo antes de consultar a papá o a mamá... Fomentar su autonomía no significa dejar que el niño haga lo que quiera sin atenerse a las normas de convivencia que haya en la casa, este es un error muy común. Si en casa se cena a las nueve y en la mesa del cuarto de estar, es allí donde se cena y a esa hora. No podemos confundir «autonomía» con capacidad de decidir por sí mismo en cuestiones que no le competen, sencillamente porque no tiene edad ni conocimiento para tomar esas decisiones. La frase «Deja al niño que haga lo que quiera» puede hacer mucho daño. El niño debe actuar por iniciativa propia, pero para que tenga criterio hay que proporcionarle experiencias. Si al niño le damos una Wii y nunca ha jugado al fútbol, al tenis, o con las muñecas, al Scaléctrix o al ajedrez, no nos podemos extrañar de que el niño nos pida jugar a la Wii. En definitiva, su universo se circunscribe a la única realidad que le hemos mostrado, ¿cómo va a ser, entonces, libre en sus decisiones? Cuando algunos padres se quejan de que sus hijos no hacen otra cosa, la pregunta que deben plantearse muy seriamente es si le han dado alguna otra opción en la vida que no sea la de situarse en la seguridad de un habitación aislada frente una pantalla.

Fomentar la autonomía incide en la capacidad de realizar las cosas por sí mismo, atender a sus propias necesidades y resolver sus propias dificultades. Para ello necesitará la seguridad que le otorga la familia. Pero no debemos confundir «apoyo» y «cariño» con dependencia. La mejor forma de demostrar el amor a un hijo es educarlo para que se pueda valer por sí mismo el día de mañana y este es el momento de conseguirlo.

PAUTAS PARA FOMENTAR LA AUTONOMÍA DEI. NIÑO

1.Permitirle tomar tantas decisiones como sea posible.

2.Procurar que se ocupe de resolver sus propias necesidades.

3.Ayudarlo con sus emociones sin eximirlo de responsabilidades.

4.Coordinarse con sus profesores.

Siempre que podamos conviene pedirle opinión y respetar sus inclinaciones. Puede que a nosotros nos encante el fútbol, o la danza, o el judo, o el violín... lo que no quiere decir que a él deba también encantarle. Pongámoslo en contacto con cuantas experiencias nos sea posible, animémoslo a que conozca, a que experimente y se divierta... Después, a la hora de decidir qué actividad va a realizar, le pediremos opinión y escucharemos qué desea. Si podemos, llegado el caso, trataremos con él las ventajas e inconvenientes de cada opción y dejaremos que sea él quien adquiera la responsabilidad. Y esto desde pequeños.

El que resuelva sus necesidades con las capacidades propias de cada edad, también es importante, como lo es el hacerlo consciente de cómo la familia funciona como un equipo, como una orquesta donde la armonía depende de la correcta ejecución de cada uno de los miembros. Fomentar el que se atienda a sí mismo (comida, beber, llenar el vaso, ir al baño, lavarse las manos, vestirse...) y colabore en lo que es tarea de todos (ponemos la mesa, la quitamos, echamos la ropa sucia en el cesto, ayudo a tender...). Y también observaremos este objetivo en las relaciones personales para fomentar las habilidades sociales que el niño va a necesitar en la escuela. Cuando vengan hasta nosotros pidiendo que intervengamos en cualquier disputa, siempre hay una pregunta que debemos hacer: «¿Qué has intentado hacer para solucionar el problema?». «Mamá, el hermano me ha quitado el lápiz», «¿Qué has intentado hacer tú para que te lo devuelva antes de acudir a mí?». Si ha hecho algún intento por resolver el problema aplaudiremos siempre la iniciativa porque de esto se trata. Pero antes de intervenir nosotros en la resolución, procuremos que lo resuelva por sí mismo. Volveremos sobre este tema al tratar el adiestramiento en el pensamiento asertivo.

Cuando los conflictos nos lleguen del colegio deberemos actuar siempre en la misma línea. En primer lugar, informarnos de qué acciones ha realizado para resolver el problema con su compañero o con el profesor, con ese abrigo que ha perdido o con ese papel que no nos ha llegado; si no lo ha hecho, animarlo a que trate de resolverlo y piense posibles formas de actuar. No se trata de darle la solución, aunque la tengamos en nuestra mano. Intentemos que él piense posibles soluciones y nos las proponga. Luego lo animaremos a que las ponga en práctica y nos cuente los resultados para asegurarnos de que el problema, efectivamente, se resuelve.

Ayudarlo con sus emociones implica el reconocimiento de las mismas y cómo nos afectan. Lo más frecuente en estas edades es el bloqueo frente a la frustración. Cuando no se obtiene lo que se desea en un plazo inmediato suele aparecer la ofuscación y la ira, el llanto o la desesperación. A menudo, cuando las emociones negativas dominan, la zona límbica se adueña de las reacciones y la respuesta violenta aparece. Ya hemos explicado cómo actuar en estos casos, pero conviene recordar que el obtener en este trance aquello que solicita solo reforzaría su actitud negativa. Cuando un niño, gritando, llorando o pegando consigue el juguete que quiere, cada vez que se encuentre ante una situación similar reaccionará de forma idéntica. Primero, debemos enseñarlo a reconocer cómo las emociones lo están dominando; después, debe aprender a serenarse y tomar distancia del asunto, respirar profundamente y tranquilizarse; en tercer lugar, pensar en las opciones que tiene para lograr su objetivo; y, por último, actuar. A veces, los estallidos de cólera le pueden llevar a «hacer daño» moral o físico a los demás. Es necesario enseñarlo a desarrollar la empatía y que asuma las consecuencias de sus actos, que reconozca el error, el daño causado y pida perdón por ello a quienes ha perjudicado con su forma de actuar. También nosotros, para lograrlo, tendremos que proceder con serenidad pero con firmeza y permitirle a él el tiempo y el espacio necesarios para tranquilizarse. Forzar una conducta como el pedir perdón en un acceso de ira es imposible, solo lograremos incrementar su violencia. Hay que darle tiempo para serenarse.

Para ayudarlo con sus emociones hemos de comprender también que sus relatos son contados en clave subjetiva, desde sus sentimientos. Ellos no nos cuentan qué ha pasado, sino cómo han vivido y sentido lo sucedido. Es importante escucharlos para que se sientan atendidos, pero también es importante saber leer entre líneas. Cuando descomponemos los hechos concretos que han dado origen al problema, vemos con frecuencia que su indignación suele obedecer a la interpretación que el niño ha hecho de lo sucedido. Se ha sentido rechazado o ignorado porque la «seño» no le contesta, no le hace caso y ha optado por no «enseñar» su cuaderno. La cuestión está en saber cuántos niños estaban preguntando a la vez a la «seño» o qué estaba haciendo ella en ese momento. Es muy probable que exista alguna circunstancia que impidiera o desaconsejara la respuesta inmediata al niño en ese momento dado. No podemos escuchar a los niños como quien oye a un notario y adoptar actitudes o emprender acciones tomando su palabra como testimonio de la «verdad»; y arremeter contra cuidadores, profesores o maestros, sin molestarnos en hacer la más leve indagación de lo sucedido, si contrastar los hechos. Desde luego, cuando el niño sufre, hay que indagar el porqué y poner soluciones. La cuestión está en adiestrar mentalmente a nuestro hijo sobre posibles explicaciones alternativas a los hechos que motivan su frustración: ¿Estás seguro de que te oyó? ¿Había más niños hablando en ese momento? ¿Ella estaba explicando en ese momento? A lo mejor no se enteró, o ella quería pero no le dio tiempo a atenderte y está esperándote hoy para que le enseñes tu dibujo. Ahora que su universo es más amplio, que en él interviene el grupo escolar y la señorita o el maestro como referentes de auto ridad de grupo, necesitamos coordinarnos con ellos a través de la tutoría y las reuniones de padres.

Al comenzar a ir a la Escuela, la personalidad del niño cambia para adaptarse a las nuevas condiciones del colectivo en el que debe convivir, y ya no es el ambiente controlado familiar que ha conocido hasta ese momento. A lo largo de mi vida, han sido numerosas las ocasiones en que los padres no reconocían en la entrevista al hijo que yo les describía como alumno en clase: «¡Pero si mi hijo es muy tranquilo! ¿Ese es mi hijo?, ¿no se estará usted equivocando? Pero si Juan es cariñosísimo y obediente como ninguno». La escolarización supone un salto que implica la necesidad de adaptación generando para ello las actitudes y habilidades necesarias para la integración. En función del ambiente, de las normas, de los compañeros, de las experiencias... el niño irá respondiendo de una u otra forma. Es así de sencillo. Y esto no es bueno ni malo, es, sencillamente, necesario para la vida. Conviene mantener un contacto periódico y constante con sus tutores, las actitudes negativas pueden ser corregidas con más facilidad cuanto más pronto incidamos sobre ellas.

De ahí la importancia de coordinarnos con el Colegio. Hablaremos más pormenorizadamente, de momento nos bastará una pequeña reflexión: es imprescindible que familia y escuela caminen juntos. Cada uno de nosotros convive en su hogar según sus propias normas, para eso somos libres. Pero está claro que cuanto más afines sean las normas y hábitos en casa y en el colegio, más fácil resultará a nuestro hijo adaptarse al entorno. No los estamos educando para que vivan eternamente en nuestra casa, sino para que sean autosuficientes, capaces de adaptarse y convivir con otros niños, actuar en grupo, colaborar y saber ocupar el puesto que les corresponde. Y la escuela es el campo de adiestramiento para la socialización. Un niño que no tiene unas pautas de comportamiento definidas y claras en el hogar, difícilmente aceptará unas mínimas normas de convivencia imprescindibles en el colegio, o en cualquier otro grupo humano. Normas básicas como la puntualidad o la asistencia no es algo «relativo» o «sin importancia», la obediencia y el respeto al profesor, tampoco. Mañana se les exigirá que sean puntuales, que asistan a su trabajo, que sean capa ces de seguir las instrucciones dadas y respeten a su encargado o a su director. Son actitudes y comportamientos imprescindibles para el trabajo en equipo y organizado. Y, estos hábitos, se adquieren ahora. Hay quien dice que obligar al niño a adaptarse a un sistema rígido de comportamiento amputa su iniciativa, su creatividad, incluso su felicidad. Pero una base necesaria para la socialización y el fomento de la autoestima consiste en desarrollar hábitos de conducta proclives a la convivencia, al trabajo en grupo, a formar equipo. No se trata de «amputar» la iniciativa, la fantasía o la creatividad del niño, sino de encauzarla para que pueda gestionarla dentro de unos parámetros imprescindibles en la coordinación de cualquier grupo humano. Nada de esto se consigue sin educar en el «respeto» hacia uno mismo y hacia los demás. Y el respeto supone el conocimiento, aceptación y aplicación de unas normas de comportamiento básicas.

De momento, nos bastará conocer qué normas son importantes para su profesor, en su colegio, y trabajar en casa en la misma dirección. Si esas normas están escritas, mejor; si no, las elaboraremos nosotros mismos a raíz de las conversaciones que mantengamos con sus maestros y las observaciones que nuestro hijo nos vaya aportando. No estamos hablando de adquirir «conocimientos», sino de desarrollar e incorporar en su personalidad habilidades sociales que permitan su integración en un grupo humano, como su actitud ante quien tiene la autoridad, madre o maestra, - obediencia, atención, cariño, etc.-, ante sus propios compañeros - respeto, solidaridad, empatía, compañerismo, generosidad-, y ante sí mismo - orden, limpieza, cuidado de materiales, puntualidad, etc.-.

¿CÓMO COLABORAR CON EL COLEGIO?

Fomento de Centros de Enseñanza tomó la iniciativa hace más de treinta años en la necesidad de instaurar en sus centros una Escuela de Padres. La asistencia de las familias era, por supuesto, voluntaria. En reuniones abiertas, dirigidas por pedagogos, psi cólogos y profesores, se iban coordinando pautas de actuación que incidían en la educación del grupo instaurando líneas más o menos homogéneas. Además, los tutores tenían como objetivo el conocer personalmente a los padres de sus alumnos y reunirse con ellos en entrevista personal al menos una vez al trimestre. Durante ocho años fui profesor de uno de sus centros, el colegio Ahlzahir, y puedo asegurarles que la mayoría de los problemas de aprendizaje y adaptación de los niños los comprendía cuando tenía ocasión de hablar con los padres. Este contacto resultaba esencial para poder actuar eficazmente en la educación de los alumnos. También puedo asegurarles que todos los padres quieren a sus hijos y si no lo hacen mejor es porque no han sabido cómo hacerlo en un momento dado.

La coordinación en estos centros iba más allá. Aún recuerdo con cariño las fichas de «Cuca y Nacho». Consistían en fichas que semanalmente el tutor repartía a los niños. Tomaban el nombre de los personajes que servían de base a los dibujos. En ellas se proponía una «conducta positiva» para formar el carácter: «Cuido mi higiene», «Soy alegre», «Ayudo a mis mayores», «Respeto a los demás», «Hablo despacio»... Se le explicaba al niño el objetivo que queríamos conseguir y sus ventajas y, cada viernes, el profesor y la propia familia evaluaban el grado de consecución por parte del niño. El jueves por la noche, antes de ir a dormir, llegaba el momento en que los padres debíamos rellenar la ficha para el profesor. Ese era el momento de la reflexión con el niño: «¿Crees que lo has hecho bien? ¿Podrías haberlo hecho mejor? ¿Cómo?». Y es una etapa en que la ascendencia del maestro es tan importante que ellos se lo toman realmente en serio. Suponía una forma perfecta de coordinar esfuerzos entre la familia y el colegio en objetivos concretos para instaurar hábitos positivos de comportamiento. Durante esa semana sabíamos que en casa y en clase hablaríamos de las ventajas que en la vida supone adquirir esas conductas y, cuando todos remamos en la misma dirección con el mismo compás, es muy difícil que el barco no avance.

La educación pública también nos ofrece hoy una calidad extraordinaria que no siempre sabemos aprovechar y hemos de aprender a hacerlo. Para ello debemos confiar en la profesionali dad de los maestros y profesores y saber que están ahí para ayudarnos. Hoy se habla mucho de la medicina preventiva, de anticiparse al problema generando hábitos saludables que nos proporcionen una buena calidad de vida. Es más fácil evitar que el problema aparezca que solucionarlo una vez que ya no hay más remedio que actuar. Esta filosofía es la que deberíamos aplicar a la educación y tendríamos ya que estar todos hablando de la «educación preventiva». Cuando se les da a las familias las pautas clave de comportamiento para la educación, evitamos la aparición de conductas que condenan al niño al fracaso. Para ello es necesario concienciar a la población de la necesidad de coordinarse con los centros educativos y que estos ofrezcan la información y la atención necesarias desde los primeros niveles de aprendizaje. Hasta tal punto que de poco servirán las medidas especiales o «compensatorias» que se adopten en la escuela si no las trasladamos al ámbito familiar1691. Si se ha pasado esta época de la infancia sin que el niño haya adquirido los hábitos necesarios, el fracaso está servido. Aún tendrán una segunda oportunidad con la entrada en la pubertad como veremos más adelante, pero les resultará mucho más difícil.

Cada año, en Colegios e Institutos se celebra la reunión de padres hacia el mes de noviembre. El objetivo es informar de la dinámica de centro, normativa de convivencia, horarios, libros de texto... Pero lo más importante es que el tutor se dé a conocer a los padres y que, a partir de ese momento, pueda establecerse una línea de comunicación. Hemos de aprovechar esta oportunidad, asistir a las reuniones o solicitar nosotros mismos las entrevistas individuales para coordinarnos. Y adoptarlo como una obligación derivada de nuestra responsabilidad. Lo cierto es que todos encontramos tiempo para llevar a nuestro hijo al dentista cuando tomamos conciencia de la necesidad del cuidado dental, pero cuando hablamos de entrevistarse con sus maestros... parece que no fuera urgente ni importante salvo cuando surge un problema. Precisamente, como en el caso del dentista, se trata de prevenir que el problema exista logrando que el niño desarrolle los hábitos adecuados y corrigiendo aquellas conductas que pueden derivar en conflictos a medio o largo plazo.

En la mayoría de los centros existen las agendas escolares. En ellas se van anotando las incidencias diarias, notas de clase, tareas, etc. Así podemos mantenernos en contacto, detectar dificultades y coordinar reuniones con el tutor llegado el caso. Si el Colegio no dispone de estas agendas, un simple cuaderno de notas nos puede servir. Que el niño se acostumbre a anotar de forma sistemática los deberes en su agenda le ayudará a organizarse; además de servirnos para anotar objetivos, elogios, eventos, etc. Cuando el profesor lleve varios meses con nuestro hijo, podrá darnos datos interesantes sobre él, pero al principio agradecerá las indicaciones que, como padres, podamos darle sobre sus pautas de comportamiento, sus motivaciones, sus reacciones y su carácter; y, no menos importante, el conocernos a nosotros como padres le ayudará a comprender las claves y pautas de comportamiento de nuestro hijo. Eso le resultará enormemente útil en su labor. La actitud de un niño hacia un profesor es diferente y mucho más receptiva cuando es consciente de que la «profe» y sus papás son amigos, que lo que haga en clase va a saberse en casa y viceversa. Les puedo asegurar, por mi experiencia, que los profesores estamos deseosos de este espíritu de colaboración por parte de las familias; y que, cuando existe, da muy buenos resultados.

¿LAS TAREAS SON NECESARIAS?

Durante años se ha insistido mucho en la idea de que los niños no deben llevar tareas a casa, que bastante tiempo pasan en el colegio, que necesitan también tiempo para jugar. Y es absolutamente cierto. Sin embargo, las «tareas» no solo sirven para el aprendizaje y perfeccionamiento de habilidades «académicas», además sirven para la integración y la coordinación.

Ya hemos visto cómo el niño aprende a dar importancia y a fomentar aquello que atrae la atención de sus padres. Para él es lo más importante. Si queremos que el niño «estime» la actividad escolar, el desarrollo de dicha actividad ha de hacerse presente en la vida familiar. Cuando aplaudimos el gol que ha metido nuestro hijo en el partido del sábado, fomentamos en él las ganas de seguir jugando al fútbol porque para él es importante sentirse valorado positivamente y reconocido en aquello que hace bien. ¿Aplaudimos igual que nuestro hijo nos recite un poema, nos enseñe un copiado limpio y con buena letra, nos cante correctamente las tablas de multiplicar, o nos explique cómo ha resuelto ese problema? Que cada uno dé su respuesta. Si estas actividades no se hacen presentes en el día a día de la casa, ¿qué actitudes o habilidades estaremos reforzando? La respuesta es muy sencilla, exclusivamente aquellas que le presentamos como lúdicas. El niño tenderá a no esforzarse en habilidades que los padres no «aprecian», y no podrán apreciarlas si no están en disposición de ver lo que hacen, de seguir su progreso, de acompañarlos también en esto.

Las tareas nos coordinan, además, con el maestro, con saber qué se está haciendo en clase, qué le están exigiendo, lo que está viviendo. Esa conversación con nuestro hijo sobre qué ha hecho en el «cole», qué ha pasado, si todo ha ido bien..., nos permitirá detectar problemas, dialogar con él, ayudarlo a buscar soluciones... y, llegado el caso, actuar.

