De la misma forma que nacemos con brazos y piernas, manos y pies, dedos, oídos, ojos, boca..., todos nacemos con unas capacidades cerebrales que pueden ser desarrolladas o no en función de nuestras necesidades de adaptación. El entorno que presentamos a un niño, las experiencias a que son sometidos, las personas con quienes se relaciona, el espacio físico en que se mueve, las pruebas que debe superar en el día a día, no son sino el medio al que debe adaptarse. Y desarrollará plenamente todas las capacidades que le sean necesarias para llevar a cabo esa adaptación. Un niño shuar adoptado y educado en un país industrializado no tendría más dificultades que cualquier otro niño escolarizado para desarrollar su capacidad numérica, su inteligencia matemática, pero si no sale de la selva, será una capacidad que permanecerá en unos niveles mínimos de desarrollo. Sencillamente no la necesita para sobrevivir. En cambio, su olfato será capaz de identificar y aislar una cantidad de información 400 veces superior a la de un niño occidental.

Un niño aislado no aprende a hablar, un niño sordo se dice que es sordomudo porque no llega a articular sonidos, un niño criado por animales, aprende a gruñir. Amala y Kamala, las niñas lobo de la india descubiertas en 1920, con 3 y 6 años aproximadamente, solo lograron un vocabulario de unas 40 o 50 palabras monosílabas con las que comunicarse con sus cuidadores en el orfanato, aunque esta historia es bastante sórdidal411, es una evidencia que la ausencia de estímulos impide el desarrollo de nuestras capacidades por muy grabadas que estén en nuestra programación genética como ocurre con el lenguaje o la motricidad. Para que Beethoven o Mozart fueran genios de la música hicieron falta dos circunstancias: la primera una capacidad innata genial; la segunda, el que la vida los pusiera en el camino de entrar en contacto con la música para descubrirla y les diera la oportunidad de potenciarla a través de una educación adecuada. Y cuando hablo de educación, no me estoy solo refiriendo a la destreza técnica de composición y ejecución de piezas musicales, me refiero también a la educación mental, emocional, que les hizo creer en sí mismos, en la empresa, en que merecía la pena perseverar en el esfuerzo que los conduciría hasta ese virtuosismo. En definitiva, la capacidad de asumir el esfuerzo como parte del camino, como algo necesario para lograr nuestro objetivo aceptando el aplazamiento de la recompensa. Nuestra mente es, pues, como ese teclado mudo de un piano o como las cuerdas de un arpa: todas están ahí, todas dispuestas a sonar, solo necesitan el dedo que las pulse. Es posible que muchas de ellas queden mudas porque la mano del pianista las ignore, pero siguen ahí esperando el momento en que podamos necesitarlas. A esto se refería Gustavo Adolfo Bécquer en su Rima VIIW1: todos somos genios, o tenemos nuestras genialidades, solo que no siempre llega esa mano de nieve que pulsa la cuerda acertada para despertar al genio que llevamos dentro. «Los niños son genios que no han llegado a realizarse», escribió Anatole France. Vamos a intentar ser no ya educadores sino «manos de nieve» para tratar de tocar la fibra esencial que despierte el genio de los niños cuya educación nos ha sido confiada.

A diferencia de nuestro cuerpo, el cerebro tiene una ventaja y una desventaja. La desventaja es que su evolución no es tan evidente como la del cuerpo, solo la podemos apreciar a través de los actos que produce cuando sabemos qué debemos observar. Si un niño no crece, es algo constatable porque es apreciable de forma inmediata; pero si un niño tiene un problema de dislexia, o de «lexitimia» - incapacidad de sentir emociones - la detección del problema será mucho más difícil, incluso puede llegar a pasar desapercibido confundido con problemas de actitud. Lo positivo es que con la estimulación adecuada, las posibilidades de desarrollo son muy superiores, es decir, el cerebro está menos condicionado, es más flexible. Hay quien ya afirma que no tiene límites, yo no me atrevería a tanto, aunque sí a decir que su capacidad es fabulosa.

Para acercarnos a ese objetivo vamos a ir recorriendo cada uno de los cuatro pilares básicos en el orden en que van implementándose en nuestro cerebro: inteligencia emocional, lingüística, social y moral. El talento desarrollado a partir de cada una de estas inteligencias no es un compartimento estanco: todas se relacionan entre sí, todas se necesitan. Difícilmente podremos educar unas buenas competencias emocionales si no disponemos de un adecuado nivel lingüístico, tampoco podremos avanzar en las habilidades sociales, ni en las morales. Como ya hemos visto, la atrofia de cualquiera de ellas puede llevarnos a la frustración e impedir la realización personal. Pero, por encima de las técnicas concretas que serán, en muchos casos, recurrentes, lo más importante en el proceso educativo será nuestra actitud vital, nuestro ejemplo mantenido a lo largo de ese periodo compartido, vivido, con nuestros hijos. Recordemos, una vez más, que no educamos con las palabras, sino con los actos.

LA EDUCACIÓN EMOCIONAL: LA AUTOESTIMA EN EL DESARROLLO

Los sentimientos y las emociones han sido tradicionalmente criticadas en nuestra sociedad como una «debilidad» frente a la mente racional que debe prevalecer. Hoy sabemos que los sentimientos dominan nuestras decisiones de forma inconsciente mediante asociaciones y conexiones neuronales. Un concepto dado atrae inmediatamente un estímulo asociado, una emoción, que nos predispone positiva o negativamente e impulsa nuestra actitud y nuestro posicionamiento vital frente a las situaciones concretas. Los sentimientos van, incluso, a reorganizar nuestra memoria para conferir un sentido lógico a nuestra existencia que justifique una interpretación de la realidad que sentimos. Esto quiere decir que los estímulos emocionales dominan nuestra vida y nuestros actos. Hoy sabemos, por ejemplo, que las palabras por sí solas activan los núcleos amigdalinos. Esto quiere decir que pueden activar por sí mismas sentimientos como el miedo o la euforia; los procesos mentales están conectados con la segregación hormonal.

Dos ideas clave debemos retener: la influencia de los padres en el diseño del mapa emotivo y sentimental del niño va a ser fundamental en su desarrollo como adulto y este mapa emocional va a diseñarse casi plenamente durante los cinco primeros años de su vida.

Si tenemos esto en cuenta, nuestra forma de relacionarnos con el niño durante sus primeros años cobra una relevancia determinante en el proceso educativo. Para ello, ya hemos propuesto el primer desafío: convertirnos activamente como padres en el referente que queremos mostrar a nuestros hijos. Nuestro segundo desafío es crear un universo armónico en torno al niño que produzca en él la clave de su éxito como persona: la autoestima. Y para ello, el niño ha de sentir que ocupa el lugar que le corresponde, que es deseado y querido por sus padres, que forma parte de una familia y de un proyecto en común. Si la empatía es siempre importante, ahora es imprescindible. Por eso trataremos de imaginar por un momento su experiencia en el momento de ver la luz por primera vez:

¿Se imaginan si desde siempre hubieran vivido en una nave espacial, casi en ingravidez, con un número de estímulos muy limitados - pocos sonidos, pocos olores, pocas sensaciones táctiles, pocas imágenes y colores - y, de repente, la nave se estrella en el planeta Tierra y son arrojados a un mundo desconocido y hostil? ¿Se imaginan que no tuvieran ninguna información sobre el planeta y que se despertaran sin saber quiénes son, qué mundo es ese? Y, por último, ¿se imaginan que no tuvieran fuerzas ni para levantar la cabeza, que no pudieran soportar su propio peso y que el mero hecho de moverse les supusiera un esfuerzo increíble? ¿Qué harían en esta situación? Probablemente cerraríamos los ojos esperando que con el sueño se pasara la pesadilla. Pero al despertar ese mundo extraño seguiría allí, ¿qué nos puede salvar del miedo? ¿Pueden imaginar una situación de mayor indefensión que la descrita?

Afortunadamente, venimos preparados con un «kit» de supervivencia en nuestros reflejos innatos que nos permitirá buscar soluciones inmediatas: pronto detectaremos un olor familiar en medio de ese caos, lo seguiremos, nuestros labios entrarán en contacto con otra piel y, sin saber cómo lo hacemos, comenzamos a succionar mientras escuchamos unos latidos que nos recuerdan nuestra cápsula, sentimos sus vibraciones, y la experiencia nos produce bienestar y satisfacción, sensaciones que enlazan con aquella otra también dulce del líquido que nos envolvía en nuestra nave. Olores, sonidos y sabores nos permiten aferrarnos a lo que aún queda de nuestra cápsula espacial en este mundo: a nuestra madre. Cuando aterrizamos aquí necesitamos alimentación y protección mientras nuestros músculos se adaptan al nuevo hábitat y nuestro cerebro digiere y ordena esa información para que pueda ser usada. Será largo el camino hasta alcanzar la autosuficiencia. Afortunadamente para el bebé, la genética juega a su favor y lo sitúa junto al mejor aliado porque la mujer está diseñada, programada hormonalmente, para proporcionar ambas cosas a la nueva criatura.

Recién dada a luz mi mujer notaba la subida en el pecho cada vez que oía llorar a su hijo o a cualquier niño; lo cual, en más de una ocasión, la puso en algún apuro cuando se encontraba en la calle. Cualquier mujer con quien hablemos nos puede contar experiencias semejantes. En cualquier caso, baste contemplar sus rostros cada vez que se acercan a un recién nacido. Hay una ternura innata, instintiva, que las lleva a proteger a esas criaturas indefensas incluso contra el propio padre que, a veces, solo ve en el bebé un elemento de distorsión en su relación de pareja al que cuesta digerir. Aunque el hombre no es ajeno a sentimientos como la ternura, el amor de la madre por su hijo va a ser la mejor escuela de amor para el varón. Porque queremos a esa mujer, aprendemos a amar lo que ella ama, a protegerlo para proteger sus sentimientos. Y cuando esta empatía se produce, la mujer descansa en la seguridad de un proyecto en común del que esa criatura ya forma parte. Solo así, la naturaleza puede garantizar la supervivencia de una especie, la nuestra, cuyos cachorros son los más indefensos y requieren de mayor tiempo para madurar y desarrollarse hasta conquistar su autonomía.

Aunque quizás la mejor demostración de lo que acabamos de decir sea el hecho de que ninguna madre ve feo a su hijo, y hay que reconocer que los recién nacidos no cumplen precisamente los cánones de belleza: su cabeza ocupa un 25 % del cuerpo, el cuello que la sostiene es demasiado delgado, si el parto ha sido natural, tendrá una apariencia apepinada por la adaptación de los huesos del cráneo a la estrechez pélvica. Por la misma razón son chatos, el hueso de la nariz es cartilaginoso y se hunde para facilitar el paso. La barbilla está excesivamente retraída, pero eso posibilita el que pueda tomar el pecho con más facilidad; los ojos son desproporcionadamente grandes y nada más nacer tienen un color amoratado en la piel que antes de convertirse en el aterciopelado rosa final irá pasando por todas las fases de piel de sapo mal pintado. En resumen, les puedo afirmar que he visto bebés más feos que el extraterrestre de Spielberg. Pero todo se transforma cuando se mira con los ojos del corazón, la realidad la construimos en nuestro interior a través de nuestros sentimientos, por eso, en ese instante, no hay nada más hermoso para una madre.

Por esto precisamente, por esta carga emotiva, es tan compli cado mantener el justo grado de equilibrio para no caer en el desapego ni en la sobreprotección o para no identificar el «querer» con «dar». Hoy se confunde con muchísima facilidad el querer a un hijo con proporcionarle todos los bienes y recursos materiales que pueda necesitar y que, a veces, a los padres nos faltaron. Y nos olvidamos con frecuencia de que el mayor bien que podemos ofrecer a nuestros hijos somos nosotros mismos, y que esos regalos, esos bienes materiales que les proporcionamos sin que ellos nos los pidan, a veces, son meros sustitutivos de la presencia física del padre o la madre junto al niño, de esa caricia en la mejilla, de esa noche junto a la cuna cuando tiene fiebre o miedo, de esa sonrisa en el parque mientras juega, de esa palabra amable cuando ha logrado entrar en el equipo de fútbol del colegio o ha sacado su primer sobresaliente en las notas, de ese abrazo de acogida cuando ha fallado ese gol o ha sido rechazado por la chica que era el amor de su vida; en definitiva, de nuestra presencia en sus vidas.

Desde ya hemos de ser conscientes de que el mayor estímulo educativo que podemos ofrecer a nuestros hijos es nuestra presencia, nuestra atención y nuestro cariño. Sin eso, nada es posible. Dice un conocido refrán que «El roce hace el cariño» y es cierto, sin contacto asiduo y cálido no hay posibilidad de educar.

YA PUEDES DESDE EL EMBARAZO: EMPIEZA LA CUENTA ATRÁS

El sostener una criatura recién nacida entre las manos es una de las experiencias más gratificantes que pueda sentir cualquier ser humano. Aún recuerdo la ternura de sostener a mis hijos recién nacidos, absolutamente indefensos entre mis dedos, y a pesar de ello, tranquilos y confiados. Cómo a los pocos días sus ojos nuevos miraban todo con una curiosidad devoradora, cómo me examinaban al acercarme y cómo me reconocían. E intuyo que lo que yo siento es infinitamente más suave que lo que puede sentir una madre cuando abraza a su hijo junto a su pecho o lo alimenta. Es innegable que vienen al mundo dotados de un «kit» de supervivencia: el primer recurso es la capacidad de despertar ternura en los adultos, una ternura que incita a la protección de la nueva vida y, el segundo recurso, una zona límbica preparada para transmitir sensaciones y emociones que se traducirán inmediatamente en órdenes de búsqueda y rechazo.

Sin embargo, nada de esto es improvisado. El cuerpo y el cerebro se han ido formando en el vientre materno poco a poco y el desarrollo ha ido generando la capacidad de percibir estímulos desde antes del nacimiento. Hoy sabemos que el cerebro comienza a registrar sensaciones y emociones desde el embarazo. Por eso, somos padres desde antes de que nuestro hijo nazca. Y la experiencia es maravillosa.

¿QUÉ SIENTE Y CÓMO SIENTE UN NIÑO ANTES DEL PARTO?

Desde el momento de la fecundación hasta el parto, la construcción del nuevo ser es un fenómeno trepidante, es un auténtico milagro. El feto, junto al cuerpo, irá formando progresivamente el sistema nervioso que tendrá que estar maduro para el momento del nacimiento. Es importante que comprendamos su evolución porque desde el momento mismo en que una madre sabe que está embarazada comienza la aventura y puede interactuar con su bebé. Antes de leer los estudios realizados ya lo sabía. Durante los embarazos de mis hijos, mi mujer y yo adoptamos la costumbre de echar crema hidratante en el vientre en prevención de estrías. Se había convertido en un ritual que a mí, como padre, me permitía participar de alguna forma en ese maravilloso proceso de traer una vida al mundo. En ambos casos, el vientre se fue abultando hasta que, llegado un día, el bebé comenzó a interactuar con mi mano de forma inequívoca, y lo que al principio pudo parecer fruto de la casualidad, se transformó en un diálogo. A él le gustaba. Cuando comenzaba los movimientos suaves y rotativos tomaba posición. Se giraba y una protuberancia, como una joroba, aparecía en el vientre de mi mujer. El niño se sentía acariciado y correspondía a su manera a este ritual. La experiencia se reprodujo en el segundo embarazo, aunque el niño fue más perezoso para hacerse notar.

El tacto es uno de los primeros sentidos en desarrollarse en el feto; alrededor de la séptima semana ya empieza a experimentar sensaciones en la zona bucal, y esas sensaciones irán ampliándose sucesivamente al resto de la piel. A las doce semanas ya tiene desarrollado el sentido del tacto, pueden reaccionar ante estímulos concretos, de ahí que mis hijos respondieran a los movimientos externos al aplicar la crema. Aunque al principio rehúye el tacto con las paredes del útero, poco a poco se va habituando. Ya hacia el séptimo mes empieza a reconocer su propio cuerpo, se toca la cara, se agarra los pies, flexiona las rodillas, abre la boca, se chupa los dedos. También nota las vibraciones exteriores y llega a distinguir texturas. Esto significa que también puede sentir dolor. Hay quien asegura que no pueden experimentar dolor por falta de maduración en la corteza cerebral pero sucede que el centro del dolor se produce en el tálamo cuyo desarrollo es anterior. Según la doctora López Barahona1441 «...a las 9 semanas el feto ya tiene receptores para el dolor.. .por lo que siente». Y, además, su capacidad de experimentar dolor sería muy superior al nuestro porque, según el doctor F. Reinoso~451, el componente inhibitorio que nos permite paliar o gestionar el dolor no se desarrolla hasta semanas o meses después del nacimiento. En cuanto a la vista, cuando el niño nace es capaz de reconocer la luz, seguir su movimiento y ver a una distancia de entre 20 y 40 centímetros. Esto quiere decir que puede definir los rasgos del rostro de la madre que lo amamanta. En el sexto mes de embarazo los ojos ya están formados y, a partir del séptimo, abre y cierra los párpados. Al octavo mes, ya son sensibles a la luz, sus pupilas se dilatan o contraen y cierra los ojos para dormir. Es capaz de localizar el foco luminoso como una claridad rojiza percibida a través de las paredes del útero y el vientre hinchado, incluso, si resulta molesto, el sol por ejemplo, girarse para protegerse de él.

El gusto y el olfato están muy relacionados y evolucionan de forma paralela. Ya desde la octava semana el feto es capaz de abrir y cerrar la boca y comienza a tragar algo de líquido amniótico. Al cuarto mes ya puede distinguir sabores diferenciados. Se ha demostrado que acelera la deglución de líquido amniótico cuando nota un sabor dulce, y que deja de hacerlo en el acto si nota un sabor amargo o desagradable. Estos sabores están relacionados con la ingesta de alimentos de la madre. A través del olfato reconoce a su madre, esto le permite localizar el pecho al nacer. Es interesante el experimento que consiste en acercar al recién nacido dos algodones impregnados en leche materna, uno de ellos de su propia madre. El bebé siempre dirigirá la boca hacia el de su madre. En realidad, el olfato ya está totalmente desarrollado a partir del cuarto mes de gestación. El líquido amniótico está impregnado de los olores vinculados a la alimentación de la madre. Algunos investigadores cifran en unos 120 olores diferenciados los que impregnan el ambiente uterino y su combinación específica es la que permitirá identificar el olor concreto de la leche materna.

También los sonidos llegan hasta el feto, amortiguados por la pared uterina, y es capaz de reconocer la voz de su madre ya desde antes de nacer. En experimentos realizados se ha comprobado cómo, al acercar al vientre una grabación con la voz de la madre, los latidos del feto se aceleran. El fenómeno no se produce si la voz corresponde a cualquier otra mujer. El oído ya está formado al final del cuarto mes de embarazo. El niño reacciona a los ruidos externos acelerando los movimientos y el ritmo cardíaco. Desde la mitad del embarazo el feto vive en un mundo marcado por la regularidad rítmica del corazón materno. A ello debemos añadir el fluir continuo de la sangre y de la respiración. Quizá esto explique el efecto sedante que en todos nosotros tiene el sonido del fluir de una fuente, de la lluvia o de las olas del mar. También sufre sobresaltos ante ruidos fuertes como un portazo. Y es importante saber que se relaja o se agita según el tipo de música que escucha la madre y que prefiere la música suave y melodiosa.

Por último, debemos saber que el estado de ánimo de la madre influye en el desarrollo neurobiológico del feto, y también en su comportamiento. Y no solo esto, sino, además, en su actitud hacia el recién nacido, lo que acentuará ambos factores. Como veremos a continuación, las madres depresivas experimentan rechazo o desapego hacia sus hijos. Esto hace que los niños sean más irritables, más tensos y más sensibles a la fatiga. Luego tendremos que cuidar a la madre.

VENCER LAS DIFICULTADES DURANTE EL EMBARAZO

El embarazo es un precioso periodo de esperanzas e ilusiones compartidas, supone la plenitud de una mujer; pero no siempre es una noticia deseada y, a veces, resulta difícil de asimilar cuando nuestras circunstancias personales, laborales o sociales, no las percibimos como idóneas para vivir el reto. La prueba de ello es el alto índice de depresión asociado al embarazo. En este sentido es sumamente clarificador el estudio realizado por Luz M' Fernández Mateos y Antonio Sánchez Cabaco, de la Universidad Pontificia de Salamanca 1461. Aproximadamente, un 50 % de las mujeres embarazadas sufre depresión, en solo un 16 % persiste en el posparto. Existen causas personales que predisponen a la depresión, por ejemplo, un historial previo de inestabilidad emocional por parte de la gestante; pero, en mayor medida, las causas son externas y en cualquiera de los casos podemos prevenirlas mediante un adecuado seguimiento del embarazo.

Nuestros autores realizaron el estudio sobre una muestra de 146 gestantes. Quizá la muestra no fuera lo suficientemente amplia dada la complejidad de la investigación propuesta. Por ejemplo, uno de los elementos investigados es la incidencia en la depresión relacionada con el hecho de estar o no casada, pero solo se establecieron dos grupos: el primero correspondía a las mujeres casadas, un 90 % de la muestra; el segundo, las no casadas, donde se agruparon a mujeres divorciadas, junto con las que tenían pareja estable, madres solteras, etc., y suponían solo el 10%. Entiendo que los resultados en este sentido no logran ser muy representativos. No obstante, las conclusiones ponen de manifiesto algunos aspectos importantes que coinciden con otras investigaciones.