Para el niño todo es un juego. Tan juego es coger la pelota, como hacer un puzzle o jugar una partida de ajedrez, o el «A ver quien tarda menos en memorizar este poema», o resolver una sopa de letras, jugar unas «palabras cruzadas», pintar una ficha, o solucionar un problema de dos trenes que salen a distinta hora y circulan a distinta velocidad. Es un juego todo aquello que realizamos como un juego, la diferencia es que con cada juego podemos desarrollar distintas habilidades, los hay que desarrollan habilidades físicas - tenis, por ejemplo-, y los hay que desarrollan habilidades intelectuales - el ajedrez, por ejemplo-, como también los hay que desarrollan habilidades sociales - el parchís, el fútbol, por ejemplo-, o habilidades deductivas - el cluedo, por ejemplo-. Deja de ser un juego en el momento que planteamos la actividad como una obligación irrenunciable y comenzamos a casti gar al niño. Deja de ser un juego desde el momento que los padres insertamos en su cerebro que «las tareas son aburridas» o que «ese maestro no tiene derecho a exigirte eso». El lenguaje positivo vuelve a ser clave. Si el niño siente que nos hace ilusión ver cómo realiza sus tareas, y que sus progresos nos resultan apasionantes, valorará muy positivamente el poder realizarlas contigo. Un juego repetido desarrolla habilidades concretas, y cuando nos sentimos reconocidos por ellas, ese reconocimiento de los demás refuerza nuestra autoestima y retroalimenta nuestra motivación para perseverar en el juego. A más dedicación, más habilidad, más reconocimiento, mayor autoestima, más constancia. Y las habilidades - competencias - que al niño se le exigen en el colegio son más de tipo «intelectual» relacionadas con la expresión, comprensión y cálculo matemático, lógica y memoria. Si no integramos juegos que desarrollen estas habilidades la evolución será justamente la contraria: el fracaso escolar lo llevará a sentirse humillado, inferior a sus compañeros, baja autoestima; tenderá a rehuir estas tareas asociadas a experiencias negativas. Cuanto menos estimulemos estas capacidades, mayor será el retraso, mayor será la sensación de incapacidad e impotencia por parte del niño. Y el sentirse fracasado frente al grupo no es un buen comienzo para la infancia.

Por último, aunque los niños pasan mucho tiempo en el colegio, hay capacidades que requieren de la concentración individual, algo que se consigue muy difícilmente en un grupo de 20 o 30 alumnos. La lectura comprensiva, la redacción, el cálculo o la memoria se realizan en solitario y, especialmente la memoria, requiere de un nivel de concentración máximo. Por eso, el trabajo en casa, con un ambiente tranquilo, sin televisor ni móviles sonando, es el medio idóneo para trabajar estas capacidades de forma específica. El profesor no siempre tiene recursos ni capacidad para controlar, motivar y recuperar conductas y eso, además, es imposible sin la colaboración del propio niño. Dicho de otra forma, el niño que no quiere hacer nada, acaba por no hacer nada. Y la motivación positiva hacia el aprendizaje, el profesor y el colegio o viene incentivada desde la familia, o poco o nada se podrá hacer desde la escuela.

Tampoco podemos transformar nuestra casa en un segundo colegio. Lo importante es acotar un tiempo para la realización de tareas. Durante la primera infancia, bastará con quince minutos durante los que el niño pueda demostrarnos todo lo que va aprendiendo: el trazo de letras, los dibujos, lecturas sencillas. A medida que crezca en edad y avance, el tiempo destinado a las tareas irá aumentando y disminuirá nuestra atención a medida que el niño gane en autonomía.

COMO DEBEMOS INTEGRAR LAS TAREAS EN CASA

1.Una vez que el niño haya descansado del colegio (la meriendajuntos nos permite intercambiar mucha información y relajarnos).

2.Acotar un tiempo específico para ello que irá incrementándose a medida que el niño crezca (empezamos por 15 minutos, no más de 2 horas con 11-12 años).

3.Le enseñamos a «organizar las actividades» (¿qué hay que hacer? ¿en qué orden vas a hacerlo?)

4.Procuramos acompañarlo durante los primeros años (2-8) mostrando ilusión por lo que hace y aplaudiendo sus logros.

5.Insistimos en la observación y corrección de actitudes: concentración, limpieza, orden, constancia.

6.Les ayudamos a realizar por sí mismos, proporcionándoles técnicas y estímulos que les permitan superar las dudas y dificultades.

También en las tareas rige la norma de «No hacer por ellos lo que puedan hacer por sí mismos». Hemos de orientarlos hacia la autosuficiencia en el aprendizaje:

«-Papá, ¿cuál es río más largo de África?

-A ver, ¿qué estás estudiando?

-Es que tenemos que hacer los ejercicios del tema 3.

-¿Te has leído el tema?

-No.

-Si te hacen esa pregunta es porque la información viene en el tema. Lo primero es leer el tema y subrayar lo más importante. Luego verás cómo te resulta fácil responder las preguntas.»

Y nos ponemos con él para que nos vaya leyendo en voz alta el tema, y vamos haciéndole ver qué detalles son importantes hasta que encontramos la información requerida. Cuando la descubre y aplaudimos su hallazgo, lo habremos puesto en el camino de cómo buscar las respuestas por sí mismo utilizando los medios que tiene a su alcance. Vale en este proceso aquel adagio que decía «Si le das un pez, lo alimentarás un día. Si lo enseñas a pescar, tendrá alimento para el resto de su vida». Por eso, no les demos respuestas, sino las técnicas para que ellos las encuentren por sí mismos. Esto es un entrenamiento de la actitud ante el aprendizaje que les acompañará el resto de su vida.

Por último, cuando no estamos en casa y ni podemos realizar esta labor, conviene poner medios para lograr ese hábito de preparar en casa lo que el niño pueda necesitar al día siguiente. Quien reciba a los niños puede y debe organizar el tiempo de forma enriquecedora en este sentido. También hay centros escolares que mantienen una hora de estudio supervisado algunos días en semana, si los alumnos son pocos y tienen una atención personalizada, puede ser una buena opción. Y, en cualquier caso, los fines de semana programemos algún tiempo compartido en estas tareas que nos permita el seguimiento y la motivación de nuestros hijos.

SALVAGUARDAR EL PRINCIPIO DE AUTORIDAD

Los colegios, como la sociedad, tienen unas normas de conducta. Estas normas son públicas y se hallan recogidas en el Reglamento de Organización y Funcionamiento. Los profesores hemos de insistir en la importancia de obedecer a los padres. De la misma forma que los padres hemos de insistir en la idea de que los maestros han de ser obedecidos. Unos y otros son «la autoridad». Como veremos inmediatamente, adiestrarlos en la obediencia no debe confundirse con educar niños sumisos y sin iniciativa, es algo diferente. Podemos no estar de acuerdo como padres con una norma concreta, por ejemplo, la relativa a no llevar teléfonos móviles al centro escolar, pero lo que no podemos es «apoyar el incumplimiento de nuestros hijos». Mucho más importante que el hecho de que opinemos que «Esa norma es una tontería», es el hecho de adiestrar a nuestros hijos en algo básico: las normas están para cumplirse y en todo colectivo hay normas. Unas nos gustarán más y otras menos, pero todas han de ser cumplidas. Yen todo colectivo, hay quien se encarga de hacerlas cumplir, y ese alguien ha de ser respetado o el colectivo no funcionaria. Apoyaremos con más alegría aquellas que creemos justas, y con menos energía las que nos desagraden o creamos injustas. Pero todas están ahí por un motivo y nuestro deber es cumplirlas.

«¡Verás la que le va a liar mi madre, esa no sabe con quién se ha metido!», decía una alumna refiriéndose a una profesora que la había expulsado de clase. Si la familia, en lugar de corregir actitudes negativas, defiende a su hijo haga lo que haga, critica abiertamente la labor del maestro o de la profesora delante de su hijo, concede la razón a cuanto su niño le dice... ¿Con qué autoridad podrá un profesor corregir las actitudes negativas? Estas actitudes atacan directamente el «principio de autoridad», el mismo principio que ayuda a que el padre y la madre sean respetados en la casa, el director en la fábrica o el policía en la calle. Y no conviene adiestrar a nuestro hijo en buscarse problemas continuamente por el simple hecho de hacer lo que quiere en cada momento.

La segunda idea importante es que el incumplimiento de las normas, justas o injustas, puede tener consecuencias. Y que hemos de asumir las consecuencias de nuestros actos. «El teléfono me lo dan al final de la mañana» le decía un alumno a un profesor que le había retirado el móvil por usarlo en clase. El profesor lo había dejado en jefatura de Estudios a la espera de que lo recogiera el padre o la madre del muchacho. La madre pasó por el instituto esa misma mañana y le devolvió el teléfono al hijo. ¿Actuó correctamente la madre? Cuando no enfrentamos a nuestros hijos a las consecuencias de sus propios actos solo acentuamos tendencias complacientes. Los buenos actos tienen consecuencias, si estudias obtendrás buenas notas; los malos también. El niño había incumplido una norma, había recibido una sanción, pero la madre no solo no apoya la sanción sino que la inutiliza porque ella no está de acuerdo o no quiere aguantar las protestas de su hijo. El resultado, en este caso en concreto, es que el niño acabó siendo expulsado una y otra vez: peleas, insultos a profesores, hurto, interrumpir las clases, no llevar el material al colegio, uso del móvil, faltas reiteradas de asistencia y puntualidad... Estaba claro que tenía problemas con cualquier tipo de autoridad, de norma, y esos problemas derivaban de que no obedecía «ni a sus padres», mucho menos a los profesores. En este sentido, conviene que el niño conozca no solo sus «derechos» sino también sus obligaciones, que sea consciente de las consecuencias de sus actos, y dejarlo asumir su responsabilidad cumpliendo la sanción correspondiente llegado el caso.

Para salvaguardar el principio de autoridad hay una regla de oro aplicable tanto a la familia como a la escuela: «No desautorizar al cónyuge, no desautorizar al maestro». Muchas veces podemos no estar de acuerdo con una sanción o con el modo en que el responsable en su caso ha gestionado un problema de actitud con nuestro hijo. En estos casos debemos siempre apoyarlo frente al niño «Tu padre te ha dicho esto y esto se hace», «Tu profesor ha dicho esto y esto es lo que vas a hacer». Y nuestras diferencias, nuestro criterio, lo trataremos en privado con nuestro cónyuge o con el responsable en cuestión: «Creo que ese castigo ha sido excesivo, me parece que deberías levantárselo en cuanto te pida perdón», o con el maestro, «No creo que el hablar con un compañero sea motivo para que copie cien veces una frase», y dejaremos que sean ellos, los que han impuesto la sanción los que la levanten o la modifiquen. Que alguien distinto a quien ha impuesto la sanción, la levante o la modifique equivale a desautorizarlos a ellos. Y si queremos pulverizar el principio, bastará con que, además, lo hagamos delante del niño. Es difícil que un niño aprenda a respetar la auto ridad cuando sus responsables discuten sobre si procede o no la sanción que uno de ellos ha impuesto. Todo es discutible y la autoridad es cuestionable. Y cuando desautorizamos a quien debe ejercer autoridad con el niño, el resultado es la inhibición de quien debiera ser el responsable. El profesor dejará de castigarlo por no enfrentarse a nosotros, la cuidadora dejará de corregir actitudes y le permitirá que siga viendo la televisión, nuestro cónyuge dejará que siga usando el móvil porque prefiere eso a volver a mantener una discusión contigo. El único perjudicado en su educación será nuestro hijo que se criará sin unas normas básicas de comportamiento que le ayuden a hacer lo correcto - no lo que le apetece- en cada caso.

OBEDECER NO SIGNIFICA RENUNCIAR A LA INCIATIVA, LA CREATIVIDAD, O EL SENTIDO CRÍTICO

Enseñar a obedecer no puede significar «anular al niño». El niño tiene su propio criterio y es importante enseñarle a confiar en él y a manifestarlo, eso potencia su autoestima. Cuando un niño sufre un trato que considera injusto, tiene que expresar su malestar, su punto de vista. Con frecuencia, nos daremos cuenta de que no son simples y que, cuando reclaman justicia, suelen hacerlo con un fundamento. La clave para conciliar la obediencia con el hecho de no renunciar a su iniciativa ni su sentido crítico está en trabajar el «cómo y cuándo expresar su opinión». El «cómo» consistirá en transmitirle unas pautas básicas de conducta para el diálogo y la convivencia: evitar las voces y las actitudes impositivas, usar el tono mesurado, pedir permiso, etc. El «cuándo» consiste en que si se le niega en ese momento la oportunidad de expresarse, preguntar tranquilamente en qué momento podrá hacerlo y saber esperar sin renunciar. A veces, el momento no es el adecuado para entablar un diálogo. Por ejemplo, entablar en un aula una conversación personal con un alumno en concreto puede retrasar la dinámica de clase y ser contraproducente en ese instante. La profesora puede decirle «Ahora no, vamos a seguir con la lectura». Puede que papá esté conduciendo y no sea el mejor momento para hablar de ese problema y aplace la conversación: «Estoy conduciendo, luego lo hablamos». Saber esperar significa justamente aguardar a que acabe la clase o a que acabe el viaje en coche para volver a plantear la pregunta directamente, con educación y a solas: «¿Cuándo es un buen momento para tratar este tema?».

El niño debe sentir que nos interesan sus emociones, sus opiniones, pero canalizadas en una forma y orden que permitan el control de esas emociones. «Hay que luchar por lo que consideras justo, expresar tus ideas y no plegarte a las injusticias» y todo ello puedes conseguirlo si lo haces correctamente en forma y tiempo, pero «las formas pueden quitarte la razón, anular tus argumentos». Evitemos educar en la sumisión ciega, porque lo único que lograríamos es «que el sueño de la juventud sea totalmente destruido, [...] la rendición frente a la mediocridad»[7°].

Para lograrlo, hemos de aprender a controlar nuestras emociones y a conocer y utilizar los cauces adecuados para lograr nuestros objetivos. Dominado por la emoción, el niño tiende a enfrentarse con más o menos violencia en un intento de imponer su voluntad en un momento dado. Su capacidad de razonamiento está en ese momento «sustraída». Si no logramos que sean capaces de controlarse en esos momentos, tendrán muchos problemas.

Obedecer no significa «renunciar». Se obedece cuando la orden proviene de una persona que ejerce autoridad. Pero eso no significa que «renuncies a lo que consideras justo». Lo importante es que aprendan a hacer un uso correcto de los mecanismos que nos ofrece el sistema, cómo defenderlos, ante quién y cómo. Tan importante es defender tus derechos como saber hacerlo de la forma correcta. Cuando te multan en carretera, de nada te servirá gritarle a quien te atiende en la ventanilla, existe un procedimiento para presentar alegaciones, es el que debes usar. Cuando el niño se enfrente a un problema con un hermano, con un compañero, con un profesor, existen procedimientos para gestionar las distintas situaciones y hay que conocerlos y usarlos.

TRABAJAR LA AUTOMOTIVACIÓN Y EL APLAZAMIENTO

Tener motivación es tener motivos por los que actuar, «automotivación» consiste en encontrar «motivos» o razones por uno mismo. Entonces, actuamos por convencimiento de que lo que hacemos es positivo para nosotros, nos agrada y nos ayuda a ser mejores. Más adelante, nos moverán otros valores morales, aparecen otros valores en la automotivación como el hacer lo que es correcto, procurar el bien social, una sociedad más justa. Con frecuencia equivocamos los principios educativos cuando forzamos los actos a través de la imposición. Podemos obligar a un niño a que se siente delante de un libro, a que permanezca encerrado en su cuarto durante una hora, a que esté corriendo..., eso no significará que el niño esté leyendo, estudiando o haciendo ejercicio. El niño podrá permanecer horas delante de un libro sin leer, o en su cuarto mirando las moscas, o moviendo las piernas sin el más mínimo esfuerzo. El niño hará lo que quiera hacer y solo leerá si está convencido de que es justamente eso lo que quiere, de que le gusta leer, de que es bueno, de que es el camino y que puede disfrutar haciéndolo, es decir, si encuentra una razón o un motivo íntimo por el que realizar ese esfuerzo. Ese íntimo convencimiento es la automotivación.

Cualquier destreza puede conseguirse si aplicamos el esfuerzo y la constancia adecuada. Y durante esta etapa de la infancia, la mejor motivación es el cariño de los padres. Actúan por ganarse el aprecio y la atención de sus padres, pero poco a poco, a medida que van creciendo, esta clave básica de comportamiento debe ir abriéndose a proyecciones de futuro a través de mensajes positivos. Para ello, conviene mantener la reflexión constante sobre los logros del esfuerzo en la vida. Antonio, con nueve años, tenía problemas de ortografía, estaba suspendiendo los controles de ortografía. Su madre acudió a mí y le propuse el seguimiento del método de autocorrección que planteé en el Manual de ortografía y redacción (Berenice, 2010). Le di las instrucciones de seguimiento. Lo aplicaron diariamente. Al cabo de un mes, el niño aprobaba. A los dos meses sacaba notable. La madre me comentaba que era el niño quien ahora le pedía hacer los dictados diarios cuando antes no quería oír hablar de la Ortografía. ¿Qué había pasado? Sencillamente, su actitud era negativa porque fracasaba, suspendía. Al constatar el éxito, el niño se sintió motivado, a través del trabajo había logrado destacar en el grupo y se sentía reconocido por ello. La actitud de la profesora había cambiado hacia él. Es el éxito que estábamos esperando para que el niño extrapole la experiencia a otras facetas de la vida. Todo se puede conseguir con el esfuerzo adecuado y merece la pena aplicarse para lograr el éxito. Mañana usaremos esta experiencia positiva aplicada a los buenos modales, a la empatía, al ejercicio físico o a la higiene personal. Ya no estará buscando solo agradar a los padres, buscará el reconocimiento del grupo porque necesita sentirse integrado en él. Más adelante, cuando lleguemos a la pubertad, trataremos de conquistar la siguiente meta, el valor del reconocimiento de uno mismo con independencia de los resultados o de lo que los demás opinen, por la coherencia con su propio proyecto de ser en el futuro.

Para lograr este objetivo de la automotivación es imprescindible educar al niño en el aplazamiento de la recompensa. «No existe lo difícil y lo fácil, simplemente hay habilidades que requieren más tiempo y otras que requieren menos», según las capacidades y la edad de cada uno. Todo es sencillo cuando adquirimos la experiencia y la habilidad necesarias. Si te gusta pintar, puedes lograr hacerlo muy bien, si dedicas tiempo a ello. ¿Recuerdas el tiempo que tardaste en saber montar en bicicleta? Ahora, cuando montas en bicicleta te resulta fácil porque ya lo haces sin necesidad de pensar en cómo se hace. Hoy te resulta complicado aprender las tablas de multiplicar, pero cuando te las sepas, te resultará fácil porque ya no te supondrá esfuerzo el recordarlas.

El mayor enemigo del «aplazamiento de la recompensa» es el «aquí y ahora». Darle al niño lo que desea en el momento en que lo desea. Sencillamente porque así no lo estamos adiestrando en el ejercicio de la voluntad necesaria para saber esperar. Ana Cristina Aristizábal, periodista y comunicadora social, publicó un artículo en 2010 titulado «Cómo anular a una persona»; su tesis es muy simple: «dale todo lo que pida». De esta forma anulamos su voluntad, su creatividad, su iniciativa, su capacidad de esfuerzo, su ser. Repitamos una y otra vez que «todo se obtiene en su momento si sabemos espe rar y mantener el esfuerzo». Aún recuerdo, a modo de ejemplo sencillo, la frase que repetía mi abuela cada vez que yo le decía que tenía hambre: «Hambre que espera hartura, no es hambre ninguna». Me instaba, de esta forma, a soportar y esperar para saciar mi apetito en su momento, a la hora de comer. El mejor condimento para la comida es el hambre; de la misma forma, el mejor condimento para disfrutar de una merecida recompensa es la espera en el esfuerzo. Es lo que le pasó a Antonio. Antonio, no solo logró aprobar la ortografía, sino que fue consciente de que ese aprobado se debía a su propio esfuerzo, lo que le hizo sentir orgulloso de sí mismo y le sirvió de automotivación para continuar. Ahora su nivel de autoestima está muy alto. Y la experiencia resulta adictiva para quien lo siente.

Recordemos que a partir de los cuatro años, el niño incorpora en su mente la temporalidad, la capacidad de proyectar acciones en el futuro y moverse en el pasado. Ahora podemos rememorar experiencias vividas para que proyecte la emoción de la recompensa futura, del éxito del esfuerzo sostenido. Ante la frustración, recordemos experiencias como «atarse los zapatos», «montar en bicicleta», «escribir», «leer», «correr sin caerse»... todo aquello que en su día le supuso un esfuerzo especial, que dominó y que ahora le reporta la satisfacción de una habilidad adquirida que usa y disfruta a diario. Ese es nuestro punto de apoyo. Y, en el sentido práctico cotidiano, el utilizar premios aplazados condicionados a esfuerzos concretos promoverá en el espíritu del niño el saber aguardar con la actitud adecuada: salir al parque cuando estén los ejercicios terminados, leer el cuento cuando hayamos acabado de cenar, ir a casa de tu amigo cuando tu cuarto esté recogido...

Las ilusiones del niño son ideales para promover la automotivación y el aplazamiento: «Papá, quiero un perrito». Para poder disfrutar de esa ilusión, el niño requiere haber adquirido ciertas habilidades, en nuestro caso, suficiente responsabilidad para atender a un ser vivo, cuidarlo, lavarlo, darle de comer, sacarlo a pasear. Imaginemos que nuestra situación personal nos permitiera tener una mascota en casa, y que como familia no nos disgustara la idea, ¿por qué no hacemos consciente al niño de lo que requiere el tener una mascota?: «Sería ideal, pero tendrías que lavarlo, cepillarlo, darle de comer a sus horas, limpiar su caseta... ¿Tú serías capaz?». «Sí, yo lo hago, yo lo hago, mami, mami, déjame que me quede con el cachorro». Imaginemos ahora que el niño es responsable, ordenado, dialogante, obediente, con buenas notas, sabemos que podemos confiar en que nos ofrece una respuesta consciente, entonces ¿por qué no? Pero si el niño aún no hace su cama, ni recoge su ropa, ni ayuda a recoger la mesa... Es el momento de proponerle que demuestre que es responsable, que adquiera esas habilidades, para alcanzar esa ilusión, de tal manera que sea la ilusión misma la que actúe como motivación de comportamiento: «Primero, has de demostrar que eres responsable de ti mismo. Logra estos objetivos - los escribimos claramente - y, entonces, hablamos de la mascota. Te prometo que si esto lo consigues durante un mes, tendrás el perro / la bicicleta / la wii / el móvil...». Normalmente, cada conquista en la vida se obtiene cuando se han desarrollado las habilidades y hábitos necesarios para alcanzar esa etapa. Montar en patines viene después de correr, como correr viene después de andar, y andar después de gatear. El niño ve a los demás correr y desea hacerlo, y esa ilusión impulsa su esfuerzo. Durante la vida, sigue funcionando igual, pero si sustraemos el esfuerzo necesario para alcanzar una meta y le «regalamos» lo que desea sin que sienta que lo ha logrado con su esfuerzo, destrozaremos su autonomía y su capacidad de lograr por sí mismo sus ilusiones. ¿De qué le sirve a un alumno que le aprueben el curso sin haber dominado los objetivos de aprendizaje, sin haber desarrollado las competencias requeridas para ese nivel? Solo logrará tener más dificultades el siguiente curso. Y lo más importante no son los contenidos, sino que estaremos viciando su «actitud» ante el aprendizaje. Si este año no ha hecho nada, mucho deberán cambiar las circunstancias para que el niño haga algo el curso próximo.

GENERAR HÁBITOS CONSTRUCTIVOS

«Siembra un pensamiento y cosecharás un acto; siembra un acto y cosecharás un hábito; siembra un hábito y cosecharás un carácter; siembra un carácter y cosecharás un destino«, decía el escritor inglés Charles Reade. La segunda infancia es el periodo de la «laboriosidad», el niño tiene energía, curiosidad y ganas de aprender, de demostrarnos que «es capaz» por sí mismo. Es la época dorada para generar hábitos en su vida. Y esos hábitos van a generarse con nuestra ayuda o sin ella. Si canalizamos los hábitos hacia metas constructivas, lograremos niños capaces de enfrentarse a las dificultades con animosidad y alegría, conscientes del valor de la constancia en el esfuerzo, capaces de triunfar. Y el niño no es consciente de cómo sus hábitos acabarán determinando su futuro, nosotros sí. Decía un viejo adagio humorístico que «El ajedrez desarrolla la inteligencia» y añadía entre paréntesis «para jugar al ajedrez». Si el niño sólo ve dibujos animados en la televisión, será un magnífico espectador mañana, pero puede que eso no le ayude a ganarse la vida. Las destrezas, las competencias, los conocimientos se adquieren con hábitos claros, bien definidos, constantes y constructivos.

Generamos hábitos cuando logramos controlar la voluntad para hacer aquello que nos conviene en su momento, de una forma sencilla y consciente. Enrique Rojas, Catedrático de psiquiatría de la Universidad de Extremadura, nos recuerda que los ingredientes más importantes para desarrollar la «voluntad» son «.. .la motivación y la ilusión» [71]. Motivamos a los niños cuando les mostramos el camino y son capaces de reconocer las ventajas de la perseverancia en el empeño para lograr un objetivo. Se ilusionan cuando el objetivo que persiguen quieren alcanzarlo, lo asumen como propio y se sienten reconocidos en el esfuerzo. Y su ilusión no es sino un reflejo de nuestra ilusión: su mejor recompensa es nuestra sonrisa, nuestra aprobación a su conducta y nuestro apoyo en su perseverancia. Cuando entren en la pubertad, todo será cuestionado y los hábitos del grupo pesarán en sus decisiones por la necesidad de integración social y por la urgencia de formarse una imagen diferenciada de sí mismo respecto a la proyección familiar; pero todavía los niños aceptan las normas que vivimos en la familia si son claras, concretas y constantes.

Los hábitos son conductas habituales, tan repetidas que se hacen inconscientes. Estos hábitos serán positivos en la medida en que acerquen al desarrollo de conductas que le ayuden en la construcción de una personalidad positiva, motivada, consciente, luchadora, resiliente, reflexiva, social y moral. De ahí que como familia conviene vivir nuestros objetivos en conjunto como parte integrante de nuestros valores personales. Venimos hablando de cuatro pilares básicos para una educación equilibrada: inteligencia racional, emocional, social y ética. Cada uno de estos pilares se sustenta en la adquisición de hábitos de conducta que podemos generar en esta etapa.

1.HÁBITOS PARA EL DESARROLLO INTELECTUAL:

-Orden

-Concentración como clave de desarrollo.

-Curiosidad y respeto por el conocimiento.

-Lectura.

-Interés por el aprendizaje.

-Estudio y memorización.

2.HÁBITOS PARA EL DESARROLLO EMOTIVO:

-Autoestima.

-Control emocional propio:

-Reconocer las emociones propias, expresarlas y controlarlas.

-Serenarse antes de actuar.

-Ser capaz de bloquear y superar las emociones negativas.

-Automotivación emocional: alegría, animosidad, resiliencia.

-Empatía (reconocer el estado de ánimo de los demás y actuar en consonancia).

-Saber esperar (paciencia y constancia conscientes).

3.HÁBITOS PARA EL DESARROLLO SOCIAL:

-Actuar con educación («Por favor», «Gracias», «Lo siento»).

-Aceptar a los demás.

-Oír y dialogar.

-Cooperar y trabajar en equipo.

-Ser flexibles (capaz de adaptarse a circunstancias diversas).

-Ser generosos (compartir, ceder).

-Respetar el tiempo y el trabajo de los demás.

-Expresarse pausada y tranquilamente.

4.HÁBITOS PARA EL DESARROLLO MORAL:

-Obedecer las normas asumiendo su necesidad y utilidad.

-Expresarse libremente usando los cauces adecuados.

-Defender lo que es justo.

-Respetar el derecho a los demás a tener opiniones diferentes.

-Reconocer el bien como algo deseable para todos.

-Procurar ser parte de la solución y no del problema.

-Valorar la felicidad de los demás como camino hacia la propia felicidad.

Hemos dado por supuesto otros hábitos «saludables» por ser los más conocidos, aquellos a los que, como familia, todos prestamos atención: hábitos de higiene, de alimentación y de descanso. Sin embargo, no siempre somos sistemáticos en la observación de la evolución de nuestros hijos en estos otros hábitos básicos. Hemos enunciado los objetivos en positivo, marcamos así ideas-tendencia que dibujarán un proyecto de ser grato y deseable, para evitar que la programación neuronal se base en una lista de lo que «no debe hacer». Recordemos ahora que cuando nos centramos en el «no» damos preferencia a la observación de los fallos en su conducta en lugar de sus aciertos. El «no» recalca sus errores mermando su autoestima. La alabanza de conductas proactivas, por el contrario, centra su interés en los aciertos, lo que sí hace bien, y refuerza su confianza animándolo a seguir en el esfuerzo, manteniendo vivo su interés.

Para lograr generar hábitos los primeros que debemos ser constantes somos nosotros como padres o maestros y, si ellos fallan en estas edades, es porque nosotros les estamos fallando. Con nues tros trabajos, nuestras prisas, nuestros miedos, nuestrasjustificaciones, el estar ahí cada vez que nos necesitan y ser capaces nosotros mismos de someternos a unos horarios y unas pautas de comportamiento claras y continuadas, es muy difícil. Sinceramente, no siempre es posible. Pero habremos de procurarlo cada uno en la medida de nuestras posibilidades. Es importante.

Durante esta segunda infancia, el niño irá forjando en su mente una idea de sí mismo que trasciende hacia el futuro. Y verá aquello que nosotros le mostremos. Normalmente, cuando les preguntamos qué quieren ser de mayores, nos responden que médico, futbolista o bombero, profesor o mamá. Yo os propongo que les ayudemos a forjar otra imagen de lo que quieren ser en el futuro, no centrada en la «profesión», sino en el «ser». La pregunta clave no sería «¿Qué quieres ser?», sino «¿Quién quieres ser? ¿Cómo quieres ser?». Se trata de ir acercando su mente a objetivos inmediatos que se traducen en actos inmediatos, pero que lo conducirán al destino que él desea, a su sueño. Así, por ejemplo, si quieres ser un buen padre, ¿cómo actuaría un buen padre?, si quieres ser un buen deportista, ¿cómo actuaría un buen deportista?, si quieres ser un buen hermano, ¿cómo actuaría un buen hermano?

El siguiente paso es inculcar la idea de «Si deseas ser algo de verdad, pero de verdad, de verdad, el secreto está en comenzar a comportarte como si ya lo fueras». Si el niño quiere ser un buen hermano, le pedimos que nos diga cómo es un buen hermano. Se trata de hacerlo consciente descomponiendo el concepto en acciones y cualidades concretas. Esto es, «Si un buen hermano presta sus juguetes, presta tus juguetes; si un buen hermano cuida del otro, cuando tengas ocasión, cuida de él; si un buen hermano escucha, escúchalo cuando te hable...», y así sucesivamente. «No te apetece ir a entrenar, pero tú quieres ser un gran deportista, pregúntate qué haría ahora un gran deportista, ¿se quedaría en casa o iría a entrenar para mantenerse en forma y ser un poquito mejor? Esa es tu ilusión, y me encanta. Actúa como si lo fueras y llegarás a serlo. ¿Qué quieres hacer ahora?». Y no estamos ahí para obligarlo, sino para ayudarlo a lograr sus propios sueños.

Martha Givaudin y Susan Pickl721 subrayan que lo más importante para lograr hábitos es rodearse de personas que los tienen y los practican. La imitación es la mejor escuela y, en este sentido, los padres y la familia son insustituibles. Linda Lantieril731, colaboradora de Daniel Goleman, insiste también en la importancia de la familia en el desarrollo emocional del niño, tanto en el autocontrol, como en la relajación y la empatía. Y la lista de autores que se sumarían a esta afirmación sería interminable por evidente. Es muy difícil que el niño adquiera el hábito de la lectura si no ve que los padres leen, tienen libros en casa, se sienten ilusionados por leer y transmiten esa ilusión, por ejemplo. Sería rarísimo que un niño hablara pausadamente si crece rodeado de gritos. ¿Cómo puede aprender alguien a dialogar en un hogar donde no se dialoga? Es imposible que el niño sea ordenado si no vive el orden como algo cotidiano. De ahí que de las cuatro pautas básicas para generar hábitos en nuestros hijos, la primera apunte en esta dirección:

CÓMO LOGRAR CREAR HÁBITOS EN LOS NIÑOS

(MARTHA GIVAUDIN Y SUSAN PICK)

1.Observar la conducta que queremos implantar en casa y en el colegio.

2.Explicarle al niño qué logramos con esos hábitos en cada caso.

3.Ser constantes.

4.Darle responsabilidad para hacerlo solo y para asumir las consecuencias de sus actos.

Se ha repetido con frecuencia que los horarios programados restan espontaneidad y creatividad al niño, que debemos dejarlos a su ser. La experiencia, en cambio, apunta a todo lo contrario; es decir, cuando el niño sabe exactamente qué se espera de él, qué debe hacer, se siente seguro. El orden externo atrae el orden interno, facilita la integración de conceptos y realidades y ello permite al niño canalizar respuestas más rápidas y eficaces. No tiene que improvisar reacciones y respuestas porque tiene asimiladas en su comportamiento, por rutina, las más adecuadas para obtener un refuerzo positivo. Esto no quiere decir que estemos continuamente estimulando al niño y obligándolo a cambiar de actividades. Mientras el niño se entretiene con un juego, quiere decir que el juego sigue interesándole. Lo que quiere decir que nos conviene proporcionarle juegos que desarrollen su inteligencia, su iniciativa, su imaginación y sus habilidades. El método Montesori se basa en estos dos principios, potenciar la iniciativa y la autonomía, pero proporcionándoles estímulos correctos, variados y ricos. Y para ello habrá que evitar hábitos pasivos como la televisión o los videojuegos a la carta y sin límite de tiempo.

Las afirmaciones de Daniel GolemaW74' respecto a la autoridad en el mundo empresarial coinciden en este diagnóstico: el mayor nivel de ansiedad en los trabajadores no se produce cuando el jefe - autoridad - es rígido en las normas, sino cuando las normas no están claramente definidas, de tal forma que el empleado ante un mismo comportamiento unas veces obtiene una respuesta positiva, otras negativa y otras, sencillamente, no obtiene respuesta. En cambio, los niveles de ansiedad disminuyen cuando las reglas son claras y cada uno sabe qué se espera de él en cada momento. Si un día aplaudimos que nuestro hijo dibuje, pero otro día le reñimos, y otro no le hacemos ni caso, en su mente no se establece una relación emocional entre el acto de dibujar y nuestra aprobación, reprobación o indiferencia. Si esto lo multiplicamos a todo lo que hace el niño, lo condenamos a la ansiedad de no saber cómo reaccionaremos haga lo que haga. El resultado será la inhibición. No nos utilizará como referente de comportamiento y generará su conducta por impulsos emotivos inmediatos. Cuando tratemos de reconducir su conducta, el niño no comprenderá por qué hoy le pedimos o le exigimos algo que ayer nos era indiferente, que ayer no era importante. Aparecerá la negación y el enfrentamiento.

LA TELEVISIÓN, LOS ORDENADORES, LOS VIDEOJUEGOS Y SUS EFECTOS

Nunca hemos dispuesto de herramientas tan eficaces para el aprendizaje. Sin embargo, lo que hace buena o mala una herramienta es el cómo y para qué se usa. La televisión, en su origen, fue un mero instrumento de información y entretenimiento. Con el tiempo acabó absorbiendo espacios y momentos que tradicionalmente ocupaban juegos y convivencia familiar. Hace quince años, una encuesta realizada a alumnos de 4° de la Eso arrojaba un promedio de 6 horas diarias viendo la televisión, hace dos años, ese mismo tiempo aparecía dedicado a Internet, chats, juegos «on line» o redes sociales. Hablamos del tiempo que puede dedicar un atleta profesional a su entrenamiento, o un estudiante universitario a adquirir conocimientos. ¿Cómo hemos llegado a esta situación?

Evidentemente, la televisión y las nuevas tecnologías tienen muchas ventajas y en el futuro será imprescindible como herramienta de consulta, información y relación. La televisión, por ejemplo, nos hace más conscientes de que ocupamos un lugar en el mundo, de que cada pueblo tiene usos y costumbres diferentes, facilita el intercambio cultural y pone en la sala de estar de cada pueblo o aldea, de todos, un universo que de otra forma resultaría inalcanzable; y lo mismo podríamos decir de Internet. Hay programas extraordinarios que nos acercan a todos los ámbitos del conocimiento, la naturaleza, el espacio, la ciencia, la educación, el arte..., pero ¿es esto lo que ven los niños? La destreza en el manejo digital de los mandos electrónicos de videoconsolas o teclados será necesaria en un futuro próximo para el desempeño de muchas profe siones técnicas o meramente administrativas. Es fácil imaginar que los cirujanos sustituyan los bisturíes tradicionales por instrumentos dirigidos por ordenadores como ya sucede en algunas especialidades. El empleo de la informática en todas las profesiones será imprescindible, ya la vemos en el control de almacenes, lectura de contadores, contabilidades o manejo de grúas, por poner solo algunos ejemplos, pero ¿sustituirá a las relaciones humanas? Internet nos acerca al mundo, a las personas y al conocimiento.

Pero los programas que se ven, que se consumen, en que los niños agotan su tiempo, en más de un noventa por ciento de los casos, son programas de entretenimiento y ocio: dibujos animados, series infantiles o juveniles, conexiones a redes sociales, juegos «on line»... Y esta «ocupación» acaba convirtiéndose en dedicación; más que en afición, en adicción. Y hay casos en que la adicción llega a ser tan grave que requiere de tratamiento psicológico.

El uso que se hace de estos medios llega a ser un desastre para la educación del niño, y todos corremos el riesgo de acudir a ellos por su «comodidad». Resulta muy cómodo para la familia o el cuidador que el niño deje de reclamar nuestra atención enchufándolo a una pantalla electrónica. Mejor aún si no tienes que preocuparte de programar lo que va a ver, porque los programas ya vienen dados. Una vez creado el hábito de ver diariamente a sus personajes favoritos o de aislarse del mundo enfrascado en un nuevo juego para pasar de pantalla, o ha descubierto que en la ficción puede generar su propio personaje y crear amigos sin necesidad de asumir responsabilidades de trato humano... se va aislando cada vez más en un universo en el que ni los padres tienen cabida. También resulta cómodo por su seguridad. En los ambientes urbanos ya no se deja salir a los niños a jugar solos a la calle, vivimos inmersos en la cultura del miedo a lo que pueda ocurrir. Las familias numerosas han dado paso a familias con uno o dos hijos como perfil. En definitiva, que el niño ni puede salir a la calle, ni tiene oportunidades reales para jugar con otros niños en su día a día. Esta comodidad, a veces de forma inconsciente, nos lleva a la dejación de funciones como educadores al dejar al niño frente a la pantalla. Cuando hacemos esto, ¿quién está educando a nuestro hijo?

La respuesta a esta pregunta es fácil de responder, intereses comerciales. Los patrocinadores pagan por insertar su publicidad y consideran a los niños, como a los adultos, consumidores en potencia. Quien programa una serie de dibujos animados, o un programa de éxito no lo hace para promover «valores morales» o «instruir y desarrollar el conocimiento de nuestros menores», emite para vender. Tanta más audiencia, tanto más caros se venden los espacios publicitarios directos o indirectos. Por cada serie infantil, de dibujos animados o juvenil, ¿cuántos anuncios se insertan? ¿Cómo opera un anuncio publicitario en la mente de un niño, o en la de un adulto?