Entre los factores analizados que influyen en la depresión, muchos no dependen de nosotros: los factores psicosociales (situación económica, problemas de vivienda, situación laboral, etc.), síntomas fisiológicos (náuseas, vómitos, anorexia), factores obstétricos, falta de atención materna, embarazo no deseado, etc. Pero entiendo que debemos destacar aquel factor en el que sí podemos incidir positivamente como prevención: la influencia decisiva del apoyo de la pareja y la familia. Sin el apoyo conyugal se propicia una baja autoestima, a la que se suma la ansiedad por afrontarla nueva situación y las nuevas responsabilidades. Esto incrementa la tensión negativa y la probabilidad de sufrir depresión en la mujer embarazada. Y ahí, el papel del hombre puede ayudar de forma determinante para evitarlo si somos concientes de ello. El hombre ha de procurar mantener a lo largo del embarazo una actitud positiva e ilusionada, una actitud de apoyo incondicional que logre transmitir sensación de tranquilidad, sosiego y seguridad en el futuro. En este momento, la mujer experimenta una transformación física, pero además, las hormonas harán que los estados de ánimo sean inestables. Esto favorece la inseguridad en aspectos básicos para el ser humano y que están relacionados con la supervivencia: la economía, el hogar, el apoyo efectivo y real por parte de su entorno. Y muy especialmente por parte del marido: cuando se miran al espejo y ven cómo su vientre se hincha y sus pechos se inflaman, cómo ganan peso hasta no reconocerse a sí mismas, la duda de si seguirá gustando, siendo deseada, el veneno de pensar que va a perder todo el atractivo sexual... El hombre debe, entonces, aparcar su propio miedo, y sus dudas. Y si manifestamos miedo o preocupación, que sean proactivos, es decir, que tengan una solución preparada para transmitir seguridad, en sentido positivo con un mensaje alentador. La futura madre debe sentir que no está sola, pero además, debe sentirse querida y deseada. Lo cual, aunque a la mujer le resulte increíble viéndose en ese trance, no es difícil para nosotros porque nunca una mujer es más tierna y bella que durante el embarazo. Dicen que unas hormonas, los estráganos, son las responsables, que la piel se vuelve más tersa y luminosa, que el pelo es más sedoso y abundante, que los labios y la nariz se engrasan ligeramente y que los ojos adquieren un brillo especial. Sin duda es cierto, pero quiero pensar que gracias a ellas o a pesar de ellas, además, ese periodo nos regala al hombre la oportunidad de asociar al deseo sexual, una emoción de ternura hacia esa mujer vulnerable, y eso nos transforma y nos enriquece como seres humanos en nuestra forma de relacionarnos con ellas.

Por su parte, el apoyo del círculo familiar inmediato; en especial el apoyo de los padres de la futura madre es especialmente importante. En esta situación, la imagen materna se toma como referente y confidente. Es como si, inconscientemente, madre e hija se dieran la mano en un rito iniciático. El desapego de la madre suele generar ansiedad en la gestante. El ánimo y la ilusión de la familia otorga estabilidad emocional y tranquilidad.

Conociendo estos datos, cuando se presenten síntomas de depresión, en lugar de culpar a la madre - ya se culpa a sí misma lo suficiente y no necesita apoyos externos - debemos procurar ofrecer comprensión, cariño y paciencia. Y si la situación se hace preocupante, siempre que sea posible, buscar ayuda especializada mediante terapia de apoyo y evitando fármacos que puedan afectar al desarrollo del feto. Pero para ello, la mujer debe ser consciente del problema y estar dispuesta a aceptar esa ayuda, lo cual no es fácil cuando la percepción de la realidad se ve alterada durante un estado depresivo. Si están atravesando esa situación, quizás leer estas líneas le ayuden a dar el paso de dejarse apoyar. Acudir a un psicólogo o a un psiquiatra no es algo que deba avergonzarnos, es concedernos el espacio y el tiempo necesarios para reorganizar nuestras emociones y enfocarlas en la dirección adecuada. A veces, la mente nos juega malas pasadas y reaccionamos inconscientemente de forma negativa ante determinados estímulos. Pero somos nosotros los que seleccionamos mentalmente ese estado de ánimo, es un estado de conciencia. El no comprender qué nos ocurre nos hace sentir culpables sumergiéndonos en una espiral de la que puede que no sepamos salir por nosotros mismos porque desconocemos el origen y los resortes que pueden ayudarnos. En ese estadio donde domina el sentimiento de inutilidad y culpabilidad, el amor del cónyuge puede ser sentido como una agresión, como si él no tuviera derecho a esperar de mí nada, como una exigencia inaceptable. Reaccionamos con hostilidad ante las muestras de cariño y tendemos a refugiarnos en la incomunicación y la soledad. Hay que salir de ahí y, cuando nuestras emociones nos traicionan, saber confiar en quienes racionalmente sabemos que nos quieren. No hay depresión en la que no brille un rayo de lucidez que otorgue a la persona la capacidad de decidir. Hay que tener paciencia y aprovechar esa ventana cuando se produzca.

PAUTAS BÁSICAS DURANTE EL EMBARAZO

Cuando se es mujer, la mejor forma de cuidar al futuro hijo es cuidar de sí misma, quererse a sí misma, valorar la experiencia en la conciencia de su significado real: el alcanzar la plenitud de «ser madre», mantenerse mentalmente en una actitud y un pensamiento positivos; cuando se es hombre, cuidar de la mujer, quererla y hacerle sentir ese amor y que también nosotros deseamos ese hijo, ese futuro compartido. Un estado de ánimo sereno, positivo, optimista, esperanzador en la pareja, en el hogar y en el entorno es el mejor caldo de cultivo para el correcto y sano desarrollo físico, mental y emocional de la criatura que llama a la puerta. Recordemos una vez más que nuestra fuerza no nace de la ilusión de que no habrá problemas, sino de la certeza de que juntos podremos superarlos llegado el caso. Los siguientes puntos nos ofrecerán algunas pautas positivas de conducta que irán ya incidiendo en la evolución de nuestro hijo incluso antes de nacer.

1.Cuidar los hábitos alimenticios y Procurar una nutrición equilibrada. Y, aunque esto vaya a sentar mal a algunos futuros padres, es conveniente satisfacer los «antojos» de la mujer embarazada. No está clara la causa de los «antojos» a los que hay quien niega cualquier fundamento científico basándose en el hecho de que no todas las mujeres los experimentan. Y es cierto. Como también lo es que hay quien afirma que suelen manifestarse como consecuencia de algunas carencias nutricionales que el cuerpo trata de satisfacer. También es evidente que los hay de origen puramente psicológico: a partir del sexto mes, parece que los «antojos» responden más a un mecanismo sustitutivo a través del cual las mujeres tratan de reafirmar su seguridad sintiéndose centro de atención. Sea por necesidad física o por necesidad psicológica, lo prudente es atenderla. En el primer caso, para procurar las sustancias que el cuerpo necesita - la apetencia desmesurada de leche o lácteos podría deberse a la necesidad de incremento de ingesta de calcio para la formación del feto, por ejemplo-; en el segundo caso, para evitar estados de ansiedad derivados de lo que ella pueda considerar falta de atención. Quizás en el tratar de animar a los padres a que atiendan estas demandas a través del miedo esté el origen del mito popular que asocia los antojos no satisfechos con la aparición de manchas en la piel del recién nacido con formas caprichosas - mi madre decía que la mancha ovalada que tengo en el antebrazo izquierdo se debía a un antojo insatisfecho de aceitunas durante mi embarazo-; en cualquier caso, conviene atenderlas siempre para cuidar su autoestima y por cuanto supone de reafirmación del papel de la mujer gestante en ese momento concreto dentro de la familia.

2.Cuidarlos hábitos saludables desde elprimermomento. Esto significa suprimir el tabaco y el alcohol y cualquier otra droga de las llamadas blandas o duras. Se dice que lo que come la madre lo disfruta el bebé y es cierto. Hoy sabemos que el líquido amniótico está impregnado de sabores y olores que el feto aprende a distinguir dentro del útero y que proceden de lo que la madre ingiere. Además, procurar hacer un ejercicio diario moderado, el caminar es el más indicado. Y debe realizarse no como una obligación impuesta, sino como un disfrute, cerrar los ojos, relajarse y respirar. Hay que evitar que si un día cualquiera no damos el paseo nos sintamos culpables o tratar de batir el record de la maratón porque estamos en forma. Si se practica deporte habitualmente, se puede y se debe continuar, siempre que no intervengan movimientos bruscos o vibraciones o golpes que puedan poner en riesgo el embarazo. Sería desaconsejable para una mujer embarazada seguir montando a caballo o practicar judo. También la carrera transmite vibraciones a cada paso, lo que no ocurre con la natación, la bicicleta estática o la elíptica. En estos casos, el sentido común y el conocimiento del propio cuerpo son los mejores consejeros.

Entre los hábitos saludables está el dormir un mínimo de ocho horas con regularidad deforma natural. Procurar un ambiente relajado tanto en la realización de tareas domésticas como en el desarrollo profesional cuando la mujer decida o deba seguir activa hasta el momento mismo del parto. Dicho de otra manera, aprender a tomarse la vida con un ritmo más tranquilo y asumir que no todo tiene que quedar hecho ni perfecto, y que no pasa nada. Cuando existan problemas en este sentido - sueño, nerviosismo, ansiedad-, algunas sesiones de técnicas de relajación o meditación pueden ayudarnos mucho, no solo durante el embarazo, sino a lo largo de la vida.

3.Cuidar el entorno social y la preparación al parto: También el conocimiento ayuda cuando se es primeriza o primerizo. En este sentido, las madres desempeñaron siempre un papel fundamental en cuanto a transmitir tranquilidad y sosiego explicando a sus hijas los síntomas que iban a experimentar paso a paso. Pero no siempre contamos con la ayuda serena de las madres, la sociedad moderna tiende a la disgregación y no todas las mujeres están en disposición de brindar este apoyo. A veces, resulta incluso contraproducente cuando trasladan miedo o desprecian lo que la primeriza experimenta por primera vez y supone para ella un universo nuevo. Llegado al caso, apuntarse a una buen centro de preparación al parto nos puede ayudar mucho. Cuando se comparten las experiencias y la mujer se siente parte de un grupo, se normalizan las sensaciones y se asumen con más naturalidad y tranquilidad las transformaciones experimentadas, evitamos alarmas innecesarias cuando anticipamos experiencias y las células espejo, al contar con una buena guía de grupo, actúan de normalizadoras. Además, sería muy conveniente que el cónyuge participara de la experiencia por cuanto supone psicológicamente de apoyo e información compartida que fortalece la sensación de proyecto en común y seguridad en el futuro. No es infrecuente que sea el padre quien genere, por miedo o desconocimiento, situaciones de alarma injustificada y contraproducente.

4.Interactuar con el feto: A partir del quinto mes ya podemos interactuar con el feto. La madre es el elemento fundamental. Antes se pensaba que una mujer que hablaba con su vientre desvariaba, hoy sabemos que el feto capta el tono y reconoce la voz de la madre, y que lo tranquiliza, que sus latidos se normalizan, que se relaja. En este, como en muchos otros casos, el conocimiento intuitivo de una madre en la naturaleza es irreemplazable. No es importante el contenido, sí el amor que se traslada a través del tono y la cadencia de las palabras. Por eso, cuando la madre sienta el deseo de hablar con su hijo, debe hacerlo y buscar el momento de sosiego e intimidad adecuado para ello. También sabemos que el tacto se ha desarrollado y que podemos interactuar transmitiendo sensaciones. Ya podemos acariciar el vientre suavemente en la conciencia de que él nos siente, y es el momento de dar entrada al padre en el milagro de crear una nueva vida. Mi experiencia personal en este sentido es uno de los recuerdos más gratificantes. Sabía que mis hijos estaban esperando ese instante del día y, cuando la madre se reclinaba para tomar postura, el vientre comenzaba a moverse, ellos ya sabían lo que les esperaba y se acomodaban para recibir las caricias de su padre.

Si la voz es importante, también los sonidos lo son. Evitemos los sonidos estridentes y estrepitosos. La música melodiosa y suave, en concreto la música clásica, serena los biorritmos y proporciona estabilidad emocional. Gordon Shaw, neurobiólogo de la Universidad Irvine en California, afirma en este sentido que: «Al escuchar música clásica, los niños se estimulan, ejercitan neuronas corticales y fortalecen los circuitos usados para las matemáticas. La música estimula los patrones cerebrales inherentes y refuerza las tareas de razonamiento complejo» [47]. Los experimentos realizados demuestran que los niños que durante el embarazo han oído música clásica nacen más tranquilos, con los ojos y las manos abiertas y lloran menos, duermen más horas, se alimentan mejor y se sienten más seguros. Tienen más facilidad para el aprendizaje y son capaces de mantener la concentración durante más tiempo. También manifiestan habilidades superiores en lenguaje, música y creatividad. Se acentúa su curiosidad y son capaces de procesar más información de forma más rápida y precisa. Y estas habilidades les facilitarán el camino del aprendizaje escolar. Para ello basta con dos sesiones al día de treinta a cuarenta y cinco minutos a partir del cuarto mes. Y, lo más importante, no hay efectos negativos. Merece, pues, la pena buscar ese momento de intimidad para hablar con nuestro futuro hijo escuchando serenamente música clásica de fondo.

Una mujer embarazada no es una mujer enferma. Es una mujer en plenitud de su feminidad que desarrolla la función para la que ha sido dotada por la naturaleza. Pero todo influye. El procurar amor, tranquilidad, seguridad y apoyo en el entorno son los elementos claves que van a permitir el desarrollo pleno del feto, el que le va a ser necesario antes de nacer, y no solo en el aspecto fisiológico, sino también en el diseño incipiente de las conexiones que van apareciendo en el cerebro del nuevo ser. No hay mejor terapia edu cacional ni ahora ni más tarde que el amor, en primer lugar, de la mujer hacia sí misma para poder amar al nuevo ser que va formándose en sus entrañas; en segundo lugar, del hombre hacia la mujer, un amor que le otorgue la autoestima y la seguridad necesarias para poder valorarse a sí misma a través de los ojos de la persona amada; y, en tercer lugar, el amor de la familia hacia la pareja, que les confiera la confianza de proyección hacia el futuro, de esperanza para que puedan construir sobre cimientos sólidos. Las circunstancias, con frecuencia, hacen imposible este especie de sueño dibujado que acabo de realizar. En última instancia, el embarazo es un estado de comunión permanente de la madre con su hijo, y porque el mundo puede fallarle la evolución ha hecho de la mujer el ser más poderoso de la pareja, para que sea capaz de bastarse a sí misma llegado el caso.

PAUTAS A SEGUIR DURANTE SU PRIMER AÑO

CONFIAR EN LA NATURALEZA

¿Recuerdan a nuestro astronauta recién aterrizado? En ninguna otra etapa de la vida se va a experimentar un desarrollo tan trepidante y acelerado tanto del cuerpo como del cerebro. El primer año de existencia es la mayor y más intensa aventura de nuestra vida. Durante los primeros meses «todo» ha de ser aprehendido e integrado para crear conciencia del mundo exterior y del propio cuerpo. Solo así podremos aprender a sobrevivir en él, y la única garantía de supervivencia para un bebé somos los adultos.

Y la primera garantía es la madre, cuya conexión con el bebé es íntima, se comienza a preparar desde el mismo embarazo y sigue con la lactancia. El proceso es maravilloso. La hormona responsable de ello es la prolactina que ya está presente durante la gestación, pero que no llega a actuar inhibida por los estrógenos y la progesterona. Una vez que el niño ya ha nacido, el único estímulo que necesita la mujer es sentir el contacto y la succión de su hijo. A partir de ese instante, la orden llega al hipotálamo y de ahí a la hipófisis donde se produce la prolactina. Es el momento de la subida. Pero aún no está lista, aún nos queda enriquecer esa leche aportándole los nutrientes indispensables: grasa y proteínas. Para ello, el estímulo rebota hasta el hipotálamo que produce oxitocina; con ella se abrirán los conductos correspondientes (galactóforos). Y he aquí que la comida está servida en su punto y a la temperatura adecuada.

Pero también las emociones están programadas mediante la producción de otras hormonas que aseguran al bebé el cariño de su madre. Gareth Leng, profesor de fisiología experimental de la Escuela de Ciencias Biomédicas de la Universidad de Edimburgo, nos señala cómo la oxitocina influye en la primera emoción de vínculo entre madre e hijo. Esta hormona, que se genera durante relaciones emocionales intensas como el orgasmo, la lactancia, la risa, y que también nos empuja a mantener lazos estables con nuestra pareja, curiosamente se produce en grandes cantidades durante el parto. Una vez establecido el vínculo, la producción de dopamina, responsable de la ternura y el cariño, harán el resto. Es cierto que el hecho de caminar erguidos supuso una gran conquista para la supervivencia de la especie, pero trajo la servidumbre del estrechamiento pélvico que obliga a que el bebé aún esté inmaduro al nacer, totalmente indefenso. Quizás por esa causa, la naturaleza no tuvo más remedio que tomarse tantas molestias para proteger esta primera etapa infantil.

El varón es una farmacia peor surtida, pero en él tampoco faltan los mecanismos básicos. Nada se deja al azar. Las relaciones sexuales con una pareja estable se han fortalecido por la segregación de oxitocina. Las células espejo lo llevan a sentir, comprender y emular las actitudes de la mujer hacia el bebé recién nacido. Pero debemos bajar el nivel de tensión para admitir a la nueva criatura en nuestro pequeño universo y prepararnos para atenderla también nosotros, ocuparnos de cuidarlo a él y a la propia madre en estos momentos de vulnerabilidad física y emocional. Para ello, se ha demostrado que baja el nivel de testosterona y que el descenso es más acusado cuando el padre pasa más tiempo en estos menesteres1481. El cazador pierde interés por alejarse, por seguir procreando, y se mantiene en el entorno de la cueva para defender y atender la familia. ¿Qué más se puede pedir a un buen director de orquesta?

CIMENTANDO SU PERSONALIDAD

La autoestima, durante los primeros meses de vida, se consigue logrando que el bebé se sienta seguro, y lo estará cuando tenga quien lo atienda proporcionándole los cuidados físicos que necesita - alimentación e higiene - y, no menos importante, también los cuidados afectivos - cariño, contacto, nanas... - para que se sienta «querido», en un entorno amigo. Es decir, procurando evitar en la medida de lo posible estados de ansiedad. Tallie Z. Baram, neuróloga de la Universidad de California 1491, descubrió cómo el afecto, las caricias y otros estímulos sensoriales, contribuyen a desarrollar en el cerebro del niño actividades neuronales que aumentan la resistencia ante el estrés y potencian las capacidades cognitivas. El cariño materno actúa sobre los genes que controlan un mensajero clave del estrés, la hormona (angiotensina) liberadora de corticotropina. El cariño contribuye a que se disminuya esta hormona, lo que dota a los niños de mayor resistencia para soportar situaciones de ansiedad y ayudan a modular respuestas.

Y si bien los padres estamos muy atentos a los progresos físicos, que son constatables desde el primer momento, no lo estamos tanto a otros no menos importantes como son el aprendizaje sensorial-afectivo y el aprendizaje cognitivo. Recuerdo la ilusión con la que asistía a cada nueva conquista de mis hijos, cómo llevábamos el control de aumento de peso gradual, cómo seguíamos las tablas, cómo cada paso que manifestaba un progreso era algo maravilloso: «Hoy ha levantado la cabeza, mira, parece una tor tuga», «Ya está apuntando el primer diente», «Hoy, cuando he ido a cambiarlo, se había dado la vuelta en la cuna», «¿Te has fijado cómo sonríe cuando te ve?»... y yo miraba, y acercaba mi cara y ella sonreía no solo con los labios, con toda la cara, entrecerrando los ojos y eso me hacía sentir alguien especial para aquella criatura con el tiempo entero. Pero, en cuanto a la mente, parece que el bebé no hiciera nada cuando es el momento en que más trabajo tiene. Es el tiempo del bibliotecario.

CUIDAR EL SUEÑO EN EL BEBÉ: LLAVE DEL APRENDIZAJE Y ESTABILIDAD EMOCIONAL

Organizamos la información en nuestro cerebro durante el sueño, el «tiempo del bibliotecario». Entre las funciones del sueño, para el aprendizaje ésta es la más importante. Abrimos las puertas de la Biblioteca que son nuestros sentidos. Comienzan a entrar cajas de libros, cada imagen percibida, cada sonido, cada olor, cada sensación comporta miles de unidades de información, como si fuera un libro. Pero el bibliotecario, nuestro cerebro, debe catalogar esos libros y ordenarlos en sus estanterías. De otra forma, cuando necesite consultar alguno de ellos, no podrá encontrarlo. De nada sirve tener millones de libros si no podemos usar su información. Para eso, cierra las puertas - interrumpe el flujo de información a través de los sentidos - y se dedica a catalogar y ordenar los libros por toda la Biblioteca. Cuando ya los ha ordenado, está en disposición de recibir más. Vuelve a abrir las puertas para recibir más información, más libros hasta que se le acumula nuevamente el trabajo y tiene que cerrar para organizar.

Al principio, cada libro nuevo requiere ser catalogado. Es un proceso lento, hay que observar detenidamente el libro. Son muchísimos, y todos parecen exactamente iguales. Así que la mente comienza una catalogación básica inspirada en un principio elemental, las sensaciones que nos producen: esto me agrada, esto me desagrada. Desde ese momento, el bibliotecario tenderá a dejar entrar aquellas experiencias que le agradan y procurará recha zar las que no le agradan. Con el tiempo empezará a comprender diferencias y matices: número de páginas, tipo de encuadernación, estado de conservación, título, editorial, año de publicación, edición, autor, dimensiones del libro y... asignación de signatura para que me indique dónde puedo localizarlo. Nos puede parecer fácil, pero no lo es. Nadie te ha dicho cómo debes catalogar los libros, así que empiezas a operar instintivamente. Al principio los ordenas por colores, pero cuando llevas un buen número, te das cuenta de que no es un criterio útil porque no todos los libros caben en las mismas estanterías, que sería más útil clasificarlos por tamaños. Así que los reorganizas. Pero siguen llegando libros y, un día, te das cuenta de que el mismo título puede venir en distintas encuadernaciones, que tampoco el tamaño por sí mismo es un criterio útil, y vuelves a cambiar de criterio para ordenarlos por títulos hasta que te das cuenta de que los autores se repiten y pueden tener varias obras. Y vuelta a reorganizar, y esta vez utilizas un doble criterio o un triple criterio. Cada vez que estás saturado de trabajo, cierras las puertas y te dedicas a catalogar los nuevos ejemplares y a ordenarlos en sus estanterías correspondientes, es decir, duermes. Poco a poco se repiten los títulos, los autores, las obras y compruebas en tu fichero que ya los conoces, ya los has catalogado y están en su sitio. Muy lentamente, a medida que el trabajo se va realizando, y los criterios se van definiendo, necesitas menos tiempo, puedes recibir más libros, y las puertas de la Biblioteca permanecen abiertas durante más tiempo. Los sentidos están alerta durante más tiempo, necesitas menos horas de sueño.

Por eso, el tiempo que necesitamos para dormir, para organizar la información recibida por nuestro cerebro, es inversamente proporcional a la edad que tenemos. Un bebé recién nacido pasará el 90 % de su tiempo durmiendo, a un anciano le bastará un 25 %. Cuando nacemos, el sistema nervioso está ya preparado para canalizar toda esa información, esto implica que también está lista nuestra corteza cerebral para empezar a registrarla estableciendo conexiones neuronales cada vez más complejas. Por eso, la corteza cerebral en el recién nacido es similar a un ordenador en el que aún no ha sido instalado el sistema operativo pero que dispone de toda la red de conexiones necesarias para procesar la información y, una vez instalado el sistema, almacenarla y convertirla en material operativo de conducta. O dicho de otra forma, hacer útil la información para guiar nuestros actos a través de la interpretación de la realidad y la instrumentalización del recuerdo del pasado para proyectar nuestro futuro.