Ya hemos visto cómo desde que aprendemos a hablar desarrollamos la capacidad simbólica, o la representación mental de los objetos asociada a la palabra. También vimos cómo las «emociones» experimentadas en la realidad quedan vinculadas en nuestro cerebro al símbolo, al significado. Cuando sufrimos un calambrazo, asociamos peligro y dolor a la palabra «electricidad». Lo más importante en la vida de cualquier niño es el amor de sus padres y la armonía en el hogar: poder estar con sus padres, el reír con ellos, el jugar con ellos, el ser feliz junto a ellos, el tener amigos, el disfrutar de un hogar feliz. Ahora les ruego que vean cualquier secuencia de anuncios y observen la «trastienda», es decir, la imagen que se asocia al producto. Póngale a un niño cien veces un anuncio publicitario cualquiera en el que se asocie un determinado juguete con un ambiente de familia feliz, atención, calor, risas... y el niño querrá ese juguete porque su cerebro emocional habrá asociado la marca del producto con el ambiente y la familia que todos deseamos. Hemos logrado crear en él la «necesidad» asociando la satisfacción de una necesidad afectiva a la adquisición de un producto determinado. El niño «siente» - no piensa- que teniendo «Los hipopótamos locos» logrará que la familia se reúna feliz en torno a la mesa, conviviendo y riendo. Ya se ha demostrado cómo las neuronas cerebrales se activan al contemplar una acción determinada como si el propio sujeto la estuviera realizando. De alguna forma vivimos, sentimos, virtualmente esa realidad mientras la contemplamos. ¿Qué ocurrirá cuando esto no suceda, cuando tampoco los «hipopótamos» nos traigan las reuniones familiares, las risas, ni la felicidad? Sencillamente, que aquel juguete que con tanta insistencia nos reclamó, que era tan caro, acabará arrinconado o roto. «No lo entiendo - comenta el padre-, con la ilusión que le hacía tener este juguete y no le ha durado ni dos días». Y lo que puede resultar aún más preocupante es que cuando la televisión está permanentemente conectada y el niño está jugando en la misma habitación, o «haciendo los deberes», el mensaje le sigue llegando, sigue asentándose en su cerebro de forma subliminal, por debajo de la conciencia.

Corremos el serio riesgo de que las emociones positivas queden exclusivamente asociadas a ese mundo virtual y su mente vaya aislándose progresivamente de la realidad. Todos tenemos la experiencia del niño que no nos atiende porque está viendo su serie, o que no quiere acudir a cenar porque está con su ordenador, con su Wii, con su teléfono móvil enganchado al «WhatsApp» o a algún juego «on line» a tiempo real y no puede dejar «colgados» a sus compañeros. En la novela de Max Brooks Guerra mundial zeta (Almuzara, 2007), aparece el personaje de un joven japonés que me dio miedo, no por los zombis, sino por el perfil que reproduce una tendencia creciente en el país de la electrónica: vivía tan aislado en su cuarto con su ordenador que el único contacto que mantenía con la familia era el plato de comida que la madre, puntualmente, le dejaba en el suelo, junto a la puerta, porque no se atrevía a molestarlo. Tardó tres días en darse cuenta de que sus padres habían muerto cuando sintió una sensación física desagradable y comprendió que tenía sed y hambre, ¿se trata de una exageración literaria o es el perfil que se nos puede dibujar a medio plazo?

Los efectos de la adicción a la televisión en niños son desoladores para el desarrollo del individuo porque afecta a todos los pilares básicos educativos175j. Veamos algunos de ellos:

EFECTOS DE LA ADICCIÓN A LA TELEVISIÓN EN LOS NIÑOS

1. MANTIENE ESTADOS DE TENSIÓN PARA FAVORECER LA ATENCIÓN:

Problemas de sueño (el niño no se acuesta sin ver su programa o no puede dormir por sentirse muy nervioso).

Aumenta la agresividad en su conducta (imitación a héroes de referencia).

Fomenta la obesidad.

2. FRENA LA SOCIABILIDAD PROPICIANDO EL INDIVIDUALISMO:

Dificultad para adaptarse al grupo.

Falta de comunicación familiar y escolar.

Distorsión emocional (ansiedad)

3. DISMINUYE EL RENDIMIENTO ESCOLAR:

Pérdida de capacidad de concentración y memorización.

Menor fluidez en la expresión y comprensión oral y escrita.

Menor desarrollo de la imaginación, capacidad de generar ideas propias aplicadas a la resolución de problemas o gestión de sentimientos.

Disminución del pensamiento reflexivo-asertivo.

Pero la televisión en sí, no es el problema. Lo somos nosotros cuando por ignorancia o comodidad exponemos a un niño a un hábito que le restará la posibilidad de experimentar un millón de experiencias reales que le enriquezcan y lo preparen para el futuro. La solución no es suprimir la televisión, sino hacer un uso consciente y útil de ella. Por ejemplo:

PAUTAS PARA EL USO CORRECTO DE LA TELEVISIÓN

1.Usar la televisión durante un tiempo determinado y con los padres (durante la infancia).

2.Conocer y programar qué se ve en televisión (son los padres quienes deben decidirlo).

3.Acostumbrarnos a comentar lo que observamos de positivo o negativo fomentando el sentido crítico del niño ante las imágenes.

Los hábitos van cambiando, la telefonía móvil y los ordenadores empiezan a sustituir a los programas televisivos. No obstante, en 2004, Juan Soto Rodríguezl761 nos ofrecía este panorama: España es el cuarto país europeo en consumo de televisión; los niños le dedican entre 1500 horas y 2000 horas al año (frente a las 900 horas aproximadas que pasan en la escuela); entre los 2 y 3 años pasan un promedio de 2,5 horas diarias frente al televisor y un 30 % lo hace entre 3 y 8 horas. Los niños ven un promedio de 1000 anuncios al año. Y hay dos ideas muy claras: el peor enemigo para generar buenos hábitos está en instaurar malos hábitos; y si nosotros no le ofrecemos actividades que favorezcan hábitos constructivos, ellos generarán sus propios hábitos.

LA NATURALEZA Y EL DEPORTE EN LA VIDA DEL NIÑO

Dos hábitos indispensables en el desarrollo de la inteligencia y el carácter del niño son el contacto habitual con la naturaleza, el aire libre, y el deporte. La sentencia clásica «Mens sana in corpore sano» atribuida ajuvenal, nunca ha estado más vigente. Tampoco nunca ha sido tan necesario recordarla, porque las ciudades condicionan nuestros hábitos de vida alejándonos cada vez más del contacto con la naturaleza. Y nuestro cuerpo evolucionó para moverse en contacto con esa naturaleza de la que formamos parte. Estamos genéticamente diseñados para correr, saltar, caminar, nadar, gatear, lanzar piedras, palos; para sentir el aire, el barro, el agua, el tacto rugoso del tronco de un alcornoque, o el suave de un olmo, el olor de un laurel o de un eucalipto, el sabor de una mora silvestre, de un madroño, de una bellota, de un piñón, de una algarroba... El esfuerzo físico cansa el cuerpo y relaja la mente. La vida excesivamente sedentaria, por el contrario, incrementa la tensión, la ansiedad y el nerviosismo, perjudica la concentración, la imaginación y la iniciativa. Y todo ello por la liberación de hormonas en el organismo relacionadas con el ejercicio, el aire libre, los espacios abiertos..., como veremos más adelante.

BENEFICIOS DEL CONTACTO ASIDUO CON LA NATURALEZA

1.Potencia sus habilidades motoras (equilibrio, fuerza, agilidad, coordinación).

2.Mejora su sistema inmunológico (son menos propensos a enfermar).

3.Aumenta la sociabilidad, la cooperación y la empatía.

4.Facilita la relajación corporal y mental.

5.Acelera la capacidad sensorial y de observación.

6.Mejora su resiliencia, capacidad de sobreponerse anímicamente a los contratiempos y adversidades.

7.Incrementa su creatividad, la imaginación y la capacidad de maravillarse.

8.Facilita la integración de una conciencia ecológica, crece en el respeto de los seres vivos, y ayuda a superar la fase moral del egoísmo.

9.Mejora su autoestima, independencia y autonomía.

De ahí la importancia de pasear con el niño en zonas de vegetación abundante, parques y jardines, que juegue al aire libre e ir programando actividades que puedan practicarse en familia en zonas abiertas o en contacto directo con la naturaleza: senderismo, acampadas, ciclismo, visitas a parques naturales... Cuando los padres no podemos, existen asociaciones y clubes, públicos y privados que organizan campamentos y actividades al aire libre. Se trata de informarse y saber escoger con seriedad y responsabilidad, de aprovechar las oportunidades que se nos presenten para brindar a nuestros hijos el mayor número posible de experiencias en este campo. Siempre recordaré cuando con siete años entré en contacto con los Boy Scouts, y siempre les agradeceré el mundo de magia y fantasía que me transmitieron. A través de las historias de El libro de la selva, me enseñaron a mirar la naturaleza, a contemplar los animales como hermanos, a respetar cada ser vivo, a desenvolverme en el campo, respetar el fuego, hacer nudos... a obedecer a mi «akela» y, además, me encantaba disfrazarme con mi pañoleta y tener un nombre de animal que me identificaba dentro de la manada. Yo era un lobato y mi nombre era «ardilla», inquieto, movido, curioso, observador y atento. Teníamos un local donde nos reuníamos un par de veces por semana para hablar, contar historias, y aprender: fue entonces cuando escuché por primera vez los nombres de Baloo o Baguera, los grandes protectores, de Ka, la gran enemiga.... Recuerdo que había que hacer una promesa que, en mi memoria, se viste de todo un alegato ecologista y que mi hermano Enrique y yo hicimos en el castillo de Fuengirola con toda solemnidad delante de nuestro «tótem». No está nada mal para unos recuerdos que se remontan ahora a hace cincuenta años. ¿Qué mejor regalo se le puede hacer a un niño que sus recuerdos en una vida?

También el deporte es necesario. Ya hemos visto cómo el ser humano pugna por alcanzar su autonomía desde el momento mismo del nacimiento. Y el deporte sano es esencial para disfrutar de una buena salud física y mental, además va a aportar al niño valores fabulosos. Con el deporte fomentamos el espíritu de esfuerzo, sacrificio y superación, constancia, y, sobre todo, el trabajo en equipo a través de la comunicación y la colaboración. Por eso, tienen más interés educativo los juegos en equipo: requieren negociar, colaborar, coordinar esfuerzos para un fin común. Se necesita reconocer y respetar al líder, a quien tiene más capacidad para aunar esfuerzos en torno a un objetivo común, la victoria; y el espíritu de superación nos trasciende, siendo nosotros mismos mejores, hacemos más fuerte al grupo y ello nos lleva a un «trabajar por los demás», y también a animar a los demás para que se esfuercen. También nos hace aceptar las limitaciones propias y ajenas para ayudarnos mutuamente. Realmente, es una escuela de vida. No solo mejoramos nuestra salud, adiestramos «talentos» esenciales para el trabajo en equipo: «flexibilidad» para adaptarse a las circunstancias del juego, «resiliencia» para superar los contratiempos, «coordinación de grupo» para lograr que el equipo funcione como conjunto, «disciplina» para desarrollar el esfuerzo y la función que se nos encomienda, «honestidad» para respetar las reglas, «autocontrol» para no transgredir las normas que puedan penalizarnos a nosotros y, a través de nosotros, al equipo; la automotivación, para procurar mejorar nuestro rendimiento... Cualquier análisis en inteligencia emocional nos diría que acabamos de enumerar las claves del talento o, como diría Goleman, del «trabajador estrella».

Pero, lo que es más importante, es un hábito que nos ayudará a ser felices en la vida por las hormonas que activamos. Los estados de esfuerzo en competición nos ayudan a segregar adrenalina, el contacto con el aire libre y el disfrute generan serotonina y el ejercicio aeróbico, endorfinas. Constituyen auténticos reguladores de nuestro estado de ánimo, son gratis y son naturales.

La adrenalina nos prepara para la acción, la producimos en situaciones de tensión para poder responder de forma inmediata. Es una respuesta involuntaria ante una situación percibida como un riesgo: aumentan las pulsaciones, el ritmo respiratorio y la presión cardiaca, se dilatan las pupilas... Todo ello para dotar de oxígeno los músculos para responder automáticamente ante el peligro. Pero el detonante no tiene que ser el ataque de un depredador, también lo es el encestar o marcar un gol, o algo tan común como un examen en el colegio. Podemos ruborizarnos, notar temblores en las manos, labios, rodillas..., palpitaciones o un nudo en el estómago que nos impide tragar. Diríamos que es la hormona de la supervivencia, la que necesitamos para enfrentarnos a los peligros o huir de ellos para ponernos a salvo. En cualquiera de los casos, necesitamos familiarizarnos con ella. Efectos como los descritos, llevan a muchas personas a pensar que «no sirven» para actuar en una obra de teatro, recitar en público o dar una conferencia porque no han aprendido a reconocer y canalizar esa energía. El resultado es que se autolimitan para acciones tan básicas en su futuro como mantener una entrevista de trabajo o hablar con su jefe. El deporte nos ayuda a controlar esos síntomas y prepararnos en la confianza de obtener la respuesta adecuada llegado el momento. Les permite reconocer los síntomas, sonreír y saber que están preparados para la acción. Cuando pasan a la acción, todo responde y la experiencia les permite evitar el bloqueo.

La serotonina es un neurotransmisor, es la responsable del bienestar y el buen humor. Entre otras funciones, regula el sueño, los estados de ánimo y algunos impulsos como el apetito o el deseo sexual; proporcionan una sensación de serenidad y plenitud. En cambio, los bajos niveles de serotonina están asociados a problemas como la depresión, los trastornos compulsivos, de la alimentación o la inapetencia sexual. Los niveles de serotonina disminuyen, entre otros factores, por el estrés, el calor, una dieta desequilibrada - el alcohol y el café, por ejemplo-, o simplemente por la edad. Su producción está relacionada con la luz que recibimos, de ahí que los días soleados nos sintamos más alegres y optimistas que los días nublados, que nos sintamos más tranquilos al aire libre que encerrados en un cuarto. Entre las recomendaciones para mantener unos niveles óptimos de serotonina, además de acotar un tiempo para nosotros mismos dedicado a aquello que realmente nos satisface, está el evitar una vida rutinaria y monótona, seguir una dieta equilibrada, ejercitar el pensamiento positivo y optimista, el contacto con la naturaleza y el ejercicio físico.

Las endorfinas son las «hormonas de la felicidad», responsables de emociones como la euforia o el enamoramiento, también calman el dolor, disminuyen la ansiedad, modulan el apetito, fortalecen el sistema inmunológico... y se segregan especialmente a través del ejercicio físico. Son las causantes de esa sensación de placidez y bienestar después de un buen partido, una carrera o una sesión de spinning. Es una sensación tan fuerte que puede llegar a producir adicción.

Como vemos, los efectos que producen el contacto con la naturaleza y el ejercicio físico son fabulosos por sí mismos. Pero, además, son hábitos que, una vez instaurados, actúan como preventivos de otros muchos negativos que la sociedad «vende» y «pone al alcance» de niños y adolescentes: el vivir encerrados frente a una pantalla, trastornos de comportamiento derivados de la ansiedad - anorexia, bulimia, trastornos compulsivos.. .-, obesidad, consumo de tabaco, alcohol, etc.

CÓMO MALEDUCAR CON EL DEPORTE

Para que el deporte transmita valores positivos hay que enfocarlo de forma positiva, es decir, como algo que tiene un valor en sí mismo por los beneficios que nos reporta como individuos con independencia de los resultados. Pero, con frecuencia, acercamos al niño al deporte con una idea deformada. Enseñamos a valorar solo la victoria. «Vencer a cualquier precio» no es una buena escuela moral. Lo primero porque justifica la transgresión para lograr un fin, enseña al niño a que el fin (ganar) justifica los medios (engañar, agredir, traicionar...). Mañana no tendrá problemas en mentir a un cliente para cerrar un negocio porque lo importante son los resultados. Lo segundo, porque si vencer es lo importante, abandonará el deporte en cuanto que sea derrotado o vea que hay compañeros mejores que él, que destacan. Si lo único que cuenta es la victoria y él no puede vencer, ¿qué sentido tiene esforzarse? Si instalamos esta idea en su mente, le mostraremos el camino a la renuncia, ¿para qué empeñarse, entonces, en preparar unas oposiciones si piensa que, por mucho que se esfuerce, siempre habrá alguien mejor que él? Estamos instalados en un modelo competitivo donde, nos recuerda Eduardo Punset, «no hay una escala de valores, sino una escala de resultados». Es un modelo que no requiere «empatía con las necesidades o las emociones de los demás» que genera frustración a la larga. «Uno de los grandes escollos para ser feliz es la manía de compararse con los demás [...]»[771.

La segunda idea deformada que debemos evitar es la «profesionalización» del deporte en las edades infantiles. Si apuntamos al niño a baloncesto y el niño disfruta jugando, ya lo habremos conseguido. Cuanto mejor juegue, más nos pedirá jugar. Nuestra misión como padres o educadores será animar y apoyar su iniciativa. Presionar a un niño sometiéndolo a cuatro horas diarias de entrenamiento porque nosotros queremos, deseamos, soñamos, estamos convencidos de que el niño será un Pan Gasol, y todo esto sin escuchar al niño, obligándolo, forzándolo..., no hará sino mermar su autoestima y propiciar el rechazo. Conozco a padres que proyectan sus propias frustraciones y ambiciones en sus hijos obligándolos hasta límites que, personalmente, calificaría de crueldad física y psíquica. Tratan de lograr sus propios sueños a través de sus hijos, que alcancen el triunfo allí donde ellos mismos fracasaron y que, además, les paguen la hipoteca con los premios.

El niño debe hacer deporte simplemente para divertirse. Nosotros sabemos que, además, aprende. A través de él, le transmitiremos que cualquier habilidad podemos adquirirla con constancia y esfuerzo; que lo importante no es donde estás - a quién ganas o quién te gana - sino que todos tenemos un punto de partida desde la torpeza del desconocimiento y avanzamos con el esfuerzo y la perseverancia en la práctica; que aprendemos de quienes son mejores - perder no nos humilla - y enseñamos a quienes son peores que nosotros - la vanagloria no tiene sentido en la victoria-, que no tienes otro adversario que tú mismo y tus limitaciones. Y, sobre todo, que más importante que ganar o perder es convivir y divertirse con tus amigos. El deporte se transforma así en un medio de disfrute, socialización y superación personal, no en una lucha por la victoria.

El lenguaje positivo nos lleva a hablar del deporte como un valoren sí mismo evitando polarizaciones. Con frecuencia me preguntan mis alumnos si soy del «Barca o del Madrid»; en la pregunta misma, el fútbol queda limitado exclusivamente a dos equipos, lo cual no es lógico y, además, es peligroso. Para romper el esquema, les respondo que «soy aficionado al buen fútbol». Cuando polarizamos la realidad, la deformamos. Los que «son» de un equipo sufren con sus derrotas y disfrutan con sus triunfos, lo cual está bien, pero son incapaces de disfrutar con una buena jugada que realice el equipo contrario. Esta percepción deformada transmitida por la familia y la sociedad en su conjunto se extrapola a otras muchas realidades cotidianas y es peligroso adiestrar al niño a incluir/excluir en base a posicionamientos preestablecidos, a prejuicios: incluyo en mi círculo a quienes me son afines, excluyo de mi círculo a quienes no lo son. Actúan de esta forma por prejuicios bipolares. El «nosotros contra vosotros» hace que piensen y decidan nuestras emociones y reaccionemos impulsivamente impidiendo el pensamiento asertivo. El gol de Messi fue una obra maestra juegue en un equipo u otro, el gol de Ronaldo fue una maravilla juegue en un equipo u otro, aunque en uno u otro caso pudieran llevar a la derrota del equipo de mis simpatías. Los prejuicios basados en bipolaridades excluyentes impiden apreciar los valores positivos en las acciones y en las propuestas con objetividad. En el futuro limitarán y condicionarán su percepción de la realidad impidiendo un posicionamiento flexible ante cualquier argumentación o cualquier negociación en la que tengan que intervenir. Y solo verán realidades enfrentadas irreconciliables: Hombres contra mujeres; empresarios u obreros; blancos o negros; musulmanes o cristianos; homosexuales frente a heterosexuales; derechas o izquierdas... Por eso, evitemos como padres y educadores, desde que ellos son pequeños, polarizacio nes en base a etiquetas fáciles y centremos la atención en la calidad de los hechos que nos definen como personas: «Lo que hizo tu compañero Antonio fue correcto o incorrecto con independencia de que tú lo tengas catalogado como amigo o no amigo». Eso permitirá a nuestro hijo percibir la realidad en color y no en blanco y negro. Y, recordemos que educamos en el deporte no solo practicándolo, sino también como espectadores mientras vemos por televisión un partido de fútbol o de tenis. No solo tenderán a imitar nuestras afinidades, sino también nuestras actitudes.

LA EVOLUCIÓN MORAL EN LA INFANCIA

Los hábitos también van a formar una conciencia moral. Podemos hablar de principios éticos o morales indistintamente cuando queremos significar adquirir la conciencia de lo que está bien y de lo que está mal, lo que nos lleva a actuar procurando el bien y repudiando el mal. Es desear para nosotros mismos y para los demás la justicia, la sinceridad, la lealtad, la compasión, la solidaridad y el amor l781. Los principios morales son los que nos ayudan a hacer lo que es justo antes que lo que nos conviene o nos apetece. Lo que nos motiva, las claves de comportamiento, nuestra escala de valores como seres humanos, viene determinada por lo que vivimos en esta etapa de la infancia. A partir de la pubertad y la adolescencia, el individuo podrá conquistar su autonomía ética sobre la base de la reflexión, pero ahora son una prolongación de lo que les ofrecemos en la familia y en el colegio. La moral va evolucionando a medida que nos desarrollamos, nos integramos en la sociedad, nos relacionamos con los demás y vamos interiorizando unas claves que nos ayudarán a decidir cómo actuar a lo largo de nuestra vida. El que un individuo evolucione más o menos, avance más o menos en los distintos estadios dependerá de su educación familiar y ambiental. Durante la primera y la segunda infancia, todos pasamos por dos fases o estadios morales. El paso de una a otra se produce de forma gradual sin regresiones y se desencadenan cuando los conflictos morales planteados ya no pueden ser resueltos con el esquema precedente.

La primera fase es, según Lawrence Kohlberg[791, la heteronomía, aquella en la que el individuo se limita a seguir las normas que le son impuestas. Es el primer estadio, instintivo e irreflexivo, propio de la primera infancia. El niño va aprendiendo qué normas de conducta son buenas y cuáles no sobre la base de estímulos positivos y negativos. Obedece porque se lo mandan y tiende a repetir aquellas conductas con las que obtiene respuesta, de ahí la importancia de la motivación positiva en la guía de conducta. Son los padres quienes marcan las normas de conducta y el niño no cuestiona el principio de autoridad. Más adelante, ese papel será compartido por la persona de referencia, el cuidador o la maestra. Hasta los seis años es un periodo «premoral». Cuando la persona de autoridad desaparece, todo es posible porque no actúan por motivación propia. Por eso, no entienden claramente las reglas de un juego y tienden a incumplirlas. Aún no se ha desarrollado la conciencia temporal esencial en la concatenación de efecto-causa que les permitirá descubrir que existen pautas de comportamiento y consecuencias asociadas. Manuel Segura[110' puntualiza que en este estadio se encuentran los delincuentes, con la diferencia de que se han instalado en él como forma de «amoralidad», lo que hace impredecible su conducta.

La segunda fase, a partir de los seis o siete años, es la etapa del «individualismo». El niño descubre que hay normas y cómo funcionan. Y de ello, puede o no derivar un beneficio propio. La pregunta clave ahora es «¿Qué obtengo yo de esto?». A partir de ahí, las reglas de conducta adquieren valor por sí mismo y el niño exigirá su cumplimiento por parte de todos. Si hay que estar callado en la mesa - en el Colegio se lo han dicho-, todos callados en la mesa. Es la etapa del «quid pro quo» o de la ley del talión, es decir, te doy en la medida en que recibo. Hay un sentimiento egoísta pero ecuánime en el que la venganza se justifica, pero no la agresión gratuita o desmotivada. En este estadio, ya es posible la convivencia porque sabes cómo va a reaccionar el niño ante una situación concreta. Este periodo durará hasta la entrada en la pubertad y el cómo se desarrolle y evolucione dependerá de cómo eduquemos al niño y también del ambiente que lo condicione.

Hablaba con un grupo de alumnos de diecisiete años sobre la superación de la violencia, sobre la necesidad de superar esta fase de responder la agresión con la agresión. Trataba de hacerles comprender cómo la violencia solo genera más violencia y debemos ser lo suficientemente inteligentes para lograr nuestros fines usando los instrumentos adecuados que el sistema pone a nuestro alcance. Los alumnos proceden de un barrio marginal de nuestra ciudad y la conversación surgió cuando una alumna contó cómo su hermano había sido objeto en la escuela de malos tratos por algunos compañeros y cómo ella estaba esperando a que entraran en nuestro centro para pegarles. Les expliqué que para eso estaba el tutor, el jefe de Estudios, el Director y la propia Delegación; traté de hacerle ver cómo si actuaba con violencia solo lograría justificar la violencia previa y generar una espiral en la que ya nadie recordaría por qué comenzó todo; trataba de explicarle cómo la razón puede perderse, incluso volverse contra nosotros, cuando nos equivocamos en las formas de reclamar justicia y actuamos con violencia... Pero me cortaron con una afirmación rotunda: «José Carlos, es que usted no vive en nuestro barrio. Allí o te haces respetar o te comen por sopas. No hay otra». Y, desgraciadamente, tienen razón. Tratamos de que las escuelas sean centros de educación, pero la calle tiene sus propias reglas y, cuando chocan toca elegir, y su mente ya está adiestrada en un modelo de respuesta. El niño se adapta al medio y no siempre podemos romper el círculo vicioso en el que está atrapado. En estos casos, solo nos queda intentar ofrecerle otros horizontes con todo nuestro corazón.

NIVELES MORALES EN LA INFANCIA (KOLBERG) NIVEL PRECONVENCIONAI.

FASE L HASTA Los 6 AÑOS:

Normas impuestas. Juicios basados en recompensa/castigo.

FASE II. HASTA LOS 12 AÑOS:

Normas comunes y perspectiva recíproca. «A cada cual lo suyo»; «Ojo por ojo y diente por diente»; «Doy lo que recibo».

CÓMO DESARROLLAMOS LOS VALORES MORALES

No es de aplicación la máxima de «Haz lo que yo diga y no lo que yo haga», por mucho que incluso Lucio Anneo Séneca la usara también para disculpar la distancia que separaba sus ideas morales de su conducta diarial811. Si existe contradicción entre lo que decimos que es correcto y nuestro comportamiento, el niño seguirá siempre la pauta de nuestros actos. La fuerza de la constancia, de la rutina diaria, es enorme. Y, sin embargo, todos vivimos en un mundo de contradicciones con nuestros hábitos instaurados por inercia, educación, tradición o, simplemente, por peso social. Se ha impuesto una doble moral social que resulta muy perjudicial si no somos conscientes como educadores. Por una parte va lo que decimos que es bueno, pero por otra está el ejemplo de lo que elogiamos, defendemos o hacemos en la vida cotidiana. Predicamos la no violencia, pero el niño ve casi mil horas de televisión al año con escenas donde la violencia se justifica sin ningún género de dudas; hablamos de amar a los animales, pero comemos pollo y chuletas de cordero, vestimos zapatos y cinturones de cuero; hablamos de igualdad, pero el trato que dispensamos en el hogar en función del sexo de nuestro hijo no siempre es equitativo; hablamos de honestidad y honradez, pero aplaudimos a quien se enriquece rápidamente engañando a los demás; hablamos de sinceridad, pero justificamos la mentira cuando el resultado puede beneficiarnos; hablamos del diálogo, pero nos gritamos e imponemos nuestro criterio por la fuerza; hablamos de amor, de cariño y de dedicación, pero no tenemos tiempo para estar con ellos; hablamos de generosidad, pero no conocemos a nuestros vecinos ni nos implicamos en ayudar a los demás... La lista sería inagotable. Y, ya nos advertía Kant que no debemos «... conceder ningún término medio moral ni en las acciones ni en los caracteres humanos; pues con una ambigüedad semejante todas las máximas corren peligro de perder su precisión y firmeza»1821.

Hay quien asocia los valores morales a la religión. No es así. Cualquier religión de las tradicionales nos proporciona un código ético de conducta con normas básicas necesarias para la convivencia pacífica y participa del ideal de la justicia social en bien de la humanidad. Y esto es así siempre que no sea excluyente porque en ese caso atenta contra el principio mismo de la convivencia en el respeto a los demás. Pero si prescindimos de la idea de Dios, esos valores morales siguen siendo válidos. Desde el enfoque meramente racionalista que arranca de la Ilustración, seguimos afirmando que será moral «aquello que los seres humanos sensatos consideren que está bien, y será inmoral lo que el consenso racional humano considere que está mal», como recuerda Kant. Y el desarrollo de los principios de esta moral racionalista quedó brillantemente plasmada en la Declaración Universal de los Derechos Humanos elaborada por la ONU. No puede haber contradicción entre la moral religiosa y la moral dictada por la razón porque, en ese caso, una u otra fallan, estarían desviadas o malinterpretadas. El hecho de que la realidad o la historia sea una sucesión de «errores», «violencia», «guerra», «desigualdades sociales» no es excusa para inhibirse de vivir y transmitir una conciencia moral en nuestros hijos. El ser humano está en continua evolución; en el pasado, se han cometido muchos errores que en su momento no se percibieron como tales sino por algunos que se atrevieron a alzar su voz - pienso ahora en genocidios, esclavitud, ejecuciones.. .-; y nosotros estamos cometiendo y cometeremos los nuestros propios de los que, probablemente, se horrorizarán en el futuro; pero cuando ciertos «principios morales» se repiten como ideales, no podemos evitar pensar con Aristóteles que es porque «.. .pertenecen a la esencia misma del hombre». No hace falta ser cristiano o budista para estar de acuerdo en que «No matarás» es una norma moral básica para la convivencia pacífica entre las personas y los pueblos; y el hecho de que se incumpla una y otra vez con asesinatos, atentados o guerras no le resta validez, ni fuerza, ni necesidad para seguir soñando, deseando, reclamando un mundo en paz. Y esto con independencia de que seamos creyentes, ateos o agnósticos.

Lo importante es transmitir desde nuestro ejemplo, a través de nuestros actos, una forma de vida moral y coherente a lo largo del tiempo durante su infancia. Y una moral sincera desde nuestras propias convicciones. Algunos padres afirman ser religiosos, creen en Dios, pero no quieren condicionar a su hijo llevándolo a Catequesis o dando clases de Religión. Eso es una incoherencia: o se engañan a sí mismos y, en realidad, no son creyentes; o están engañando a su hijo hurtándole los principios clave de la moralidad que practican. Otros son agnósticos pero llevan a sus hijos a centros de ideario religioso donde se encuentran enfrentados a principios que chocan con las prácticas familiares. Afirman que para ellos prima la conveniencia, la calidad en la educación o las relaciones sociales. Enfrentan a su hijo a una contradicción que tendrá que resolver. Como educadores conviene transmitir una moral decidida que ayude a conducirse en la vida respetándose a sí mismos y a los demás, preparándolos para ser coherentes consigo mismos pero tolerantes en la convivencia con quienes opinen o actúen siguiendo otros principios. Y hemos de hacerlo desde la coherencia y la sinceridad de nuestras propias convicciones, aquellas que nos ayudan a nosotros mismos a ser felices en la vida, y desde el respeto a las de los demás para educar en liber tad. Cuando llegue la pubertad y la adolescencia, el niño entrará en una etapa de revisionismo y enfrentamiento necesaria para alcanzar su individualidad. Si la moral transmitida es coherente, tiene fundamento, triunfará en esta etapa; de lo contrario, el niño optará por el utilitarismo de la «moral de grupo» más práctica para facilitar su integración en esta fase. Es así de sencillo.

Y también hemos de procurar que la moral esté presente en los centros educativos como contenido transversal de una forma constante y en apoyo de la familia a través de unos principios universales que no excluyan, etiqueten ni ridiculicen a nadie. La pluralidad en la que vivimos, y el respeto a la libertad y el derecho individuales, no desdice el que como padres tengamos una visión ideal de aquellas ideas, actitudes y convicciones que creemos más convenientes para el futuro de nuestros hijos. Ni desde la moral religiosa que predica el «amor al prójimo», ni desde la moral racionalista que predica desde la aconfesionalidad que «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros»X83] tiene sentido el adoctrinamiento excluyente que margina o ridiculiza a todo aquel que no piense como él. Por eso es rechazable tanto el fundamentalismo religioso como el fundamentalismo laicista. Cuando encontramos estas actitudes en los niños, no vemos sino el reflejo de lo que piensan, dicen y viven sus padres.

Con independencia de nuestras convicciones personales, todos podríamos estar de acuerdo en que los siguientes principios son básicos para conducirse en la vida.

PRINCIPIOS MORALES BÁSICOS

-Respeto a la vida y dignidad de personas y seres vivos.

-Justicia para todos los seres humanos.

-Caridad con el prójimo.

-Sinceridad y honestidad.

-Laboriosidad.

Y el ejemplo es el mejor maestro. Pero también podemos y debemos actuar a través del diálogo, y eso requiere atención y convivencia. Algunas prácticas nos ayudan a preparar y fomentar esos valores morales. Veamos algunas:

1. Vivir y actuar deforma coherente a los principios que tratamos de inculcar.

2.Procurar convivir con el niño: En cualquier caso, respetar al menos una comida en familia donde se pueda conversar, informar, cambiar opiniones.

3.Acompañar la norma con la razón: El niño nos ha engañado con la nota de un examen: «Sé sincero. Si eres sincero puedo ayudarte, si no lo eres me cierras la puerta y estás solo». No quiere acostarse: «Es la hora. Es importante que duermas las horas necesarias para que mañana estés en forma, alegre y sigas aprendiendo», «.. .así recuperarás fuerzas y estarás en forma para el partido de mañana», etc.

4.Alabar las acciones correctas: El niño comparte un juguete: «Me encanta que compartáis. Así podéis jugar juntos, es mucho más divertido. ¡Cómo me gusta que quieras a tu hermano / amigo / compañero!».

5.Dejarle asumir las consecuencias de sus actos: El maestro le ha mandado copiar cien veces «En clase no se habla». Ha incumplido una norma, el maestro ha impuesto una sanción. Su deber es cumplirla (Si mañana papá corre mucho con el coche-transgresión de una norma-, le ponen una multa - consecuencia - y también debe pagarla - cumplimiento-. Piensa que así no se te olvidará, es lo que quiere el maestro y lo que a ti te conviene).

6.Fomentar actuaciones familiares de caridad con el prójimo, comen zando con la propia familia - atención y cariño a los abuelos-: y ampliando la acción a círculos más amplios con recogidas de alimentos, recogida de ropa usada, reciclaje, donar juguetes que ya no utilicen, colaboración con asociaciones vecinales, parroquiales, sociales, etc.

7.Comentar en familia causas y resolución de conflictos aprovechando películas, series, cuentos o experiencias personales.

8.Adiestrar en el pensamiento asertivo, en la interpretación y resolución de problemas morales. Se trata de ofrecer diferentes perspectivas, posibles resoluciones y analizar consecuencias. En una película, Pedro roba la bicicleta de Juan. Se trata de preguntar ¿por qué? Ellos nos darán una razón - »Le gustaba», por ejemplo-, nosotros añadiremos algunas más para profundizar en sus motivaciones - o «Sus padres han tenido un accidente y quiere llegar a casa lo antes posible», por ejemplo-. La segunda pregunta ahora es «¿Qué puede hacer Juan?». Analizamos posibles reacciones: decírselo a sus padres, perseguirlo para quitársela, no decir nada... A continuación, analizamos las consecuencias a las que nos llevaría una u otra reacción para que ellos determinen cuál sería la más acertada para lograr su finalidad - recuperar la bicicleta - con el menor coste emocional posible.

Insistiremos en recordar, por fin, que el pensamiento moral es una de las claves del éxito en la vida. Un viejo refrán afirmaba que «Cada uno recoge lo que siembra», y la experiencia me dice que es cierto. La mentira puede funcionar a corto plazo, pero sobre ella no se sustenta una vida, tarde o temprano es descubierta y contaminará lo que de verdad haya en nuestras vidas; el egoísmo puede parecer que nos favorezca a corto plazo, pero nos cerrará la puerta de la colaboración e impedirá que los demás compartan con nosotros, acabará por marginarnos, es muy difícil cultivar una amistad desde el egoísmo. Y así podríamos seguir indefinidamente. Por eso, es bueno entrenar a nuestros hijos no solo en qué hacemos sino en por qué lo hacemos, por qué merece la pena actuar de una forma concreta. De nuestros actos dependerá que nos aceptemos o no a nosotros mismos, que nos sintamos satisfechos o no, que durmamos o no tranquilos y esto a lo largo de toda la vida.

POTENCIAR LAS CAPACIDADES COGNITIVAS

Todos hemos tenido que superar pruebas que requerían de destrezas y conocimientos. Esta inteligencia, la cognitiva, es la que más preocupa normalmente a los padres porque se mide en los resultados académicos. Quizá por esto se le haya prestado más atención que a la inteligencia emocional, moral o social. Por eso disponemos de más bibliografía sobre el tema.

Cada individuo es diferente, en cuanto a capacidades y carácteres. La variedad en la combinatoria de los genes es una de las garantías de supervivencia de la especie. Lo que en un ambiente determinado puede ser una ventaja competitiva en la evolución, puede llegar a ser un problema si las circunstancias medioambientales cambian. Hasta cierto límite, estamos condicionados por nuestra carga genética: hay niños con más facilidad para la competencia lingüística y otros para la competencia matemática, los hay con más memoria auditiva o con más facilidad para la memoria visual, los hay con más capacidad de concentración y los hay más dispersos, como los hay que destacan en pintura, arte, música o en habilidad manual. Nuestro objetivo como educadores será potenciar sus excelencias y lograr un grado de equilibrio y destreza óptimo en aquellas áreas donde la dificultad aparezca. Pero en este sentido importa tener claras dos ideas: la primera es que la actitud es fundamental, y a ella se llega por la motivación, y a la motivación por el cariño y la autoestima. La segunda, que nuestro objetivo no es «crear» genios, todos lo somos, sino trabajar en la idea de lograr que él sea la mejor persona de las posibles. No hay asignaturas, contenidos, problemas, materias, temas, más difíciles que otros, sencillamente hay objetivos que nos requieren más tiempo y otros que nos requieren menos. Los niños lo entienden perfectamente cuando acudimos al ejemplo físico: Juan es muy fuerte, pero está gordo. Su fuerza le permite ser un compañero extraordinario para jugar a «tirar de la cuerda», pero su peso le resta agilidad, corre menos y eso lo hace peor compañero en una competición de carreras o para jugar a «balón prisionero». Eso significa que él tendrá que trabajar más en adiestrarse en la carrera porque es su punto débil. Pedro es alto, es un buen compañero para jugar a baloncesto; pero su altura lo hace torpe para manejar los pies con soltura, eso lo hará un mal compañero para jugar al fútbol, él tendrá que trabajar más en la habilidad con los pies que otro más bajo pero más rápido. Así, en las capacidades intelectuales sucede lo mismo: si avanzamos más lentamente en Lengua y Ortografía, significa que deberemos dedicarle más tiempo para llegar al nivel mínimo necesario para que esto no suponga una dificultad en el futuro. El mensaje siempre acaba reforzando su confianza: si dedicas el tiempo necesario, lo conseguirás.

Para potenciar al máximo las capacidades cognitivas nos basta con tratar de lograr curso a curso los mejores resultados posibles, detectar las deficiencias en actitudes y aprendizaje y potenciar el esfuerzo en las áreas que lo requieran. No son importantes los resultados, sino el rendimiento. Ocurre, por ejemplo, en el llamado «síndrome del hijo del maestro». Son niños con un buen bagaje cultural, buen vocabulario y destrezas adquiridas en la convivencia con sus padres en casa. No suelen tener dificultades en la escuela porque esta supone una prolongación de su hogar: las normas son coincidentes, el registro idiomático también, las nociones les resultan básicas... esto hace que les baste con la memoria auditiva, con estar medianamente atentos en clase para obtener muy buenos resultados académicos durante sus primeros años. Pero se conforman con aprobar y, al aprobar, los padres no prestan atención a sus actitudes y hábitos, los profesores tampoco porque no son problemáticos. A medida que los contenidos aumentan y es necesario «hincar codos», «echar horas», no han generado hábito de estudio, no están acostumbrados a esforzarse, tienden a culpar a los demás, tratan de continuar en su «zona de confort» y fracasan. Por eso, con independencia de los resultados concretos, hemos de procurar que den de sí mismos lo mejor en cada momento y aspiren a conocer sus límites aplicándose en el esfuerzo. Un 7 no es una buena o una mala nota, lo será en función de las capacidades de nuestro hijo; si él hubiera podido sacar un 10, no es una nota para elogiarlo; pero si ha superado un nivel de 5, aplicándose, esforzándose para superarse, sí lo es, y merece el reconocimiento a su esfuerzo. Esta atención a lo largo del tiempo es la clave de la excelencia, tanto que los alumnos que logran finalizar sus estudios de Bachillerato en junio con una media de notable, superan todos la Selectividad y en un 98 % de los casos finalizan sus estudios un¡ versitarios. Esto no significa, como ya vimos, que sean triunfadores, pero sí que han desarrollado su inteligencia hasta unos niveles que los capacitan de forma óptima para el futuro en el que podrán optar por un abanico amplio de posibilidades profesionales.