Pero realizar bien su trabajo, la información debe desplazarse con agilidad por los pasillos, y deberán ser más anchos aquellos que tengan más tránsito. El pasillo más importante será el que enlace los conceptos con las emociones. Este enlace nos va a permitir precavernos de aquellas realidades que nos resulten desagradables - ausencia de la madre, por ejemplo - y acercarnos a aquellas otras en las que el deambular plácidamente nos resulte gratificante - alimentarnos, por ejemplo-. Esta conexión entre sensaciones, emociones, e imágenes supondrá una huella que permanecerá en el tiempo con mucha intensidad para crear reacciones. Poco a poco, esas imágenes reales se transformarán mentalmente en símbolos a través del concepto y la palabra. Las asociaciones emocionales seguirán impregnando la representación mental. Como ocurría al perro de Paulov, nos bastará escuchar la palabra «leche» para segregar jugos gástricos y saliva. Por ser las primeras improntas, probablemente, sean las más perdurables e irán generando reacciones instintivas que pueden permanecer hasta la edad adulta. Los nuevos pasillos que continuamos construyendo llegarán a solapar aquel inicial, pero sus efectos, sus conexiones, seguirán estando ahí y, un día, sin saber por qué nos encontraremos con un mareo ante el olor del apio, o con una sensación de angustia ante un episodio aparentemente sin importancia como salir a la calle o hablar con extraños cuyo origen se halla en aquellas primitivas conexiones que establecimos en la infancia.

La mayoría de la información que recibimos durante ese primer año procede del entorno inmediato, de la familia. Podemos ser selectivos en la información y emociones que transmitimos, y la mayoría de las veces lo hacemos correctamente y de forma inconsciente. El plano afectivo es el más importante en esta fase. Las emociones del bebé formarán su primera guía de conducta. Como en el caso del bibliotecario, será el primer criterio de clasificación y lo impulsarán positivamente o lo retraerán en forma negativa hacia experiencias concretas. Esto va a determinar su predispo sición y su velocidad de asimilación de la realidad que le rodea. Un niño que está a gusto es receptivo y mira a su alrededor; un niño nervioso, ansioso, con miedo, se siente amenazado y solo vive atento a sus emociones y su mente se bloquea para el aprendizaje - es curioso que a los adultos nos ocurra lo mismo-.

LA IMPORTANCIA DE UNA FIGURA DE APEGO CLARAY ESTABLE

El «apego» es esa relación de cariño que se establece entre el niño y quien lo cuida. Cuando se le alimenta, se le abraza o se le da un beso, cuando le hablamos acercando el rostro, cuando lo mecemos, estamos estableciendo este vínculo. El niño aprende que estamos ahí y confía en que seguiremos estando. El sentirse aceptado y querido es tan importante que se puede llegar a morir por falta de amor. Es lo que se conoce como «hospitalismo» o «depresión anaclítica» tal y como la definió el psicoanalista estadounidense René Spitz1501. Los niños atendidos bien físicamente, pero privados de su madre o de una figura de apego estable que proporcione la afectividad asociada, pueden caer en una depresión que conlleva una involución en su desarrollo, comienzan a perder peso y llegan, incluso, a morir si no se pone remedio. También observó que cuando la figura de apego era repuesta, al regresar con la madre o proporcionarle una figura sustitutiva estable, la recuperación era extraordinariamente rápida. Y, aunque sus conclusiones han sido cuestionadas por un sector de la comunidad científica alegando la necesidad de ampliar el número de sujetos antes de extraer conclusiones, lo que es innegable es que el desapego dificulta el desarrollo del bebé y que la afectividad le es tan necesaria como el alimento.

Pero también la relación de apego puede llegar a ser un pro blema si se prolonga en el tiempo o reviste caracteres de exclusividad, es decir, si el niño no admite la separación. Esto puede impedir o retrasar el salto cualitativo de la mente del bebé del entorno inmediato a un entorno próximo; impedirle el llegar a confiar en otras personas para su correcta socialización. En este sentido se encaminaron los experimentos de Mary Ainsworthl5''l. Trataba de comprobar las teorías del psiquiatra británico John Bowldy'`'2l quien constató la relación existente entre la delincuencia y los problemas emocionales entre madre-hijo. El estudio quedó reflejado en una publicación editada por la Organización Mundial de la Salud y aunque fue muy criticada por los psicólogos de los años 50, los estudios posteriores en etiología sobre el comportamiento de los animales (Konrad Harlow o Konrad Lorenzl='31) afianzan su teoría.

El experimento consistía en someter al niño a una separación gradual de su figura de apego. Es interesante porque nos va a dar las pautas sobre cómo debemos proceder cuando llega el momento de dejar al niño con un cuidador o llevarlo a una Escuela Infantil, lo que no deja de ser necesario llegado el caso. Primero, el cuidador extraño acompañaba al bebé y a la madre hasta la habitación, después salía y dejaba al niño explorando el entorno y jugando. El cuidador regresaba a la habitación y conversaba con la madre y ya podía empezar a observarse la reacción del niño. La madre salía ahora de la habitación y dejaba solo al niño con el cuidador quien asumía el papel de la madre y jugaba con el niño. Ahí se observaba el grado de ansiedad que manifestaba el niño en ausencia de su figura de apego, si aceptaba o rechazaba al cuidador. La madre regresaba y, entonces, era el extraño quien salía de la habitación dejándolos jugar solos de nuevo madre e hijo, se trataba ahora de observar cómo reaccionaba el niño ante el regreso de su figura de referencia, si lo hacía con normalidad o si había algún síntoma de rechazo. Después se marchaba de nuevo la madre y dejaban al niño solo. Ahora era el cuidador quien regresaba y trataba de calmar al niño. El bebé podía aceptar el ser consolado o rechazar al cuidador y persistir en sus síntomas de ansiedad. Por último, regresaba la madre y se observaba una vez más la conducta del bebé.

Según los resultados del experimento, cuando el niño siente un apoyo seguro juega sin dificultad en presencia de la madre y se dedica a explorar el entorno. Cuando la madre desaparece, muestra signos de ansiedad y la busca, se muestra inquieto en presencia del cuidador que le resulta extraño y muestra signos de alegría cuando la madre regresa. Intenta reencontrarse con ella. Sin embargo, es síntoma de un apego inseguro y evasivo si ignoran la presencia de la madre y no muestran ansiedad ante su marcha y su regreso, si tampoco manifiestan inquietud ante el cuidador. También hay desequilibrio por inseguridad si, en presencia de la madre, solo busca estar con ella y no explora el entorno, se muestra enfadado ante su marcha, no aceptan al cuidador y muestra conductas ambivalentes ante el regreso de la madre, entre búsqueda y rechazo, no son fácilmente consolables. Lo mismo sucede si su proceder no sigue unas pautas y manifiesta estados extremos no predecibles. Se pueden distinguir durante los dos primeros años hasta cuatro fases de apego:

-PRIMERA FASE (hasta las 6 semanas): El bebé reacciona ante la figura humana, en especial el rostro. Es una época en que, aunque identifica a la madre, aún no están definidas las relaciones afectivas y puede ser reemplazada por otra persona de referencia que los cuide.

-SEGUNDA FASE (hasta los 7 meses): En la segunda fase, ya reconoce a su persona de apego y muestra sus preferencias. Cuando ésta se acerca, se alegra (ríe, manotea, vocaliza, gesticula.. .); sin embargo, no hay rechazo ante los extraños. Siente ansiedad si desaparece la figura de apego, llora, pero es fácilmente consolable cuando ésta reaparece.

-TERCERA FASE (hasta el año y medio): Durante la tercera fase, aumenta la expresión de ansiedad si la figura de apego se aleja, rechazan a los extraños y buscan el refugio en el contacto con su cuidador. En esta fase, el niño ya ha aprendido que, aunque no la vea, la madre sigue ahí - permanencia del objeto, según Piaget-.

-CUARTA FASE (en adelante): El niño ya es capaz elaborar representaciones mentales y comienza a establecer y predecir pautas de conducta. El niño logra superar la ansiedad ante la ausencia de la figura de apego cuando logra establecer una relación mental, lo que coincide con el desarrollo lingüístico. La evolución operativa del habla manifiesta paralelamente la capacidad cerebral de elaborar pensamientos que organizan la realidad. De ahí el cuidado que debemos prestar al desarrollo neurolíngüístico.

CUANDO NO PODEMOS ESTAR CON NUESTROS HIJOS

Muchas madres tienen que incorporarse a trabajar cuando se les acaba el permiso por maternidad. En la mayoría de los casos, tampoco los padres podemos hacer el relevo. Cada uno vive con su realidad. Y llegado el caso, cada uno resolvemos la situación como podemos en función de nuestras circunstancias personales. Muchos abuelos se hacen cargo de sus nietos, podemos contratar cuidadoras o llevar al bebé a una Escuela Infantil. Con frecuencia, cuando una madre ve que el niño a los ocho meses muestra claras preferencias hacia la abuela, o el cuidador, o la maestra y es rechazada por su propio hijo experimenta una enorme frustración, siente que ha perdido a su hijo, que lo está traicionando y no la quiere. Después de lo visto en este apartado, me gustaría que el conocimiento les aportara una enorme tranquilidad. Ahora saben que a partir del sexto mes es cuando entramos en la tercera fase de apego y que es normal la reacción de rechazo, que ésta obedece a una necesidad de desarrollo afectivo de apego y que es algo útil e imprescindible en la evolución del niño. También sabemos que a partir del año y medio, cuando esta fase vaya cediendo, el niño comenzará a organizar su realidad y le dará cabida en su universo. Finalmente, ella será su madre y los vínculos de amor no se verán resentidos. Simplemente, hay que comprender al bebé y darle su tiempo.

También, después de lo que hemos visto, hay algunas consideraciones importantes a la hora de la toma de decisiones cuando las circunstancias nos obligan a separarnos. El niño necesita estabilidad y seguridad, una imagen de quien es su cuidador y, además, necesita sentirse querido por lo que esa persona ha de ser afectiva y cercana. Nunca será tiempo perdido el que dediquemos a seleccionar adecuadamente a la persona que va a compartir este tiempo con nuestros hijo. Si hemos de optar por una Escuela Infantil, procuremos que el número de niños atendidos por cuidador sea el más bajo posible durante los dos primeros años de vida, en especial durante el periodo comprendido de los seis meses al año y medio. Es importante comprobar, además, el trato afectivo del personal con los niños. Hay Escuela Infantiles que ya ofrecen servicio de visitas «on line» lo que permite observar a nuestro hijo en tiempo real. Si podemos usarlo, mejor. El objetivo no es controlar a nuestro hijo, sino comprobar que el trato que recibe es el adecuado no solo en las necesidades físicas de alimentación e higiene, sino en las necesidades afectivas. Lamentablemente puede no coincidir el trato que creemos que nuestro hijo está recibiendo con el que realmente recibe. Insisto en que el cuidado y la atención en esta fase es fundamental para no lastimar la autoestima del niño.

Por último, conviene seguir para los cambios en la rutina del niño el principio de gradación. Mejor introducir la nueva realidad, el que otra persona vaya a cuidarlo, poco a poco. Para ello, antes de producirse el cambio de cuidador, programaremos un periodo de tiempo en el que durante unos quince días iremos siguiendo las pautas del experimento de Mary Ainsworth. El niño entrará en contacto con la nueva realidad en presencia de la madre. Poco a poco, ésta irá retirándose y siendo sustituida por el cuidador mientras observamos las reacciones del niño. A medida que el niño deje de manifestar ansiedad por la separación de la madre, ésta irá aumentando sus periodos de ausencia hasta delegar completamente en el nuevo cuidador. Lo mismo podemos decir de los abuelos, hacerlos presentes en la vida del bebé antes de que llegue el día en que se quede solo con ellos. En el caso de las Escuelas Infantiles, ya las hay que aconsejan a las madres el permanecer al principio en el centro durante el tiempo necesario de adaptación. Esta es la mejor solución y, para aplicarla, no debemos esperar al último minuto, sino programarla.

EMPATÍAY COMUNICACIÓN: LENGUAJE VERBAL Y NO VERBAL

Para aprender a hablar hemos de escuchar hablar. El niño está diseñado para imitar conductas, y esta, la del lenguaje, es una de las más importantes. La lengua materna va a organizar literalmente el cerebro para que el niño pueda interpretar e interactuar con el mundo exterior - e interior-, interpretar estados de ánimo, conductas y conceptos. Cuando aprendemos una palabra, no solo aprendemos una sucesión de sonidos asociados a una imagen mental, también asociamos la palabra, el gesto y el concepto a una emoción que nos servirá de estímulo de conducta. Junto al lenguaje verbal, el habla, también aprendemos el lenguaje corporal, es decir, el «lenguaje no verbal». Si el primero lo aprendemos por el oído, el segundo lo aprendemos por la vista. Y ambos son importantes en el mundo de la comunicación. No solo enseñamos a nuestro hijo a hablar y comprender lo que oye, sino a gesticular e interpretar los gestos que ve.

EL LENGUAJE NO VERBAL

El lenguaje no verbal se transmite a través de la gesticulación, especialmente la del rostro durante esta etapa. Y parece que determinados gestos como los que expresan alegría, tristeza o asco son universales. Gracias a estos gestos, incluso antes de comenzar la fase de verbalización propiamente dicha, el niño aprende a interpretar aquello que agrada o desagrada a la madre, es decir, aprende a reforzar o rechazar determinadas conductas. También la madre interpreta las emociones del bebé. Dicen que la cara es el espejo del alma, y así es si consideramos el alma del ser humano como espejo de sus emociones. Algunos gestos son innatos (sorpresa, miedo, alegría, asco), otros son aprendidos y dependen de la cultura. Por ejemplo, Eibl-Eibesfeldt hizo notar cómo los niños ciegos y sordos también reían, lo que inequívocamente apunta al carácter innato del gesto para expresar alegría. Esto significa que, mientras surge el lenguaje verbal a partir del primer año, conviene convertirse un poco en actor de cine mudo. Es el sistema de comunicación dominante entre madre e hijo durante los primeros meses y es mucho más eficaz de lo que podamos creer a lo largo de la vida. Recordemos de nuevo los datos aportados por Albert Mehrabian según los cuales el impacto total de un mensaje verbal es de un 7% (palabras solamente), de 38 % el mensaje vocal (incluye el tono de la voz, los matices y otros sonidos) y de 55 % el mensaje no verbal. Según esto, tanto el niño como el adulto darán más credibilidad al gesto que a las palabras. Las señales no verbales influyen cinco veces más en nuestra conducta que las palabras que escuchamos, afirma Allan Pease1541. En el futuro, este aprendizaje facilitará su empatía, su capacidad de «adivinar» lo que los demás sienten, el ponerse en su lugar. También, el ser consciente de esto le ayudará a controlar determinados gestos inapropiados en algunas situaciones de convivencia, lo que facilitará su socialización.

A partir del cuarto mes podemos jugar ya con nuestro bebé a hacer gestos: sonreímos abiertamente y expresamos alegría con nuestro cuerpo mientras batimos palmas, hacemos pucheros como si llorásemos arqueando la boca y entornando los ojos, expresamos sorpresa mientras decimos «¡Oh!, abrimos desmesuradamente los ojos y arqueamos la cejas hacia arriba, gruñimos entrecerrando los ojos y frunciendo las cejas, movemos la cabeza en sentido vertical mientras repetimos «¡Sí, sí, sí...!», en sentido lateral mientras pronunciamos «¡No, no, no...!». Durante estos ejercicios, podemos observar dos detalles muy interesantes: el primero, cómo interpreta y reproduce las emociones por empatía gestual, cuando lloramos, por ejemplo, él llora; el segundo, cuando empieza a entrar en el juego comprendiendo que es un ensayo. La empatía es un recurso de supervivencia, cuando la madre siente miedo, él siente miedo y todo su cuerpo se prepara para reaccionar ante la causa de ese peligro. Aprende a estar preparado frente al entorno hostil interpretando las emociones de la madre. Cuando la madre está tranquila, su mente se relaja, puede dedicarse a otras cuestiones como explorar serenamente.

EL APRENDIZAJE DEL LENGUAJE VERBAL

Durante el primer año de vida, el bebé evoluciona rápidamente para alcanzar su autonomía. Los dos empeños más importantes en este sentido son prepararse para «andar» y para «hablar». Ambas habilidades nos demuestran que el cerebro funciona correctamente. La lengua que le transmitimos va a actuar como un auténtico sistema operativo para organizar en su mente la realidad que percibe. Cada palabra que aprende es un concepto que le permitirá poco a poco identificar y operar con la realidad. De tal forma que cuando consigue pronunciar una secuencia de sonidos asociándola a una imagen, ha aprendido a aislar ese elemento de la realidad como algo diferenciado. A partir de aquí, la regla es muy sencilla: a mayor número de palabras conocidas, mayor capacidad de comprensión de la realidad y mayor capacidad de elaborar razonamientos complejos, más posibilidades de comunicarse con los demás, y de interpretarse y comprenderse a sí mismo.

Una buena base en la adquisición de mecanismos lingüísticos es una de las claves principales de lo que tanto preocupa a los padres: el éxito escolar. Pero su importancia va mucho más allá del mero éxito académico si pensamos, por ejemplo, que la capacidad de comunicar es uno de los mecanismos más importantes para la ges tión de emociones como la ira o la rabia. O si pensamos que será sobre esta capacidad donde se cimiente el desarrollo de la sociabilidad del niño más adelante. La lengua se va aprendiendo con la realidad asociada y transformada en símbolos, pero vivida a través de emociones que también dejan su huella en la palabra transformada ya en nuestro cerebro. Las emociones asociadas le irán diciendo qué es bueno y qué malo, qué es deseable y qué rechazable, qué nos produce alegría y qué nos produce tristeza o indiferencia. Cuando los actos también se transformen en símbolos operativos en la mente, también será capaz de predecir acontecimientos basados en experiencias previas y las emociones vinculadas le servirán de guía de conducta. Con la lengua transmitimos mucho más que una forma de hablar, trasladamos una visión del universo y nuestra propia visión de la realidad. Así lo preparamos para vivir en un entorno preciso. Por eso es tan importante y conviene prestarle toda la atención posible. Junto con el cuidado de las emociones, éste es el gran reto del método que aquí presentamos.

Para facilitar el aprendizaje neurolingüístico durante este primer año, bastará con seguir algunos consejos sencillos:

1.Hablar al niño siempre que estemos con él. Podemos aprovechar cada tarea para contarle lo que sentimos, lo que estamos haciendo en cada momento. Muchas madres actúan así instintivamente: «Ahora vamos a bañarte... Uy, ¡qué calentita está el agua! ¿Te gusta? Pues claro que sí, que te encanta. ¡Qué guapo va a estar mi niño y qué bien va a dormir después de este baño! ¿Quién te quiere a ti?

2.Intentar vocalizar muy bien, hablar pausadamente, eso le facilitará la discriminación de sonidos. Una buena pronunciación, siempre que sea posible, le permitirá en adelante distinguir palabras y reglas gramaticales.

3.Usar oraciones completas cuando hablamos con nuestro bebé. Es un defecto muy frecuente «infantilizar el habla» por la ternura que nos inspira nuestro hijo (¡Ago, ago! ¡Prrrrrrr...! ¡ Cuchi, cuchi, cuchi...!). Pero él necesita un modelo correcto del que tomar notas mentales y eso es algo que hace constantemente. Es mejor hablarle como si pudiera comprender todo lo que decimos, expresando nuestro cariño con el tono tranquilo, la gestualización y algunos recursos como los diminutivos. Nombrar cada objeto con su nombre y emplear las palabras adecuadas enriquece su vocabulario. Cuidar también la entonación, ellos atienden primero a la modulación de la voz y conectan con ella. Observad cómo en el aprendizaje ensayan tonos interrogativos cuando aún no han logrado articular palabras. En el punto 1, la madre ha usado dos oraciones exclamativas, dos interrogativas y una enunciativa. Eso no le ha impedido expresar su cariño a través de un diminutivo («calentita») o refuerzos positivos («¡Qué guapo...!»).

AUTONOMÍA Y AUTOESTIMA: EL MÉTODO PICKLER:

Esta famosa pediatra, con 42 años (1946) se hizo cargo de un orfanato para niños pequeños después de la Segunda Guerra Mundial. Las dificultades de estos niños para la adaptación eran extremas en aquellas circunstancias, pero la dedicación y las observaciones de Emmi Pikl&55' acabaron cristalizando en un método que se basa en dos pilares básicos: la afectividad y la autonomía. A partir de 1970 su labor continúa desde el Instituto Lóczy, fundado por ella misma.

Ya hemos hablado de la importancia de la figura de apego en el desarrollo de la autoestima del niño, la afectividad. El principio de autonomía nos invita a tener confianza en la capacidad innata del propio niño para su desarrollo. Para ello, lo único necesita es disponer de condiciones materiales adecuadas, y su curiosidad y predisposición harán el resto. El niño viene programado para desarrollar aquellas actividades que requiere para alcanzar su madurez aprovechando, para ello, el entorno. Cuando tratamos de diseñar su aprendizaje, interferimos en ese aprendizaje innato. Si repasamos las etapas de evolución en la psicomotricidad durante el primer año (capítulo III) veremos cómo el levantar la cabeza, girarla, incorporarse, sentarse, reptar, gatear... son acciones que el niño realiza por sí mismo. Su evolución autónoma, obedeciendo a su naturaleza, es mucho más rápida y eficaz. Cuando el niño está seguro pasa al nivel siguiente. Y en esa experimentación pueden fallarle las fuerzas, la coordinación, el equilibrio, la concentración... y no tendrá problemas en regresar al estadio anterior para ensayar cuanto sea necesario antes de volver a intentarlo. Nuestra impaciencia como adultos puede distorsionar este esfuerzo necesario para avanzar.

Una ley de oro en educación en todas las etapas es «No hagas por el niño lo que él pueda hacer por sí mismo» y permitir que la genética siga su curso sin forzar los acontecimientos. Cuando él esté listo, lo hará. Mientras tanto, no te preocupes, él se está preparando para conseguirlo. Cada niño es un mundo e intervienen muchos factores en su evolución, hay que aprender a observar y comprender la enorme dificultad que entraña sacar de cimientos una casa. Es posible que el niño entre con retraso en la etapa de reptar y, en cambio acelere el proceso de caminar, o estadios involutivos en los que, después de haber caminado vuelve al suelo y parece haber regresado al estadio anterior, al de reptar. Si lo hace es, sencillamente, porque lo necesita, su cuerpo o su cerebro aún no están preparados para saltar de casilla en el juego. Debemos confiar en él y tener paciencia. Nuestra ansiedad solo puede transmitir al niño inseguridad. Y nuestra impaciencia puede provocar errores y accidentes. Recuerdo a un padre orgulloso que balanceaba a su hijo de seis meses aferrado con sus dos manitas a los dedos índice a modo de columpio, el resultado fue que al bebé se le salió un hombro. O a una madre, tan preocupada porque su niño aprendiera a andar que lo obligaba todos los días a caminar desde los siete meses sosteniéndolo por los brazos. Estaba convencida de que le estaba enseñando. El niño tuvo un problema de cadera. Si el primer niño no se colgaba de la cuna como un trapecista o el segundo no caminaba era porque sus huesos y sus músculos aún no estaban preparados. Y el proceso físico que se requiere no es idéntico para todos los niños. Yen los dos casos anteriores lo que conseguimos fue el efecto contrario al deseado.