CLAVES DEL DESARROLLO COGNITIVO

1.Cuidar la autoestima (confianza en sí mismo y en su capacidad de superar las pruebas que la vida va presentando).

2.Fomentar el respeto hacia el aprendizaje y la escuela como medio de formación humana e intelectual (los profesores están para ayudarte, son quienes mejor pueden hacerlo, ayúdalos a ayudarte).

3.Crear ambiente de trabajo y responsabilidad en casa con hábitos adecuados.

4.Insertar su aprendizaje en la vida cotidiana siempre que sea posible.

5.Trabajar con objetivos a corto plazo.

6.Potenciar el aprendizaje neurolingüístico y el cálculo como ejes básicos.

7.Concienciar en la «concentración» como clave de la eficiencia.

8.Ampliar la memoria.

Muchos métodos centran la atención de los padres en objetivos de aprendizaje concretos, cuando la actitud es una clave mucho más determinante. No olvidemos nunca la fábula de la tortuga y la liebre. No importa ahora quién ganó, simplemente el comprender que cuando nos ponemos en camino y mantenemos el esfuerzo, los resultados llegan a pesar de las dificultades. El fracaso viene de la desesperanza, la renuncia y la negación y, en muchísimos casos, el problema lo originamos nosotros como educadores cuando inculcamos la negatividad. Si nosotros no tenemos fe en las posibilidades de nuestro hijo, de nuestro alumno, ¿cómo va a tenerla él en sí mismo?

Ya hemos tratado cómo se cuida la autoestima desde la primerísima infancia, también hemos tratado de cómo potenciar el aprendizaje neurolingüístico, de la importancia de esos primeros cuentos, de la forma de leerlos, de la forma de hablar... Pero nos falta tratar algunos aspectos básicos en el día a día. Recuerdo con cariño el trato de respeto que transmitía mi padre cuando nos hablaba de alguien que había estudiado. «Ese ha estudiado mucho», nos decía refiriéndose al abogado, o al asesor, o al médico. Y nosotros, desde nuestra infancia, mirábamos con atención a ese señor a quien admiraba mi padre porque tenía «claves», «soluciones», «conocimientos» de los que él carecía. El caso es que no hay una sola persona, por humilde que esta sea, que no sea mejor que nosotros en algún aspecto, y en ese debemos aprender de ella. Y hacia esta idea, la de estar atentos y dispuestos a aprender desde la humildad y la laboriosidad, debe dirigirse nuestro mensaje para fomentar una actitud de ánimo y curiosidad hacia todos y hacia todo. Si alguna vez sentimos recelo o desconfianza hacia el maestro, no se lo transmitamos a nuestro hijo porque menoscabamos su autoridad y, en formación, ellos tienen mucha más experiencia que nosotros, otorguémosles el beneficio de la duda y acerquémonos a dialogar, a cambiar impresiones en privado. No se trata ahora de idolatrar al maestro, sino de mostrarle el mismo respeto que merece cualquier otra persona mayor que tiene la posibilidad de transmitir desde la experiencia, y esto con independencia de su rango social o su profesión. Cuando abrimos la mente y somos capaces de escuchar a nuestros mayores constatamos algo maravilloso: no es tanto lo material aquello que nos hace felices en la vida, sino nuestra capacidad de disfrutar de todo aquello que la vida nos ofrece día a día, el sentirse uno a gusto con lo que hace, con su trabajo, y consigo mismo.

Transmitamos la importancia de mantener la concentración en clase, de aprovechar el tiempo, de plantear abiertamente sus dudas en un diálogo permanente. La clase es el primer módulo de aprendizaje, el más importante. La clase no solo nos proporciona contenidos, sino formas de expresarlos, formas de preguntarlos, técnicas de aprendizaje. La atención en clase es fundamental porque no solo nos da la clave de qué debemos estudiar, también cómo debemos hacerlo y cómo van a ser evaluados los contenidos. Quizás, por eso, siempre he sido reacio a las Academias y profesores particulares como apoyo al aprendizaje sistematizado. En primer lugar, porque bastante tiempo pasan los niños en el colegio para continuar después de su jornada académica; en segundo lugar, porque cuando el niño se confía en que su «profe» se lo explica, tiende a relajarse en clase, pierde eficacia su aprendizaje en el aula y puede viciar su actitud. Antes de acudir a una Academia o a un profesor particular, analicemos muy bien las causas de su bajo rendimiento y tratemos de corregir actitudes con la colaboración del profesor. Miremos estos medios como algo extraordinario o como premios, o como recurso porque no tengamos más remedio, porque nuestro horario laboral no nos permita ocuparnos de nuestros hijos, pero no como metodología apropiada. Si el niño aprovecha el tiempo durante el horario escolar, podremos ofrecerle otras experiencias gratificantes que no se imparten en el colegio y son maravillosas. Y el niño es el gran beneficiado: por ejemplo, no he tenido ni un solo alumno que compatibilizara sus estudios con el Conservatorio de Música y tuviera malos resultados académicos.

Solo al principio de mi carrera di algunas clases particulares. De aquella experiencia, el encargo más inteligente que recibí fue el de un profesor para su propio hijo. Lo que me encargó fue sen cilio: no quiero que le enseñes a aprobar, sino a ser autónomo. Lo que quiero es que él sea capaz de organizar su tiempo y mantener la concentración, que domine las técnicas básicas de estudio, sepa memorizar... En definitiva, que logre hacerlo por sí mismo. Y lo primero que necesitaba era autoestima, sentir que alguien confiaba en él. A partir de ahí, todo fue sencillo.

Afortunadamente, nuestros hijos no plantearon problemas académicos. Esto nos permitió ofrecerles aprendizajes en materias no regladas. A través de los cursos de verano organizados por asociaciones y clubes los poníamos en situación de desarrollar nuevas actividades al aire libre. Hubo uno, en concreto que me encantó porque mezclaba durante las mañanas deportes, idiomas y actividades de refuerzo para el estudio: jugaban al tenis, nadaban, tenían fútbol, pero también clases de inglés y tiempo para trabajar en los cuadernos de repaso. En esta etapa infantil, el programa era ideal. Ya en la pubertad, como premio por sus buenos resultados, les ofrecíamos la posibilidad de realizar cursos a la carta en una conocida Academia que disponía de una amplia oferta. Enfocábamos su interés hacia la informática y los idiomas. Cada verano, ellos elegían lo que querían desarrollar. Aún recuerdo la madurez de mi hijo cuando el primer curso que eligió por sí mismo fue el de «Mecanografía» para poder sacar todo el partido al teclado y al ordenador. Y tenía razón. Le bastó un curso para escribir el resto de su vida con diez dedos a más de doscientas pulsaciones. El tiempo que les ahorró a mis hijos esta habilidad en la Universidad, es incalculable.

Creemos un ambiente de trabajo en casa. Muchos padres se quejan de que, a medida que sus hijos crecen ya no pueden ayudarles con las tareas. Entienden estos padres que se trata de «resolverles» a sus hijos las tareas y eso contradice el principio de «autonomía» en educación: lo que hemos de enseñar a nuestros hijos es a que se valgan por sí mismos aprovechando los recursos de que disponen. Quien debe enseñar e instruir en la correcta realización de las tareas es el maestro. Nosotros somos un apoyo que transmitimos confianza y ánimo para que sean ellos quienes resuelvan sus problemas. Yen caso de desconocimiento o duda, deben llevar la pregunta anotada a clase para resolverla. También servimos de apoyo para el desarrollo de la constancia, la responsabilidad, el amor al trabajo bien hecho, la concentración y la memoria. Basta nuestra presencia, nuestra sonrisa y el ánimo, el transmitir que el estudio no es un castigo sino «la ocupación normal de un estudiante», la puerta del aprendizaje y las destrezas que se adquieren con el hábito de trabajo. A ellos les gustará compartir esos instantes con nosotros porque mostramos interés por lo que hacen. A medida que crecen, nuestra presencia se irá haciendo cada vez menos necesaria, de la sala de estar o la cocina junto a nosotros pasarán a su dormitorio con la puerta abierta para mantener la conciencia de nuestra presencia como ayuda; de ahí, la necesidad de concentración, en su momento, los llevará a cerrar la puerta. Si los resultados académicos no se resienten, ya habremos conseguido nuestro objetivo: la autonomía en el aprendizaje.

Si no podemos acompañarlos, lo que no podemos es desenten dernos de qué hacen en ese tiempo o tranquilizar nuestra conciencia convirtiéndolos en teleadictos, regalándoles videoconsolas, ordenadores, juegos que los mantengan idiotizados hasta que nosotros lleguemos para darles de cenar y acostarlos. Repetirse en estos casos que se dedican a eso porque es lo que les gusta y les divierte y que tienen derecho a hacerlo después de un duro día de escuela es engañarse a uno mismo. Les gusta eso porque no los hemos puesto en contacto con otras realidades, porque no les hemos dado la posibilidad de elegir desde el conocimiento. En estos casos, sí resulta más que aconsejable que el niño se mantenga en un ambiente controlado, en el centro escolar, en una academia o con algún cuidador que tenga claro un horario de actividades para el niño.

HÁBITOS DE TRABAJO INTELECTUAL DESDE LA INFANCIA

1.Llevar su agenda escolar (tareas, fechas de exámenes y resultados. Actividades). Esa agenda nos servirá, además, de vehículo de comunicación con el profesor.

2.Tener un horario en el día a día para realizar sus tareas y estudiar. El hábito horario nos predispone positivamente. Si todos los días hago deporte a las 8 de la tarde, conforme se aproxima la hora, la mente se prepara para el ejercicio, o la comida, o el estudio.

3.Organizar el material. Antes de empezar a realizar actividades, seleccionar y ordenar sobre la mesa el material, lo que necesitamos: libro, cuaderno, lápiz, goma, sacapuntas...

4.Amar el trabajo bien hecho. No se trata de hacer por hacer, sino de hacerlo con interés, de hacerlo lo mejor que sabes o puedes. Acabar bien lo que empiezas.

CÓMO FOMENTAR LA CAPACIDAD DE CONCENTRACIÓN

La concentración es lo contrario de la dispersión. Una buena organización horaria nos permite fomentarla. El no saber qué vamos a hacer en cada momento, propicia el que el tiempo se nos escape entre los dedos. El saber que disponemos de un tiempo limitado para lograr un objetivo incentiva la concentración para lograrlo. «Tienes toda la tarde para hacer los deberes», el niño, que solo tiene una carilla de cuentas que resolver, tardará toda la tarde. Se levantará, se sentará, irá al cuarto de baño, te pedirá ver la televisión o conectar la Wii, tratará de hablar contigo, jugar con el hermano, sacar a pasear al perro... Tiene demasiado tiempo por delante. Lamentablemente, se le irá la tarde y habrá hablado contigo, jugado a la Wii, con el hermano, con el perro... pero aún no habrá hecho la carilla de cuentas que llevaba de deberes. «¿Qué tareas tienes?», «Solo esta carilla de cuentas», «Muy bien. Y luego, ¿qué te gustaría hacer?». ¿Eres capaz de hacer las cuentas bien en veinte minutos? Ánimo, y después podemos...», y controlamos el tiempo como si fuera un juego en el que el niño aprende a competir consigo mismo. Si es capaz de hacer en veinte minutos, mañana le propondremos que lo intente en 19, en 18. Las opciones que se abren frente a sí una vez que lo consiga, le servirán de aliciente para esforzarse y tratar de lograrlo. La idea es mejorar la concentración para liberar tiempo que nos permita otras muchas actividades, entre ellas «jugar».

Concentrar la mente en un ejercicio requiere su adiestramiento. Imaginemos que vamos a trabajar con el ordenador. Lo encendemos. El ordenador tarda un tiempo en iniciarse, necesita activar el sistema operativo y recuperar los archivos y programas para presentarlos en el escritorio y que podamos comenzar a actuar. Después, cuando solicitamos un programa concreto, necesita un tiempo para abrirlo. Nuestra mente no es muy distinta. Para que el cerebro comience a operar, a realizar actividades o a localizar su energía hacia el razonamiento, la composición de un escrito o la resolución de problemas, debe centrar su atención en aquello que hace. Lograrlo supone controlar el flujo de pensamientos e imágenes continuas en nuestro cerebro instigadas por los estímulos que nos llegan constantemente. Y eso requiere un precalentamiento, por lo que no podemos perder la paciencia y sí ayudarlo a controlar su estado de ánimo hasta que consiga concentrarse. Solo la práctica ayuda a acortar tiempos y mejorar resultados.

Para potenciar la concentración conviene practicar la relajación como hemos visto en el control de la ira. No podemos iniciar una sesión de trabajo que requiera atención con nuestra mente dispersa y el estado de ánimo alterado. El estrés y la ansiedad disminuyen nuestra capacidad de concentración químicamente mediante la liberación de hormonas que inciden directamente en nuestro cerebro 1841. De ahí que lo primero sea relajarse - por ejemplo, mientras organiza el material de trabajo-, y, lo segundo, centrarse con decisión en la tarea programada aplicando nues tros cinco sentidos. Al principio no es fácil, nuestra mente seguirá divagando, pero poco a poco se irá centrando. De la misma forma que el cuerpo necesita un precalentamiento antes de que los músculos estén al cien por cien, también nuestro cerebro necesita un periodo de precalentamiento y el primero, el de toma de contacto con el estudio, es el más esforzado, el que más tarda.

La concentración no se puede mantener por un tiempo indefinido. La duración de nuestros periodos de concentración dependerá de muchos factores, los más importantes son la edad y el adiestramiento. Un niño pequeño tiene un ciclo de concentración corto, de ahí que tienda a cambiar de actividad con rapidez y se agote - se aburre - con facilidad. Pero, incluso para los adultos adiestrados, resulta muy complicado mantener la concentración al cien por cien más de una hora y media en una misma actividad. Cuando hemos sobrepasado nuestro límite, la concentración decrece rápidamente y nos resulta imposible mantener nuestro nivel de resultados. «Yo lo he intentado, pero es que por mucho que leyera, no me enteraba de nada», «Es que no sé que me pasa, pero no doy pie con bola», «Si yo quiero, pero es que no puedo, no se me quedan las cosas, no me acuerdo». Frases como estas son muy frecuentes entre los escolares y son síntoma de que fallamos precisamente en esto. De ahí la importancia que tiene que el niño aprenda a reconocer sus ciclos de concentración.

La imagen física vuelve a acudir en nuestra ayuda. Cuando tratamos de aprender y mantenemos la concentración, estamos forzando nuestro cerebro de la misma forma que cuando corremos estamos forzando nuestros músculos. «¿Qué ocurre cuando corres mucho tiempo? Llega un momento en que te cansas, ¿qué haces entonces? Te paras, recuperas la respiración y después de un rato, ya puedes continuar.» El ciclo de concentración es idéntico, es el tiempo que podemos mantenernos el máximo rendimiento. En el caso de la carrera, notas el fin de ciclo porque ya te falta la respiración; en el caso de la concentración, no puedes seguir fijando la atención. De cada cuatro operaciones que realizas - por ejemplo-, fallas en tres, cometes errores en simples sumas o restas. «No entiendo que se equivoque en algo que yo sé que domina», me comentan. La respuesta es muy sencilla, su capacidad de atención ha disminuido hasta niveles en que no es posible continuar.

El desconocimiento genera un problema fomentado, en parte, por la falta de hábitos adecuados y, en parte, por un sistema académico poco atento y exigente en el desarrollo de estas habilidades. Me refiero ahora a la práctica habitual de estudiar solo el día antes del examen. Se confunden los «deberes» con actividades que deben llevar hechas a clase. Son fichas, problemas, dictados, dibujos, una redacción, operaciones matemáticas, etc., lo que más adelante llamaremos variables de aplicación; quizás porque, en muchos casos, los profesores hayamos dejado de mandar como deberes «estudiar / memorizar un tema determinado» o no se entienda que los controles son un mecanismo de programación de estudio y repaso, lo que más adelante llamaremos variables de interiorización. «No tengo deberes, ¿puedo irme a jugar a casa de Pedro?». Los niños, desde su perspectiva de la inmediatez, entienden como tarea lo que hay que hacer de un día para otro, y hasta que no le anuncian un control, no es algo que deban hacer. Este sistema de estudiar el día de antes falla a medio y largo plazo porque los contenidos van aumentando a medida que avanzamos de curso. Si en cuarto de primaria, media hora era suficiente para preparar los contenidos de Conocimiento del Medio, cuando lleguemos a 4" de la Eso el niño puede necesitar cuatro o cinco horas de preparación para ese mismo examen. Cuando el niño ha mantenido la técnica de estudiar solo el día de antes del examen, su nivel de rendimiento habrá ido disminuyendo paulatinamente. En 4" de la ESO suspenderá porque no puede mantener un ciclo de concentración de cuatro horas seguidas y porque solo recurre a la memoria inmediata. Y, sin embargo, las actividades de aplicación - como resolver problemas, realizar un dictado o una redacción, practicar con operaciones matemáticas concretas - pueden hacerse en el aula, las de interiorización como la lectura comprensiva y, mucho más, la memorización requieren un ambiente más tranquilo y solitario, con menos elementos de dispersión, lo que no siempre es posible en el colegio.

AUMENTANDO EL TIEMPO DE CONCENTRACIÓN Y EL NIVEL DE RENDIMIENTO

Si aprendemos a conocernos y controlamos nuestro ciclo de concentración, lo primero que aprendemos es a descansar a intervalos regulares, reconociendo los síntomas del cansancio que disminuyen nuestro rendimiento. Una vez que nos recuperamos, en el segundo ciclo, alcanzamos el nivel de concentración mucho más rápido, pero será más corto. Necesitaremos ahora más tiempo de recuperación. En el tercer ciclo, llegaremos también rápidamente al punto álgido de concentración, pero podremos mantenerlo aún menos tiempo. Y así sucesivamente. A medida que perseveramos, los intervalos de descanso y recuperación deberán ser más amplios y los periodos de concentración intensa serán más breves. Los músculos actúan de forma similar: «¿Cuánto tiempo puedes estar corriendo a quince kilómetros por hora?¿Cuánto tiempo necesitas para recuperarte y estar de nuevo en disposición de correr? Y ahora, ¿cuánto tiempo puedes mantenerte en carrera en esta segunda sesión? Y ahora, cuánto tiempo necesitas para recuperarte y estar en disposición de volver a correr? Podemos incluso hacer la prueba para que constate una realidad evidente y sea capaz de comprender cómo su cerebro funciona siguiendo unos parámetros muy similares.

Los periodos de descanso serán breves, no se trata de irse al sofá, acostarse o sacar la Wii porque «...mi cerebro tiene que descansar». Cinco minutos son suficientes en el primer intervalo, los mismos que podemos utilizar para cambiar de actividad reorganizando el material que tenemos en la mesa antes de iniciar la siguiente sesión de estudio o de actividad. La capacidad de recuperación se va haciendo más rápida y eficaz con la práctica, como sucede en el aspecto físico con los atletas profesionales. De la misma forma que recomendamos a los niños, después de una prueba intensa de carrera que no paren en seco, y que mantengan ejercicio muy suave para ir enfriándose poco a poco, que sigan caminando mientras recuperan el aliento, lo mismo podemos recomendarle en el estudio, que no desconecten completamente - irse a la calle, cam biar de cuarto o actividad, encender la televisión o el ordenador, el móvil - sino que se mantengan en situación de estudio.