La reflexión que cimienta la filosofía de Pikler se asemeja al cuento del biólogo que sintió lástima al ver los denodados esfuerzos de una mariposa por romper el capullo que la envolvía. Apiadado, con mucho cuidado, rasgó la seda para facilitarle el camino a la libertad. Lentamente la mariposa salió y se posó en la rama. Pero, una vez fuera, las alas de la mariposa aún estaban húmedas y no tenían suficiente fuerza como para hacerla volar. Un pájaro se la comió. Fue entonces cuando el biólogo comprendió que todo ese esfuerzo desarrollado dentro del capullo era necesario para lograr que las alas adquirieran la fuerza y la consistencia necesarias para ser útiles, para que el animal pudiera volar. Queriendo ayudar, lo único que había conseguido era impedir que la mariposa alcanzara el nivel de madurez necesario para su supervivencia.

Los ejercicios que realiza un recién nacido obedecen a un programa de acción natural. No solo está ejercitando los músculos, sino también la coordinación de movimientos y el equilibrio. Todo queda registrado en nuestro cerebro que utiliza la información para usarla en nuevos aprendizajes. Para hacernos una idea de su importancia, bastará con que pensemos que un ejercicio tan aparentemente básico como hacer la «croqueta» (girarse sobre sí mismo hacia un lado y hacia otro) le ayuda a la definición de la lateralidad, fija nociones espaciales que más adelante, cuando comience a leer, por ejemplo, le ayudará a evitar confusiones entre letras como la «d» y «b» o «p» y «q», es decir, letras cuya única diferencia gráfica consiste precisamente en llevar la marca redonda a la derecha o la izquierda de la raya vertical. Y, además, respetamos su ritmo de aprendizaje permitiéndole una constante actividad que necesita para avanzar.

La frustración ante el fracaso no existe porque su mundo es un continuo campo de experimentación. Pero nosotros instauramos en la mente del niño el sentimiento de fracaso cuando le proponemos u obligamos a realizar ejercicios para los que su mente o su cuerpo aún no están preparados y, además, manifestamos nuestra propia frustración ante los intentos fallidos de nuestros hijos. Por eso, el movimiento libre, el permitirle la exploración del entorno y jugar hasta que se aburra, el respetar sus iniciativas en cada momento facilita el entrenamiento en el éxito a través de la acción. Esto le permite elaborar una imagen positiva de sí mismo. Con mucha frecuencia se nos olvida que «el verdadero motor de la creatividad infantil es el tener que vencer dificultades»; y a esta afirmación de José María Batllori1561 y añadiría «y también de la creatividad en los adultos».

El movimiento autónomo no quiere decir que abandonemos el niño a su suerte. La figura del adulto está presente, le aporta la seguridad necesaria. Con frecuencia el niño buscará con la mirada nuestro gesto, o reclamará nuestra atención. La voz cariñosa, el tono cómplice bastarán. Esta observación directa nos permitirá el ir añadiendo los estímulos adecuados. Si al principio, la cuna le basta, en cuanto empiece a reptar necesitará más espacio. Será el momento de dejarlo en el suelo sobre una alfombra limpia para que pueda desplazarse. Al iniciar la etapa de ponerse en pie, necesitará ya una habitación acondicionada. Más adelante, señalará con el dedo dónde quiere dirigirse y le facilitaremos nuestra mano para que pueda agarrarse y caminar con seguridad... Cuando empiece a agarrar objetos, dejaremos junto a él el sonajero, cubos de colores, muñecos con distintos tactos... todo lo que enriquezca y estimule su curiosidad y autonomía.

Para facilitarle el camino, procuraremos siempre vestirlo con ropa amplia, cómoda, que no limite su capacidad de movimiento. Y, por último, graduemos los estímulos. No podemos saturar sus sentidos llenando la cuna de objetos llamativos, por ejemplo. En una sociedad como la nuestra, cualquier santo o cumpleaños es motivo para un aluvión de regalos. Lo mejor es ir dándoselos poco a poco empezando por el más adecuado para su edad. La observación nos dirá cuándo conviene introducir un nuevo estímulo. Y cuando lo hagamos, dejaremos el juguete anterior a su alcance algún tiempo. Con frecuencia, necesitará volver sobre lo aprendido para reforzar experiencias.

LA FUERZA DE LA ALEGRÍA Y EL OPTIMISMO

Para poner a su alcance los estímulos que necesita, entre los cuatro y los seis meses nos necesitará como ayudantes de laboratorio y eso pondrá a prueba nuestra paciencia. El niño sentado en su sillita arroja al suelo el sonajero. Nos agachamos, lo limpiamos para evitar infecciones cuando se lo lleve inevitablemente a la boca y se lo devolvemos. El niño lo mira y lo vuelve a arrojar al suelo. Lo volvemos a coger, lo limpiamos y se lo devolvemos. Vuelta a mirarlo y a arrojarlo al suelo. Ahí ya nuestra paciencia empieza a flaquear. Es posible que nos agachemos, lo volvamos a limpiar y ya no se lo devolvamos porque solo lo quiere para tirarlo y fastidiarnos. Estamos juzgando lo sucedido desde nuestra perspectiva y desde nuestro cansancio. Os invito ahora a mirar la acción desde los ojos del niño, ¿por qué lo hace? Probablemente nuestra impaciencia interrumpa un experimento cognitivo de primera magnitud. Él no lo hace para poner a prueba nuestra paciencia, ni siquiera sabe qué es eso. Está aprendiendo a relacionarse con el objeto, a establecer relaciones causa-efecto porque, si suelta el sonajero, este se cae y produce ruido. Está aprendiendo que los objetos caen - gravedad-, y que siguen existiendo fuera de su campo visual; está comprendiendo que hay un desfase desde que él suelta el objeto hasta que escucha el sonido, que esa diferencia de hechos depende de la distancia hasta el suelo, luego está aprehendiendo los conceptos de espacio y tiempo que rigen el universo. También está asimilando nuestras reacciones frente a su experimentación científica. Y todo ello movido exclusivamente por la curiosidad de saber qué ocurrirá si suelta el sonajero. Una única experiencia no es suficiente para que su cerebro recién estrenado, que está fabricando los cimientos del edificio, asimile toda la información encerrada en un experimento de este alcance. Necesita repetirlo una y otra vez hasta ser capaz de predecir lo que ocurrirá. En ese momento, los enlaces neuronales ya se habrán realizado y su curiosidad le llevará a investigar otras realidades como los volúmenes y las formas.

Sabiendo esto, la pregunta siguiente es obligada, ¿cuántas veces debemos devolverle el sonajero? Tantas como sea necesario hasta que se aburra y centre su atención en el siguiente experimento. ¿Debemos manifestar enfado por su tozudez? Nunca, deberíamos mantener la calma y la sonrisa celebrando que su curiosidad funciona como motor del conocimiento y eso es algo tan importante para el aprendizaje que hay que mimarlo.

¿Qué ocurriría si el niño anterior, en lugar de sentado en una silla, estuviera sentado en el suelo? Al lanzar el objeto, trataría de recuperarlo para repetir la operación. Esto lo llevaría a esforzarse por llegar hasta él, justo lo que necesita para fortalecer los músculos motores. Si al principio no llega hasta él, pedirá nuestra ayuda, es posible que llore o que llame nuestra atención con pequeños gritos extendiendo la mano hacia el objeto; pero a medida que vaya desarrollándose lo alcanzará por sí mismo y repetirá el ejercicio tantas veces como sea necesario para asimilar la experiencia. Así, agotará menos nuestra paciencia y, además, habrá fortalecido su cuerpo y habrá ganado en autoestima comprobando que aquello que quiere puede alcanzarlo por sí mismo. En resumen, conviene recordar que ayudamos a nuestro hijo cuando:

CLAVES PARA POTENCIAR LA AUTONOMÍA

1.Procurar un entorno tranquilo y rico en estímulos para que pueda experimentar en función de su evolución.

2.Facilitar siempre libertad de movimientos para que pueda hacer ejercicio, explorar el entorno.

3.Respetar su ritmo de aprendizaje, sin someterlo a experiencias que excedan sus posibilidades.

4.Aplaudir sus logros y no mostrar enfado ni frustración ante sus intentos.

EL APRENDIZAJE DE LAS HABILIDADES SOCIALES

Durante el primer año de vida, también el niño irá adquiriendo y definiendo sus habilidades sociales, es decir, irá aprendiendo a relacionarse con su entorno. Al principio, el llanto será su única forma de pedir auxilio, pero ya a partir del cuarto mes comenzará a interactuar con las personas próximas y su rostro será mucho más expresivo. A la expresión de ansiedad o miedo, sumará pronto la de alegría y asco. Al final del primer año distinguiremos claramente la ira, la frustración, la curiosidad. Y esta expresividad emocional la aprenderá en la familia. Antiguamente, el sentido de la gran familia que integraba no solo a los padres y hermanos, sino también a los tíos, primos y abuelos suponía una gran ventaja para que su mente estableciera sistemas de relaciones. Con frecuencia, la gran familia compartía casa o vivía en espacios muy cercanos que facilitaban la convivencia. Hoy, en las grandes ciudades, las posibilidades de relacionarse, aunque parezca mentira, son mucho menores. Si este es su caso, hay que hacer un esfuerzo consciente para paliar la deficiencia de situaciones de relación social.

Siguiendo el principio de gradualidad, el primer paso durante los seis primeros meses es que el niño identifique con claridad la persona de apego. Esto no quiere decir una relación de exclusividad, que sea solo la madre quien lo coja, le hable, lo abrace o lo bese. Conviene que el padre también actúe y se ocupe de él desde el primer momento, eso le dará descanso a la madre y familiarizará al bebé en la relación con otras personas. También es bueno propiciar el contacto con los hermanos y no impedir que se le acerquen, le hablen o, incluso, lo cojan o jueguen con él según la edad. Esta normalización facilita el desapego en la siguiente fase y la inclusión en grupos sociales más amplios. El segundo paso es ir abriendo poco a poco el universo humano de su entorno. Es bueno que el niño se acostumbre a la presencia física de otras personas distintas a sus padres en el entorno inmediato y que tenga ocasión de observar cómo se relacionan los adultos entre sí. Hemos de tener en cuenta que la percepción de la realidad por parte del niño es básicamente emocional. Si su madre manifiesta alegría ante personas extrañas y se relaciona en un trato afable y cordial, estará facilitando el que mañana el niño se acerque a los demás con las mismas claves emocionales. Si por el contrario, la madre manifiesta un estado de ansiedad y preocupación en presencia de extraños, su mente captará la relación social como una distorsión en su entorno emocional y reaccionará preventivamente manifestando enfado o ansiedad.

Si las circunstancias nos obligan a recurrir a un cuidador o a una Escuela Infantil, mejor hacerlo gradualmente. Ya sabemos que hasta el sexto mes no comienza la fase de apego fuerte, no obstante, recordemos el procedimiento explicado anteriormente para evitar que el cambio sea percibido por el bebé como un abandono.

El paseo diario supone una buena práctica para la socialización. No solo ayuda a tomar el sol para que el bebé pueda fabricar las vitaminas que necesita, también es una toma de contacto con el mundo exterior que, cuando adquiera suficiente autonomía y sepa caminar, representará un nuevo universo en el que desenvolverse. La sociabilidad de la madre, el hablar con otras personas, el presentarles al bebé, ese acercamiento cariñoso de extraños facilitará en su mente la integración de ese universo exterior al hogar como algo amigable, lo que fomentará su curiosidad.

Hay dos errores frecuentes en este sentido. El primero, el aislamiento. Recordemos que el niño no puede aprender lo que no vive y que afrontará las experiencias nuevas a partir de las emociones asociadas a las experiencias previas. Si mantenemos al niño es un ambiente aislado donde solo percibe a su madre y a su padre, una vez en la fase de apego, todo lo que exceda su experiencia le hará sentir inseguro y reaccionará tratando de recuperar su seguridad. La situación puede derivar en un miedo al mundo exterior y a las personas ajenas a su círculo íntimo. Cuando llegue el momento, le resultará difícil algo tan natural como acercarse a otro niño. El segundo error es una prolongada y continua exposición a estímulos que le impida establecer un esquema claro. A veces, la excesiva sociabilidad de los padres los llevan a adaptar la vida del niño a sus propios hábitos de salidas y entradas, una galería de caras de amigos y conocidos va desfilando en un continuo que dificulta la asimilación de esa realidad. El exceso de información anula su validez y el cerebro se inhibe. No es extraño ver a familias sentadas en bares con un bebé de meses durmiendo en el cochecito o pasado de mano en mano como si fuese un muñeco. El sueño es, con frecuencia, en estos casos, sacrificado y el «bibliotecario» no puede actuar; aparecen el nerviosismo y la ansiedad, lo que dificultará la evolución emocional y cognitiva del bebé. Puede que estos niños resulten magníficos relaciones públicas, pero es muy probable que sean incapaces de terminar unos estudios superiores por falta de concentración.

El niño debe relacionarse con los miembros de la familia y convivir con nosotros siempre que esté despierto. El ser partícipe de actividades cotidianas compartidas, tenerlo con nosotros mientras su hermana mayor juega en la misma habitación, o mientras hablamos, con otros hijos, con nuestro cónyuge, con un amigo. y observar la convivencia como algo normal y cotidiano es la mejor escuela. La vocación social también está programada en nuestros genes, somos animales gregarios, por eso, necesitamos conocer a nuestra familia y ocupar el lugar que nos corresponde.

CÓMO FACILITAR LA SOCIABILIDAD

1.Procurar un ambiente tranquilo y una persona de apego estable.

2.Permitirle convivir con todos los miembros de la familia.

3.Ofrecer una imagen positiva de la relación social en la pareja y entre miembros de la familia.

4.Realizar los cambios de hábitos de forma gradual

5.Siempre que se pueda, un paseo diario, alegre y comunicativo.

6.Evitar vivir con el niño situaciones de ansiedad vinculadas a problemas familiares o sociales.

LAS LÍNEAS ROJAS

Hablar de disciplina puede parecer excesivo cuando tratamos de bebés que aún no han cumplido el año. Sin embargo, el niño desarrolla desde el primer momento un afán egoísta que puede derivar en problemas afectivos si no establecemos un sistema de comunicación claro que evite desviaciones en la conducta. En esta etapa, entiende la realidad desde el «yo»; aunque percibe el mundo exterior y es capaz de reconocernos, todo lo interpreta en función de sus emociones.

Las líneas rojas son esas claves de conducta que debe asimilar como norma en su día a día hasta generar hábitos. Y, durante el primer año habrá dos líneas rojas sobre las que debemos trabajar: los horarios - especialmente el de sueño, la hora de dormir - y la exclusividad afectiva.

Los HORARIOS SON NECESARIOS porque a través de la repetición de los acontecimientos cotidianos, el niño se siente más seguro, le resulta más fácil establecer esquemas. Pero algunos pueden derivar en sobrecargas emocionales que distorsionen su conducta. Cuando los padres trabajan, por ejemplo, es frecuente que el regreso a casa suponga un estímulo afectivo positivo que el niño trate de prolongar, el nerviosismo del reencuentro con los padres le impide relajarse y dormir. Tampoco nosotros, después de un día de trabajo, somos muy proclives a separarnos de nuestro hijo. Sin embargo, es bueno establecer el contacto con alegría y serenidad y fijar una hora para acostarlo. Una vez establecida la pauta de conducta resultará fácil seguirla; de no hacerlo, cada día resultará algo más complicado. Todos tenemos la experiencia de que, cuando alteramos el ritmo de vida del niño por cualquier circunstancia en esta etapa, unas vacaciones por ejemplo, cuesta trabajo recuperar los biorritmos del bebé, se muestra más nervioso e irascible, concilia el sueño con dificultad, presenta reacciones extrañas... La regularidad es una clave y depende de nosotros.

LA SEGUNDA LíNEA ROJA es evitar la relación de exclusividad con la persona de apego. En situaciones de excesiva atención por parte del adulto, el niño intentará un relación de exclusividad con ella. Reaccionará mal cuando el adulto se separe de él o preste atención a otros niños. Si bien, en la etapa alta de fijación es normal que manifieste ansiedad ante la separación, si consentimos en una conducta de exclusividad afianzaremos en él una afectividad deformada, y rechazará a los demás miembros de la familia como parte integrante de su entorno. Los verá como rivales. De ahí que sea importante distinguir desde el sexto mes el llanto de auxilio del llanto de ira. El llanto de auxilio hay que atenderlo y consolarlo. El llanto de ira hay que atenderlo sin presentar condescendencia hacia su conducta. El bebé realiza afianzamiento de conductas asociadas a estímulos positivos o negativos, una reacción de enfado o ira por nuestra parte no la entenderá como recriminación hacia su conducta y la asimilará como reacción de rechazo hacia él. En cambio, si aplaudimos y sonreímos ante conductas positivas, pero nos mostramos indiferentes hacia conductas negativas, fomentaremos el afianzamiento de las primeras en detrimento de las segundas. Es decir, orientaremos su conducta hacia la socialización, la integración propia como uno más en la familia a quien queremos pero que, como los demás, también tiene el sitio que le corresponde. Es bueno manifestar conductas de cariño hacia el cónyuge y hacia los hermanos delante del bebé y no interrumpirlas por un llanto cuya finalidad sea claramente impedir esa acción. Si cedemos, afianzará la relación de exclusividad y frenará sus impulsos de socialización para reclamar permanentemente la atención de la madre. Por eso es bueno ceder espacios y tiempos en los que el niño pueda estar sin la presencia de la madre o la persona de apego. Cuando reclame nuestra ayuda, la respuesta de voz seguida de la presencia física ha de ser inmediata para que se sienta seguro, pero una vez adquirida esa seguridad, volveremos a dejarlo. El estar permanentemente con él puede crear una dependencia afectiva de la que le cueste mucho salir. El ser nosotros mismos con naturalidad vuelve a ser la clave para su educación. Es el niño el que tiene que integrarse en una organización social definida y estable, la familia; no es la familia la que debe moldearse en la definición de afectos y relaciones a la medida del bebé porque el bebé solo tiene una medida en este momento: él mismo.

Conviene ahora recordar que el niño, durante el primer año, aún no tiene una conciencia clara de sí mismo, esto no ocurrirá, aproximadamente, hasta el año y medio. Hasta ese momento, cuando aún no habla y su capacidad de comprensión se ciñe a lo inmediato y lo concreto, son nuestros actos los que comunican, aunque le hablemos continuamente. Debemos atenderlo y brindarle la seguridad que se deriva de nuestra presencia y contacto, pero sin alterar nuestra relación «normal» con los demás miembros de la familia. El equilibrio afectivo se educa mediante la convivencia en familia en que la persona de apego se halla presente pero compartiendo su dedicación, su cariño y su atención también con los demás miembros. El niño se comunica a través de sus actos, igualmente, movido por sus emociones: si con una actitud concreta logra su propósito, que la madre o el padre le presten toda su atención, tenderá a repetir esa acción. Él no sabe nada de que a la larga pueda ser perjudicial, lo único que pretende es satisfacer una emoción inmediata.

EN RESUMEN, DURANTE EL PRIMER AÑO PODEMOS:

1.DAR EL PECHO SIEMPRE QUE SEA POSIBLE. Está demostrado que dar el pecho es importante en esta etapa. La leche materna satisface todas las necesidades nutricionales transmitiéndole, también, defensas al organismo. Además, el esfuerzo realizado ayuda al bebé a un mejor desarrollo de la mandíbula y evita la sobrealimentación. Con ello la madre previene el cáncer de mama o de útero y acelera la recuperación del vientre después del parto. Pero los beneficios psicológicos son aún mayores. El nacimiento es una experiencia traumática y dolorosa. La alimentación unida al contacto cálido con la piel de la madre, escuchando ese latido amigo, establece gracias a las hormonas un lazo afectivo necesario que lo devuelve por un instante a la tranquilidad de que todo sigue ahí, de que todo está en orden.

2.SUEÑO REGULAR. Aunque durante sus primeras semanas el sueño estará condicionado por la alimentación, y se despertará cada tres horas, poco a poco irá aumentando el tiempo de sueño nocturno y llegará a las seis horas. Hasta ese momento, la madre no logra el sueño reparador que también ella necesita. Por eso es importante lograr un ambiente apacible que le permita dormir, descansar. Cuando el niño duerme bien, es más tranquilo, seguro y se muestra más receptivo, por eso es un elemento primordial de estabilidad emocional y de predisposición al aprendizaje. Pero tiene que poder distinguir el día de la noche para ir prolongando el sueño en los periodos adecuados. Eso requiere de ciertos indicadores. Nos bastará con mantener luz y sonidos suaves durante el día. Dejar las persianas entreabiertas y usar una suave música de fondo le enseñará a discernir los tiempos y acelerará su proceso de adaptación. El bebé debe dormir tanto como quiera. Hoy sabemos que seguimos aprendiendo mientras dormimos y soñamos, es el momento de refuerzo de las conexiones neuronales no solo en el área del conocimiento sino también en la coordinación motriz. Es el momento en el que el cerebro ensaya los itinerarios requeridos durante el día para lograr los resultados óptimos: órdenes al cuerpo, movimientos, coordinación, imágenes, experiencias... El sueño alimenta su cerebro tanto como la leche alimenta su cuerpo.

3.ATENDERLO CUANDO LLORA. Su única forma de comunicación instintiva es el llanto. Si queremos transmitirle seguridad, hemos de atenderlo. Durante los primeros meses, lo único que lo calmará será el estar alimentado y limpio, y el sentir que su madre está ahí, presente. Su evolución neurológica le ayudará rápidamente a reforzar estos lazos permitiéndole reconocer su voz y su rostro, su olor. A partir de ese momento generará una dependencia psicológica de su figura de apego. Necesitará saber que está ahí. Debemos recordar que al prin cipio, en torno a los seis meses, lo que no está en su campo visual no existe, cuando lo dejamos solo y se despierta, necesitará confirmar que su madre sigue ahí, llorará, y si no obtiene respuesta la ansiedad irá incrementándose hasta llegar a la desesperación. Poco a poco comenzará a discernir que los objetos siguen existiendo fuera de su campo visual, entonces, el escuchar la voz bastará para calmarlo.

4.FOMENTAR EL CONTACTO FÍSICO CON EL BEBÉ. El contacto físico lo tranquiliza, especialmente el de su madre. Y el contacto más grato es el pecho, con la mejilla apoyada mientras un brazo lo rodea y lo sostiene. Ese soltar el aire, en un abrazo prolongado con suaves golpecitos en la espalda (póngase un trapo en el hombro por lo que pueda pasar), o ese abrazarlo cuando lo trasladamos de la cuna al baño, al cochecito o a la silla. Durante los primeros meses, mientras su peso aún lo permite, lo mejor es usar un «portabebés» para pasear, aunque sea un periodo corto. Ya el tiempo y el dolor de espalda nos dirá cuándo debe ir en cochecito. Es muy necesario el fomentar contacto físico frecuente con el bebé: abrazarlo, besarlo, mecerlo, dejarlo reposar sobre el pecho recién comido. Es una etapa más para disfrutar que para sufrir, cuando crezca siempre echaremos de menos esa época en la que lo eras todo para él.

5.OFRECER UNA FIGURA DE APEGO CLARA, CONSTANTE Y FIABLE. Lo ideal sería una persona que pudiera hacerse cargo de él y que mantuviera lazos afectivos con la criatura, lo sabemos instintivamente, de ahí que cada vez más padres o, en su defecto, los abuelos en muchísimos casos estén desempeñando esta labor. De no ser así, una persona estable en casa, cariñosa y expresiva, que disfrute del contacto de los niños. La expresividad en los gestos y rostro ayudará al desarrollo de la empatía necesaria como cualidad clave en las habilidades sociales. Si no podemos, acudiremos a una Escuela Infantil y, de poder seleccionar, mejor aquella que disponga de personal cariñoso, entregado y con pocos niños por cuidadora.

6.SER EXPRESIVOS CON EL ROSTRO Y GESTUALIZAR. El bebé localiza rápidamente el rostro de la madre. A través de la gestualización le enseñaremos a manifestar, interpretar y, más tarde, controlar su propia expresividad. Esto le ayudará a empatizar y facilitará su socialización en el futuro.

7.ESTIMULAR EL APRENDIZAJE AUTÓNOMO. Facilitamos el aprendizaje autónomo proporcionándole seguridad y una rica variedad de estímulos; permitiéndoles aprender por sí mismos siguiendo sus instintos. Respetemos sus intereses y su ritmo de aprendizaje manteniéndonos cercanos y observadores para ayudarlo en su crecimiento con el menor número de interferencias posibles.

8.TRATARLO COMO A UN MIEMBRO MÁS DE LA FAMILIA. Facilitamos una correcta socialización con el contacto tranquilo y asiduo con todos los miembros de la familia, comprenderá las relaciones, aprenderá las normas básicas de conducta, y facilitará, desde su seguridad, la integración en grupos humanos más amplios.

9.PROCURARLE UNA VIDA ORDENADA. La regularidad de horarios de comidas, baño, paseos, sueño... es esencial en esta etapa. No tratemos de adaptar al niño a nuestros horarios de adultos, él tiene sus propias necesidades. La rutina es necesaria en este momento para favorecer la seguridad y fortalecer la autoestima.

1O.DOSLÍNEAS ROJAS: EL SUEÑO Y LA EXCLUSIVIDAD. Es importante ir generando hábitos y evitando conductas que pueden derivar en problemas afectivos y conductuales. Fijar una hora para ir a dormir, es una; evitar una relación de exclusividad, es la segunda. Para educar ahora no son necesarios gritos ni enfados, el cariño siempre en el tono y en el trato, la regla de oro será apreciar (prestar atención y sonreír, felicitar, aplaudir) las conductas positivas y no apreciar (ignorar completamente) las conductas negativas.

HASTA LOS DOS AÑOS: VENCIENDO LA DIFICULTAD DEL DESAPEGO

Cuando los niños son bebés estamos deseando comprobar sus progresos y cada conquista que realiza es motivo de alegría para sus padres. Pero al ponerse de pie y comenzar a correr nos arrepentimos de haberlo deseado con tanta intensidad: nos ha llegado la edad del «perdigón» porque el niño, en su curiosidad innata, y con unas habilidades aún torpes, comienza a explorarlo todo con una energía que lo hace incansable. Estamos sentados tranquilamente en la sala de estar mientras que nuestro hijo está jugando a apilar cubos, es una situación plácida y agradable, bajamos los ojos un instante hasta el libro, o el periódico, o el ordenador y, cuando los volvemos a levantar, el niño ya está, sin saber cómo, en la cocina debajo de la vitrocerámica tratando de alcanzar el cazo donde hemos puesto a hervir agua. ¿Os suena? La tranquilidad se ha acabado y ahora nos toca hacer de ángeles de la guarda y rezar porque los accidentes que tenga no traigan consecuencias desgraciadas.

Afortunadamente, también aumenta su comprensión y el niño ya entiende instrucciones simples que lo previenen ante situaciones peligrosas. Sin embargo, es importante comprender que las acciones del niño son respuestas ante estímulos concretos que trata de explorar. Es muy posible que, en medio de la tranquilidad del ambiente, el niño haya escuchado el gorgoteo del agua hirviendo y trate de localizar la fuente del sonido y comprender su causa. En su acción no ha detectado peligro porque no tiene experiencias asociadas que disparen la voz de alarma en su cerebro. Simplemente quiere saber y, como puede moverse por sí mismo, el explorador se lanza a hacer su trabajo para integrar esa información que, por novedosa, lo atrae.

Estamos en la etapa de la conquista de la autonomía. En esta nueva etapa (1-3 años), la mente del niño se debatirá ante la disyuntiva de la duda y la vergüenza, dos emociones nuevas e importantísimas. Para superar esta fase con una buena dosis de autoestima el niño necesita experimentar con prudencia pero sin miedo. Para ello, lo más importante es la aprobación de la persona de apego, algo que hacemos incluso inconscientemente. Salía de una consulta médica situada en una amplia avenida con unos magníficos jardines. Había en ellos un parque infantil con toboganes, laberintos, columpios y esos animales tan curiosos sujetos con un muelle que permiten el balanceo. El suelo de arena resulta un buen amortiguador. Dos madres conversaban mientras sus hijos, de unos dos años, jugaban. El niño trataba de subir al tobogán y la madre le daba instrucciones: «Agárrate bien con las manos antes de subir el pie». «Bien, ahora otra vez. Agárrate bien con las manos y sube el otro pie. Con cuidado». El niño fue subiendo por sí mismo mientras una mano vigilante supervisaba su espalda sin tocarlo. Cuando por fin estuvo arriba se lanzó feliz por el tobogán. Estuve allí un rato observando. La madre aplaudió a su hijo cuando por fin se deslizó. Como no podía ser de otro modo, nada más caer, el niño volvió a la escalerilla. La madre fue ahora mucho más concisa. «Muy bien, pero con cuidado, hijo. Recuerda, no sueltes las manos». Se mantuvo próxima pero su mano ya no protegía la espalda del pequeño. Cuando subió por tercera vez, la madre ya no dio ninguna instrucción. El ejercicio había sido dominado y ahora era cuestión de práctica. Se volvió y comenzó a charlar amigablemente con la otra madre cuya hija se esforzaba en atravesar el laberinto de barras. Curiosamente, el niño comenzó a llamar la atención de su madre cada vez que lograba de nuevo subir las escaleras del tobogán: «Mira, mamá». «¡Qué bien, hijo!». Y entonces se lanzaba de nuevo por el aparato para repetir la operación una vez más.

¡Qué bien lo estaban haciendo estas madres! En primer lugar, habían puesto a sus hijos en situación de explorar el mundo exterior y desarrollar sus habilidades. El subir las escaleras en vertical supone un esfuerzo importante de coordinación y fuerza. La proximidad de la madre otorgaba al niño la seguridad necesaria para acometer la acción. Las instrucciones animaban al niño a seguir adelante introduciendo matices de precaución, instrucciones necesarias en cualquier actividad nueva que se inicie inculcando un mensaje positivo: todo lo puedes lograr con la atención adecuada. Y se hacía con la prevención necesaria de mantener la mano junto a la espalda por si fallaba y caía evitar un golpe que pudiera dañarlo, pero sin tocarlo para que fuera consciente de que la conquista se debía a sí mismo, lo que reafirmará su autoestima y su autonomía. Los lazos afectivos salen reforzados de la experiencia, el niño se inicia en la exploración desde la seguridad de que cuenta con la atención de su madre. Y, por último, el estímulo de satisfacción que quiere ser compartido y reconocido a través de esa llamada de atención, supondrá un estímulo positivo de conducta para seguir explorando y desarrollando sus capacidades en el futuro. Además, la convivencia con otro niño y el observar cómo se relaciona la madre con su amiga, suponen una referencia directa para marcar pautas de socialización en su comportamiento.

Como vemos, siempre estamos educando, dudo que aquella madre fuera consciente de lo bien que lo hacía. Lo hace sencillamente porque nota, siente, que él lo pide y actúa desde el amor de desear lo mejor para él. Sabe que para ello tiene que asumir ciertos riesgos y procura minimizarlos. El niño puede caerse y hacerse daño. Pero para lograr que adquiera todas sus habilidades, hay que permitirle ponerlas en práctica una y otra vez, tantas veces como necesite.

DE LA CONCIENCIA INDIVIDUAL AL DESARROLLO SOCIAL

Hasta el año y medio, aproximadamente, el niño vive la etapa fuerte de apego, pero a medida que madura lingüísticamente y adquiere la conciencia de «permanencia del objeto» 1571, la fase de apego va cediendo y ganando terreno la socialización hacia círcu los externos más amplios, la relación con otros niños de su edad y el convivir con otros adultos distintos a sus padres ayuda a superar esta etapa. Para lograrlo basta con fijar nuestra atención en tres objetivos: potenciar la capacidad lingüística, lo que le permitirá entender y acelerar la comunicación con nosotros y con otros niños; potenciar sus habilidades físicas, lo que le ayudará a incrementar su autonomía; y dirigir la duda y la vergüenza para que actúen positivamente en su conducta y no supongan un freno en su creatividad ni en su capacidad de actuar.

POTENCIAR EL APRENDIZAJE LINGÜÍSTICO

Ya hemos visto cómo para potenciar la capacidad lingüística basta con hablar con frecuencia al niño, durante el primer año, permitiendo que nos vea la cara - expresividad - y la boca mientras hablamos con él. Ya desde los seis meses podemos comenzar con un sencillo ejercicio muy interesante: sentarlo en nuestras rodillas y leer con él un cuento. Los cuentos en la primera etapa conviene que sean de gran tamaño, con grandes dibujos a color y pocas líneas de texto. A medida que vamos leyendo, señalamos con el dedo personajes, colores, objetos en el dibujo al pronunciar la palabra correspondiente. Identificamos así los referentes (el dibujo de la nube, el sol, la montaña, el caballo, el pozo, el río...) de las palabras que pronunciamos. Es un momento de juego tranquilo con el niño a través del cual podremos conseguir objetivos muy interesantes, podemos verlos esquematizados en el siguiente cuadro.

Recordemos ahora que la capacidad de concentración va adquiriéndose con el tiempo a base de repetición. Por eso, este ejercicio ha de ser breve, no más de cinco o diez minutos. Y no podemos obligarlo, puede que, en su mundo, en ese momento esté haciendo algo más necesario. El niño está jugando, nos sentamos en la misma habitación y abrimos el libro sobre nuestras rodillas. Mirando el libro empezamos a manifestar entusiasmo por lo que vemos: «¡Uyyy, qué caballo tan bonito!, aquí hay un castillo y un río azul, pájaros y árboles verdes!». Transmitimos así la imagen de que es a nosotros a quienes nos gusta el libro y disfrutamos con él. Cuando el niño se acerque a curiosear, lo invitamos a leer con nosotros. Es así de fácil. Si al acabar, el niño nos pide repetirlo, lo repetiremos. La repetición ahora es imprescindible para el aprendizaje. Como ocurre con el movimiento, el ser consciente de que domina un proceso, le va a proporcionar seguridad en sí mismo, de ahí las repeticiones incansables. Si, por el contrario, el niño muestra signos de aburrimiento y quiere cambiar de actividad, lo dejaremos ir pero nosotros continuaremos leyendo nuestro cuento y manifestando nuestro agrado en la lectura. No hay que leer un cuento diferente cada día, al contrario, el mismo cuento nos durará mucho al principio, e iremos incorporando uno nuevo cada mes o dos meses. Después quedará en su cuarto donde él pueda alcanzarlo cada vez que lo desee. Cuando incorporemos nuevos cuentos, cada cierto tiempo o cuando él nos lo pida, volveremos a leerle los anteriores. Es un magnífico ejercicio de refuerzo nemotécnico.

_QUÉ CONSEGUIMOS LEYENDO UN CUENTO CON NUESTRO HIJO?

1.Entra en contacto físico con los libros.

2.Asocia el libro a emociones positivas por la atención y el tiempo compartido con la madre o el padre.

3.Aprende nuevas palabras asociadas a imágenes sobre objetos que pueden no estar en su entorno inmediato.

4.Escucha un modelo de lengua más formal y elaborado que el oral, enriquece la sintaxis.

5.Vamos generando un hábito de serenidad y concentración en casa que le será muy útil.

POTENCIAR SU AUTONOMÍA

Para facilitar y potenciar su desarrollo físico, lo importante es fomentar su autonomía proporcionándole espacios y estímulos con los que pueda practicar, su curiosidad innata es el mejor motor para fomentar su iniciativa. Sus pasos, al principio son inseguros, pero durante este año, su habilidad se perfecciona. Para eso tiene que caminar, correr, saltar. El equilibro y la potencia muscular sólo se desarrollan con la práctica del movimiento. Es importante recordar que se requieren hasta 2 años para que las células del cerebelo, que controla la postura y el movimiento, formen circuitos funcionales. Una gran cantidad de organización tiene lugar con base en información extraída de cuando el niño se mueve en el mundo, afirma William Greenough, de la Universidad de Illinois. Por eso, si se restringe la actividad, se inhibe la formación de conexiones sinápticas en el cerebelo. El niño debe moverse, y hacerlo cuanto pueda y por sí mismo. Si hasta el año y medio el entorno es más controlado, en casa, en una habitación preparada para evitar accidentes, por la calle o en el parque cogiéndole la mano para ayudarle, a partir del año y medio la experiencia ideal seria poder ofrecerle espacios abiertos en los que pudiera moverse con libertad bajo mirada atenta de un cuidador. Por eso, los niños progresan tanto en la playa, en ella tenemos el entorno perfecto: espacios abiertos donde correr, suelo blando que pone a prueba permanentemente su equilibrio incipiente y «arena» un juguete multiusos maravilloso... Si a esto le unimos la presencia del mar, el baño y el tiempo compartido... obtenemos lo más parecido al paraíso para un niño. Sean cuales sean nuestras circunstancias, él necesita este entrenamiento diario. Cuando comience a ir a una Escuela Infantil, lo ideal sería que dispusiera de jardín, espacios al aire libre o una amplia zona de juegos donde nuestro hijo pudiera explorar a gusto en un entorno controlado. La curiosidad del explorador lo llevará a alejarse investigando estímulos y habilidades, entre ellas se encontrará con los demás niños y comenzará una nueva fase de socialización e integración. Estamos facilitando el desapego necesario para que alcance una relación equilibrada con el mundo circundante.

Durante esta etapa, el niño comenzará a manifestar iniciativas por realizar determinadas actividades por sí mismo: lavarse las manos, ponerse los zapatos o usar los cubiertos. Y esto podemos y debemos aprovecharlo. Para fomentar su autonomía hay que permitirles que lo hagan, animarlos cuando lo piden y aplaudir sus logros. Es una conquista que les ofrece a sí mismos una imagen de evolución hacia el «ser mayor». Pero con frecuencia, por las prisas o por nuestra propia inseguridad en que lo logren, los frenamos: «Déjame a mí que tú no sabes, que tenemos prisa, que es muy tarde, que se puede romper, que es peligroso, que...». De esta forma, retrasamos su progreso y mermamos su autoestima. Y, además, generamos malos hábitos: el niño no aprende ni integra entre sus actividades el ayudar a poner o quitar la mesa, por ejemplo, o genera una dependencia de nosotros para su propia higiene, de tal forma que cuando nosotros no lo hacemos ellos no lo hacen por sí mismos. Si queremos que formen parte activa de la familia, que ayuden en los quehaceres diarios, que se sientan uno más y útiles, más vale unas manos al principio mal lavadas, un vaso o un plato roto, algún babero manchado por la cuchara volcada a medio camino, o levantarnos quince minutos antes para que él disponga de tiempo de ensayo y las prisas no nos condicionen. Cuando alabamos sus intentos - no necesariamente sus logros-, y aplaudimos sus conquistas, le devolvemos una imagen positiva y optimista de sí mismo.

HACERLO CONSCIENTE DE SUS EMOCIONES

Las emociones son el motor de la acción: porque nos sentimos inseguros requerimos la presencia de la persona de apego; porque ese olor es nuevo, busco su origen para identificarlo; porque no logro saltar, patear la pelota, meter los cubos en la caja..., la frustración me empuja a repetir una y otra vez el movimiento hasta que logro mi objetivo. En esta etapa, junto a la seguridad, la ansiedad, la frustración y la ira, aparecen la duda y la vergüenza, ahora que ha aprendido a reconocerse sí mismo como ser independiente. Son dos emociones que nacen de la proyección de la acción vista desde fuera. Se ve ahora a sí mismo fracasando o triunfando. Las líneas rojas lo llevan a la duda sobre si lo que quiere realizar es acertado o no, es conforme a lo que mamá quiere o no, es bueno o no. La vergüenza se deriva del miedo al fracaso o de la proyección de una imagen inadecuada de sí mismo. La duda es necesaria porque es la puerta de la decisión consciente. Si no hubiera duda sería imposible educar la conducta y el comportamiento sería absolutamente instintivo. El riesgo es convertir la duda en fuente de ansiedad y miedo, lo que en un futuro derivaría en el inmovilismo, cuando no se actúa por miedo a equivocarse. La vergüenza es consecuencia de un «querer ser» frente a los demás. Siente vergüenza por la necesidad de proyectar hacia los demás y hacia sí mismo una imagen definida: es el principio mismo de la definición de la personalidad. El problema se deriva de la inseguridad permanente de que la imagen sea la adecuada o el miedo al fracaso, el no estar a la altura de las expectativas creadas. Para evitarlo bastan dos reglas muy sencillas pero constantes en el tiempo de aquí en adelante:

CÓMO ACTUAR ANTE EL MIEDO Y LA VERGÜENZA

1.La valoración positiva de la emoción.

2.Ofrecerle pautas de conducta bien definidas y claras que le sirvan de referencia.

No hay emoción negativa y siempre que hablemos de ellas conviene hacerlo en clave positiva. Cuando el niño siente miedo, por ejemplo, conviene explicarle que todos sentimos miedo - no es negativo que él lo sienta - porque es algo necesario en la vida. Es positivo porque se origina por inseguridad ante un peligro. Eso nos hace ser prudentes y no asumir riesgos innecesarios. Lo que debemos hacer es pensar en qué nos causa miedo, comprobar si existe o no peligro, y si no existe peligro, tranquilizarnos y pensar en otra cosa que nos resulte agradable. Seguiremos el mismo camino con las demás emociones, primero la valoración positiva:

«Has dudado y eso es bueno porque quieres hacer lo correcto, lo apropiado, lo conveniente... Me encanta que seas una persona reflexiva»

«La vergüenza es nuestra gran aliada para prepararnos. Gracias a ella pensamos: ¡Es ya el momento o espero un poquito!»

Luego las claves de control de la emoción:

«Ante la duda, decide lo que sea bueno. Si no lo sabes, piensa qué querría mamá que hicieras. Y luego, actúa».

«Cuando sientas mucha vergüenza, tranquilo. Imagínate a ti mismo haciéndolo bien y a los demás muy contentos contigo. Luego, cuando estés más seguro, inténtalo. Pero recuerda que lo importante es intentarlo».

Conviene hablar de las emociones desde pequeños, que ellos sepan identificarlas, nombrarlas. Es más fácil operar mentalmente con algo conocido. Así sabrán que están ahí y que son nuestras aliadas en la vida, que podemos encauzarlas para que nos ayuden. El discurso anterior puede parecernos excesivo para un niño de veinte meses, pero asociamos el mensaje a la aparición de actos vinculados a emociones y su capacidad de comprensión aumenta muy rápidamente. Mi hijo en esta etapa tenía una enorme fijación por los botones, ejercían sobre él una atracción magnética. Ni que decir tiene que se le dan de maravilla las nuevas tecnologías. Ante esta fijación, poco a poco fueron apareciendo las líneas rojas para advertirle que «no» encendiera la luz, que «no» encendiera la televisión, que «no» conectara el microondas, la lavadora, la radio, etc. En cambio, fomentamos esta afición ofreciéndole juguetes con botones asociados a sonidos y luces. A veces, se quedaba mirando el interruptor de la luz u otro cualquiera, y comenzaba el movimiento de extender el brazo para detenerlo en el aire y decirse «no» a sí mismo. Iniciaba así una pugna que era la dramatización misma de la duda: la mano con el dedo índice preparado luchaba por acercarse al interruptor, la cabeza negaba y, a veces, miraba hacia nosotros como pidiendo ayuda. Era el momento de felicitarlo y hablarle de que «eso» que había experimentado es la duda y alabar su comportamiento porque había sabido hacer lo correcto.

La vergüenza suele aparecer por las experiencias nuevas ante las que el niño proyecta un posible fracaso, es el típico caso del niño que se esconde tras las piernas de su madre porque no quiere besar a esa amiga suya que acaba de presentarle, o cuando huye para no bailar, dibujar, cantar... (cualquier habilidad de la que nos sentimos orgullosos), al pedirle que haga una demostración en familia o frente a extraños. Con frecuencia, la cara se enrojece y la actitud se hace evasiva. Es bueno entonces que el niño sepa que lo que acaba de sentir es vergüenza, y explicarle lo positivo de la emoción previniéndole de las consecuencias de su exceso. En estos casos, el peor recurso que podemos emplear es obligar al niño contra su voluntad porque podemos exponerlo a una situación humillante para él. La experiencia negativa nos alejaría de lograr que controlara la emoción. Cada paso adelante deberá ser por convencimiento y voluntad propia. Si no presionamos, se irá a su cuarto, ensayará y regresará al tiempo para hacer lo que le habíamos pedido. De no ser así, el vencer esa resistencia se hará poco a poco repitiendo la situación hasta que por sí mismo la supere.