La segunda recomendación importante consiste en aprovechar la compartimentación cerebral para trabajar la concentración en módulos específicos que vayan incidiendo en distintos lóbulos. ¿Podemos estar cuatro horas seguidas haciendo ejercicio? Sí, basta con trabajar de forma específica distintos grupos musculares. Cuando corremos, por ejemplo, ejercitamos las piernas, pero los brazos están relativamente en reposo; el esfuerzo no es tan intenso en abdomen, espalda o brazos. Podemos prolongar el tiempo de ejercicio si rotamos los grupos musculares sobre los que incidimos. Así, podemos descansar de la carrera mientras ejercitamos los bíceps con unas mancuernas, o nos aplicamos en un banco de abdominales. Mientras trabajamos de forma específica un grupo muscular, descansa el resto y se recupera del esfuerzo. Lo mismo sucede con el esfuerzo intelectual: podemos iniciar nuestra sesión de trabajo con un primer ciclo que se aplique al área lingüística, comprensión y memorización de un tema, por ejemplo, y descansar de ella aplicándonos en una segunda sesión a actividades que requieran del área numérica, espacial, etc.

Considerando dos variables sobre las dos competencias básicas podemos establecer hasta cuatro ciclos sucesivos de trabajo diferenciados por el área cerebral que usamos y el proceso mental requerido. Las dos variables son las correspondientes a «interiorización/aplicación» y las dos áreas básicas son la «verbal/numérica». En la variable de «interiorización» el conocimiento va del exterior - apuntes, libro, tema en pantalla, etc. - al interior - asimilación mental-, y hemos de aprehenderíM5 - comprenderlo, manipularlo, recordarlo-. En la variable de «aplicación» el conocimiento va de la mente al exterior, aplica el conocimiento a actividades concretas. La fase de interiorización en un tema de Lengua, por ejemplo, consiste en comprender qué es una metáfora, memorizar y reproducir su definición. La fase de aplicación consistiría en ser capaz de reconocer una metáfora en un texto. En matemáticas, la fase de interiorización consistiría en aprenderse la tabla de multiplicar, la fase de aplicación en resolver correctamente cuentas de multiplicar. Una y otra fase se mueven en áreas diferentes de nuestro cerebro. Su alternancia nos permite mantener el nivel de concentración durante más tiempo, cansarnos menos, rendir más sin aburrirnos.

REGLAS BÁSICAS PARA ORGANIZAR UNA SESIÓN DE ESTUDIO

1.Trabajar en sesiones acotadas temporalmente (el tiempo dependerá de la edad y del ciclo de concentración de cada uno, desde los diez minutos en niños pequeños, hasta una hora u hora y media en alumnos de Bachillerato o universitarios. Los tiempos en las sesiones de aplicación serán variables, no así los ciclos dedicados a interiorización. 20 minutos pueden ser excesivos si solo debemos hacer tres sumas, por ejemplo. Luego el tiempo debe adecuarse a la longitud y dificultad de la tarea específica. Si acabamos nuestra tarea antes del tiempo previsto, sencillamente pasamos al siguiente ciclo).

2.Comenzar siempre por lo que nos resulte más complicado o apremiante en fase de interiorización - competencia lingüística o matemática - (el nivel de concentración siempre es mayor en los primeros ciclos que en los siguientes, cuando ya el cansancio hace mella en nosotros).

3.Reservar los módulos pares - 2, 4, 6, etc. - para actividades de aplicación.

4.Rotar los ciclos por áreas (si el primer ciclo opera sobre el área lingüística, el segundo será de aplicación en esta competencia - dictados, redacciones, localización en un mapa de lugares concretos, etc.; el tercer ciclo será del área matemática y el cuarto de aplicación, resolución de problemas, cuentas, etc. y así sucesivamente).

5.La reorganización de nuestro espacio de trabajo y nuestros materiales (cambiar de libro, de cuaderno, sacar lápiz o goma, recoger y guardar en la cartera lo que ya hemos utilizado, etc.) puede ser tiempo suficiente para descansar entre sesión y sesión.

De ahí que antes de comenzar nuestra sesión de estudio en casa, nos convenga organizar el trabajo que debamos realizar teniendo en cuenta una distribución de actividades que jueguen con la alternancia de variables y áreas. No solo vamos a ver qué tenemos que hacer, sino en qué orden nos interesa hacerlo. En este sentido las pautas que podemos seguir aparecen en la tabla de la página anterior.

Para lograr que nuestro hijo asimile el método conviene explicárselo, la comparación entre cómo funciona el cuerpo y cómo funciona el cerebro nos ayudará. Después de la típica pregunta de «¿ Qué deberes tienes para mañana?», la siguiente debe ser «Y, ¿en qué orden los vas a hacer?» estableciendo el orden en base a la urgencia y la alternancia. Una vez que adquiera el hábito, lo aplicará sistemáticamente y le enseñaremos algo tan importante como a programarse teniendo en cuenta la urgencia de la tarea, la dificultad que supone y sus propias capacidades, y todo esto en base a un tiempo definido. Curiosamente, esta capacidad también le acompañará el resto de su vida y será un valor añadido que le ayudará a controlar el estrés y la ansiedad en su desarrollo profesional. Cuando la mente se ocupa, no se preocupa.

LA IMPORTANCIA DE LA MEMORIA

La memoria es una de las capacidades más útiles e importantes de nuestro cerebro. Gracias a la memoria somos capaces de recordar movimientos, gestos, lugares, imágenes, palabras y, esto nos permite ser cada vez más eficaces al operar sobre el mundo que nos rodea. En definitiva, memorizar supone establecer nuevas conexiones neuronales en el cerebro y tener la capacidad de traerlas a la conciencia operativa a voluntad. Pero la memoria ha sido muy criticada, quizás porque en el pasado se exageró su importancia como único criterio de evaluación en pruebas de cierto nivel. Exámenes de Ingreso, de Reválida, Oposiciones... tenían y siguen teniendo un fuerte componente nemotécnico, ese que consiste exclusivamente en poder retener y reproducir grandes cantidades de información de una forma determinada.

Sin embargo, la memoria es algo mucho más amplio. La memoria es la que nos permite, por ejemplo, reconocer a una persona y asociar a ella emociones o sentimientos; gracias a ella podemos caminar por la calle sin perdernos o comprar una barra de pan; en virtud de la memoria nuestra vida tiene sentido en una proyección temporal que se apoya en nuestros actos pasados y nos permiten prever un futuro. ¿Se imaginan que se despiertan mañana en un hospital con amnesia? Nada tendría sentido porque serían incapaces de saber cómo actuar, carecerían de criterios para decidir ante una situación u otra, ante una persona u otra. ¿Se imaginan encontrarse ante un depredador y no sentir miedo, la emoción de alerta que nos permite huir o defendernos...? Sencillamente, seríamos una presa fácil, no hubiéramos sobrevivido. ¿Imaginan que hoy aprendemos a andar, pero mañana se nos ha olvidado y hemos de empezar desde cero? Sencillamente nunca lograríamos la autonomía necesaria para sobrevivir, habríamos desaparecido como especie. La película Cincuenta primeras citas plantea el problema de una joven, Lucy (Drew Barrymore), se despierta cada mañana sin recuerdos. Su memoria ha quedado anclada en el día en que sufrió un accidente, ¿cómo mantener una relación romántica con una chica que sufre este problema? También encontramos el problema en clave cómica en la película Buscando a Nemo, donde Dory, el famoso pez cirujano azul que se ofrece a ayudar a Marlin en la búsqueda de Nemo tiene una memoria muy corta en el tiempo, está continuamente reiniciándose.

Alguien me dirá que no estamos hablando de esta memoria inmediata y rutinaria, sino de la capacidad de recordar lecciones, textos, fórmulas, listas de palabras, temas completos... que eso ya no hace falta, que en Internet encontramos todas las respuestas. Sin embargo es la misma memoria aplicada de forma consciente a actividades concretas. La idea de que es innecesario cultivar la memoria no es sino un autoengaño o, simplemente, un tratar de justificar la comodidad de evitar el esfuerzo. Nuestra mente opera con la información consciente, aquella que recordamos o somos capaces de recordar en un periodo breve de tiempo con el estímulo adecuado. Para poder realizar la pregunta correcta, hemos de tener el conocimiento y la información previa que nos permita formularla y, después, reconocer y comprender la respuesta. Para elegir la respuesta correcta, es imprescindible tener criterio sobre lo que buscamos en la información. Y todo ello es imposible sin un cúmulo de datos previos almacenados en nuestra memoria. Lo siento.

También se repite que es más importante ahora enseñar a manejar los ordenadores como recurso de aprendizaje y búsqueda de información. Y es cierto que son herramientas esenciales. Las máquinas pueden ofrecernos un millón de datos en un instante, los buscadores de Internet tardan solo fracciones de segundo en detectar miles de entradas relacionadas con el tema que planteamos en el recuadro de búsqueda. Todo ello es cierto, pero ¿con qué criterio seleccionamos la más adecuada entre miles de entradas?, o si lo prefieren, ¿cómo separamos la información seria y documentada de la basura que libremente circula por la Red? Si la selección es importante, no lo es menos la capacidad de relacionar los datos entre sí, aquellos que a nosotros nos interesan porque entendemos y buscamos una conexión concreta; es decir, no preguntamos al azar. Yya, para terminar, tiene muchísimo valor el saber interpretar los datos. Podemos programar una máquina para relacionar todo tipo de información marcando términos clave en los motores de búsqueda, pero alguien tendrá que introducir qué datos y cómo relacionarlos. Por otra parte, las circunstancias cambiantes hacen que los datos de interés puedan ser variables, el que las circunstancias obliguen a una selección diferente de los datos solicitados y una interpretación distinta de los resultados de la búsqueda se basará en la información, la memoria y el conocimiento de los que el analista disponga. Y solo el conocimiento nos permite desarrollar el sentido común necesario para detectar el fallo de la máquina y evitar grandes errores. Si no sabemos sumar, no sabre mos nunca cuando una operación es incorrecta, lo que nos llevará a aceptar el error como válido.

Curso a curso el niño va avanzando en habilidades, conceptos y complejidad en las operaciones mentales requeridas. El nivel de dificultad va aumentando porque sus capacidades mentales van creciendo con la edad y esto le permite avanzar al siguiente escalón. Lo mismo que sucede en el plano físico - reptar, gatear, andar, correr y saltar-, sucede en el plano intelectual. Pero no aprende a andar si lo mantenemos atado a la silla, como tampoco aprende a hablar si no oye hablar. Aprendemos cuando se nos pone en situación de aprendizaje y sentimos el estímulo del reconocimiento ante nuestros progresos, después generamos la automotivación que nos permite superar esa dependencia. Si no incentivamos el deporte, no descubriremos las posibilidades reales de nuestros hijos, si no incentivamos la memoria no potenciaremos su capacidad. Cuanto más la empleemos, mayor capacidad desarrollará. Es así de fácil. Cuantos más datos almacenados, mayor memoria operativa y resolutiva. Imaginemos ahora que un niño no sabe aún andar, ¿podemos intentar que corra? Imaginemos ahora que un niño es incapaz de memorizar una la tabla del cinco, ¿podrá realizar operaciones de multiplicación? Imaginemos que un niño es incapaz de memorizar un esquema con cinco puntos, tres definiciones y seis ejemplos, ¿podrá memorizar un tema de seis páginas? En este sentido, Eduardo Punset nos refiere un experimento realizado con taxistas londinenses, «se constató que los ejercicios repetidos para memorizar el callejero de la ciudad mejoraban la estructura cerebral de aquellos circuitos dedicados a la memoria»[861, entonces se demostró la «plasticidad cerebral» que es, en definitiva, de lo que venimos hablando.

Por último, la memoria juega un papel fundamental en la presentación y asimilación de nuevas palabras que enriquecen nuestra capacidad de pensar, razonar y relacionar. Cada palabra es un nuevo concepto que presenta ante nuestro cerebro una nueva realidad. Conocer una palabra, una vez desarrollado el simbolismo lingüístico supone enriquecer el mundo a través del conocimiento que nos permite interactuar con esa realidad. Bastará con un ejemplo sencillo para comprenderlo: antes de conocer la palabra «algarrobo», cuando miraba esa realidad solo veía un árbol; tras conocer la palabra conozco más el objeto, sé del tamaño, forma y color de sus hojas, sé de las vainas que son su fruto, sé de su color y sé que son comestibles. Ya no es un árbol más, tiene su individualidad y mi conocimiento me permite interactuar con él en mi beneficio. Antes de conocer la palabra «ortiga», solo veía hierbas en el campo, cuando la conocí aprendí que si la tocaba me producía un gran picor e irritación en la piel, conocerla me enseñó a evitarla y también a caminar por el campo con botas, pantalón largo y calcetines. De la misma forma, cada palabra que memorizamos nos abre la mente a un nuevo campo de conocimiento: sumar, restar, multiplicar o dividir supone operar con las cifras de forma completamente diferente en función de la relación entre los grupos. Cada una de estas operaciones tiene sus propias reglas, de tal manera que «saber sumar» implica el dominio por parte del individuo del concepto y sus reglas, así como su aplicación concreta. Igual que el concepto de suma se complementa con el concepto resta, y la multiplicación con la división, cada uno de ellos suponen escalones en la evolución cognitiva que nos preparan para afrontar retos más complejos en el cálculo numérico.

Por eso, cuando me preguntan «¿Puedo definir esto con mis palabras?» mi respuesta es «no». Debemos expresar los conceptos utilizando las palabras exactas, si confundimos «vocal» y «sílaba» significa que ninguno de los dos conceptos están claramente identificados en nuestro cerebro. Pedir a los niños que se expresen con propiedad, usando las palabras apropiadas, supone que amplíen su vocabulario. Recorrer los cursos que componen la educación obligatoria podría resumirse en algo tan sencillo como adquirir el vocabulario específico que opera en cada una de las disciplinas que estudiamos, y adquirir significa comprender su significado y operar mentalmente con él. Para lo cual la memoria debe ir unida a la comprensión como veremos inmediatamente.

LA MEMORIA ES OPERATIVA CUANDO ES COMPRENSIVA

Ejercitar la memoria pura puede tener su sentido como ejercicio en sí mismo, pero la memoria es operativa cuando podemos usarla aplicada a la interpretación y comprensión de la realidad. De ahí la importancia que tiene evitar memorizar sin comprender lo que repetimos, lo que tradicionalmente se ha denominado «estudiar como un papagayo». Y, sin embargo, es el error más frecuente. Una de las preguntas que pueden plantearse en la prueba de madurez lingüística es la que corresponde a «léxico». En ella se nos pide, por ejemplo, que «definamos una palabra en la acepción en que ha sido utilizada en el texto», además de otras cuestiones asociadas como proponer sinónimos y antónimos, componer familias léxicas o campos semánticos. Es una pregunta aparentemente fácil, sin embargo es la más difícil porque no se puede improvisar ni preparar para un examen. O tenemos un caudal léxico adecuado o no, y para muchos alumnos ya es tarde. ¿Cómo podemos comprender lo que leemos en un momento dado cuando desconocemos el significado de algunas de las palabras que se han empleado? ¿Qué información comprendemos y retenemos cuando leemos un periódico? Hace años, en un curso de Educación Obligatoria, alumnos de quince años me respondieron que ellos no entendían ni la mitad de la información que escuchaban en un informativo cualquiera. No es algo que afecte solo al ámbito académico, sino al día a día.

Memorizamos mejor y más rápidamente cuando comprendemos aquello que vamos a memorizar. Esto es un hecho. Cuando existe una relación lógica, resulta más sencillo retener y reproducir la información. Pero para lograr comprender algún tipo de relación, lo primero es comprender los conceptos que intervienen en esa relación. Y a los conceptos llegamos a través del dominio léxico, de conocer y comprender las palabras que usamos en el texto. Por eso nos resulta mucho más fácil memorizar una serie de ideas concatenadas, que una guía de teléfonos.

Para lograr el enriquecimiento léxico necesario del que hablamos nos basta seguir una sencilla regla desde que los niños empiezan a leer: crear el hábito del uso del diccionario desde que son muy peque ños. En su cuarto deben tener su diccionario, y cuando estamos con ellos jugando o haciendo los deberes, será un libro de consulta permanente con un objetivo muy claro: no dejar pasar una palabra nueva sin consultarla y anotarla. Conviene resistirse a la tentación de darles nosotros mismos la definición para que nos vean consultar el diccionario y descubrir con ellos nuevos conceptos. Nuestro respeto por la consulta, su tendencia a la imitación y el refuerzo positivo de nuestra sonrisa cuando lo veamos acudir al diccionario, harán el resto. Pero esto no sucederá hasta que sepan escribir y hayan aprendido el abecedario, lo que nos deja años para «ser ejemplo» de esta conducta. Cuando ya sepan escribir y el orden de las letras, les enseñaremos a buscar palabras utilizando su conocimiento recién adquirido. Y, en este aprendizaje, conviene no sustituir el libro por el ordenador. El buscar las palabras en el diccionario favorece la lectoescritura porque les obliga a la búsqueda en el orden correcto de las grafías que intervienen en la palabra, enseña a buscar sustantivos, determinantes y adjetivos segmentando o alterando desinencias de género y número, enseña a buscar los verbos a partir de los infinitivos, etc. Como vemos, no es solo conocer el significado de la palabra, a través de la búsqueda física desarrollamos un conjunto de habilidades prácticas relacionadas con el manejo de la lengua que no ejercitarían si nos limitamos a darles nosotros el significado o a presentárselo en la pantalla de un ordenador. Esto no quiere decir que no usemos los ordenadores como herramienta, sino en una segunda fase. Hay algo que nos aportan los ordenadores que es maravilloso, la posibilidad de presentar ante los ojos y la mente del niño referentes concretos. Cualquier diccionario nos puede definir la palabra «colibrí» (RAE: «Pájaro americano, insectívoro, de tamaño muy pequeño y pico largo y débil.»), pero la información aportada, siendo correcta, de poco o nada sirve a nuestro hijo cuando en su mente la definición no atrae la imagen del animal. De ahí que hace años se desarrollaran los diccionarios ilustrados, pero tampoco una simple fotografía nos transmite una información amplia del animal. Ahí es donde Internet se ha convertido en una herramienta educativa de apoyo insustituible: tecleamos «colibrí» en el buscador e inmediatamente podremos seleccionar páginas con imágenes y graba ciones que transmitirán información sobre diversidad de colores, tamaños, su peculiar forma de volar, su aleteo en suspensión, etc. Y podemos descubrir ante el niño el maravilloso espectáculo que se ocultaba tras esa palabra recién descubierta.

Podemos, también, fomentar su aprendizaje léxico con diversos juegos de mesa o juegos inventados (crucigramas, palabras cruzadas, sopa de letras, cromos...), pero eso no sustituye el manejo asiduo del diccionario, el descubrir una nueva palabra cada día, el no dejar pasar una palabra desconocida sin consultarla. Es una técnica de estudio básica e imprescindible.

Lo que acabamos de exponer es tan importante que puede ser considerada la principal causa del fracaso escolar. Ya vimos como más del 70 % de los alumnos universitarios son hijos de padres universitarios. Una de las causas apuntadas, con la que estoy de acuerdo, es por la «competencia lingüística» familiar. Registro familiar y escolar son coincidentes. Comprenden lo que oyen y «empatizan» con el profesor. Por el contrario, familias con poco nivel de formación utilizan una lengua menos rica y más simple. Si el niño comienza la escuela con un caudal léxico deficiente, tendrá dificultades para comprender la clase, desconectará, y los problemas se irán agravando a medida que avancen de curso porque la divergencia entre su propia competencia lingüística y la utilizada y exigida en clase irá aumentando, y así seguirá hasta hacerse muy duro, si no imposible, el superar estas deficiencias.

¿POR QUÉ OLVIDAMOS LO QUE MEMORIZAMOS?

No olvidamos lo que memorizamos ni lo que sabemos o vivimos, sencillamente lo almacenamos. La capacidad de olvidar es una virtud, si lo recordáramos todo tendríamos un problema para mantenernos en contacto e interpretar el presente[87] El recordarlo todo es posible, y es un trastorno de la mente llamado «hipertimesia»1$$1. Esta capacidad ralentiza otras funciones cerebrales esenciales para el ser humano, entre ellas la capacidad de relación social, o capacidad de síntesis operativa en la combinatoria de datos relevantes. No es algo deseable.

Para comprender cómo funciona la memoria me gustaría que pensaran en un vaso vacío. Colocamos el vaso debajo de un grifo abierto. Comienza a llenarse, cuando ya está lleno seguimos con el vaso bajo el grifo abierto. ¿Qué ocurre ahora? Que el agua comienza a rebosar y cae por los bordes. El vaso es nuestra capacidad de almacenamiento de información. Cada uno de nosotros tiene una capacidad de memoria limitada, cuando se sobrepasa, es como si el vaso ya estuviera lleno.

Si nos damos cuenta, el agua que rebosa del vaso es la última que llega, lo mismo ocurre con nuestra memoria. La memoria es, ya hemos visto, una capacidad necesaria para nuestra supervivencia. La información recurrente, aquella que necesitamos a diario, es la que nuestro cerebro retiene como operativa inmediata. De esta forma, estudiamos la lista de los Reyes Godos, pero ya no somos capaces de recordarla. Sencillamente, es una información que no necesitamos en el día a día, el cerebro la cataloga como «archivable» y la hace rebosar al disco duro. La suprime de la memoria consciente para liberar espacio y usarlo en datos habituales que necesitamos. A medida que introducimos más información, el cerebro necesita liberar más espacio y así sucesivamente.

Sin embargo hay dos buenas noticias: la primera es que la capacidad de memoria operativa es ampliable, se expande más en la medida en que más la ejercitamos. En este sentido es muy similar a un músculo. Si durante una hora diaria corremos, lograremos al cabo de un tiempo un aumento considerable de nuestra resistencia. De la misma forma, si ejercitamos durante una hora diaria la memoria, la cantidad de información que seremos capaces de retener será mucho mayor. Esto explica el que un estudiante profesional, un opositor, logre almacenar cientos de temas en su memo ria operativa. La segunda buena noticia es que la información olvidada no se ha perdido, ha sido almacenada. Cuando necesitemos recuperarla tardaremos mucho menos tiempo en hacerla consciente. Un ejemplo muy ilustrativo es el de los idiomas. Hemos tardado años en dominar una lengua extranjera, estaba en nuestro programa de estudios y llegamos a hablarla con fluidez. Luego, no hemos necesitado esta habilidad. Hemos estado veinte años sin hablar ni escuchar esta lengua. Recordamos apenas un 10 % de lo que aprendimos, creemos que lo hemos olvidado todo. Sin embargo, si nos sumergimos en esa lengua, nos vamos dos meses al país de origen, nos sorprende que recuperemos rápidamente lo que creíamos olvidado: palabras, giros, estructuras... acuden en nuestra ayuda. La razón es que todo aquello que aprendimos no estaba perdido, sino archivado. Hemos necesitado el esfuerzo de recuperarlo, pero la información estaba allí esperándonos, solo necesitaba actualizarse.

CLASES DE MEMORIA, CÓMO UTILIZARLAS Y ACTUALIZARLAS

Cuando hablamos de memoria, pensamos normalmente en la memoria cognitiva, en la que nos ayuda a recordar definiciones, números de teléfono, direcciones, listas, etc. En realidad, la memoria consiste en establecer determinadas conexiones programadas en nuestro cerebro que nos permiten recorrer el camino sin necesidad de una «elaboración consciente». Disponemos de memoria visual, capacidad de recordar imágenes que nos permite, por ejemplo, reconocer paisajes o personas; disponemos de memoria auditiva, nos permite reconocer sonidos o matices de sonidos, por ejemplo tonos, timbres o modulaciones características de la voz de una persona, o de un animal; también de memoria olfativa, nos permite distinguir el azahar de la rosa, la pimienta del azafrán o la canela; memoria gustativa, a la que acudimos para no echar sal en el café ni azúcar en el arroz. Pero además, disponemos de memoria mecánica, la capacidad de reproducir movimientos repetidos, que nos permite anudar la corbata de forma inconsciente o lanzar un tiro a canasta o atarnos los cordones de los zapatos, y, por último, memoria cognitiva, la que nos permite reconocer y recordar palabras, frases, textos, secuencias numéricas, razonamientos, etc. una vez adquirida la capacidad simbólica por abstracción de la realidad inmediata. Esta es la que nos preocupa.

Para potenciar la memoria, nos ayudarán algunas reglas muy simples: la impronta en la memoria es mucho más potente cuantos más sentidos intervengan en la integración. Así, si mostramos una fotografía de un paisaje nevado, el niño podrá recordar lo que es la »nieve» o no, pero si nos revolcamos con él en la nieve y nos montamos en un trineo, jamás lo olvidará porque en la integración del concepto han intervenido todos los sentidos: desde la sensación de frío, hasta la humedad, la blandura, el fulgor del sol refractándose en su superficie o la alegría compartida. También cuando estudiamos memorizamos con más facilidad cuantos más sentidos intervienen en el acto de memorización: memoria cognitiva (comprendemos los conceptos y su relación lógica), memoria visual (organización y localización en el libro o los apuntes, dibujos y esquemas que lo acompañan, colores, formas), mecánica (lo escribimos), auditiva (repetimos y oímos).

Y recordaremos con más facilidad y precisión aquello que repetimos con más frecuencia. De ahí la importancia de la recurrencia en el aprendizaje, es decir, volver una y otra vez sobre los conceptos fundamentales para integrarlos de forma automática en la memoria consciente ahorrándonos tiempo y energía. Para saber cuantos son «5 x 4» basta con hacer cinco grupos de cuatro elementos cada uno y contar el resultado, o repetir asiduamente la tabla de multiplicar, y así no perderemos el tiempo y, además, podremos operar con grandes cifras. Cuando alcanzamos el punto crítico de repeticiones, la integración ya se ha producido y seremos capaces de mantener la información en la memoria consciente el resto de nuestras vidas.

MEMORIA INMEDIATA Y MEMORIA REMOTA

La memoria inmediata es la que nos permite recordar la informa ción adquirida recientemente. Gracias a ella podemos estudiar hoy el contenido de un examen y responder mañana correctamente a las preguntas que se nos hagan. Pero esta memoria inmediata se actualiza rápidamente, o lo que es lo mismo, la información es sustituida por otra nueva. Olvidamos los datos en un plazo breve. Si queremos que esta información permanezca en la memoria consciente, lo lograremos actualizándola en el plazo de una semana aproximadamente. En ese caso, la retendremos durante un periodo superior, hasta tres meses más o menos. Pero si volvemos a actualizarla, refrescarla, repasarla en un mes, lograremos retenerla por más tiempo. A partir de ahí, nos bastará una actualización trimestral para lograr que se transforme en información permanente en nuestra memoria operativa. El número de repeticiones necesarias dependerá de la persona, de la constancia y de la cantidad de información que trate de almacenar. Esto hace del repaso permanente una de las claves del aprendizaje a largo plazo.

Un error frecuente en la metodología escolar es no solicitar a los alumnos este esfuerzo. Examinamos por temas que, una vez superados, no vuelven a ser revisados. Los contenidos se olvidan y fomentamos la memoria inmediata, pero no ejercitamos la memoria remota y sabemos que los contenidos irán ampliándose a medida que avancen en sus estudios. Cuando llegamos a un examen global de cierto nivel donde el alumno está obligado a dominar el programa completo de varias materias que serán examinadas simultáneamente, la falta de hábito en el trabajo, de mantener en la memoria operativa la información que vamos asimilando a lo largo del curso, supone un grave problema y los alumnos se resienten. Es como si durante toda la etapa escolar los fuéramos entrenándolos para carreras cortas, 100-200 metros, cuando el objetivo a medio plazo sabemos que consistirá en que logren correr 20 kilómetros. Al llegar al último curso, no están habituados a mantener el ritmo de carrera y, en muchas ocasiones, son incapaces de superarlo.

Es curioso el que se critique el esfuerzo aplicado a la memoria por «inútil». Se repite una y otra vez el «¿Para qué, si no sirve de nada y los datos pueden consultarse?». Sin embargo no he oído a nadie quejarse de la inutilidad de «correr» para un niño. Todos comprendemos y admitimos la conveniencia del ejercicio físico porque el cuerpo ha sido diseñado para moverse y debe ejercitarse para desarrollarse plenamente. De la misma forma, las capacidades cerebrales han de practicarse para potenciar su desarrollo y esto debería bastar para comprender su necesidad. Si no nos preocupa que el niño sude corriendo detrás de una pelota, ¿por qué nos va a preocupar que el niño se esfuerce y supere las dificultades que supone el memorizar un poema? Si el ejercicio físico resulta preventivo contra determinadas enfermedades provocadas por el sedentarismo actual, el ejercicio mental también está recomendado para la prevención y tratamiento de enfermedades degenerativas del cerebro. Y, en última instancia, si además sabemos que es una capacidad que van a necesitar para lograr el éxito escolar, ¿por qué somos tan reacios a su práctica?

CÓMO PRACTICAR Y MEJORAR LA MEMORIZACIÓN

Memorizar requiere concentración y un esfuerzo. Todos podemos memorizar con más o menos facilidad. Aunque no estamos ante un libro sobre técnicas de estudio, me van a permitir algunas instrucciones muy básicas para generar hábitos constructivos 1891. Toda sesión de estudio y posterior memorización consta necesariamente de dos fases:

-Fase preparatoria.

-Fase de memorización.

En la FASE PREPARATORIA, siempre se comenzará con una «lectura comprensiva», es decir, leyendo atentamente aquello que vamos a memorizar para asegurarnos de que comprendemos claramente lo que nos quiere decir. En estafase, tranquilay de aproxi mación, procederemos a subrayar las palabras nuevas, las buscaremos en el diccionario y las anotaremos junto a su significado a pie de página por si en los sucesivos repasos necesitamos consultarlas.

Si el tema tiene cierta longitud, la fase siguiente sería realizar en el cuaderno de apoyo el esquema correspondiente (ya estamos usando el lápiz). En él, trataremos de anotar las ideas principales del tema. Cualquier sistema que usemos es válido siempre que nos ayude a visualizar las partes (cifras, recuadros, globos, etc.). Puede ayudarnos el subrayar en el texto las frases clave separándolas de los ejemplos y demostraciones. Un buen esquema cumple dos condiciones básicas: es completo pero breve y sencillo (contiene las ideas básicas pero es breve) y, además, es suficiente (a partir de él, somos capaces de recordar y reproducir el párrafo completo con nuestras palabras pero poniendo especial atención en usar los tecnicismos que aparezcan).

Si no somos capaces de reproducir el contenido a partir de él, es posible que necesitemos añadir alguna palabra que nos ayude. Seguiremos así punto por punto hasta asegurarnos de que podemos recordar los contenidos a partir de las ideas clave anotadas.

Esta fase preparatoria es la que suele fallar. Los niños tratan de memorizar palabra por palabra obviando la fase comprensiva. Esto resulta dificilísimo y, además, inútil. Cuando la extensión del tema aumenta resulta, sencillamente, imposible. Nunca insistiremos bastante en la necesidad de esta fase de comprensión y síntesis porque es lo que permite racionalizar, comprender y hacer operativos los conocimientos y relacionarlos con otros que puedan venir a continuación.

La SEGUNDA FASE, LA DE MEMORIZACIÓN PURA, es un juego. Podemos aplicarla sobre el esquema - sucesión de ideas clave organizadas visualmente en una estructura-, o sobre un texto dado. Consistirá en ir reproduciendo parcialmente los contenidos incrementando la extensión a medida que avanzamos. Tomemos como ejemplo una conocida fábula de Samaniego:

¿Sería capaz, tapando el poema, de reproducir de memoria solo el primer verso? Lo intento hasta que lo consigo. Una vez logrado. Paso al segundo verso hasta que logro reproducir «dos mil moscas acudieron». Antes de pasar al tercero, ¿sería ahora capaz de recordar el primero y el segundo? Cuando lo logro, procedo a memorizar el tercero. Y así sucesivamente. Cada vez que falle, volveré al principio, es decir, trataré de reproducir el primer verso, luego el primero y el segundo, y, por fin, primero, segundo y tercero, hasta lograr reproducir los cuatro seguidos sin equivocarme. Una técnica eficaz contra la distracción consiste en copiar cuando el contenido no es muy extenso. Escribo el primero, luego el primero y el segundo, más tarde, primero, segundo y tercero, etc. Esta misma técnica es la que aplicamos sobre las ideas clave de un esquema previamente desarrollado, o sobre una lista de vocabulario de inglés, por ejemplo.

Muchas personas tratan de memorizar directamente sobre el libro y creen que leyendo mil veces el párrafo, acabarán por ser capaces de aprenderlo. No funciona así. En primer lugar, la lectura por la lectura favorece mucho la dispersión; sin darse cuenta, el niño acaba leyendo mecánicamente mientras la mente divaga por otros universos, el problema es que «se distraen». No consiguen nada. En segundo lugar, porque la memoria se ejercita reproduciendo el contenido, si no lo aplicamos, es como si creyéramos que ejercitamos los músculos de los pies circulando en coche. Para afianzar la memoria ayuda usar el lápiz. Cuando la mano se detiene es porque la mente se ha distraído y nos resulta fácil detectarlo y reconducir la sesión; también hay a quien le ayuda mucho repetir en voz alta los contenidos. La razón es que al escribir ponemos en marcha la memoria mecánica, al leer en voz alta actúa, además, la memoria auditiva. Cada uno ha de conocerse lo suficiente como para saber con qué técnica o técnicas avanza más rápido.

Si enseñamos a un niño a que una sesión de estudio es un ejercicio activo donde se interactúa con los contenidos, generaremos en él un hábito que atraerá el éxito escolar. No leemos por leer, sino para comprender y estamos atentos a detectar palabras des conocidas o dudosas, las subrayamos, buscamos en el diccionario, las anotamos, releemos para asegurarnos de la correcta comprensión, luego subrayamos las ideas clave, las sacamos fuera en un esquema, nos aseguramos de que el esquema es suficiente tratando de reproducir contenidos a la vista de las ideas clave seleccionadas... Durante todo el proceso hemos mantenido una actitud de diálogo activo con los contenidos. Cuando hay actividad, no hay aburrimiento, cuando hay éxito hay reconocimiento.

PRACTICAR EL PENSAMIENTO ASERTIVO

El pensamiento asertivo consiste en plantear mentalmente las opciones posibles antes iniciar una actuación, cualquiera que esta sea, y ser capaz de elegir la más adecuada. Si tuviéramos que expresarlo en palabras sencillas sería enseñar a nuestro hijo a no actuar impulsivamente, sino a medir sus pasos para hacer aquello que lo lleve a lograr sus objetivos de la forma más sencilla, eficaz y justa. Los economistas distinguen entre «eficaz» y «eficiente». Son palabras que habitualmente usamos como sinónimos, pero la diferencia que ellos plantean resulta extrapolable a todos los órdenes de la vida. La persona «eficaz» es aquella que logra sus objetivos, la persona «eficiente» es aquella que además lo hace usando unos recursos proporcionados. Si pedimos a un niño que haga una pajarita de papel y lo logra al cabo de una tarde, habrá sido eficaz porque lo habrá conseguido, pero no habrá sido eficiente porque el tiempo empleado es muy superior al que normalmente hubiera sido necesario para lograr ese objetivo. El pensamiento asertivo es el que nos conduce a la eficiencia y esto requiere templanza y planificación.

La templanza tiene que ver con la «contención y moderación». Tenemos un problema: hace frío. Necesitamos un calefactor. Vamos a la ferretería más próxima y compramos el calefactor más caro. Hemos actuado impulsivamente, hemos sido eficaces porque hemos resuelto el problema y ya no pasaremos frío, pero es muy probable que no hayamos sido eficientes porque nos ha fallado la «contención», es decir, la capacidad de controlar el pri mer impulso, y la «moderación», el gastar la cantidad necesaria para adquirir el aparato con la potencia adecuada al espacio que debemos climatizar. Esa toma de decisiones implica la planificación previa al acto. En este caso, hablamos de economía, pero en la vida, los actos, además de tiempo, tienen un coste emocional, de placer o sufrimiento. Yen un caso como en otro, la contención y la moderación, son imprescindibles.

El pensamiento asertivo es aplicable a todos los aspectos de la vida y muy necesario en relación al crecimiento moral y las habilidades sociales. Te has peleado con un niño, probablemente haya faltado contención, esa capacidad de retener el primer impulso ciego, y moderación si la respuesta no ha sido adecuada al estímulo (insulto o agresión previa). El análisis con nuestros hijos de las situaciones cotidianas, de sus repuestas ante situaciones concretas nos permite, a lo largo del tiempo, ir desarrollando esta habilidad.

1.¿Por qué lo has hecho?

2.¿Qué consecuencias ha tenido la acción?

3.¿Qué otras opciones tenías?

4.¿Qué consecuencias se hubieran derivado de esas otras opciones?

5.¿Cuál te hubiera interesado más?

La comunicación con nuestros hijos es la puerta directa al desarrollo de esta habilidad. Ante las situaciones concretas, el análisis de lo ocurrido tiene más importancia que los hechos en sí. Todos nos equivocamos, y este adiestramiento les va a permitir aprender de sus errores de forma constructiva para ensayar nuevas fórmulas de conducta sin renunciar a sus objetivos.

La respuesta automática dominada por el «rapto de la amígdala», es decir, las actuaciones impulsivas controladas por las emociones, constituyen un grave problema para la socialización positiva y para el aprendizaje moral en el individuo. Ejercitar el autocontrol, la planificación y el pensamiento asertivo es necesario para multiplicar su eficacia en todos los ámbitos. Algunos juegos tradicio nales ayudan y, quizás, el más interesante sea el «ajedrez»1901. Sus beneficios se han demostrado en la mejoría de la convivencia en barrios muy conflictivos con altos índices de delincuencia en un programa iniciado en 2008 para las favelas de Brasil, aunque ya se habían demostrado sus ventajas en estudios anteriores. Las razones son evidentes: fomenta la convivencia en el respeto de unas normas, potencia la concentración del jugador y se cimienta en el desarrollo del pensamiento asertivo, es decir, el jugador debe analizar las posibles jugadas teniendo en cuenta las consecuencias que pueden derivarse de cada uno de sus movimientos y elegir aquella que le otorgue ventaja sacrificando las piezas imprescindibles para lograr su objetivo. Toda una escuela.

Pero el pensamiento asertivo también busca lo que es justo más allá del individuo. No se trata solo de lograr lo que más me convenga como individuo, sino como integrante de un grupo procurando lo que es justo y equitativo, es decir, insertar la idea de que «A veces, en la vida se dan situaciones en las que un empeño absoluto por ganar al otro sin concesiones conduce al desastre para los dos» [911. Y podemos adiestrarlos con hipótesis concretas: «Tú que harías si... encontraras tres galletas y estáis cinco compañeros sin desayunar y tuvieras mucha mucha hambre...». La idea de que compartir no saciará toda su hambre, pero sí le granjeará el respeto y la complicidad del grupo, lo cual es un beneficio superior, es importante.

La infancia es el periodo donde desarrollamos los hábitos que acompañarán al individuo el resto de su vida. La influencia de la familia se verá pronto desplazada por la influencia del grupo. Lo que no hayamos conseguido hasta los doce años, será muy difícil de conseguir cuando la influencia del grupo importe más los amigos. Y esto empieza con la pubertad.

La pubertad es la llave de la adolescencia, la puerta que conducirá al ser autónomo, con criterios propios. Desde la primera infancia, no viviremos ninguna otra época en la vida con transformaciones tan intensas. En ese momento, todas las claves educativas cambiarán. Entonces, nuestra fuerza y nuestra confianza descansarán en los cimientos de la infancia.

Pero esta es otra historia.