AYUDARLO A SUPERAR LA ETAPA POSESIVA

La etapa posesiva, el reclamar todo como suyo, es un periodo de autoafirmación que hemos de ayudar a superar con suavidad pero con firmeza. La fijación en esta etapa deriva en un egocentrismo que supondría un lastre en la relación con los demás, en una correcta socialización en la familia, con los hermanos, y en el entorno próximo, en el colegio. Es el momento de inculcar la importancia de la empatía, de ir transmitiendo la importancia de atender los sentimientos que experimentan los demás ante un comportamiento determinado. También es ya un entrenamiento hacia el lenguaje asertivo que trabajaremos más adelante. Se trata de hacerle ver cómo es más divertido compartir. Y deberemos tener mucha paciencia en este sentido a partir de los tres años. Pero, ¿cómo lo podemos ayudar? No se trata de obligarlo a dar su juguete en un momento dado, sino de premiar su actitud cuando comparta con un gesto de aprobación y una sonrisa. Imaginemos que ha venido una pareja a visitarnos a casa, y su hijo quiere jugar a introducir los cubos en la caja de colores. Pero el nuestro se niega, «Es mío» dice, y se los quita de la mano. En ese momento, volcamos nuestra atención no sobre nuestro hijo, sino sobre nuestro visitante y le ofrecemos otro juguete, la granja, e inmediatamente empezamos a jugar con él, y nos divertimos mucho, nos reímos con él. Nuestro hijo dejará el «esto es mío» para intentar participar con nosotros de ese juego. Y en ese momento lo aceptamos como uno más, sin regaños ni acritud. Después le invitaremos a aportar los cubos como juego en común. Por último, cuando ya los niños estén jugando, los dejaremos solos. Con nuestra actitud estamos evitando que nuestra atención en ese momento centrada sobre él actúe como un refuerzo de una conducta inapropiada, y, en segundo lugar, estamos enseñando que a nosotros nos gusta más compartir, porque es más divertido. Estamos educando en la sociabilidad y conduciendo hacia actitudes positivas.

La etapa posesiva se supera con constancia en la corrección de actitudes, sin violencia. Aunque la fase más dura se suele presentar a partir de los dos o tres años, es ahora, en el momento de la duda, cuando indistintamente comparte o reclama para sí, cuando podemos educar mejor. Pero para poder corregirla es necesario que los niños vivan situaciones de relación. Normalmente, en familias numerosas, es un problema que se soluciona por sí mismo y la práctica del compartir se impone por necesidad de la propia convivencia. Pero las familias con pocos hijos o con uno solo son cada vez más frecuentes. El aislamiento le impide ganar experiencia. Sin la corrección adecuada, el niño crecerá consentido y egocéntrico, con serios problemas de adaptación. Es preferible adelantar la escolarización, en estos casos, para facilitar la socialización. Conviene tratar y cuidar con cariño, pero con perseverancia, esta tendencia conductual para evitar derivas.

LA IMPORTANCIA DE TRANSMITIRLE UNA IDEA POSITIVA DE SÍ MISMO

Pocos verbos hay tan peligrosos como el verbo «ser» cuando educamos. A través del verbo «ser» categorizamos, es decir, clasificamos realidades asignándoles una «categoría» de forma permanente. Por eso frases como «Eres un niño malo», «Eres perezoso» o «Eres tonto» son un auténtico torpedo para su autoestima, especialmente en un periodo en el que el niño se está forjando una imagen de sí mismo y de su papel en el grupo. Su mente está ahora estableciendo categorías básicas, organizando la realidad y, en base a estas categorías, enfocan su línea de comportamiento. Si le decimos a un niño que es «malo» o «tonto» corremos dos riesgos: el primero es que establezca ese criterio como aquello que «nosotros creemos de él», lo que marcará su relación con nosotros en un momento en que necesita saber qué lugar ocupa en la familia, si le asignamos el papel de «malo o tonto» ejercerá como tal y estaremos estableciendo su pauta de conducta. En segundo lugar, asentaremos en su mente una imagen negativa de sí mismo. Quien se tiene a sí mismo como alguien «bueno» tratará de comportarse como quien merece este calificativo, quien se tiene a sí mismo como alguien «malo» o «tonto» ni siquiera lo intentará, ¿para qué si cambiar su línea de actuación no va a alterar la imagen que tenemos de él, que tiene de sí mismo?

En una entrevista, el doctor Alonso Puig"' afirmaba algo tan serio como que «La palabra es una forma de energía vital. Se ha podido fotografiar con tomografía de emulsión de positrones cómo las personas que decidieron hablarse a sí mismas de una manera más positiva [...], consiguieron remodelar físicamente su estructura cerebral».

La escritora Ana Rosón vincula el lenguaje negativo a la atracción de aquello que pretendemos evitar; por eso, el enfoque principal deberíamos dirigirlo hacia lo positivo que la vida les ofrece. Frases negativa como «Si no estudias, no aprobarás y no conseguirás nada en la vida», «Si te pasas todo el día fantaseando, no vas a aprobar», «El mundo está lleno de injusticias», etc.; en realidad están alentando el miedo al fracaso. Para que lo entendamos mejor, cuando alguien va a someterse a una situación que le puede causar vértigo, le recomendamos que no mire hacia abajo. La perspectiva de mirar al abismo puede producir el efecto que tratamos de evitar. La presión de enfrentarse al fracaso anunciado puede convertirse en la causa del mismo fracaso. Frases como las anteriores serían fácilmente sustituibles por mensajes positivos: «Estudiando lo necesario, el aprobado está a tu alcance», «Todos buscamos la justicia en esta vida», «Es bueno generar espacios de fantasía y de concentración», etc.[59]

Por eso, el lenguaje negativo, el repetirle a un niño que «es» malo, tonto, nervioso, distraído, perezoso o vago, descortés, ineducado... supone, en realidad, un aliciente para reforzar la conducta que tratamos de corregir.

Conviene siempre usar un lenguaje positivo que dibuje una imagen que refuerce su autoestima, una actitud que lo lleve a esforzarse para aproximarse a través de su conducta a la imagen positiva que proyectamos de él. Tres normas sencillas nos ayudarán:

1. CALIFICAR LOS ACTOS, NO A LA PERSONA:

Un niño no «es malo», sino que, en ocasiones, puede «hacer algo mal» o «hacer algo malo». Y todos nos equivocamos o hacemos cosas mal. Sucede que, con frecuencia, los nervios nos traicionan, nos gustaría que evolucionaran o aprendieran determinadas conductas con más rapidez y reaccionamos de forma desequilibrada: «¿Eso se hace? Eres un niño malo, ahora no te voy a querer>. Pero los adultos somos nosotros y somos nosotros los educadores. Es tu amor y tu respeto como adulto el que le brinda la seguridad que necesita, esa frase se la niega. Un niño inseguro no tiene el cerebro disponible para explorar y progresar porque toda su atención se centra en cubrir esta carencia afectiva.

Calificar los actos significa entrenarnos nosotros mismos en decir «Eso que has hecho está mal», «Eso que has hecho es peligroso, o no está bien, o puedes hacerlo mejor», «Eso que has hecho» puede ser que se deje dominar por la ira, que no obedezca una instrucción repetida en un momento dado, que se niegue a ir a la cama. A continuación, expliquémosle el porqué de ese calificativo: «... no es bueno porque puedes hacerte daño, y conviene que veas el peligro antes de que te ocurra algo malo (quemarte, caerte, hacer sentir mal o causar daño a un hermano, a un amigo). Si queremos, además, educar en los sentimientos, conviene también hablar de nuestras emociones: «Eso que has hecho es malo y me pone triste. Me pone triste pensar que puedas hacerte daño. Y a mí me gusta reír contigo, no estar triste. ¿Tú quieres que yo esté triste? ¿A ti te gusta estar triste?». Si a continuación dibujamos una imagen positiva de su personalidad, mejor: «Un niño tan bueno como tú puede evitar esas cosas», transmitirle a través de nuestro mensaje que «creemos que él un niño muy bueno», para que lo sienta así y luche por conquistar la imagen que le ofrecemos.

2. EVITAR LA HUMILLACIÓN:

Pocas experiencias puede haber más destructivas para la autoestima de un ser humano que la humillación. Recuerdo aún con vergüenza ajena una anécdota en la etapa infantil. Teníamos siete años. Estábamos en clase, bancas y mesas corridas de madera. Una compañera se hizo «caca» encima. Sintió tanta vergüenza que no se atrevía a moverse, comenzó a llorar. Por fin, el profesor se dio cuenta de lo sucedido. «Eso es asqueroso» - le gritó - «Ahora, te quedarás castigada de pie mirando al rincón hasta la hora del recreo». Y la pobre niña, llorando con la cara entre las manos, permaneció de pie ofreciéndonos el espectáculo de su falda manchada. Aún me duelen las risas de aquellos niños. No recuerdo ya el nombre de ninguno de mis compañeros, pero sí recuerdo que aquella niña se llamaba Merceditas y aún siento su vergüenza. Después de tantos años de profesión, sigo sin comprender qué pudo mover a aquel maestro a actuar de forma tan cruel. Lo que sí sé es que aquella experiencia marcó de por vida a una pobre niña que desde ese momento no se atrevió a mirar a la cara a ninguno de los que habían sido o podrían haber sido sus amigos, sus aliados, en esa etapa de la vida. Desde luego que la humillación puede lograr corregir un comportamiento pero ¿a qué precio?, ¿qué idea queda de sí mismo?, ¿qué posibilidades de relación le dejamos tras una exposición semejante? La humillación es un acto de crueldad psicológica que deja unas terribles huellas en la conciencia. No permitamos que nuestros hijos, que nuestros alumnos crezcan en esa realidad, ni en la familia, ni con los hermanos, ni con los compañeros en el colegio. Cualquier conato de humillación conviene atajarlo inmediatamente.

3. APRECIAR TODAS SUS CUALIDADES EN POSITIVO:

A poco que reflexionemos, nos daremos cuenta de que no todo lo que se critica en educación como negativo tiene por qué serlo. Un niño puede ser lento en el desarrollo de las actividades pero meticuloso en su ejecución, eso podría convertirlo en un magnífico relojero, técnico informático o cirujano. Un niño puede ser un remolino y estar continuamente moviéndose, pero esa cualidad acompañada de una buena sociabilidad podría convertirlo en un magnífico comercial, deportista, reportero... Por eso, cuando corregimos, conviene partir siempre de la visión positiva de aquello que queremos encauzar: «Me encanta lo activo que eres (no he usado la palabra «nervioso» a conciencia), eso te ayudará a hacer un montón de cosas en la vida. Ahora conviene que aprendas a canalizar bien toda esa energía para que sea útil. Esforzarte en el control de esa actividad. Y para lograrlo poco a poco, concéntrate en no salirte de la raya con el lápiz de colores». No le digamos a un niño «torpe» o «lento» sino «preciso o meticuloso», no le digamos «nervioso o hiperactivo» sino «activo y despierto», no le digamos a un niño «charlatán» sino «sociable», no le digamos «despistado ni distraído» sino «imaginativo». En realidad, estamos constatando las mismas realidades, pero pensadas desde la perspectiva posi tiva. El exceso de cualquier cualidad puede derivar en un déficit de aprendizaje. Un niño demasiado pasivo y con facilidad de concentración, puede ofrecernos unos magníficos resultados académicos, pero ser incapaz de tener un amigo. Uno muy obediente puede desarrollar una personalidad dependiente, incapaz de enfrentarse a un problema sin que se le diga lo que debe hacer, la obediencia no puede ir reñida con la iniciativa y la respuesta apropiada cuando lo que se le pide al niño no es lo correcto o lo oportuno. Esa imagen positiva que podemos ofrecerle, le acompañará toda su vida.

4. SUSTITUIR LA NEGACIÓN Y LA PROHIBICIÓN POR INSTRUCCIONES POSITIVAS:

Conviene entrenarse en el uso de un lenguaje positivo, y digo «entrenarse» porque estamos adiestrados en todo lo contrario. Sin embargo, a poco que pensemos, es mucho más práctico para el aprendizaje comunicar al niño lo que «sí» puede hacer, que decirle lo que no puede. Cuando prohibimos, marcamos una línea roja sin dar alternativa clara de conducta. Al ofrecer la alternativa en positivo, también marcamos la línea roja, pero estamos ofreciendo a su mente la alternativa positiva a esa conducta que queremos que el niño corrija. Pondremos algunos ejemplos que tendremos que ampliar y perfeccionar en el día a día. En lugar de decir «No enciendas la luz» / «La luz se enciende durante la noche»; en lugar de «No corras en la calle» / «En la calle caminamos con cuidado»; en lugar de «Nunca pegues a tu hermano» / «Cuida a tu hermano», «Trata a tu hermano con cariño»; en vez de «No grites» / «Hablamos despacio y pausadamente para entendernos», etc. En cada uno de los ejemplos anteriores hemos orientado su actuación hacia lo positivo sin recriminar lo negativo; no hemos cuestionado al niño como persona, no se sentirá rechazado y sabrá claramente qué conducta esperamos de él.

El lenguaje positivo ha de extenderse al universo que le rodea. Los calificativos optimistas y generosos tienen que impregnar a nuestra pareja, a los hermanos, a los adultos en general, al sentido de la vida. Parece que estuviéramos adiestrados en la crítica y la visión negativa y esto hay que cambiarlo conscientemente sabiendo que estamos codificando la forma de ver la realidad desde el cerebro de nuestros hijos. Cuando nos quejamos continuamente de lo duro que es nuestro trabajo, de lo injusto que es nuestro sueldo, de lo cruel que es el jefe, estamos trasladando la idea del «trabajo», aquello que requiere nuestro esfuerzo, nuestra dedicación, como algo negativo en la vida. Después querremos que ellos vayan contentos al colegio. Por eso conviene que nos tratemos en el hogar con cariño y respeto entre cónyuges y hermanos. Es importante de que nos demos las gracias unos a otros, que pidamos las cosas «por favor», que evitemos las voces y el trato brusco o las situaciones de violencia de cualquier tipo, que nos pidamos perdón cuando nos equivocamos. Si esta forma de hablar es lo que viven en casa, la reproducirán en el futuro facilitando su socialización. Recordemos que si ofrecemos una visión positiva y optimista de la realidad, adiestramos su mente en esa visión positiva: la crisis, el error, el tropiezo se transformarán en una oportunidad y no en un freno. Esto es básico en el adiestramiento de la conducta.

Por último, es importante recordar una vez más que la comunicación no verbal es más importante que las palabras. Estos mensajes positivos deben ir siempre acompañados de una sonrisa en los labios y en los ojos, un tono pausado y una caricia. Cuando hablamos con nuestros hijos en la corrección de actitudes, conviene que al principio lo hagamos sin improvisar. Hemos observado como pareja algo que conviene corregir. Hemos decidido actuar para corregirlo. A partir de ese momento, hay que hacer consciente al niño del objetivo que él debe perseguir para mejorar de una forma clara y concisa, y que sepa que nosotros vamos a ayudarle a conseguirlo. Conviene crear una situación apropiada, que podamos hacerlo individualmente y sin elementos de distracción en el entorno - televisión apagada, hermanos sin entrar en la conversación, teléfono móvil en silencio-. A partir de ahí, generamos la conversación mirándolo directamente a los ojos, con optimismo y con dulzura. Una vez marcado el objetivo - que él mismo se lave las manos, por ejemplo-, bastará con recordárselo cuando a él se le olvide, pero siempre será mucho mejor alabarle la conducta cuando la haya producido adecuadamente: «¡Olé, qué mayor es mi niña. Ya se lava sola las manos, ¿te has fijado, Juan?».

Y estas pautas de corrección por nuestra parte no son exclusivas para esta edad, sino mientras eduquemos. Si las usamos gradualmente, las actitudes positivas y los hábitos irán integrándose poco a poco en la conducta de nuestro hijo. De lo contrario, la desviación será más difícil de corregir a medida que vaya creciendo una vez integrados hábitos inadecuados. De momento, basta con recordar una vez más la regla de oro: atención y sonrisa ante conductas que queramos propiciar; indiferencia, ausencia de respuesta afectiva por nuestra parte, ante conductas que queramos erradicar.

PAUTAS DE CORRECCIÓN DE CONDUCTAS

1.Identificar claramente lo que queremos corregir.

2.Coordinarnos como pareja, como grupo, para dar una misma respuesta cuando observemos el comportamiento que tratamos de corregir en nuestro hijo.

3.Explicar a nuestro hijo qué esperamos de él.

4.Ser constantes, coherentes y coordinados en la observación y seguimiento de la conducta.

5.Plantear un objetivo claro, muchos objetivos simultáneos generan sensación de impotencia.

6.Evitar vivir con el niño situaciones de ansiedad vinculadas a problemas familiares o sociales.

DOS PELIGROS PARA SU AUTOESTIMA: SOBREPROTEGER Y RIDICULIZAR

En esta fase de autonomía frente a vergüenza o duda hay dos actitudes que debemos evitar en torno al niño por sus resultados negativos. La primera es sobreproteger y tiene que ver con un exceso de amor hacia el niño, o con un exceso de miedo a que le pueda ocurrir algo. La segunda es ridiculizar al niño en los momentos críticos del fracaso. El caso de la sobreprotección supone impedir que el niño desarrolle esta etapa de exploración del mundo exterior y desarrollo de sus capacidades físicas.

María de los Ángeles no podía ni pensar en que su hijo se cayera, que se hiciera una herida, sufría en la anticipación de la posibilidad de pudiera sufrir algún daño. El niño siempre iba sentado en el cochecito o sin soltarse de su mano. Su mano, más que sostenerlo, lo llevaba en volantas levitando sobre la acera. Un día estábamos sentados en una terraza junto a un parque, nuestros hijos apenas tenían un año y jugaban sentados en el suelo. En un momento determinado, el niño se balanceó hacia atrás y quedó tumbado de espaldas llorando. A la madre le faltó tiempo para recogerlo del suelo: «¿Te has hecho daño? Uy, no, mi chiquitín, ea, ea, ea. Ahora a la sillita, verás cómo se te pasa». Y el niño quedó sentado y convenientemente atado a la silla. Siguió llorando, señalaba al niño sentado en el suelo. No era un llanto de dolor, sino de frustración y fracaso. María de los Ángeles le estaba enseñando a su hijo una forma específica de resolver los problemas: la huida. Has tenido un fracaso, no sigas intentándolo porque volverás a fracasar. Búscate un refugio seguro.

A lo largo del aprendizaje vamos vinculando acciones y emociones. El éxito en empresas anteriores nos predispone al optimismo, en definitiva, confiamos en nuestras posibilidades de triunfo; en cambio ese fracaso enquistado, ese que no hemos logrado superar, insertará en nuestra mente la emoción contraria, lo que generará miedo o ansiedad ante los nuevos retos. Pero los niños tienen una formidable capacidad de adaptación y superación cuando le ponemos los medios a su alcance. En el caso anterior, cuando entró en la Escuela Infantil, el niño tuvo un serio problema: estaba siempre en el suelo y todos los días aparecía con un chichón, las rodillas y los codos arañados, las espinillas moradas. La madre se preocupó muchísimo pero las cuidadoras no sabían explicarle qué estaba pasando, el niño era propenso a los accidentes, se caía y se golpeaba continuamente sin que ningún compañero interviniera. Lloraba mucho, no se levantaba, permanecía allí donde caía a la espera de que alguien se ocupara de él. Mi amiga se enfadaba mucho y amenazó con denunciar a la Escuela Infantil por negligencia, culpaba a las cuidadoras de falta de atención, de dejación de obligaciones, de crueldad... En este caso, y lo siento por mi amiga María de los Ángeles, la Escuela Infantil permitió separar a una madre que interfería en el desarrollo. A los tres meses ya no se caía y desaparecieron los accidentes. ¿Esta actitud de María de los Ángeles pudo derivar en otras consecuencias negativas en la formación del carácter? El resultado de la educación, la personalidad desarrollada, se va a deber a la confluencia de muchos factores, entre ellos la propia libertad del individuo llegado el momento, pero éste es uno de ellos. Necesitamos caernos para aprender a levantarnos, si desconocemos la experiencia del éxito superando el fracaso a través del esfuerzo, no tendremos armas en la vida para luchar contra la frustración que supone el no conseguir inmediatamente aquello que deseamos. El miedo al fracaso nos impedirá tomar decisiones que impliquen asumir riesgos. Miedo a vivir.

Tampoco debemos caer ni permitir ridiculizar sus errores, en especial por las personas de referencia con vínculos afectivos, es decir, en su círculo íntimo, madre, padre, hermanos... Ya sabemos que el niño se mueve procurando la reafirmación de los lazos de apego, y que los más fuertes son aquellos que se establecen en torno a la madre, pero que también forma parte de una familia en la que ocupa su lugar. El niño probará una y otra vez y no hay más camino para el éxito que el error. Tendrá que equivocarse muchas veces hasta lograr establecer las conexiones exactas en su cerebro que le permitan realizar cualquier operación con éxito. La actitud de la madre, o la persona de apego en su momento, respecto a este proceso de aprendizaje es crucial para no desarrollar emociones que afiancen un sentimiento de vergüenza que le impida ensa yar. En este periodo de uno a tres años, el desarrollo del habla es muy rápido, pero como sucede con sus movimientos, también está sometido a pruebas de acierto-error. Cuando un niño dice «Lo ha hacido el hermano» está manifestando una gran madurez lingüística, nos está demostrando que su cerebro ha aprendido ha realizar esquemas de simetría, analogías regulares en la formación de palabras: si el participio de «temer» es «temido», el participio de «hacer» debería ser «hacido». La construcción de su oración es impecable. Imaginemos ahora que el hermano dos o tres años mayor que él comienza a reírse y lo señala diciendo «Ha dicho `hacido'». Tonto, se dice «hecho». El niño no entenderá por qué lo ha hecho mal y se sentirá ridículo. Como el afecto de su hermano, su reconocimiento, es algo que le importa, procurará evitar situaciones en las que pueda sentirse despreciado por su entorno. El resultado es la inhibición, procurará no hablar para no volver a ser rechazado y sin ensayo de acierto-error estaremos retrasando su desarrollo lingüístico. Por eso, hay que evitar que el niño sea ridiculizado en su aprendizaje mediante un mensaje positivo: «¡Qué bien! Me gusta cómo lo has dicho. Pero se dice «hecho», lo ha «hecho» el hermano, ¿vale?». Y convendrá enseñarle con cariño y paciencia. La práctica hará el resto.

Conviene prestar especial atención a los hermanos mayores. Para ellos, el hermano menor es visto con frecuencia como un extraño que ha venido a sustituirloX60' - síndrome del primogénito-. Esos celos lo llevarán a reivindicar su lugar de privilegio en la familia, las atenciones perdidas, necesitará reafirmarse. Y la inseguridad se canaliza con frecuencia a través de la violencia física o verbal. Cuando vemos a un niño ridiculizar a otro, está tratando de reivindicar socialmente el reconocimiento de su superioridad. Lo malo es que, como la inseguridad no desaparece con el acto, vuelve a repetirse una y otra vez hasta correr el riesgo de enconarse, de transformarse en hábito. Ni es bueno para quien sufre la humillación, porque la vergüenza le impedirá desarrollar sus capacidades de relación social, ni es bueno para quien humilla porque estará generando un modelo de conducta viciado que le impedirá establecer relaciones de amistad y confianza. Los padres debemos intervenir inmediatamente reconduciendo estas actitudes hacia la empatía. En primer lugar paliando el efecto negativo de la ridiculización atendiendo al pequeño con un refuerzo positivo («Pero, ¿qué estás diciendo? Lo ha dicho bien, muy bien»- dicho mientras nos dirigimos al pequeño con una sonrisa de aprobación) y, en segundo lugar, buscando establecer lazos de empatía con el hermano mayor. Para ello conviene hablar a solas con él, que nuestra explicación no se sienta como una reprimenda en presencia de su hermano menor. En su esquema de organización social, él se siente superior al hermano pequeño, una reprimenda frente al hermano la sentiría como una humillación y no haríamos sino agravar su resentimiento. Vamos a buscar su complicidad en el proceso de la educación a través de la empatía. Le explicamos que para aprender es necesario equivocarse. Le pondremos algún ejemplo de algo que aún él mismo no haya conseguido para que identifique sus propios sentimientos de frustración ante el fracaso con los que pueda sentir el hermano («¿Has conseguido atarte solo los cordones de los zapatos?»). Para que no se sienta fracasado introducimos la motivación positiva de refuerzo («Aún no lo has conseguido, pero yo sé que lo lograrás porque eres hábil y constante»); por último, la identificación del sentimiento («¿Cómo te sentirías tú si papá o yo nos riéramos de ti cada vez que no lo logras?») y la traslación («Así se siente tu hermano cuando tú, su hermano mayor a quien quiere y desea parecerse, se ríe de él»). Se trata ahora de hacerlo nuestro cómplice en la educación. Eso le hará sentir importante porque no lo excluimos ni lo apartamos de nosotros, sino que lo queremos con nosotros. Le damos instrucciones claras: «Lo que tenemos que hacer es alegrarnos de que ya pueda hablar con nosotros y, cuando veamos que se equivoca, con paciencia y una gran sonrisa enseñarle cómo se dice bien/hace bien. Así él podrá también ser tan listo y bueno como tú». Cada vez que veamos cómo ayuda o trata de ayudar a su hermano, aplaudiremos el gesto centrando nuestra atención personalizada en él para incentivar la repetición de la conducta.

DE LOS 2 A LOS 4 AÑOS: LA PRIMERA INFANCIA

Las líneas maestras educativas siguen siendo las mismas: que se sienta querido, aceptado, seguro; fomentar su autoestima haciendo de la tranquilidad, la alegría y el optimismo su entorno; potenciar su autonomía permitiéndole y facilitándole el hacer por sí mismo aquello que pueda, de forma constante y gradual; cultivar su capacidad lingüística; ir educando en conductas sociables facilitando la relación con entornos más amplios. Pero ahora el desarrollo físico y mental es muy superior y vamos a conquistar nuevos estadios. En el aspecto físico, el objetivo en esta etapa se centrará en el control de esfínteres y en el perfeccionamiento de las habilidades alcanzadas: pasamos ahora de la fuerza y coordinación - objetivo: andar o correr, comunicarse - al desarrollo de habilidades que requieren un control concreto - sostener un lápiz y dibujar una raya, un triángulo, un cuadrado, por ejemplo, elaborar frases complejas-. En el aspecto mental, la madurez lingüística dará el salto a la representación simbólica: las imágenes mentales serán tan reales que se confunden con la vida misma en una fantasía desbordante. La respuesta es el miedo a todo aquello que desconocemos y nos hace sentir inseguros. En este momento, una tarántula está tan viva y supone tanto peligro como la bruja de Blancanieves; su mente puede representar las dos imágenes y reaccionar emocionalmente ante ambas, aunque ninguna de ellas forme parte de su realidad inmediata y precisamente por eso: ahora es consciente de que la realidad se extiende más allá de las paredes de su casa. Las emociones asociadas a estas imágenes seguirán vivas en su mente, incluso pueden enquistarse. Si no las supera - la oscuridad, una máscara, los insectos, la calle, los adultos desconocidos, los animales - puede generar fobias de adulto. Por último, la imagen de sí mismos es cada vez más nítida lo que les permite pasar de la duda a la acción adoptando decisiones personales; si antes actuaban siguiendo las instrucciones, ahora la conciencia moral sobre sus actos es cada vez más clara: empezamos a actuar por iniciativa propia sabiendo que lo que hacemos es bueno o malo.

CUIDAR DE SU UNIVERSO RECIÉN ESTRENADO

Para el niño, su universo se circunscribe a la realidad que vive, esa es la que tiene que organizar en su mente. En este momento en el que aún no ha desarrollado mentalmente la noción de tiempo, vive en un continuo presente, y el orden es esencial. Nos referimos ahora a tener unos horarios constantes, en especial a los concernientes a las necesidades físicas como dormir, comer, bañarse o salir de paseo; y, también, al orden espacial, al hecho de que en su universo cada juguete, cada mueble, cada persona esté en su sitio. Esto hace que su realidad sea predecible y, en la medida en que funciona la anticipación, se sentirá más seguro. Si, desde el nacimiento, el hecho de mantener un ambiente apacible, predecible y ordenado ha sido importante, ahora lo es aún más. No obstante, hay una transición en esta etapa en lo que se refiere a la fase posesiva relacionada con este orden y la autoafirmación dentro de su universo. Su negativa a prestar «sus cosas» no obedece tanto a un acto consciente de egoísmo, como a la necesidad de sentir que cada objeto está en su sitio en relación con él mismo.

Ya vimos en la etapa anterior, hasta los dos años, cómo no debíamos obligar a un niño a «prestar» o «ceder» sus juguetes cuando los reclamaba como propios, también vimos las líneas de actuación para ir ayudándolo a compartir. A partir de los tres años, el niño ya tiende a superar esta etapa y la escolarización ayuda a ello. Pero hay una línea roja que ahora debemos marcar con firmeza: no admitir que el niño reclame como suyo algo que no lo es. En estos casos no podemos ceder. El niño puede reaccionar negativamente, aparecerá la ira y el llanto, incluso conductas agresivas, pero tiene que aceptar los límites y asimilar la frustración y controlarla. Conviene proceder sin acritud, con calma, pero con constancia, negándoselo tantas veces como lo reclame y siendo indiferentes a sus reacciones negativas. Se trata de una norma básica de convivencia, si cedemos estaremos reforzando una actitud egoísta y comprometiendo su socialización, el hecho de que no respete a los demás.

Si el problema persiste a partir de los tres años y medio, deberemos trabajar en dos direcciones: la primera, fomentarla comprensión y la empatía a través del diálogo. Repetir el mensaje de que «A ti te agrada jugar, al otro niño también; es bueno que los dos estéis contentos». Y, en segundo lugar, en el aspecto material, proporcionarle recursos, juegos, para compartir y evitando aquellos que fomenten el individualismo. Juegos de mesa tradicionales como el parchís, por ejemplo, requieren el compartir y el cumplir unas reglas que deben ser respetadas. Pero, en general, conviene recordar que nosotros somos sus grandes referentes: si nos ven fomentar y disfrutar participando en juegos compartidos, si observan actitudes sociales sanas y alegres, tenderán a imitarla011. Por último, las nuevas tecnologías nos aportan muchas ventajas, pero uno de los inconvenientes serios es el aislamiento en soledad propiciado por algunos juegos de ordenador o interactivos; los niños pueden estar «entretenidos» en su cuarto, pero a costa de sacrificar un aprendizaje importantísimo de habilidades sociales necesario en la vida.

AYUDARLO A CONTROLAR LOS ESFÍNTERES

Es algo que nos preocupa a todos porque suele coincidir con la etapa de escolarización y a todos nos gustaría que, llegado el caso, nuestro hijo ya fuera autónomo y no tuviéramos que ir con los pañales a la Escuela Infantil. Pero, como en otras ocasiones, importa no adelantarse a los acontecimientos ni presionar cuando él aún no está preparado. Lo ideal es que en el inicio de la etapa del «No, yo solo» aprovechemos para marcarle este objetivo familiarizándolo con el orinal. Poco a poco lo irá consiguiendo y hacia los tres años, el control ya se habrá logrado normalmente. El momento adecuado para iniciar la educación en el control de esfínteres (puede durar unos tres meses) debe coincidir con periodos de equilibrio emocional en el niño, cuando estar con él - unas vacaciones, por ejemplo-. Si nuestros esfuerzos coinciden con un cambio de domicilio, el nacimiento de un nuevo hermano, el inicio en una Escuela Infantil, etc., poco o nada conseguiríamos, la mente del niño estaría en asumir las nuevas realidades que se le plantean. Incluso es posible, en estos casos, comportamientos regresivos, es decir, que vuelva a hacerse «pipí» o «caca». La única clave será actuar con paciencia, concientes de la importancia y la dificultad que a él puede suponerle en función de la madurez de su sistema nervioso.

Actitudes muy tradicionales como enfadarse con él o recurrir a castigos ejemplares no solo no ayudan sino que pueden actuar en sentido inverso. Es el caso de unos amigos nuestros muy estrictos en la educación. Su hijo tendría unos dieciocho meses cuando la madre trató de educarlo en el control de esfínteres porque «cuanto antes mejor, no va a ir a la Escuela Infantil con pañales, y empieza ya con dos años. Tú verás como aprende!». Así que comenzó a castigar al niño a permanecer sentado en el orinal cada mañana después de desayunar hasta que hiciera sus necesidades: «¡Pues no te levantas del orinal hasta que hagas «caca»!». La situación se prolongó más de seis meses, hasta que el niño empezó a ir a la Escuela Infantil con pañal, y siguió así hasta casi los tres años. Lo que sí adquirió fue una asombrosa habilidad en utilizar el orinal a modo de coche para desplazarse por el piso. La presión excesiva, cuando no depende sólo de la educación de la voluntad sino de la madurez física, no hacen sino aumentar su ansiedad y retrasar el proceso. Cuando castigamos a estas edades, lo que él entiende es el rechazo o la negación del amor de sus padres, su mente aún dibuja la relación causa-efecto con dificultad porque la noción temporal no se ha forjado. Por eso, el refuerzo positivo de conducta sigue todavía siendo el más efectivo. Algunas alteraciones de la conducta- la avaricia o el afán coleccionista-, pueden deberse a una fase «anal» mal enfocada, con excesivas presiones, obsesionada por la limpieza e iniciada antes de tiempo.

Sin embargo, es algo que hay que educar porque será muy beneficioso para la autoestima, la socialización y el desarrollo de las propias funciones cerebrales. Para no adelantarnos nos bastará con estar un poco atentos a algunas señales que el propio niño nos irá dando: hará alusiones al «pis», tratará de retenerlo cru zando las piernas, observaremos en él los gestos y muecas típicas de «tener ganas», protestará con el pañal sucio, y, a veces, se levantará de la siesta con el pañal seco, o pedirá él mismo ir al cuarto de baño.

SIGNOS DE MADUREZ QUE AYUDAN A IDENTIFICAR El, MOMENTO

1.Ya sabe quitarse los zapatos solo y trata de ponérselos él solo.

2.Sostiene solo su taza y bebe sin dificultad.

3.A veces, se despierta por la noche con ganas de hacer «pipi».

4.Pide hacer las cosas por sí mismo (lavarse, usar la cuchara, etc.).

CÓMO ACTUAR LLEGADO El, MOMENTO

1.Identificar la sensación: ¿ahora tienes ganas?

2.Enseñarle a pedirlo por sí mismo: pídemelo.

3.Alabarle el logro.

SU PRIMERA CURIOSIDAD POR EL SEXO

Relacionado con el control de esfínteres, aparecerá también la curiosidad por el sexo. El hecho de que el niño muestre esta curiosidad y trate de explorar a otros niños es totalmente normal, simplemente está descubriendo una nueva realidad que guarda, además, relación con otros signos externos que debe integrar en ese universo lógico que su mente está forjando. La ropa, el peinado, los juguetes son diferentes. También es diferente la función que en casa suelen desempeñar el padre y la madre, su pelo, su forma de vestir, su voz, incluso sus gestos. Esta curiosidad trata de situar estas diferencias para proyectarse en ellas en esta etapa en la que la imagen de sí mismo se va forjando. Esto significa que hemos de elaborar una proyección de lo que somos y eso dependerá en buena medida de cómo nos tratan los demás y de lo que se espera que seamos, es decir, de lo que le ofrecemos como modelo.

Con todo, esta sexualidad tiene dos caracteres básicos, en primer lugar, es un impulso indiferenciado, no se localiza hacia un objeto o persona concreta. Y, lo más curioso, hay algo que «...lo inhibe desde dentro, el gran temor a esta zona entera que se exterioriza en «remordimiento de conciencia», sin necesidad de ningún saber 'propiamente dicho». De ahí que cuando se fuerza la tensión por impresiones sexuales tempranas tengamos un traumatismo con graves consecuencias en su desarrollo [621.

Cuando surja esta curiosidad, no nos mostremos escandalizados ni ridiculicemos al niño. Si el niño aprende que el «sexo» llama inusualmente nuestra atención, puede usarlo como recurso inconsciente y caer en la repetición, incluso en el exhibicionismo, cuando llegue a la etapa de las «monerías». Y esto, aunque la situación llegue a ser alarmante, como sucedió a una conocida cuya hija había estado con otros niños en los servicios de la Escuela Infantil introduciendo lápices por algunos orificios inapropiados. Sí conviene inculcar en ellos el sentido de la intimidad y el pudor, la conciencia de que es algo reservado y no es correcto mostrar o mirar porque puede ser violento, inapropiado, ineducado. El hecho de hablar del pudor tiene que ver ahora con un recurso básico de prevención contra los abusos sexuales. Para ello bastará con seguir los siguientes pasos:

PAUTAS PARA PREVENIR LOS ABUSOS SEXUALES INFANTILES

Hablar con él niño sobre el tema a solas y con toda naturalidad. Escoger un momento tranquilo en que pueda prestarnos toda su atención. Y cuando la observación nos diga que ya siente esa curiosidad actuar, no anticiparnos:

1.Explicar las diferencias entre hombre y mujer a partir de láminas de forma muy sencilla y natural, mostrando la genitalidad vinculada a su función: pechos - amamantar-, vientre - proteger, alimentar-, vagina - fecundación y canal de parto-, labios - protección-, por ejemplo. Será él quien pregunte ante las imágenes, nuestras respuestas irán encaminadas a mostrarle principalmente que es un tema que puede hablar con nosotros - objetivo fundamental-, la maravilla que es el cuerpo y cómo cada órgano en nosotros está diseñado para una función específica.

2.Introducir el tema de «la intimidad»: «Esto es algo íntimo. Algo es íntimo cuando necesitamos permiso para ello. La intimidad es aquello que nos está reservado de manera especial. Los mayores tenemos intimidad.

3.Prevenir: dejarle muy claro, sin asustar ni meter miedo, desde la reflexión anterior, que si alguien le pide tocar o mirar, debe decírnoslo. Apoyarnos en la importancia de la «intimidad» y el «pudor» nos ayudará muchísimo para evitar tener que profundizar. Y, en esta prevención, debemos añadir «sea quien sea. Si alguna vez sucede, dímelo, ¿te acordarás?». E insistir, porque, por desgracia, la mayoría de los abusos a menores se produce en el círculo íntimo, familia o amigos.

Respecto a las funciones de uno u otro sexo, la mejor escuela será la propia familia. Veamos la imagen que ofrecemos a nuestros hijos porque será el referente que les acompañe el resto de su vida. Si la relación de pareja es equilibrada y dialogante; si conversamos, si ayudamos todos en las labores domésticas como algo natural y necesario, este será el modelo que ellos aprendan. Educar en el respeto a los demás, en la alegría, en el reconocimiento del valor del esfuerzo y el trabajo de cada miembro de la familia, en el amor, es algo que debemos mimar en nuestro día a día. Es muy positivo que el niño vea a su padre y a su madre alternar en el cocinar, poner la lavadora, fregar los platos, coger una bayeta o una escoba para recoger la mesa o la cocina; como positivo será también que los vean escribiendo, leyendo o usando un ordenador. Incluso en el caso de que tengamos servicio doméstico, la actitud ha de ser de colaboración por parte de los padres, e implicar a los hijos en actividades como poner o quitar la mesa, recoger su ropa o su cuarto, que faciliten la labor y los vayan preparando en el ser autosuficientes a través de hábitos necesarios en la vida.

Es bueno asociar estas actividades rutinarias a otras lúdicas que sirvan como refuerzo positivo: todos colaboramos para acabar cuanto antes y así poder disfrutar juntos compartiendo un juego, dar un paseo, ir a jugar al parque, ver algún capítulo de dibujos animados o cualquier otra actividad programada que podamos desarrollar en familia. La idea de «trabajamos juntos, disfrutamos juntos» mejora la eficacia y crea conciencia de equipo y familia. Si los quehaceres diarios, el trabajo y el colegio, nos impiden incidir en esto, lo cuidaremos muy especialmente los fines de semana, durante las vacaciones, en el tiempo que podamos convivir con nuestros hijos.

En negativo, la mayoría de los maltratadores son hijos de padres maltratadores. Si el niño integra esta violencia, esta función dominante y agresiva, como algo inherente al hecho de ser varón, tenderá a reproducir el patrón aprendido para sentir que es hombre, porque es lo que «el hombre debe hacer». Y una vez integrado el aprendizaje, la conducta tenderá a reproducirse automáticamente ante situaciones semejantes a las asimiladas en su infancia. La mente de un niño es un ordenador que registra todo cuanto tiene a su alcance, lo almacena y lo ordena en su memoria para componer un patrón de conducta, eso es algo que no debemos olvidar nunca. En sentido contrario, solía decir mi madre que «Quien es buen hijo, es buen marido», quien respeta la imagen de la mujer en la persona de su madre, respetará esa imagen en la persona de su esposa.

AYUDARLO A IDENTIFICAR YA GESTIONAR LOS MIEDOS

Cuando desarrollamos el pensamiento simbólico suelen aparecer los miedos, emociones que surgen cuando nos sentimos amenazados. Y el mayor peligro es el que creamos en nuestra imaginación. ¿Nunca han permanecido inmóviles en la cama, con los ojos abiertos como platos, la cabeza cubierta con las mantas, convencidos de que un monstruo habitaba en la oscuridad oculto debajo de la cama, en el armario o detrás de las cortinas? Otros miedos son más racionales y guardan relación con experiencias vividas, personalmente sigo teniendo miedo a las agujas hipodérmicas, por ejemplo. El miedo, como cualquier otra emoción es algo positivo en la vida, nos hace ser prudentes y evitar situaciones de peligro y riesgo innecesarias, es una especie de alarma puesta al servicio del instinto de supervivencia. Pero si no aprendemos a gestionarlo, corremos el riesgo de convertirlo en «una emoción tóxica», que nos paraliza, que nos impide actuar, nadar, hablar en público, asistir a una entrevista de trabajo, declararnos a una chica, o divertirnos en una fiesta de disfraces. El miedo tóxico nos empuja a la inhibición, a no hacer, a protegernos en un espacio seguro, nuestro cuarto, nuestra casa, nuestra familia... Por eso hay que reconocerlo y hacerlo nuestro aliado.

Para gestionar el miedo procederemos como con las demás emociones:

1.La valoración positiva: El miedo es bueno y necesario. Significa que tu sistema de alarma funciona correctamente. Si no tuvieras miedo sería malo, no medirías el riesgo ni las dificultades. Cuando te asomas a una escalera y te da miedo saltar, el cerebro te está advirtiendo de que puedes hacerte daño, y eso te detiene para calcular el salto, medir la distancia y confirmar el riesgo. Si no sintieras miedo al agua, podrías ahogarte si no sabes nadar. Cuando ya sabes nadar, el miedo desaparece. El miedo es ese amigo que nos hace ser prudentes.

2.Ofrecerle pautas de conducta bien definidasy claras que le sirvan de referencia: Cada miedo puede ser tratado de una forma diferente, pero siempre desde la gradación y la comprensión. No es una buena técnica dejar al niño llorando desesperado con la luz apagada como terapia contra el miedo a la oscuridad, ni arrojar a un niño a la piscina para que aprenda a nadar. Todo esto no hace sino acrecentar su miedo porque ahora le hemos sumado nuestra falta de apoyo, no nos hemos aliado con ellos sino con su miedo. Mejor lo enseñamos a identificar la emoción y cómo actuar. El miedo nace del desconocimiento: no sabes si hay alguien debajo de la cama, quién se oculta tras la máscara, si sabrás nadar, si te harás daño. La forma de vencer el miedo es el conocimiento desde la prudencia: ponemos un quitamiedos, ves que no hay nadie, tranquiliza a tu miedo, dile que no hay razón para saltar la alarma e invítalo a dormir también. Si hay razón, debes tener cuidado para no hacer nada que pueda ponerte en peligro, protegerte - comenzamos a poner ejemplos: ¿cómo te protegerías si tienes miedo a una piscina?; ¿cómo te protegerías si sientes miedo del fuego?; ¿cómo te protegerías si...?-. Si no hay razón, debes sonreír y decirle a tu cerebro: «Tranquilo, no hay peligro, gracias».

3.Acompañarlo a superar sus miedos: que nos sientan con ellos en esto, pero sin generar dependencia. Acudiremos a su llamada y pactaremos con él el mecanismo que necesita para afrontar por sí mismo su miedo. En el caso de la oscuridad, el usar una lámpara «quitamiedos» sirvió con mis hijos; otros padres dejan la puerta del dormitorio entreabierta y la luz del pasillo encendida; en el caso del agua, puede ser vir sostenerlos por el vientre y el esternón mientras bracean; a medida que ganan confianza, disminuiremos la presión hasta que se mantengan solos con sus manguitos. Cada niño es diferente, la observación y el diálogo nos darán las pautas adecuadas de comportamiento.

4.Adiestrarlo en las técnicas de sustitución y modificación: para superar el miedo, una vez reconocido, podemos enseñar a nuestro hijo cómo enfrentarse a situaciones de bloqueo mediante estas dos técnicas. La técnica de sustitución consiste en «sustituir en nuestro cerebro lo que nos causa el miedo. Imagínate un elefante, grande con su larga trompa y enormes orejas, ¿lo ves? Mantén la imagen, no la pierdas escuches lo que escuches. Entonces comenzamos a repetir: «Rosa, rosa, rosa, rosa...» ¿Dónde está el elefante? La imagen de la rosa ha venido a sustituir al elefante. Si seleccionamos una imagen bella y la repetimos, nuestro cerebro la atraerá sustituyendo poco a poco el objeto de nuestro miedo que pasará a un segundo plano hasta desaparecer. La oración actúa en este sentido, obligamos a las neuronas cerebrales a concentrarse en un sentido determinado asociado a emociones placenteras y protectoras como el Ángel de la Guarda. La técnica de la modificación consiste en alterar conscientemente el objeto de nuestro miedo. A los adultos con miedo a las intervenciones en público se les recomienda, por ejemplo, imaginar al auditorio desnudo; a un niño con miedo al agua le podemos pedir que imagine que la piscina está llena de pelotas. De esta forma, lo estaremos enseñando a enfrentarse y superar situaciones difíciles.

DOS ERRORES QUE DAN MIEDO

No debemos usar el miedo como amenaza ni negar la emoción. Usar el miedo como amenaza es una tentación que a todos nos llega en alguna ocasión cuando queremos corregir el comportamiento de nuestro hijo. Es típica frase de «O te comes el bocadillo o viene el tío del saco». Y el tío del saco era el pobre trapero que iba de casa en casa recogiendo lo que buenamente pudieran darle. Pero el saco, aquel saco, era un misterio. Dentro podía ir un niño que no se hubiera comido el bocadillo, que no hubiera hecho los deberes o que no hubiera dormido la siesta. El recurso del miedo es efectivo a corto plazo y conseguiremos que el niño haga lo que deseamos, pero a costa de una inseguridad que podrá derivar en el pánico a cruzarse con un desconocido por la calle. Y esas emociones pueden perseguirlo en su vida adulta bloqueándolo, haciéndolo incapaz de reaccionar ante situaciones concretas sin que él sepa el porqué, bastará con que surja el detonante apropiado. Repito, es cruel e innecesario instrumentalizar los miedos para orientar la conducta del niño cuando basta el refuerzo positivo, no caigamos nunca en esa tentación.

El segundo error consiste en negar la emoción del miedo. «Los hombres no sienten miedo», «Los adultos no sentimos miedo», esas instrucciones bien aprendidas atacarán directamente su autoestima porque el miedo, como cualquier otra emoción, nos asalta sin previo aviso. El miedo es inevitable, porque lo llevamos programado genéticamente. Algunos son innatos, como el miedo a las alturas o a las serpientes, otros son culturales, otros serán vivenciales. Si negamos el miedo creerán que no sirven para ser adultos y ocultarán la emoción tras el sufrimiento. Se rechazarán a sí mismos. Estaremos fomentando un mal punto de partida. Mejor reconocer la importancia positiva de la emoción y mostrarles que todos sentimos miedo, también los adultos, que los miedos van cambiando con la edad y que, la única diferencia, es que nosotros ya los conocemos y dialogamos con ellos. Podemos hablarles de nuestros miedos infantiles, de cómo llegamos a superarlos con el tiempo: «Tú sabes lo que a mí me daba miedo, pero que mucho miedo. Pues había una vecina muy mayor en mi barrio que siempre iba vestida de negro y siempre tenía las persianas echadas...». Entonces les permitiremos aceptar la emoción y dibujar una imagen de sí mismos integrados en un proceso de construcción personal en el que esa fase es necesaria para aprender a ser prudentes. La diferencia entre el cobarde y el valiente es que el primero permite que sus miedos lo paralicen y el segundo actúa con ellos. La diferencia entre el valiente y el temerario es que el primero sabe no arriesgarse cuando hay un peligro real y el segundo se arriesga innecesariamente. Tenemos que aprender a ser valientes y evitar ser temerarios en la vida. Para eso está la prudencia y la puerta, la voz de alarma, es el miedo. Si nosotros, sus padres, lo sentimos, es normal que ellos lo sientan; si nosotros acabamos superándolo, lo normal es que ellos lo superenl631.

PAUTAS DE INTERVENCIÓN EN LOS CONFLICTOS: LAS PELEAS

Las peleas son inevitables. Ya hemos visto cómo cuando habla la zona límbica dominada por las emociones, la razón calla. Durante la infancia, el niño pasa por distintas fases que debe superar en las que su sensación de seguridad y autoestima se vincula en mayor o menor grado al sentido de la posesión y a la expresión del dominio. La fase de apego puede derivar en la búsqueda irracional de la «exclusividad» de la persona de referencia, y la fase egoísta de «esto es mío» en una necesidad de reclamar para sí todo cuanto ve. El niño entra en un orden familiar estructurado donde cada persona tiene su lugar y reclaman el suyo, tienen que aprender a convivir. Teniendo esto en cuenta, la respuesta a la pregunta de ¿por qué se pelean mis hijos? Es sencilla, porque necesitan aprender a convivir respetando unas normas, porque necesitan sentir y reclamar su lugar en el grupo. Una falta de educación en la resolución de conflictos derivará en más peleas a medida que la socialización se abra a círculos más amplios. El permitir que el niño siempre haga lo que quiere y defenderlo ante cualquier conato de frustración nos llevará a niños «consentidos» que confunden sus deseos con leyes que los demás deben cumplir, por amor podemos convertirlos en «niños dictadores». Para evitarlo, nos ayudará el tener unas pautas claras de conducta cuando se produzcan los hechos.

Hildy Ross, psicóloga de la Universidad de Waterloo, Ontario, nos da cuatro pautas para actuar ante los conflictos [641:

1.No intervenir salvo que sea imprescindible (agresión).

2.No comparar a los niños entre sí.

3.Dedicar espacios y tiempos individuales para cada niño.

4.Elogiar las actitudes positivas y los logros.

La intervención inmediata de los adultos impide que los niños aprendan a resolver sus propios problemas. La norma de fomentar su autonomía y no hacer por ellos lo que puedan hacer por sí mismos sigue siendo ahora válida. Hemos de tener paciencia y mantener la calma. Pero existe una línea roja que, si se cruza, nos obliga a intervenir inmediatamente: la agresión. Aunque insistiremos en la forma de proceder, conviene ahora repetir que un error frecuente en estos casos es dirigirnos al agresor para reconvenir su conducta. Todo lo contrario, nuestra atención debe centrarse en el agredido, situarnos en medio, dar la espalda al agresor y consolar al que ha sufrido la agresión. Solo después de esta atención especial e individualizada, nos volveremos hacia el agresor para afear la conducta. La razón de seguir este protocolo es sencilla. Una de las causas de la violencia en los niños es «llamar nuestra atención», cuando nos dirigimos primero al agresor, aunque sea para reñirle, estamos dándole precisamente lo que busca, recompensamos su acto. Nuestra atención, la recompensa, debe pues dirigirse en primer lugar a la víctima siempre.

La recomendación de evitar siempre las comparaciones es necesaria para fomentar la autoestima y evitar que la rivalidad se instale en la convivencia. Apreciemos lo que de positivo ofrece cada niño en cada momento; insistamos en que es bueno que uno se supere por dar lo mejor de sí mismo, no para ser mejor que otro. Esta idea es esencial a lo largo de la vida si aspiramos a que sean felices. Un niño de tres años no podrá compararse nunca con su hermano de cinco sin menoscabo de su propia imagen. Si la clave es ser mejor que los demás estaremos insertando una idea peligrosa en su mente porque por muy bien que lo haga, siempre encontrará a alguien mejor, que juegue mejor al fútbol, que saque mejores notas en clase, que sepa tocar música..., por lo que nunca será suficiente. Es mejor orientar su mente a la superación personal, a que merece la pena y el esfuerzo lograr ser un poquito mejor cada día. El saber controlar la ira y resolver los conflictos a través de la negociación y el diálogo es una habilidad importantísima en la vida.

Asimismo es importante que el niño se sienta centro de atención, de ahí la recomendación de dedicar espacios y tiempos individualizados a cada hijo. Aunque tengamos una familia numerosa, agenda en mano, reservamos quince minutos a la semana para hablar con cada hijo por separado, en una habitación aparte. Una especie de «rato feliz» del niño con su padre o con su madre. La excusa es saber cómo le ha ido, si todo va bien. La mirada directa a los ojos, toda nuestra atención y una sonrisa en la cara. Sentirá así que es importante para nosotros, tan importante como lo son cada uno de sus hermanos. Nos ayudará también a estar informados de sus problemas y podremos, en cada caso, ofrecer recursos y mecanismos para resolverlos. También nos permitirá plantear metas conjuntas, objetivos que vayamos a perseguir durante la próxima semana, siempre desde su iniciativa y desde la perspectiva de que ayuden, estos objetivos, a mejorar aquello que a él le preocupa. Pero sin olvidar que lo prioritario, lo que queremos, es que se sienta único, centro de toda nuestra atención durante esos espacios compartidos. Esto le otorgará un sentimiento de autoestima magnífico y reforzará su sensación de seguridad en relación con nosotros. Un niño que se siente seguro disminuye sensiblemente su nivel de agresividad.

La última recomendación tiene que ver con otra norma básica, la motivación positiva. Para ello, insistimos en la necesidad de esforzarnos como padres en observar las conductas positivas, aquellas que queremos reforzar, para elogiarlas cuando se producen. Para que funcionen, Elizabeth Crary, Orientadora y escritora, nos recomienda unas pautas elementales [651:

_CÓMO DEBEN SER LOS ELOGIOS PARA QUE SURTAN EFECTO?

Concretos, sinceros e inmediatos.

Una alabanza concreta es aquella que se centra en una acción o hecho individualizado. Si decimos a un niño: «Me encanta que seas bueno/amable/cariñoso» es una afirmación poco eficaz por genérica. Somos concretos cuando decimos: «Me encanta que coloques los zapatos en tu armario / ese color azul que has usado en tu dibujo / que des un beso a tu hermano», «Enhorabuena, has comido con los mayores». Indicamos como acciones positivas concretas el colocar los zapatos, el usar un color determinado, el dar un beso. Ellos tenderán a repetir esas acciones elogiadas.

Nuestra sinceridad es algo esencial porque el niño detectará la mentira o la condescendencia y, en ese caso, perderá la confianza en nosotros. Más vale demorarnos un tiempo en observar a nuestro hijo con la intención de detectar aquello que hace de positivo para que el elogio sea honesto, sincero y coherente. Ellos hacen muchas cosas bien, y las hacen de forma continua, pero estamos adiestrados en detectar y corregir errores. Cambiemos a una mentalidad positiva y les regalaremos la imagen positiva de sí mismos a través de lo que saben hacer bien en cada momento.

Por último, la inmediatez funciona tanto para el premio y el elogio como para el castigo o la rectificación de conductas anómalas. Hay una relación directa entre estímulo-respuesta: acción realizada-respuesta del educador. Si la respuesta se demora y esperamos a las dos horas, al día siguiente, para alabar algo positivo, el tiempo habrá diluido los hechos en su memoria y los resortes y motivaciones que le sirvieron en el momento han dejado de estar ahí. Se pierde eficacia.

En cuanto a la forma de actuar, siguiendo con Elizabeth Crary, para intervenir en un conflicto hay tres pasos que nos ayudarán a corregir las peleas y los enfrentamientos continuos:

PAUTAS DE INTERVENCIÓN EN UN CONFLICTO

1.Separarlos y esperar a que se calmen antes de actuar.

2.Permitirles que expresen sus sentimientos y se escuchen mutuamente.

3.Procurar que ellos mismos ofrezcan una solución al problema que pueda ser aceptada.

Ya hemos visto cómo en los momentos en que dominan las emociones, la zona límbica cerebral paraliza el raciocinio. En ese momento, una vez evitado el riesgo inminente de la agresión física, lo primero es dejar que se calmen antes de intentar razonar y dialogar. Poco a poco iremos «educando» el control de la «ira». Decía mi abuela «¿Enfadado?, cuenta hasta diez». Ese simple consejo me ha servido muchas veces a lo largo de la vida para no cometer errores. Enseñar al niño a tomar distancia del conflicto y serenarse antes de actuar puede ser importantísimo para la socialización. Una buena clave de relajación que debemos transmitirle la podemos realizar en cualquier momento a través del control de la respiración. El mero hecho de contar hasta 10 mientras inspiramos y hasta 20 mientras espiramos, de procurar que la respiración sea ventral, inhalando hasta inflar el vientre, no solo tiene efectos relajantes de por sí, sino que, además, introduce en la mente una tarea - contar - que la distrae de la ofuscación y el bloqueo emocional facilitando el tránsito a la corteza cerebral donde podrá »racionalizar» la situación, expresar el conflicto y plantear soluciones. Intentar que el niño - o el adulto - razone en pleno ataque de furia no conduce sino al enfrentamiento. Hay que enfriar esas emociones antes de actuar.

El hecho de que los niños expresen sus emociones favorece la empatía y el respeto. No es fácil mantener el silencio mientras otro expone el porqué de su rabia hacia ti. La atención deberemos ahora concentrarla en el respeto y en la escucha, que cada uno sea capaz de aguardar su turno y mantener el silencio mientras otro habla. Una técnica sencilla es la del cojín: solo quien tiene el cojín puede hablar, los demás guardan silencio mientras él interviene. El cojín se le da al primero que se atreve a hablar, el otro espera su turno. Una vez que los dos han intervenido, tomamos nosotros el cojín para dirigir su mente hacia las posibles soluciones: «Quiero que ahora os pongáis de acuerdo en qué podemos hacer para que esta situación no vuelva a repetirse». Vuelven a intervenir por turnos. Es importante que se escuchen mutuamente. La atención sigue estando centrada en el respeto. Lo ideal es que lleguen a una solución de consenso. Esa será la gran lección. A partir de ahí, nos queda una última pregunta por plantear: «¿Qué puedo hacer yo para ayudaros a lograrlo?», «¿Qué consecuencias creéis justas si faltáis a vuestros compromisos?».

Si el conflicto se alarga sin que los niños lleguen a ningún acuerdo, tenemos dos opciones según la edad: la primera consiste, una vez tranquilizados, en dejarlos que sigan dialogando hasta que lleguen a un acuerdo que resulte aceptable para corregir esa actuación; la segunda, si no llegan a serenarse, es mediar nosotros con la propuesta y, en su caso, la sanción. Hemos de grabar en su mente la idea de la conveniencia de la mediación y el consenso para una convivencia placentera, es necesario educar su sociabilidad: «La mente razona mejor tranquila, procura tomar decisiones cuando estás tranquilo», «Relájate antes de actuar cuando estás muy nervioso», «Como tú disfrutas haciendo lo que te gusta, los demás también disfrutan haciendo lo que a ellos les gusta. Para ser todos más felices, es bueno/necesario permitir/admitir que los demás también pueden/deben hacer de vez en cuando lo que les apetece. Así cuidamos unos de otros». «Cuando tratas de imponer por la fuerza, te encontrarás con la fuerza. Mejor siempre tratar de convencer que intentar imponer».

Debemos fomentar su autonomía en la resolución de conflictos y todos nosotros sabemos lo necesario que resulta a lo largo de la vida poder templar el ánimo y abordar las situaciones con confianza en el éxito sin caer en la renuncia ni en el sometimiento.

LA EDUCACIÓN BILINGÜE: METODOLOGÍA Y APRENDIZAJE

Durante los cuatro primeros años, el cerebro madura, evolucionay registra información a más velocidad que el resto de nuestras vidas. Nunca será tan flexible. A partir de los dos años es un momento ideal para iniciar al niño en el aprendizaje de un segundo idioma. El idioma propio ya se ha asentado, no solo el número de palabras que comprende empieza a ser importante, sino que ya ha asimilado los rudimentos básicos de la gramática. En realidad, el contacto con un nuevo idioma podemos realizarlo a partir de los 6 meses. Según las investigaciones sobre el aprendizaje de la lengua por los bebés realizadas por Patricia Kuhllssl' el periodo de aprendizaje lingüístico es óptimo en nuestro cerebro hasta los siete años, a partir de esta edad va descendiendo y alcanza unos niveles mínimos en los que se estabiliza antes de que cumplamos los cuarenta años. Además, el aprendizaje se realiza por discriminación estadística, es decir, todos los niños nacen con capacidad para diferenciar y reconocer todos los sonidos, pero desde los seis meses, su cerebro empieza a seleccionar solo aquellos que se repiten sistemáticamente y va desechando los que no aportan información, aquellos que no le sirven. En ese momento se hace «dependiente»; es como si el establecimiento de los canales lingüísticos de la lengua materna dificultara o ralentizara la implantación de nuevos canales lingüísticos - nuevas lenguas, nuevos sonidos, nuevos paradigmas gramaticales-. Y, por último, el aprendizaje lingüístico se relaciona con el área social del cerebro, es decir, no basta con el audio o con imágenes - televisión - sino que la presencia del ser humano que interactúa con el niño es esencial en el aprendizaje, especialmente cuando hay un lazo afectivo.

Si tenemos en cuenta estas conclusiones, la exposición al aprendizaje de un segundo idioma debe realizarse cuanto antes y aprovechar al máximo el periodo de mayor facilidad de adaptación lingüística. Sería ideal que desde que el niño acude a una Escuela Infantil, pudiera vivir la inmersión en una segunda lengua. El mantener la inmersión lingüística durante este periodo hasta los siete años nos garantizaría la adquisición del idioma. Bastaría en lo sucesivo continuar la inmersión durante periodos semanales intensos como se programa en los Centros Bilingües para adquirir el vocabulario culto necesario y no perder el «automatismo» idiomático - capacidad de comprender y expresar ideas de forma directa, sin necesidad de traducir mentalmente-. Cuando el ingreso en la Escuela Infantil, como sucede en muchos países, se realiza entre los cuatro y los seis meses, el momento es ideal, dado que la figura de apego para el bebé se expresaría en la lengua escogida y facilitaría el aprendizaje. El proyecto puede ser aún más ambicioso y exponer al bebé a un aprendizaje de dos idiomas además del materno. La exposición temprana al aprendizaje flexibiliza la capacidad de adquisición lingüística por parte del niño y será una habilidad que lo acompañará el resto de su vida.

Las experiencias de familias cuyos padres son de distinta nacionalidad y hablan con sus hijos en distintas lengua demuestran cómo los niños acaban dominando perfectamente ambos idiomas. En Finlandia, se dedica a la lengua mucho más tiempo en educación que en otras naciones dado que además del finés, tienen el aprendizaje del sueco, del inglés como segundo idioma troncal y, en el caso de los inmigrantes, clases de su propia lengua materna, y los resultados son espectaculares; el informe PISA año tras año nos demuestra que sus competencias en comprensión y expresión son los más altos de Europa. Es posible que esta exposición a varios idiomas ralentice el aprendizaje de la lengua materna. Me comentaba un amigo cómo, casado con una inglesa y viviendo en Alemania, el niño no había comenzado a hablar hasta los tres años. Entendía a la madre cuando le hablaba en inglés y al padre cuando le hablaba en español. Acudía a la escuela y aten día en alemán, pero no arrancaba a hablar. Llegaron a estar realmente preocupados. El hecho es que cuando comenzó a hacerlo, hablaba indistintamente las tres lenguas usándolas según el contexto y el interlocutor. Esto nos recuerda Pilar Sánchez, catedrática de Psicología de la Universidad Complutense, el hecho de que el niño que se enfrenta al aprendizaje de varios idiomas ralentice su aprendizaje no es algo malo, sino una etapa que hay que superar. Una vez superada, su evolución lo llevará rápidamente a los niveles de aprendizaje de un niño monolingüe. Lo importante es, sencillamente, que lo sepamos y evitemos preocuparnos o forzarlo.

Desgraciadamente, esta inmersión lingüística solo está al alcance de unos pocos por circunstancias económicas y geográficas. Hay muy pocas Escuelas Infantiles bilingües, no todas están concertadas y se concentran en grandes núcleos urbanos. Sin embargo, podemos educar el aprendizaje de una lengua extranjera incluso si nosotros la desconocemos. Para ello podemos utilizar alguno de los métodos que existen en el mercado. En casa, optamos por uno llamado «Muzzy» cuando apareció en vxs hace más de veinte años. Se trataba originariamente de un curso de inglés para niños avalado por la BBc. A pesar del paso de los años, el curso sigue existiendo y se ha extendido. Cuando apareció en cD una década más tarde, nuestros hijos ya eran adolescentes, pero lo volvimos a comprar, no solo por la añoranza de aquella etapa de su infancia, sino porque el nuevo soporte permitía ampliar el método con distintos idiomas. Hoy puedes optar por oír los diálogos y canciones además en francés, italiano, alemán o chino mandarín.X671.

El método consiste en una serie de capítulos en dibujos animados cuyo protagonista es un extraterrestre parecido al «monstruo de las galletas». A través de las peripecias con sus amigos en la Tierra, van presentándose sonidos, palabras, frases y estructuras de una forma progresiva y sistemática. Cada capítulo inserta canciones, la música es una importante ayuda para la memorización de sonidos - abecedario, colores, números...-. Otra ventaja, a partir de los seis años, es que podemos completar el método con cuadernos de ejercicios escritos de refuerzo, muy didácticos. Afianzamos así la preparación para el dominio académico del lenguaje. Pero para que el método funcione debemos seguir unas pautas muy concretas o nuestros esfuerzos resultarán inútiles.

PAUTAS DEI. MÉTODO DE APRENDIZAJE

1.Presentación audiovisual.

2.Procedimiento interactivo.

3.Apoyo y acompañamiento.

4.Constancia en el tiempo.

5.Recurrencia.

6.Inmersión.

1.PRESENTACIÓN AUDIOVISUAL: Presentamos el idioma a través de sonidos e imágenes, en la televisión o en el ordenador. Ya hemos visto cómo en la adquisición de un idioma no solo interviene la discriminación de sonidos, sino también la elaboración de imágenes mentales simbólicas que se asocian a emociones. De ahí que el aprendizaje se vea reforzado por secuencias lógicas que integran las frases en el desarrollo de una acción determinada.

Es importante destacar que la eficacia del medio que usamos depende en gran medida de que el estímulo no esté deformado por el uso. Quiere esto decir que si el niño está todo el día frente al televisor viendo dibujos animados en su propia lengua, con un año, al ponerle estos dibujos, los rechazará como extraños. Las películas y dibujos animados son un entretenimiento formidable porque ofrecen al cerebro secuencias muy atractivas de información constante y cambiantea través de imágenes y sonidos, de ahí que los niños se queden extasiados mirando la pantalla. Pero si abusamos del medio cometemos dos errores: primero, le restamos eficacia como recurso didáctico; y, segundo, el niño necesita desarrollar habilidades que deben adquirirse y perfeccionarse a través del movimiento y el contacto humano, habilidades sociales y físicas, estos medios no lo propician. En definitiva, recordemos que el método será tanto más útil cuanta menos televisión vea el niño.